Por Vicente Berenguer
La corrupción azota nuestras sociedades. No es un fenómeno pasajero sino que está bien asentado dentro de nuestras estructuras políticas y económicas. No es un mal que exista solo en determinados países –aunque predomine más en unos que en otros– teniendo que hablar lamentablemente de algo generalizado. Algunos afirman que el ser humano es corrupto por naturaleza, otros en cambio advierten que se trata de un fenómeno derivado de una deficiente educación, pero lo cierto es que es esta una lacra que nos acompaña y que golpea la esencia misma del que debería ser uno de nuestros valores supremos: la justicia social.
¿Por qué se ha llegado a esta deteriorada situación en la política y en la economía? ¿Por qué la corrupción es algo sistémico? ¿Es la corrupción algo exclusivo de la política o más bien la corrupción política es el reflejo de la corrupción en potencia que se halla en la sociedad y que en ella se manifiesta por pura posibilidad? ¿Cuáles son las razones profundas para que la corrupción sea la norma? Creemos que varias son las causas de esta situación pero en este texto solo nos referiremos a una que pensamos que es básica, fundamental, algo que Aristóteles siempre tuvo presente en sus reflexiones sobre la mejor forma de gobierno, algo que en la actualidad no existe ni en lo práctico pero que ha desaparecido incluso del nivel teórico: nos estamos refiriendo al concepto de bien común.
La inexistencia del bien común
El bien común –básico para Aristóteles– ha desaparecido y no queda rastro de él. No estamos descubriendo nada nuevo si decimos que el sistema en el que nos encontramos es individualista y que en este sistema, además, uno debe ser enormemente competitivo si quiere establecerse en una posición cómoda, una posición que le asegure unos buenos beneficios económicos o simplemente sobrevivir. Este juego de las sillas incrementa la individualidad e incluso provoca que muchos sujetos utilicen a otros en su propio beneficio llegándose incluso a la mentira, a la traición o a cualquier herramienta que facilite el ascenso social. La consigna termina siendo un “sálvese quien pueda” en el que todo vale y en el que el bien común es algo que solo existe semánticamente pero ni tan solo está ya en un rinconcito de nuestra mente.
El bien común se halla ausente y esta es una de las causas profundas de por qué la corrupción es generalizada en política –y en cualquier ámbito–: nadie piensa, reflexiona, tiene presente ni tan siquiera concibe algo que signifique “el bien común”, y esto supone que no se tenga el menor problema en robar lo de todos: ¿a quién se está robando si no existe un bien que es de todos? A nadie, responderán las conciencias –o lo que quede de ellas–, quedando así diluida la responsabilidad o carga moral en un abstracto por no existir nada en la mente del corrupto que tenga que ver con nada compartido, con nada común.
El sistema económico capitalista fomenta el individualismo como base de crecimiento. Subyace de esta filosofía que la base del sistema es la búsqueda del bien particular y que esta búsqueda provocará que la sociedad en general se beneficie también al crease riqueza, pero no se ocupa el sistema –ni tan solo preocupa– por contrarrestar esta tendencia de buscar absolutamente el bien particular con búsquedas del bien compartido. Reconocemos que no hemos hecho una encuesta para llegar a esta conclusión, a la conclusión de la inexistencia de una concepción social de un bien común; tampoco hemos hurgado en las mentes de los ciudadanos para saber si en ellas existe, como hemos señalado, al menos en un pequeño lugar algo que se le pueda parecer. Pero es tarea necesaria intentar “adentrarse y navegar” en la mente colectiva y ver cuáles pueden ser las causas de la desbocada corrupción política y empresarial, y en este caso, al no hallar en ella nada parecido al concepto de bien común, estamos seguros de que si no de forma total pero sí de forma muy importante, su inexistencia es la causa profunda de la lamentable situación que se vive en la política a nivel mundial.
La necesidad del bien común
Hemos llegado a la conclusión de que no existe una concepción general en la población de nada que tenga que ver con un bien común. Al no existir este bien, el político no podrá gobernar para algo inexistente y lo hará, por tanto, para lo que único que existe, el bien particular, ya sea el propio o el del partido. Además, al no haber algo común, algo de todos, un sentimiento compartido, la corrupción no será sino una consecuencia natural de todo esto pues el que roba, el que se corrompe, no puede tener una clara conciencia de que está robando, por decirlo así, a un ente común y existente que seríamos todos pues no concibe –ni puede concebir– la existencia de algo así. No concibe un ente común por tanto lo que está robando tampoco sería de nadie en particular; sus robos quedan en una especie de limbo para él mismo e incluso para los demás. La falta de un bien común es una de las causas profundas de la situación. Se deberá fomentar por tanto la “reaparición” de este tipo de bien, su presencia, su existencia para que la política sea lo que debe ser, un servicio a los ciudadanos, un servicio al bien compartido, un servicio a todos y para todos.
Se nos antoja fundamental pues avanzar hacia un ideal, un lugar en el que además de pensarse en uno mismo se piense también en el conjunto de toda la sociedad. Este lugar queda claro que es un lugar en el que todos, racionalmente, concebiríamos el bien común como algo básico y fundamental para la política, para la convivencia. El ideal aún podría ser mayor si a la racionalidad le añadiésemos el sentimiento, es decir, si además de concebirnos como una entidad colectiva –además de nuestra entidad individual–, nos sintiéramos de alguna manera conectados al resto, nos sintiéramos, en definitiva, como un todo.
¿Cómo podría conseguirse esto? ¿Cómo se podría fomentar aquello que venimos reivindicando, la concepción en la ciudadanía de un interés compartido, un bien de todos? Sería necesaria, entre otras muchas cosas que quizás abordemos en otra ocasión, una planificación en el ámbito educativo en la que se fomentase la idea, ya desde la infancia, de que existe algo muy valioso y que nos une a todos, algo que uno debe siempre procurar y es la defensa del otro –pues de alguna manera forma parte de mí–, la defensa de un bien que es compartido y que no solo me compete a mí pero también a mí. Este sería un largo proceso en el que se iría instruyendo a las futuras generaciones en la defensa de lo colectivo y no solo de lo individual, defensa que creemos que no se fomenta desde el sector educativo. Porque educar no debería ser solo la transmisión de contenidos culturales sino también y sobre todo el fomento de comportamientos y modos de ser que nos beneficien a todos ya que el ser humano no vive solo sino en comunidad.
Conclusión
Si esto es así, la corrupción no es sino un efecto necesario por la ausencia, en las mentes de las ciudadanos en general, de algo que tenga que ver con un bien compartido, un bien que nos pertenece a todos y que somos nosotros mismos. Hemos dicho que la ausencia de este concepto se debe sobre todo a un sistema capitalista salvaje en el que no cabe la existencia de algo llamado “bien común” debido a la consolidación del individualismo exacerbado siendo la característica principal de este el egoísmo.
El individualismo, en efecto, se impone y anula en la sociedad cualquier resquicio de nada que tenga que ver con algo compartido. El egoísmo y la búsqueda del interés propio es, para los liberales, la premisa que permite que haya beneficio para la sociedad. Uno no busca el interés social pero la búsqueda del suyo propio implica que se genere un beneficio para todos:
Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho, necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad. […] una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos.1
Así, el interés social no es buscado y solo se obtiene de forma indirecta no siendo la solidaridad el valor social supremo sino la búsqueda del puro beneficio personal. Se deberá fomentar por tanto el egoísmo en la sociedad ya que este posibilita que haya beneficio para los demás. Triste modelo social.
Pero si el egoísmo es la base del sistema capitalista salvaje, si el individualismo más exacerbado es el motor que genera crecimiento, si se nos educa en la necesidad de ser altamente competitivos para alcanzar el éxito siendo la alternativa el quedarse rezagado pero más: si los depredadores tienen más posibilidades de éxito económico que las personas solidarias, no debe extrañarnos que, en primer lugar, el egoísmo esté venciendo a la solidaridad y en segundo, y como avanzábamos, que la sociedad en general no conciba la existencia de un bien común, un bien de todos. Con lo cual, si no hay ni la concepción de vínculos con los demás a nivel teórico ni a nivel emocional, la corrupción es algo que se deriva de forma necesaria de todo lo dicho.
En conclusión, será necesario la construcción de un sistema alternativo que no base su motor en el egoísmo sino en la solidaridad, un sistema en el que la búsqueda del bien para todos no sea un efecto indirecto de la búsqueda del bien propio sino un fin en sí mismo, un modelo que no fomente en los individuos el interés exclusivamente personal sino el interés por el otro, el interés social, la existencia del bien común. Será necesaria la construcción, en esencia, de un modelo definitivamente humano.
1 Adam Smith, La riqueza de las naciones.
Vicente Berenguer, asesor filosófico
vaberenguer@gmail.com