Agosto del 2017/Vicente Berenguer
El ser humano es un ser social que vive en comunidad. Remotamente vivíamos, como el resto de las especies, en la naturaleza, en los bosques, pero poco a poco fuimos diseñando nuestro propio proyecto al margen de ella. Fuimos construyendo pequeñas aldeas y de ahí a las poblaciones y a las grandes urbes. Así, llegamos al punto de que gran parte de la población mundial vive en grandes ciudades habiéndose perdido el contacto con la que siempre fue nuestra casa: la naturaleza.
En este tránsito del vivir en entornos naturales al vivir en las urbes el humano fue ganando y perdiendo cosas. Si hablamos de ganancia podríamos decir, por ejemplo, que fue ganando en comodidad y materialidad. Sin embargo, entre las numerosas cosas que hemos perdido en todo este proceso está el contacto con la naturaleza. Esto, que parece de Perogrullo, no lo es tanto si especificamos de qué estamos hablando cuando decimos que hemos perdido el contacto, y es que por “contacto” no nos estamos refiriendo solamente al vivir-con sino también al hecho de vivir-la. Pero para vivir-la se necesitaría de algo que también se nos ha atrofiado en toda esta vorágine que supone muchas veces la vida urbana, y este algo perdido es el estar en el tiempo.
La especie humana, en efecto, perdió también el estar en el tiempo. Hemos incorporado el pasado y el futuro a nuestra línea psicológica temporal: en el pasado podemos recordar nuestras vivencias y con el futuro hacemos planes estando orientados en realidad por él. Hasta aquí todo estaría bien, pero el problema surge cuando al incorporar el pasado y el futuro arrancamos el presente de nuestras vidas viviendo así la mayor parte del tiempo en el pasado (recordando) o en el futuro (proyectando) pero raras veces conectando.
Perdemos el presente al vivir en base exclusivamente de cara al futuro; perdemos lo que es en favor de lo que aún será y de este modo ni vivimos lo que es ni podemos vivir lo que será ya que cuando esto sea estaremos de nuevo proyectados a lo por venir. De este modo nos situamos continuamente fuera del tiempo y fuera de la realidad ya que la realidad es únicamente lo que es, lo que está aconteciendo. Es imprescindible hacer planes en nuestras vidas o más, es absolutamente recomendable tener un proyecto de vida: reflexionar sobre aquello que queremos realizar, meditar acerca de las metas que nos queremos proponer o sencillamente pensar si nos conviene ir a pie a algún sitio o en bicicleta. El contar constantemente con el futuro es algo vital en nuestras vidas: se requiere pensar en él y requerimos estar proyectados en todo momento hacia él, pero esta proyección o esta herramienta necesaria a menudo se nos vuelve en contra cuando exclusivamente se vive en lo que aún no es y nunca en lo que es.
Pero esta pérdida vivencial o este situarse siempre en el futuro o en lo que aún no es -característica del ser humano en general y del ser humano-urbano en particular- implica consecuencias, siendo la principal de ellas, como decimos, la pérdida del contacto con lo que está sucediendo, la pérdida del contacto con lo que es, con lo cual sucede que sufrimos una enorme pérdida de intensidad en nuestras vidas. Será necesario volver a afirmar que el modo de ser típicamente humano es vivir proyectados hacia el futuro y es necesario que así sea debido a nuestras características y a nuestro modo de vida, pero no lo es tanto o incluso es contraproducente el no “regresar” en ningún momento al presente para percibir-vivir todo lo que en él acontece. Y esto justamente es el “conectar” y es a lo que nos referimos cuando decimos que el ser humano-urbano ha perdido la conexión con la naturaleza pero también con su propio presente.
¿De qué estamos hablando pues cuando decimos que hemos perdido la conexión con la naturaleza? Hemos apuntado que conectar no es solo vivir-con (ella) sino vivir-la (a ella). ¿Y qué es vivirla? Vivirla son aquellos momentos en que nos situamos en el presente sin proyectarnos: es escuchar el lenguaje del pájaro, prestar atención al rugido de bravo río, atender al mensaje del viento, captar el reclamo del grillo nocturno y deleitarnos con el vuelo de la mariposa. Es, remontándonos muchos de nosotros a nuestra infancia (y de paso recomendando a los padres que los niños vean la serie), es existir, adoptando en la medida de lo posible, la filosofía de vida de aquella muchachita la cual debería ser un modelo para los niños por su ecología, por sus valores y por su modo de ver la vida: Heidi, una chiquita que amaba a cada ser vivo, a sus montañas y al conjunto de la naturaleza. Heidi, sí, vivía conectada a la naturaleza y al presente, y es que tal y como le decía su abuelo, “hay que escuchar lo que nos susurra el viento, lo que nos dicen los abetos o el poderoso trueno.”
Pasamos de vivir en aldeas a vivir en urbes con lo cual, volvemos a incidir, hemos perdido el contacto con la naturaleza, con lo que somos, pero a pesar de que muchos de nosotros no tenemos ya el privilegio de escuchar lo que expresa el pájaro o el sonido del viento sobre las copas de los árboles a no ser que nos desplacemos de vez en cuando fuera de la ciudad (algo muy recomendable), lo que sí sigue estando en nuestra mano es ir retornando al presente en la medida en que estar situados en el futuro no nos sea útil. Hemos convenido en que necesitamos constantemente hacer planes y proyectarnos pero también comprendemos que vivir siempre fuera del presente hace que vivamos la vida con menor intensidad y también e importante, aunque no es materia de la presente reflexión, con menor intuición.
Usemos pues la herramienta de la proyección futura a nuestra conveniencia y conectémonos con el aquí y ahora, con el presente, en los momentos en que podamos hacerlo: percibamos, sin pensar en el pasado ni el futuro, la presencia del bosque, del árbol o de la planta; centrémonos exclusivamente en el vuelo del ave o en el brillo de los rayos del sol sobre las nubes, dirijamos toda nuestra atención al sonido del viento o al rugir del trueno, sintamos la lluvia bañar la tierra o simplemente disfrutemos con la presencia de los seres vivos que nos rodean, en este preciso momento, y que precisamente en un futuro no estarán como tampoco nosotros.
Asombrémonos con la belleza de una flor en este preciso instante. Admiremos la belleza que nos rodea en este momento presente.
Vicente Berenguer, asesor filosófico
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