Blanca Heredia
¿Qué es un “maestro”? ¿Qué es, para usted lector, un maestro?
Para mí, un maestro es un ejemplo. Un profesional que domina su materia, que sabe cómo enseñarme, que me amplía el mundo. Alguien que me inspira, me potencia y me hace hacerme preguntas que no sabía que eran posibles.
Un maestro/a es alguien que me entusiasma con mi pertenencia a un mundo que desconozco y que habrá de completarme. Alguien que me alerta sobre las cosas en las que soy buena y sobre todas las cosas que me faltan para imaginar y llegar a ser la persona que quiero ser en el país y en el mundo en el que quisiera vivir.
Una maestra/o es el profesional que ama y se toma en serio su tarea de enseñarme lo que requiero para sobrevivir en el mundo tal cual es y que, además, me estimula y acerca las herramientas para participar activamente en la construcción de un mundo más ancho, más justo y más rico (en todos sentidos).
Muchos maestros en México son así, a pesar de las circunstancias que hoy (todavía) y desde hace mucho llevan a que una persona aquí elija o asuma la condición de plantarse frente a un grupo de niños o jóvenes e intente enseñarles algo.
Desafortunadamente para ellos y para todos, muchos otros maestros mexicanos lo son, no por vocación o por elección libre y genuina, sino porque el país no les ofrece ninguna mejor opción. En Oaxaca o en Chiapas, por ejemplo, ¿qué otra opción, distinta al magisterio, ofrece un empleo formal, seguro y con prestaciones de ley?
A diferencia de otras profesiones, la de maestro/a tiene dos rasgos centralísimos muy particulares que ayudan a explicar su importancia y que hacen difícil gestionar su desempeño adecuada y oportunamente.
Primero, los efectos del quehacer de los docentes son enormes en términos colectivos. No es lo mismo ser dentista o contador o arquitecto que ser maestro o maestra. No es lo mismo, pues con todo lo importante que puede ser cualquier profesión, pocas otras tienen consecuencias tan amplias y directas en la vida de una colectividad.
Una segunda característica que distingue al magisterio tiene que ver con que las consecuencias del ejercicio docente para los alumnos y para la sociedad en su conjunto suelen tomar tiempo en materializarse y con el hecho de que la actividad docente tiende a ser inusualmente opaca. A diferencia de numerosas otras profesiones, en las que la baja calidad profesional tiene costos visibles en el corto plazo, en el caso de la docencia, el costo de un maestro mal preparado o poco motivado tarda (a veces mucho) en ser evidente. Además, y dada la poquísima transparencia de lo que ocurre al interior de un salón de clases en muchas escuelas y muchos sistemas educativos, la naturaleza y calidad de la labor docente tiende a permanecer oculta.
Estos rasgos de la profesión docente contribuyen a explicar por qué tanto sistemas educativos completos como escuelas en lo individual pueden llegar a experimentar deterioros tan grandes y/o a persistir, a pesar de su baja o incluso pésima calidad. Contribuyen a explicarlo, pues la ausencia o debilidad de costos de corto plazo claramente visibles, tienden a hacer muy difícil para los responsables interesados en hacerlo, corregir, a tiempo, el rumbo.
La debilidad extrema o, de plano ausencia, de procesos y criterios sistemáticos para evaluar el trabajo docente en el caso mexicano hasta hace muy poco, resultan clave para entender el estado, con pocas excepciones, lamentable de la educación nacional y sus enormes costos colectivos.
¿De quién es responsabilidad que tantísimos mexicanos y mexicanas no puedan expresarse con mínima corrección e inteligibilidad en su lengua materna? ¿De quién que tantos egresados de nuestros centros escolares –públicos y privados– carezcan de los conocimientos, habilidades y actitudes mínimas indispensables para ejercer como ciudadanos o para acceder a un empleo digno con posibilidades de crecimiento a futuro?
En lo más visible e inmediato, de los maestros y de un sistema político que ha fundado parte central de su funcionamiento en el control político del magisterio organizado. En el fondo, la responsabilidad es de una sociedad a la que, más allá de los discursos y los golpes de pecho, la calidad educativa le ha importado y le importa, en los hechos, muy poco.
Si quisiéramos, de verdad, ser el país que podemos ser, tendríamos que refundar la “celebración” del 15 de mayo. Tendríamos que celebrar y felicitar, desde luego, a todos aquellos que dedican sus días y sus noches a enseñar y hacer crecer a sus estudiantes. Pero, tendríamos que aprovechar la ocasión para ser honestos y decidir colectivamente qué educación queremos y qué estamos dispuestos a hacer en la realidad para lograrlo. Ello, para que la fecha fuera algo más promisorio que la ocasión recurrente para que los líderes de uno de los pocos grupos en México capaces (por su número y organización), en contubernio con las autoridades (argumentando para sus adentros, incansablemente, “razones de gobernabilidad”) puedan seguir obteniendo concesiones y prebendas que en nada –como ha quedado claro una y otra vez– benefician las perspectivas presentes y futuras de los millones de niños y jóvenes atrapados en nuestras escuelas.
Fuente del articulo: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/dia-del-maestro-1.html
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