La poesía, es una fuente donde los niños beben historias de encantos capaces de estimular su hábito de la lectura; un hábito que les abrirá muchas otras puertas hacia la adquisición de conocimientos. Los versos pueden estimular la imaginación infantil y ampliar el vocabulario.
Por todos es sabido que las poesías didácticas de un modo general, tienen el propósito de enseñar, a través de los poemas aplicados en el sistema educativo, aspectos relacionados con la buena conducta de los niños, el aseo personal o los emblemas patrios.
Muchas de las poesías dedicadas al “día de la madre”, al “día del profesor” y “la bandera” pueden resultarles tan engorrosos como los libros de textos o tan abstractos como los versos del Himno Nacional, cuyo lenguaje rebuscado, el peor de los casos es incomprensible para los niños en edad escolar.
El objetivo de la poesía infantil debe trascender más allá de la simple didáctica, del afán de impartir conocimientos a través de los versos. La poesía, como toda literatura fantástica, es una fuente donde los niños beben historias de encantos capaces de estimular su hábito de la lectura; un hábito que les abrirá muchas otras puertas hacia la adquisición de conocimientos que más tarde les serán útiles en su vida social, familiar y profesional.
Las poesías enteramente didácticas no siempre cumplen con la función de estimular la fantasía y menos aún con la intención de crear en ello un hábito de la lectura, por el contrario, les dejan una sensación de que la poesía es aburrida y acaban por alejarlos del mundo de la literatura por el respeto de su vida. Para evitar este desencanto, los poemas para los alumnos de ciclo básico deben tener, más que un mensaje moralista y didáctico un sentido lúdico y un ritmo que retengan y atesoren de inmediato. Los versos en el mejor del caos deben adaptarse a su imaginación, desarrollo intelectual y lingüístico. Solo así se logrará que la poesía sea una experiencia placentera y logre incitar a los niños y niñas a leer y escribir versos de su propia inspiración, pero no como una aburrida tarea escolar, sino como una inquietud que les impulse a penetrar en el mundo mágico de las ideas y las palabras.
A pesar de estas consideraciones, valga aclarar que no se trata de desterrar la poesía de la escuela, sino de aplicarla a nivel de los niños.
Nadie desconoce el poder educativo de la poesía, pero tiene que adaptarse al niño, quien, por su propia naturaleza es esencialmente creador y explaya una fantasía a raudales; más todavía la poesía debe ocupar siempre un lugar de preferencia en el sistema educativo, ya que su aprendizaje y ejecución despierta la sensibilidad y creatividad de los pequeños lectores, quienes, al margen de todo precepto didáctico tienen alma de poetas. No en vano Hugo Molina Viaña sostenía: “La poesía formará el alma de niño en su educación ética y estética, contribuyendo al desarrollo de una personalidad. La poesía nutre su vida espiritual y de relación. La creación en el niño está a flor de piel. Crea en sus sueños. Crea en sus juegos. Crea en su propio lenguaje, maneja la sílaba y la palabra con su interés lúdico”.
Los pensamientos transmitidos con un lenguaje rítmico, coadyuvado por la rima, son más fáciles de asimilar, y el niño, mediante el verso, experimenta el placer de aprender un conocimiento mejor que en las lecciones impartidas por el libro de texto, que en la mayoría de los casos, están inscritos en un lenguaje técnico pero casi nunca en un lenguaje lúdico. Esta es una de la razones del porque los alumnos rechazan los libros de texto que los libros en los cuales recrean sus fantasías, como en los cuentos, fabulas y poemas que estimulan su imaginación y rescatan las expresiones propias de su vocabulario.
El poeta César Atahuallpa Rodriguez dice: “los niños son como pájaros. Por eso el mejor maestro para el niño es el poeta, porque el poeta también es un niño que se pasa jugando con el arco iris de su voz para que todos los niños del mundo se acerquen hasta el fondo de su aliento a beber música”. Esta afirmación implica que los niños, como los músicos y poetas, juegan con las palabras, cambian algún verso de un poema conocido y reconstruyen la poesía, intentando encontrar una cadencia o armonía que les permita familiarizarse con las rimas.
Sin embargo, cualquier esfuerzo por encajar, donde no corresponde, un diminutivo o una repetición exagerada de superlativos, resultará artificioso y hasta sonará fuera de contexto, como una falsete en un coro musical, sobre todo, si se considera que el ritmo en la poesía nace de la misma elección de las palabras que engranan melódicamente en una composición poética; un recurso literario que aprecian mucho los infantes que se sienten atraídos por la musicalidad de la poesía.
Por último, y a modo de modesta recomendación, sugiero que en las escuelas se lea mucha más poesía, pero una poesía que de verás despierte el interés de los pequeños lectores y los acerque, sin intenciones didácticas ni moralizantes, a la magia de la palabra escrita, capaz de estimular su fantasía, mejorar su destreza lingüística y sentar las bases de su hábito de la lectura.