Por: Miguel A. Ramírez-López
Polonia y México compartieron algo esencial: la conciencia de que el arte visual no es un adorno, sino un modo de intervenir en la vida pública. Los polacos lo hicieron con ironía y ambigüedad frente a la censura del bloque soviético; los mexicanos, con símbolos populares y comunitarios frente a la desigualdad y la represión
En la Polonia de la posguerra, cuando los muros estaban saturados de consignas y símbolos oficiales, emergió una corriente visual que parecía contradictoria: el cartel como espacio de libertad. En un país sometido al realismo socialista, donde cada línea y cada color respondían a los dictados del régimen, un grupo de artistas decidió torcer el gesto. Usaron el mismo medio que el poder destinaba para difundir mensajes políticos, pero lo dotaron de ironía, ambigüedad y poesía. Así nació la llamada Escuela Polaca del Cartel, un movimiento que a partir de los años cincuenta y sesenta convirtió lo gráfico en un refugio metafórico.
Nombres como Henryk Tomaszewski, Jan Lenica, Waldemar Świerzy o Franciszek Starowieyski marcaron esta tradición. Sus carteles no se limitaban a anunciar una película o una obra de teatro: eran obras autónomas, cargadas de símbolos difíciles de reducir a una lectura oficial. Un ojo desmesurado podía sugerir tanto la vigilancia del Estado como la mirada interior; una mancha roja evocaba sangre, pasión o advertencia; un rostro deformado contenía tanto humor como tragedia. Lo que parecía publicidad cultural ermiguel angela, en realidad, una estrategia para decir lo indecible bajo censura.
La lección polaca radica en que la imagen, cuando se vuelve metáfora, se libera del yugo literal. Ahí donde la palabra era controlada, el cartel proponía enigmas. La poesía visual reemplazaba al eslogan, y en esa sustitución se jugaba una forma de resistencia cultural.
Ecos en México
Aunque las condiciones políticas no eran idénticas, México también encontró en la gráfica un lenguaje de rebeldía. Desde los Talleres de Gráfica Popular en los años treinta y cuarenta, la estampa y el cartel fueron vehículos de denuncia social: huelgas, luchas campesinas, solidaridad con la República española. Más tarde, durante la segunda mitad del siglo XX, la tradición del muralismo convivió con expresiones gráficas urbanas que, como en Polonia, apelaban a la metáfora.
El cartel cinematográfico mexicano de mediados del siglo XX, por ejemplo, no sólo cumplió funciones comerciales. Muchas veces introdujo imágenes alegóricas del México rural o urbano, conectando con la memoria popular. En los años setenta y ochenta, la gráfica política —particularmente en movimientos estudiantiles y sindicales— retomó esa herencia: siluetas de águilas negras, puños levantados, rostros abstractos que aludían a una multitud.
La frontera norte añadió otro matiz. En Chihuahua, Ciudad Juárez y Tijuana, la gráfica se tiñó de símbolos híbridos: calaveras, vírgenes, nopales, rifles. Un lenguaje de frontera que funcionaba como comentario social sobre la violencia, la migración y la identidad. Al igual que en Polonia, donde una simple figura sugería tanto la opresión como la esperanza, en México la metáfora visual fue el recurso para decir lo que la palabra escrita no podía en los periódicos o en los discursos oficiales.
El valor de la metáfora
La comparación entre la escuela polaca y la tradición mexicana de la gráfica revela un punto común: la desconfianza en el discurso literal. En sociedades marcadas por la censura —política o mediática— la metáfora se convierte en arma estética. Donde la consigna ordena obedecer, la imagen poética invita a interpretar. Donde el régimen exige silencio, la metáfora murmura en voz baja, pero de manera más persistente.
En la actualidad, cuando la cultura visual parece dominada por el exceso digital y la repetición de plantillas, recuperar esa lección resulta urgente. No se trata de nostalgia por un tiempo heroico de la gráfica, sino de entender que el cartel, incluso hoy, puede ser un espacio de resistencia. En la calle, en las redes, en los muros comunitarios, una imagen aún puede interpelar con más fuerza que un editorial.
México y Polonia: espejos distantes
Aunque distantes geográfica y culturalmente, Polonia y México compartieron algo esencial: la conciencia de que el arte visual no es un adorno, sino un modo de intervenir en la vida pública. Los polacos lo hicieron con ironía y ambigüedad frente a la censura del bloque soviético; los mexicanos, con símbolos populares y comunitarios frente a la desigualdad y la represión.
Ambas tradiciones coinciden en recordarnos que el cartel no sólo anuncia, también revela. No sólo decora, también cuestiona. Y que la metáfora, lejos de ser un escape de la realidad, es quizá la forma más lúcida de enfrentarla.
F∴F∴ Finem Facimus
***
Miguel A. Ramírez-López es escritor, ensayista, docente y reportero. Estudió Arqueología en la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, donde se especializó en temas de mitología, pensamiento mágico y religiones comparadas. Asimismo, trata temas de poder, cultura y sociedad en tiempos del capitalismo de vigilancia/aceleracionismo/antropoceno. Una de sus pasiones estriba en el aprendizaje de idiomas y la traducción literaria. Ha publicado los libros Cuando
los adolescentes… Voces chihuahuenses sobre violencia, valores y esperanza por Umbral A.C. (2012) y HÜZÜN. Cuentos, relatos y garabatos por el Programa Editorial Chihuahua (2024).
Fuente de la información e imagen: https://laverdadjuarez.com






Users Today : 3
Total Users : 35471516
Views Today : 6
Total views : 3569043
I was very pleased to find this web-site.I wanted to thanks for your time for this wonderful read!! I definitely enjoying every little bit of it and I have you bookmarked to check out new stuff you blog post.