Por: Farid Kahhat.
En una investigación reciente («Rising morbidity and mortality in midlife among white non-Hispanic Americans in the 21st century»), Angus Deaton (Nobel de Economía en 2015) y Anne Case realizan un hallazgo escalofriante. Desde hace décadas las tasas de mortalidad se vienen reduciendo para todos los estratos sociales de todos los países desarrollados, con una sola excepción: los blancos no hispanos entre 45 y 54 años de edad sin educación superior en los Estados Unidos. Para ese grupo las tasas de mortalidad se vienen incrementando desde 1999.
Al indagar por las causas inmediatas de esa aparente anomalía, Deaton y Case encuentran que estas son el suicidio, el alcoholismo, y la sobredosis de drogas lícitas e ilícitas. Lo cual da cuenta de alrededor de medio millón de muertes adicionales a las que habrían tenido lugar de mantenerse las tendencias que prevalecían hasta fines del siglo XX. Al cotejar sus tasas de morbilidad, Deaton y Case encuentran además que el grupo en cuestión presenta una alta incidencia de problemas de salud física y mental.
El populismo conservador de Trump yerra, sin embargo, al atribuir la mayor parte de los problemas de la sociedad estadounidense a los inmigrantes. Quienes estudian el tema coinciden en que estos ni reducen el número de trabajos de baja calificación disponibles para la población local, ni reducen el nivel remunerativo para esos trabajos.
Al buscar posibles causas estructurales para esa tendencia, encuentran que la tasa de desempleo para ese grupo es mayor que el promedio, pero no necesariamente mayor que el de algunas minorías étnicas. Pero encuentran otro indicador económico que es aún más significativo: en algunas regiones del país, hasta 45% de sus integrantes no forman parte de la fuerza laboral. Es decir, no califican ya como desempleados simplemente porque, cansados de hacerlo en forma infructuosa, dejaron de buscar trabajo.
En una entrevista posterior, Anne Case sugirió que ese podía ser el punto clave de la cuestión. Durante décadas haber finalizado la educación escolar bastaba para obtener un trabajo con paga aceptable, beneficios laborales y perspectiva de permanencia a largo plazo: eso ha dejado de ser cierto, y por ende la narrativa que sustentaba sus expectativas de vida ha colapsado. De allí que, según Fareed Zakaria, la variable con mayor capacidad para predecir la probabilidad de que un blanco no hispano vote por Donald Trump sea la carencia de un título de educación superior.
Como es habitual, el discurso populista encuentra terreno propicio en problemas reales. A su vez, el problema con el populismo no es que los males a los que apela para obtener respaldo no sean reales, es más bien que para afrontar esos males prefiere buscar responsables antes que soluciones. A veces esa atribución de responsabilidad es acertada. Por ejemplo, tanto Bernie Sanders como Donald Trump coincidían en atribuir parte de la responsabilidad por esos males a las élites políticas y económicas. Eso en un país en el cual la desigualdad en la distribución del ingreso creció entre 1979 y 2014, y en el que ciertas investigaciones sugieren que ello se debe menos a méritos personales que a influencia política (por ejemplo el libro “Affluence and Influence”, de Martin Gilens).
El populismo conservador de Trump yerra, sin embargo, al atribuir la mayor parte de los problemas de la sociedad estadounidense a los inmigrantes. Quienes estudian el tema coinciden en que estos ni reducen el número de trabajos de baja calificación disponibles para la población local, ni reducen el nivel remunerativo para esos trabajos. También tienden a coincidir en que los inmigrantes no son más proclives que la población local a cometer actos de violencia política o delincuencial.
Fuente:http://www.americaeconomia.com/analisis-opinion/donald-trump-y-los-blancos-no-hispanos
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