Por Maricarmen Rodríguez Salvador*
En 2008, el CONEVAL señaló que 12.1 millones de jóvenes se encontraban en condiciones de vulnerabilidad social; de estos un 67.4% se ubicaba en el estado de Guerrero. Por su parte, en 2013, el Instituto Mexicano de la Juventud presentó un diagnóstico que arrojó que en 2010, 7.8 millones de jóvenes de entre 12 a 29 años –dos de cada diez– no estudiaban ni trabajaban; en 2012 la cifra disminuyó a 7.1 millones. En ese diagnóstico también se menciona que la mayor concentración de estos jóvenes, el 25.8%, se ubica en estados del sur-sureste como Campeche, Chiapas y Guerrero, por mencionar algunos.
Si bien en ocasiones las oportunidades educativas y laborales se encuentran condicionadas tanto por las particularidades de los diversos contextos socio-demográficos y económicos, cabe destacar que, en el caso mexicano, la creación y diversificación de Instituciones de Educación Superior (IES), principalmente de corte tecnológico, ha obedecido a diversas necesidades de tiempo y contexto. La primera de ellas fue el Instituto Politécnico Nacional, que se creó en 1936 como parte del proceso de industrialización del país y representó una alternativa educativa para todos los sectores de la sociedad, principalmente para los menos favorecidos; una década más tarde, en 1948, surgen los Institutos Tecnológicos con la misma finalidad. Para la década de los años noventa se crean las Universidades Tecnológicas y, en la primera década de este siglo, las Universidades Politécnicas.
A pesar de que dichas instituciones representan para las juventudes una oportunidad de movilidad educativa, no necesariamente garantizan una salida ocupacional, pues algunas de ellas están desarticuladas del contexto socio-laboral regional o nacional. Más aún, México es un país precario en lo referente al desarrollo de tecnología e infraestructura de punta; de hecho, históricamente, se ha dedicado a la industria manufacturera, principalmente formada por maquiladoras de exportación (INEGI, 2015). Es decir, es un país que reenvía las importaciones al exterior y no cuenta con bienes de capital fijo, por lo que recurre a países desarrolladores de tecnología como Estados Unidos, Alemania, Japón, India y Corea. Pensemos en la fragilidad de esta dependencia económica, tomando como ejemplo el reciente anuncio de la cancelación de una planta de la Ford en San Luis Potosí, con las respectivas repercusiones para la zona y para el país en general ante lo que será una nueva realidad mundial con el ascenso al poder de Donald Trump.
Con base en lo anterior cabe preguntarnos ¿qué expectativas laborales construyen los jóvenes que estudian carreras tecnológicas en contextos socio-laborales y educativos desiguales, en un país maquilador y ensamblador? ¿Quién y cómo se abren sus horizontes? La respuesta a estas preguntas se ilustra en la investigación sobre expectativas de estudiantes de primer año (Rodríguez S., 2015, pp. 12) de las carreras de Ingeniería en Informática del Instituto Tecnológico de Iguala (ITI) y de la Ingeniería en Telemática de la Universidad Politécnica del Estado de Guerrero (UPEG), ambas ubicadas en un contexto socio-laboral complejo en la Región Norte del Estado de Guerrero.
La región se ubica en una de las seis entidades más pobres de México, después de Chiapas y Oaxaca (CONEVAL, 2010). Entre los rasgos de desigualdad que la caracterizan, se encontró que tanto la oferta laboral como la educativa (media superior y superior) se concentran en dos de sus 16 municipios: Iguala de la Independencia y Taxco de Alarcón. En ambos lugares las oportunidades laborales son escasas, principalmente en lo que refiere a las telecomunicaciones y a las ciencias informáticas. Se advierte además que, tanto en la entidad como en la región, el desarrollo del sector cuaternario aún es bajo (INEGI, 2010; Alarcón, 2010). Las principales actividades laborales se encuentran en los sectores agroindustrial, metalúrgico y turístico. Cabe agregar que en los últimos años la presencia del narcotráfico y del crimen organizado se ha agudizado.
Pese a las dificultades de dicho contexto, para los jóvenes guerrerenses y sus familias la educación superior representa un medio que posibilita un cambio en sus condiciones de vida y el acceso al campo laboral profesional. También, la institución educativa influye en la construcción de expectativas, aunque de manera asimétrica, de acuerdo con el modelo educativo y las características académicas en las que se encuentren estudiando los jóvenes. Por ejemplo, en el ITI, por lo menos hasta el año 2013, diversas autoridades educativas del plantel consideraban que no era necesario ampliar los horizontes de los estudiantes debido a la incertidumbre sobre su futuro en un contexto de inseguridad, narcotráfico, violencia y escasez de oportunidades laborales. Entre los resultados se observó que la mayor parte de los estudiantes tenía expectativas laborales generales –estos estudiantes resultaron ser los primeros de su familia de origen en llegar a la educación superior– sólo tenían el deseo y la certeza de que al egresar encontrarían empleo relacionado con su carrera, aunque no tenían idea de qué actividad desempeñarían ni en dónde lo harían. También se detectó que en una cuarta parte de estudiantes sus expectativas laborales tenían como base la experiencia de familiares que laboran en sectores públicos o privados. Habrá que revisar cuando concluyan en dónde se insertan.
En el caso de la UPEG se encontró que las expectativas laborales de los estudiantes eran ambiciosas y reflejaban contribución institucional. Se observó la expectativa de ingresar a empresas vinculadas con la UPEG –como TELMEX y CFE–, o de formar la primera empresa en telecomunicaciones de la región. Sin embargo, dichas expectativas tienen poca relación con la realidad objetiva por las dificultades y el bajo desarrollo del contexto socio-laboral de la región. En este segundo caso, pese a que tanto autoridades educativas y planta docente conocían las dificultades a las que se enfrentarían los estudiantes, justificaban su empeño por ampliar los horizontes académicos, laborales o profesionales.
Para concluir, a pesar de que existe una diferenciación en la contribución de las IES y su vinculación con las empresas para la construcción de expectativas laborales de los estudiantes, ambas instituciones se aferran en promover e interiorizar en los estudiantes que la responsabilidad de acceder al mercado laboral y de colocarse son un compromiso individual, con lo que se deslinda a la institución y al Estado de generar condiciones que permitan el logro y la materialización de las expectativas laborales. Los resultados de este estudio –aunque se refieren al estado de Guerrero– pueden ser considerados para otros contextos con similares problemas de marginación y que cuentan con instituciones de educación superior de este tipo: institutos tecnológicos y universidades politécnicas. Asimismo, es necesario preguntarse por el futuro de los jóvenes que ingresan a estas instituciones y las posibilidades laborales que tendrán y en última instancia, cuestionar desde luego, el modelo de desarrollo que se está impulsando en México.
*Asistente de investigación en el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.
Texto publicado originalmente en el Blog de Educación de Nexos.**
Fuente:w w.educacionfutura.org/educacion-superior-tecnologica-alcances-y-limitaciones-el-caso-de-guerrero/