El derecho a la educación como posibilidad hacia otros derechos

Por Pedro Badía

Hoy, gran parte de los niños y niñas no escolarizadas viven en zonas afectadas por los conflictos. La crisis de los refugiados, también provocada por las políticas inmorales de la UE, ha puesto al descubierto el enorme tránsito de menores, en la mayoría de los casos dejados a su suerte, que están pendientes de atención y protección o desaparecidos. No solo es la alta proporción de menores que llegan hasta las fronteras de la UE, es que en los campos de refugiados de Turquía, Líbano o Jordania, donde se contabilizan ya más de cinco millones de personas, una gran mayoría son menores de edad: niños y niñas, jóvenes sin futuro, condenados a la marginación y la violencia.

La educación, es una apuesta de futuro, para que millones de personas mantengan la esperanza en situaciones de conflicto, de emergencia y de post-conflicto. La población más desfavorecida encuentra solo en la educación el espacio para vivir y disfrutar de la riqueza cultural y del conocimiento. Precisamos de la educación como instrumento para la intervención social y la recuperación temprana de niños, niñas y jóvenes. La educación adquiere un papel relevante para desarmar el odio, aunque tantos otros se encarguen de deshacer a diario lo que día a día maestros y maestras se afanan, incansablemente, en construir y transformar

Necesitamos una agenda común para reflexionar sobre el sentido de la educación y de la escuela pública, sobre la importancia del papel del profesorado y sobre la recuperación de la inversión internacional y nacional. Y que afronte los retos que se derivan de esa reflexión.

Necesitamos inversión, lo que significa revertir los duros recortes que se están llevando a cabo en muchos países del mundo. En España, por ejemplo, se han convertido en estructurales, mediante leyes, y bajo el paraguas argumental de la crisis. Hay que recuperar el 0,7% del PIB para la cooperación al desarrollo. Hay que activar políticas para condonar deuda a países en vías de desarrollo por inversión en proyectos educativos. Y hay que fijarse a medio plazo la meta del 6% del PIB nacional para educación.

Hablar del sentido de la educación significa promover la escuela pública y la diversidad cultural. La gestión de la diversidad cultural es altamente compleja, de ella depende favorecer la convivencia intercultural o entorpecerla y alimentar un discurso del odio. Integrar esa dimensión intercultural de la educación en el diseño curricular, ampliando el modelo de currículo escolar antirracista de Miguel Ángel Essomba por un modelo anti odio, en la propia organización escolar, en la metodología de aula y la propia profesión docente: pensar en un proyecto de centro comunitario, de éxito escolar personal y social, pedagógico, cultural y ético.

Significa, también, reafirmar la visión y la voluntad política, que se reflejan en los numerosos tratados de derechos humanos internacionales y regionales, en los que se establece el derecho a la educación, y su estrecha relación, con otros derechos humanos.

La educación, entendida como el principal motor para la consecución de los objetivos para un desarrollo sostenible y para transformar el discurso del odio. La Declaración de Incheon (1), señala que necesitamos una visión global inspirada “en una concepción humanista de la educación y del desarrollo basada en los derechos humanos y la dignidad, la justicia social, la inclusión, la protección, la diversidad cultural, lingüística y étnica, y la responsabilidad y rendición de cuentas compartidas.”

La educación es un derecho fundamental que hace posible la realización de otros derechos cuyos ejes son la inclusión y la equidad, lo que significa que ninguna meta educativa se debe considerar lograda si no se ha conseguido el éxito escolar para todos y todas.

El antropólogo nigeriano John Ogbu señalaba que, aunque la batalla se desarrolle en el aula, su origen estaba fuera. Debemos intentar optimizar la influencia de la escuela en la sociedad y de esta en la escuela, desmontando el discurso del odio y la discriminación, convirtiendo a la educación pública en la herramienta más importante, para construir el bienestar de las sociedades. El sociólogo Pablo Gentili, ha escrito al respecto que: “La educación debe transformarse en una oportunidad para comprender el mundo en que vivimos y ayudarnos a construirlo sobre los principios de la solidaridad, la igualdad y la más radical defensa de los derechos humanos, la paz y la justicia social”. Y, en palabras inspiradas en Paulo Freire, añade que “la educación no cambia el mundo, la educación cambia a las personas, y son ellas las que harán del mundo un lugar más digno y acogedor. La educación es el espacio, la plataforma, la cuna donde se gestan la esperanza y la utopía que brindan energías a nuestra lucha por sociedades donde el ser humano sea algo más que un valor de cambio y el conocimiento un bien común del que todos y todas puedan apropiarse”.

No solo es muy importante reformular el sentido de la educación. En palabras de Francesc Carbonell y Danilo Martuccelli, 2009, (2) (Guillén, febrero, 2012) “urge la reconversión del oficio de educar, por una clara motivación ética, puesto que una práctica educativa reproductora de la inequidad es, por sí misma, una contradicción moral: la educación debe precisamente, formar una ciudadanía libre y crítica y favorecer la realización individual y colectiva de personas y comunidades. Y estas premisas no son posibles a través de prácticas educativas que reproduzcan y consoliden las situaciones de injusticia social existentes”.

En este sentido, la reconstrucción de la profesión docente es un reto de gran importancia, por el momento en que se encuentra. Por un lado, son muchas las investigaciones que indican el impacto de la calidad de las y los docentes en el éxito escolar de niños y niñas y en la calidad de la educación. Por otro lado, se adoptan medidas y decisiones políticas, tanto en el ámbito internacional, como en el nacional, que están provocando la precariedad laboral, la proletarización de la profesión docente, la desmoralización del colectivo y la debilitación de los saberes profesionales. La construcción de la profesión docente es una tarea permanente que, en la actualidad, se desenvuelve en un escenario inestable y decididamente complejo.

Necesitamos políticas que protejan y velen por la profesión docente. Un profesorado debidamente contratado, con buena formación pedagógica y sensibilización social, motivados y apoyados por las políticas educativas con recursos suficientes. Y concienciado sobre la importancia ética y social que tiene su profesión.

Los y las docentes adquieren un papel relevante para hacer posible que los derechos de los niños y las niñas sean una realidad vivida. Capaces de activar ese “efecto mariposa” definido por el meteorólogo Edward Loren, en su teoría del caos, donde cada acción es importante por insignificante que parezca, pues puede provocar una reacción en cadena en cada persona que conocemos, en cada escuela, en cada niño y cada niña, etc. Como “el simple aleteo de una mariposa”.

(1) La Declaración de Incheon, República de Corea mayo de 2015, Educación 2030: hacia una educación inclusiva y equitativa de calidad y un aprendizaje a lo largo de la vida para todos y todas.

(2) Citados por Pep Gratacós i Guillén, enCuadernos de Pedagogía nº 420, febrero 2012, p.51

Pedro Badía, Presidente de la Fundación Investigación, Desarrollo de Estudios y Actuaciones Sociales (FIDEAS)

Fuente:

Imagen: e02-expansion.uecdn.es/assets/multimedia/imagenes/2016/05/27/14643454545428.jpg

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Pedro Badía

Corresponsal del portal español El diario de la Educación.