Por: Marcel Arvea Damián
Preámbulo
La educación es el proceso de humanización generado en las relaciones sociales que personas y culturas establecen entre sí en el escenario del mundo y de la vida. De ser esto cierto, la educación es un tipo específico de relación que permite desarrollarnos y humanizarnos durante dicho proceso; es decir, relaciones por las cuales nos hacemos más y mejores seres humanos.
Puede decirse entonces que la educación es un proceso permanente e inacabado por medio del cual, el homo sapiens sapiens (ser natural-biológico), se hace y constituye como un ser humano único y singular (ser cultural-histórico), incomparable e irrepetible; con identidad, historia y conciencia.
Al nacer, no nacemos estrictamente humanos. Nacemos con Derechos Humanos, somos reconocidos como seres humanos pero aún no somos propiamente humanos. Por ello afirmamos que la educación es precisamente el proceso por el cual nos humanizamos; se trata de una relación humana muy particular, una relación entre personas que se desarrollan y humanizan entre sí condicionadas por el mundo de la vida.
Ser humano significa también ser persona; y ser persona es desarrollar una identidad propia de acuerdo a las relaciones que mantenemos con otras personas, en sus identidades particulares y singulares y en las relaciones humanas y sociales.
Al educarnos necesariamente nos relacionamos; por ello, el tipo de educación es siempre dependiente del tipo de relaciones que dinamizan los procesos educativos. Si la relación humana que abastece la relación pedagógica es injusta y autoritaria, la educación por fuerza también lo será. Si la educación, como relación humana, respeta la libertad y dignidad de las personas, la educación será para la libertad y en la dignidad humana.
La educación es entonces una relación de comunicación, pero no de una comunicación cualquiera que hace “comunicados” empaquetados en contenidos de aprendizaje abstractos y desligados del mundo de la vida; es decir, de la realidad que nos condiciona. Todo lo contrario: se trata de una educación que nace y regenera en la intercomunicación humana, pues la intercomunicación es la verdadera comunicación.
Esta intercomunicación entre personas, entre seres humanos que coinciden en la historia del mundo y de la vida, sólo es posible gracias al diálogo. El diálogo es la existencia misma y por ello se comprende como acción de vida. Dialéctica que da significado y sentido a la vida misma, a nuestra existencia humana.
El diálogo es entonces pronunciación de la palabra libre y verdadera, palabra humana con la cual reinventamos y recreamos el mundo de la vida. El diálogo se convierte así en el encuentro de dos o más seres humanos; dos o más historias, identidades y conciencias que desde su libertad y dignidad, desde su propio ser, expresan su sentir y pensar con el ánimo de humanizar sus particulares y respectivas existencias. El diálogo es acción reflexión (praxis dialéctica) del ser humano en el mundo de la vida.
La palabra que hace posible el diálogo es entonces acción reflexión, praxis de humanización. Lo cierto es que la palabra hace posible la educación y no hay educación sin la participación privilegiada de la palabra. Por esta razón, la educación es siempre dependiente del significado e intencionalidad de la palabra. Si la palabra en la educación es secuestrada y monopolizada por el discurso magistral, negada la palabra al alumnado, la educación será inevitablemente autoritaria y opresora, injusta e inhumana.
Si la instrucción que impone el Capital y el Estado, instrumentada inconscientemente por el magisterio, es una instrucción opresora que reproduce la injusta desigualdad y contradicción social de la cual el magisterio también es víctima; no queda otra alternativa que liberarnos de dicha imposición para crear y concretar nuestra propia educación. Esa es la alternativa de la Educación Liberadora: crear y concretar nuestra propia educación.
La educación siempre ha sido hecha por otros, para nosotros; nunca de nosotros, nunca por nosotros, nunca ha sido nuestra.
Con todo, la educación alternativa no debe ser cualquiera otra educación sino la mejor educación, y la mejor educación será siempre la nuestra.
Una verdadera educación tiene por fuerza que ser nuestra, hecha por nosotros, dinamizada por nosotros, al servicio del pueblo.
Ante semejante situación, el ejercicio práctico de la Educación Liberadora abastece sus raíces y fundamentos en los siguientes referentes de análisis:
Popular. La Educación Liberadora es Educación Popular por su esencia política, por ser formación de la militancia política y pedagógica del magisterio: acción político-cultural para la libertad.
La educación es necesariamente política por ser humana y porque el ser humano es un ser político (zoo politikón). Negar el carácter político de la educación es negar el fundamento humano de la educación misma, pues la educación, siendo relación humana, es por fuerza también relación política, una relación que incluye el poder y genera eventualmente resistencia.
La Educación Popular es acción política porque organiza el poder participativamente, democráticamente; es igualmente acción cultural porque reconoce y se abastece de la riqueza histórica, natural y material del pueblo. Por ello mismo, la Educación Popular es una educación en permanente resistencia activa; con capacidad de acción, reacción y proacción.
La Educación Liberadora es ante todo Educación Popular porque reconoce la esencia política de la relación educativa.
Problematizadora. La instrucción escolarizada concibe la realidad del mundo como dada y determinada, ajena a nuestra voluntad y capacidad de acción y transformación.
Una instrucción que concibe la realidad acabada y petrificada será por fuerza repetitiva y monótona. Instrucción siempre enferma y en fase terminal; su movimiento —si acaso existe—, es perpetuo, monótono y repetitivo; en pocas palabras una instrucción burocratizada, aburrida y pasiva. Capacitación domesticadora paralizada de miedo que bosteza ante el carácter inexorable de su fatal destino. Escolarización dogmática e insensible que maniata, reprime y sabotea el desarrollo humano y social.
En cambio, la Educación Liberadora comprende la realidad como dinámica y compleja, puesta allí delante nuestro como un problema para ser resuelto, para aprender y aprehenderlo, interviniendo para transformarlo y humanizarlo. Por ello, la Educación Liberadora problematiza la realidad humana que condiciona el mundo de la vida, pues la realidad, que es la vida misma —como dice Freire—, nunca está determinada sino siempre está condicionada.
En pocas palabras podemos decir que la realidad y la vida no son fenómenos inamovibles sometidos a la ruleta del destino; todo lo contrario: la realidad que nos condiciona no es casual sino creación humana, hecha por personas y que las personas podemos y debemos a cambiar.
Concienciadora. La Educación Liberadora dinamiza la conciencia en la acción reflexión, en praxis humana para la transformación del mundo. Se puede decir que la concienciación es la acción ética de la conciencia en el mundo de la vida, para transformarlo, para humanizarlo.
Se trata de un desarrollo cualitativo de la conciencia que permite generar posibilidades potenciales para dinamizar una educación desde la identidad y autonomía, una educación capaz de pensarse y perfeccionarse a sí misma.
La concienciación es más que conciencia crítica; en todo caso, podría decirse que la concienciación es la acción de la conciencia autocrítica y por eso mismo es praxis ética de liberación.
Creativa. La Educación Liberadora anima la creatividad intrínseca al ser humano. Es una educación que imagina, duda y pregunta; una educación curiosa que siempre pone manos a la obra con lo poco que el mundo le ofrece.
La Educación Liberadora es creativa y por ello mismo reinventa y recrea el mundo de la vida.
Derechos Humanos. La Educación Liberadora es una educación que respeta la dignidad y libertad de las personas. Se trata de una educación que anima y alienta la comprensión y el respeto irrestricto a la identidad y diferencia humana.
Una educación que siempre actúa conforme al “interés principal del niño”; amándoles, respetándoles, privilegiándoles…
Educadoras y educadores. Las educadores y educadores son seres humanos responsables de humanizar y animar el proceso de desarrollo de las personas y de sí mismos a partir del ejercicio consciente, libre y práctico de su vocación profesional, lo cual implica por fuerza el reconocimiento de las facultades potenciales de desarrollo y de las específicas necesidades de aprendizaje de sus educandas y educandos.
Las educadoras y educadores están obligados a fomentar la intercomunicación humana, desde el diálogo, existencializando la relación humana intrínseca al proceso educativo.
Las educadoras y educadores son representantes del pueblo y poseen y ejercitan su orientación y militancia política y pedagógica orientados conforme a los intereses del pueblo. El trabajo político y pedagógico de las educadoras y educadores se concentra en el desarrollo pleno e integral de la persona, lo cual implica reconocernos como personas sin importar las particularidades que nos condicionan y diferencian. De este modo, las educadoras y educadores del pueblo no sólo enseñan sino principalmente aprenden, al igual que sus educandas y educandos, quienes no sólo aprenden sino también enseñan a su educadora o educador.
Las educadoras y educadores no transfieren conocimientos empaquetados en contenidos de aprendizaje; en su lugar crean las condiciones necesarias para la generación y experimentación del conocimiento conforme a las necesidades e intereses particulares de quienes son protagonistas de la acción educativa; es decir, de sus educandas y educandos.
Las educadoras y educadores son responsables de generar el diálogo y animar la creación y concreción comunitaria del aprendizaje y conocimiento; es decir, del desarrollo integral y pleno de las personas, pues las educadoras y educadores aprenden y enseñan creando y concretando el conocimiento en la práctica educativa, sistematizando experiencias, perfeccionándose siempre en el ejercicio responsable de su vocación y práctica educativa, de su formación humana y profesional.
Educandas y educandos. Las educandas y educandos son seres humanos con libertad y dignidad, con derecho al desarrollo y posibilidad de trascendencia. Las educandas y educandos tienen derecho y facultad para ejercer su libertad a plenitud, ya sea de palabra, pensamiento, organización, asociación, etc., y de participar activamente en la toma de decisiones que directamente les incumben.
Las educandas y educandas son seres humanos inconclusos e inacabados que se relacionan comunitariamente entre sí para alentar el desarrollo pleno, integral y potencial de sus personas. Las educandas y educandos, por ello mismo, son el centro de interés del acto educativo.
Las educandas y educandos son personas creativas que exigen respeto incondicional al derecho que les asiste de ser diferentes y permanecer en ello si así lo desean y no perjudiquen a otras personas; es decir, las educandas y educandos deben ser respetados en su identidad, unicidad, singularidad y diferencia.
Las educandas y educandos son seres humanos curiosos, cuestionadores, críticos, creativos, irrepetibles, incomparables, responsables de su propia educación.
Aprendizaje. La Educación Liberadora comprende el aprendizaje como el proceso de aprehensión comunitaria de la realidad de la vida para alentar el desarrollo pleno e integral del ser humano. El aprendizaje puede ser intencionado y significado comunitariamente para alentar el desarrollo humano y social; este es el principio epistemológico de la Educación Liberadora y Popular.
El aprendizaje comunitario es entonces el motor que dinamiza el desarrollo humano y social, pues no hay desarrollo sin aprendizaje ni aprendizaje sin desarrollo. Es decir, aprendizaje y desarrollo se influyen dialécticamente.
Enseñanza. Enseñar es la responsabilidad de alentar plenamente el proceso de desarrollo humano y social a partir del reconocimiento de la libertad y dignidad de las personas, de las facultades y potencialidades que les asisten y de las limitaciones que les condicionan.
La enseñanza implica dinamizar los procesos y recursos necesarios para la generación comunitaria del conocimiento conforme a la realidad que condiciona la vida y existencia de las personas que participan en ella; es decir, del grupo de aprendizaje. Así, desde el diálogo —que es su metodología—, anima el proceso educativo fomentando la identidad, reconociendo su historia, respetando sus derechos, alentando su cultura. Animando su autonomía, independencia y libertad.
Evaluación. Evaluar significa incorporar la experiencia al proceso de aprendizaje, la evaluación permite perfeccionar el proceso educativo y argumentar los proyectos de planeación y acción futura. Por ello, la Educación Liberadora no evalúa personas ni conductas, sino evalúa procesos de aprendizaje y desarrollo.
Como dice Paulo Freire: no es A (docente) quien evalúa a B (alumnas y alumnos), sino son A y B (docentes y alumnado) quienes evalúan a C (proceso educativo).
El ser humano es un ser inconcluso, indeterminado y educable
La Educación Liberadora reconoce al ser humano como un ser inconcluso e inacabado, nunca determinado pero siempre condicionado.
Gracias a que somos seres humanos inconclusos e inacabados, indeterminados y condicionados, es que podemos crear y recrearnos en la educación; es decir: somos capaces de crear el proceso de nuestra propia humanización. Porque la educación es precisamente eso: el proceso por el cual nos hacemos más y mejores seres humanos.
Sin duda, esto implica reconocer la posibilidad de crear un nuevo ser humano; mujeres y hombres libres y dignos, críticos y creativos, trasformadores de su realidad y mundo.
La Educación Liberadora es desde su origen una relación humana que implica un encuentro de rostros y miradas, de libertades e identidades, de historias y conciencias. Por eso nadie educa a nadie ni nade se educa en soledad; mujeres y hombres nos educamos en comunidad condicionados por el mundo.
Si la educación es una relación humana es también, por necesidad, una relación política que por sí misma niega la neutralidad. Nadie puede negar la politicidad de la educación. Lo cierto es que la educación nunca ha sido ni podrá ser neutral. Nuestro actuar como maestras y maestros, por ejemplo, puede ser inconsciente o inconsecuente, pero nunca apolítico, mucho menos neutral.
La Educación Liberadora no puede sino afirmar y confirmar el carácter político de la educación y por eso siempre organiza y distribuye el poder de manera justa, equitativa y democrática. Por lo tanto, la Educación Liberadora necesita siempre reflexionar la realidad social que condiciona la práctica educativa e implica también, paralelamente, el análisis crítico de la ideología que subyace a planes y programas de estudios y a sus metodologías cerradas e instrumentales; pero sobre todo, la Educación Liberadora demanda crítica y autocrítica de la práctica docente.
La Educación Liberadora aprende principalmente de la reflexión autocrítica de su práctica, del análisis crítico de la realidad social y cultural que condiciona el acto educativo. Primero el contexto y luego el texto; primero el mundo de la vida y después las letras, los números, las fórmulas….
En resumen: puede decirse hasta aquí que la Educación Liberadora es una relación organizada intencionalmente para ser más y mejores seres humanos, sólo posible entre personas libres, responsables y conscientes de su historia y circunstancia. Una relación política, dialéctica y dialógica que existencializa la vida y produce conocimiento para transformar y humanizar la realidad y el mundo. Relación ética, humana, que se organiza en comunidad para luchar por una vida más humana y digna, más libre y justa. Una educación para la libertad.
No existe formación docente sin formación humana
La formación docente debe pasar previa y necesariamente por una formación humana que le ofrezca sentido y razón de ser. Sin formación humana, la formación docente se convierte en un compendio de técnicas y malabares instrumentales que terminan inevitablemente en el bostezo escolar de todos los días.
Necesitamos privilegiar la formación humana en nuestra formación docente pues antes que ser docentes (maestras, profesores, coordinadoras, monitores, tutores, educadoras, etc.), somos humanos y nos relacionamos con otros seres humanos. Éste y no otro debe ser el argumento primero y principal de la formación docente necesaria a la Educación Liberadora: seres humanos en relación educativa con otros seres humanos.
Por humano comprendemos un horizonte, un proceso inconcluso, indeterminado e inacabado que supone siempre una separación y una superación cualitativa del sustrato biológico que nos condiciona como homo sapiens sapiens. Lo humano es trascendente al sustrato biológico de nuestros impulsos primitivos y orgánicos que, como primates, como mujeres y hombres, como seres biológicos y naturales también nos condicionan. Esto es: lo humano como proceso consiste en la separación progresiva del individuo y la especie del mundo natural, para trascenderlo en mundo cultural; por lo tanto, lo humano puede comprenderse como un proceso de perfeccionamiento y especialización, de desarrollo y complejización del individuo y la especie a partir de las relaciones que mantienen con otros seres humanos, consigo mismo y con el mundo. Lo humano no existe por sí mismo, es necesario crearlo…
Atendiendo este aspecto primero y principal de la Educación Liberadora podremos comprender mejor que la formación humana, como elemento sustantivo del desarrollo, implica un mejoramiento respecto a un estado anterior. Entonces, la formación docente necesaria a la Educación Liberadora debe ser producto de una relación humana organizada y dinamizada conforme a los valores, principios y derechos inalienables e intrínsecos de la persona; es decir, una relación humana que respeta principal e incondicionalmente la libertad y dignidad de las personas.
Son justamente estos valores, principios y derechos aplicados a la práctica educativa quienes configuran la expresión más pura y plena de la Educación Liberadora, pues comprende al ser humano como inconcluso e inacabado, con derecho al desarrollo y posibilidad de trascendencia: el ser humano tiene derecho y puede ser más; el ser humano tiene derecho y puede ser mejor.
Formación docente e intercambio cultural
El concepto “docente” se comprende a partir del ejercicio de su práctica. Sin embargo, a pesar de las diferentes interpretaciones y percepciones de la noción “docente”, ésta puede ser caracterizada por sus elementos primarios y sustantivos.
Ser docente es una actividad humana que compete exclusivamente a personas adultas en su relación con las generaciones que advienen. La docencia es igualmente un trabajo remunerado e institucionalizado que demanda algún tipo de acreditación y certificación sujeta a algún tipo de reconocimiento para el ejercicio de su práctica. La docencia es en consecuencia una función social y laboral (técnica, instrumental, emancipadora, etc.), con carga ideológica que por sí misma niega la neutralidad. Puede decirse que la docencia es una actividad humana que implica un proceso global, escolarizado, condicionado a factores internos y externos, endógenos y exógenos, que regulan el intercambio cultural intrínseco al proceso educativo.
La participación de docentes en el intercambio cultural está controlada por un currículum que por lo general se reproduce fielmente y sin modificación alguna. La docencia también integra en el intercambio cultural saberes propios, conocimientos, habilidades, valores y experiencias; pero también ejerce violencia, discriminación, autoritarismo, etc.
En estricto sentido, la formación docente puede ser creativa o reproductora. La formación docente creativa puede reconocerse a partir de su vocación y capacidad de transformación, pues busca siempre responder activamente, innovadoramente, a las necesidades de una realidad educativa que por eso mismo pasa a ser objetiva y concreta, sujeta a cambio y desarrollo.
Eso sólo es posible si consideramos que la formación docente es siempre permanente en el ejercicio y reflexión de su práctica. Gracias a la reflexión de la práctica, a la acción-reflexión, la praxis, la formación docente adquiere capacidad creativa y transformadora.
Hasta aquí puede decirse que la formación docente no es acto acabado ni hecho consumado sino un proceso permanente e inacabado, crítico y autocrítico, de intercambio cultural para la transformación humana y social desde la praxis misma (acción-reflexión, palabra), la cual sólo logra su propósito cuando alcanza la transformación de la realidad social.
Vocación y práctica de la Educación Liberadora
Es por eso que nunca como ahora la vocación y práctica docente requiere crítica y autocrítica.
Entrampada en el desamparo de la educación privada o ahogada en el fango burocrático de la educación pública, sumida en ambos casos en un desencanto total, la vocación y práctica docente no debe ignorar por más tiempo la responsabilidad social que históricamente les condiciona y desafía. El obstáculo principal que enfrentamos como magisterio no ha sido otro que restringir la acción educativa a las fronteras y límites que el sistema escolarizado permite, a la subordinación ciega a la normatividad, al verticalismo y autoritarismo de los procedimientos escolarizantes.
La reflexión sobre la vocación docente y la práctica educativa debe necesariamente partir del compromiso histórico que condiciona nuestro actuar. Educación ya no asimiladora ni reproductora de ideologías muertas y sistemas cerrados de pensamiento perpetuo; sino educación transformadora de nuestras condiciones materiales y espirituales de vida y existencia.
Paulo Freire pensó que esto es posible siempre y cuando la educación sea considerada acción política y cultural para la libertad. Esta otra educación que abreva en la cultura e identidad del pueblo se define a sí misma como Educación Popular. Ya no educación pública o privada, ya no educación de Estado, sino educación política: una Educación Popular.
El argumento que distingue a la Educación Liberadora y popular es su contenido político y su vocación libre y democrática. No hay educación neutra, en consecuencia, la Educación Liberadora como acto de conocimiento es simultáneamente acción político cultural para la libertad.
Por ello, ante la violencia uniformadora del Capital Global y la compulsión privatizadora del Estado neoliberal, el magisterio del pueblo debe urgentemente cuestionar la relación entre vocación docente y práctica educativa como acción político cultural para la libertad. Necesitamos radicalizar nuestra conciencia, nuestros principios éticos, nuestra razón crítica e histórica, nuestra identidad cultural, nuestra militancia política y pedagógica.
Es por eso que la educación es un acto fundamentalmente político. Si la educación hasta ahora ha sido una instrumentación ideológica del Estado para cosificar y minimizar al pueblo y al magisterio, la opción del pueblo y el magisterio no puede ser otra que liberarse de esa instrucción domesticadora y crear una educación que nazca de ambos, del pueblo y su magisterio: una Educación Popular.
Éste y no otro ha sido desde siempre el núcleo del programa de acción política y pedagógica del magisterio democrático oaxaqueño.
Parafraseando al filósofo podría decirse que la historia de la educación en México hasta nuestros días es la historia que reproduce la lucha de clases. La educación en un régimen de opresión, corrupción y represión será igualmente opresiva, corrupta y represiva. Por ello, la educación del Estado capitalista no tiene otro recurso que ser autoritaria, domesticadora, enajenante y violenta; en una palabra: totalitaria.
Su pulsión necrófila (su amor por la muerte) y su furor domini (su pulsión de conquista) reducen al ser humano a condición de objeto, negándole el derecho legítimo que tiene de pronunciar su palabra y mundo, de actuar y reflexionar su pensamiento y vida ¡En fin! la instrucción del Estado neoliberal y la formación y práctica docente que lamentablemente la reproducen, son instrumentaciones del poder que nos niega la libertad como personas, pueblos, culturas y naciones.
La actitud correcta: la unidad, la organización y el trabajo
Es acuerdo general reconocer que la formación docente es imprescindible para una educación verdadera capaz de promover el desarrollo pleno de la persona y la sociedad. Sin formación docente, el proceso educativo está condenado al empirismo, a la improvisación y al fracaso.
Mucha razón tenía Karl Marx cuando dijo que la solución a los problemas humanos y sociales se concentra en “educar a los educadores”. Si esto es verdad, como parece lo es, la pregunta es obligada:
—«¿Quién educa a las educadoras y educadores del pueblo?»
La respuesta es desconcertante y paradójica, pues quien educa al pueblo son precisamente sus opuestos y contradictorios antagónicos; es decir, el Capital y el Estado.
Así pues, el pueblo es ‘educado’ por el Estado cuando debería suceder justamente lo contrario. Como dice el propio Marx: “es el Estado quien debe ser educado por el pueblo.”
En fin. Lo que quiero decir es que el desarrollo educativo será imposible sin la formación docente que le argumente de manera concreta y pertinente conforme a la realidad social que condiciona el acto educativo; sin embargo, por ley, dicha formación del magisterio sólo puede provenir del Estado o de instituciones privadas validadas y reconocidas por el propio Estado. Esto es: la certificación y validación de estudios garantiza el monopolio del Estado en materia formativa y condiciona el papel del magisterio al régimen competitivo del mercado laboral, de la lucha de clases, pues el monopolio del Estado en materia de formación docente garantiza no sólo la reproducción ideológica e indefinida del sistema, sino garantiza también la sumisión, enajenación y divisionismo del magisterio.
Hoy podemos ver con claridad el modo en que se restringen los espacios de formación docente ofrecidos por el Estado Neoliberal. El Estado Neoliberal, en su furor privatizador, presiona al régimen público para privatizar la formación docente; de tal manera que el Estado cede a la presión del Capital y del mercado laboral, subrogando la educación del pueblo al Capital, a la empresa, canalizando la formación docente —responsabilidad facultativa del Estado—, a instituciones de Capital privado.
Por esta razón las maestras y maestros debemos ahora solventar del propio salario la calificación profesional de nuestra fuerza de trabajo. De este modo, es el propio trabajador de la educación quien solventa el costo de su formación profesional; es decir, de la calificación de su fuerza de trabajo, aún cuando dicha calificación y formación atenten siempre en contra nuestra y beneficien directa y exclusivamente al Capital.
De cualquier manera, poco puede esperarse de la formación docente ofrecida por el Estado y el Capital… ¡Quinientos años de fracaso educativo lo comprueban!
Es paradójico; la formación docente es hoy una gran empresa producto de la asociación delictuosa entre grupos facciosos del Estado (SEP-SNTE) y grupos monopólicos de Capital Privado (Universidades privadas, religiosas y extranjeras). Con todo: la formación docente ofrecida por el Estado y el Capital es de cualquier manera impertinente e insuficiente. Esto es evidente en la propia realidad social y educativa, no sólo por los resultados en aprovechamiento escolar a nivel nacional y mundial, sino por el clima de animadversión y divisionismo existente en el seno del magisterio; por el ambiente de lucha, corrupción y competencia absurda, por el sabotaje persistente a la innovación educativa, por el permanente fracaso del proyecto escolar. Son múltiples los factores relacionados con la formación docente que impiden un cambio de fondo en el estado de las cosas.
No hay duda que el magisterio ha recibido una ‘formación’ que nos divide, opone, contradice y enajena. Estrictamente hablando, podríamos decir que se trata de una “deformación”, pues lo cierto es que somos maestras y maestros los primeros en oponernos a un cambio de fondo (el cual nunca podrá provenir del Estado-SNTE-Capital), pues dicho ‘cambio de fondo’ implicaría necesariamente asumir responsabilidades que atentarían contra los intereses y prebendas acumuladas en tantos años de servidumbre magisterial al servicio del sistema.
Por esta razón, como maestras y maestros, no sabemos ni podemos organizarnos ni trabajar en unidad. No hemos sido formados y carecemos de actitud abierta para ello. Por el contrario: el individualismo, el egoísmo, la competencia salvaje, el ‘sálvese quien pueda’, es el saldo de una formación docente ofrecida por el Estado y el Capital que a gritos reclama ser transformada…, humanizada.
Una ‘deformación’ así, reduce las posibilidades que tiene el magisterio para buscar, en la unidad y organización, nuevas alternativas de trabajo y lucha en bien propio y de la comunidad donde se ofrece el servicio educativo.
Al respecto, deseo ejemplificar dos aspectos fundamentales y necesarios de la formación docente.
El primer aspecto es la actitud como elemento primero y principal en la formación de la persona. La actitud es un aspecto que lamentablemente ha tenido muy poca relevancia en la educación ofrecida por el Estado y el Capital, cuando en realidad debería ser el primer primero de la educación y de la formación docente y profesional del magisterio.
Me explico. En muchos años de ser formador de docentes me he percatado, no sin tristeza y desconcierto, que muchas alumnas y alumnos muy brillantes e inteligentes no podían culminar sus estudios de Posgrado precisamente por carecer de una actitud correcta ante los otros y ante sí mismos. Vi muchas inteligencias sobresalientes quedarse inmovilizadas y desperdiciarse en el arduo y burocratizado camino de la escolarización porque no tuvieron la actitud correcta para alentar su propio desarrollo formativo. Pues lo cierto es que cada persona es el primer responsable de su propia formación y desarrollo.
El segundo aspecto es la capacidad que tiene el trabajo para dinamizar la acción educativa conforme a la integración de esfuerzos individuales en un propósito común. Sin duda alguna, unidos y organizados, podremos trabajar más y mejor, pues la integración de esfuerzos es de cualquier manera superior a la acción que podría ejercer una persona individualmente; es decir, el trabajo organizado no sólo nos permite accionar nuestra práctica de manera más amplia y en infinitas direcciones, sino permite además enriquecer y democratizar el proceso educativo como un bien comunitario conquistado legítimamente por la comunidad de aprendizaje, que es el pueblo.
Sólo así el aprendizaje prende y se aprehende.
La actitud correcta ante el semejante, ante el colega, ante el aprendizaje, ante mis alumnas y alumnos, ante el otro, ante la Tierra, ante la vida ¡ante mí mismo! es un aspecto fundamental de la formación humana, profesional y docente del magisterio. Organizarnos para realizar unidos el trabajo educativo es una posibilidad inexplorada e inédita que posee el magisterio de Oaxaca y México para asumir la responsabilidad de nuestra propia formación y desarrollo, de nuestra educación.
Ideas fuerza de la Educación Liberadora
- La Educación Liberadora ama, respeta, cultiva y preserva la vida.
- La Educación Liberadora respeta la libertad y dignidad de la persona.
- La Educación Liberadora produce conocimiento aplicado para la transformación de la realidad social y educativa.
- La Educación Liberadora está centrada en la acción-reflexión, en la praxis de quienes participan en el acto educativo.
- La Educación Liberadora no puede sustraerse de la realidad social que condiciona el fenómeno de injusticia e inequidad del sistema educativo.
- La Educación Liberadora nace y se abastece de la riqueza cultural e histórica del pueblo.
- La Educación Liberadora es crítica y autocrítica: ética.
- La Educación Liberadora se desarrolla a partir del trabajo colectivo e individual, intelectual y manual, de quienes participan en el proceso educativo.
- La Educación Liberadora no dicotomiza la teoría con la práctica; es dialógica, autónoma y autogestiva.
- La Educación Liberadora es formadora de cuadros.
- La Educación Liberadora es democrática.
- La Educación Liberadora es científica, creativa y concienciadora.
- La Educación Liberadora promueve la experimentación y el aprendizaje en la práctica.
- La Educación Liberadora privilegia el aprendizaje sobre la enseñanza, la pregunta sobre la respuesta.
- La Educación Liberadora no divorcia la escritura de la lectura, ni el texto del contexto.
- La Educación Liberadora elabora sus propios textos y materiales de estudio.
- La Educación Liberadora no examina personas sino evalúa procesos para la recreación del conocimiento.
- Por último, la síntesis necesaria sin la cual todo esfuerzo es inútil y todo deseo estéril: La Educación Liberadora exige esperanza, fe y amor en quienes se educan, en quienes en el acto de conocer, de aprender y enseñar, en comunión consciente y responsable con sus semejantes, en libertad y dignidad, transforman y humanizan creativamente su realidad y mundo, su historia y existencia: su vida.
Tenemos que pensar en educación descolonizada, en la practica de una pedagogía de la pregunta, don de pongamos en juego la demagogia del amor y la ternura.
Shalom Maestro… Un abrazo… supongo que en lugar de demagogia debe decir pedagogía… supongo… Saludios Maestro.