Por: Paula Albornoz
Para muchas, gracias a la incansable lucha de cientos de mujeres antes que nosotras, no poder ir a la universidad, no poder votar o acceder a bancas políticas y no poder reivindicar nuestros derechos en nuestras casas y en las calles es solo un recuerdo amargo que vemos en películas o encontramos en libros, para no olvidar nunca que sucedió, y que podría volver a suceder. Sin embargo, la lucha está lejos de ser ganada y llegar a su fin. Todavía faltan demasiadas mujeres que incluir para llegar al “para todas…”
Hace muy poco tiempo, viendo la televisión, me encontré con una investigación realizada por Agustina Gradin y Karina Iummato junto al Observatorio Julieta Lanteri de FUNDECO, el Observatorio Electoral de COPPAL y el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), donde profundizaron en las violencias ejercidas hacia las mujeres involucradas en la política. Incluye tanto violencia verbal, psicológica, económica, sexual, física y simbólica. ¿Por qué? Por el simple y a la vez complejo hecho de que seamos mujeres y participemos en el ámbito político. Los tiempos cambian, más las rancias mentes conservadoras de una mayoría de hombres que luchan por mantener firmes las bases del patriarcado, no. Estas mujeres son blanco de amenazas, campañas de desprestigio, acoso y, principalmente, violencia verbal basada en su sexo, sus cuerpos, sus vidas sexuales y sus capacidades que, claramente, para los ojos de estar personas, son escasas o inexistentes.
Gorda, puta, inútil, mala madre, mala esposa, fea, vieja, pendeja. ¿Qué tienen que ver cualquiera de esos adjetivos con participar en la política, nos preguntamos? Y más aún, ¿alguna vez los hemos visto siendo usados hacia el género contrario? No hay comentarios acerca de los cuerpos de los hombres, sean políticos o no, porque los hombres tienen permitido envejecer y modificar sus cuerpos sin culpas, con naturalidad, sin que sus canas o sus arrugas se vuelvan razón para descalificar sus ideas. Tampoco oímos nunca que se comenten las vidas sexuales de los hombres; no importa si está con muchas mujeres o si es infiel, de hecho, muchas veces eso es motivo de orgullo. Aunque claro, no sería lo mismo si cambiáramos el “muchas mujeres” por “muchos varones”… Mucho menos se comenta jamás si el hombre que ocupa un puesto político (o un hombre en cualquier ámbito laboral, realmente) es o no buen padre. No importa si está presente y participa en la educación de su descendencia o si tiene hijos e hijas abandonados en cada lugar que visita. Tal cosa es irrelevante y tiene poco que ver con su desempeño laboral, a menos que nos refiramos a una mujer.
Aunque mucho nos guste creer y sentir que hemos avanzado como sociedad, y muchas personas visibles en la política insistan en que la equidad y la igualdad entre géneros ya ha sido alcanzada, toda esa mentira se cae fácilmente con las más ligeras y superficiales observaciones, como las que acabo de hacer.
Más allá de la interesante investigación planteada anteriormente, quise saber qué sentían y cómo vivían esta realidad las mujeres que me rodean, las que hacen política día a día sin ser presidentas, diputadas o senadoras; las militantes, las feministas, las que forman parte de alguna agrupación social o partido político. Decidí hacer dos simples encuestas en la red social Instagram, que podían ser respondidas por “sí” o por “no”. La primera rezaba “¿alguna vez las violentaron o menospreciaron por su ideología política?”, a la cual un abrumador 92% de las casi trescientas mujeres participantes contestó que sí. La segunda pregunta era: “¿alguna vez sufriste de violencia machista en las redes?”, a lo que un 90% también respondió que sí.
Las redes son el lugar ideal para la descalificación y el acoso; ocultos en el anonimato, en la distancia y en el poder de abandonar la conversación o borrarla en cualquier momento, muchos se creen impunes y omnipotentes para decir absolutamente cualquier cosa, casi siempre sin el menor sustento, sabiendo que seguro aparecerá una horda de machitos igual que ellos dispuesto a apoyarlos en su ataque. Durante siglos, la política fue cosa de hombres. Debe molestar y mucho a varios que ahora las mujeres nos hayamos ganado el lugar de hablar, exponer, debatir, votar y gobernar. La mujer con poder les molesta casi tanto como les asusta. Hay una frase muy famosa que creo que puede ilustrar la relación de los hombres con las mujeres políticas: tienen miedo de que les hagamos lo que ellos nos hicieron a nosotras.
Entonces, ¿por qué aún no nos escuchan? No es una pregunta tan difícil de
responder, al fin y al cabo. No nos escuchan porque no les conviene. Sí, podemos ocupar puestos cada vez más altos en la jerarquía e incluso llegar a ser presidentas, pero mientras sigamos viviendo en un sistema capitalista y patriarcal, jamás lograremos que el conjunto de la población, tanto machistas como alienadas, nos vean como lo que somos: motores para el cambio, idealistas, intelectuales, poderosas. No nos escuchan porque aún no somos del todo libres. No nos escuchan porque no les importamos. No nos escuchan porque no nos ven como iguales. No nos escuchan porque no están interesados en darnos el lugar.
La mujer con ideas, molesta. Vuelven a querer imponernos aquella mentalidad arcaica que coaccionó y encerró a tantas mujeres durante siglos: no quieras pensar ni aprender, porque la mujer que estudia y se mete en “asuntos de hombres” es gorda, puta, fea, inútil, vieja, pendeja, mala madre, mala esposa. Ninguna mujer debería querer ser todo eso, ¿no? Ninguna mujer debería desear que un hombre la vea o la califique de semejante forma, ¿verdad? ¿Y qué pasa si no nos importa cómo nos ven y cómo nos llaman? Pasa el feminismo.
La mujer con ideas, molesta. Por eso, no dejemos de pensar. No dejemos de
hacer política.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/porque-aun-no-nos-escuchan/