Incertidumbres, dependencia y oportunidades

Por: Elisabeth De Puig 

El planeta nos manda el mensaje claro que la humanidad debe cambiar y que la prosperidad solo se puede construir con la implementación de nuevos modelos económicos  que operen y trabajen con la naturaleza, no en su contra.

El 31 de diciembre muchos se despidieron del año 2020 con una alegría sin precedente. En mi sector oímos un gran clamor de regocijo y a la media noche estalló tal cantidad de montantes que, desde su prohibición, no se había escuchado un estruendo parecido.

Luego de haber pasado por lo que fue, para muchos, el peor año de su vida, se sentía como una necesidad, cada uno desde su casa y en una suerte de despojo colectivo, de recibir el nuevo año con algarabía, fe y esperanzas

Se anunciaban las vacunas a la vuelta de la esquina, después de un éxito científico digno de admiración a pesar de la competencia geopolítica subyacente entre laboratorios y países.

No se perfilaban claramente o se dejaron de lado los problemas que conllevan una producción masiva para una inmunización planetaria, las logísticas de aplicación de vacunas de doble dosis, la cadena de frío y la aparición de nuevas cepas del virus más contagiosas.

A un mes y pocos días de la nochevieja, los ánimos empiezan a tambalear. Agobiados por duelos, largos meses de incertidumbres y de encierro, con medidas y contra medidas, con la crisis económica al hombro, una inflación indetenible, los niños en la casa, la virtualidad, el personal médico y las personas que todavía no habían caído en depresión dan serias señales de agotamiento.

Nadie se ha podido sustraer a la pandemia, aun si unos y otros la viven con grados más o menos elevados de conciencia, conocimiento y responsabilidad.

Como país somos un eslabón dependiente de un mundo global, de sus vacunas y sus guerras, del rechazo a las inmunizaciones por algunos sectores que apoyan tesis conspiracionistas, de la cantidad de vacunados a nivel global para que ceda la pandemia y del acaparamiento que se perfila de un bien que debería ser de libre acceso y que generará aún más brechas, no solamente entre países ricos y pobres sino entre los individuos de un mismo país.

Dependemos de un comercio marítimo más lento hoy en día, de un turismo que, si bien aporta empleos y hace funcionar la agropecuaria, está en riesgo de agonizar si no se detiene la pandemia.

Somos parte de la crisis local y de la crisis global y en esta crisis los individuos son como briznas de paja, obligados a seguir lo que sus autoridades entienden que es mejor.

Sin embargo, en nuestro país se siente una peligrosa permisividad, porque muchas personas no toman en serio la necesidad de prevenir el contagio y el gobierno ha consentido el funcionamiento de espacios abiertos al público sin tener toda la capacidad necesaria para supervisarlos y controlarlos.

Hay espacios abiertos  frente a los cuales pasé el fin de semana pasado que dan escalofríos. Vi también un policía en una conversación muy animada con un pana que aparentemente no sabía qué era una mascarilla.

A veces uno siente que vive en una suerte de mescolanza, en terrenos resbaladizos: la inestabilidad de nuestro entorno y la pérdida de nuestra capacidad de control son las grandes lecciones de una pandemia que debería aportar nuevas oportunidades, como el uso de herramientas virtuales en nuestras actividades laborales, a pensar en Zoom, Webinar y otras plataformas que vinieron, para bien o para mal, a quedarse.

Debería ser la mejor coyuntura para dejar de lado un consumo desenfrenado y dañino para el medio ambiente y para la propia humanidad.

Vi con estupor que una agencia de viajes promovió con éxito en la República Dominicana los viajes sin destino en avión. Una actividad que debería ser prohibida por afectar sin ninguna razón al medio ambiente, o que debería tener un costo ambiental incluido en el mismo boleto para resarcir los daños que cada viaje provoca.

Con la crisis generada con la Covid-19, el planeta nos manda el mensaje claro que la humanidad debe cambiar y que la prosperidad solo se puede construir con la implementación de nuevos modelos económicos  que operen y trabajen con la naturaleza, no en su contra y que protejan a las personas pobres y vulnerables que son las que más sufren de las pandemias y la degradación ambiental.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/incertidumbres-dependencia-y-oportunidades-8911023.html

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Elisabeth de Puig

Soy dominicana por matrimonio, radicada en Santo Domingo desde el año 1972. Realicé estudios de derecho en Pantheon Assas- Paris1 y he trabajado en organismos internacionales y Relaciones Públicas. Desde hace 16 años me dedicó a la Fundación Abriendo Camino, que trabaja a favor de la niñez desfavorecida de Villas Agrícolas.