Texto del filósofo y educador brasileño Paulo Freire, publicado en el libro » Pedagogia dos sonhos possíveis»
Por: Paulo Freire
“La deshumanización, que no se verifica sólo en aquellos que fueron despojados de su humanidad sino también, aunque de manera diferente, en los que a ellos despojan, es distorsión de la vocación de SER MÁS” – Paulo Freire
Cuando reflexiono sobre los límites de la educación y las posibilidades de la educación debo cuidarme de no exagerar los aspectos positivos y no exagerar los aspectos negativos. O, en otras palabras, no exagerar la imposibilidad y no exagerar la posibilidad. Es decir, la educación no lo puede todo pero puede algo, y la sociedad debería pensarlo con seriedad. Creo que la sociedad civil y todos nosotros tenemos que luchar. Luchar por la seriedad de la escuela pública, por ejemplo. No me interesa luchar contra la escuela privada, cuya historia en Brasil tiene una presencia fundamental e importante, sino luchar por que el Estado cumpla con su deber de ofrecer una escuela seria, una escuela en cantidad y una escuela en calidad. El Estado no puede llegar aquí y decir: «Usted no puede hacer una escuela; ese es mi deber y mi derecho». ¡No! Al contrario, el Estado debería colaborar con los organismos privados que hacen su aporte, con las escuelas privadas que hacen su aporte, pero sin dejar de cumplir su deber, que es ofrecer una escuela seria, una escuela democrática, una escuela abierta donde el educando experimente la posibilidad que ofrece la educación y reconozca los límites de su educación.
Esa es una de las razones de mi lucha como educador brasileño. Fue una de las razones de mi lucha —y, repito, aprendí mucho en esa lucha— cuando dirigí lo que en aquella época se llamaba División de Educación y Cultura del Sesi. Aquí aprendí la necesidad de formación interna de los educadores, el respeto por la libertad de los educandos, por el crecimiento de los educandos. ¡Pero es una libertad que sólo se refrenda cuando asume sus propios límites! ¡No hay libertad sin límites!
Creo que a veces exageramos nuestra idea de los niños carenciados. Es como si estuviéramos empapados de sentimientos de culpa, como si nos sintiéramos responsables por la presencia de esos niños en las calles. También somos responsables, es evidente, porque no tenemos el coraje de pelear para que esas cosas no ocurran. Pero no podemos caer en soluciones puramente paternalistas. Tendríamos que estudiar esta problemática a fondo.
Creo que lo mejor que podemos hacer es no caer en lo que podríamos llamar optimismo pedagógico, según el cual la pedagogía todo lo puede, pero tampoco en el pesimismo pedagógico, según el cual la pedagogía nada puede. Creo que los años sesenta en Brasil —y no sólo aquí sino en toda América Latina— revelaron algo de la primera posibilidad, la primera tendencia, que era admitir que la educación podía casi todo; pero en los años setenta caímos en el pesimismo pedagógico, y a partir de los años ochenta y noventa creo que se está buscando a nivel mundial una comprensión más crítica, más radical de la práctica educativa que desnude las dificultades y las posibilidades de la educación.
Fuente: bloghemia
Ilustración: Natalia Forcat