El universo
Uno de los impactos secundarios que ha tenido la pandemia del coronavirus es el incremento de los niños huérfanos o privados de sus cuidadores.
La primera ola de la pandemia cobró la vida de varias personas sin discriminar nada: raza, sexo, edad, condiciones económicas o dependencia familiar. Así, con los múltiples decesos de adultos y adultos mayores, la tasa de orfandad se incrementó.
Según un estudio publicado por la revista médica inglesa The Lancelot, casi dos millones de menores de edad, entre niños y adolescentes, han perdido a alguno de sus progenitores o tutores que los tenían a cargo (como los abuelos) durante los primeros catorce meses de la pandemia, en 21 países, como Sudáfrica (5 niños por cada 1.000, con un total de 94.625 niños) y los Estados Unidos (>1 niño por cada 1.000, totalizando 113.708 niños).
Los países latinoamericanos que se incluyen en la lista hacen parte de un grupo de diez países en los que dicha tasa de orfandad está por encima de 1; incluyen a:
- Perú, con 1 niño por cada 1.000, con un total de 98.975 niños en estado de orfandad.
- México, con 3,5 niños por cada 1.000, con un total de 141.132 niños en estado de orfandad.
- Brasil, con 2,4 niños por cada 1.000, totalizando 130.363 niños en estado de orfandad.
- Colombia, con 2,3 niños por cada 1.000, totalizando cerca de 50.000 niños sin adulto tutor.
Las cifras se constataron gracias a una investigación en conjunto con las universidades de Harvard, el Imperial College de Londres, la Universidad de Oxford, el University College de Londres y la Universidad de Ciudad del Cabo, e instituciones internacionales como el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se utilizaron métodos desarrollados y validados hace años para estimar la cantidad de niños en todo el mundo que habrían quedado huérfanos a causa del sida para pronosticar la cantidad de huérfanos a causa de la crisis sanitaria actual.
”Por cada dos personas que mueren por COVID-19, un niño queda huérfano tras enfrentar la muerte del padre o la madre, o del abuelo o la abuela que lo cuidaba y que vivía en su casa”, explicó Susan Hillis, quien lideró el estudio y es parte del Equipo de Respuesta COVID-19 de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU.
Esta problemática por muerte trae para quienes siguen en el mundo una serie de inconvenientes no solo económicos, sino también mentales; y según Hillis, pueden durar toda la vida.
Cuando un menor pierde a su cuidador, sea padre, madre o abuelo, tiene mayor probabilidad de sufrir problemas de salud mental, emocional, violencia física y sexual o pobreza familiar. En el peor de los casos, sufre todos los daños antes mencionados. “Estas experiencias adversas aumentan el riesgo de suicidio, embarazo adolescente, enfermedades infecciosas, incluido el VIH/sida, y enfermedades crónicas”, escribió el equipo. (I)
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