Por: Raúl Prada Alcoreza
¿Cómo la víctima se convierte en verdugo? La violencia cristalizada en sus huesos se proyecta y retorna contra sus anteriores verdugos. Este es un aspecto de la inversión de la violencia, después de haberla recibido se la devuelve. Hay otros aspectos que tienen que ser tomados en cuenta. Pero, antes, es indispensable entender lo que pasa en la psiquis humana, la que ha sufrido y termina convirtiendo su comportamiento en revancha, en venganza. En esas condiciones se puede decir que la relación social se convirtió en una relación de violencia, o la violencia se convierte en la única relación social.
La violencia, desplegada en el círculo vicioso, recurrente, repitiéndose, en espiral, desbocada, no sale de lo que es, de su torbellino de violencia; una vez que se ingresa al círculo vicioso, atrapado en su interioridad perversa, el hundimiento en el magma de violencia es irreversible. Se han hecho notorios reflexiones sobre la violencia, son conocidas las que hemos mencionado en anteriores escritos, al respecto es sobresaliente la reflexión de Walter Benjamin, posteriormente, también lo son las reflexiones de Hannah Arendt, sobre la violencia y el totalitarismo. No vamos a citar otras reflexiones y críticas respecto a la violencia, como las de Jacques Derrida, en Ley y fuerza. Nosotros mismos hemos desarrollado nuestras reflexiones sobre la violencia, desde el estallido de la movilización prolongada en Bolivia (2000-2005) hasta después, incluyendo las violencias desatadas, configurando espirales puntuales de violencias, que se han dado en las gestiones del gobierno neopopulista.
El acontecimiento de la guerra y el acontecimiento de la violencia están asociados, forman parte de lo mismo, el acontecimiento feroz de las dominaciones y del poder; también el terror está asociado a la violencia, como recurso extremo para anular a la voluntad de resistencia. Los hechos desplegados corroboran estos decursos concomitantes y cómplices, son muestras espantosas de la condena, de la fatalidad de encontrarse atrapados en el círculo vicioso del poder. Las víctimas son como las reminiscencias convertidas en curva del indicador espantoso de la violencia. Como ensañándose contra la tesis, apresurada y provisional, de Francis Fukuyama del fin de la historia, se han vuelto desatar las guerras, las dos guerras del Golfo, la guerra en Yugoeslavia, las guerras de la Federación Rusa; estas guerras se han vuelto paradigmáticas, contradiciendo la hipótesis de Francis Fukuyama. La historia continua serpenteando territorios plagados de batallas sangrientas.
En la contemporaneidad reciente, en la guerra de Ucrania, la contrastación es evidente de la tesis del fin de la historia; no solamente ha perdido su credibilidad, sino que se ha trocado en una tesis infeliz. Antes de la guerra de Ucrania, la Federación Rusa desata implacables guerras en Chechenia y en Georgia. En el continente del África aparecen escenarios de guerras, que los medios de comunicación consideran tribales, sin entender la complejidad del continente, sobre todo en las regiones subsaharianas. En la actualidad asistimos a la reiterada guerra de Israel-Palestina, que también contiene, en su contexto, la guerra israelí-árabe. Aunque después de la guerra de 1973, del Yom Kipur, se haya firmado la paz con Egipto, Jordania haya reconocido al Estado de Israel, recientemente Arabia Saudita está apunto de firmar un convenio a largo plazo con el Estado de Israel. A pesar de estos avances para el Estado de Israel, la guerra ha recomenzado con la última incursión de la organización paramilitar Hamás, que ha invadido territorios aledaños a la Franja de Gaza, desplegando una furiosa revancha, que ha derivado en una masacre. Sin quedarse corto ante la espiral de violencia y el hilo del círculo vicioso de la violencia, el gobierno de Benjamín Netanyahu declara la guerra a Hamás y manda a demoler la ciudad de Gaza con bombardeos sistemáticos. Las víctimas civiles de Gaza superan ya los 2750 muertos, sobre todo de niños. Por eso es conveniente volver a preguntar sobre esta metamorfosis de víctima en verdugo.
Cuando se tiene a la vista la Franja de Gaza, cuando se tiene una población de alrededor dos millones y medio de habitantes poblando esta franja, habitantes que no pueden moverse de la Franja de Gaza, inclusive no pueden ir a pescar al mar, estamos asistiendo a una remembranza, en otro contexto, de lo que fueron los guetos judíos en Alemania y en Polonia, durante la ocupación nacional socialista. ¿Por qué suceden estas analogías? ¿Por qué el pueblo que fue perseguido durante siglos, obligado a una diáspora judía, que tuvo que soportar, en todos los países donde se asentó, el antisemitismo intermitente, termina obligando a la población palestina a salir de su territorio en 1948, condenándola a vivir en campamentos de refugiados en los países aledaños, repitiendo la misma situación en 1967, durante la guerra de los seis días, cuando prácticamente los palestinos pierden casi la totalidad de su territorio, hasta el punto de ser reducidos a Cisjordania y a la franja de Gaza?
Una violencia no justifica otra violencia, la violencia es eso, violencia, destrucción de cuerpos, destrucción de subjetividades, inhumanización. Cuando se usa la violencia como recurso se pierde el derecho a la posibilidad de exigir derechos. La violencia impone su lógica perversa y demoledora, arrasa territorios, masacra pueblos, siembra muerte por doquier. Lo que queda después de la violencia no es más que muerte, víctimas desoladas, por un lado y vencedores convertidos en monstruos, por otro lado.
Viendo retrospectivamente los horrores desatados en la historia, recorrer el pasado por sus huellas macabras, como los relativos al holocausto, uno se pregunta: ¿Como pudo haber ocurrido? Teniendo en cuenta los análisis y los estudios que se realizaron después, teniendo en cuenta la información de los contextos en los que se dieron estos horrores, el exterminio del holocausto, aparece como dato sobrecogedor la “normalización” y la “naturalización”, de la violencia, inclusive podríamos decir la rutina de la violencia, incluso la administración racional de la violencia, tal como lo lo describió Sygmunt Baumann en su libro sobre el holocausto. Hoy también asistimos a la “normalización” y “naturalización” de la violencia, a su racionalización administrativa y, lo peor, a su difusión mediática, a su pretendida legitimación mediática, a través de la propaganda y las narrativas en concurrencia. Las narrativas no pueden cambiar la realidad, la realidad es que hay miles de víctimas de un lado y de otro, mas en un lado que en el otro. El costo de las víctimas no justifica, de ninguna manera, las acciones de un lado y de otro, que podemos catalogar de desmesurada violencia. Recordando el enunciado, atribuido a Nicolas Maquiavelo, de que el fin justifica los medios, los medios que se usan en la perpetración de la violencia terminan diseminando el fin, convirtiéndolo en una ausencia total de horizontes.
De manera concreta, podemos decir que lo que sorprende es que se “normalice” el genocidio; esto es precisamente lo que hicieron los nazis durante el holocausto, otorgándole el nombre de la solución final. Lo que llama la atención es que hasta hoy, hasta la tercera década del siglo XXI, esta inclinación de “normalización” del crimen, de la violencia, del genocidio, persiste, mediante diferentes figuras, con distintas singularidades y en el diferentes contextos. Esto es lo que ocurre con la “cárcel al aire libre más grande del mundo”, que es la Franja de Gaza, convertida en un gueto gigantesco. Ahora, sobre todo considerando los implacables bombardeos sistemáticos, aplastantes y demoledores, estamos asistiendo a un nuevo genocidio. El pedir que un millón y medio de personas se desplacen del norte al sur de la Franja de Gaza, es pedirle que cabe su tumba, que marche hacia la muerte. Lo sorprendente nuevamente es que se vuelve a “normalizar”, a “naturalizar”, este accionar implacable de violencia desmoledora, supuestamente en defensa, cuando es patentemente de ataque a una densa población civil. También podemos decir que se “normaliza” y se “naturaliza” la otra violencia yihadista, la violencia denominada por el orden mundial “terrorismo”, así como por las narrativas de los Estados, de los organismos internacionales y de los medios de comunicación. Esta violencia desencadenada se “normaliza” y se “naturaliza” a través de la narrativa religiosa fundamentalista. Se pretende que la religión justifique el desborde demoledor de la violencia, que justifique el asesinato masivo. Este uso de la narrativa religiosa fundamentalista no hace otra cosa que buscar la legitimidad de actos atroces. Ciertamente no lo consigue, a pesar de que, en determinados ámbitos, plagados de seguidores, de convencidos, aparente lo ha lograrlo.
Hemos dicho que una vez que se ingresa al círculo vicioso de la violencia no se sale del mismo. Las espirales de violencia se desencadenan. Adquieren su propio ritmo, desarrollan sus propias secuencias, atraviesan umbrales. De este modo se llega al genocidio, sin inmutarse, por parte de los actores de la tragedia. Esto sucede en un contexto mundial donde el resto de los actores, no involucrados, participan del espectáculo del horror con una concomitacia silenciosa, con un adormecimiento mediático y acostumbrado, al observar desde palco lo que acontece.
La sociedades humanas pueden desencadenar violencias descomunales, masacres, sin inmutarse, en el momento que las perpetran. Lo que ocurre, en estos casos, es que están atrapadas en los engranajes de maquinarias fabulosas de poder, atrapadas en maquinarias de guerra, en maquinarias económicas, que no se detienen ante nada. Puesto que las maquinarias, en sí mismas, no tienen escrúpulos, son como una fatalidad o una condena, el destino está atrapado en esta mecánica de las máquinas; el destino ya no pertenece a los humanos, la tragedia está escrita.
En lo que respecta a las subjetividades, a las predisposiciones subjetivas, las pasiones cultivadas se vuelven incontrolables. El odio cultivado se vuelve incontrolable, se apodera de los sujetos y éstos se convierten en marionetas de la trama del odio. En estas condiciones no se puede pedir objetividad, es un enunciado que está fuera de juego. La única objetividad que aparece, es decir, el único objetivo que se plantea, es la de la aniquilación del enemigo, convertido en un endemoniado. El justificativo del crimen ya está dado, el enemigo es el demonio, es el mal que hay que extirpar.
Si se escucha atentamente los discursos fundamentalistas, vamos a darnos cuenta de que éstos discursos expresan el atolladero sin salida del círculo vicioso de la violencia, en la inclinación desborda y compulsiva del odio. No sólo pasa con las organizaciones irregulares, sino con los mismos Estados, que son organizaciones legales institucionalizadas, que, en situaciones de crisis, se vuelven dispositivos efectivos para perpetrar violencias desmedidas. Todo a nombre de las causas supuestamente justas, la defensa del Estado, la razón del Estado, por la seguridad del Estado, por el destino y el porvenir de la nación. Las organizaciones irregulares son ya protoestados, aunque pequeños, asumen para sí el monopolio de la violencia. Consideran que pueden ejecutar acciones desmedidas sólo por el hecho de que son la representación y la vocería legítima del pueblo oprimido.
En realidad, los Estado nación y las organizaciones irregulares comparten la espiral de la violencia, en el mismo círculo vicioso del poder y el mismo círculo vicioso de la violencia. El problema es que no sólo los actores directamente involucrados en la espiral de violencias están atrapados en el círculo vicioso de poder, de violencia y de odio, sino que, en el contexto llamado mundo, se asume con “normalidad”, con “naturalidad”, lo que acaece, como si la violencia, los hechos desbocados de la violencia, sean parte de la vida cotidiana. Concretamente, los organismos internacionales y, en entre ellos, Naciones Unidas, son cómplices de lo que ocurre. Los hechos se desbordan amenazadoramente. A pesar de la existencia y el reconocimiento de estas organizaciones internacionales, a pesar de las resoluciones de Naciones Unidas, éstas no se cumplen; no se cumplen los declarados derechos humanos, son, mas bien, desacatados por los Estados. A los funcionarios internacionales sólo les basta con haber declarado, enunciado, esos derechos y pare de contar, puesto que no pueden, no quieren, no tienen la voluntad de hacer cumplir sus propias resoluciones, ni, mucho menos, garantizar su cumplimiento, en todas partes, de los derechos humanos. Es más, el comportamiento de Naciones Unidas ha sido, en todo caso, sesgado; en unos casos interviene más que en otros, inclusive en unos casos interviene y no interviene en otros. Todo depende de lo que vamos a llamar la correlación de fuerzas en el orden mundial. Por ejemplo, en la guerra de Corea se ha puesto de un lado y ha declarado la guerra a Corea del Norte, es decir a justificado una guerra de intervención cuando su tarea era buscar la paz, evitar la guerra. Algo parecido, aunque en otro contexto y de manera diferente, ha ocurrido durante la guerra de Vietnam. Respecto al bloqueo de Cuba, que ya de por sí, es un atentado a los derechos humanos, independientemente de la posición que se tome respecto a la revolución cubana, Naciones Unidas no ha hecho cumplir las resoluciones del organismo internacional. Ya lo hemos dicho antes, que en el caso de la conformación del Estado de Israel no ha hecho cumplir sus resoluciones, en lo que respecta a la conformación de dos Estados, el Estado de Israel y el Estado de Palestina; tampoco ha hecho cumplir la resolución sobre el retorno de los refugiados en los campamentos a su territorio.
La pregunta que se viene de inmediato es si Naciones Unidas es realmente una organización de Naciones Unidas, de todas las naciones, de todos los pueblos, claro está, de todos los Estados. Hablamos de pueblos porque hay pueblos sin Estado, a los que no se les ha permitido conformar sus Estados, a pesar del derecho a la autodeterminación. Uno de esos pueblos es el ancestral, antiguo, y presente pueblo kurdo. Otro de esos pueblos es el pueblo del Sahara Occidental, el pueblo saharaui. Indudablemente el pueblo palestino es el pueblo ocupado, expulsado de su territorio, que hasta ahora no cuenta con su propio Estado, a pesar de las resoluciones de Naciones Unidas. La lista puede seguir, pero la dejamos ahí como muestra de la incompetencia internacional y del despotismo del orden mundial de las dominaciones.
Podemos arriesgarnos con alguna hipótesis al respecto: Naciones Unidas más parece un gran espectáculo, donde se hacen declaraciones rimbombantes sobre derechos humanos y los derechos internacionales, también sobre otros derechos, como, por ejemplo, los recientes emitidos debido a la crisis climática, que tiene que ver con la vida y el planeta. Así mismo se emiten discursos rimbombantes, incluso se transmiten informes detallados, llenos de datos y estadísticas, asombrosos por la objetividad sobre el peligro en el que se encuentran la sociedades humanas. Sin embaro, hay quedan, archivados o en folletos de difusión, como en el caso del Acuerdo de París, el mismo que no se ha cumplido hasta ahora.
Considerando esta situación de impotencia, como consecuencia de lo que acabamos de decir, podemos interpretar lo que ocurre, la frustración del cumplimiento de los derechos, que se debe, en efecto, a la correlación de fuerzas; la resultante de la correlación de fuerzas es la que determina los alcances del comportamiento y del espectáculo de Naciones Unidas. En otras palabras, son las grandes potencias las que deciden el destino de la humanidad. ¿Bajo qué criterio filosófico? ¿Bajo que legitimidad para hacerlo? Ninguna, puesto que lo que prepondera es el peso de la fuerza, el peso de la correlación de fuerzas, definido en los campos de batalla en los que se ha convertido a los países, a las regiones y al mundo. Son estas potencias, las hilanderas de la luna, las del núcleo de seguridad de Naciones Unidas, definida su jerarquía restrictiva en el orden mundial de las dominaciones, las que tienen en sus manos el destino de la humanidad.
Volviendo al caso del conflicto y la guerra permanente israelí-palestino, en un contexto de conflicto israelí-árabe, también israelí-persa, vemos que el nacimiento del Estado de Israel implicó, en los hechos, el desplazamiento de la población de Palestina, la expulsión de sus tierras, condenándola a un exilio permanente. Sobre este asunto no se reflexionó como corresponde, salvo anotaciones superficiales o, en su caso, denuncias múltiples y proliferantes, que se han hecho sentir a lo largo del historia reciente. ¿Por qué lo decimos? Porque en la historia de la modernidad esto es precisamente lo que ha venido ocurriendo, de manera sistemática e intermitente, por así decirlo. La modernidad comienza con la conquista del continente de Abya Yala. Esto ha implicado la desterritorialización del continente, su despoblamiento, por los efectos devastadores del etnocidio y del genocidio. La modernidad también nace con la esclavización generalizada de parte de la población africana subsahariana. En su momento y en el contexto histórico, político, económico y cultural, que se vivía en aquél entonces, estos acontecimientos trágicos, demoledores, contra la propia humanidad, no solamente hablamos de la humanidad de las víctimas, sino también de la humanidad del victimador, fueron recepcionados por las otras poblaciones, particularmente europeas, con cierta “naturalidad”, aunque también con cierta sorpresa, empero vinculada más a las interpretaciones narrativas delirantes del descubrimiento de otro mundo.
En pocas palabras, podemos decir que los contextos sociales, de donde ocurren estas asombrosas tragedias, vinculadas a los genocidios perpetrados, a la esclavización generalizada, ahora a la destrucción de ecosistemas, son cómplices de estos crímenes, de estos genocidios, de esta violencia consumada en los cuerpos de otros, así como en la propia alma de los verdugos y victimadores, puesto que se vuelven monstruos.
Con respecto al método del terror, del recurso del terror, debemos hacer una reflexión. Este recurso ha sido usado por distintos grupos y tendencias ideológicas y políticas, fue usado, individualmente, por los anarquistas sobre todo en acciones puntuales. Lo han usado populistas, incluso nacionalistas, que luchan, desde antaño, por la liberación nacional. Lo han usado los comunistas, vinculando las acciones que causan estragos puntuales con el despliegue del ejército revolucionario, en su desplazamiento militar. Lo han usado las organizaciones israelitas contra la autoridad británica, mientras ocupaba Palestina. Lo han usado los palestinos, tanto contra los británicos como contra los israelitas, en su dilatada lucha por la liberación nacional. Pero también lo han usado los yihadistas, los fundamentalistas musulmanes, sembrando el terror, como recurso indispensable en la conformación del Califato. Sin embargo, a pesar de la gama variopinta de perfiles distintos, que han recurrido al uso de acciones puntuales, buscando ocasionar efectos de terror, debemos diferenciar cuando el terror es un método y cuando se vuelve fin.
Partiendo del enunciado, atribuido equivocadamente a Nicolás Maquiavelo, de que el fin justifica los medios, sin entrar a discutir la validez de este enunciado, lo que queremos preguntarnos es: ¿Qué pasa cuando los medios se convierten en el fin? En primer lugar, desaparece el fin, los medios se convierten en el fin mismo. Es decir, en el caso que nos ocupa, el terror, el método del terror, los procedimientos del terror, que son los medios para lograr un fin ideológico o religioso propuesto, se convierte en el fin mismo. El fin es el terror mismo, el fin es la muerte misma, el fin son los asesinatos mismos, el fin es siempre el terror. Cuando ocurre esto hay un cambio radical, ya no hay fin, sólo hay el método, el método del terror. En otras palabras, no se persiguen otra cosa que el terror. Entonces desaparecen los horizontes, se esfuma la política, la luchas se han convertido meramente en el instrumentos de la muerte.
Lo que acabamos de decir pasa no solamente con las organizaciones fundamentalistas, de todo tipo, de distintas religiones, de distintas ideologías, sino también ocurre con los Estados. En un momento de crisis múltiple, de crisis política, económica social y cultural, en un momento de crisis gubernamental, el Estado recurre al terror, al terrorismo de Estado, para preservar su dominación, sembrando el miedo, incluso el pánico. Entonces tenemos que hablar de esta distorsión del terror, cuando se convierte en sí mismo en finalidad; esto ocurre no solamente con las organizaciones clandestinas, por así decirlo, sino también con los Estados en crisis.
Mediante el terror se pretende perpetrar una autoridad irracional, la autoridad de una supuesta tradición, la autoridad de la institución instituida, heredada como fatalidad. Emmanuel Kant decía que la única autoridad que hay que reconocer es la razón, a partir Hugo Zemelman Merino podemos decir que la única autoridad que hay que reconocer es el uso crítico de la razón. Estamos en pleno desenvolvimiento de la ilustración y del iluminismo. También estamos en pleno desenvolvimiento de la dialéctica de la iluminismo, de acuerdo a Theodor Adorno y Max Horkheimer. Frente al iluminismo y la razón, evitando la crítica demoledora de la razón, la supuestas tradiciones se defienden imponiendo la autoridad con violencia, reprimiendo la crítica, impidiendo la iluminación y la ilustración. Por eso se habló de oscurantismo.
Estas son las metáforas con las que se presenta el despliegue de la iluminismo y de la ilustración. La luz se opone a la oscuridad, la ilustración se opone a la ignorancia. Siguiendo el decurso del debate, del enfrentamiento ideológico, la corriente positivista, tanto filosófica como epistemológica, ha opuesto la ciencia al mito. Más tarde el debate se ha enriquecido con otras perspectivas epistemológicas y hermenéuticas. Estas apreciaciones han sido retomadas por Adorno y Horkheimer en su Dialéctica del iluminismo. Haciendo un balance del periplo de la ilustración, concluyen, ante la experiencia de la primera y segunda guerra mundial y del holocausto, que los caminos de la razón instrumental pueden llevar al irracionalismo de la guerra y al oscurantismo de una modernidad sin escrúpulos. También dicen que la modernidad no salió de la esfera del mito, sino que inventa otros mitos, uno de ellos es la historia. Asimismo dicen que el pretendido dominio sobre la naturaleza es un gran equivocó, además de ser un mito, puesto que el ser humano pertenece a la naturaleza, no puede salir de ella; en consecuencia, que el desarrollo moderno, al afectarla, cobra consecuencias que redundan, como boomerang, en la sociedad moderna, la que ha desencadenado el desarrollo desbocado. Por eso, propugnan el iluminismo del luminismo, vale decir, la crítica de la crítica. Si el luminismo fue la crítica de la oscurantismo y de las instituciones tradicionales, de los mitos y prejuicios, ahora se requiere de la crítica de la modernidad y de un nuevo iluminismo, de una nueva crítica.
Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XX, incluso durante las tres primeras décadas del siglo XXI, este iluminismo del iluminismo, esta nueva ilustración, no se ha dado lugar como acontecimiento epistemológico, político y moral, como reforma intelectual y ética, salvo en contadas excepciones puntuales, que buscan seguir la reflexión creativa de la crítica, de la razón crítica y de la crítica de la razón. Los nuevos oscurantismo se han aferrado a sus nuevos mitos, es decir, relativos a la episteme moderna, incluso se han aferrado a las religiones anacrónicas. Se han aferrado a sus instituciones ancladas en el ostracismo de otro tiempo desaparecido. Podemos decir, parafraseando a Vicent van Gogh, que ese tiempo ya no está, pero las máquinas atroces siguen todavía. Por eso, la recurrencia desesperada al terrorismo generalizado, al terrorismo del Estado y al terrorismo de las organizaciones irregulares, al terrorismo fundamentalista, así también, al terrorismo de las mafias y los cárteles por el control territorial.
El recurso al terrorismo se ha generalizado, al punto de que ocasiona paradojas, como la declarada “guerra contra el terrorismo”, de la hiperpotencia norteamericana. La paradoja es que el recurso de la “guerra contra el terrorismo” es, a su vez, terrorismo globalizado. Se suspenden los derechos civiles y políticos, los derechos ciudadanos y los derechos humanos, puesto que el terrorismo es el poder absoluto, por lo menos en pretensión. Como imitación otros Estados han asumido también la “guerra contra el terrorismo” como procedimiento para acallar a los contrincantes, a los opositores y, sobre todo, eso es lo más grave, a la movilización social. La palabra “terrorismo” se ha convertido en un comodín, se la puede usar a gusto, dependiendo de los contextos y las coyunturas, dependiendo de las dificultades de los gobernantes y de las organizaciones políticas.
El problema es que esta generalización del terrorismo termina ocultando la explosión proliferante de las violencias polimorfas contra los pueblos, contra las sociedades, contra los pueblos indígenas, contra las mujeres; esto último sobretodo, mostrándose en la espiral desencadenada de los feminicidios.
Volvamos al problema matricial, el de la violencia. En anteriores escritos habíamos establecido que el poder es relación de fuerzas, habíamos retomado la figura de fuerza activa y fuerza reactiva, mas bien, de la ambivalencia de la fuerza, que en determinadas condiciones se comporta activa, en cambio el cuerpo, en determinadas condiciones, padece la acción de la fuerza. Considerando esta apreciación de la genealogía del poder decíamos que, la violencia supone no solamente el efecto de la fuerza sobre el cuerpo, sino el efecto de la fuerza sobre el sujeto. Por eso, se puede decir que la fuerza, en el sentido de la violencia, daña, ataca al sujeto. Ahora bien, revisando la etimología de la violencia, sabemos que proviene de la raíz indoeuropea wei, qué significa fuerza vital. La palabra violencia, en castellano, deriva del adjetivo violens, en latín, que significa impetuso, furioso. Se puede decir que el origen latino de la palabra es el sustantivo vīs, que quiere decir fuerza, poder, potencia. Los romanos llamaban vīs a la fuerza, al vigor; esto sobre todo cuando la voluntad de unos se impone a la voluntad de otros o anula la voluntad de otros. Vis tempestatis se denomina a la fuerza de la tempestad. En el código de Justiniano se menciona vis magna cui resisti non potest, es decir, se habla de la fuerza mayor que no se puede resistir.
Retomemos el concepto de violencia en sus distintas significaciones, sobre todo en el sentido de imponer una voluntad, anulando otra voluntad. Esta violencia adquiere dimensiones descomunales cuando atraviesa ciertos límites, que tienen que ver tanto con la intensidad de la violencia, así como con la extensidad de la violencia. Por ejemplo, individualmente, con la tortura se llega a la violencia destructiva del propio cuerpo, violencia humillante, descalificadora e inhumana, que padece el cuerpo y el sujeto. Otro ejemplo, pluralmente, con el desencadenamiento del terror de Estado se llega a la violencia demoledora contra el pueblo y la sociedad, buscando la inhibición total de su voluntad. Sin embargo, el terror de Estado se anticipa en organizaciones protoestatales, que se preparan para ser Estado, se adelantan en el implacable despliegue del terror contra el pueblo y la sociedad, para imponer la propia voluntad de dominio.
¿Qué pasa en la subjetividad del que impone su voluntad y anula la voluntad del otro? Desconoce al otro, por lo tanto se anula el reconocimiento, la autoconciencia. Al desconocer el reconocimiento de una autoconciencia en otra autoconciencia, se anula también como sujeto, sujeto devenido autoconciencia, en una relación libre, donde la libertad se realiza en el reconocimiento y en la realización de la demanda de reconocimiento como autoconciencia. Estas consideraciones aparecen en la Fenomenología del espíritu de Hegel. Vamos a recurrir a ellas, a esta ciencia de la experiencia de la conciencia, que es el subtítulo del libro citado. Esto lo hacemos para hacer hincapié, si tomamos en cuenta la dialéctica de la fenomenología del espíritu, que cuando la autoconciencia retrocede a la conciencia, cuando deja de reconocer a sus semejantes, no solamente no hay libertad, se anula la libertad y la relación en libertad, sino que se retrocede a la conciencia limitada a la observación del objeto. En otras palabras, se ha cosificado al sujeto, al otro, al otro sujeto se lo ha vuelto un objeto. Interpretando, desde la fenomenología del espíritu, el otro sujeto se ha convertido en esclavo, esta vez, interpretando desde la dialéctica de la amo y esclavo.
¿Qué pasa cuando se despliega el terrorismo de Estado? Cuando el Estado impone su voluntad y anula la voluntad del pueblo y de la sociedad. El Estado deja de ser la síntesis política de la pluralidad social. Se convierte en algo ajeno a la sociedad, mas bien, se convierte en una máquina contra la sociedad, en una amenaza, más aún, en un artefacto de engranajes de la violencia, que inhibe la potencia social. Está demás decir que la relación entre Estado y sociedad, en este caso, se desenvuelve sin libertad, en las condiciones de abolición de la libertad. Sólo existe el Estado, sólo existe la voluntad del Estado, que ha dejado de ser la voluntad general, convertida en una voluntad maquínica, en la voluntad de la monstruosidad burocrática y funcionaria, en la voluntad de los verdugos uniformados. Todo reconocimiento y autoconciencia han desaparecido socialmente y políticamente. Ya no hay sujetos, sino sólo cosas, objetos, cifras, discursos protocolares emitido desde el poder.
¿Qué pasa cuando son las organizaciones irregulares las que imponen su voluntad, anulando la voluntad de la sociedad y del pueblo? Sin ser Estado estas organizaciones, que usan el terror, no solamente como medio para lograr el cumplimiento de finalidades enunciadas, sino, como hemos dicho, que convierten al terror en el fin mismo, haciendo desaparecer el fin proclamado, sea ideológico o religioso, establecen una relación con la sociedad al margen de la libertad, desconociendo la voluntad misma de la sociedad, el conglomerado de sus subjetividades, convirtiéndola en un recipiente, que recepciona sus discursos estridentes y sus violencias proliferantes. Aquí también desaparecen los sujetos, todo reconocimiento y las autoconciencias. Sólo hay autómatas encargados de perpetrar la violencia desencadenada, solo hay cuerpos que padecen esta violencia.
En los contextos y ámbitos del terrorismo generalizado, el mundo se ha convertido en un infierno. Las mayorías de las sociedades, pueblos y poblaciones padecen las violencias derivadas del terrorismo de Estado y del terrorismo de las organizaciones irregulares. Los horizontes se han clausurado, el porvenir se ha convertido en el abismo donde caen los cuerpos para enterrarse.
La violencia genera violencia, esta es la situación del círculo vicioso de la violencia. La violencia se cristaliza en los huesos y luego se exterioriza en otra violencia. Es violencia someter a un pueblo, desplazarlo, convertirlo en exiliado, arrinconarlo, presionándolo, humillándolo, convirtiéndolo en una acumulación de cosas, incluso nadas, invisibilizándolo. Un pueblo que no tiene porvenir, ni destino, ni territorio, se encuentre una situación desesperada, cuando su población padece la crisis del destierro, que se expresa en la pobreza lapidaria, en la miseria, en la exclusión, llega a un punto en que no tiene nada que perder, se arroja entonces desesperadamente a la violencia, al despliegue de la violencia contra el opresor.
En ambos casos, la violencia del Estado y la violencia de las organizaciones irregulares, la violencia forma parte del círculo vicioso de la violencia. Cuando esta violencia no tiene medida, cuando decide asesinar y perpetra asesinatos, cuando más artroces mejor, se ha llegado a un punto donde se expresa patentemente la pérdida de humanidad. Las monstruosidades se han hecho presentes. En esta situación no hay destino. Es inhumano matar a civiles desarmados, realizar pogrom, buscar la muerte más atroz, prolongarla en torturas, incinerar cuerpos y danzar alrededor de los cadáveres. Es inhumano bombardear ciudades, arrasar manzanos urbanos, matar a gran escala, volver a obligar a la población a un nuevo desplazamiento sin destino. En ambos casos, se ha llegado al desborde de la monstruosidad, en lo que se han convertido los perpetradores de la violencia. Esa no es una violencia “revolucionaria”, tampoco la otra es una violencia civilizada, como se pretende, en una descomunal “guerra contra el terrorismo”. De este modo se llega a asistir a una guerra entre monstruos, mientras los pueblos padecen las consecuencias arrasadoras de la guerra.
Cuándo los enemigos, enfrascados en la guerra, en la lucha muerte, buscan el exterminio del otro, ya no hay salida, es decir, ya no hay historia posible. La historia sólo es posible si hay salidas. Volviendo a la fenomenología del espíritu de Hegel, se puede decir que hay historia cuando los contrincantes buscan una alternativa, fuera del exterminio. Un acuerdo. Entonces se puede dar curso otra vez a la historia o, por primera vez, a la historia plena, completa, dependiendo del comienzo de donde partimos. La historia, se puede reducir a la historia de las dominaciones, cuando el señor enseñorea y el siervo sirve. Cuando el amo domina y el esclavo obedece. Esta es una historia circunscrita, reduccionista, usando las figuras que aparecen en la fenomenología del espíritu, metáfora filosóficas, por cierto. Empero, esta historia reductiva lo que hace es guardar la posibilidad de una nueva confrontación, donde los enemigos vuelvan a enfrascarse en una guerra muerte, buscando el exterminio del otro. Jugando con las figuras filosóficas, podemos decir que esta es una historia a medias, es una historia herida, puesto que guarda la posibilidad de la desaparición de la misma historia, de la memoria social, porque se apuesta por el exterminio.
Siguiendo con el discurso de la interpretación teórica, podemos decir que la historia completa, sana, vital, sin heridas, acaece cuando se llega a un acuerdo mediante el reconocimiento pleno de ambos, el reconocimiento de su humanidad, por lo tanto, la posibilidades de complementariedad. Sin embargo, esto no ha ocurrido hasta ahora, puesto que seguimos en la historia de las civilizaciones, que se han erigido sobre los cimientos y la matriz de la historia herida, donde se llega a un acuerdo provisional, pero con la posibilidad de hacer resurgir otra vez la batalla, la lucha muerte, por lo tanto, la búsqueda del exterminio del otro.
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