Por: Alberto Benegas Lynch
Otro tucumano ilustre: una nota
En una de mis tantas visitas al departamento de Doctorado en Economía de la Universidad Nacional de Tucumán, invitado las más de las veces por Severo Cáceres Cano y Valeriano García y más recientemente invitado a la Fundación Federalismo y Libertad he buscado infructuosamente los trabajos agotados del doctor Juan Benjamín Terán (1880-1938) sobre quien había leído por referencias indirectas pero muy sustanciosas.
Días pasados gracias a la gentileza de Mercedes Colombres me pude hacer de algunos de sus textos recopilados en sus obras completas y me he quedado maravillado por sus muy variadas contribuciones. Un jurista e historiador de gran calado desde su tesis doctoral sobre la escuela histórica, ministro de la Corte Suprema de Justicia, autor de numerosos libros y ensayos, Rector de la Universidad Nacional de Tucumán y uno de sus fundadores, miembro de la Academia Nacional de Letras, Presidente de la Sociedad Sarmiento desde donde difundió los fundamentos de la libertad para la prosperidad moral y material de los pueblos y fue cofundador de la Revista de Artes y Ciencias Sociales con idéntico propósito.
Leyendo algunos de sus trabajos constato su preocupación principal por combatir el materialismo filosófico, también denominado determinismo físico por Karl Popper.Terán no estaba a la altura de los conocimientos de economía de su predecesor en tierras tucumanas: el inigualable Juan Bautista Alberdi, aunque advertía de los peligros «que el comunismo dicta contra la propiedad privada», pero aquel historiador bien apuntaba a un desvío crucial de la libertad y su correlato cual es el libre albedrío.
No hay espacio en una nota periodística para elaborar sobre los múltiples textos de Juan B. Terán, pero me detengo en lo dicho a lo que adiciono un corto epílogo sobre al nacionalismo y la tiranía. En aquel sentido escribe que «cualquier conquista espiritual es contradictoria con el determinismo, para el que somos un anillo en la fuerza cósmica o un eslabón en la cadena zoológica […] El pensamiento humano se embebió de biologismo. El hombre era un eslabón de la cadena zoológica, la sociedad un organismo, la psicología una prolongación de la fisiología […] Para el naturalismo era irrisorio poner valores en la historia. Sacar a ésta de su papel de narrar y explicar los hechos era tentativa pueril. Condenar o alabar a un personaje o un acontecimiento era tan absurdo como juzgar virtuoso un eclipse o una tempestad, porque tenían como ellos su fórmula necesaria, su génesis insobornable«.
Sin embargo concluía que «sabemos que no somos esclavos de un determinismo ciego y que las ideas que elaboramos y los ideales que acariciamos no son cosas baldías porque podemos incorporarlas como realidades a la vida de los demás hombres y de la sociedad» puesto que «podríase resumir estos elementos diciendo filosofía -es decir capacidad para pensar más allá de la realidad exterior y de sí mismo, como parte de la realidad. Esta capacidad es el sello de una cultura«.
Antes he escrito sobre este tema tan decisivo como sustento de la libertad. Desafortunadamente hay muchos liberales que llevan a cabo faenas académicas de gran valor y sofisticación pero no indagan en los cimientos mismos de la libertad cual es el fundamento del libre albedrío sin lo cual se desploma el edificio.
Retomo la crítica a esta visión aberrante que no otorga espacio a la psique, a la mente o a los estados de conciencia, lo cual anula la posibilidad del libre albedrío y, consecuentemente a la libertad y al sentido de lo moral ya que todo se resumiría a los nexos causales inherentes a la materia por lo que no había ideas autogeneradas, proposiciones verdaderas y falsas, razonamiento ni argumentación posible, incluso para defender racionalmente al materialismo ya que todo lo que hacemos o decimos estaría condicionado y no decidido por la voluntad independiente.
Como queda dicho, Popper ha bautizado como «determinismo físico» el supuesto de que el ser humano en verdad no elige, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, el antedicho materialismo filosófico en cuyo caso la libertad sería una ficción. Así escribe este filósofo de la ciencia que «si nuestras opiniones son resultado distinto del libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta«.
En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual, lo cual es propio del materialismo, naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado «no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional«.
Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que «uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento». Si no se acepta la condición humana de la libre decisión, todas las demás elucubraciones en ciencias sociales carecerían de sentido puesto que las bases de sustentación desaparecerían y no existiría acción humana sino mera reacción como en las ciencias naturales.
Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck en este contexto. Afirma que «se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta».
Por su parte el lingüista Noam Chomsky señala que «no hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico«.
El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso de las expresiones «inteligencia», «memoria» y «cálculo» aplicado a los ordenadores. La primera proviene de relacionar la comprensión de conceptos en base al inter legum, esto es leer adentro, captar significados. Y como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a «la memoria del pañuelo», del mismo modo que cuando se almacena información en un depósito no se concluye que el galpón del caso tiene una gran memoria, puesto que «la memoria es inseparable de la conciencia». En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadores calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular .
En este plano de análisis hay muchas otras metáforas que arrastran el peligro de su literalidad (los economistas estamos acostumbrados a lidiar con estos peligros). Tal es el caso de uno de los ejemplos que critica Thomas Szasz sobre lo que coloquialmente se dice brainstorming y, para el caso, brainwashing cuando estrictamente se trata de mindstorming y mindwashing. También puede agregarse el error de hacer referencia al «deficiente mental» cuando es «deficiente cerebral». Si los humanos fuéramos solo kilos de protoplasma determinados por nexos causales inherentes a la materia, seríamos como el loro de nuestro ejemplo (claro que no físicamente sino desde la perspectiva de la inexistencia de argumentación, razonamiento y conceptualización).
En la misma obra citada, Szasz subraya las inconsistencias de una parte de las neurociencias al pretender que con mapeos del cerebro se podrán leer sentimientos y pensamientos pero «el cerebro es un órgano corporal y parte del discurso médico. La mente es un atributo personal parte del discurso moral […] equivocadamente se usan los términos mente y cerebro como se utilizan doce y una docena«.
También Szasz se refiere a otra metáfora peligrosa en cuanto a la mal llamada «enfermedad mental» cuando esto contradice la noción más elemental de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas.
Es sabido que todo lo material de nuestro cuerpo cambia permanentemente con el tiempo y, sin embargo, mantenemos el sentido de identidad (a menos que se haya padecido de una enfermedad o accidente que lesione partes vitales del cerebro que no permitan la interconexión mente-cuerpo).
Antony Flew y John Hospers precisan la diferencia entre causas y motivos. Flew escribe que «cuando hablamos de causas de un evento puramente físico -digamos un eclipse de sol- empleamos la palabra causa para implicar al mismo tiempo necesidad física e imposibilidad física: lo que ocurrió era físicamente necesario y, dadas las circunstancias, cualquier otra cosa era físicamente imposible. Pero este no es el caso del sentido de causa cuando se alude a la acción humana. Por ejemplo, si le doy a usted una buena causa para celebrar, no convierto el hecho en una celebración inevitable».
También Hospers manifiesta que «enunciando sólo los antecedentes causales, nunca podríamos dar una conclusión suficiente: para dar cuenta de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia fines hemos de conocer sus razones y razones no son causas».
Aparece una gran paradoja que, entre otros, expresa George Gilder en cuanto a que los procesos productivos de nuestra época se caracterizan por atribuirle menor importancia relativa a la materia y un mayor peso al conocimiento y, sin embargo, irrumpe con fuerza el materialismo filosófico. Ludwig von Mises apunta que «para un materialista consistente no es posible distinguir entre una acción deliberada y la vida meramente vegetativa como la de las plantas».
Murray Rothbard explica que «si nuestras ideas están determinadas, entonces no tenemos manera de revisar libremente nuestros juicio y aprender la verdad, se trate de la verdad del determinismo o de cualquier otra cosa» y Friedrich Hayek nos dice que «todos los procesos individuales de la mente se mantendrán para siempre como fenómenos de una clase especial […] nunca seremos capaces de explicarlos enteramente en términos de las leyes físicas».
Autores como Howard Robinson , John Foster, Richard Swinburne y Thomas Reid concretan su perspectiva mostrando que sus estudios se refieren a dos planos de una misma realidad humana. Una, la física o la material y, la otra, la mental o los estados de conciencia. Robinson resume este ángulo de análisis: «Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso» y, además, «el pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe» pero lo físico es por definición lo que existe como tal (lo cual no quiere decir que todo ello pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).
Juan José Sanguinetti resume bien el problema al escribir en Neurociencia y filosofía del hombre que «Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´, pues soy yo quien saluda con calor mediante un apretón de manos. [Maxwell] Bennett y [Peter M.] Hacker [en Philosophical Foundations of Neuroscience] se lamentaron, en este sentido, de que la literatura neurocientífica acuda con demasiada frecuencia a expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´, porque atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc., simplemente no tiene sentido […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos».
En todo caso subrayamos que Terán fue uno de los pioneros en denunciar al materialismo filosófico a lo que cabe agregar para cerrar este artículo otro aspecto de sus trabajos tal como anunciamos más arriba.
Consigna nuestro autor que «La colonización de América [en nuestro suelo] fue rigurosamente nacionalista; enemiga del extranjero y de lo foráneo […] Es un retorno al primitivismo, a la adoración de la fuerza que es la religión de las tribus salvajes, que endiosan el animal, el río, el fuego o el rayo […es necesario] el rechazo del fanatismo del Estado y de la extensión invasora de sus funciones […]
La Constitución del 53 ha creado nuestro sistema moral […mientras que] la Italia de Mussolini tiene los ojos hacia los César y Augusto y aspira a restaurarla […] se aspira a redimir a los caudillos, se reabre el proceso de la tiranía […] es decir, hacíamos la contra-revolución de Mayo […en resumen] necesitamos intelectuales cuya función específica consista en mantener encendido el amor por la verdad. Hacer componendas con el interés, con la pasión o las requisiciones momentáneas de partido, de clase o de perjuicio nacional es lo que Julian Beda ha llamado la traición de los intelectuales.»
Por último, un pensamiento adicional de Terán en vista de lo que viene aconteciendo en tierras argentinas: «Tomamos posición usualmente obedeciendo no a una afirmación sino a una negación. No votamos por, sino en contra de».