Page 4 of 14
1 2 3 4 5 6 14

La herencia política de Trump


Cualquiera que sea el resultado final de esta elección, el de las urnas y el del litigio judicial que seguramente tendrá lugar, hay una conclusión insoslayable y preocupante: el desempeño electoral de Donald Trump fue excepcional para un presidente que es responsable de una tragedia sanitaria como la de la Covid-19 que al momento de escribir estas líneas causó 239.012 víctimas fatales, cuatro veces el número de soldados caídos en la guerra de Vietnam. Malos o mediocres indicadores macroeconómicos en ocupación, salarios, caídas en manufacturas, minería y construcciones que se comparan desfavorablemente con la presidencia de Barack Obama y contrastan con estridencia ante la expansión de los negocios especulativos en Wall Street y las obscenas reducciones en los impuestos a los más ricos. 

La beligerancia de Trump: guerra comercial con China, deterioro de la Alianza Atlántica y los bloqueos y sanciones económicas a varios países crearon un clima de zozobra, al cual se unió el estallido de las protestas sociales más multitudinarias y violentas desde 1968 y el vigoroso resurgimiento de la “cuestión racial” catapultada por reiterados guiños desde la Casa Blanca a las policías locales para reprimir con todo el rigor posible a los descontentos, y si eran afroamericanos mejor aún. Sin embargo: ni la vitalidad del “Black lives matter” y todo lo enunciado más arriba alcanzaron para precipitar una derrota aplastante de Trump, como pronosticaban la gran mayoría de las encuestas.

El secreto de este desempeño es la mutación del partido republicano “reformateado” por Trump al ampliar su base social y solidificar un apoyo “plebeyo” del que antes gozara sólo marginalmente. En los ochentas del siglo pasado Ronald Reagan había cosechado un importante apoyo en algunos sectores de las clases populares, pero nada comparable en extensión e intensidad con lo del magnate neoyorquino. En extensión, porque penetró en amplios segmentos de los obreros manuales antes cotos de caza de los demócratas; a ellos sumó a los agricultores más pobres, a la olvidada gente del interior profundo del país y las empobrecidas capas medias.

En intensidad, además, porque Trump demostró ser un comunicador excepcional: en los mítines públicos de Estados Unidos no hay mayores registros de multitudes de 30 o 45 mil personas gritando, como en una asamblea de cultos milenaristas, ‘te amamos, te amamos’, como lo consigna un asombrado David Sherfinski en una nota del Washington Times este miércoles. Un demagogo desatado, poseído por una nietzschiana voluntad de poder que exalta como patriotas a los automovilistas que acosaron y bloquearon al bus en que viajaba Joe Biden por Texas; que desafía la legislación electoral y cualquier otra, incluida la tributaria; que se burla de la “corrección política” tan cultivada por sus rivales; que maneja con perversa maestría las redes sociales; que se enfrenta e insulta a los medios concentrados (CNN, el New York Times, el Washington Post y toda la prensa culta), que se construye como el gran defensor del “little guy”, de la gente común, olvidada por el elitismo gerencial de los republicanos tradicionales y el globalismo neoliberal de los demócratas y que cristaliza el apoyo de un imponente bloque social pulsando las potentes cuerdas del resentimiento, el odio, el temor que abren la Caja de Pandora del racismo y la xenofobia; que exalta la perdida grandeza de su país amenazada por los pérfidos chinos que “inventaron al coronavirus para poner a Estados Unidos de rodillas”, grandeza que él se propone recuperar a cualquier precio.

El principal saldo, por ahora, de esta elección –que será recordada como un parteaguas en la historia política de Estados Unidos y sobre el cual habrá mucho que analizar- es la consolidación de una derecha populista radical pero que ahora, por obra de Trump, adquiere una resonancia de masas que jamás tuvo el Tea Party ni ninguna otra expresión de los republicanos desde la época de Teodoro Roosevelt, a comienzos del siglo veinte y, en parte, Ronald Reagan. Esta es una mala noticia. La buena es que esta construcción gira exclusivamente en torno a su persona y no hay sucesor a la vista. De todos modos, habrá que tener cuidado porque si Trump llegara a perder la presidencia esa masa plebeya y furiosa quedaría huérfana pero, ¡atención con esto!, disponible para nuevas interpelaciones populistas y de derecha de otro líder carismático. Que por ahora no se ve, pero que puede estar al acecho en los pliegues de una sociedad exasperada y enfurecida.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/303810-la-herencia-politica-de-trump

Comparte este contenido:

La Internacional Fascista En Acción

Por: Atilio Borón


El mismo plan, la misma estrategia, concebida para ser aplicada a escala global. Para neutralizarla, debemos también nosotros actuar en la misma escala, reforzando sin más demoras la articulación internacional de nuestras luchas en contra del fascismo. A continuación, vean estos dos comunicados sobre los ataques de la derecha a periodistas críticos en Argentina y Chile. Vean las similitudes y extraigan ustedes mismos sus conclusiones.

Argentina

POR LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN, CONTRA EL AUTORITARISMO y LA MENTIRA CONTUMAZ DE LOS MEDIOS HIPERCONCENTRADOS Y LA JUSTICIA MERCENARIA
Los y las periodistas, comunicador@s, escritor@s, intelectuales y creadores de arte y cultura de la República Argentina abajo firmantes, repudiamos y condenamos las amenazas y ataques mediáticos contra los colegas Miriam Lewin, Roberto Navarro, Ari Lijalad y Franco Mizrahi, y nos pronunciamos absolutamente en contra de las violentas, torpes y antidemocráticas falsas acusaciones en contra de ellos, que son, a la vez, repudiables ataques directos a la libertad de expresión.

La Argentina no merece vivir en estado de zozobra permanente a raiz de las mentiras constantes del sistema comunicacional hiperconcentrado y destituyente.
La Argentina no merece vivir el clima de odio y violencia que promueven los medios antidemocráticos y abusivos.
La Argentina merece y necesita que se respete al gobierno limpiamene elegido por el pueblo.
En estas circunstancias y este momento histórico, Miriam, Roberto, Ari y Miguel somos todas y todos.

Chile, de donde me piden que divulgue lo siguiente:

Estimados y estimadas colegas hoy ha sido amenazada violentamente en su casa nuestra ex presidenta del Tribunal Regional de Ética, Carolina Trejo Vidal. Ella es académica , corresponsal extranjera y periodista en diversos medios de comunicación nacional y comunitarios, de amplia y reconocida carrera profesional. Junto a ella han sido amenazados en sus hogares varios comunicadores sociales. Rogaría difundir y solidarizar. Es una situación de amedrentamiento muy grave que contiene símbolos de la araña de Patria y Libertad. Esto, nos parece un abuso intolerable no solo contra Carolina Trejo, sino que también en contra de quienes ejercen su derecho a informar sobre lo que ocurre en nuestro país. Exigimos una pronta investigación y repudio a estos hechos. Oriana Zorrilla, presidenta Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas de Chile.

Fuente e imagen: https://atilioboron.com.ar/la-internacional-fascista-en-accion/

Comparte este contenido:

Quino y su siembra

Por: Atilio Borón

Quino abrió sus alas y voló, dejando tras sí una estela de luminosas enseñanzas. Durante nueve años, en su tira de Mafalda y sus amigos, retrató con maestría la vida cotidiana y los estereotipos de la sociedad argentina de los sesentas y comienzos de los setentas, cuestionados por la niña rebelde, crítica, de oportunos e incisivos comentarios. Luego, cuando en plena dictadura Mafalda tuvo que ser puesta a buen recaudo para que no desapareciera como tantas otras argentinas, su creador amplió el foco de su análisis social y descargó toda su finísima ironía para exponer y denunciar las injusticias de este mundo. El recuerdo que ha dejado impreso entre quienes tuvimos la fortuna de disfrutar de su humor político es imborrable y, me atrevería a decir, casi universal. Digo “casi” porque ignoro si en Asia y África se conocen sus viñetas, aunque creo que en Japón sí. Lo que queda fuera de toda duda es que Quino, con su lápiz y plumín, contribuyó a crear una conciencia crítica con más eficacia y alcance que cientos de sesudos escritos. Fue un incansable sembrador de ideas “incorrectas”, es decir, contestatarias; no conforme con eso fue también un empecinado cultor de utopías. Su sutil burla a las dictaduras, sus hampones y sus beneficiarios y su crítica a la prepotencia de ricos y poderosos, dentro del país y en el terreno internacional, penetró en la conciencia de millones de personas y cambió, para bien, su forma de ver el mundo. Su obra, demostró por enésima vez, la eficacia del humor como instrumento de crítica social ante el cual las clases dominantes se quedan sin respuestas. Sólo atinan a recurrir al “entretenimiento” y tratar de estupidizar a las masas, embotar su cerebro, desconectar sus neuronas, fomentar su ignorancia y pasividad. Todo al revés de lo que hacía el ilustre mendocino, que en la gran mayoría de las veces interpelaba nuestras conciencias sin decir una sola palabra, o hablando en voz baja, como musitando sus dibujos que por eso mismo rugían con voz atronadora. Los ejemplos seleccionados para acompañar esta despedida son elocuentes. Quino, se nos ha ido, pero su inmenso legado permanece entre nosotros como alimento de futuras generaciones y como un acicate en la inconclusa tarea de entender el mundo … y cambiarlo, de una vez por todas. Antes de que sea demasiado tarde.

Fuente e imagen: https://atilioboron.com.ar/quino-y-su-siembra/

Comparte este contenido:

Argentina: Las «fake news» como pandemia

Las «fake news» como pandemia

Atilio A. Boron

Los publicistas y opinólogos de la BNC (Bullshit News Corporation) siguen diciendo (hoy 24 de septiembre de 2020) que Argentina está en el 10º lugar por el número de casos de COVID-19. Es falso.

Como ya expliqué varias veces el número de casos es un dato muy poco confiable, porque depende, entre otras cosas, del número de tests realizados y la calidad de sus resultados. El dato “duro”, irrefutable, es el NÚMERO DE MUERTOS POR MILLÓN DE HABITANTES, y en este caso Argentina ocupa el puesto número 23º. Sería preferible que estuviéramos como Cuba, en el puesto 147º, Nicaragua o Venezuela, ambos en el puesto 120º, Uruguay en el 139º, China en el 174º o Vietnam en el 188. Pero, podríamos estar peor, como varios de nuestros vecinos. Vean la tabla que informa quiénes ocupan los primeros 25 puestos y la tasa de muertos por millón y saquen sus propias conclusiones acerca del talante moral de quienes dicen que “informan” a la población.

Como ya expliqué varias veces el número de casos es un dato muy poco confiable, porque depende, entre otras cosas, del número de tests realizados y la calidad de sus resultados. El dato “duro”, irrefutable, es el NÚMERO DE MUERTOS POR MILLÓN DE HABITANTES, y en este caso Argentina ocupa el puesto número 23º. Sería preferible que estuviéramos como Cuba, en el puesto 147º, Nicaragua o Venezuela, ambos en el puesto 120º, Uruguay en el 139º, China en el 174º o Vietnam en el 188. Pero, podríamos estar peor, como varios de nuestros vecinos. Vean la tabla que informa quiénes ocupan los primeros 25 puestos y la tasa de muertos por millón y saquen sus propias conclusiones acerca del talante moral de quienes dicen que “informan” a la población.

 

1. San Marino 1,237

2. Perú 964

3. Bélgica 858

4. Andorra 686

5. España 665

6. Bolivia 660

7. Brasil 653

8. Chile 651

9. Ecuador 631

10. EEUU 625

11. Reino Unido 616

12. Italia 592

13. Suecia 581

14. México 580

15. Panamá 529

16. Saint Marteen 489

17. Colombia 485

18. Francia 482

19. Países Bajos 368

20. Irlanda 363

21. Macedonia del Norte 342

22. Armenia 319

23. Argentina 317

24. Moldavia 311

25. Irán 297

Sería estúpido congratularse por estar en el 23º lugar en medio de una tragedia como esta, pero no es un dato menor que pese al aluvión de críticas que ha despertado la política sanitaria del actual gobierno y la mentira de decir que estamos entre los diez peores del mundo en cuanto a combate al Covid-19 los datos duros muestran que estamos mejor que nueve países de la región y varios de los más avanzados de Europa y el propio Estados Unidos, objetos permanente de admiración por parte de los empleados de la BNC.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/294430-las-fake-news-como-pandemia

Fuente de la Información: https://rebelion.org/las-fake-news-como-pandemia/

 

 

Comparte este contenido:

Argentina: frenar la reforma judicial, a cualquier precio

Por: Atilio A. Boron

 

Asombra constatar la actitud de muchos observadores de la vida política argentina así como de buena parte de la gente del común cuando dicen no entender las razones por las cuales la clase dominante y su expresión política (el macrismo, en cualesquiera de sus variantes o re-encarnaciones), la oligarquía mediática y el grueso de la magistratura se oponen frontalmente a la reforma judicial. ¡Cómo puede ser, si es evidente que la Justicia no está funcionando adecuadamente en este país! ¿Cómo oponerse a su reforma, para mejorarla y ofrecer las garantías del debido proceso a toda la población? Hundiendo un poco el escalpelo en la gruesa capa de la retórica leguleya y pseudoconstitucionalista empleada por sus opositores lo cierto es que para la clase dominante y sus aliados en los medios y en el Poder Judicial la justicia está funcionando muy bien. Ha servido de protección y de cobertura para asegurar la impunidad de muchos delitos y crímenes; negociados escandalosos y fraudes monumentales en contra del fisco (como el de Vicentin en fechas recientes) que contaron con el silencio o la pasividad cómplice de los oligopolios mediáticos de Clarín y La Nación  y sus opinólogos. ¿Por qué razón los beneficiarios de esta escandalosa corrupción de la Justicia podrían apoyar una reforma que ponga fin a sus tropelías? Se comprende que guiados por sus intereses su conducta racional sea oponerse por todos los medios a la reforma, evitar que el tema se ventile ante la opinión pública y procurar por los muchísimos medios de “confusión de masas” de que disponen suscitar una respuesta negativa de la población ante la iniciativa reformista.

Los problemas del Poder Judicial en la Argentina son apabullantes. La causa del atentado a la AMIA tiene 26 años y aún está a la espera de una sentencia definitiva. La causa ACINDAR, que investiga delitos económicos, lleva diez años encajonada en los recintos del Poder Judicial sin que pase a Juicio Oral. La causa Correo Argentino (que, como sabemos, involucra a la familia del ex presidente) “tramita” sosegadamente  en los tribunales hace ya 19 años La mayoría de las personas detenidas y encarceladas lo están sin sentencia firme. El caso escandaloso de Milagro Sala, más de mil días privada de su libertad, es el más conocido pero está lejos de ser la única presa política o persona que sufre una prisión preventiva en nuestro país. En cambio, la causa de “la noche del Apagón” que incrimina de modo irrefutable a Carlos Pedro Blaquier y su socio Alberto Lemos, dueños del jujeño Ingenio Ledesma en Jujuy y que produjo la desaparición de 38 personas dormita  en los escritorios de la Corte Suprema  hace ya cuatro años. El listado de violaciones al Estado de Derecho en la Argentina sería interminable.  El caso de los Panamá Papers que involucraba al presidente en ejercicio, Mauricio Macri, fue escamoteado ante los ojos de la opinión pública por una alianza corrupta entre el Poder Judicial, la “prensa independiente” y parte de la dirigencia política. Lo mismo con la anomalía de un presidente como Macri que asume su función a pesar de estar procesado por la Justicia, que rápidamente enmendó ese “error”. O que intentó designar a dos jueces de la Suprema Corte por decreto, sin que hubiese un clamor de los miembros del Poder Judicial ante semejante atropello. Sólo la indignación de la opinión pública pudo obligar al presidente a revertir su decisión y avanzar por la vía constitucional enviando sendos pliegos al Senado de la Nación. Pero lo curioso del caso no es que allí finalmente se hayan aprobado las designaciones sino que los candidatos –Carlos Rosenkrantz y Carlos Rosatti- consintieran, para su perpetuo deshonor, que el presidente actuara de forma abiertamente contraria a los preceptos constitucionales.

La justicia argentina adolece de un pecado original: en los inicios de la transición democrática se decidió convalidar a los nombramientos efectuados en la Justicia Federal y Nacional por la dictadura cívico-militar. Según el constitucionalista Eduardo Barcesat cerca del 90 por ciento de jueces y fiscales designados durante la dictadura fueron ratificados en sus cargos por el jaqueado gobierno de Raúl Alfonsín.[1] Barcesat señala que fue esta insalubre continuidad del personal que administra la justicia en la Argentina la que permitió frenar “la vigencia de la Ley de Medios Audiovisuales, la que ha resistido en lo posible el enjuiciamiento de las responsabilidades del terrorismo de Estado, que ha violentado las normas y protocolos respecto a la violencia de género y el aborto no punible … y que jamás tuvo una palabra en defensa, ni de las instituciones  ni de los derechos humanos.”

La oposición a cualquier reforma que atenúe, ni hablemos de suprimir definitivamente, atenúe decíamos los nefastas alcances del “lawfare” será por lo tanto absolutamente intransigente. Para ello sembrarán mentiras a diestra y siniestra. Como por ejemplo decir que la reforma está hecha “a medida” de Cristina Fernández cuando ninguna de sus provisiones contempla la posibilidad de remover al personal del Poder Judicial que entiende en sus causas. Así lo afirma Horacio Verbitsky cuando asegura que “la palabra presidencial y el texto del proyecto no dejan dudas respecto de la continuidad de todas las causas ya iniciadas ante los mismos jueces que las tienen ahora, con lo cual ningún alivio podría esperar Cristina de esa reforma.”[2] Esa continuidad está también garantizada para quienes entienden en las múltiples causas de la megacorrupción del macrismo, y en la cual sobresale la “Mesa Judicial”, tal vez la más bochornosa violación de la separación de poderes que conozca la historia argentina. Sin embargo, esta aberración que hizo que Juan B. Alberdi se revolviese en su tumba, pasó desapercibida para los sedicentes campeones (y campeonas) del republicanismo argentino. Y aquélla es apenas la punta del iceberg de la corrupción de la Justicia. Recordemos que utilizaron jueces y fiscales para hacer operaciones políticas y “apretar” a opositores con amenazas de encarcelamiento, todo con el apoyo logístico de los servicios de inteligencia, la complicidad de los grandes medios y de los autoproclamados “custodios de la república”.

Por eso quienes se benefician de esta situación de la Justicia, cuyo jefe imitó al Emérito Rey de España y se ausentó del país, están desesperados por frenar el avance de la Reforma Judicial. Una reforma que es un paso importante aunque, a mi modo de ver, todavía insuficiente. Pero es un avance, entraña una mejoría. Por eso la respuesta de los “defensores de la república” no es discutirla sino abortarla. No sólo eso: el “triángulo de las Bermudas” en el cual puede naufragar la democracia argentina y que está compuesto por jueces y fiscales corruptos, medios corruptos y la derecha corrupta ya se ha puesto marcha en una ofensiva multidimensional cuyo objetivo de máxima va más allá de detener el tratamiento de la reforma sino provocar el derrumbe del gobierno de Alberto Fernández. Sólo espíritus de una gran ingenuidad pueden ignorar esta ominosa realidad. La “guerra híbrida” de amplio espectro tiene en los medios su artillería de vanguardia para debilitar las defensas enemigas y ganar el favor de un sector de la opinión pública. Los descerebrados que desafiaron el Covid-19 este 17 de Agosto, infectándose entre ellos pero diseminando el contagio en proporciones que en pocos días más podremos calibrar, demuestra que hay una población predispuesta a creer cualquier mentira que refuerce su odio visceral al peronismo y a todo lo que huela a izquierda, progresismo o populismo. Y que hay un liderazgo de la derecha capaz de instigar conductas criminales como las del 17-A que podrán causar la muerte de muchas personas. Pero estos daños colaterales están en los cálculos de la derecha. Son inevitables si se quiere mantener el imperio de la impunidad para la hoy acéfala camarilla que gobernó entre 2015 y 2019. Tal objetivo requiere pisotear toda norma o escrúpulo moral que se interponga ante su claro designio y ante su proclamado proyecto de recuperar el gobierno a cualquier costo. No van a esperar hasta las próximas elecciones y apelarán a la violencia. Esta no sólo es física sino que se manifiesta de muchas formas: verbal, en las pancartas, o en los titulares y zócalos de los medios, o la violencia que exuda en los supuestos análisis de embusteros disfrazados de periodistas, o en la extensa serie de notas “humorísticas” que no sólo se mofan o insultan al presidente sino que degradan la propia investidura del jefe de estado. Pero para los adoradores y beneficiarios de los privilegios que otorga el mercado el desprestigio de la presidencia o de la jefatura del Estado es irrelevante. En suma: esta coalición no va a esperar hasta las próximas elecciones. No cree, nunca creyó, en las elecciones de la democracia. Y eso exige que el gobierno y el Frente de Todos tomen conciencia que se les ha declarado la guerra. Guerra no convencional, “guerra híbrida”, de “quinta generación”, como quieran llamarla,  pero guerra al fin. Desconocer esta triste realidad o confiar en el apaciguamiento de los revoltosos mediante el diálogo es una peligrosa ilusión,  que desemboca fatalmente en el suicidio político.

 

[1]  Cf. Eduardo Barcesat, “Sobre la necesidad de una reforma judicial en nuestro país”, en Revista del CCC/ Primera Época, Nº 18, Mayo-Agosto 2013. Accesible en:  https://www.centrocultural.coop/revista/18/sobre-la-necesidad-de-una-reforma-judicial-en-nuestro-pais

[2] En “Los locos del martillo”, en El Cohete a la Luna, 2 de Agosto del 2020, accesible en https://www.elcohetealaluna.com/los-locos-del-martillo/

Fuente e imagen:  https://atilioboron.com.ar/argentina-frenar-la-reforma-judicial-a-cualquier-precio/

Comparte este contenido:

A propósito de Maduro, Duque, Piñera y la Madre Teresa

Por: Atilio A. Boron

 

Recientes declaraciones de la Cancillería argentina vuelven a reproducir las habituales monsergas que la Casa Blanca dirige al gobierno de la República Bolivariana de Venezuela.  Críticas que se caen por su propio peso y que si no lo hacen es debido al funesto oligopólico mediático que el imperio y sus secuaces construyeron para desinformarnos, confundirnos y llevarnos de las narices. Por ejemplo, acusar al “régimen de Maduro” (nótese que todos los gobiernos adversarios de Washington son “regímenes”; en cambio, ni el feroz despotismo medieval de Arabia Saudita para ni hablar del criminal narcogobierno de Iván Duque merecen tal apelativo) de hambrear a su pueblo y no cuidar la salud de su población mientras somete Venezuela a un férreo bloqueo que … ¡impide la llegada de los alimentos y medicamentos que Caracas había comprado (y pagado) de antemano! Pocas veces la historia universal ha registrado una adicción tan extrema al doble discurso y a la hipocresía política como las que la Casa Blanca exhibe desde hace ya largas décadas, síntoma inequívoco de la insanable declinación de su poderío imperial

Acosado por la canalla mediática que fiel a sus patrones exige que el gobierno argentino estigmatice a Venezuela como una dictadura Felipe Solá procura escapar por la tangente y califica de “irregular” la situación del Estado de Derecho en ese país. Pontificar desde la Argentina  sobre el imperio del derecho en otros países es un ejercicio que requiere un cierto grado de temeridad, desmemoria o ignorancia. Basta con recordar los más de mil días de prisión de Milagro Sala, todos aquellos que pasaron años en prisión preventiva (amén de los muchos que todavía quedan en esa situación) y la obscena prostitución de la Justicia Federal para que cualquiera nacido en este país tenga cierta cautela al juzgar la situación de Venezuela. Solá reconoció, y no es un dato menor, que el gobierno de Nicolás Maduro tiene un origen legítimo pero también que su relación con la “oposición dura” (o sea, la que representa el interés de Washington por apoderarse del petróleo y el oro venezolanos) “es cuasi bélica”. Consciente que se deslizaba por una peligrosa pendiente que remataba en una postura indefendible e incoherente con previas declaraciones del presidente Alberto Fernández apeló a una pirueta retórica e introdujo un matiz diciendo que Venezuela “está terriblemente golpeada por el precio del petróleo y por la cantidad de sanciones y bloqueos que tiene”. Allí estuvo bien, aunque tendría que haber profundizado en esa línea de pensamiento. No lo hizo y en su lugar perdió el control del vehículo y desbarrancó al decir que, desgraciadamente, en ese país “Hay una gran facilidad para meter presos políticos, luego los suelen largar, aunque no siempre. El gobierno es autoritario, sin dudas.”[1] Sólo falta que hoy nuestro Canciller declare, en línea con lo que ayer dijera el impresentable Mike “Vito Genovese” Pompeo, que el mundo libre debe forjar una alianza para derrotar a la “tiranía china” para que los zombies decimonónicos que pueblan el Palacio San Martín griten alborozados: “¡cartón lleno!”

Unos pocos datos concretos son suficientes para demostrar los gruesos yerros del discurso del Canciller. Sería bueno, para comenzar, que hablara con el ex presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, para que se informe del talante moral de esa “oposición dura”, que saboteó a última hora un acuerdo entre gobierno y oposición que el español había pacientemente labrado durante meses de arduas negociaciones. Una oposición que declaró que su único objetivo era la “salida” de Maduro y que organizó dos criminales intentos sediciosos, las “guarimbas” del 2014 y 2017, que ocasionaron centenares de muertos, heridos y una cuantiosa destrucción de propiedades públicas y privadas. Una oposición que durante un tiempo aceptó como “presidente encargado” a un ilustre desconocido designado como tal por el presidente de Estados Unidos, que desde hace meses no cesa de despreciarlo públicamente  ante la constatación de su absoluta nulidad como político. Parecería que para Solá estos datos sobre la naturaleza del sector más vociferante y violento de la oposición venezolana son meras nimiedades, pero no lo son. Y calificar al gobierno de Maduro de adoptar una actitud “cuasi bélica frente a una oposición armada que actúa completamente por fuera de las reglas del sistema institucional es un grosero error de apreciación. ¿Calificaría de la misma manera la conducta del gobierno de Carlos S. Menem (de quien fue ministro) cuando ordenó aplastar a sangre y fuego la rebelión “carapintada” encabezada por   Mohamed Alí Seineldín en 1990, que causó muchísimas menos víctimas fatales que la oposición violentista en Venezuela? ¡Por favor, seamos serios y cuidemos las palabras!  Y en cuanto a la “facilidad para meter presos políticos” o para practicar todas las malas artes del “lawfare” la Argentina de los últimos años  ha llegado a alturas casi inigualables en esa materia: aprobó la licenciatura, la maestría, el doctorado y el posdoctorado en “Reglas para Violar el Estado de Derecho”.  Este desempeño debería ser un baño de sobriedad para todo alto funcionario de nuestro país, evitando caer en la tentación, o en el ridículo, de sermonear a otro gobierno  por lo menos hasta que hayamos realizado la reforma del poder judicial que propone el gobierno para acabar  con la herencia macrista de una justicia federal corrupta hasta la médula e inextricablemente vinculada al crimen organizado y los servicios de inteligencia estadounidenses.

Pero supongamos que la tremenda presión de Washington y sus secuaces locales –la “prensa libre” y la derecha económica y política-  obliga a nuestro Canciller a pronunciar la palabrota deseada: “dictadura”, que hay que reconocer  para crédito de Solá que rehusó hacerlo. Aún así, y pensando en un gobierno que ha declarado su voluntad de avanzar en la reconstrucción de la unidad latinoamericana (o por lo menos sudamericana) sería bueno medir cuidadosamente las palabras y antes de hablar de Venezuela dar una ojeada para ver qué ocurre en el vecindario. Si Maduro es autoritario y por lo tanto el suyo es un “régimen”, ¿qué decir entonces del gobierno de Iván Duque en Colombia? Según el director del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), Camilo González Poso, “desde que se suscribió el acuerdo de Paz entre el Gobierno y las extintas Farc hasta el 15 de julio de este año, fueron asesinados 971 líderes sociales en Colombia.” No sólo eso: según la misma organización “entre el 7 de agosto de 2018 y julio de 2020, lo que lleva Iván Duque como presidente, han asesinado a 573 líderes sociales y defensores de Derechos Humanos en Colombia.” [2]  ¿Cómo caracterizar a un régimen político que perpetra tan interminable masacre? Por comparación con Duque, Maduro es la Madre Teresa de Calcuta, pese a lo cual ningún al Canciller no se le pasa por la cabeza caracterizar al gobierno colombiano como autoritario. Mucho menos lo hacen los hampones que pululan en la Casa Blanca y los alrededores, para los cuales Duque es el Winston Churchill sudamericano. El malo de la película es el venezolano, así lo dice el libreto que viene del Norte y así lo repiten algunos.

Pero supongamos que nuestra cancillería no conoce demasiado lo que ocurre en Colombia porque la prensa y los medios que lee “la Casa” (eufemismo que designa al fosilizado estamento diplomático de la Argentina) jamás le proporciona tan incómodas estadísticas o noticias “incorrectas”. Además es cierto que si hay un país blindado mediáticamente en Latinoamérica ese país es Colombia; el otro es Brasil. Bien, pero, ¿se puede desconocer tan olímpicamente la trágica realidad que vive un país como Chile, con quien compartimos 5.308 kilómetros de frontera? No debería suscitar alguna preocupación en nuestra Cancillería saber que, como lo suscribe un informe oficial del Poder Judicial chileno “desde el inicio del estallido social el pasado mes de octubre las detenciones ilegales fueron 1928, o sea subieron en un 77 % con relación al año anterior.” [3]  El estallido social, reavivado en las últimas semanas, ocasionó el año pasado 34 muertos, 2.500 presos políticos, 3.765 heridos y 445 lesionados oculares, un buen número de los cuales perdieron totalmente la vista.[4] Aparte hay numerosas denuncias por torturas y vejaciones y por lo menos 20 desaparecidos tan sólo en la primera semana que siguió al inicio de las protestas el 17 de octubre del 2019.[5] El gobierno de  Sebastián Piñera se limita a decir que  se trata de unos muy pocos casos puntuales, que no hubo un plan sistemático. Nada ni remotamente parecido ocurre en Venezuela, pero no importa. Igual su gobierno es “autoritario” mientras que Piñera, al igual que Duque, es el arquetipo viviente de la democracia, un deslumbrante paladín que todos deberían imitar. Además, téngase en cuenta que en Chile la oposición a Piñera fue completamente pacífica y desarmada, pese a lo cual fue reprimida con ferocidad mientras que las “guarimbas” venezolanas hicieron gala de una violencia extrema, al punto de prender fuego vivas a por lo menos una veintena de personas supuestamente por el delito de “portación de cara” chavista.[6]
No es más reconfortante la situación si volteamos nuestra mirada a la situación del Ecuador, en donde todavía manda un traidor rastrero y corrupto que ha tomado en sus manos la totalidad de los poderes del estado con tal de perseguir a Rafael Correa y la fuerza política que lo representa. Moreno arrasó con el Estado de derecho con perversa meticulosidad, y ante el levantamiento popular del 2019 desató una represión que produjo según inverosímiles informes oficiales un saldo de cinco muertos y 855 heridos. No obstante, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) denunció la existencia de casi 108 desaparecidos.[7] Ni una palabra en relación al  “régimen” ecuatoriano, que es una dictadura unipersonal apenas disimulada con ligeros ropajes de institucionalidad democrática y en donde se abolió por completo y a plena luz del día la separación de poderes y la institucionalidad vigente hasta su llegada a la presidencia. Pero el “autoritario” es Maduro, no Moreno.

Finalmente veamos el caso de Juan Orlando Hernández en Honduras: este es un “malandro de corbata y credencial”, como dice la bella canción de “Chico” Buarque. Desde el 2009, cuando Hillary Clinton orquestó el golpe de estado contra Juan Manuel “Mel” Zelaya (que tomó por sorpresa al propio Barack Obama, que no estaba al tanto de las tramoyas que su Secretaria de Estado urdía a sus espaldas)  no hubo una sola elección legal y legítima en ese país centroamericano. Uno de los factores que explican este infortunio es que, para su desgracia Honduras alberga en Palmerola la sede de la Base Aérea «José Enrique Soto Cano» y la “Fuerza de Tarea Conjunto Bravo”. La de Palmerola es una de las más importantes bases que Estados Unidos tiene en este continente, y junto con la de Palanquero en Colombia y Mariscal Estigarribia en Paraguay conforma el eslabón de reabastecimiento y logística que permiten a las fuerzas del Comando Sur llegar desde el sur de la Florida hasta la Patagonia argentina en escasas 24 horas. Por eso para la Casa Blanca Hernández es un héroe de la democracia centroamericana, pese a que su re-elección en noviembre del 2017 fue un fraude tan descarado que el mismísimo Luis Almagro, figura consular de la cloaca política de la región, tuvo que comunicarle al gobierno que ante “tantas irregularidades y deficiencias era imposible validar el resultado de las elecciones.” Según cuentan los testigos con casi el 60 % de las boletas escrutadas Hernández perdía por 5 puntos y el Tribunal Supremo Electoral indicó que la ventaja era matemáticamente irremontable. Sin embargo, imprevistamente, se “cayó el sistema” lo que produjo una interrupción de varias horas en el conteo de los votos. Este recurso no fue un invento hondureño porque antes, el 7 de Julio de 1988, lo había utilizado el PRI en México para consagrar el triunfo de Carlos Salinas de Gortari cuando los datos iniciales daban una cierta ventaja a Cuauhtémoc Cárdenas¨.  Tal como ocurriera en México lo asombroso fue que cuando los servidores del TSE se reiniciaron Hernández había tomado la delantera y terminó ganando la elección por unos 50.000 votos. Realismo mágico al mejor estilo de Gabriel García Márquez: en Latinoamérica cuando las computadoras de los organismos electorales “se caen” siguen funcionando, y al reiniciarse muestran los resultados de su labor, siempre favoreciendo a la derecha y a los oficialismos de turno. Por supuesto, al conocerse este resultado se desencadenaron grandes protestas –recordar que sobre ese gobierno pesaba como una lápida la furia popular por el infame asesinato de Berta Cáceres-  y, como resultado de ello hubo 31 personas muertas y centenares de heridos. El Departamento de Estado demoró casi un mes en legitimar la escandalosa maniobra de Hernández, a la cual de inmediato se plegó dócilmente la OEA.[8]  Para colmo, en fechas recientes el delfín del imperio comenzó a ser perseguido judicialmente por fiscales de Estados Unidos por su involucramiento en el tráfico de estupefacientes y es muy probable que termine sus días en la sombra.[9] Pero no por eso se lo va a fulminar como “autoritario”, naturalmente.

Por supuesto que para el gobierno de Mauricio Macri todas estas aberraciones no constituían un problema. Pero, para el de Alberto Fernández, que aspira junto con López Obrador a reconstruir la unidad latinoamericana y que ha condenado ejemplarmente la brutal dictadura de Jeannine Añez en Bolivia (y ofrecido protección y asilo a Evo Morales,  Álvaro García Linera y a  muchos  militantes de aquel país) seguir caracterizando al gobierno de Maduro por “autoritario” es injusto y, además, contradictorio. Porque si de enjuiciar se trata, la propensión de ciertos altos personeros del gobierno argentino de referirse continuamente a Venezuela (es cierto que respondiendo al incesante hostigamiento de los medios hegemónicos, formidables enemigos de la democracia y del gobierno de Fernández)  mientras se guarda silencio en relación a los delitos y atrocidades perpetradas por Duque, Piñera, Moreno y Hernández revela una seria incomprensión de los asuntos de la región. Y a partir de ese déficit no será posible gestar una agenda diplomática coherente con el interés nacional de la Argentina en un sistema imperialista sumido en una tormentosa y amenazante  transformación.

Termino con lo siguiente. La democracia tiene en la calidad de la vida de la ciudadanía su rasgo más distintivo. Por eso el cuidado de la salud de la  población es uno de sus signos definitorios. Una “democracia” que deja que su gente muera de hambre, o víctima de enfermedades, o incapaz de garantizar la salud de la población no es digna de ese nombre. Es una forma (sutil en algunos casos) de dictadura pretendidamente disimulada con algunos ropajes democráticos. Por eso la respuesta de los diversos gobiernos ante la amenaza del coronavirus arroja un potente haz de luz para caracterizar la verdadera naturaleza de los regímenes políticos de la región. Tomemos como indicador la tasa de mortalidad por millón de habitantes registrada el 23 de Julio. Comprobamos con asombro que la bloqueada Venezuela tiene una de las más bajas del continente, producto del carácter público del sistema de salud: 4 muertes por millón de habitantes. Chile es supuestamente una democracia, pero los muertos debido al Covid-19 trepan a 462 por millón de habitantes, o sea 115 veces más que en Venezuela. No hace falta ser un genio para constatar lo que puede garantizar un sistema público de salud, aún con el lastre del bloqueo, y lo que es incapaz de hacer un sistema privatizado como el que rige en Chile. La ejemplar “democracia” estadounidense presenta registra un índice de 445 muertos por millón de habitantes, o sea, 111 veces más que Venezuela. ¡Un escándalo!  A título de comparación el promedio mundial es de 81.4, veinte veces superior al estándar venezolano. En la impoluta Colombia de Duque esta tasa es de 145, o sea, 36 veces mayor que Venezuela. En Brasil recordemos que Jair Bolsonaro llegó al gobierno previo “golpe blando” contra Dilma Rousseff , la proscripción (“lawfare” mediante) de Lula y la farsa de la puñalada que con la complicidad de los grandes medios de comunicación le permitieron rehuir a los dos debates presidenciales exigidos por la ley en donde, al hablar, habría espantado a gran parte de su potencial electorado. Las credenciales democráticas del actual gobierno brasileño son nulas y allí se aplica, según Frei Betto, una política genocida que da origen a un índice de 395 muertos por millón de habitantes, ¡98 veces mayor que la tasa venezolana! Pero a no confundirse: Brasil es una democracia; el “autoritario” es Maduro. En el Ecuador de Moreno el cociente es de 286 por millón, 71 veces más que en Venezuela; y en la Honduras del narcogobernante Juan O. Hernández es 101, o sea, 25 veces mayor que Venezuela. En Argentina la tasa es de 58 por millón, y pese a ser una de las mejores de Latinoamérica –cosa reconocida por los más diversos gobiernos y organismos internacionales- aún es 14 veces mayor que la de Venezuela. Y en los países bloqueados y sancionados económicamente por Washington es de 16 en Nicaragua y 8 en Cuba, que por eso fue capaz de responder a 35 países que desde los más diversos continentes solicitaron ayuda médica y farmacéutica a la isla rebelde. Recientemente lo hizo nada menos que la ciudad de San Francisco, California. Teniendo en cuenta todos estos antecedentes, ¿cómo es posible que se siga hablando tan a la ligera de autoritarismo y crisis del Estado de Derecho en un país cuyo gobierno, pese al bloqueo y las sanciones económicas, ha sido capaz de proteger a su población como lo ha hecho?  Da para pensar, ¿no?

           

 

[1] Ver https://www.infobae.com/politica/2020/07/23/felipe-sola-el-gobierno-de-venezuela-es-autoritario-sin-dudas/

[2] https://www.nodal.am/2020/07/colombia-971-lideres-sociales-y-218-excombatientes-asesinados-desde-la-firma-de-los-acuerdos-de-paz/ y también https://caracol.com.co/radio/2020/07/21/nacional/1595352587_459935.html

[3] https://www.nodal.am/2020/02/represion-en-chile-las-detenciones-ilegales-aumentaron-un-77/

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Protestas_en_Chile_de_2019-2020. Otras fuentes hablan de que el número de personas con lesiones oculares asciende a 465. Cf. https://www.tiempoar.com.ar/nota/victimas-de-traumas-oculares-pinera-los-cego-y-ahora-mira-para-otro-lado

[5] https://www.eldesconcierto.cl/2019/10/26/desaparecidos-en-estado-de-emergencia-los-recursos-de-abogados-y-familiares-para-iniciar-su-busqueda/

[6] http://www.cubadebate.cu/noticias/2017/07/22/la-oposicion-ha-quemado-vivas-al-menos-23-personas-en-venezuela/

[7] https://www.proceso.com.mx/602877/represion-en-ecuador-5-muertos-mil-70-presos-y-855-heridos

[8] Ver sendos artículos sobre el tema en el New York Times: https://www.nytimes.com/es/2017/12/20/espanol/opinion/honduras-hernandez-reeleccion-protestas.html así como https://www.nytimes.com/es/2017/12/23/espanol/america-latina/estados-unidos-respalda-la-victoria-de-juan-orlando-hernandez-en-honduras.html

[9] https://cnnespanol.cnn.com/2020/04/30/alerta-fiscales-de-ee-uu-presentan-cargos-por-narcotrafico-contra-el-exjefe-de-la-policia-de-honduras-y-dicen-que-actuo-en-nombre-del-presidente-hernandez/

Fuente e imagen: https://atilioboron.com.ar/a-proposito-de-maduro-duque-pinera-y-la-madre-teresa/

Comparte este contenido:

Conjeturas sobre el futuro del capitalismo y el “protosocialismo”

Desde la más remota antigüedad guerras, inundaciones, terremotos, sequías, hambrunas y pestes han sido las parteras de profundos cambios experimentados por las sociedades que padecieron estas adversidades.

Historia y contexto actual

Las dos guerras mundiales del siglo veinte influenciaron decisivamente la restructuración no sólo económica sino también política y social de buena parte de las naciones afectadas por estos conflictos.

Lo mismo ocurrió con la Gran Depresión de los años treinta, que fue un ominoso paréntesis entre ambas conflagraciones mundiales en donde el bajón económico y el desempleo masivo se combinaron con el auge de los fascismos. La peste negra en Europa mató aproximadamente a un tercio de su población entre 1347- 1353 y fue el preludio de lo que de la mano de Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio se conocería tiempo después como el Humanismo, la gran renovación de la cultura europea. La Gran Peste de Londres (1665-1666) aniquiló a unas 100.000 personas, la cuarta parte de su  población. Una de sus consecuencias políticas fue el debilitamiento del absolutismo monárquico que, tiempo después, abriría las puertas a la victoria del Parlamento sobre la Corona en lo que los ingleses han dado en llamar “la Revolución Gloriosa” (1688-1689). Guerras y pestes tienen un enorme y variado impacto. Señalemos tan sólo uno, usualmente subestimado: el exterminio de una parte de la población y la consiguiente reducción de la mano de obra disponible modifica la relación de fuerzas entre la burguesía y la aristocracia –la clase dominante- y sus trabajadores. Tanto los campesinos enfeudados en la época medieval o los obreros y jornaleros en la Londres de mediados del siglo XVII mejoraron sus ingresos reales (de diverso tipo) más del doble después de esas plagas.[1] Y lo mismo ocurrió después de las grandes guerras del siglo pasado, especialmente de la Segunda. Sin duda, la recuperación de la fuerza de las izquierdas y el movimiento obrero jugaron un papel fundamental en esa recomposición progresiva de la distribución del ingreso. Pero los veinte millones de muertos caídos en los principales países de Europa Occidental (aparte de los 29 millones caídos en la URSS) fueron un factor de indudable gravitación que modificó el la conciencia pública de la época y facilitó una significativa mutación en la relación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores.

Como no podía ser de otra manera ante un acontecimiento absolutamente único en la historia universal y que además entraña una mortal amenaza para la población mundial, el coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que tienen como común denominador la intención de dibujar los difusos  -aunque no  inescrutables contornos- del tipo de sociedad y economía que nacerán una vez que el flagelo haya desaparecido. Sobran las razones para incursionar en esa clase de especulaciones, ojalá que bien informadas y controladas, porque si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se cobró el COVID-19 fue la versión neoliberal del capitalismo, lo cual no es poca cosa luego de haber sufrido casi medio siglo de la pandemia del virus neoliberal, como solía llamarlo Samir Amin. Y si lo que hasta ayer era “normal” (por ejemplo, que los gobiernos permitieran, cuando no impulsaban abiertamente, que la atención médica o la venta de medicamentos fuesen lucrativos negocios) hoy constituye una aberración repudiada por grandes sectores de las sociedades contemporáneas que ante la visión dantesca de centenares de muertos apilados en grandes ciudades o enterrados en fosas comunes cae en la cuenta de lo absurdo de dicha política.[2] Y decimos la “versión” neoliberal del capitalismo porque no creemos que el virus en cuestión obre el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como organización económica internacional. Pero algo es algo y la era neoliberal ya es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar. ¿Qué ocurrirá con el capitalismo a raíz de esta pandemia? En las próximas líneas ofreceremos algunas conjeturas al respecto.

Fin de una época

Lo primero que podemos afirmar con total certeza es que el mundo que brotará de las ruinas dejadas a su paso por  esta pandemia, la primera realmente global en la historia, no será la alegre continuidad del que le precedió. Consternado, Henry Kissinger, impune criminal de guerra, protagonista y atento observador de la realidad internacional lo reconoció en una nota publicada en la edición del fin de Semana del Wall Street Journal cuando escribió que “el mundo jamás volverá a ser el mismo luego del coronavirus.”[3]  La Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la reconstrucción keynesiana de la posguerra habían detenido por un tiempo el primado de las ideas liberales que predominaban desde mediados del siglo diecinueve. La bancarrota de la “ortodoxia”, como acostumbraba decir Raúl Prebisch, dio nacimiento a los “veinticinco años gloriosos” de la historia del capitalismo, transitados entre 1948 y 1973, momento en que el ciclo keynesiano comienza a derrumbarse. No obstante la restauración del viejo paradigma de gobernanza macroeconómica, ahora bajo el engañoso nombre de “neoliberal”, fue impotente para hacer retroceder el reloj de la historia hasta las vísperas del crack de la bolsa neoyorquina en octubre de 1929. Por más que se esforzaron los gobiernos de la oleada neoconservadora y neoliberal que azotaron tantos países luego del agotamiento del ciclo keynesiano sus intentos de regresar al “estado mínimo” del pasado y de emancipar a los mercados de cualquier tipo de regulación pública terminaron en un rotundo fracaso. El enorme crecimiento del gasto y el empleo públicos así como  los avances en la regulación de los mercados no pudieron ser revertidos. Hubo sí una excepción porque el capital financiero habiendo resuelto a su favor la pugna con la burguesía industrial y convertido ya en la fracción hegemónica del bloque burgués logró desmarcarse de esa tendencia. Los sucesivos ocupantes de la Casa Blanca arrojaron la borda prácticamente todos los controles que aún quedaban de la época de Franklin D. Roosevelt y, envalentonado, el capital financiero salió a conquistar el mundo. Amparado por una impresionante red de “guaridas fiscales” que gozaban de la protección oficial y alimentan sin cesar al desregulado  “sistema bancario en las sombras” (shadow banking system) en poco tiempo se convirtió en el “gobierno invisible” que tenía en su puño a la mayoría de los gobiernos de los  capitalismos desarrollados. No obstante, en lo tocante al tamaño y el papel del estado los resultados fueron muy distintos. Fracasaron en su empeño restaurador nada menos que Ronald Reagan, Margaret Thatcher así como los gobiernos de centro derecha o derecha de Alemania y Japón. Los datos que sintetizamos en la siguiente tabla son elocuentes y ahorran miles de palabras.

Estas cifras demuestran la magnitud del cambio experimentado por el paradigma de gobernanza macroeconómica del capitalismo después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial y que tiene como una de sus puntales más firmes la vigorosa presencia del estado en la vida económica. Alemania más que triplicó el gasto público entre 1929 y 2011, aún luego del retroceso de casi 5 puntos impuesto por el auge de las ideas neoliberales a partir del derrumbe del ciclo keynesiano. El Reino Unido casi lo duplica entre aquellos mismos años, habiendo llegado a un pico previo al gobierno de Margaret Thatcher de 53.1 %. En Estados Unidos el crecimiento desde 1929 hasta los finales de la Administración Obama fue de doce veces,  y en Japón, otro de los milagros económicos de posguerra, el gasto público se multiplicó por dieciséis. Más estado que mercado era necesario para sostener el proceso de democratización y ciudadanización de la posguerra. Salud, seguridad social, educación, vivienda y todos los bienes públicos que debe ofrecer el estado fueron los motores que impulsaron la creciente centralidad del estado en la vida económica y social. Y los recortes experimentados en los años de la hegemonía ideológica del neoliberalismo no alcanzaron a alterar, en lo esencial, el nuevo equilibrio alcanzado en la posguerra.

El desafío del COVID-19

De lo anterior se desprende que la pandemia que nos atribula está destinada a tener un impacto mayor aún a cualquier otro conocido. El sobrio y siempre muy bien informado Premio Nobel de Economía Paul Krugman escribía el 13 de Abril en el New York Times que “las recientes pérdidas de empleos son apocalípticas: casi 17 millones de trabajadores se inscribieron para recibir su seguro por desempleo en las últimas tres semanas.[4] Pero finales de ese mismo mes esa cifra trepaba por encima de 30 millones de personas, o sea una cifra cercana al 18 % de la fuerza laboral de Estados Unidos. Y a mediados de mayo ya eran 36 millones los que se presentaron por ventanilla a reclamar su precario seguro de desempleo, no todos los cuales lo recibían. Los datos oficiales hablan que al día de hoy la tasa de desempleo es del 11.1 %, después de haber llegado a un pico del 14.8 %, el mayor desde la época de la Gran Depresión.[5]Economistas independientes  sugieren que la tasa de desempleo hoy rondaría mínimo en torno al 16 %, y tal vez más, aproximándose a la registrada en lo más profundo de la Gran Depresión”.[6] Expresiones anteriores de este economista, y otros, apelan a términos completamente desusados en las últimas décadas: “catástrofe”, “desastre”, “hundimiento” son algunos de los más socorridos, oídos por última vez, pero no con tanta unanimidad y tanto tiempo, en la crisis de octubre de 1987.

La respuesta del empresariado estadounidense (emulada por sus homólogos latinoamericanos) ha sido criminal. Naomi Klein ha informado que McDonald’s le negó la licencia paga por enfermedad a 510.000 empleados; Walmart a 347.000; Burger King a 165.000, Marriot a 139.000 y en la Argentina Techint y otras empresas están también adoptando el mismo criterio.[7] No sorprende por lo tanto comprobar que la credibilidad y el respeto por la economía capitalista se han resentido fuertemente en la medida en que en Estados Unidos y en casi todos los países europeos grandes sectores de la sociedad civil han caído en la cuenta que haber hecho de la atención médica y la producción de medicamentos un negocio puede ahora costarle la vida a centenares de miles de personas, si no millones. Por eso Noam Chomsky ha dicho, en una de sus más recientes intervenciones, que el fracaso del libre mercado como ideología ha sido “monumental”, y que la población, aún la menos politizada, ha tomado nota de eso.

Una crisis económica largamente anunciada

Ahora bien, esta crisis económica, por lo que estamos viendo, no fue un rayo en un día sereno ni irrumpió en la vida de los Estados Unidos y los países europeos como un accidente totalmente inesperado. Podría decirse que es la maduración y descomposición final de la “crisis de las hipotecas” (nombre absolutamente engañoso pues la crisis la produjeron los bancos) que fue provisoriamente resuelta cuando los estados capitalistas acudieron en masa a salvar a sus principales bancos, con la excepción del banco de inversiones Lehman Brothers, y trasladando los costos de esa operación a los trabajadores y consumidores. La economía estadounidense tiene básicamente dos motores: el consumo doméstico en el sector servicios (que da cuenta aproximadamente del 70 % del total de la actividad económica) y la industria armamentística, o sea, el complejo militar-industrial. La caída en el consumo en el país del Norte es resultado directo del estancamiento de los salarios reales que padece fuertemente el 50 por ciento más pobre de la población y, de modo apenas un tanto más atenuado, el 30 por ciento restante. Un informe de la revista Forbes, insospechada de simpatías marxistas revela que en Estados Unidos el “salario medio (ajustado por inflación) se encuentra  estancado desde hace más de 50 años, mientras que desde 1950  la remuneración promedio de los CEOs ha crecido en un 1.000 %.” Y agrega otro dato que revela los alcances de este fenomenal incremento en la concentración de la riqueza y su reverso, la desigualdad económica: “en los años 1950s un CEO típico ganaba un salario que equivalía a 20 veces el de su empleado promedio. El último año (se refiere a 2017) la paga promedio de un CEO de las 500 mayores empresas se disparó  exponencialmente a 361 veces más que su trabajador.”[8] Por consiguiente, las ventas caen a causa de la insuficiencia en los ingresos lo que, en muchos casos, se compensa con un endeudamiento de los hogares que, siempre hablando de Estados Unidos, a finales del 2019  ascendía al 76.1 % del PIB, aunque otras estimaciones ubican esta proporción en un nivel aún superior. Lo sorprendente es que un conjunto de naciones europeas son las que encabezan el ranking de los hogares más endeudados del planeta: Suiza, Dinamarca, Australia, Holanda, Canadá y Noruega, todos con un nivel de endeudamiento igual o superior al PIB de sus respectivos países. Corea del Sur, el Reino Unido y Suecia, todos con cifras en torno al 90 % son los tres que le siguen, y EEUU con el guarismo arriba mencionado pero que, en términos de cifras adeudadas supera el PIB de la mayoría de las naciones del mundo.[9]

El estallido de la pandemia fue el tiro de gracia a este proceso, creando una “tormenta perfecta” que como decía Krugman adquiere proporciones apocalípticas. Esto significa que la “salida” de la misma no será como ingenuamente lo manifestara una empresaria neoyorquina cuando aseguró que el ciclo económico entró en una “pausa” y una vez que se controle la pandemia “debes actuar como lo haces en tu casa cuando estás viendo una película en Netflix: oprimes el botón de start” y todo vuelve a funcionar. Eso es una expresión de deseos motivada por su insaciable animus lucrandi, a cualquier precio, más que una reflexión seria sobre cómo economías que están prácticamente en coma pueden comenzar a crecer y adquirir una razonable velocidad de crucero. A diferencia de un automóvil, que puede llegar a una gran velocidad en cuestión de segundos, un avión no parte y ni bien despega de la pista está volando a unos 900 kilómetros por hora y a 39.000 pies de altura. En este sentido puede decirse que la economía es como un avión y no como un automóvil. Todos los pronósticos más serios coinciden en señalar no sólo la profundidad de la crisis sino también que la resolución de la misma no se logrará a plenitud antes de dos o tres años. Jerome Powell, chairman del Federal Reserve Board de Nueva York pronosticó a mediados de mayo que la recuperación económica de Estados Unidos no se produciría antes de fines del 2021.  Eso, en el mejor de los casos y de mediar la aprobación por parte del Congreso de un paquete de ayuda de tres billones de dólares (tres millones de millones de dólares) para inyectar en la economía, reanimar la producción de bienes y servicios en empresas desfallecientes y mejorar los ingresos de los trabajadores que, con la crisis, quedaron al borde de la mera subsistencia y con ínfimas capacidades de consumir otra cosa que no sea estrictamente necesaria para sobrevivir. [10]

La desesperada reacción de Donald Trump en estas últimas semanas obedece a que ve peligrar su re-elección el próximo 3 de Noviembre precisamente por esta razón.[11] Y, para los gobiernos progresistas de la región como los de AMLO en México o Alberto Fernández en Argentina, el gran desafío será tener que gobernar y gestionar eficientemente y, de ser posible, ganar elecciones. Es más:  inclusive evitar que la gravedad de la combinación “pandemia + depresión económica” acabe desalojándolos del gobierno en medio de un tsunami de protestas ciudadanas dando lugar a una inesperada restauración de la derecha radical en ambos países. Para esto los funcionarios civiles y militares del imperio trabajan a destajo porque Washington sueña con tener un continente totalmente sometido a sus mandatos.

No debería causar sorpresa que ante este cuadro se haya producido una significativa revalorización del estado y su papel, lo que  representa un cambio muy trascendente en el clima de opinión de una parte del establishment norteamericano y europeo. Un extenso editorial del New York Times del 9 de Abril señala en su título que esta es “la ocasión de crear una América mejor”, y como subtítulo: “La América que necesitamos.”[12]  Hay un hilo conductor a lo largo del editorial: el viejo orden, se dice, debilitó la trama de la democracia –tema sobre el cual varios intelectuales de ese país venían advirtiendo hace tiempo- y facilitó una concentración del poder económico como no se veía desde hacía un siglo. “En la década pasada la riqueza del 1 % de los hogares sobrepasó la fortuna del 80 % inferior” en la pirámide de riqueza mientras los empresarios, con la complacencia de los gobiernos de turno, combatieron la sindicalización de los trabajadores y fueron beneficiados por toda clase de beneficios tributarios. El resultado: el salario  mínimo federal ha caído sin cesar desde 1968. Lo interesante es la ruta de salida que propone ese periódico: la reconstrucción de un “gobierno justo y activista” pues “no hay alternativas a un estado de ese tipo.” La ciega fe en los mercados da paso a una inversión en el recorrido del péndulo hacia el estado, convocado de urgencia para enfrentar una crisis sanitaria de colosales dimensiones.[13] La crisis ha traído a flor de piel una angustiada percepción de que “la fragilidad del sistema” frente a la crisis tiene su origen en la “expectativa quimérica (¡sic!) de que los mercados harían la labor del gobierno”, cosa que no ocurrió. Lo que sí aconteció fue que las inequidades de los mercados crecieron exponencialmente. El mundo que se viene, en consecuencia, se caracterizará por estar poblado de estados más grandes, más fuertes y más intervencionistas. La duda, no obstante, será determinar al servicio de qué clases y bloques sociales estará puesto este repotenciado protagonismo estatal. Sería ingenuo suponer que la nueva asimetría en la relación estado-mercado vaya necesariamente a jugar a favor de las clases y capas populares. Bien podría ser un “estado capitalista recargado”, dotado de nuevos instrumentos de regulación y cibervigilancia y  que tenga por objetivo refundar al capitalismo sobre nuevas y aún más autoritarias bases.[14] Pero también existe la otra posibilidad: que el proletariado y las capas medias abrumadas por la crisis sean las que controlen ese estado e inicien un camino por una senda que remate en la construcción de un “protosocialismo.” Ambas posibilidades están abiertas y, como siempre, todo dependerá del resultado de la lucha de clases.

¿Un virus revolucionario?

¿Nos coloca la pandemia ante el inminente derrumbe del capitalismo? Simpatizamos mucho con la obra y la persona de Slavoj Zizek, con su valentía para desafiar los saberes institucionalizados, pero esto no nos alcanza para otorgarle la razón cuando sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste debería caer muerto a los cinco segundos.[15] No ha ocurrido y no ocurrirá porque, como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo sobrevivió a la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos vio la luz en Kansas, en marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, y que luego las tropas estadounidenses que marcharon a combatir en la Primera Guerra Mundial diseminaron el virus de forma incontrolada. Los muy imprecisos cálculos de su letalidad oscilan entre 20, 50 y 100 millones de personas, por lo cual no es necesario ser un obsesivo de las estadísticas para desconfiar del rigor de esas estimaciones difundidas ampliamente por diversos medios de comunicación y papers académicos.

El capitalismo sobrevivió también al tremendo derrumbe global  producido por la Gran Depresión, demostrando una inusual resiliencia –precozmente advertida por los clásicos del marxismo- para procesar las crisis e inclusive y salir fortalecido de ellas. Las crisis no son accidentes ni inesperados desvíos de un recorrido prolijamente preestablecido sino acontecimientos periódicos  recurrentes en la historia del capitalismo de los cuales, a falta de una enorme acumulación de fuerzas sociales y políticas socialistas, aquél usualmente sale depurado y fortalecido, con la riqueza más concentrada, monopolios más poderosos y gobiernos más serviciales ante las clases dominantes. Pensar que en ausencia de un sujeto revolucionario –que, en el mundo actual, debe sintetizar la voluntad de una miríada de movimientos sociales y fuerzas políticas de diversos tipos y con intereses muy específicos y no siempre fácilmente articulables- se producirá el derrumbe de un sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto. Por ahora ese sujeto revolucionario, o ese haz de sujetos para ser más explícitos, no está a la vista en los capitalismos avanzados, salvo en algunas expresiones embrionarias y dispersas. Zizek tiene razón cuando afirma que a consecuencia de esta crisis la humanidad deberá recurrir, para salvarse, a “alguna forma de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas. Pero, como casi todo en la vida social, dependerá del resultado de la lucha de clases; más concretamente de si, volviendo a Lenin, “los de abajo no quieren  y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”, cosa que hasta el momento no sabemos. Al fin y al cabo es la lucha de clases y no la lucha de los virus lo que impulsa el proceso histórico. Así como el economicismo reniega de la política y obstruye la comprensión del movimiento de lo real lo mismo hace un “determinismo viral” que soslayaría el protagonismo de los sujetos sociales que son quienes de verdad producen el cambio histórico y le imprimen una cierta dirección.

Por eso mismo todo el marxismo clásico, desde los fundadores hasta Gramsci, pasando por supuesto por Lenin, Rosa Luxemburg, Trotsky y Mao Zedong, enseña que toda coyuntura de disolución del orden social ofrece también, in extremis, una oportunidad para intentar su restauración mediante la fundación de un renovado bloque histórico conservador. Lejano (en el tiempo solamente) del marxismo clásico esa es también la preocupación que expresa István Mészáros a lo largo de su obra en donde nos advierte que jamás hay que menospreciar la capacidad del capitalismo, (siempre entendido como un sistema global de metabolización del capital) para renacer de sus cenizas asumiendo nuevas figuras y así frustrar los planes de sus inexpertos sepultureros.[16]

La historia enseña que la resolución reaccionaria de la crisis de la primera posguerra trajo como consecuencia la aparición de los fascismos europeos; en cambio, su  desenlace progresivo produjo la Revolución Rusa.  Seríamos necios si nos empeñásemos en desconocer que esta actual coyuntura crítica  alberga en su seno otro posible desenlace más allá de un “comunismo renovado”, que Zizek identifica muy claramente: “la barbarie”, la reafirmación neofascista, racista y xenófoba de la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica, coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de su hasta ahora intacta dictadura mediática. “Barbarie”, István Mészáros solía decir  con su habitual dosis de amarga ironía, “si tenemos suerte.”

El protosocialismo o ¿por qué no ya el socialismo?

Ahora bien, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia:  ni la tan temida “barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis en los capitalismos realmente existentes”) ni la tan anhelada opción de un “comunismo reinventado”? Si algunos historiadores hablan de un “protocapitalismo”, ¿por qué no pensar que podríamos estar en vísperas de una fase de transición hacia el socialismo que podríamos caracterizar como “protosocialismo”?  Si el propio Marx aludía a la existencia de “formas antediluvianas” del capital ¿por qué no pensar que puede haberlas también para el socialismo? Esto implica tomar conciencia de que el desmontaje del capitalismo no podrá lograrse de la noche a la mañana, no será un relámpago fulminante que ponga fin a siglos de oscuridad. Será un proceso durísimo, de intensificación de los antagonismos de clase en donde los representantes políticos, ideológicos y armados del capital lucharán con todos los medios a su alcance (que son muchísimos) y apelarán a cualquier recurso, desde la manipulación de conciencias y corazones hasta la violencia más brutal, con tal de ahogar en su cuna a la revolución en ciernes. En fin, todo el arsenal de las “guerras de quinta generación” estará puesto al servicio de su sobrevivencia puesto que las clases dominantes, con certero instinto, saben que en esta nueva fase pos-pandémica han comenzado a gestarse los parámetros fundamentales de la sociedad post-capitalista, con avances profundos en la “desmercantilización” de algunas áreas de la vida social como la salud, por ejemplo.

Ahora bien: si habrá que hacer todo este enorme esfuerzo para salir de la crisis “por izquierda”, ¿por qué no avanzar directamente hacia el socialismo? Respuesta: porque no existen las condiciones objetivas (nacionales e internacionales) ni subjetivas para emprender esa travesía. En el plano nacional se requiere disponer de una arrolladora superioridad en la correlación de fuerzas a favor de los sujetos anticapitalistas, antipatriarcales, defensores de los derechos humanos, de la igualdad de género, de los pueblos originarios, en suma de todos los oprimidos y explotados por el sistema. Eso está en marcha, en forma incipiente, pero aún muy lejos de adquirir el vigor necesario para doblegar a los guardianes del viejo orden y avanzar directamente, sin mediaciones, hacia el socialismo. En lo que hace a la subjetividad, al imaginario popular, a la conciencia política revolucionaria y anticapitalista la primacía de las ideas de las clases dominantes es todavía hoy abrumadora, aunque hay algunas señales de un resquebrajamiento a raíz de la pandemia. Debemos librar una gran batalla en el terreno de las ideas, pero luchamos desde una posición muy desventajosa habida cuenta de que los capitalistas disponen de un control casi absoluto de los principales medios de comunicación como la prensa, la radio y la televisión, y también, en buena medida, de los cibermedios que han brotado como hongos al compás de la revolución informática y las nuevas tecnologías. Por otra parte, y ya pasando al análisis de las condiciones internacionales, la beligerancia del imperialismo –muy especialmente en Latinoamérica y el Caribe, su área no-negociable de influencia y control-  enfrentará con todas sus fuerzas y apelando a todos los medios no sólo a los gobiernos empeñados en la construcción del socialismo sino inclusive a aquellos que en embarquen en la senda de un cauteloso reformismo. Sostener sesenta años de bloqueo contra Cuba habla de la insaciable obstinación imperial en tratar de someter a toda la región a su arbitrio. Los ataques a la Venezuela bolivariana expresan el mismo empecinamiento. Lo ocurrido en el Chile de la Unidad Popular, en la Nicaragua sandinista, en la República Dominicana de Juan Bosch, en la Guatemala de Jacobo Arbenz y en la Granada de Maurice Bishop  amén de la sucesión de “golpes blandos” (exitosos en los casos de Haití en 2004, Honduras en 2009, Paraguay en 2012, Brasil 2016)  o frustrados (Bolivia 2008, Ecuador 2010)  y el racista golpe en Bolivia en noviembre de 2019 ilustran con elocuencia lo que venimos diciendo. El imperialismo, en consecuencia, no debe ser entendido como un “factor externo” sino como un actor profundamente imbricado en los diversos escenarios nacionales a través de sus aliados y lugartenientes locales: las burguesías autóctonas de las que hablaba el Che Guevara y las numerosas fuerzas políticas, grandes medios de comunicación y facciones intelectuales que pugnan por convertir a nuestros países en neocolonias del imperio estadounidense.

La construcción del socialismo supone la creación de un estado  de nuevo tipo, dotado de un nuevo marco legal e institucional; la refundación de un orden político genuinamente democrático y participativo; una reforma cultural y moral, ajena a los valores egoístas, competitivos y antisociales de la burguesía; la puesta en marcha de una economía socializada regida por el estado en conjunción con un conglomerado de organizaciones populares y que ponga fin al primado de la ley del valor; la creación de un nuevo aparato militar, de raigambre profundamente popular y antiimperialista y, por último, la construcción de una red de alianzas internacionales que sustenten y otorguen viabilidad a las naciones que se embarquen en esta travesía mesiánica con vistas a fundar una buena sociedad. Y estas durísimas condiciones, ausentes hoy, requieren de una labor preparatoria. De ahí la propuesta del protosocialismo como una fase previa encaminada, precisamente, a llenar los requisitos necesarios para la construcción socialista. Porque, tal como lo observara el Che Guevara, “el socialismo como fórmula de redistribución de bienes materiales no me interesa.” En línea con los clásicos del marxismo el Che concebía al proyecto socialista como una empresa multifacética e integral, irreductible al cálculo meramente economicista, y cuyos componentes esenciales eran la creación de nuevas formas de sociabilidad, de un hombre y una mujer nuevos reposando sobre una economía socializada y protegidos por un estado de nuevo tipo. Esto era necesario, recordaba, para contrarrestar  los quinientos años de “des-educación” para el sometimiento y la resignación padecidos por nuestros pueblos desde el amanecer del capitalismo.[17]

De ahí la importancia de concebir al protosocialismo no como un fin en sí mismo sino como una fase  preliminar de la construcción del socialismo.  En el contexto actual signado por la presencia agobiante de la pandemia  la agenda gubernamental de un gobierno protosocialista que se proponga iniciar y concluir una transición hacia el socialismo debería avanzar desde la atención médico-hospitalaria hasta la producción de medicamentos, que deberá estar a cargo de una empresa pública que los producirá al margen del cálculo de beneficio que hacen las grandes corporaciones de la industria farmacéutica.[18]  Por supuesto, el proyecto protosocialista deberá simultáneamente avanzar en la creación de las condiciones objetivas y subjetivas que tornen viable aquel tránsito, tema sobre el cual la dramática experiencia del gobierno de Salvador Allende en Chile tiene mucho que enseñar. Al igual que la salud la seguridad social deberá ser otra de las áreas prioritarias a desmercantilizar (acabando con los fraudulentos sistemas de “capitalización individual” como se comprueba en el escandaloso caso chileno). Esto no sólo en defensa de los trabajadores y sus ahorros sino para cortar de raíz uno de los manantiales favoritos del capital para sus operaciones en el casino financiero mundial. La estatización de las industrias estratégicas y la recuperación de la soberanía sobre los bienes comunes/recursos naturales es otro de los ítems en la agenda del protosocialismo, comenzando por el agua (privatizada en innumerables países) y siguiendo por los minerales, el petróleo, el gas, los alimentos, la biodiversidad y sus códigos genéticos y, por supuesto, los servicios públicos como la electricidad, el gas, el transporte, la telefonía, la internet, etcétera, componentes irreemplazables de la vida cotidiana.

Párrafo aparte merecerá la política de desmercantilización  y des-oligopolización de los medios de comunicación cuyo altísimo grado de concentración es contradictorio con la mera existencia de una democracia. Tampoco podía estar ausente en esta agenda de transformaciones la fijación de fuertes controles a la especulación financiera, recordando sus perniciosos efectos sobre el conjunto de la actividad económica que llevaron a John M. Keynes a proponer nada menos que “la eutanasia del rentista”. El combate contra los “paraísos fiscales”, en realidad guaridas de malhechores y de los tahúres del sistema financiero internacional será una prioridad en la construcción del protosocialismo. Como se desprende de la enumeración de estas tareas la articulación internacional de las luchas y la construcción de un robusto frente anticapitalista y antiimperialista son prerrequisitos inescapables para salir por izquierda de la crisis en la cual nos hallamos inmersos.

Dicho lo anterior, esbozado a grandes trazos, digamos que sería un error pensar que hay un único modelo para la construcción del pos-capitalismo o lo que hemos dado en llamar, por su carácter novedoso, el protosocialismo. A lo cual replicaríamos apelando a la atinada observación de Raymond Williams, hecha a mediados de los años ochentas del siglo pasado, cuando afirmaba la posibilidad y sobre todo la necesidad de muchos socialismos, ninguno de los cuales debería ser “calco y copia” de algún otro, tal como lo advirtiera con singular clarividencia José C. Mariátegui. Y también recurriendo a una observación de Fidel cuando dijo que “uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo.”[19] De donde se desprende una observación. Deberemos hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los “doctores de la revolución”, esos que al compás marcado por el imperialismo norteamericano han enjuiciado con feroces críticas a la Revolución Cubana, al chavismo, y a cuanto gobierno progresista haya surgido en Latinoamérica y el Caribe en nombre de la “revolución químicamente pura” que jamás existió ni existirá pero que en sus afiebradas alucinaciones creen que es suficiente un acto de firme voluntad de la dirigencia política para que el castillo de naipes que supuestamente es el capitalismo se venga abajo sin remedio. En 1920 Lenin tuvo que salir al cruce de esas formulaciones – objetivamente reaccionarias- en un texto clásico, de indispensable lectura en el día de hoy: La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.[20]

La  problemática de la organización y el “asociativismo digital”

La propuesta del protosocialismo tiene, como decíamos más arriba, necesidad de satisfacer múltiples condiciones subjetivas. En otras palabras, identificar a los potenciales protagonistas de estas batallas y construir a los sujetos políticos  que requiere un proyecto refundacional de esta naturaleza. En relación a este tema es oportuno recordar que tanto el tamaño como la fisonomía actual de la clase obrera dista mucho de ser la que conocieran los clásicos del marxismo.  Hoy el fenómeno de la subsunción  formal y real de una inmensa masa de trabajadores en todo el mundo alcanza dimensiones colosales, en la medida en que un flujo constante de millones de personas deben sobrevivir vendiendo su fuerza de trabajo a los capitalistas para realizar diversos tipos de tareas. Es por eso que Giovanni Arrighi escribió que para hablar hoy del proletariado no se supone “que los trabajadores deban estar empleados en determinadas ocupaciones («obrero de fábrica», por ejemplo) para ser calificados como miembros del proletariado. Incluso expresiones como «proletariado industrial» deben entenderse que designan al segmento normalmente empleado por las empresas capitalistas en la producción y la distribución, sin tener en cuenta el tipo de trabajo realizado o la rama de actividad en la que opera la empresa.[21]

La fragmentación del proletariado, el empequeñecimiento  del sector vinculado a la industria y su reemplazo por la robotización, vino de la mano con la extraordinaria expansión arriba referida y que refleja la mundialización del modo de producción capitalista. Tal como lo afirma Arrighi es necesario someter a una minuciosa revisión el concepto de proletariado utilizado por la tradición clásica del marxismo. Digámoslo de una vez: esa concepción  ya es insuficiente para dar cuenta de las repercusiones que los grandes desarrollos tecnológicos experimentados en los últimos quince o veinte años han tenido sobre el universo asalariado. Las radicales modificaciones sufri – das por el proceso productivo y las modalidades de valorización del capital nos imponen la necesidad de repensar críticamente la naturaleza de la clase obrera y, por supuesto, las nuevas estructuras del capitalismo tardío. [22]  De la mano de esta gran transformación del universo popular hizo su aparición una gran cantidad de sujetos sociales concretos y específicos, y no sólo integrados directamente a los procesos económicos del capitalismo. Una parte importante de estos nuevos actores ha contribuido con sus demandas e iniciativas a socavar la estabilidad de la dominación burguesa, y su concurso habrá de ser importantísimo para viabilizar la puesta en marcha del protosocialismo. La creciente complejidad de los capitalismos contemporáneos ha creado nuevas líneas de conflicto, que coexisten articuladamente con el antagonismo de clases. Y éste sigue siendo, tanto en los capitalismos centrales como en la periferia del sistema, la “falla geológica” fundamental de nuestras sociedades. En relación a esto, y para no prolongar excesivamente esta sección, conviene recordar las palabras de  Ralph Miliband cuando a propósito de esta problemática escribió que “de ninguna manera quiere esto decir que los movimientos de mujeres, negros, pacifistas, ecologistas, homosexuales y otros no sean importantes, o no puedan tener efecto, o que deban renunciar a su identidad. De ninguna manera. Sólo significa que el principal (pero no el único) sepulturero del capitalismo sigue siendo la clase obrera organizada. Esta es el necesario e  indispensable “instrumento de cambio histórico”. Y si, como se dice constantemente, la clase obrera organizada se rehúsa a encargarse de la tarea, entonces la tarea no se hará (…) pero nada ha sucedido en el mundo del capitalismo avanzado y en el mundo de la clase trabajadora que autorice a sostener tal visión del futuro. ”[23]

Ahora bien, para que el proyecto de transformación pueda comenzar a andar  se requiere satisfacer cuatro requisitos, que apenas si enunciaremos aquí. En primer lugar, la movilización de los múltiples y variados sujetos sociales, venciendo la prédica de la “antipolítica” que el neoliberalismo ha cultivado  con mucho éxito durante tanto tiempo y que los ha conducido al individualismo, el quietismo y la resignación. En otras palabras, a la renuncia de toda estrategia de acción colectiva para superar las condiciones que los oprimen y  explotan. Se trata de contrarrestar un sentido común mediante el cual se propaga la idea de que la política es irremediablemente corrupta, perversa y que lo mejor que puede hacer una sociedad es desentenderse de ella, no interesarse en obtener información sobre la vida pública ni participar en las elecciones. El resultado: el triunfo arrasador de la derecha que se apoya en la generalización de tales creencias y actitudes. [24] En segundo lugar, habrá que organizar a los sectores movilizados. El impulso inicial hacia la protesta y el protagonismo se esfumará de la noche a la mañana si no va acompañado por la creación de distintos tipos de estructuras organizativas. No sólo las tradicionales, como partidos y sindicatos, sino también otros formatos desarrollados por los nuevos actores sociales de las luchas ecologistas, feministas y de género, organizaciones de derechos humanos, territoriales, de la juventud, etcétera. No existe un formato único sino que será necesario admitir la variedad de modelos organizativos teniendo siempre en cuenta que lo importante es la unidad de acción en la lucha contra el capital. Tercero, avanzar en la concientización, en la formación política de esas masas puestas en disponibilidad por la pinza traumática de la pandemia y la crisis económica. Este fue un terreno en donde las experiencias progresistas de inicios del siglo veintiuno demostraron no estar a la altura de las circunstancias. Se pensó, erróneamente, que bastaba con una activa política de combate a la pobreza, con sacar de la miseria a millones de personas para que éstas comprendieran cual era el origen de su desgraciada situación. El resultado fue, como lo recuerda a menudo Frei Betto, que en vez de crear ciudadanas y ciudadanos conscientes esos gobiernos crearon consumidores, y confiaron en que con eso sería suficiente. Tiempo después esos sectores social y económicamente promovidos  les dieron la espalda a las fuerzas políticas que los habían beneficiado y votaron por sus enemigos, caso de Jair Bolsonaro en Brasil, o no se movilizaron para defender a los gobiernos que los habían rescatado de la pobreza, sea con sus votos, como en Uruguay, o con su pasividad ante el golpe, como en Bolivia. Cuarto y último, estas tareas requieren de una articulación internacional porque el capitalismo es un sistema global y su “estado mayor”, reunido periódicamente en Davos, despliega una estrategia global de lucha contras las clases explotadas. Por eso, la política que se deberá implementar en la construcción del protosocialismo tiene un necesario componente internacionalista. Será preciso coordinar las batallas contra un actor altamente unificado como la “burguesía imperial”, presente en las más diversas latitudes, y que cuenta con un impresionante poderío económico, político, y mediático que no puede ser enfrentado aisladamente a escala solamente nacional.

De ahí la importancia del “asociativismo digital”,  o sea, la potenciación de las estrategias y tácticas de acción colectiva apelando a las nuevas tecnologías de información y comunicación. Estas fueron desarrolladas pensando en su utilización financiera y militar pero la pandemia las ha “socializado” en una extensión inimaginable hace apenas unos pocos meses. Grandes sectores de las clases y capas populares se han familiarizado con las potencialidades  de los smartphones e infinidad de organizaciones apelan a plataformas como el Zoom, Jitsi y otras por el estilo para reunirse, intercambiar informaciones y acordar planes de acción. Esto, mientras dure el confinamiento será un aliado formidable, un arma de grueso calibre en manos de las fuerzas políticas empeñadas en la construcción de una nueva sociedad. Gracias a estas tecnologías lo que antes requería costosos y trabajosos desplazamientos a lo largo de dilatados espacios geográficos para que los líderes y militantes sociales se encontraran y elaborasen sus planes de acción hoy se puede lograr en tiempo real, a un costo mínimo y facilitando nuestros esfuerzos para coordinar la ofensiva contra el capital en el plano local, nacional e internacional. Esta es una nueva arma que los teóricos y los estrategas del imperio siempre trataron de que no cayera en nuestras manos. Y la podemos utilizar durante el confinamiento y también, con gran provecho, después del confinamiento para llevar a cabo las acciones colectivas imprescindibles para las tareas de reconstrucción integral de nuestras sociedades. Cuando se pueda salir a la calle estas tecnologías será aún de extrema utilidad para mejorar la organización de las actividades de los sujetos portadores del embrión de la nueva sociedad. ¿Podría hablarse de sujetos revolucionarios?  No hay que jugar con expresiones como esa. Tal vez es un tanto apresurado, pero sin dudas serán sujetos que deberán acometer la empresa histórica de comenzar a dar los primeros pasos en el desmontaje de la economía capitalista. Si eso termina o no en una revolución el tiempo lo dirá. La intención es esa, pero los resultados nunca están garantizados de antemano.

¿Y si el capitalismo se reinventa?

Ante la perspectiva de un “comunismo reinventado” o de cualquier otro proyecto anticapitalista Byung-Chul Han,  el filósofo sur-coreano/alemán  saltó al ruedo para sentenciar que “tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.”[25]  Es una afirmación temeraria de este académico que lleva unos treinta y cinco años enseñando en Berlín y qe parece poco conectado con lo que ocurre en el resto del mundo. Además no ofrece evidencia alguna que sustente esa afirmación. En realidad, si algo se dibuja en el horizonte es la desilusión de crecientes segmentos de la opinión pública con el capitalismo, algo que los grandes periódicos del sistema, desde el New York Times hasta el Wall Street Journal y el Financial Times, no dejan de constatar en sus páginas. Tómese nota de la opinión del economista Lawrence Summers, ex Secretario del Tesoro (1999-2001) durante la Administración Clinton, que ya en enero del 2012 daba la voz de alarma y se preguntaba en su blog “Why isn’t capitalism working?” Su respuesta es la siguiente: “tradicionalmente  los estadounidenses han sido los más entusiastas campeones del capitalismo. Sin embargo, una encuesta reciente de opinión encontró que apenas un 50 por ciento de la gente  tiene una valoración positiva del capitalismo mientras que 40 por ciento no lo tiene.  La desilusión es particularmente fuerte  entre la gente joven de 18-29 años, los afroamericanos, los hispanos, y entre aquellos cuyos ingresos son menores a los  $30,000 por año e identificados con los Demócratas.”[26] El generalizado reclamo que se percibe en las generaciones más jóvenes, súbitamente despabiladas del sopor al que fueran inducidas por los medios de “confusión” de masas, a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos desquiciantes de los mercados en la salud, el medio ambiente, la justicia social y los derechos de las minorías no parece alinearse demasiado con las previsiones del académico surcoreano. La provisión de servicios básicos de salud, vivienda, seguridad social, transporte, etcétera y la imperiosa necesidad de poner fin al escándalo de la híperconcentración de la mitad de toda la riqueza del planeta en manos del 1 por ciento más rico de la población mundial remiten mucho más al protosocialismo arriba mencionado que al necrocapitalismo de nuestros días. Es que a resultas de las dolorosas enseñanzas de la pandemia las poblaciones “concientizadas” y politizadas por el flagelo están más  propensas a recurrir a soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” (como las que por necesidad se tuvieron que adoptar durante los interminables meses de lucha contra el COVID-19) que a confiar en el desenfreno individualista y privatista propios del neoliberalismo y que condujo a la trágica situación actual y que, según Judith Butler, “ha revitalizado el imaginario socialista en Estados Unidos.”[27]

Este descrédito de la cosmovisión no sólo neoliberal sino capitalista, con su desaforada exaltación del individualismo y el darwinismo social de mercado es a su vez alimentado por la adopción de nuevos hábitos impuestos por los gobiernos para combatir la pandemia: la cuarentena, el aislamiento preventivo y la distancia social que establece límites estrictos al contacto de los cuerpos. Estas disposiciones emanadas de los estudios epidemiológicos son objeto de crítica cada vez más vociferante por parte del empresariado y los políticos de derecha que exigen que “la gente vuelva al trabajo” y que “no se puede interrumpir la vida económica por tanto tiempo.” Puestos a elegir estos personajes no dudarán un instante en preferir salvar sus empresas y preservar sus ganancias aún a costa de condenar a muerte a decenas de miles de personas en cada país. Al momento de poner fin a estas líneas, el 18 de Julio del 2020, 143,233 personas murieron en Estados Unidos por el COVID-19  y 79,488 en Brasil pese a lo cual prosiguen con fuerza en sus políticas de “abrir la economía” y “normalizar la vida social”, algo que difícilmente podrá ser logrado, sobre todo si se piensa que “normalizar” quiere decir volver exactamente al modo de vida y de sociabilidad existentes antes del estallido de la pandemia. [28]El nerviosismo de los capitalistas se comprende porque si la plaga se prolonga unos cuantos meses más –cosa que no habría que descartar, viendo los “rebrotes” habidos en algunos países que pensaban que habían derrotado al mal-  podría resquebrajarse para siempre  la  rutina social que hacía que cada día la gente concurriese con ovejuna mansedumbre a su lugar de trabajo (fábrica, oficina, comercio, banco, etcétera) y aceptase como algo natural, indiscutible, el autoritarismo de la disciplina laboral, la explotación, el desgaste físico del viaje desde su hogar hasta su lugar de trabajo, respirar un aire cada vez más contaminado, asimilar el bombardeo constante del consumismo, endeudarse para adquirir lo que muchas veces ni siquiera necesita y ser manipulado con las modernas técnicas del neuromarketing por los grandes poderes económicos y sus mercenarios mediáticos. Si el entramado de nuevas actitudes, recaudos y comportamientos impuestos por la lucha contra el coronavirus se arraigan en grandes sectores de la clase trabajadora la “vuelta a la normalidad” esperada con tanta ansia por los capitalistas será mucho más prolongada y enmarañada de lo que se espera. Quienes retornen a sus puestos de trabajo habrán franqueado una experiencia traumática que modificó hábitos profundamente arraigados y que ahora podrían llegar a ser puestos en cuestión. Su conciencia política, antes quietista y conformista, ha sido bruscamente alterada por una mortal pandemia. Además se trata de personas que en muchos casos aprendieron el “arte de asociarse” que la burguesía cultivó con esmero para sí mientras lo combatía con denuedo cuando quienes querían ejercer esa práctica pertenecían a las clases populares. Esto es tan antiguo que hasta Adam Smith se refería a esa hipocresía valorativa en su Riqueza de las Naciones. Pese a que hoy en muchos países no pueden salir a la calle se cuentan por millones los que han aprendido a asociarse a través de las nuevas tecnologías de información y comunicación, mediante  el ya mencionado “asociativismo digital” que pone en crisis la primacía del individualismo burgués. Si aquél llegara a combinarse con la previsible movilización popular en las calles una vez que la cuarentena llegue a su término la capacidad reivindicativa de los trabajadores podría verse extraordinariamente fortalecida y quedaría en condiciones de ejercer una influencia decisiva en la reorganización económica y política que sobrevendrá una vez que el coronavirus sea un penoso recuerdo. Esto dependerá, obvio, del contenido de esa nueva conciencia social cuya partera fue la pandemia. Por eso decíamos que las previsiones conservadoras de Byung-Chul Han no tenían más asidero que su firme adhesión ideológica al capitalismo como sistema. La salida de esta crisis tendrá como uno de sus signos distintivos la bancarrota de la irracional –“quimérica”, según el New York Times– confianza en la “magia de los mercados”, en las virtudes de las privatizaciones y desregulaciones, y en la presunta capacidad de las fuerzas del mercado para asignar justa y racionalmente las recompensas y las sanciones a clases y grupos sociales.

El lento pero irreversible surgimiento de un nuevo orden internacional

Pero además el mundo que se viene será uno en donde el sistema internacional ya habrá adoptado de modo irreversible -al menos en el mediano plazo- un formato diferente y en cuyas alturas se encontrará a una nueva tríada dominante, aunque el peso específico de cada uno de sus componentes por supuesto que no sea el mismo. Si Samir Amin tenía razón hacia finales del siglo pasado cuando hablaba de un “condominio imperial” a cargo de la tríada formada por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón hoy aquella la constituyen Estados Unidos, China y Rusia. Y a diferencia del orden tripolar precedente, en donde europeos y japoneses eran junior partners (por no decir peones o lacayos, lo que suena un tanto despectivo pero es la caracterización que se merecen) de Washington, hoy éste tiene que vérselas con socios de otra envergadura. Por un lado, la formidable potencia económica china, sin duda la actual locomotora de la economía mundial relegando a Estados Unidos a un segundo lugar y que, además, ha tomado la delantera en las cruciales tecnologías 5G e Inteligencia Artificial. A lo anterior se suma la no menos amenazante presencia de una Rusia que ha vuelto a los primeros planos de la política mundial: rica en petróleo, energía y agua; dueña de un inmenso territorio (casi dos veces más extenso que el estadounidense) y un poderoso complejo industrial que ha producido una tecnología militar de punta que en algunos rubros decisivos aventaja a la norteamericana. En suma,  Rusia complementa con su fortaleza en el plano militar la que China logra en el terreno de la economía. Difícil aunque no imposible que tal como asegura Byung-Chul Han el capitalismo tal cual hoy lo conocemos pueda adquirir renovada pujanza en ese escenario internacional. Si en los últimos treinta años consiguió una  extraordinaria gravitación y penetración de la mano de la globalización neoliberal fue en buena parte debido a que se había desintegrado la Unión Soviética y también porque como decía Samuel P. Huntington, había un “sheriff solitario”, el gobierno de Estados Unidos, presto a acudir a cualquier rincón del globo en donde el orden capitalista estuviera en riesgo para socorrerlo con su incuestionable primacía económica, militar, política e ideológica.[29]

Hoy la primacía económica está en manos de China y el enorme gasto militar de EEUU no puede con un pequeño país como Corea del Norte ni para ganar una guerra contra Afganistán, una de las naciones más pobres y atrasadas del planeta. La ascendencia política de Washington se mantiene prendida con alfileres apenas en su “patio interior”: Latinoamérica y el Caribe, pero en medio de grandes convulsiones. El “atlantismo”, ese gran pacto sellado en la posguerra fue hecho añicos por Donald Trump que le dio el tiro de gracia a un proceso que, hay que reconocerlo, venía de lejos. La mezquindad y la megalomanía de la Casa Blanca en épocas recientes no tiene precedentes, como lo demuestra un hecho menor pero cargado de significación: el pirateo de los barbijos adquiridos por  Francia y Alemania.[30] Retomando el hilo digamos que mientras China pudo controlar la pandemia Estados Unidos fracasó en ese empeño, por lo menos hasta el momento de terminar de escribir estas líneas. Además, el gigante asiático junto a Rusia y Cuba ayuda a combatir a la pandemia en Europa mientras que Estados Unidos bloquea el acceso de insumos procedentes de China a los países europeos. Y Cuba, ejemplo incomparable de solidaridad internacional, envía médicos y medicinas a los cinco continentes mientras que lo único que se les ocurre a quienes transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000 soldados para un ejercicio militar con la OTAN  en suelo europeo e intensificar las sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente crimen de guerra. De ahí que la antigua hegemonía estadounidense, que tenía como uno de sus fundamentos un autoproclamado liderazgo moral, ya es cosa del pasado. Su prestigio internacional se ha visto muy debilitado y lo que hoy se discute en los pasillos de las agencias del gobierno federal en Washington no es si el país está en declinación o no, sino el ángulo de la pendiente y el ritmo del declive. Y la pandemia está acelerando este proceso hora tras hora.

Conclusión 

Estamos pisando los umbrales de una nueva era. Como decía José Martí, “es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz.”  En este tiempo que se aproxima velozmente será preciso llevar a cabo una profunda revisión del paradigma de las políticas públicas, comenzando por la sanidad e inmediatamente después por la seguridad social como preludios necesarios a la batalla decisiva: poner bajo control al capital financiero y su red global que asfixia a la economía mundial, provocando recesiones, aumentando el desempleo y disparando a niveles extravagantes la desigualdad económica. Un capital financiero ultra-parasitario que financia y protege a las mafias de “guante blanco” y que, con la complacencia o complicidad de los gobiernos de los capitalismos centrales y las instituciones económicas internacionales, crean las “guaridas fiscales” que facilitan el ocultamiento de sus delitos y la evasión tributaria que empobrece a los estados, debilita a sus gobiernos y los priva  de los recursos indispensables para garantizar una vida digna a sus poblaciones.

Va de suyo que para llegar a la reconstrucción de ese nuevo orden social primero habrá que derrotar a la pandemia. El gobierno argentino ha actuado con sensatez y firmeza al imponer una estricta cuarentena que ha ahorrado miles de vidas. Pero dado que hay todavía un largo recorrido por delante (de unos cuantos meses por lo menos, en lo que hace a sus aspectos sanitarios y epidemiológicos) será necesario que la autoridad pública disponga de los recursos suficientes para mantener una adecuada dotación de recursos médico-sanitarios (desde hospitales en adecuado nivel de funcionamiento hasta equipos de diversos tipo, que van desde mascarillas, camisolas y guantes hasta unidades de terapia intensiva) y auxiliar económicamente a una población que sólo gradualmente y en pequeñas proporciones podrá ir retomando sus trabajos o sus actividades económicas de antaño y que mientras tanto necesita de dinero para comer, curarse y, eventualmente concurrir a sus lugares de trabajo. El problema es que el estado argentino –como casi sin excepción ocurre en Latinoamérica y el Caribe- es pobre a causa de la persistencia de una estructura tributaria tremendamente regresiva, digna heredera de la colonia, merced a la cual los más pobres contribuyen con sus impuestos mucho más que los más ricos al sostenimiento del erario público.  Esta inequidad estructural se potencia por problemas como la evasión y la elusión fiscales o la corrupción administrativa  y por eso los gobiernos de la región carecen de los recursos financieros que necesitan para hacer frente a tan inédito desafío.

De ahí que se engañen quienes piensan que la lucha contra la pandemia podrá librarse, al menos en el caso argentino, con los recursos financieros ordinarios del estado. Se requerirá un enorme aumento del gasto público (recordar lo que dijo el ya mencionado Jerome Powell, chairman de la FED) y no sólo para el pago del personal que garantiza la atención médica y la adquisición masiva de insumos    sino también para remunerar a los agentes de la seguridad pública que controlan el cumplimiento de la cuarentena y los demás gastos de adquisición de bienes esenciales y toda la logística de la distribución de alimentos y medicamentos que sería largo pormenorizar. Pero además, grandes sumas de dinero serán necesarias para asistir  aunque sea parcialmente a las clases y capas populares más explotadas y estigmatizadas, las que habitan en «villas» o asentamientos irregulares, y viven al día con lo que obtienen de «changas» o trabajando «en negro» y que carecen de ingresos regulares. Si la mano del estado no llega a auxiliarlos esa gente va a ser carne de cañón del virus asesino y también del hambre, y hay que extremar todos los recursos para salvar esas vidas.

Sin recursos financieros, ¿qué puede hacer el gobierno? ¿Cruzarse de brazos y ver como el coronavirus arrasa los barrios y asentamientos populares? Tal cosa no sólo sería un crimen imperdonable sino que, además, tendría un negativo impacto económico a futuro, algo que se les escapa a los charlatanes que noche a noche en la televisión, inspirados por Donald Trump, urgen poner fin ya a la cuarentena y que los argentinos “vuelvan al trabajo.” Afortunadamente esa opción, al menos en su formulación radical, no figura entre las opciones que maneja Alberto Fernández. Por eso, la iniciativa de un impuesto a la riqueza es absolutamente razonable, imprescindible e impostergable para hacer frente a gastos extraordinarios durante los próximos meses cuando, al mismo tiempo,  la recaudación fiscal ha caído en picada. Pero hay que decirlo antes que sea tarde: esa iniciativa, en caso de ser aprobada por un Congreso en donde el presidente no tiene asegurado un voto mayoritario, no aportará los recursos que se necesitan. El impuesto “extraordinario a la riqueza personal, y por una única vez” aportará, en el mejor de los casos una suma de poco más de 3.000 millones de dólares, monto que difícilmente será suficiente para sufragar los enormes gastos que demandará el combate al COVID-19 y el posterior proceso de reconstrucción económica y social de la Argentina. Y no hay otra fuente para obtener recursos que un impuesto a la riqueza, que en este caso afecta apenas a unas 12.000 personas, un 1.1% del total de contribuyentes del país.[31]

Dado que ni la emisión descontrolada de moneda local ni el endeudamiento externo son alternativas reales de financiamiento, la necesidad de una reforma tributaria integral que afecte no sólo la fortuna de las personas sino también de las más grandes empresas se torna impostergable. Dos de los más acaudalados multimillonarios de Estados Unidos, Bill Gates y Warren Buffett vienen diciendo hace tiempo que ellos deberían pagar más impuestos que los que les exige la legislación de ese país. Y añaden, para fundamentar este insólito pedido (que desconcierta a los talibanes del neoliberalismo) lo que ya sabemos: que los ricos gozan de una presión tributaria proporcionalmente mucho menor que los pobres. A Gates y Buffett se sumaron recientemente Jerry Greenfield, co-fundador de los helados Ben and Jerry, Abigail Disney, heredera del imperio Disney, y Stephen Tindall, el segundo hombre más rico de Nueva Zelanda.[32] Nunca escuchamos nada ni remotamente parecido entre los avaros y sórdidos multimillonarios argentinos o latinoamericanos, pese a que en nuestros países la inequidad y regresividad tributarias son aún mayores que las que existen en Estados Unidos o Europa. La propuesta que hoy está en el Congreso argentino será un impuesto que alcanzará a una ínfima parte (0.08 % ) de la población económicamente activa pero que es dueña de inmensas fortunas y que en circunstancias excepcionales como las actuales no puede estar exentas de tributación. Para ni hablar de los gigantescos patrimonios de sus empresas. Es ahora o nunca. No sólo para financiar la lucha contra la pandemia, que no puede ser efectiva sin el equipamiento necesario; también para lo que se va a necesitar una vez que aquella sea un doloroso recuerdo y se deba poner en marcha a la economía. En ese momento el estado no sólo va a tener que continuar asistiendo a los más débiles que viven de lo que ganan día a día (técnicamente: sostener la demanda agregada) sino que habrá que contar con mucho dinero para que muchísimas pequeñas y medianas empresas puedan reiniciar sus actividades. Esto exigirá un esfuerzo a dos puntas: por el lado de la demanda, facilitar que los más pobres puedan adquirir los bienes necesarios para su subsistencia; por el lado de la oferta, incentivar los negocios auxiliando, aunque sea transitoriamente a las pymes para que vuelvan a producir y trabajar. Y ofreciendo los bienes y servicios que la sociedad demandará con creces luego de un largo período de virtual congelamiento de la economía.

Cierro estas notas con una cita de Dante Alighieri que se adapta muy bien a la situación actual.  En La Divina Comedia describe el gran portal que daba paso al Infierno en donde estaba esculpida la siguiente inscripción: “Abandónese aquí todo recelo. Mátese aquí cualquier vileza”.  Un sabio consejo para los multimillonarios que, en Nuestra América, están infectados por el virus del recelo y la vileza y que pugnan por negarle al estado los recursos necesarios para preservar las vidas de millones de compatriotas en riesgo.

Notas:

*Agradezco a William J Gills por sus lúcidos comentarios a una primera versión de este trabajo. Este trabajo sintetiza algunas de las conclusiones del curso “El mundo después del COVID-19” ofrecido desde mi página web: www.atilioboron.com.ar/cursos

[1] Walter Scheidel, “Why the Wealthy Fear Pandemics”, NYT, 9 Abril 2020

[2]  No sólo ocurrió en países del Tercer Mundo. El New York Times del 29 de Abril reporta el hallazgo de dos camiones estacionados en la cercanía de una funeraria de Brooklyn, New York, conteniendo varias docenas de cadáveres en avanzado estado de descomposición. Ver: https://www.nytimes.com/2020/04/29/nyregion/bodies-brooklyn-funeral-home-coronavirus.html

[3] El mismo título de la nota: “The Coronavirus Pandemic Will Forever Alter the World Order” ya anticipaba esta conclusión. Ver el Wall Street Journal, edición del 4-5 de Abril de 2020, pg. A-17

[4] Ver informe en https://www.telam.com.ar/notas/202004/455493-mas-de-4-millones-de-personas-solicitaron-subsidio-al-desempleo-y-suman-267-millones-de-desocupados.html

[5] Datos del Bureau of Labor Statistics, del Department of Labor del gobierno de Estados Unidos. Varias fechas, entre ellas: https://www.bls.gov/news.release/pdf/empsit.pdf

[6] “Republicans Don’t Want to Save Jobs”, NYT, 13 Abril 2020. Accesible en https://www.nytimes.com/2020/04/13/opinion/jobs-republicans-covid.html  La actualización de las cifras se encuentra en https://www.telam.com.ar/notas/202004/458118-estados-unidos-sumo-casi-30-millones-de-desocupados-en-un-mes-y-medio.html  La estimación del 16 % se encuentra en https://www.cnbc.com/2020/06/05/heres-why-the-real-unemployment-rate-may-be-higher-than-reported.html

[7] Los datos de las empresas de Estados Unidos se encuentran en https://theintercept.com/2020/03/17/naomi-klein-and-jeremy-scahill-discuss-coronavirus-the-election-and-solidarity-in-the-midst-of-a-pandemic/

[8] Diana Hembree, “CEO Pay Skyrockets To 361 Times That Of The Average Worker”, Forbes, 22 de Mayo, 2018. Disponible en: https://www.forbes.com/sites/dianahembree/2018/05/22/ceo-pay-skyrockets-to-361-times-that-of-the-average-worker/#7621dae6776d

[9] Cf. https://www.publico.es/economia/paises-mayor-endeudamiento-familiar-planeta.html

[10] Ver https://www.efe.com/efe/america/economia/la-fed-advierte-que-recuperacion-podria-extenderse-hasta-fin-de-2021/20000011-4248544

[11] Las más recientes encuestas le otorgan al candidato Joe Biden, un promedio de 9 % por ciento de ventaja sobre Donald Trump. Ver datos de múltiples encuestadoras en https://www.realclearpolitics.com/epolls/2020/president/us/general_election_trump_vs_biden-6247.html

[12] Cf.  https://www.nytimes.com/2020/04/09/opinion/coronavirus-inequality-america.html?action=click&pgtype=Article&state=default&module=styln-opinion-inequality-series&variant=show&region=ABOVE_MAIN_CONTENT&context=opinion-inequality-promo

[13] Vale aquí recordar el volumen compilada por Peter B. Evans, Dietrich Rueschmeyer  y Theda Skocpol a comienzos de los ochentas del siglo pasado en el cual se abogada por una reintroducción de la temática del estado en los estudios políticos y por fortalecer su papel en la vida de las naciones. Desgraciadamente su prédica cayó en vano, en ambos casos. Ver Bringing the state back-in  (Princeton: Princeton University Press, 1985), especialmente las páginas 44 a 77.

[14] Al respecto consultar el imprescindible libro de Ignacio Ramonet: El Imperio de la Vigilancia (La Habana: Instituto Cubano del Libro, 2018). Ya en noviembre del 2017 la revista conservadora británica hablaba de este tema, del “state led capitalism”. Ver la edición del 21 de Enero del 2017 dedicado al surgimiento del capitalismo de estado y con la imagen de V. I. Lenin de fondo.

[15] Ver su “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”,  en Autores Varios, Sopa de Wuhan. Pensamiento Contemporáneo en Tiempos de Pandemia (Libro Electrónico de Editorial ASPO, 2020) pp.  21-28

[16] Tema desarrollado ampliamente por este autor en su Beyond Capital. Towards a theory of transition (New York: Monthly Review Press, 1995)  [hay traducción al castellano]

[17] Ver si “El socialismo y el hombre en Cuba”, ediciones varias. Hemos discutido algunos de estos asuntos en nuestro Socialismo del siglo veintiuno. ¿Hay vida después del neoliberalismo?  (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2009), cap. 3.

[18] Recordemos aquí, y brindemos un pequeño homenaje, al doctor Jonas Salk, que rehusó a patentar su vacuna contra la poliomielitis porque dijo que sería lo mismo “que tratar de patentar el sol.” Lamentablemente los desarrollos posteriores de la industria farmacéutica no tuvieron como eje inspirador su altruista enseñanza sino los fríos números del análisis de costo-beneficio, y todo se convirtió en materia mercantilizable.  Con su actitud Salk arrojó por la borda la posibilidad de embolsar por lo menos 7.000 millones de dólares. Otro tanto hizo Albert Sabin, que creó una segunda vacuna contra la polio poco tiempo después. Veremos cual será la conducta de los grandes laboratorios que descubran la vacuna contra el COVID-19. ´Datos sobre esto en https://hipertextual.com/2013/08/patentar-vacuna-contra-polio.

[19] Citado en “Esta revolución no la pueden destruir ellos, pero sí nuestros defectos y nuestras desigualdades” en Rebelión, 6 de diciembre 2005. Discurso pronunciado  el 17 de noviembre de 2005 con ocasión del 60ªaniversario de su ingreso a la Universidad. La Habana.

[20] Ver la nueva edición publicada en país vasco por la editorial Txalaparta (Tafalla: 2020) con un estudio introductorio del autor de estas líneas.

[21] Ver su “Siglo xx: siglo marxista, siglo americano: la formación y la transformación del movimiento obrero mundial” en New Left Review en español, Enero/Febrero 2000, p. 4.

[22] Hemos desarrollado ampliamente esta problemática en nuestro Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina  (Buenos Aires: CLACSO, 2003), pp. 310-315.

[23] En “El nuevo revisionismo en Gran Bretaña”, en Cuadernos Políticos (México), Nº 44, Julio-Diciembre de 1985, p. 26.

[24] Sobre esto ver el estudio de Silvina Romano  e Ibán Díaz Parra, Antipolíticas. Neoliberalismo, realismo de izquierda y autonomismo en América Latina (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2018)

[25] En “La emergencia viral y el mundo de mañana”, en Sopa de Wuhan , op. cit., p. 110

[26]  Desilusión que se comprende perfectamente cuando en “La pandemia y el sistema-mundo” Ignacio Ramonet nos informa que “en el estado de Michigan, los afroestadounidenses constituyen el 14% de la población, pero concentran el 33% de los infectados y el 41% de las muertes. En Chicago, los afrodescendientes son el 30% de la población, pero representan el 72% de los fallecimientos.”    Consúltese lo de Summers en http://blogs.reuters.com/lawrencesummers/2012/01/09/why-isnt-capitalism-working/   Véase asimismo “Why are Americans warming to socialism? Because capitalism has failed them”, en

https://www.theguardian.com/commentisfree/2020/mar/03/why-are-americans-warming-to-socialism-because-capitalism-has-failed-them  y también un estudio de Gallup, de noviembre del año pasado en donde se demuestra que los “millenials” tienen la misma valoración del socialismo que del capitalismo, algo impensado en las previas generaciones. Cf. “Socialism as popular as capitalism among young adults in the US”, en  https://news.gallup.com/poll/268766/socialism-popular-capitalism-among-young-adults.aspx

[27] “El capitalismo tiene sus límites”, en Autores Varios, Sopa de Wuhan, op. cit.  pp. 59-65.

[28] Este número de víctimas en Estados Unidos equivale a más de dos veces el número de combatientes de ese país que murieron en Vietnam: 57.939. En poco más de un mes Trump y el neoliberalismo produjeron más víctimas que la guerra de Vietnam en once años. No sólo eso: el informe de ese día de la OMS confirma que en el país asiático la pandemia no produjo un solo muerto. Al día de hoy , 18 de Julio, ni una persona murió en Vietnam a causa del coronavirus. Un desempeño extraordinario que ejemplifica la superioridad de la organización socialista sobre la capitalista. Datos de la OMS disponibles en: https://covid19.who.int/region/wpro/country/vn

[29] “The lonely superpower”, en Foreign Affairs, Vol. 78, Nº 2, 1999

[30]  Ver detalles de este vergonzoso incidente en https://www.pagina12.com.ar/257582-coronavirus-en-occidente-se-desato-la-guerra-de-los-barbijos

[31] Va de suyo que una situación similar se vive en numerosos países latinoamericanos.

[32] Ver Página/12, 14 de Julio de 2020: https://www.pagina12.com.ar/278265-un-grupo-de-super-ricos-piden-pagar-mas-impuestos-para-lucha#:~:text=Un%20grupo%20de%20s%C3%BAper%20ricos%20piden%20pagar%20m%C3%A1s%20impuestos%20para,Greenfield%20(Ben%20and%20Jerry).

Fuente: https://rebelion.org/conjeturas-sobre-el-futuro-del-capitalismo-y-el-protosocialismo/
Comparte este contenido:
Page 4 of 14
1 2 3 4 5 6 14