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Coronavirus: ¿Volver a la normalidad?

Por: Atilio Borón

La cruel pandemia que azota a la humanidad ha despertado reacciones de todo tipo. Unos pocos la ven como la cruel pero fecunda epifanía de un mundo mejor y más venturoso que brotará como remate inexorable de la generalizada destrucción desatada por el coronavirus. Si Edouard Bernstein creía que el solo despliegue de las contradicciones económicas ineluctablemente remataría en el capitalismo, sus actuales (e inconscientes) herederos apuestan a que el virus obrará el milagro de abolir el sistema social vigente y reemplazarlo por otro mejor El trasfondo religioso o mesiánico de esta creencia salta a la vista y nos exime de mayores análisis. Otros la perciben como una catástrofe que clausura un período histórico y coloca a la humanidad ante un inexorable dilema cuyo resultado es incierto. Quienes abrevan en este argumento están lejos de ser un conjunto homogéneo pues difieren en dos temas centrales: la causalidad, o la génesis de la pandemia, y el mundo que se perfila a su salida. En relación a lo primero hay quienes adjudican la responsabilidad de su aparición a una entelequia: «el hombre», como los ecologistas ingenuos que dicen que aquél -entendido en un sentido genérico, como ser humano- es quien con su actividad destruye la naturaleza y entonces la covid-19 habría también sido causado por «el hombre.» Pero la verdad es que no es éste sino un sistema, el capitalismo, quien destruye naturaleza y sociedades como lo demuestra el pensamiento marxista e, inclusive, aquellos que sin adherir a él son analistas rigurosos de la realidad, como Karl Polanyi. Sistema que con sus políticas privatizadoras y de «austeridad» (para los pobres, más no para los ricos) hizo posible la gran expansión de la pandemia.

Pruebas al canto: la covid-19 desnudó la responsabilidad de las clases dominantes del capitalismo y sus gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos y sus «vasallos» en el resto del mundo. Cuando se compara el número de muertes ocurridas en los países con gobiernos capitalistas con los que se registran en estados socialistas, como China, Vietnam, Cuba, Venezuela, los resultados son espeluznantes. En China los muertos por millón de habitantes son 3; en Vietnam hasta el 18 de mayo no había muerto nadie a causa del virus, y eso que tiene una población de 96 millones de personas; Cuba, con poco más de 11 millones tiene una tasa de muertos por millón igual a 7 y en la República Bolivariana de Venezuela esta ratio es de 0,4. En Argentina, con un gobierno acosado por el sicariato mediático y la gran burguesía el número es 9, pero se triplica cuando se observa al «oasis neoliberal» de Sebastián Piñera, con una ratio de 27 muertos por millón de habitantes. México, cuyo gobierno al principio cometió el error de subestimar al coronavirus está con 44 decesos por millón, por encima del promedio mundial que es 41,8. Pero luego viene el escándalo: Ecuador, donde manda el más rastrero lamebotas de Donald Trump, se lleva todas las fúnebres palmas de Nuestra América con 161 muertos por millón de habitantes, 54 veces más que China y 23 más que en Cuba. Suiza, la elegante guarida fiscal europea, registra una obscena ratio de 219 muertos por millón y Estados Unidos 283 por millón, o sea, 95 veces más que China y unas 40 veces mayor que la agredida y bloqueada Cuba. No les va mejor a la rica Bélgica, campeona mundial con un escandaloso récord de 790 muertos por millón de habitantes y a quienes le siguen en el podio: España con 594, Italia con 532 y el Reino Unido con 521.

Conclusión: los gobiernos que apostaron a la «magia de los mercados» para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano. Esto se comprueba aún en países como Cuba y Venezuela pese a padecer múltiples sanciones económicas y los rigores del criminal bloqueo impuesto por Washington. En las antípodas se encuentra Brasil que con sus 18.130 muertos ocupa el sexto lugar en la luctuosa estadística de víctimas del coronavirus y con sus 85 muertos por millón de habitantes registra una incidencia 12 veces mayor que Cuba y 28 mayor que China. A su vez Chile, paradigma neoliberal por excelencia, tiene una tasa 9 veces mayor que la de China y casi cuatro veces superior a la de la acosada isla caribeña. Párrafo aparte merece el Uruguay, que gracias a los quince años de activismo estatal de los gobiernos frenteamplistas, en los cuales la inversión en salud pública fue prioritaria, registra una tasa de 6 muertos por millón de habitantes. Es de esperar que su actual presidente, Luis Lacalle Pou, confeso admirador de Jair Bolsonaro Sebastián Piñera, tome nota de esta lección y se abstenga de aplicar sus letales fantasías neoliberales al sistema de salud público del Uruguay.

Esta disímil respuesta ofrecida por los estados capitalistas y socialistas (más allá de algunas necesarias precisiones sobre esta caracterización, que deberían ser objeto de otro trabajo) es suficiente para fundamentar la necesidad de que el nuevo mundo que se asomará una vez concluida la pesadilla del Covid-19 se caracterice por la presencia de rasgos definitivamente no-capitalistas. Es decir, un ordenamiento socioeconómico y político que revierta el desvarío dominante durante cuatro décadas cuando al impulso de la traicionera melodía neoliberal casi todos los gobiernos del mundo se apresuraron a seguir las directivas emanadas de la Casa Blanca y privatizar y mercantilizar todo lo que fuera privatizable o mercantilizable, aún a costa de violar derechos humanos, la dignidad de las personas y los derechos de la Madre Tierra. Un mundo que, siguiendo algunos razonamientos de Salvador Allende, podría ser caracterizado como «protosocialista»; es decir, como una imprescindible fase previa para viabilizar la transición hacia el socialismo. Este período es requerido para robustecer al estado democrático; introducir rígidas limitaciones al «killing instinct» de los mercados y su descontrolada actividad, especialmente de su fracción financiera; la nacionalización y/o estatización de las riquezas básicas de nuestros países; la estatización del comercio exterior y los servicios públicos; la desmercantilización de la salud y los medicamentos; y una agresiva política de redistribución de la riqueza que supone una profunda reforma tributaria y una muy activa política social de eliminación del flagelo de la pobreza. Habida cuenta del tendal de víctimas que ha dejado la covid-19 (que está lejos de haber llegado a su pico) sería una monumental insensatez intentar «volver a la normalidad». Sólo espíritus pervertidos por un insaciable afán de lucro pueden pretender reincidir en sus crímenes y volver a sacrificar a millones de personas y a la propia naturaleza en el altar de la ganancia, considerando a tales crímenes como una «normalidad» que no puede ni debe ser puesta en cuestión.

¿Cómo pensar que un holocausto social y ecológico como el que produjo el capitalismo, potenciado hiperbólicamente por la pandemia, pueda ahora ser concebido como algo «normal», como una situación beneficiosa a la cual deberíamos retornar sin mayor demora? Una «normalidad» como esa debe ser definitivamente desterrada como opción civilizatoria. Solo podría ser impuesta por una recomposición neofascista del capitalismo, poco probable ante el desprestigio y la deslegitimación que éste ha sufrido en tiempos recientes y la acumulación de fuerzas sociales alineadas en contra de los verdugos del pasado. Claro que la historia no está cerrada pero estoy seguro, volviendo a las palabras de Salvador Allende, que luego de la pandemia «se abrirán las grandes alamedas para que pasen hombres y mujeres para construir una sociedad mejor.»

fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/267605-coronavirus-volver-a-la-normalidad

 

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La chispa de Minneapolis

Por: Atilio A. Boron. 

 

Los afroamericanos están en una situación estructural de desventaja con los blancos: bajos ingresos, menor educación y mayor desempleo conformando un círculo vicioso heredado de la larga historia de la esclavitud y cuyas sombras se proyectan hasta el presente.

En 1944 Gunnar Myrdal, un sueco que había recibido el Premio Nobel de economía, escribió un libro titulado “El dilema norteamericano” para desentrañar las raíces del llamado “problema negro” en Estados Unidos. Su investigación demostró que los afroamericanos eran percibidos y tratados por los blancos -salvo un sector que no compartía esa creencia- como una “raza inferior” a la cual se le negaba el disfrute de los derechos supuestamente garantizados por la Constitución. Por eso los afroamericanos quedaban en situación estructural de desventaja con los blancos: bajos ingresos, menor educación y mayor desempleo construyeron la trama profunda de un círculo vicioso heredado de la larga historia de la esclavitud y cuyas sombras se proyectan hasta el presente. Myrdal concluyó su estudio diciendo que Estados Unidos tenía un problema, pero era de otro color: blanco. Una población denostada, agredida y discriminada, que incluso después de un siglo de abolida la esclavitud debía luchar contra la cultura del esclavismo que  sobrevivió largamente a la terminación de esa institución.

El Informe de la Oficina del Censo de EEUU del año 2019 confirma la validez de aquel lejano diagnóstico de Myrdal al demostrar que si el ingreso medio de los hogares estadounidenses era de $ 63.179 y  el de los hogares “blancos” $ 70.642 el de los afroamericanos se derrumbaba hasta los $ 41.361 y el de los “hispanos” caía pero estacionándose en $ 51.450. Los blancos son el 64 % del país, pero el 30 % de la población carcelaria; los negros suman el 33 % de los convictos siendo el 12 % de la población. El 72 % de los jóvenes blancos que terminan la secundaria ingresan ese mismo años a una institución terciaria, cosa que sólo hace el 44 % de los afrodescendientes. Las recurrentes revueltas de esa etnia oprimida atestiguan el fracaso de las tímidas medidas adoptadas para integrarla, como la tan discutida “acción afirmativa.” La pandemia del Covid-19 agravó la situación, poniendo de manifiesto la escandalosa discriminación existente: la tasa de mortalidad general por ese virus es de 322 por millón de habitantes y baja a 227 para los blancos, pero sube bruscamente entre los negros a 546 por millón. Y la depresión económica que la pandemia potenció exponencialmente tiene entre sus primeras víctimas a los afrodescendientes. Son ellos quienes figuran mayoritariamente entre los inscriptos para obtener el módico y temporario seguro de desempleo que ofrece el gobierno federal. Y además son el grupo étnico mayoritario que está en la primera línea del combate a la pandemia.

Esta explosiva combinación de circunstancias sólo necesitaba un chispazo para incendiar la pradera. El asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis filmado minuto a minuto y viralizado en instantes aportó ese ingrediente con los resultados ya conocidos. La criminal estupidez de un Trump desquiciado por más de cien mil muertos a causa de su negacionismo y por el abismo económico que se abrió a sus pies a cinco meses de la elección presidencial hicieron el resto. En un tuit amenazó a los manifestantes con “meter bala” si proseguían los disturbios, igual que los esclavócratas sureños del siglo diecinueve. Signos inequívocos de un fin de ciclo, con violencia desatada, saqueos y toques de queda desafiados en las principales ciudades. Cualquier pretensión de “volver a la normalidad” que produjo tanta barbarie es una melancólica ilusión.

Fuente del artículo: https://rebelion.org/la-chispa-de-minneapolis/

 

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¿Volver a la normalidad?

Por: Atilio A. Boron

Los gobiernos que apostaron a la “magia de los mercados” para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los Estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano.

La cruel pandemia que azota a la humanidad ha despertado reacciones de todo tipo. Unos pocos la ven como la cruel pero fecunda epifanía de un mundo mejor y más venturoso que brotará como remate inexorable de la generalizada destrucción desatada por el coronavirus. Si Edouard Bernstein creía que el solo despliegue de las contradicciones económicas ineluctablemente remataría en el capitalismo, sus actuales (e inconscientes) herederos apuestan a que el virus obrará el milagro de abolir el sistema social vigente y reemplazarlo por otro mejor  El trasfondo religioso o mesiánico de esta creencia salta a la vista y nos exime de mayores análisis. Otros la perciben como una catástrofe que clausura un período histórico y coloca a la humanidad ante un inexorable dilema cuyo resultado es incierto. Quienes  abrevan en este argumento están lejos de ser un conjunto homogéneo pues difieren en dos temas centrales: la causalidad, o la génesis de la pandemia, y el mundo que se perfila a su salida.

En relación a lo primero hay quienes adjudican la responsabilidad de su aparición a una entelequia: “el hombre”, como los ecologistas ingenuos que dicen que aquél -entendido en un sentido genérico, como ser humano- es quien con su actividad destruye la naturaleza y entonces el Covid-19 habría también sido causado por “el hombre.” Pero la verdad es que no es éste sino un sistema, el capitalismo, quien destruye naturaleza y sociedades como lo demuestra el pensamiento marxista e, inclusive, aquellos que sin adherir a él son analistas rigurosos de la realidad, como Karl Polanyi. Sistema que con sus políticas privatizadoras y de “austeridad” (para los pobres, más no para los ricos) hizo posible la gran expansión de la pandemia. Pruebas al canto: el Covid-19  desnudó la responsabilidad de las clases dominantes del capitalismo y sus gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos y sus “vasallos” en  el resto del mundo.

Cuando se compara el número de muertes ocurridas en los países con gobiernos capitalistas con los que se registran en Estados socialistas, como China, Vietnam, Cuba, Venezuela, los resultados son espeluznantes. En China los muertos por millón de habitantes son 3; en Vietnam hasta el 18 de mayo no había muerto nadie a causa del virus, y eso que tiene una población de 96 millones de personas; Cuba, con poco más de 11 millones tiene una tasa de muertos por millón igual a 7 y en la República Bolivariana de Venezuela esta ratio es de 0,4. En Argentina, con un gobierno acosado por el sicariato mediático y la gran burguesía el número es 9, pero se triplica cuando se observa al “oasis neoliberal” de Sebastián Piñera, con una ratio de 27 muertos por millón de habitantes. México, cuyo gobierno al principio cometió el error de subestimar al coronavirus está con 44 decesos por millón, por encima del promedio mundial que es 41,8.  Pero luego viene el escándalo: Ecuador, donde manda el más rastrero lamebotas de Donald Trump, se lleva todas las fúnebres palmas de Nuestra América con  161 muertos por millón de habitantes, 54 veces más que China y 23 más que en Cuba. Suiza, la elegante guarida fiscal europea, registra una obscena ratio de 219 muertos por millón y Estados Unidos 283 por millón, o sea, 95 veces más que China y unas 40 veces mayor que la agredida y bloqueada Cuba. No les va  mejor a la rica Bélgica, campeona mundial con un escandaloso récord de 790 muertos por millón de habitantes y a quienes le siguen en el podio: España con 594, Italia con 532 y el Reino Unido con 521.

Conclusión: los gobiernos que apostaron a la “magia de los mercados” para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los Estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano. Esto se comprueba aún en países como Cuba y Venezuela pese a padecer múltiples sanciones económicas y los rigores del criminal bloqueo impuesto por Washington. En las antípodas se encuentra Brasil que con sus 18.130 muertos ocupa el sexto lugar en la luctuosa estadística de víctimas del coronavirus y con sus 85 muertos por millón de habitantes registra una incidencia 12 veces mayor que Cuba y 28 mayor que China. A su vez Chile, paradigma neoliberal por excelencia, tiene una tasa 9 veces mayor que la de China y casi cuatro veces superior a la de la acosada isla caribeña. Párrafo aparte merece el Uruguay, que gracias a los quince años de activismo estatal de los gobiernos frenteamplistas, en los cuales la inversión en salud pública fue prioritaria, registra una tasa de 6 muertos por millón de habitantes. Es de esperar que su actual presidente,  Luis Lacalle Pou, confeso admirador de Jair Bolsonaro y Sebastián Piñera, tome nota de esta lección y se abstenga de aplicar sus letales fantasías neoliberales al sistema de salud público del Uruguay.

Esta disímil respuesta ofrecida por los Estados capitalistas y socialistas (más allá de algunas necesarias precisiones sobre esta caracterización, que deberían ser objeto de otro trabajo) es suficiente para fundamentar la necesidad de que el nuevo mundo que se asomará una vez concluida la pesadilla del Covid-19 se caracterice por la presencia de rasgos definitivamente no-capitalistas. Es decir, un ordenamiento socioeconómico y político que revierta el desvarío dominante durante cuatro décadas cuando al impulso de la traicionera melodía neoliberal casi todos los gobiernos del mundo se apresuraron a seguir las directivas emanadas de la Casa Blanca y privatizar y mercantilizar todo lo que fuera privatizable o mercantilizable, aún a costa de violar derechos humanos, la dignidad de las personas y los derechos de la Madre Tierra. Un mundo que, siguiendo algunos razonamientos de Salvador Allende, podría ser caracterizado como “protosocialista”; es decir, como una  imprescindible fase previa para viabilizar la transición hacia el socialismo. Este período es requerido para robustecer al estado democrático; introducir rígidas limitaciones al “killing instinct” de los mercados y su descontrolada actividad, especialmente de su fracción financiera; la nacionalización y/o estatización de las riquezas básicas de nuestros países; la estatización del comercio exterior y los servicios públicos; la desmercantilización de la salud y los medicamentos; y una agresiva política de redistribución de la riqueza que supone una profunda reforma tributaria y una muy activa política social de eliminación del flagelo de la pobreza. Habida cuenta del tendal de víctimas que ha dejado el Covid-19 (que está lejos de haber llegado a su pico) sería una monumental insensatez intentar “volver a la normalidad”. Sólo espíritus pervertidos por un insaciable afán de lucro pueden pretender reincidir en sus crímenes y volver a sacrificar a millones de personas y a la propia naturaleza en el altar de la ganancia,  considerando a tales crímenes como una “normalidad” que no puede ni debe ser puesta en cuestión.
¿Cómo pensar que un holocausto social y ecológico como el que produjo el capitalismo, potenciado hiperbólicamente por la pandemia,  pueda ahora ser concebido como algo “normal”, como una situación beneficiosa a la cual deberíamos retornar sin mayor demora? Una “normalidad” como esa debe ser definitivamente desterrada como opción civilizatoria. Solo podría ser impuesta por una recomposición neofascista del capitalismo, poco probable ante el desprestigio y la deslegitimación que éste ha sufrido en tiempos recientes y la acumulación de fuerzas sociales alineadas en contra de los verdugos del pasado.

Claro que la historia no está cerrada pero estoy seguro, volviendo a las palabras de Salvador Allende, que luego de la pandemia “se abrirán las grandes alamedas para que pasen hombres y mujeres para construir una sociedad mejor.”

Fuente e imagen: https://rebelion.org/volver-a-la-normalidad-2/

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La pandemia y el fin de la era neoliberal

Por: Atilio A. Borón

La pandemia ha movido las placas tectónicas del capitalismo global y ya nada podrá volver a ser como antes. Es un tremendo desafío para quienes queremos construir un mundo post-capitalista porque, sin duda, la pandemia y sus devastadores efectos ofrecen una oportunidad única, inesperada, que sería imperdonable desaprovechar.

El coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que tienen como común denominador la intención de dibujar los (difusos) contornos del tipo de sociedad y economía que resurgirán una vez que el flagelo haya sido controlado. Sobran las razones para incursionar en esa clase de especulaciones, ojalá que bien informadas y controladas, porque si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se cobró la pandemia fue la versión neoliberal del capitalismo.  Y digo la “versión” porque tengo serias dudas acerca de que el virus en cuestión haya obrado el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema internacional. Pero la era neoliberal es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar. ¿Qué ocurrirá con el capitalismo? Bien, de eso trata esta columna.

Simpatizo mucho con la obra y la persona de Slavoj Zizek pero esto no me alcanza para otorgarle la razón cuando sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste debería caer muerto a los cinco segundos. No ha ocurrido y no ocurrirá porque, como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo sobrevivió a la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos vio la luz en Kansas, en marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, y que luego las tropas estadounidenses que marcharon a combatir en la Primera Guerra Mundial diseminaron el virus de forma incontrolada.

Los muy imprecisos cálculos de su letalidad oscilan entre 20, 50 y 100 millones de personas, por lo cual no es necesario ser un obsesivo de las estadísticas para desconfiar del rigor de esas estimaciones difundidas ampliamente por muchas organizaciones, entre ellas la National Geographical Magazine . El capitalismo sobrevivió también al tremendo derrumbe global  producido por la Gran Depresión, demostrando una inusual resiliencia –ya advertida por los clásicos del marxismo- para procesar las crisis e inclusive y salir fortalecido de ellas. Pensar que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y políticas señaladas por el revolucionario ruso (que de momento no se perciben ni en Estados Unidos ni en los países europeos) ahora se producirá el tan anhelado deceso de un sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto.

Zizek confía en que a consecuencia de esta crisis para salvarse la humanidad tendrá la posibilidad de recurrir a “alguna forma de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas. Pero, como casi todo en la vida social, dependerá del resultado de la lucha de clases; más concretamente de si, volviendo a Lenin, “los de abajo no quieren  y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”, cosa que hasta el momento no sabemos. Pero la bifurcación de la salida de esta coyuntura presenta otro posible desenlace, que Zizek identifica muy claramente: “la barbarie”.  O sea, la reafirmación de la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica, coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de su hasta ahora intacta dictadura mediática. “Barbarie”, István Mészarós solía decir  con una dosis de amarga ironía, “si tenemos suerte.”

Pero, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia, ni la tan temida “barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis en los capitalismos realmente existentes”) ni la igualmente tan anhelada opción de un “comunismo reinventado”? ¿Por qué no pensar que una transición hacia el postcapitalismo será inevitablemente “desigual y combinada”, con avances profundos en algunos terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por ejemplo y otros más vacilantes, tropezando con mayores resistencias de la burguesía, en áreas tales como el riguroso control del casino financiero mundial, la estatización de la industria farmacéutica (para que los medicamentos dejen de ser una mercancía producida en función de su rentabilidad), las industrias estratégicas y los medios de comunicación, amén de  la recuperación pública de los llamados “recursos naturales” (bienes comunes, en realidad)? ¿Por qué no pensar en “esos muchos socialismos” de los que premonitoriamente hablaba el gran marxista inglés Raymond Williams a mediados de los años ochenta del siglo pasado?

Ante la propuesta de un “comunismo reinventado” el filósofo sur-coreano de Byung-Chul Han salta al ruedo para refutar la tesis del esloveno y se arriesga a decir que «tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.” Es una afirmación temeraria porque si algo se dibuja en el horizonte es el generalizado reclamo de toda la sociedad a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos desquiciantes de los mercados en la provisión de servicios básicos de salud, vivienda, seguridad social, transporte, etcétera y para poner fin al escándalo de la híperconcentración de la mitad de toda la riqueza del planeta en manos del 1 por ciento más rico de la población mundial. Ese mundo post-pandémico tendrá mucho más estado y mucho menos mercado, con poblaciones “concientizadas” y politizadas por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” en países como Estados Unidos, nos recuerda Judith Butler, repudiando el desenfreno individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el neoliberalismo y que nos llevó a la trágica situación que estamos viviendo. Y además un mundo en donde el sistema internacional ya ha adoptado, definitivamente, un formato diferente ante la presencia de una nueva tríada dominante, si bien el peso específico de cada uno de sus actores no es igual.

Si Samir Amin tenía razón hacia finales del siglo pasado cuando hablaba de la  tríada formada por Estados Unidos, Europa y Japón hoy aquella la constituyen Estados Unidos, China y Rusia. Y a diferencia del orden tripolar precedente, en donde Europa y Japón eran junior partners (por no decir peones o lacayos, lo que suena un tanto despectivo pero es la caracterización que se merecen) de Washington, hoy éste tiene que vérselas con la formidable potencia económica china, sin duda la actual locomotora de la economía mundial relegando a Estados Unidos a un segundo lugar y que, además, ha tomado la delantera en la tecnología 5G y en Inteligencia Artificial.

A lo anterior se suma la no menos amenazante presencia de una Rusia que  ha vuelto a los primeros planos de la política mundial: rica en petróleo, energía y agua; dueña de un inmenso territorio (casi dos veces más extenso que el estadounidense) y un poderoso complejo industrial que ha producido una tecnología militar de punta que en algunos rubros decisivos aventaja a la norteamericana, Rusia complementa con su fortaleza en el plano militar la que China ostenta en el terreno de la economía. Difícil que, como dice Han, el capitalismo adquiera renovada pujanza en este tan poco promisorio escenario internacional. Si aquél tuvo la gravitación y penetración global que supo tener fue porque, como decía Samuel P. Huntington, había un “sheriff solitario” que sostenía el orden capitalista mundial con su inapelable primacía económica, militar, política e ideológica. Hoy la primera está en manos de China y el enorme gasto militar de EEUU no puede con un pequeño país como Corea del Norte ni para ganar una guerra contra una de las naciones más pobres del planeta como Afganistán. La ascendencia política de Washington se mantiene prendida con alfileres apenas en su “patio interior”: Latinoamérica y el Caribe, pero en medio de grandes convulsiones. Y su prestigio internacional se ha visto muy debilitado: China pudo controlar la pandemia y Estados Unidos no; China, Rusia y Cuba ayudan a combatirla en Europa, y Cuba, ejemplo mundial de solidaridad, envía médicos y medicamentos a los cinco continentes mientras que lo único que se les ocurre a quienes transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000 soldados para un ejercicio militar con la OTAN e intensificar las sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente crimen de guerra. Su antigua hegemonía ya es cosa del pasado. Lo que hoy se discute en los pasillos de las agencias del gobierno estadounidense no es si el país está en declinación o no, sino la pendiente y el ritmo del declive. Y la pandemia está acelerando este proceso por horas.

El surcoreano Han tiene razón, en cambio, cuando afirma que “ningún virus es capaz de hacer la revolución” pero cae en la redundancia cuando escribe que “no podemos dejar la revolución en manos del virus.” ¡Claro que no! Miremos el registro histórico: la Revolución Rusa estalló antes que la pandemia de la “gripe española”, y la victoria de los procesos revolucionarios en China, Vietnam y Cuba no fueron precedidos por ninguna pandemia. La revolución la hacen las clases subalternas cuando toman conciencia de la explotación y opresión a las que son sometidas; cuando vislumbran que lejos de ser una ilusión inalcanzable un mundo post-capitalista es posible y, finalmente, cuando logran darse una organización a escala nacional e internacional eficaz para luchar contra una “burguesía imperial” que antaño entrelazaba con fuerza los intereses de los capitalistas en los países desarrollados. Hoy, gracias a Donald Trump, esa férrea unidad en la cúspide del sistema imperialista se ha resquebrajado irreparablemente y la lucha allá arriba es de todos contra todos, mientras China y Rusia continúan pacientemente y sin altisonancias construyendo las alianzas que sostendrán un nuevo orden mundial.

Una última reflexión. Creo que hay que calibrar la extraordinaria gravedad de los efectos económicos de esta pandemia que hará de una vuelta al pasado una misión imposible. Los distintos gobiernos del mundo se han visto obligados a enfrentar un cruel dilema: la salud de la población o el vigor de la economía. Las recientes declaraciones de Donald Trump (y otros mandatarios como Angela Merkel y Boris Johnson) en el sentido de que él no va a adoptar una estrategia de contención del contagio mediante la puesta en cuarentena de grandes sectores de la población porque tal cosa paralizaría la economía pone de relieve la contradicción basal  del capitalismo. Porque, conviene recordarlo, si la población no va a trabajar se detiene el proceso de creación de valor y entonces no hay ni extracción ni realización de la plusvalía. El virus salta de las personas a la economía, y esto provoca el pavor de los gobiernos capitalistas que están renuentes a imponer o mantener la cuarentena porque el empresariado necesita que la gente salga a la calle y vaya a trabajar aún a sabiendas de que pone en riesgo su salud.

Según Mike Davis en Estados Unidos  un 45 por ciento de la fuerza de trabajo “no tiene acceso a licencia paga por causa de una enfermedad y está prácticamente obligada a ir a su trabajo y transmitir la infección o quedarse con un plato vacío.”  La situación es insostenible por el lado del capital, que necesita explotar a su fuerza de trabajo y que le resulta intolerable se quede en su casa; y por el lado de los trabajadores, que si acuden a su trabajo o se infectan o hacen lo propio con otros, y si se quedan en casa no tienen dinero para subvenir sus más elementales necesidades. Esta crítica encrucijada explica la creciente beligerancia de Trump contra Cuba, Venezuela e Irán, y su insistencia en atribuir el origen de la pandemia a los chinos. Tiene que crear una cortina de humo para ocultar las nefastas consecuencias de largas décadas de desfinanciamiento del sistema público de salud y de complicidad con las estafas estructurales de la medicina privada y la industria farmacéutica de su país. O para achacar la causa de la recesión económica a quienes aconsejan a la gente quedarse en sus casas.

En todo caso, y más allá de si la salida a esta crisis será un “comunismo renovado” como quiere Zizek o un experimento híbrido pero claramente apuntando en la dirección del poscapitalismo, esta pandemia (como lo explican claramente Mike Davis, David Harvey, Iñaki Gil de San Vicente, Juanlu González, Vicenç Navarro, Alain Badiou, Fernando Buen Abad, Pablo Guadarrama, Rocco Carbone, Ernesto López, Wim Dierckxsens y Walter Formento en diversos artículos que circulan profusamente en la web)  ha movido las placas tectónicas del capitalismo global y ya nada podrá volver a ser como antes. Además nadie quiere, salvo el puñado de magnates que se enriquecieron con la salvaje rapiña perpetrada durante la era neoliberal, que el mundo vuelva a ser como antes. Tremendo desafío para quienes queremos construir un mundo post-capitalista porque, sin duda, la pandemia y sus devastadores efectos ofrecen una oportunidad única, inesperada, que sería imperdonable desaprovechar. Por lo tanto, la consigna de la hora para todas las fuerzas anticapitalistas del planeta es: concientizar, organizar y luchar; luchar hasta el fin, como quería Fidel cuando en un memorable encuentro con intelectuales sostenido en el marco de la Feria Internacional del Libro de La Habana, en febrero del 2012, se despidió de nosotros diciendo: “si a ustedes les afirman: tengan la seguridad de que se acaba el planeta y se acaba esta especie pensante, ¿qué van a hacer, ponerse a llorar? Creo que hay que luchar, es lo que hemos hecho siempre.” ¡Manos a la obra!

Fuente: https://rebelion.org/la-pandemia-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/

 

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Pandemia: la Casa Blanca y el FMI los primeros infectados

Por:  Atilio A. Boron

Guerras, crisis económicas, desastres naturales y pandemias son acontecimientos catastróficos que sacan lo peor y lo mejor de las personas –tanto de los dirigentes como del común de las gentes- y también de los actores e instituciones sociales. Es en esas circunstancias tan adversas como las bellas palabras se desvanecen en el aire y dan lugar a las acciones y comportamientos concretos.

Días pasados y apenas conteniendo las lágrimas el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, denunció ante las cámaras el gran engaño de la “solidaridad europea”. No existe tal cosa, dijo Vucic, es un cuento de niños, un papel mojado. Renglón seguido agradeció la colaboración de la República Popular China. Y tenía razón en su queja. Desde Latinoamérica advertimos hace mucho que la Unión Europea era un mezquino tinglado diseñado para beneficiar más que nada a Alemania a través de su control del Banco Central Europeo (BCE) y con el euro someter a los países de la Eurozona a los caprichos -o los intereses- de Berlín. La titubeante reacción inicial del BCE ante un pedido excepcional de ayuda de Italia para enfrentar la pandemia que está devastando la península mostró por unas horas lo mismo que había denunciado el líder serbio. Un escandaloso “sálvese quien pueda” que echa por tierra las edulcoradas retóricas sobre la “Europa de los ciudadanos”, la “Europa una y múltiple” y otras divagaciones por el estilo. Cuento de niños, como dijo Vucic.

Lo mismo y más todavía vale para la pandilla de hampones que se ha instalado en la Casa Blanca de la mano de Donald Trump quien ante un Irán fuertemente afectado por la pandemia lo único que se le ocurrió fue escalar las sanciones económicas en contra de Teherán. Tampoco dio muestras de reconsiderar su genocida política del bloqueo a Cuba y a Venezuela. Mientras Cuba, la solidaridad internacional hecha nación, auxilia a los viajeros británicos del crucero Braemar boyando en el Caribe, Washington envía 30.000 soldados a Europa y sus ciudadanos, alentados por el “capo” salen a enfrentar la epidemia ¡comprando armas de fuego! Nada más para argumentar.

Fiel a sus patronos el Fondo Monetario Internacional demostró por enésima vez que es uno de los focos de la podredumbre moral del planeta, que una vez que pase esta pandemia seguramente tendrá sus días contados. En una decisión que lo hunde en las cloacas de la historia rechazó una solicitud de 5.000 millones de dólares elevada por el gobierno de Nicolás Maduro apelando al Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR) especialmente creado para socorrer a países afectados por el COVID19. La razón aludida para la denegación del pedido arrasa con cualquier atisbo de legalidad porque dice, textualmente, que «el compromiso del FMI con los países miembros se basa en el reconocimiento oficial del gobierno por parte de la comunidad internacional, como se refleja en la membresía del FMI. No hay claridad sobre el reconocimiento en ese momento».

Dos comentarios sobre este miserable exabrupto: primero, todavía hoy en el sitio web del FMI figura la República Bolivariana de Venezuela como país miembro. Por lo tanto la claridad “sobre el reconocimiento” es total, enceguecedora. Claro que no alcanza para ocultar el hecho de que la ayuda se le niega a Caracas por razones rastreramente políticas. Segundo, ¿desde cuándo el reconocimiento de un gobierno depende de la opinión amorfa de la comunidad internacional y no de los órganos que la institucionalizan, como el sistema de Naciones Unidas? Venezuela es miembro de la ONU, es uno de los 51 países que fundaron la organización en 1945 e integra varias de sus comisiones especializadas. La famosa “comunidad internacional” mencionada para hostilizar a Venezuela por personajuchos como Trump, Piñera, Duque, Lenín Moreno y otros de su calaña es una burda ficción, como Juan Guaidó, que no llega a sumar 50 países de los 193 que integran las Naciones Unidas.

Por consiguiente, las razones profundas de esta denegatoria nada  tienen que ver con lo que dijo el vocero del FMI y son las mismas que explican el absurdo préstamo de 56.000 millones de dólares concedidos al corrupto gobierno de Mauricio Macri y que fuera mayoritariamente utilizado para facilitar la fuga de capitales hacia las guaridas fiscales que Estados Unidos y sus socios europeos tienen diseminadas por todo el mundo. Espero fervientemente que la pandemia (que es económica también) y el desastre del préstamo a Macri se conviertan en los dos lóbregos sepultureros de una institución como el FMI que, desde su creación en 1944, sumió a centenares de millones de personas en el hambre, la pobreza, la enfermedad y la muerte con sus recomendaciones y condicionalidades. Razones profundas, decíamos, que en última instancia remiten a algo muy simple: el FMI no es otra cosa que un dócil instrumento de la Casa Blanca y hace lo que el inquilino de turno le ordena. Quiere asfixiar a Venezuela y el Fondo hace sus deberes.
No faltarán quienes me achaquen que esta interpretación es  producto de un alucinado antiimperialismo. Por eso he tomado la costumbre de apelar cada día más a lo que dicen mis adversarios para defender mis puntos de vista y desarmar a la derecha semianalfabeta y reaccionaria  que medra por estas latitudes. Leamos lo que escribió hace poco más de veinte años Zbigniew Brzezinski en un texto clásico y uno de mis libros de cabecera: “El Gran Tablero Mundial. La Supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos” en relación al FMI y al Banco Mundial. Hablando de las alianzas e instituciones internacionales que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial dijo que  “Además, también debe incluirse como parte del sistema estadounidense la red global de organizaciones especializadas, particularmente  las instituciones financieras internacionales. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se consideran representantes de los intereses “globales” y de circunscripción global. En realidad, empero, son instituciones fuertemente dominadas por los Estados Unidos y sus orígenes se remontan a iniciativas estadounidenses, particularmente la Conferencia de Bretton Woods de 1944.” (pp. 36-37)

¿Hace falta decir algo más?  Brzezinski fue un furioso anticomunista y antimarxista. Pero como gran estratega del imperio debía reconocer los datos de la realidad, de lo contrario sus consejos serían puras insensateces. Y lo que él dijo y escribió es inobjetable. Concluyo agregando mi confianza en que Cuba y Venezuela, sus pueblos y sus gobiernos, saldrán airosos de esta durísima prueba a la que se ven sometidos por la inmoralidad y prepotencia del dictador mundial, que se cree con derechos de decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer, pensar y decir, en este caso a través del FMI. No habrá que esperar mucho para que la historia le propine una lección inolvidable, para él y sus lacayos regionales.

Fuente e imagen: https://rebelion.org/pandemia-la-casa-blanca-y-el-fmi-los-primeros-infectados/

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La contraofensiva comunicacional

Luego de unas necesarias (no sé si merecidas, que suena demasiado arrogante) vacaciones la semana pasada retomé mi insalubre rutina de leer los periódicos nacionales y, muy especialmente, La Nación y Clarín, los más letales instrumentos de la (de)formación permanente a que está sometida la opinión pública en la Argentina. No haré un recuento histórico de la contumacia con que jugaron ese papel porque es de sobras conocido. Pese a ello, y a la indignación que vastos sectores de la sociedad argentina sienten ante su complicidad con la dictadura cívico-militar de 1976-1983, lo cierto es que su influencia sobre la conciencia y el sentir de la población continúa siendo avasalladora. Ambos periódicos son la cabeza de un enorme conglomerado multimediático cuyos tentáculos se extienden por todo el país a través de una enorme red de radioemisoras de AM y FM, televisoras de aire y por cable, redes de transporte informático para telefonía, cable e internet, compañías cableras amén de un sinnúmero de empresas en los más diversos sectores de la economía, desde el agro a las finanzas. Como si lo anterior fuera poco durante la dictadura estos pulpos comunicacionales se adueñaron de la peor manera de Papel Prensa, empresa que detenta un virtual monopolio del papel que se necesita para imprimir diarios y que lo vende a sus competidores según sus conveniencias y en condiciones absolutamente leoninas. Todo ante la inexplicable indiferencia del Estado que nunca ha tomado cartas en este asunto para corregir una cuestión vital para garantizar la libertad de expresión.Para corroborar lo anterior me ceñiré a unos pocos ejemplos de los muchos que a diario podríamos extraer de ambos periódicos. ¿Ejemplos de qué?, podría preguntarme quien me estuviera leyendo. Respuesta: Ejemplos de distorsión informativa, ocultamiento de información, confusión entre ésta y la opinión haciendo pasar a la segunda como si fuera información genuina. Veamos: la nota en Clarín del 25 de enero de Raúl Roa (nada menos que el editor del periódico) insidiosamente titulada “Ministros a los que les sobra tiempo” comienza preguntándose qué es lo más importante, y cito: “¿El proyecto de Kicillof de incorporar el lenguaje inclusivo en la administración provincial, como el ‘todes’ o el ‘chiques’? ¿O poner las energías en resolver la crisis que el mismo Kicillof ha denunciado y que se expresa en el riesgo de default, la inseguridad de cada día y la pobreza? No hace falta romperse la cabeza para encontrar la respuesta. Sale sola.” [1] Sin menospreciar en lo más mínimo lo primero -¿quién podría decir que la batalla cultural contra el machismo y el patriarcado es irrelevante?- es obvio que lo más urgente en el momento actual es aventar el riesgo del default y reconstruir las devastadas finanzas provinciales. Pero nada de esto dice Roa, pese a que una información periodística seria y rigurosa debería ser precedida -con datos de contexto para poder descifrar y comprender cabalmente la información- por alguna referencia a la desastrosa situación financiera heredada de la gestión de María E. Vidal, quien a juicio de numerosos informantes calificados fue la peor gobernación padecida por Buenos Aires desde el retorno de la democracia. Durante sus cuatro años de gobierno no construyó un solo hospital, una sola escuela, un solo jardín infantil. Remodeló sobre todos algunas salas de emergencia (que es lo que se vé desde afuera) pero nada más. Junto a Rodríguez Larreta, Vidal es una de las dos únicas piezas de recambio que la derecha tiene el 2023 en el muy probable caso de que Mauricio Macri no “mida bien” en las encuestas.

Esto explica el blindaje de la “prensa seria”, el silencio cómplice ante su desastrosa gestión que si fuera exhaustivamente conocida por el electorado descalificaría a Vidal de por vida para aspirar a un cargo de representación pública. Lo suyo, como lo de su jefe Mauricio Macri, fue una operación de saqueo de las riquezas -nacionales y provinciales- y el dinero de las y los argentinos maquillado mediante una astuta operación de neuromarketing político. Una fachada vistosa, detrás de lo cual yacían las ruinas de la provincia más rica de la Argentina. Cuatro años de ocultamiento, de encubrimiento, que sigue hasta nuestros días. La desidia de la gobernadora ni siquiera dejó a salvo la residencia oficial que hasta hace poco carecía de agua y estaba en una situación de completo abandono. Esta actitud no sólo refleja dejadez sino también el tradicional desprecio de la derecha por todo lo que sea público, comenzando por el Estado del cual sólo cuidan las agencias o las prácticas que favorecen sus políticas de saqueo y las que les garantizan el poder represivo para enfrentar la protesta social. Del resto, que se ocupe Dios… Nada de esto dijo Roa a la hora de preguntarse qué era lo importante que debía hacer el gobierno de Axel Kicillof. Poco serio, de verdad, poco serio. Cero periodismo.

La Nación no se queda corta a la hora de desinformar. Un siglo y medio de manipulación noticiosa vale más que tres doctorados en esta materia. En una nota de Alan Soria Guadalupe aparecida un par de semanas antes se anunciaba, con titulares resaltados y el edificio de la ONU en Nueva York de fondo que “El Gobierno le debe 150 millones de dólares a organismos internacionales”.[2] Y la bajada explicaba que “La Cancillería asegura que el país tiene deudas con entidades como la ONU, el Mercosur, la OMS y la OIT; comenzarán a regularizar los pagos”. Tres párrafos más abajo el articulista aclaraba que esa deuda se originó en una decisión del gobierno de Mauricio Macri, alguien paradojalmente interesado en hacer que la Argentina “regrese al mundo” luego que “el mejor equipo de los últimos 50 años” hubiese insistido hasta el cansancio que el kirchnerismo había proyectado a la Argentina fuera de este mundo, al espacio exterior. Ni una palabra se dice en la nota de la absoluta irresponsabilidad del macrismo que permitió que se llegara a una situación que nos avergüenza ante la comunidad internacional. La media verdad es una de las formas más incisivas de las “fake news”, y es cultivada con fruición, en contra del actual gobierno, por los dos pulpos multimediáticos de la Argentina. Lo que queda en la mayoría de las y los lectores es que “el gobierno”, o sea, el actual, ha incumplido sus obligaciones con los organismos internacionales incurriendo en un acto de lesa irresponsabilidad.

La visita del presidente al Papa fue motivo de renovados ataques a la Casa Rosada este sábado 1º de Febrero. Clarín tituló en primera página que “Alberto le pidió al Papa por la deuda y el Vaticano presionó contra el aborto” y La Nación lo hizo del siguiente modo:”La deuda y el aborto ejes de la visita de Fernández al Vaticano.” Lo cierto es que tal como lo señala el segundo y definitivo comunicado de la Santa Sede fueron múltiples los temas tratados en las dos reuniones de Alberto en el Vaticano: con el Papa y con el Secretario de Estado Pietro Parolin y que “No todos los temas citados en el Comunicado de Prensa sobre la Audiencia con el Presidente de la República Argentina han sido afrontados en todas las conversaciones: algunos han sido examinados en el curso del encuentro con la Secretaría de Estado, otros en el marco del encuentro con el Santo Padre.” Conclusión: el sutil lenguaje diplomático del Vaticano indica que no hay evidencia alguna que permita inferir que Francisco “presionó” al presidente o que el aborto haya sido uno de los “ejes” de la conversación entre el Papa y Alberto. Pero la “media verdad”, o la “plus mentira” instaló en el imaginario colectivo la idea de que hubo una controversia entre la Santa Sede y la Casa Rosada.

Alberto dijo más de una vez que el conflicto con la prensa, en realidad, los medios hegemónicos, era cosa del pasado. Por desgracia no es así porque aún cuando el presidente no tenga voluntad de pelear éstos ya se han embarcado en una guerra sin cuartel (aunque no abiertamente declarada) contra la Casa Rosada. Ofensiva que no encuentra su razón en el hecho de que el presidente haya coartado en lo más mínimo la libertad de prensa. No ha habido en su gestión una sola iniciativa comparable al atropello vandálico contra los medios como la que perpetrara Mauricio Macri desde su primer día de gobierno. Su Torquemada predilecto, el infausto Hernán Lombardi, no se privó de nada en su obsesión por imponer a lo bestia la “verdad oficial” y en “hacer creer” a argentinas y argentinos que una política de saqueo de la nación era la segura fórmula hacia el desarrollo y garantía de la famosa “lluvia de inversiones.” Despidos masivos de periodistas y comunicadores sociales, cierre de fuentes informativas, “purgas” en la televisión y la radio públicas, hostigamiento con la pauta oficial a medios “desafectos”, terminación de programas, persecuciones y “listas negras”, ataques permanentes a cargo de una legión de “trolls” financiados por los dineros públicos desde la Jefatura de Gobierno, etcétera.

Todos estos ataques con la complacencia de la “prensa seria y los “periodistas independientes” que no vieron en esta barbarie nada digno de ser condenado o limitación alguna a la libertad de expresión. Absolutamente nada de eso ha ocurrido con el actual gobierno, y sin embargo la “prensa hegemónica” lo acosa sin respiro. La razón es muy clara: ésta no hace periodismo sino que es el mascarón de proa de una alianza entre los poderes económico-financiero concentrados que necesitan crear un clima de opinión favorable a sus intereses corporativos y para su proyecto de rapiña y saqueo. Para tan innoble propósito necesitan un compinche: y allí está la “prensa seria” presta a cumplir esa función de engañar, ocultar, blindar, difamar y chantajear a unos y otros con la delictiva complicidad de jueces y fiscales corruptos, partícipes necesarios de este verdadero crimen que se perpetra contra la democracia en la Argentina.

Esta guerra existe y no la quería el presidente. Pero los fragores del combate se dejan oir hace meses, y su intensidad es creciente. Por eso será necesario, antes que sea demasiado tarde, diseñar una efectiva contraofensiva. No hacer nada, permanecer impávidos sería fatal. “De pensamiento es la guerra que se nos libra” –decía José Martí- “ganémosla a fuerza de pensamiento.” Simular que la guerra comunicacional no existe condenará a este gobierno –y al campo popular- a una gravísima derrota. Aún estamos a tiempo, pero no por mucho más. Es hora de pasar a la contraofensiva y la primera tarea es informar a la opinión pública, meticulosa y reiteradamente, sobre la magnitud del desastre económico-financiero heredado del macrismo. Esto tendrá que ser expuesto en todos sus detalles y no sólo una que otra vez. Deberá ser una campaña permanente porque de lo contrario la opinión pública rápidamente olvidará lo ocurrido y achacará todos los males a la presidencia de Alberto. Por ejemplo, denunciar una y mil veces que PAMI, (Nación) y IOMA (Provincia de Buenos Aires) adeudan sumas exorbitantes a los laboratorios farmacéuticos y las farmacias, con pagos vencidos desde Agosto de 2018 poniendo en riesgo la atención médica de la población. Hay decenas de casos como estos, que hablan inclusive de una eventual malversación e incumplimiento de deberes del funcionario público.

Será inútil esperar que Clarín o La Nación, a través de sus centenares de dispositivos comunicacionales (radios, televisoras, etcétera) informen de esto. O lo hace el gobierno actual y la prensa independiente, débil en extremo por el ahogo de los oligopolios mediáticos, o nadie lo hará. Y el malhumor social resultante se dirigirá en contra del gobierno actual y no en contra de quienes cometieron tamaño desastre que afecta a millones de argentinas y argentinos. Las dos batallas políticas cruciales de la época actual se libra en los medios, en el terreno de la comunicación, y en las calles, o sea, en la organización del campo popular. La fuerza política que no entienda esto labrará su propia ruina.

Notas:

[1] http://www.clarin.com/opinion/ministros-sobra-tiempo_0_-0ZQ4E2k.html

[2] http://www.lanacion.com.ar/politica/el-gobierno-le-debe-150-millones-dolares-nid2321743

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Fuente del artículo: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=265118

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Morales Solá o la mentira como pasión

Morales Solá o la mentira como pasión

Atilio A Borón

Confieso que como analista político debo hacer un esfuerzo enorme para leer, escuchar y seguir por la TV la plétora de opinólogos que a diario descerrajan un torrente de mentiras sobre la actualidad política nacional e internacional. Pero es mi oficio y, por insalubre que sea no puedo prescindir de tan insalubre práctica.

Reaccioné durante años con una inmutabilidad budista a tantas fake news, posverdades y blindajes mediáticos, pero la nota de Joaquín Morales Solá en La Nación del 8 de enero (“Turbulencias que no les son indiferentes al gobierno”) colmó definitivamente mi paciencia. Tener que leer una o dos mentiras por nota vaya y pase. Pero leer más de diez falsedades en un solo artículo es intolerable, un insulto a la inteligencia del lector al cual se trata de manipular groseramente presentando como verdades lo que son meras opiniones o mentiras fácilmente comprobables. Pero basta de preludios y vayamos a los hechos. He seleccionado apenas diez mentiras. Aquí van.

Primera: No es cierto que “Maduro … virtualmente cerró el Parlamento venezolano para que Juan Guaidó no fuera reelegido”. El parlamento estaba y sigue abierto, sesionó con un quórum ampliamente superior al requerido y con sus votos la oposición designó al nuevo Presidente de la Asamblea Nacional y los cuatro miembros de su Comisión Directiva.

Segunda: “El virtual cierre definitivo del Parlamento democráticamente elegido en Venezuela es la condición última (por si faltaba alguna) para colocar al régimen de Madura en la categoría de dictadura.” ¿De qué habla el articulista? Desconoce que existe algo llamado Internet, a través de la cual puede ver decenas de videos que muestran que el Parlamento estaba abierto, que sigue sesionando, que eligió a sus autoridades según los reglamentos pese al tumulto provocado por el señor Juan Guaidó –previo acuerdo con las cámaras de algunas televisoras como la CNN que necesitaban ese show- que no quería que el Parlamento funcionara porque sabía que la oposición, ante la cual está muy desprestigiado por el robo de parte de la “ayuda humanitaria” enviada por Washington, jamás lo re-elegiría.

Tercera: “Los partidos políticos opositores están ilegalizados y no pueden participar de elecciones.” Falsedad absoluta: la Asamblea Nacional eligió a su nueva Directiva, y su Presidente, entre los cinco partidos opositores que tienen la mayoría en la Asamblea y que actúan dentro de la más absoluta legalidad. Ni Acción Democrática, ni Primero Justicia, ni Voluntad Popular ni el COOPEI, al igual que la opositora MUD (Mesa de la Unidad Democrática) y otros partidos menores están ilegalizados. Para facilitarle su labor aquí le adjunto el enlace de la Asamblea Nacional donde figuran todos estos datos: http://www.asambleanacional.gob.ve/diputados

Cuarta: “Las libertades públicas han dejado de existir.” ¿Y cómo es que Guaidó entra y sale Venezuela a piacere pese a haber solicitado la invasión de EEUU a su país y estar incurso en el delito de sedición? (En la Argentina o Estados Unidos estaría preso por eso) ¿Cómo es que los políticos opositores hacen campañas, y aparecen a diario en las principales radios y televisoras del país con duras declaraciones contra Maduro? ¿No estará soñando el articulista, o será que su ideología le ha obturado por completo su visión de la realidad?

Quinta: “La libertad de prensa está restringida hasta su desaparición.” Curiosamente, los medios gráficos radiales y televisivos críticos -o hipercríticos- del gobierno son abrumadoramente mayoritarios y no ahorran críticas al gobierno de Maduro. Algo como lo que Macri hizo con Telam y los medios públicos jamás ocurrió en Venezuela. Por si no lo sabía nada parecido a lo de Julian Assange o Edward Snowden ha sido reportado como ocurriendo en la Venezuela por los críticos de la Revolución Bolivariana.

Sexto: “La Justicia es una mera dependencia del poder político”. Aquí creo que se confundió y está hablando de los Bonadío, los Stornelli y compañía, o la tentativa de imponer jueces de la Corte Suprema por decreto, o la muy “republicana” táctica de armar causas sin pruebas con jueces y fuscales amigos para acosar –lawfare mediante- a los adversarios, dictarles la prisión preventiva o sacarlos de la carrera política como a Lula, Correa y tantos otros.

Séptima: “Los jerarcas militares son más importantes que cualquier funcionario civil.” Esto no es información sino una mera opinión. Presente algún dato que corrobore sus dichos. No se puede hacer pasar a un muy sesgado punto de vista como si fuese un dato inapelable.

Octava: “Elliot Abrams, un viejo halcón de Washington encargado de la crisis en Venezuela.” Enternecedora presentación de un bandido y criminal de guerra condenado en 1991 por su participación en la Operación Irán-Contras que traficaba armas y narcóticos para financiar a la contra antisandinista. Además Abrams negó ante el Congreso lo que luego estableciera la Comisión Salvadoreña de la Verdad: que las fuerzas regulares de ese país y las de EEUU perpetraron en 1982 la masacre de El Mozote aniquilando a por lo menos 500 civiles inocentes. Abrams fue indultado por Bush hijo, pese a las sospechas de la vinculación de este personaje con los paramilitares que asesinaron a seis jesuitas de la Universidad Católica de El Salvador. Para Morales Solá, Abrams es apenas “un viejo halcón.” En realidad, un viejo hampón al que Trump le encargó la tarea de “restablecer la democracia en Venezuela”. Al Capone habría sido capaz de hacer algo mejor.

Novena: “Hasta ahora, Maduro usó el diálogo para ganar tiempo o directamente lo rompió cuando le convino.” Sorprende que un columnista estrella de La Nación esté tan mal informado. ¿Por qué no le pregunta a Rodríguez Zapatero quién rompió, cuando estaba a punto de concretarse en República Dominicana, el diálogo entre el gobierno de Maduro y la oposición? El ex presidente del gobierno español le ofrecería una clase muy detallada del papel entorpecedor de esta última y el letal llamado de la Casa Blanca exigiendo a los opositores abandonar el recinto donde se firmaría el acta del acuerdo laboriosamente preparada por Rodríguez Zapatero.

Décima mentira: “Qassem Soleimani era el arquitecto de muchos actos terroristas en el mundo.” Falsa e imperdonable acusación contra el hombre que puso fin a la barbarie de dos nobles creaciones de la Casa Blanca: el Estado Islámico y Al Qaeda. En ese mismo párrafo el opinólogo dice, contradiciendo precisamente su afirmación anterior, que “algunos países europeos y la propia oposición de Trump en los Estados Unidos cuestionaron el asesinato del general iraní.” Obvio: lo hicieron porque era un general de un ejército de un país miembro de la ONU y no un terrorista. Y combatió a los terroristas mientras Hillary Clinton y Barack Obama los apoyaban. ¿O no lo sabía?

Podría seguir, porque hay otras mentirillas más en ese deplorable escrito -como en muchos de sus anteriores- que confirma, por enésima vez que lo que muchos creen que es periodismo no es sino una máquina de verter opiniones interesadas al servicio de los poderes dominantes. Bartolomé Mitre, fundador de La Nación ,quiso hacer de su diario “una tribuna de doctrina”. Con el paso de los años sus sucesores lo degradaron hasta convertirlo en una “tribuna de propaganda.” Lamentable.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/241236-morales-sola-o-la-mentira-como-pasion

Fuente de la Información: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=264416&titular=morales-sol%E1-o-la-mentira-como-pasi%F3n-

Autor: Atilio Borón

 

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