Por: Angelica García
“Es ridículo vivir 100 años y solo ser capaz de recordar 30 millones de bytes.”[1]
ANGÉLICA GARCÍA GONZÁLEZ[2]
Las tecnologías juegan un papel muy importante dentro de las propuestas educativas neoliberales de los últimos años en América Latina. Esta revolución tecnológica que es recomendada para la región, está modificando la base material de la sociedad, donde se suscribe una nueva relación de las economías nacionales, regidas por la economía global. De lo que se trata es de reemplazar en la medida de lo posible esas “grandes cantidades de mano de obra” utilizadas en la industria, por las nuevas tecnologías.[3] Es importante mencionar que esta configuración funcional al sistema capitalista y su estructura en sí, instaura relaciones de poder, no solo dentro del aula, en la institución, y de las zonas urbanas a las comunidades, sino que, sella también relaciones de poder de los países metropolitanos a la periferia. Toda esta política educativa de cambio profundo en América Latina planteada desde los organismos internacionales, con miras a permutar los contenidos para dinamizar los procesos de trasformación académica, implica llevar a cabo una nueva reorganización operativa de raíz, todo un desplazamiento del actuar del Estado, y por ende el ajuste de nuevas instituciones.
Llama la atención que, de la noche a la mañana en todo el mundo, nos vimos sumergidos en estos cambios de una manera forzada. La emergencia sanitaria internacional por el COVID-19, drásticamente nos hizo acelerar esta nueva organización educacional basada en las nuevas tecnologías. Hemos puesto el “freno de mano”. Definitivamente, las Tic’s que hasta ahora conocíamos, ya también son obsoletas frente a lo que estamos viviendo. El aceleramiento del uso de la tecnología nos ha hecho explorar todo tipo de plataformas y estamos forzando nosotros mismos las mutaciones de la transición digital, y con ello estamos siendo parte de la transformación de las estructuras educativas y sociales.
Como bien sabemos, en diciembre del 2019 China se convirtió en el epicentro de un brote de neumonía de causas desconocidas, hoy sabemos que esa neumonía esparcida por todo el mundo es un virus llamado Covid-19, su alcance global es alarmante, ya que este virus es muy peligroso, si bien no se sabe cuán letal es, a nivel mundial ya se suman más de 937.000 decesos.[4] Han pasado 7 meses desde que se supo del primer caso en Mèxico, y el virus sigue siendo una amenaza mundial. Lo rápidamente infeccioso del virus y lo grave de este, hizo que la vida social e individual global se detuviera, fue la estrategia que se utilizó para contener la pandemia, más de un tercio de la población mundial aún sigue en confinamiento. Los efectos de esta emergencia sanitaria tuvieron un impacto sin precedente en el campo educativo, las clases fueron suspendidas en todos los niveles y en todo el mundo. De pronto de manera emergente e inmediata todos nos vimos improvisando, ya sea impartiendo las clases en línea, sustituyendo los libros por textos similares en internet o en el caso de los alumnos, tomando sus clases por esta vía.
Este hecho histórico es el que en estos momentos nos preocupa tanto, lo que se propusieron los gobiernos neoliberales hace más de 38 años, coludidos con los organismos internacionales, de un momento a otro lo aceptamos de una forma casi voluntaria, lo de hoy es la vida moderna tecnificada. Ahora nos han impuesto y nos hemos impuesto una vida educacional especializada, basada en la supuesta sociedad del conocimiento. Casi parecen inútiles las históricas y nutridas resistencias a la imposición de la educación digital por parte de los movimientos sociales -estudiantiles y profesorado en general- de tantos años. Prácticamente nos vimos obligados a formar parte de esta estructura funcional al sistema, sin poner resistencia alguna, y como bien se puede observar, hemos formado parte durante estos siete meses de confinamiento de una educación basada puramente en habilidades. Los efectos negativos de este proceso de virtualización de la enseñanza han sido muchos, y algunos serán analizados en este texto.
LA UNIVERSIDAD: EL NO LUGAR
La universidad es el lugar por excelencia un espacio de socialización de los jóvenes, es donde se da un particular tipo de socialización. En la universidad los jóvenes tienen un sitio donde comparten itinerarios y trayectorias semejantes. En ella se construye una aceptación de sus diferencias entre ellos mismos y entre los demás, sus historias de vida quedan expuestas bajo el ánimo de compañerismo. La universidad es el campo de saberes y prácticas donde se construyen sistemas de pensamiento, cuando en el aula surgen debates no solo se hace a través de las diversas subjetividades y de un mundo de condiciones, sino que se debate a través de los cuerpos, comunicando, actuando e interactuando. La universidad es un pequeño mundo socialmente compartido, “somos seres situados en un entramado social de significaciones validadas y de sentidos vitales que alientan nuestra propia subjetividad y nos colocan en relación con los demás y con el mundo”.[5]
La universidad es donde se da la unidad de la escuela, que en el sentido de Baudelot y Establet significa formar, educar, instruir, e impartir la cultura y el saber.[6] Esta unidad de la escuela no existe más que para aquellos que han alcanzado la cultura que da el ciclo superior. Tristemente esta unidad de la escuela solo es posible alcanzarla por un pequeño sector de la población estudiantil, y ahora este pequeño sector, encara frente a la pandemia el “no lugar” de la universidad, del mismo modo que se confronta con un vacío cognitivo frente a las plataformas que ahora tienen la función de aula virtual, sumergidos en un tiempo que deviene en alumnos pasivos, acríticos y dominados por estas nuevas tecnologías.
Este fenómeno implica un golpe firme y compacto, tanto para los estudiantes como para los docentes, junto con el espacio simbólico que representa la universidad, pues “la escuela no es continua y unificada más que para aquellos que la recorren por entero”. En ello no solamente se ve afectado el espacio que encarna la institución como un sitio de reunión de igualdad, sino que estamos presenciando una fractura de las relaciones comunes que establecen los universitarios con los otros. Estos coexisten en la universidad a través del cuerpo que padece, vive, y goza de una forma presencial. En el aula virtual contrariamente, emerge la afirmación absoluta del existente individual, ya que no solamente estamos edificando una educación sometida y dirigida por símbolos, sino que se alimentan las relaciones en torno a la fidelidad de sí-mismos.
La infraestructura online que nos fue impuesta de una forma agresiva y artificial en cuestión de segundos frente a la emergencia sanitaria, de alguna forma significa la derrota de un mundo educativo que podría haber sido, como bien se sabe, pensado y analizado desde nosotros mismos. Es decir, desde la deconstrucción del alumno de una forma presencial, desde el debate, desde la interacción, desde la libertad de catedra, y desde los espacios universitarios democráticos, en el sentido de que se lucha por esa democracia. La educación digital, por el contrario, desarticula el lazo social universitario, nos pone “contra la pared” en todos los sentidos, ya que, a lo mucho, ser estudiante en tiempos de pandemia, es encontrarnos frente al otro a través de una pantalla atendiendo los requerimientos educativos neoliberales. El tiempo que aparentemente nos sobra al no estar de forma presencial en los centros escolares, no hace más que mostrarse como una metáfora, como algo inexistente que está direccionado al aumento de las ganancias de unos cuantos.
Por otro lado, es inevitable sentir a través de las diversas plataformas de trabajo, una especie de persecución panóptica digital, pues dentro de la revolución tecnológica nada es privado, yo vigilo y soy vigilada, no solo por lo que se ve a través de la pantalla, sino por lo que se debe demostrar. Ahora la vigilancia del Estado, y por ende de las instituciones, también está en reestructuración, se siente su pulsión por la vigilancia, y hay una presencia de este como algo aislado, es ausente pero concluyente. La premura de inventar la nueva escuela nos ha sumergido a todos en un mundo sin dueño, el conocimiento parece etéreo y los desequilibrios un espectro latente.
También es importante destacar que este modelo educativo, en cuanto al ciber/conocimiento se refiere, estaba en proceso, se estaba construyendo desde hace más de treinta años, y de pronto de forma precipitada se nos muestra como símbolo de erudición, parecemos preescolares oprimiendo teclas y funciones con miedo. Se desnuda ante nosotros la universidad de nuevo cuño, como la institución que hizo una entrada triunfante a la adaptación de todo lo universal dado, pronto como bocanada surgirán una serie de contradicciones múltiples, de hecho, ya vivimos sus efectos: conviven de una manera conjunta, la institución escolar y la institución familiar de algún modo. La pérdida de libertad académica llora frente al triunfo del mercado.
El rol que vive tanto el alumno como el docente frente a esta nueva era digital, y que forma parte de este futuro cercano antes descrito, se complica y se multiplica aún más cuando se está frente a la computadora. Frente a un otro con el cual no podemos interactuar porque la cìber-socialización nos excede, la pantalla digital pone en cuestión nuestras metodologías, conceptos y debates, y ante el inevitable enojo, la primera afirmación que se le ocurre a uno, es pensar: “alguien ya debe de estar escribiendo sobre esto, tendrán que ser cambiadas las categorías y teorías en general” “alguien, no sé quién, tendrá que explicarnos qué está pasando”. En un instante el aula virtual se muestra desdoblada, vacía, inerte, e inmóvil, pero al mismo tiempo imponente. Y aquí nace otra contradicción porque estamos frente a otra escuela, frente a dos posturas dicotómicas que ponen en duda nuestros conocimientos, se rompe el vínculo entre nosotros y se desplaza la transferencia que hay entre el docente y los alumnos. De este modo, la era de la información y la inteligencia artificial, nos han puesto en jaque, han quedado expuestas nuestras carencias del uso “elemental” de dispositivos electrónicos y las aplicaciones en línea. Tendremos que reinventarnos, no en el aula, sino en el abismo.
BRECHA DIGITAL Y ACUMULACIÒN CAPITALISTA
El uso de las tecnologías de información y comunicación dentro del sistema educativo, se perfilaba hasta hace un tiempo como el futuro inmediato, y también se veían como un hecho que iba a desequilibrar las cosas a favor de lo práctico y operativo. Hoy, como ya se ha dicho anteriormente han llegado, se nos presentaron de una forma brutal debilitando los métodos de enseñanza/aprendizaje. Esta especialización irruptiva de la educación pone en riesgo a millones de estudiantes, no solo porque se potencializa ya, una crisis del aprendizaje sin precedentes, sino porque hay una paralización de la educación a nivel mundial por la pandemia. De hoy en adelante se trabajará vigorosamente hasta lograr la naturalización de una comunidad académica, llámese alumnos o docentes, que día con día van a inmortalizar la adaptación a una construcciòn académica de competencia, empuñando una conducta individualista en pro de su propia supervivencia.
Los más afectados en este proceso y por la pausa global de la educación, serán nuevamente los que ya de por si formaban parte de la desigualdad de acceso a los recursos tecnológicos en todo el mundo, la crisis sanitaria provocó el cierre de escuelas de más de 160 países en el mundo. América Latina, que ha tenido históricamente un modelo educativo de los más desiguales del mundo, será el continente que recrudecerá aún más las desigualdades enquistadas en la región desde hace más de cuatro décadas. La llamada “brecha digital” que se ampara entre los que tienen posibilidades de conexión y los que quedan excluidos, tiene factores de incidencia y son: la clase social, raza, etnia y género, entre otros.
Esta brecha digital en México tiene un lugar a nivel internacional ocupando el lugar 87, en América Latina México se posiciona en el lugar nùmero 8, y dentro del país solo el 45% de la población cuenta con computadora, y solo el 53% tiene acceso a internet (datos 2016).[7] Hay que tomar en cuenta que dentro de esta brecha, algunas zonas poblacionales son privilegiadas, sobre todo las zonas urbanas. Se suman a estos datos de desigualdad, los efectos económicos que ha tenido la emergencia sanitaria, donde una gran parte de los estudiantes de nivel superior han tenido que formar parte de las aportaciones al ingreso económico familiar. Asimismo, ya hay evidencias de que muchos de ellos, los que ya contaban con un empleo, forman parte del grupo de empleados con reducción de sueldos.
Del mismo modo, se vislumbra en un corto plazo el ‘boom’ de la deserción en el nivel superior. Recientemente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) arrojó datos alarmantes sobre el asunto, se creé que más de medio millón de mexicanos abandonarán la universidad donde también se cuentan los estudiantes de programas de posgrado. Ligado a este fenómeno tenemos la crisis de aprendizaje que está aconteciendo a nivel mundial, como ya lo hemos comentado. Esto nos indica que realmente se avecina una catástrofe educativa generacional como lo ha anunciado la Organización de las Naciones Unidas (ONU). América Latina vivirá el peor panorama, se sospecha una profundización de la dependencia educativa en relación al centro, poco a poco se irá erosionando cada vez más el derecho a la educación, al mismo tiempo que se irán afinando las políticas educativas diseñadas para privatizar la educación y que tienen su origen justo en los años noventa.
Ahora veamos detalladamente como se está edificando la privatización de la educación. Ante la emergencia mundial de sanidad, dentro del sistema educativo, las plataformas digitales se han convertido en las herramientas más próximas para resolver el grave problema coyuntural de enseñanza. Lo que hasta antes de la pandemia desconocíamos en cuanto a la existencia de las App’s, hoy los docentes nos hemos estado convirtiendo en expertos en la búsqueda del gran abanico de la existencia de ellas. Son tantas y tan diversas, que incluso las que no estaban enfocadas para el uso del campo de la educación virtual, se expandieron en este ramo, me refiero a Facebook, WhatsApp, Instagram, Messenger, Twitter y otras más. Estas plataformas nos “rescataron” de forma práctica, pues aun desconocíamos las demás, por esta vía se trabajó para la entrega de tareas, trabajos, videos, recados, presentaciones, etcétera.
Cosa pequeña frente a lo que venía, pronto a nivel mundial nos conectamos en diversas plataformas para impartir nuestras clases, las App’s utilizadas van desde: Zoom, GoToWebinar, Jitsi, Microsoft Teams, Moodle/MoodleCloud, Google Meet y Google Drive entre otras. El aumento del uso de las plataformas varía de país a país, en Europa por ejemplo es mucho más alto su uso que en América Latina. Ignacio Ramonet documentó muy bien al inicio de la pandemia las cifras abrumadoras del uso de Zoom: “pasó de tener -a finales de 2019- 10 millones de usuarios activos a superar los 200 millones a finales de marzo”[8] para el mismo mes los ingresos de Zoom habían aumentado ya en un 170%. Hasta el día de hoy Zoom ha sido la plataforma esencial para el trabajo educativo y empresarial, y ya se ha registrado que en un solo día ha llegado a 300 millones de usuarios.
Ya se está perfeccionando el camino hacia el capitalismo digital. En materia de política educativa se supone que ante el forzado uso de las plataformas para impartir las clases, la renta de su uso tendría que ser financiado por la institución universitaria, – digamos que al no haber alternativa para evitar su uso-, pero la mayor parte de los docentes en el país, ha tenido que pagar su propia conexión, y en el caso del alumnado, tenemos la misma situación. Esto significa que estamos frente a un mecanismo privatizador de la educación, ya que el financiamiento de plataformas e internet viene de los bolsillos de maestros y alumnos. Y justamente, es lo que se ha venido observando y criticando desde hace años por maestros y académicos en general, que estamos viviendo dentro del sistema educativo un vil “mercado educacional”, pero ahora ante esta coyuntura pandémica vemos su consolidación.
Es evidente que los logros que el Estado ha tenido en cuanto a la mercantilización de la educación, derivan prácticamente de las aportaciones casi voluntarias por todo actor educativo en tiempos de pandemia, incluyendo a padres de familia y estudiantes universitarios. Ante estos actos la brecha digital se ensancha, porque en estos momentos se manifiesta más claramente la distinción, la diferencia y la exclusión de los que no tienen las posibilidades de conexión. Esta reconfiguración del Estado convierte a las instituciones de Educación Superior en espacios de planificación y ejecución de negocios educativos neoliberales, cosa muy grave. Digamos que se ha personificado el discurso modernizador que nace en los años noventa. La reestructuración de la Educación Superior que se está sacralizando deriva en la masificación de la exclusión estudiantil, dejando en la orfandad a miles de estudiantes. El Estado por fin logró el cometido que se propuso hace décadas, pues le ha puesto mayor énfasis -de una forma acelerada- a la educación técnica, dejando los cimientos de una “población educativa de riesgo” destacando el poder de la tecnocracia estatal y la élite empresarial.
Al término del semestre trascurrido perteneciente a la primera mitad del año, inocentemente creímos en que era una etapa pasajera, que pronto regresaríamos a las aulas a dar y tomar nuestras clases de una manera presencial. No fue así, ya estamos preparando nuestro regreso al siguiente semestre al aula digital. Sabemos que estamos frente a algo súbito y esta situación imprevisible nos supera, nos está obligando a pensar distinto y eso finalmente nos incita a no derrumbarnos. Tenemos que potencializar la crisis, tenemos que exigirnos la salida.
FUENTES:
https://www.rtve.es/noticias/20200808/mapa-mundial-del-coronavirus/1998143.shtml
Laura Islas, “La modernidad ancestral”, en Revista etcétera, noviembre 2009.
Diego Armando Jaramillo Ocampo y Luis Guillermo Restrepo Jaramillo, “El cuerpo y el tiempo: márgenes del lugar y el no lugar en las experiencias educativas”, en Teor. Educ. 30, 2-2018. Universidad Católica de Manizales, Colombia.
Cristian Baudelot y Roger Establet, La escuela capitalista, Siglo XXI, México, 1975.
Marion Lloyd, “Desigualdades educativas en tiempos de la pandemia”, en Campusmilenio, No. 849, mayo 14- 2020.
Ignacio Ramonet, La pandemia y el sistema mundo, en La jornada, México, 25 abril 2020.
[1] Marvin Minsky
[2] Docente de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), Licenciada en Sociología de la Educación por la UPN, y Maestra en Estudios Latinoamericanos por la UNAM.
[3] Incluso el impacto psicológico que implica una tecnologización como la que se suscribe es descomunalmente pernicioso. Hay autores que sostienen que la arroba ha logrado trascender el ámbito de lo tecnológico. El grafólogo Manuel J. Moreno apunta que “la universalidad de este signo, puede ser contemplada como la emergencia de un símbolo del inconsciente colectivo que apunta hacia el desarrollo de una nueva realidad psicológica y social, la globalización. Esta puede ser entendida no sólo como un fenómeno sociopolítico facilitado fundamentalmente por el desarrollo de las comunicaciones y la tecnología computacional, sino también como una aspiración arquetípica ancestral hacia la unidad e integridad psicológica del individuo y por tanto hacia el propio proceso de individuación”. Laura Islas, “La modernidad ancestral” en Revista etcétera, noviembre 2009.
[4] Visto en: https://www.rtve.es/noticias/20200808/mapa-mundial-del-coronavirus/1998143.shtml
[5] Diego Armando Jaramillo Ocampo y Luis Guillermo Restrepo Jaramillo, “El cuerpo y el tiempo: márgenes del lugar y el no lugar en las experiencias educativas”, en Teor. Educ. 30, 2-2018. Universidad Católica de Manizales, Colombia.
[6] Cristian Baudelot y Roger Establet, La escuela capitalista, Siglo XXI, México, 1975.
[7] Marion Lloyd, Desigualdades educativas en tiempos de la pandemia, en Campusmilenio, No. 849, mayo 14 2020.
[8] Ignacio Ramonet, La pandemia y el sistema mundo, en La jornada, México, 25 abril 2020.