Protegiendo el mundo submarino

Por Antonio Quezada Pavón

Era un guagua, como decimos en la Sierra, y ya soñaba con el océano lleno de color y vida y de fantásticas criaturas. Tuve la suerte de tener una tía viviendo en la hermosa ciudad de Manta y muy temprano aprendí a amar y a explorar nuestro mar. Mi primer descubrimiento fue darme cuenta de que el mar sabía salado, nada extraño para un longuito interandino como yo. Con el tiempo quise hacerme marino -como mi venerable primo mayor, que era el héroe familiar-, pero finalmente estudié ingeniería y me alejé de las olas marinas. Cuando me establecí hace casi cuatro décadas en Guayaquil, nuevamente se despertó mi secreta pasión por el mar.

Y ya grande en mi vida tomé la decisión de hacerme buzo hace más de 15 años en las que he acumulado medio millar de inmersiones en muchos lugares de los océanos Pacífico, Atlántico e Índico. Como Master Scuba Diver he tomado numerosas especialidades de buceo, pero la que más me ha cautivado es la fotografía submarina. Debo reconocer que no soy un fotógrafo submarinista, simplemente soy un buzo con una cámara submarina, lo cual me ha dado el gran privilegio de explorar algunos de los más increíbles paisajes sumergidos, como son los tiburones en nuestras islas Galápagos, que es uno de los sitios de buceo más importantes del mundo, o los de Jardines de la Reina en Cuba, o los más agresivos en la Bahía de Sodwana en Sudáfrica; los pequeños y hermosos peces tropicales en Bonaire, en Bali, en las Maldivas o en la Gran Barrera de Coral de Australia.

He aprendido que todo en este planeta afecta o es afectado por el océano y las aguas prístinas en las que yo soñaba de pequeño son ahora muy difíciles de encontrar, siendo cada vez más escasas y amenazadas. Los seres humanos nos mantenemos como los líderes depredadores en la Tierra y fui testigo y he fotografiado sus consecuencias. He tratado de conmover a mis lectores y alumnos, sacándoles de su indiferencia con impactantes imágenes de cómo se destruye el coral y se agrede al océano. Pero si bien esto tiene algún mérito, doy vueltas en círculos. Por eso creo que la mejor manera de generar un cambio es vender amor. Sí, voy a transformarme en un casamentero que una a mis paisanos de todas las regiones del país con el mar.

Con mis fotografías y las perfectas imágenes de mis amigos fotógrafos submarinistas profesionales tenemos la oportunidad de revelar los animales y el ecosistema que está escondido debajo de la superficie del océano. Ustedes no pueden enamorarse y defender algo que no conocen que existe. Esa es la misión de la fotografía conservacionista. Este año la costa ecuatoriana se ha beneficiado de una larga temporada de mantarrayas gigantes  y ballenas jorobadas, que migran anualmente atraídas por el abundante plancton que viene con la corriente fría de Humboldt. El avistamiento de ballenas es un negocio turístico recientemente explotado y que atrae a miles de visitantes de todo el país y del exterior. Desde este año ya está regulado y las lanchas han sido inspeccionadas y ofrecen alguna seguridad.

Pero lo más hermoso es bucear con las mantas birostris -mantarraya diablo- y el bajo más cercano con abundantes animales es el Cope, de 52 km² y una profundidad promedio de 15 m, localizado a 32 km de Ayangue, Santa Elena. Con el incremento de la densidad del plancton las mantas se alinean formando una larga cadena de alimentación y su curiosidad hace que las burbujas de los buzos las atraigan, transformando la inmersión en un verdadero ballet submarino, donde los bailarines son mantas de 7 m de largo y tonelada y media de peso, y los buzos somos unos maravillados espectadores. Esto ha hecho que yo tenga una larga y apasionada relación con el océano y lo defienda tenazmente. Ojalá ustedes caigan también en este lazo amoroso. (O)

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/protegiendo-el-mundo-submarino
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Sostenibilidad

América del Sur/Ecuador/02 de Septiembre de 2016/Autor: Antonio Quezada Pavón/Fuente: El Telégrafo

Todos contribuimos al cambio climático. Nuestras acciones, preferencias y comportamientos nos han llevado a un incremento de la emisión de los gases invernadero. Es una realidad y una fuerte idea que puede tener la fuerza de hacernos sentir culpables cuando decidimos cómo debemos cambiar nuestro estilo de vida: a dónde viajar, cuán a menudo, el tipo de energía que debemos usar en nuestros hogares y lugares de trabajo. Ya hemos provocado un tremendo impacto negativo en el clima, pero es posible que aún tengamos una posibilidad de influenciar en la cantidad de cambio climático al que tendremos que adaptarnos en el futuro. Es por eso que la Espae Graduate School of Management, en la que enseño desde hace 34 años, ha decidido tomar la misión de incluir la sostenibilidad en los negocios, no solamente como parte de su pénsum académico, sino como una cruzada para que nuestros alumnos, futuros administradores de empresa, tomen en serio su responsabilidad frente a los grupos de interés y no solamente ante los accionistas, por los cambios del entorno climático a los que ya tendremos que ajustarnos; o en su defecto, continuar ignorando este problema, con lo cual tendremos que adaptarnos a más severos impactos del clima en el futuro. Y es nuestro deber hacerlo, independientemente de que los países con más alta emisión per cápita estén tomando otras decisiones por nosotros. Los cambios extremos de clima en algunas partes del mundo que tienen buena infraestructura, con gente muy bien asegurada, pueden ser molestosos, costosos y causar algunas muertes. Pero si lo mismo ocurre en otras partes del mundo (y ya lo vivimos con el pasado terremoto) con muy pobre infraestructura y gente sin casi ningún tipo de seguro, el mismo cambio climático puede ser devastador, causando pérdidas significativas de hogares y una cantidad significativa de muertes. Mundialmente advocamos porque el incremento de temperatura promedio no sea mayor de 2 grados centígrados, sin embargo, ya se nos vino encima y la nueva meta es contenerla dentro de los 4 grados. Si llegamos a esta temperatura promedio, los mares que tienen mayor inercia térmica que la Tierra tendrán una temperatura promedio menor que en los continentes. Pero los seres humanos no experimentamos temperaturas promedio globales; tenemos días calurosos, días fríos, días lluviosos y así por el estilo. De esta manera, en una ciudad con un sol radiante sobre una masa de vidrio y concreto, con los 4 grados de temperatura promedio incrementales, vamos a soportar 6, 8, 10 y hasta 12 grados más calientes de temperatura. A eso tendremos que adaptarnos. Y no serán solamente temperaturas extremas, sino mayores tormentas y otros impactos que afectarán nuestras carreteras, trenes, puertos, plantas de generación de energía que, se supone, son enfriadas por agua de cierta temperatura. En forma indirecta se afectarán las cosechas como el maíz, que podría reducirse en un 40%, y la de arroz sería un 30% menor, lo cual sería tremendo para la seguridad alimentaria global. Este escenario de un incremento de 4 grados sería incompatible con la forma de vida organizada en el mundo. Pero esto pone una presión en las naciones ricas, pues, de acuerdo al economista Nicholas Stern, estos países deben reducir inmediatamente el 10% de emisiones por año para evitar que topemos el límite de los 2 grados. Se supone que la reducción de un 1% de emisiones está directamente relacionada con una recesión económica. Y ese es el dilema ético, pues el control de las emisiones y la contención del cambio climático ponen un reto muy grande al crecimiento económico global, puesto que nuestra infraestructura -alta en carbón- provoca que si nuestras economías crecen, también nuestras emisiones. (O)

Fuente: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/sostenibilidad

Fuente de la imagen: http://noticias.lainformacion.com/medio-ambiente/naturaleza/el-cambio-climatico-generara-100-millones-mas-de-pobres-en-2030_gKhfk8B3CNHfyQLzcMxDN1/
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Soy un ambientalista escéptico

Autor: Antonio Quezada Pavón

América del Sur/Ecuador/14 de julio de 2016/ /Fuente: El Telégrafo

Soy un ambientalista escéptico Antonio Quezada Pavón Y no es porque no creo que el cambio climático es una realidad, sino que hay muchos y más grandes problemas en el mundo. Por ejemplo: hay 800 millones de personas muriendo de hambre; mil millones sin agua potable; dos mil millones sin saneamiento; muchos millones muriendo de sida y VIH; y por supuesto dos mil millones que estarán afectados por el cambio climático. En un mundo ideal los solucionaríamos a todos, pero no lo hacemos, por lo cual debemos preguntarnos: ¿Cuáles deberíamos solucionar primero? He identificado como diez desafíos más grandes del mundo: cambio climático, enfermedades contagiosas, conflictos, educación, inestabilidad financiera, gobernabilidad y corrupción, malnutrición y hambruna, migración poblacional, saneamiento y agua, subsidios y barreras comerciales. Son de una manera u otra los problemas globales más agobiantes. Entonces, ¿por dónde debemos empezar? Y siendo seres humanos muy limitados, el problema está en la forma de priorizar los problemas y las soluciones. Pero hemos visto la ineficiencia de Kioto para arreglar el cambio climático, así como los hospitales de vanguardia y mosquiteros para las enfermedades transmisibles, y son casi inútiles los Cascos Azules de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz. Y cómo no ser escéptico si al revisar los temas del Consenso de Copenhague, donde los 30 mejores economistas del mundo escribieron acerca de cada uno de estos grandes desafíos y los proyectos que se han encarado para saber: ¿Qué podemos hacer? ¿Cuál sería su costo? ¿Y cuál sería el beneficio de esto? (Y son economistas y no especialistas en cada tema, pues los economistas saben priorizar.) Su trabajo fue hacer una lista en donde clasificaron los proyectos malos (que tienen un muy bajo o negativo índice costo/beneficio), los proyectos justos, los proyectos buenos y los que realmente deberíamos empezar a hacer que son los proyectos muy buenos. Los tres peores proyectos son los que se refieren al cambio climático. Y es que, siendo un problema tan grande, Kioto es totalmente infructuoso; su propuesta de invertir 150 mil millones de dólares al año (tres veces lo que se da en ayuda al tercer mundo para su desarrollo) solamente postergaría seis años los efectos del calentamiento global en 2100, lo cual significa que nos inundaríamos en Guayaquil en 2106, que es algo bueno, pero de cualquier manera desapareceríamos. Por otro lado, el cálculo de las Naciones Unidas es que con 75 mil millones de dólares al año (la mitad de lo estimado por Kioto) podríamos resolver todos los grandes problemas básicos del mundo. Entregar agua potable, saneamiento, atención básica sanitaria y educación para cada ser humano del planeta. La comparación de las dos propuestas de inversión en proyectos es la causa de mi creciente incredulidad en gastar tanta plata en el tema ambientalista para tan escaso beneficio. Es necesario con sostenibilidad mirar la prioridad de nuestras decisiones globales para hacer que este mundo sea más vivible. Por ejemplo, la malnutrición se puede arreglar en mucho con 12 mil millones al año proporcionando micronutrientes: hierro, zinc, yodo y vitamina A. Y con 27 mil millones de dólares durante los próximos ocho años se evitarían 28 millones de nuevos casos de VIH/sida con tratamiento y prevención. Estos son dos muy buenos proyectos que deberían ser llevados a cabo ya. (O)

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