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Las intervenciones ‘antibullying’ en las escuelas topan contra la cultura familiar

Por Carina Farreras

La profesora enseñó un billete impecable de 20 euros a la veintena de alumnos que atendían su clase. “¿Tiene valor?”, preguntó. “¡Claro!”, contestó el grupo al unísono. Helados, hamburguesas, golosinas, ropa. Cuántas cosas pueden comprarse con un billete azul cuando uno tiene doce años. Inesperadamente, la tutora arrugó el billete hasta reducirlo a una bola, luego lo lanzó al suelo y saltó sobre él, pisoteándolo. El aula enmudeció. Veinte pares de ojos miraron cómo recogía el guiñapo de papel, lo desenvolvía dándole su forma original y lo mostraba, marcado de pliegues como cicatrices. Repitió la pregunta: “¿Tiene valor?”.

Hay niños con la autoestima impecable, como billetes recién salidos de fábrica. Otros están hechos una piltrafa porque alguien los ha arrugado y pisoteado repetidamente ante la mirada de sus compañeros y la inacción de los adultos. “Cada día, a la hora del patio, una alumna de un centro de Lleida se iba al lavabo, se sentaba en la taza del inodoro y se comía el bocadillo hasta que sonaba de nuevo el timbre”, relata Gemma Filella, investigadora de la Universitat de Lleida y autora de un videojuego contra el b ullying. Esos fueron los recreos de esa niña de septiembre a mayo, mes en el que se advirtió su ausencia en el patio. “El acoso escolar –indica Filella– adquiere dimensiones que no imaginamos porque se da a espaldas de los adultos –continúa–, que tampoco actúan con buen manejo emo­cional cuando lo descubren”. La investigadora, que ha recorrido decenas de colegios y escuelas catalanas y ha impartido formación a docentes, se ha topado con padres que defienden a sus hijos ­acosadores y con profesores que aceptan ciertos comportamientos reprobables. “Existe confusión sobre cuándo y cómo actuar ante las incidencias escolares”, afirma Filella, que ha probado el programa Happy en 1.500 alumnos. “A los profesores les cuesta di­ferenciar entre una desavenencia, un brote de violencia o un acoso”. Y ¿cuál es la responsabilidad de la escuela cuando el bullying se ­produce fuera del recinto? ¿Cuando se extiende a las redes sociales?

A menudo, los profesores quitan importancia a unos hechos para pacificar al grupo. “Hay que dejarlos que se arreglen solos”, consideran otros. Una de las claves, indican los expertos en bullying, es que los chavales no tienen suficiente confianza en ser respaldados si lo cuentan a los adultos aunque evidencien su sufrimiento. Los propios maestros que recibieron formación antibullying admiten no tener suficiente conocimiento sobre este tema y reclaman más formación para saber ver con otros ojos la problemática y actuar en consecuencia.

Para aquella niña, como para otros chicos, la escuela es un horror. Quizás no median golpes que dejan morados, pero se utilizan palabras, insinuaciones en wat- saps o fotografías alteradas en Facebook. En todo caso, reciben la humillación de un compañero, jaleado por unos cuantos seguidores, y observado, divertida o silenciosamente, por el resto del grupo. La OMS estima que entre uno y dos niños de cada diez son acosados. Según Save the Children, en nuestro país hasta un 22% de los niños de secundaria sufren bullying, una acción que deja consecuencias en el futuro. Como los ­billetes, que valen el equivalente a 20 euros pero su apariencia no es la misma ni para los demás ni para sí mismos. La falta de autoestima condicionará su trayectoria de ­vida.

Según los expertos, existen diferentes explicaciones psicológicas al fenómeno del bullying basadas en que el agresor usa la violencia para resolver problemas con sus iguales o arrastra conflictos de casa. Puede darse en personalidades complejas, con baja tolerancia a la frustración y poca empatía, dificultades para cumplir las normas y respetar los límites. Son personajes que se dan en todo tipo de escuelas, pero que sobreviven mejor en las escuelas que buscan resultados altos introduciendo estrategias de competición entre sus alumnos.

“A menudo, los agresores buscan popularidad, ser reconocidos por el grupo”, explica Jenny Dettmann, directora del Colegio Escandinavo de Madrid. “Entonces hay que enseñar formas positivas para conseguirlo”. Desde que este año se han desarrollado los programas Kiva en este colegio se han producido evidentes mejoras en la convivencia en el centro, nacido como cooperativa de padres nórdicos, entre cuyos valores máximos se encuentra el respeto. “Todo el claustro tiene ahora ojos para el bienestar de los niños –afirma la directora–. Sabemos qué tenemos que hacer para prevenir y actuar”. El resultado es la tranquilidad en el patio y la devolución de la confianza de los niños, más conscientes también, en los adultos.

Faltan los padres. Durante el curso se produjo un caso de bullying. El protocolo Kiva se activó de inmediato. Se anotó todo. Quién informó, quién era la víctima, quiénes participaron. Por simplificar: se llegó a un compromiso de buena convivencia y se sancionó al matón. “Son sólo niños”, se quejaron los padres del agresor. “Así se hacen fuertes y aprenden a convivir”, argumentaban. La universidad finlandesa no había considerado que los padres, una pieza fundamental en el engranaje antibullying, desautorizaran a la escuela en su actuación a favor del respeto. Al calor de experiencias parecidas en el mundo latino, Kiva se está planteando crear herramientas para las familias en su programa en castellano (ahora sólo se imparte en inglés).

Filella también tiene experiencias similares, de padres que minimizan los hechos aduciendo que son bromas y defienden la lógica de la supervivencia. Una alumna le dijo: “Esta muy bien todo esto que explicas, poder decir que te sientes mal, que la actitud del otro te hace daño, acudir a un adulto si hace falta. Pero esto no sirve fuera de la escuela. Nadie en mi familia lo entendería”.

Fuente: http://www.lavanguardia.com/vida/20160706/402993225085/intervenciones-antibullying-topan-cultura-familiar.html

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