La educación no solo es generadora de ciudadanía y democracia. También es un factor decisivo para el desarrollo
Carlos Tünnermann Bernheim
Al recibir el reconocimiento que me hizo Eduquemos, en ocasión del vigésimo aniversario de su fundación, expresé que cuando el reconocimiento proviene de un organismo como Eduquemos, que ha dedicado una veintena de años al análisis serio de nuestro sistema educativo para hacer juiciosas propuestas para su transformación y mejoramiento, entonces recibir un reconocimiento de una entidad con tan valiosa como fecunda trayectoria en el campo educativo, no solo merece ser profundamente agradecido sino que da lugar, a quien lo recibe, como es mi caso, de reiterar mi permanente compromiso con la educación de mi patria, especialmente ahora que pasa por una de las peores crisis de su historia.
Quiero, en primer lugar, ofrecer este reconocimiento de Eduquemos a los estudiantes de los diferentes tramos del sistema que han ofrendado sus vidas en aras de un cambio tan necesario en este sufrido país, así como a todos los que actualmente sufren injusta prisión por delitos que no han cometido; a los maestros, profesores, catedráticos universitarios y médicos despedidos sin ninguna base legal y a los estudiantes universitarios expulsados por expresar cívicamente su deseo de una Nicaragua distinta, donde prevalezcan la justicia y la democracia.
El primer gran compromiso que tenemos todos los nicaragüenses, en un futuro próximo, es combatir la pobreza y el desempleo que azotan a nuestro pueblo, convencidos de que se trata de un desafío ético y político, y que no bastan las medidas de carácter económico, y menos los programas asistencialistas, si no hacemos del desarrollo humano social y sostenible el núcleo mismo del desenvolvimiento económico.
La clave para nuestro verdadero ingreso en el siglo XXI, es decir en la sociedad basada en el conocimiento, la información, la innovación, emprendedurismo y el aprendizaje permanente, está en la educación, en dar a nuestro pueblo, sin discriminación alguna, una educación de la mejor calidad posible, que sea a la vez pertinente, es decir, que responda a las necesidades de la sociedad: políticas, sociales, económicas, culturales y laborales de todos los sectores. Calidad y pertinencia social son términos inseparables. Nunca me cansaré de repetir que el nivel de la calidad educativa lo determina la calidad de la formación de los diseñadores de las políticas educativas, de los docentes y de los directores de los centros educativos.
La educación no solo es generadora de ciudadanía y democracia. También es un factor decisivo para el desarrollo. La experiencia histórica demuestra que ninguno de los países avanzados logró un crecimiento económico significativo sin antes alcanzar la universalización, al menos de la educación básica con calidad. Las investigaciones demuestran que por cada grado de escolaridad que se agrega al nivel educativo promedio de un país, el PIB se incrementa en un 1 por ciento.
La demolición de las instituciones que sostienen el edificio de la democracia está entre los mayores obstáculos para que un pueblo logre un desarrollo que le permita abatir los flagelos de la pobreza y el desempleo. Las sociedades más florecientes son aquellas donde las instituciones democráticas funcionan sin cortapisas. “La democracia, afirma el premio Nobel de Economía, Amartya Sen, es el mejor medio para luchar contra la pobreza”.
En conclusión, los pilares del desarrollo humano sostenible y de la reducción efectiva de la pobreza son: la existencia de instituciones democráticas; un sistema educativo de calidad y pertinente, acompañado de un buen servicio de salud para la población.
¿Por dónde empezar? Andrés Oppenheimer, en su libro ¡Basta de historias!, opina que: “La clave de la reducción de la pobreza y el desarrollo humano no es la economía sino la educación”.
El autor es educador, escritor y académico.