Por: Daliri Oropeza
Esta es una exploración de la poesía y filosofía de Enrique González Rojo, quien revela con ellas caminos de esperanza en la autogestión y su enérgico rechazo a las mafias literarias. Un memorial en el Día de la poesía, después de su muerte.
Al buscar movimientos sociales relacionados a la poesía encontré a los poeticistas. Con ellos, entendí uno de mis mayores disgustos con la extraestética: el individuo creador y la obra por la obra per se.
¿Dónde quedan los momentos de ruptura que no obedecen cánones? ¿Cómo transmitir las sublevaciones o grietas? ¿Cuál es el lugar para los gestos de levantamientos sociales en el arte? ¿Quiénes definen el arte?
Así llegué, llena de preguntas, al vasto trabajo literario de Enrique González Rojo. No se puede entender su poesía sin hacer una revisión de sus aportaciones teóricas desde la filosofía: sobre la clase intelectual y sus mafias, la revolución articulada, una propuesta de enfoque de la autogestión, el sincretismo productivo, el placer estético desde el Poeticismo.
No se puede entender su poesía sin una revisión de su acompañamiento en la práctica y desde la pluma, al Partido Comunista (desde los 27 años), luego la Liga Leninista Espartaco (LLE), Espartaquismo Integral-Revolución Articulada (EIRA), la Organización de Izquierda-Línea de Masas (OIR-LM) y otros múltiples movimientos populares.
Por no olvidar a su abuelo y padre (con el mismo nombre), que lo antecedieron con un trabajo literario destacado.
El término Poeticismo lo inventó junto con su grupo de amigos para diferenciarse de otros poetas. Se basaba en tres premisas: originalidad, complejidad y claridad. Las vanguardias y el surrealismo se agotaban en el desorden onírico y en el inconsciente.
“La nueva estética (con el poeticismo) partía de la aceptación del desorden; pero una vez asumido y convertido en criterio insoslayable de la creación, lo sometía a una tajante negación al reinterpretarlo como desorden necesitado de acotación o irrealidad disminuida por un proceso específico de metaforización realizante”, asegura en el ensayo El placer estético en la concepción poeticista.
“La lógica de la poesía es en alguna proporción la lógica en la poesía. Pero la lógica formal (o dialéctica) injertada en el mundo de las imágenes y metáforas, se deshace de algo que en su función natural le es imprescindible: la verdad”.
Para deletrear el infinito es una de sus obras más conocidas escrita desde de esta corriente. En los 70, fue el catalizador de una obra poética original, que resuena con potencia. En los últimos años, bajó las barreras entre géneros para fusionar la poesía con el cuento y la novela.
“No he venido al mundo sólo a poetizar y a filosofar”, decía González Rojo.
Algo que las «sesudas» plumas de Letras Libres omiten decir en sus panfletos es que Octavio Paz se dedicó a tender un cerco a Enrique González Rojo desde sus espacios y cercanía con el poder. No era criticar por criticar al escritor estrella del salinismo [sí, Octavio Paz], sino denunciar las mafias literarias y de la cultura que estaba imponiendo un circuito de “artistas” de élite haciendo política, que no necesariamente tienen escritos destacados, pero sí afines al poder o poderes.
“La mafia (literaria) censura, discrimina, prohíbe. Se hace pasar por la historia y lo hace no sólo respecto al presente en que el puñado de escritores elegidos hace cola para ingresar a la eternidad, mientras los otros son condenados al infierno de la nada sino también respecto al pasado de nuestra literatura. Se ejerce la censura hacia atrás y hacia adelante.La arbitrariedad mafiosa decreta quién es quién en la cultura nacional”, describe González Rojo en el ensayo En Prolegómenos a una sociología de la mafia literaria, porque le tocó vivirlo.
A la mafia literaria la describe como una asociación de contornos identificables que ocultan que son un sector privilegiado puesto a los intereses de sus integrantes, sin negar la presencia de una élite. “Un grupo selecto en la cultura nacional” que argumenta que tiene ese lugar por el “valor extraordinario de la poesía, la novela, los cuentos o los ensayos de sus componentes” no por obra de una mafia.
Esa es “la base material, fundamentalmente extraestética, que les garantiza tanto individual como colectivamente figurar en la cultura nacional y hasta ser alguien en el boom latinoamericano”, escribe González Rojo en su ensayo.
Pero puede ser aún más incómodo para quienes ostentan el poder. Así es aún más comprensible el cerco impuesto.
“Esta base material está constituida por la influencia que la mafia va logrando poco a poco en las casas editoriales realmente decisivas del país, en las revistas literarias, en los suplementos dominicales, en el otorgamiento de premios en efectivo de diferente carácter e importancia, en la distribución de becas y, desde luego, en las relaciones internacionales con la intelectualidad de otros países”.
No importa si la producción literaria de esta élite es mediocre y sin sustancia. Ser parte de esta mafia puede sustituir —dice Rojo— la ausencia de grandes valores artísticos por un procesamiento extraestético. Por ello recomienza hacer una comparación entre la actividad literaria y la práctica económica, y recuerda como son los monopolios en la historia del capitalismo.
Es cuando su Manifiesto Autogestionario Hacia un encuentro con la esperanza adquiere particular relevancia, por promover la ética de la humanización del hombre, como él lo dice, o ser humano como prefiero enunciarlo, para coadyuvar con el ideal de gestar un modo de
producción autogestionario, que es una estructura organizativa.
“Mandar obedeciendo significa ir de la base a la base. Antes de mandar, y para mandar, el centro tiene que obedecer. ¿Obedecer a quién? A los deseos e intereses de la base. No a los intereses y anhelos de una parte de la red organizativo-política, sino al conjunto de ella”.
Enrique vivió el cerco de las mafias literarias, el ninguneo interesado de su obra y la traición de viejas amistades que terminaron acercándose al grupo de Octavio Paz, y dejaron atrás todo lo que fueron como jóvenes. Al mismo Paz no le importó hablar mal del abuelo Enrique González Martínez, abuelo de Rojo, después de beneficiarse de su trato. Sin embargo, a pesar del cerco a su creación desde los poderes culturales, González Rojo encontró a lo largo de los años a sus lectores y a su público, en recitales al aire libre que se convirtieron en verdaderas celebraciones de su palabra.
Desde la filosofía, la poesía ha estado en la encrucijada de ser concebida como un estímulo o participación emotiva, un modo privilegiado de expresión, o un modo de verdad absoluta o gradual, desde la Grecia de Platón.
Al entenderla como poiesis, Matín Heidegger propuso que “la poesía, el nombrar que instaura el ser y la esencia de todas las cosas, no es un decir caprichoso, sino aquel por el cual inicialmente se revela todo, cuanto después hablamos y tratamos en el lenguaje cotidiano. Por lo tanto, la poesía no toma el lenguaje como un material ya existente, sino que la poesía ese el lenguaje primitivo de un pueblo y la naturaleza del lenguaje debe ser la esencia de la poesía”.
Una revelación o manifestación de lo que es.
Cuán reveladora es su poesía, que hasta ahora da la potencia creativa para atravesar el cerco al Rojo. Para revelarnos. Para rebelarnos.
En pie de lucha
Por Enrique González Rojo
Eduardo. Guillermo, Jaime
¿recuerdan cuando fuimos terroristas
y armábamos el delicado mecanismo
de explosivas mentadas de madre
para ponerlas en lugares claves
del sistema?
¿Recuerdan cuando, con Pepe,
con la boca cosida por el mismo propósito, levantamos una barricada de hambre? ¿Recuerdan nuestra fiebre clandestina,
el salir a una junta
poniéndonos el traje, la bufanda y el seudónimo? ¿Recuerdan nuestros puños
-opuestos siempre al asco-
discutiendo por las noches
hasta el advenimiento del nuevo día,
hasta que los arroces de la penumbra
eran picoteados por los gallos?
¿Han olvidado acaso las reuniones,
las órdenes del día
en que el sueño era el Presidente de debates? Se dice que tan sólo
la sangre juvenil es subversiva,
o que la adolescencia,
con su chorro de tiempo tan exiguo,
no moja aún la pólvora
del furor; pero dícese que ello es transitorio, que ha de venir el día
en que sienten cabeza las neuronas
impulsivas;
se dice que la edad,
con su telaraña de canas,
toma preso y devora
el tábano rebelde de otro tiempo.
Se habla de ingenuidad,
de muchachos utópicos y anémicos
que formaban brigadas o círculos o células
de glóbulos blancos.
Se habla de castillos
formados con la arena de fantasmas
que a la incredulidad se desmoronan.
Se cita
la escasez lamentable de mazmorras
que hay en los manicomios.
Pero Eduardo y Guillermo.
Pero Jaime.
No quiero,
no, no quiero la cordura.
En vísperas de ser por las arrugas invadido,
no quiero, mis amigos, encontrarme con los pies muy bien puestos en la tierra de la lógica.
Sueño, mis camaradas,
que hasta el último instante,
mi voluntad aún halle la forma
(contra mí, mis arrugas, mi cansancio)
de levantarse en armas.
Fuente e imagen: https://piedepagina.mx/atravesar-el-cerco-al-rojo/