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“Educar es un acto de valentía”: los desafíos que enfrentan los chicos y los docentes cuando la IA entra al aula

Melina Masnatta es la autora de un libro que analiza cómo la inteligencia artificial puede ser una aliada en la formación de estudiantes

Por: Cintia Perazo
"Es necesario debatir y tomar decisiones sobre cómo integrar –de manera ética, invirtiendo tiempo y fondos– las herramientas tecnológicas", señala Masnatta
«Es necesario debatir y tomar decisiones sobre cómo integrar –de manera ética, invirtiendo tiempo y fondos– las herramientas tecnológicas», señala MasnattaShutterstock – Shutterstock

Es innegable que la inteligencia artificial (IA) se convirtió en una herramienta fundamental para la transformación educativa. Su integración en el ámbito académico no solo facilita el acceso a gran cantidad de información, sino que también potencia nuevas formas de enseñar y aprender. Sin embargo, esta revolución tecnológica también presenta grandes desafíos como la brecha digital, la necesidad de formación continua para docentes y estudiantes y la adaptación de los contenidos curriculares a nuevas herramientas. En este contexto, el libro Educar en tiempos sintéticos. Pasión por enseñar. Deseo de aprender de Melina Masnatta explora las complejidades y los desafíos de la educación en la era de la IA. Al mismo tiempo, invita a una reflexión profunda sobre cómo la tecnología está transformando lo que entendemos por educación y cómo podemos aprovecharla para construir escenarios que salden las deudas históricas.

Educación es un término amplio y en ‘tiempos sintéticos’ donde la tecnología es protagonista, abarca lo que aprendemos fuera y dentro del sistema educativo. En este último se identifican varios desafíos claves. Uno de los más alarmantes es la deserción escolar, la cual ha experimentado un crecimiento exponencial a nivel global. La educación tiene que poder ocupar un nuevo lugar relevante en la sociedad”, explica Masnatta en una entrevista con LA NACIÓN.

Melina Masnatta es doctora en Ciencias de la Educación
Melina Masnatta es doctora en Ciencias de la EducaciónGentileza

Además, la autora, que es doctora en Ciencias de la Educación, reconoce que es fundamental el consenso entre diferentes protagonistas de la educación, desde gobiernos, ciudadanía, sector privado y familias. “Es necesario debatir y tomar decisiones sobre cómo integrar –de manera ética, invirtiendo tiempo y fondos– las herramientas tecnológicas que ya están en el ámbito educativo. Debe hacerse habilitando espacios para la construcción de experiencias, y abriendo las puertas de la institución para dialogar con familias”, aconseja.

Masnatta destaca que es clave considerar que la evaluación estandarizada se presenta como otro desafío ya que no siempre refleja la adquisición de un aprendizaje profundo, incluso genera estrés y presión en estudiantes, así como también muchas veces bloquea la innovación de experiencias educativas con IA. “Evaluar es necesario, pero diseñar mejores instrumentos es vital”, dice.

Esta obra incluye, también, una investigación en la que se les consultó a 13.000 docentes de 19 países latinoamericanos sobre su opinión sobre la IA. “Lo interesante es que más del 73% piensa que la inteligencia artificial va a potenciar su rol profesional”, adelanta la autora.

El origen

¿Cómo nació Educación en tiempos sintéticos, Pasión por enseñar. Deseo por aprender? “Se me ocurrió porque hace quince años que trabajo en tecnología educativa y empecé a observar lo que estaba sucediendo a partir de 2022 con la inteligencia artificial. Buscaba visibilizar las voces de quienes están en el día a día no solamente en las aulas, sino también en las empresas, quienes trabajan en la formación de formadores, y de todos protagonistas en del aprendizaje”, resume.

El libro tiene tres partes. La primera pone en valor el sistema educativo y la autora hace un paralelismo de este con el sistema operativo de una computadora o celular. En la segunda hablan los protagonistas: quién educa, quién aprende, las organizaciones, la sociedad civil, las familias y hasta “las inteligencias artificiales”. Por último, el tercer eje que tiene el libro es el entrecruzamiento entre protagonistas y sistemas, a través de una serie de interrogantes fundamentales.

"Educación en tiempos sintéticos, Pasión por enseñar. Deseo por aprender", el libro  editado por Galerna
«Educación en tiempos sintéticos, Pasión por enseñar. Deseo por aprender», el libro editado por GalernaGentileza

“El índice son 73 preguntas que se hacen diferentes protagonistas de este ecosistema, desde emprendedores en tecnología, hasta directoras, maestras, profesoras, padres y madres, entre otros actores. Me parecía importante romper con la lógica de la torre de Babel, donde todos hablamos una jerga o idioma diferente: quienes diseñan la tecnología, quienes la implementan y quiénes la utilizan cotidianamente para enseñar y aprender. Por eso pensé en hacerlo sencillo y asequible para todos, porque necesitamos poner en valor la educación”, sostiene Masnatta.

Qué son los “tiempos sintéticos”

Cuando se le pregunta a la autora sobre los “tiempos sintéticos” ella explica que utiliza esas palabras para describir la era actual, caracterizada por la transformación acelerada que la tecnología está generando en la sociedad y, en consecuencia, en la educación. “Lo sintético navega entre la síntesis de lo que entendemos como ‘el saber’, que hoy está en formato Tik Tok. Hoy todo es acotado y fast-food. Además, en estos tiempos vemos la omnipresencia de la IA en la vida diaria, presente tanto en asistentes virtuales como en los algoritmos de las redes sociales. La IA redefine las formas de interactuar, aprender y trabajar”, detalla.

Masnatta suma que la aceleración del cambio tecnológico es otro rasgo distintivo de los “tiempos sintéticos”. “La tecnología avanza a un ritmo sin precedentes, lo que genera una necesidad de adaptación constante por parte del sistema educativo, los docentes y los estudiantes. La IA está creando nuevos escenarios y realidades, cambiando la forma en que se accede a la información, se procesa el conocimiento y se desarrollan las habilidades. Estos cambios exigen una profunda reflexión sobre el futuro de la educación y la formación de las nuevas generaciones, pero también hay que entender que el aprendizaje hoy es la actividad que nos va a mantener relevantes a lo largo de la vida”, dice.

Antes de concluir la autora destaca que la educación es uno de los actos más humanos y por eso ofrece la oportunidad de trascender y construir puentes del presente al futuro en el camino y la pasión por enseñar y aprender. “Cuando en los ‘tiempos sintéticos’ dejamos la educación en las manos de los algoritmos, nos estamos perdiendo de la capacidad de poder expresar valores, conexiones profundas y otras experiencias de encuentro. Educar hoy es un acto de valentía, pero también lo es aprender porque vivimos en un contexto donde parecería que aprender a caminar o progresar es un desafío”, reconoce.

Y en este escenario el libro de Masnatta no solamente habla de las personas protagonistas, sino también explica qué pasa y cómo pueden ganar los algoritmos, las inteligencias artificiales y los “tiempos sintéticos” si no se los considera desde otro lugar. “Educar es esa proyección, ese deseo y esa idea de liderar la trascendencia, por eso se convierte en algo urgente en estos tiempos donde todo es rápido y nada tiene profundidad ni compromiso. Además, este libro muestra que lograrlo no es imposible, que hay personas que lo están haciendo, registra experiencias, investigaciones y datos. Es una plataforma, es una invitación para la acción y una invitación a la posibilidad”, concluye la autora.

https://www.lanacion.com.ar/sociedad/educar-es-un-acto-de-valentia-los-desafios-que-enfrentan-los-chicos-y-los-docentes-cuando-la-ia-nid22122024/
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«Los mapas, al igual que la tecnología, nunca son neutrales»

María Álvarez Malvido es mexicana y estudió Antropología Social en la Universidad Autónoma de México. Se reconoce amante de las historias y por eso siempre se sintió cercana al periodismo. Eso fue lo que la llevó a vincularse, desde muy temprano en su carrera, en procesos de comunicación de radios comunitarias.

Trabajó durante cinco años en la organización Redes AC y también formó parte del desarrollo de Colmena, un software de código abierto que surgió en tiempos de pandemia para apoyar las redacciones de los medios locales y comunitarios.

“Mi colaboración con radios comunitarias devino naturalmente en redes comunitarias y pronto entré al mundo de la autonomía tecnológica y el Software Libre”, nos cuenta María del otro lado de la videollamada y aclara: “No tengo un perfil técnico, entiendo hasta el punto de poder problematizarlo”.

Desde hace un año, María es parte de Digital Democracy, allí realiza tareas en las áreas de Comunicación y Soporte de Producto, ésta última más vinculada al acompañamiento de las personas usuarias. Uno de los principales desarrollos de la organización es Mapeo, una herramienta digital para documentar, monitorear y cartografiar muchos tipos de datos, utilizada mayormente en procesos de defensa territorial.

Se trata de una plataforma que permite que las personas que habitan, cuidan y defienden un territorio puedan monitorear y documentar tanto las amenazas como los efectos o particularidades que se identifican. Es una herramienta customizable, adaptable a cada territorio, que busca responder a las diferentes necesidades de las personas y las comunidades usuarias.

“Los mapas, al igual que la tecnología, nunca son neutrales”, reflexiona María. “Han sido usados históricamente para procesos de colonización, de despojo territorial, de extractivismo, pero también han sido -y pueden ser- utilizados por diversas comunidades y pueblos originarios de otras formas, ¿no? Y desde el propio conocimiento del territorio”.

 Si tuvieras que darle una personalidad a Mapeo, ¿cómo lo describirías?

Es un proyecto local y a la vez muy diverso porque los territorios donde se utiliza son diversos, pero en ellos se viven amenazas y situaciones parecidas. También diría que es sensible y con espíritu de cuidado. Hay mucha atención a los detalles, a responder a cosas específicas en contextos locales, y entonces ese proceso se vuelve de mucho cuidado y escucha, tanto a quienes lo usan como también a quienes lo desarrollan.

– ¿Cómo fue el proceso de desarrollo?

El proceso se inicia muchos años antes de ser Mapeo. Comenzó a partir de distintas colaboraciones del equipo de Digital Democracy con diversos procesos de defensa territorial en la región latinoamericana de la Amazonía, sobre todo frente a la presencia de petroleras y otros tipos de despojo. Los pueblos indígenas estaban requiriendo herramientas de mapeo para definir y documentar elles mismes los territorios, desde su propio habitarlo y ser parte de él.

Si bien en ese momento ya existía el GPS, las herramientas requerían mucha experiencia técnica y conocimiento. Y entonces surge la necesidad de una herramienta accesible en términos de conocimiento técnico, pero también pensando en contextos particulares donde, por ejemplo, no hay internet e incluso se hablan otras lenguas.

Así fue como, hace aproximadamente siete años, se desarrolla Mapeo. Una herramienta en la que las personas usuarias no requieren conexión a Internet, es peer to peer, es decir la información se actualiza a través del encuentro de las personas que están monitoreando el territorio, y también es muy intuitiva.

– ¿Cómo es el proceso de trabajo con las personas usuarias y qué desafíos encuentran en él?

Justo me incorporé en un año de cambios importantes del que puedo hablar. Mapeo empezó en un contexto muy local, en colaboración con organizaciones socias con las que se trabajaba hacía un tiempo, y con un acompañamiento muy cercano. Empezó también con poco presupuesto y con una base muy sencilla a nivel de programación.

En el último tiempo, esa base ya no estaba siendo suficiente para apoyar todas las solicitudes que hay ahora de parte de las personas que usan la herramienta. Los monitores y monitoras, las personas de las comunidades con las que trabajamos y quienes la están usando, tienen mucho que decir en cuanto a qué no les sirve o qué les serviría mejor.

Todo ello lo hemos documentado en conversaciones y en talleres, y también hay un canal de comunicación constante tanto de soporte técnico como de conversaciones más de fondo sobre lo que está pasando en los territorios. Y en ese sentido, en los últimos años fueron surgiendo necesidades muy claras como, por ejemplo, mayor seguridad o que lo que se pueda documentar no solo sean fotos sino también audio y vídeo.

Como la base en la que estaba construida Mapeo, ya no daba para todos esos pedidos, ahora estamos en un proceso de renovar el backend, para que, con una nueva base más sólida, se pueda avanzar.

En este último año ha habido todo un proceso de renovación que ha implicado mucha reflexión, muchas conversaciones y también mucha concentración del equipo técnico para el tema del desarrollo y del equipo de Soporte de Producto para pensar cómo va a ser el acompañamiento de todos esos cambios.

Si bien la herramienta puede seguir sumando más posibilidades y mejoras, hay características propias del producto que no deben perderse de vista, como por ejemplo que es muy accesible, tiene muy pocos botones, es muy intuitiva y funciona en celulares muy viejitos con poca capacidad.

Entonces, creo que el desafío está en cómo balancear las nuevas mejoras que se solicitan desde los territorios con el principio básico de accesibilidad, tanto técnica como de uso. Otro desafío es equilibrar el ritmo acelerado de la necesidad de documentar las amenazas o cambios en un territorio, con la capacidad de nuestro equipo, que es un equipo pequeño.  El camino de Mapeo depende del ritmo de las personas usuarias y de la posibilidad de estar en conversación permanente con ellas.

-¿Te acuerdas de alguna experiencia de uso de Mapeo que puedas compartir?

Hay un caso que creo que ilustra muy bien el hecho de que con la herramienta se mapean las amenazas, pero también la vida que hay en el territorio. Es el caso del pueblo Waorani de Ecuador que se impuso al gobierno de ese país frente a la entrada de petroleras en sus territorios con la excusa de que allí no había nada.

El pueblo Waorani utilizó la herramienta Mapeo para presentar sus propios mapas y demostraron todo lo que sí había y todo lo que se ponía en peligro con los permisos que el gobierno estaba otorgando a las petroleras y lograron suspender cualquier posibilidad para desarrollar proyectos de extracción en sus tierras.

Este tipo de usos de mapas propios para comunicar también hacia el afuera lo que hay en los territorios, fue muy relevante y también generó otros procesos en otras comunidades que han estado dándole su propio uso a Mapeo. Es una herramienta que también puede servir para documentar no solo lo tangible, sino también aquello relacionado con las lenguas originarias o con la memoria de las comunidades.

– El equipo trabaja mayormente de forma remota, ¿tienen encuentros presenciales?

En mayo tuvimos un encuentro en la Amazonía Ecuatoriana, queríamos mucho juntar a todas las personas con las que trabajamos en diferentes territorios, y generar un espacio para que también entre ellas se encontraran.

Y fue un encuentro, tal cual. Eso era lo principal: contar historias, escuchar las historias de otras personas, no solo de la tecnología, sino de lo que está pasando en sus territorios y de cómo las herramientas les están apoyando.

Fuimos cerca de 50 personas quienes participamos. ¡Fue increíble! Fueron defensoras y defensores de territorios de once países: había personas de la Amazonía de la parte de Brasil, de Perú, de Ecuador, pero también había personas de Nueva Zelanda.

Había personas de muchos lugares y hubo también todo un reto en cuanto al lenguaje. Fue muy rico. Lugares tan diferentes y con desafíos tan similares como de una forma de colonización y de extractivismo y despojo que opera parecido ¿no?

En el encuentro hubo quienes han estado usando más Mapeo, pero también quienes han estado usando Terrastories, otra herramienta que también tiene que ver con la defensa, pero de las historias sobre su tierra. Y en paralelo, también hubo un proceso de investigación de experiencia de usuario, donde el equipo técnico mantuvo conversaciones dinámicas con preguntas para analizar sobre si responde a las necesidades de las personas en contextos diferentes.

Entonces, hubo ese intercambio muy rico y además que el equipo de desarrollo haya estado ahí ¿no? Creo que es otro desafío y que estamos constantemente intentando resolver: la articulación de quienes acompañamos desde el proceso de lo comunitario, con quienes se encargan de desarrollar. Como esa cosa más holística del trabajo.

-¿Cómo se conecta la antropología con la tecnología?

Creo que se juntan desde lo político. En el repensar y desde cómo observar. Siento que también al no entender la tecnología desde lo más técnico, desde la antropología siempre recurrimos a metáforas para explicarlo y entonces puedes decir algo relacionado a la vida cotidiana que no tiene nada que ver con si tienes información técnica o no. Puedes aportar en repensar lo que parece dado como una tecnología.

Luego se cruza mucho la experiencia cotidiana de ser usuaria y veo que sí, que desde la pregunta y desde todos los otros conocimientos que tenemos, se puede incidir, pensar y replantear la tecnología desde otros lados.

También pensar en que decimos “la tecnología” como una forma general, pero que en realidad nos referimos casi siempre a las tecnologías digitales. Pero hay muchas otras tecnologías, y como todas hay muchas que se han usado para contar historias. Y las tecnologías digitales también sirven para contar historias y hay formas de hacerlo desde términos propios. Entonces pienso en cómo sumarle a ese proceso, aunque no sea desde el conocimiento técnico, pero sí desde aquello que nos importa.

La antropología me dio muchas preguntas que abrazo mucho, de cómo se pueden percibir las cosas de un territorio y desde otro lugar, desde otro cuerpo, desde otras lenguas, desde otra experiencia. Creo que todo lo que he hecho como el amor que le tengo a las historias y a la diversidad de tus formas de contarlas y a la diversidad de territorios desde las que se encuentran.

Digital Democracy apoya a las comunidades que trabajan para defender sus derechos humanos y ambientales, pero que carecen de las herramientas para hacerlo. Se trata de comunidades marginadas en todo el mundo, incluidos pueblos indígenas y minorías étnicas, cuyos derechos humanos se ven más gravemente afectados por el abuso ambiental. La organización acompaña con los procesos de las comunidades con distintas capacitaciones que le permita utilizar herramientas digitales básicas para recopilar, compartir y gestionar información sobre infracciones ambientales y de derechos humanos.
Puedes conocer más sobre su trabajo y las distintas herramientas que han desarrollado en el sitio www.digital-democracy.org.

@sursiendo

Fuente de la información e imagen:  https://sursiendo.org/2023

Fotografía: Sur siendo

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Manuel Area-Moreira: “La legislación prohibicionista de la tecnología móvil en las aulas es un error”

Por: Regina de Miguel

Prohibir el uso de la tecnología en el aula no protegerá a los menores de sus efectos dañinos; es necesario formar en su uso para que los estudiantes desarrollen una actitud crítica y responsable. Así lo cree Manuel Area-Moreira, que ha hablado de este y otros temas en esta entrevista.

El uso de las pantallas en las aulas ha ocasionado en los últimos tiempos una importante división entre aquellos que las defienden y los que que están en contra de ellas: mientras que los primeros destacan que se fomenta un aprendizaje personalizado, se desarrollan habilidades digitales o se garantiza el acceso a una mayor cantidad de recursos educativos, los segundos hablan de que los dispositivos tecnológicos afectan a la concentración o generan dependencia. Manuel Area-Moreira, catedrático de Tecnología Educativa de la Universidad de La Laguna (Tenerife) e investigador principal del Laboratorio de Educación y Nuevas Tecnologías (EDULLAB), defiende que lo que hay que hacer es formar a los estudiantes para que desarrollen un espíritu crítico, y sean capaces de interactuar con la tecnología, en especial con la inteligencia artificial, de un modo eficaz y seguro.

Pregunta: ¿Qué opina del acalorado debate que ha habido en redes y medios de comunicación en los últimos meses sobre el uso de tecnología en las aulas?

Respuesta: Hay demasiado ruido mediático y mucha confusión en este debate. Es comprensible el malestar y preocupación de las familias y de los docentes ante los efectos nocivos provocados por la sobreutilización de las pantallas por niños y adolescentes, pero considero que es un error la legislación prohibicionista de la tecnología móvil en las aulas. Lo preocupante (y criticable) es que este conjunto de regulaciones administrativas se plantea sin que ofrezcan simultáneamente medidas de actuación educativa ante los problemas enunciados. Subyace la creencia, ingenua a todas luces, que vetando o proscribiendo la presencia de las tecnologías móviles en los espacios escolares se protegerá, de forma casi mágica, a los menores de edad de los efectos dañinos de dichos dispositivos. Tampoco existe ninguna evidencia científica que impidiendo el uso de la tecnología en las aulas el alumnado mejorará su aprendizaje, o que evitará sus efectos negativos como son la tecnoadicción, el consumo de contenidos inapropiados o el ciberbullying. Estas prácticas nocivas de uso de la tecnología por adolescentes ocurren en el tiempo extraescolar, no en los centros educativos. En otras palabras, prohibir los móviles en las aulas no es la solución pedagógica más adecuada.

«Los docentes deben formar a los estudiantes como personas que tienen un equilibrio emocional para usar de manera consciente y autorregulada las redes sociales»

P: ¿Qué habilidades necesita desarrollar el profesorado ante la progresiva digitalización de las aulas? 

R: Todo docente, además de dominar el contenido o conocimiento que enseña, debe ser competente didácticamente, es decir, ser capaz de crear las condiciones para facilitar la adquisición del conocimiento por el alumnado. Tiene que ser, asimismo, competente digitalmente y poseer los saberes y las capacidades para utilizar la tecnología con fines pedagógicos. Esta competencia digital consiste en crear materiales didácticos en formato digital, planificar y desarrollar proyectos y actividades de aprendizaje a través de los recursos de Internet, tutorización y evaluar a su alumnado empleando las herramientas tecnológicas, autoformarse y colaborar online con otros colegas docentes, entre otras.

P: ¿Y los desafíos a los que se enfrenta?

R: El principal desafío docente es formar a su alumnado para que sean personas competentes, cultas y críticas que sepan desenvolverse exitosamente en la complejidad cultural y técnica de la sociedad digital. Esto es lo que se conoce como la formación o alfabetización para el desarrollo de la competencia digital del alumnado. Esta competencia no consiste solo en que los estudiantes aprendan a manejar aparatos tecnológicos y software, sino en desarrollar las habilidades intelectuales de alto nivel cognitivo (crear, analizar, comparar, seleccionar, reelaborar) que les permitan interactuar con la información y el conocimiento disponible en el ciberespacio. También debe formarse al alumnado para que sea un sujeto con actitudes, valores y compromiso con los demás. Paralelamente también implica formarles como personas con equilibrio emocional para el uso consciente y autorregulado de las redes sociales y tecnológicas.

Manuel Area-Moreira

P: ¿Qué limitaciones percibe en el uso de las tecnologías en estos momentos?

R: Más que limitaciones, diría que existen usos disfuncionales de la tecnología como son la excesiva dependencia y cantidad de tiempo conectados a la misma por parte de los menores de edad, el acceso a contenidos perniciosos o nocivos (violencia, pornografía, apuestas, acosos, etc.), difusión acelerada del narcisismo o exhibición pública de la vida privada, el consumo y aceptación acrítica de ideas y noticias falseadas… Todo esto son fenómenos preocupantes ante el sobreuso de las redes tecnológicas y necesitan respuestas educativas tanto desde las escuelas como desde los hogares.

P: ¿Cómo introduciría las TIC para garantizar un aprendizaje significativo y personalizado? 

R: Hace ya tiempo que sabemos que las TIC, por sí solas, no generan automáticamente aprendizaje en los estudiantes. Ocurre si detrás de la introducción de las TIC en el aula, el docente tiene un planteamiento pedagógico que estimule que el alumnado aprenda de forma activa, constructiva y experiencial. Esto supone articular planificaciones y metodologías didácticas donde se le pida al alumnado que sea un creador de objetos digitales de conocimiento (en formato texto, vídeo, audio…) que pueden compartirse y difundirse en Internet, favoreciendo el trabajo colaborativo y grupal tanto con sus compañeros de clase como con estudiantes de otros centros.  Las TIC deben ser utilizadas, didácticamente como recursos que facilitan y permiten al alumnado ser creadores del conocimiento y no meros consumidores del contenido que les proporcionen las pantallas.

«Las TIC garantizan un aprendizaje significativo y personalizado si el docente tiene un planteamiento pedagógico que estimule que el alumnado aprenda de forma activa, constructiva y experiencial»

P: ¿Qué hay que tener en cuenta a la hora de elegir plataformas y herramientas digitales?

R: En la selección de plataformas o herramientas digitales para ser empleadas educativamente debemos estar atentos a que las mismas cumplan una serie de requisitos básicos de respeto a la privacidad de los datos e informaciones personales. Necesitamos plataformas y herramientas digitales que no se apropien y exploten comercialmente los datos generados por los agentes educativos, sino que las mismas sean transparentes y estén al servicio de las necesidades del profesorado y alumnado.

P:¿Qué tecnologías tendrán un impacto mayor en la educación en los próximos años?

R: No soy profeta, pero es predecible que las tecnologías denominadas inteligentes son las que se extenderán e impactarán en los próximos años tanto en nuestra sociedad como en el ámbito educativo. Conceptos como las analíticas del aprendizaje, la tutorización automatizada, la personalización o individualización del aprendizaje, la automatización de los procesos instructivos… probablemente empezarán a estar generalizados en el campo educativo. Asimismo, creo que se producirá un aumento de las modalidades formativas híbridas que supongan una mezcla o combinación de situaciones de enseñanza presencial con espacios de aprendizaje virtuales.

P: En el caso de la inteligencia artificial. ¿Cómo puede esta tecnología mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje? ¿Cuáles son los retos más inmediatos que debe abordar?

R: Actualmente existen numerosas promesas, expectativas y herramientas sobre las aplicaciones de la Inteligencia artificial (IA) en la educación. De hecho, es muy fácil localizar actualmente en Internet cientos de apps que permiten a los docentes y al alumnado de forma automatizada y fácil crear imágenes, generar videos e infografías, traducir idiomas, elaborar resúmenes, redactar ensayos, planificar proyectos, etc.

«El peligro está en que los estudiantes plagien y asuman de modo acrítico lo que les digan las máquinas»

Mi punto de vista es que nos falta o carecemos de un planteamiento o modelo de actuación educativa para integrar didácticamente estas herramientas inteligentes en los procesos de enseñanza. No tiene sentido pedir a los estudiantes las mismas tareas intelectuales que se les solicitaba en los tiempos previos a la IA, ya que estas máquinas se las resuelven en poco tiempo y no suponen un esfuerzo cognitivo relevante en el aprendizaje.

El peligro está en que los estudiantes plagien y asuman de modo acrítico lo que les digan las máquinas. Por ello los nuevos retos formativos son que el alumnado aprenda a formular preguntas y sepa dar las instrucciones necesarias a la IA para que les ofrezca respuestas necesarias y apropiadas para resolver problemas específicos. Que el alumnado aprenda a desarrollar una actitud y de análisis crítico ante las respuestas que proporcione una IA y dialogue con la misma; que sepa que esta tecnología comete errores y por tanto debe verificarse la información que proporciona; y tome conciencia que es una herramienta de apoyo, pero que lo relevante son las personas quienes generan el conocimiento.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/entrevistas/manuel-area-moreira/

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“El filtro tiene que estar en la cabeza, no en el ordenador o en el móvil”

Texto: Itziar Abad

La sexóloga feminista María Rodríguez aboga por enseñar a la juventud conocimientos, habilidades de comunicación, de gestión emocional y valores compartidos, para que pueda contrastar y tomar decisiones propias sobre su sexualidad..

María Rodríguez es doctora en Género y Diversidad y una de las referentes en el ámbito de la sexología feminista en el Estado español. Teniendo en cuenta que, de adolescente, le educó la Súper Pop, la Vale y su amiga Isabel, se atisba la esperanza también para los y las adolescentes de hoy. Estas no se educan ya con la Súper Pop ni con la Vale ―respetos a la amiga Isabel―, sino con el Tik Tok y el porno mainstream, que son unas vías igualmente penosas.

En esta entrevista no encontraréis las ’10 claves para una buena educación sexual’ pero, si es lo que estáis buscando, consultad el proyecto sexológico Rizoma (@rizomasexologia), coordinado por María Rodríguez, que sí contiene guías, materiales, sugerencias, consejos, alternativas al porno comercial…

“Cuando los ‘peques’ se miran los genitales en el baño saltan muchas más alarmas que cuando se casan en el recreo”

¿Cómo defines la educación sexual?

Primero, como algo necesario porque somos seres sexuados, nacemos y morimos con sexualidad y tenemos intereses y comportamientos sexuales a lo largo de nuestra vida, que deben educarse. También suelo destacar mucho, sobre todo al hablar con profesionales y familias, que la educación sexual es un derecho que tiene la infancia y la adolescencia, lo cual implica obligaciones para las personas adultas que las acompañamos. Es importante plantearlo así; la educación sexual no es algo que se nos haya ocurrido a cuatro progres que andamos por ahí con ganas de hacer cosas.

También es algo inevitable; siempre hacemos educación sexual, sin darnos cuenta o aunque no queramos. Los silencios; el no responder a las preguntas; rasgarnos las vestiduras porque está educando el porno; esa conversación random con tu madre; cómo se actuó en casa el día que te bajó la regla o los productos culturales son formas de educación sexual. ¡A mí, por ejemplo, me educó la Súper Pop, la Vale y mi amiga Isabel, que sabía siempre mucha más letra que yo!

“Pensamos que la chavalada de hoy es muy poco crítica y, cuando le escuchamos, nos damos cuenta de que no es tan así”

La cuestión no es, entonces, si debe enseñarse o no educación sexual…

La cuestión es qué modelo queremos asumir para enseñarla. Al hilo de esto, finalmente definiría la educación sexual como una tarea comunitaria, no sirve pasarse la patata caliente: el profesorado dice que debería tener lugar en casa y las familias, que mejor en la escuela. Sería increíble que todos los agentes sociales implicados en el acompañamiento de la sexualidad de la infancia y de la adolescencia pudiéramos ponernos de acuerdo y tuviéramos unos objetivos y unos contenidos comunes.

Precisamente sobre contenidos, dentro de esa materia se trabajan algunos que no pertenecen, per se, a la educación sexual, como el respeto, la autoestima, la comunicación, los consensos, los límites o el cuidado sino, qué sé yo, a la vida…

Tenemos una idea de que la educación sexual va sólo de prácticas y de encuentros eróticos. No hay más que preguntar a un grupo de adolescentes, te dirán que sexualidad es follar. Sin embargo, abarca muchas esferas: cuerpos, identidades, expresiones, orientaciones, vivencias, vínculos, relaciones, afectos, emociones… Es cierto que también existe una educación sexual que, en lugar de al ámbito sexológico, pertenece al ámbito ‘follológico’ y que la chavalada ve en Internet. Para que puedan contrastar los contenidos que consumen les tenemos que transmitir conocimientos, pero también necesitan muchísimas habilidades comunicativas —igual que las personas adultas: cómo establecer límites y hacerlos respetar, cómo tener esa conversación incómoda de la forma más asertiva posible, etcétera— y habilidades de gestión emocional porque, por ejemplo, puedes llevar bien decir ‘no’, ¿pero cómo te comes que alguien te lo diga a ti?

¿Hay leyendas que desterrar, de partida, antes de entrar en harina?

Varias; una es que las criaturas van a correr más, van a hacer las cosas antes, si reciben educación sexual. Sin embargo, hay estudios en los países nórdicos, donde esta materia existe desde los años 50, que indican lo contrario: las prácticas sexuales se retrasan bastante porque la chavalada no tiene la presión de grupo y porque ha aprendido que el placer también tiene que ver con sentir seguridad, con poder tomar decisiones libres y responsables, que es uno de los objetivos de la educación sexual. Entonces, incluso si nuestra pretensión fuera retrasar la edad de los primeros encuentros sexuales, no hacer educación sexual tampoco sería una buena estrategia.

Otra leyenda tiene que ver con que se focaliza el miedo en el porno, cuando ‘peques’ y adolescentes consumen un montón de productos audiovisuales, incluso en familia, como La que se avecina, que reproducen los mismos roles y estereotipos que el porno pero que no escandalizan, tal vez porque ahí la gente lleva ropa. Hace poco me decía un chico que en su casa no le dejaban ver Sex education, pero veían juntos El juego del calamar.

“Con adolescentes, trabajamos la diferencia entre consentir y ceder y hablamos del deseo, que está muy vinculado al placer”

¿Cómo lleva la gente adulta la educación sexual?

Todo el rato imponemos significados adultos a la sexualidad de la infancia y de la adolescencia. Por ejemplo; las criaturas de diez a doce ó trece años repiten bastante la idea de que si prometes algo, tienes que cumplirlo. Como adulta, puedes pensar “de qué chorrada estamos hablando” y, sin embargo, es algo a lo que hay que dedicarle un rato porque, en los códigos de la infancia, la promesa tiene peso. Otro ejemplo; cuando los ‘peques’ se miran los genitales en el baño saltan muchas más alarmas que cuando se casan en el recreo.

¿Aún hay bodas?

¡Hay millones de bodas en los patios de las escuelas! Pero, en este caso, se entiende fácilmente que forma parte del juego, de la curiosidad, de la experimentación a través de la que se desarrolla la infancia. A nadie se le ocurriría llamar a servicios sociales para denunciar el matrimonio infantil entre dos criaturas. Al revés; decimos: “Mira qué majos que ya están con la boda, con cuatro flores que ha cogido por ahí…”.

La mirada adulta también resta mucha agencia a la adolescencia. No sé en qué momento nos convertimos en una señora que se cruza la chaqueta y dice que la juventud está fatal. ¡Lo he oído incluso de gente universitaria, que también es joven! No somos conscientes de qué sentíamos nosotras de adolescentes, de cómo vivíamos la sexualidad, de cómo transgredíamos. Pensamos que la chavalada de hoy es muy poco crítica y, cuando le escuchamos, nos damos cuenta de que no es tan así.

¿Cómo explicas el consentimiento a las criaturas, algo que tiene muchas más aristas que el ‘sólo sí es sí’?

Con criaturas no se puede complejizar mucho. El trabajo está dirigido a que aprendan a preguntar, a responder, a que sean lo más honestas y honestos posible con lo que les apetece. Porque sucede que, a veces, decimos ‘sí’ con la boca pero ‘no’ con la cabeza, por agradar, por no herir los sentimientos de la otra persona, porque es la popular de la clase u otras cosas relacionadas con el poder que las criaturas detectan claramente. También trabajo mucho el aprender a escuchar y a observar a través de la corporalidad; podemos notar el estado de ánimo o las actidudes de alguien aunque no hable. ‘Consentimiento’ es un palabro muy difícil para las criaturas, aunque yo lo nombro para que, si lo escuchan, sepan a qué hace referencia.

“Una cosa es que el porno construya imaginario social e influya en la forma en que nos relacionamos y otra, que sea causa directa de la violencia machista”

¿Y el consentimiento con adolescentes?

Algo que detecto mucho en las chicas es una cierta incapacidad para hablar sobre sexualidad de manera explícita. En general, en los institutos veo que falta comunicación, creen que no es necesario hablar, que hablar corta el rollo. Por eso trabajo mucho la comunicación corporal. A lo mejor yo no me atrevo a decirte que me toques el culo pero, si cojo tu mano y la pongo en mi culo, no me resulta tan violento. Sobre el consentimiento, se oyen cosas como que para follar hace falta un contrato, nada diferente a lo que dicen algunas personas adultas…

Con adolescentes, además, trabajamos la diferencia entre consentir y ceder y hablamos del deseo, que está muy vinculado al placer, que es un derecho: el derecho al placer. Como parte de la metodología, no como objetivo final, considero que, en ocasiones, puede ser muy interesante currar por un lado con ellos y, por otro, con ellas. Debido a las expectativas sociales que operan en contextos heteronormativos para cada grupo, salen cosas muy distintas. Así, ellos ponen en juego todo el rato la reproducción de la masculinidad hegemónica y ellas, dada la doble moral, quedan expuestas al riesgo social, a que les llamen putas, guarras y cerdas por hablar sobre sexualidad.

¿Qué aporta el feminismo a la educación sexual?

La evidencia de que existen unas jerarquías y, también, una mirada crítica sobre ellas. No podemos pasar por alto esas relaciones de poder, que están fabricando una sexualidad ‘normal’, una verdad sobre la sexualidad humana. De lo contrario, la sexología sirve para disciplinar los cuerpos. Todo el rato se nos presenta un único modelo sexual, muy genital, coitocéntrico, finalista y heteronormativo, con unos roles de género muy estereotipados. El feminismo amplía la concepción de la sexualidad, visibiliza la diversidad existente respecto al placer, al deseo, a la orientación, a la identidad y a las relaciones.

En esta conferencia destacas que el porno es una de las industrias más rentables del capitalismo actual, por detrás de las drogas, la prostitución, la banca y el armamento. ¿Alguien puede hablar con Pornhub y Xvídeos?

Si le echamos la culpa al porno de educar a la infancia y a la adolescencia, la respuesta que vamos a querer dar es limitar el acceso. Sin embargo, eso no funcionó en lugares donde ya se intentó. A nivel macro, el control de las plataformas del porno se escapa totalmente a los Estados, porque están deslocalizadas y son globales. (En general, en el mundo, las plataformas pertenecen a MindGeek, ahora Aylo, una empresa de datos ―es decir; no filma porno, lo distribuye―, con sede fiscal en Luxemburgo). A nivel micro, pensamos en filtros y en pin parental, que la chavalada burla fácilmente porque controla un montón la tecnología.

No obstante, quiero dejar claro que tratar de restringir ciertos contenidos durante la infancia me parece estupendo, porque lo óptimo es que las criaturas consuman contenidos adaptados a sus edades. Esto podría funcionar de cortafuegos y, así, tal vez consigamos que no accedan al porno de forma involuntaria.

¿Qué medidas propones?

El filtro tiene que estar en la cabeza, no en el ordenador o en el móvil. Como la urgencia nos lleva al control, nos olvidamos de lo importante: la educación. Si el porno está educando es porque nuestro sistema educativo está fallando. Entonces, habrá que asumir responsabilidades y no echar balones al porno que, para empezar, no está hecho para educar, sino para producir fantasías eróticas y para rentabilizarlas.

“Hacer educación sexual también tiene que ver con que las personas adultas no mandemos mensajes contradictorios y con que prediquemos con el ejemplo”

¿Hay más miedo que peligro?

Los discursos alarmistas sobre la pornografía beben de un modelo sexual basado en los miedos, los peligros, los riesgos, la culpa. En mi generación se hablaba de ITS [infecciones de transmisión sexual] y de embarazos no deseados. En la anterior, de los peligros de la masturbación y ahora, de violencia sexual y de pornografía. Ocurre algo raro con esto porque los riesgos, que son una pequeña parte de la sexualidad, se convierten en el centro y se obvian los placeres, la responsabilidad y los deseos, que son lo importante.

En las escuelas y en los institutos tenemos que enseñar muchos conocimientos, habilidades y valores compartidos, como el respeto, el consentimiento, la empatía, la diversidad y la igualdad, para que la juventud pueda contrastar y tomar decisiones propias. Los valores compartidos son muy importantes. En ese aspecto, yo comparo la educación sexual con la educación vial. A nadie se le ocurriría decir que cada cual haga en su casa la educación vial que quiera; todo el mundo es consciente de la importancia de conocer y de respetar unas señales de tráfico compartidas. Si me salto un stop, me puedo llevar por delante a alguien que circula por la misma carretera.

¿Qué más propones?

Meterle caña a diferenciar el ámbito de las fantasías del de la realidad. Una cosa es que el porno construya imaginario social e influya en la forma en que nos relacionamos y otra, que sea causa directa de la violencia machista. Tenemos que hacer mucho hincapié en que las violencias son multicausales. Pensar que si acabamos con el porno vamos a acabar con la violencia machista es simplificar el problema. Por otro lado, ¿dónde queda la capacidad de agencia de las personas si creemos que reproducimos automáticamente lo que vemos? En otro tipo de productos audiovisuales se diferencia claramente fantasía de realidad y así, por ejemplo, no hay temor a que la gente aficionada a las ‘pelis’ de asesinatos se convierta en asesina en serie. Pero la sexualidad sigue siendo un tabú, a pesar de vivir en la sociedad más sexualizada de la historia, hipersexualizada.

Sobre esto hacemos un ejercicio en el instituto, cuando las y los adolescentes comienzan a tener citas y hablamos ya directamente sobre sexualidad y sobre el porno: ¿qué pasa en nuestros encuentros eróticos que no sucede en la pornografía? Salen un montón de cosas: los besos, los abrazos, las caricias, el lubricante, la incomodidad y la vergüenza, las ganas de mear, las ganas de beber (la hidratación es muy importante), que se te vayan las ganas, la risa, el pelo en la boca, la comunidad LGTBIA+, los cuerpos diversos…

Hacer educación sexual también tiene que ver con que las personas adultas no mandemos mensajes contradictorios y con que prediquemos con el ejemplo. Los ‘profes’, por ejemplo, ya pueden repetir millones de veces que no existen cosas de chicos o de chicas que, si cada vez que alguien se hace una herida en el recreo, viene Mari Carmen a curarle y, cada vez que se estropea el proyector, viene Juan Ramón a arreglarlo… En su época no tuvieron educación sexual y, a veces, no saben responder algunas preguntas o les da vergüenza. Mostrarse vulnerable ante la falta de herramientas es una manera de abordar la educación sexual, en lugar de hacer como que no hemos oído la pregunta…

Hablando de profesorado, ¿cómo encaja la educación sexual, ante la precarización paulatina de sus condiciones laborales?

Lo vive con agobio porque está supermegasaturado de tareas, fruto de la irresponsabilidad de las instituciones educativas. Si el profesorado tiene que hacer educación sexual, deberá tener menos carga lectiva o deberá haber más volumen de profesorado o de profesionales acompañando a la infancia. No pueden ser ratios de 25 en Infantil, con 4 con necesidades especiales… Por otro lado, les falta formación, la educación sexual no se aborda en los grados de Pedagogía o en el máster de profesorado para Secundaria. Las instituciones tienen que cuidar al profesorado y dotarle de los recursos adecuados. De lo contrario, ya le pueden seguir echando la culpa al porno…

EN CORTO

Lo sugerente: Lo ambiguo
Lo deserotizante: La culpabilidad
Lo pendiente: La educación sexual
Un éxito: (colectivo) La generación Z, que nos mejora
Algo como para tirar la toalla: El individualismo
Una feminista: Virginie Despentes fue la que me enganchó en la juventud
Una época: La futura
Un lugar en el mundo: Asturias

“El filtro tiene que estar en la cabeza, no en el ordenador o en el móvil”

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«La salud mental es un asunto colectivo»

Aunque Rosa Montero ha publicado su más reciente libro, ‘La desconocida’ (Alfaguara), en el que se adentra con Olivier Truc en la novela negra, la mal llamada «locura» y su relación con la creación ha sido un tema que la ha obsesionado. De hecho, en ‘El peligro de estar cuerda’, encontró la forma de plasmar esa inquietud, visibilizar los trastornos mentales y la necesidad de tratamiento y atención a estas enfermedades.


El peligro de estar cuerda ya lleva más de un año publicado. ¿Qué ha pasado en este tiempo? ¿Qué más le ha sorprendido del éxito del libro?

Ha sido increíble. Llevo años publicando libros y creo que este es uno de los importantes para mí, porque le puse mucho tiempo y corazón. Nunca en toda mi vida había tenido una respuesta de los lectores tan increíble. Otro libro que tuvo muchísima respuesta fue La ridícula idea de no volver a verte. Y, de hecho, me siguen hablando de él. La gente me cuenta sus duelos. Pero en este ha sido como si le hubiese quitado un tapón a algo espumoso que ha salido incontenible. He llorado mucho con lectores y lectoras que vienen y me cuentan cosas tan emocionantes y trascendentes que han llegado hasta justificarme la vida en algunos sentidos.

¿En qué sentido?

Ha habido dos casos en concreto en los que me han dicho que el libro les ha salvado de suicidarse. Yo no sé cómo tomarlo, fueron dos mujeres. Una de ellas a través de una carta, y la otra, en persona.

En entrevistas anteriores usted compartió historias que le contaban quienes leyeron su libro, con el que se sintieron identificados. ¿Alguna nueva anécdota?

Estaba en Buenos Aires presentando y dando entrevistas sobre el libro. Estaba lista para una entrevista para televisión y el periodista se me acercó. En vez de presentarse y dar las gracias por el espacio, me dice: «Rosa, tu libro tiene toda la razón porque yo tengo un TOC con la balanza. Me peso 20 veces al día. Llego a casa y me peso con chaqueta, sin chaqueta, con zapatos, sin zapatos. Sé lo que pesa mi corbata». El libro produce eso: compartir manías. Y aunque no contó eso en la entrevista, me invitó a su programa de radio y ahí tuvo el valor de contarlo, de normalizarlo y sacarlo a la luz. Y eso creo que debemos hacer todos.

«No podemos seguir estigmatizando, alejando y hundiendo en la soledad patológica a las personas con trastornos mentales»

Usted bien dijo que la pandemia ayudó a que los trastornos salieran del clóset. Y, de hecho, la gente habla con más naturalidad del tema, pero, por otro lado, la realidad es que el acceso a tratamientos es muy precario. Hablo por Colombia. ¿Estamos teniendo una involución en el tema?

La pandemia lo que hizo fue empeorar la salud mental, hubo una crisis que saltó como una olla que está hirviendo y abrió un poquito la puerta. De hecho, todavía la gente comparte lo que le sucede, en muchos casos los famosos. Pero desde hace un año también vengo diciendo que tengo miedo de que esa puerta que hemos abierto se vuelva a cerrar. Las repercusiones de esto han sido pocas. En España, por ejemplo, el tema está en la agenda, pero seguimos teniendo menos psiquiatras. En una conversación pública reciente con una psicóloga clínica llegamos a la conclusión de que la salud mental en toda su gama (patológica y no patológica) y considerada como un bien prioritario de la sociedad debe ser un asunto colectivo y solo se puede solucionar colectivamente. Hay que acoger y aceptar la diferencia, reconocerla y visibilizarla. Lo que llaman normal es lo normativo, la horma, pero lo normal es la divergencia. No podemos seguir estigmatizando, alejando y hundiendo en la soledad patológica a las personas con trastornos mentales. Esa soledad es la que nos destruye, porque somos animales sociales y de ahí la sensación radical de enajenación total del entorno.

Habla de lo normativo, que es un término que se usa desde el feminismo para hablar de lo impuesto a las mujeres. En su caso, el patriarcalismo. ¿Qué o quién impuso lo que es ser normal y la mal llamada locura?

Desde el principio de los tiempos siempre se supo que lo que llamamos locura –no me gusta mucho esa clasificación– era una enfermedad más del cuerpo. En la época de los griegos clásicos, se pensaba, por ejemplo, que la depresión estaba producida por un exceso de bilis negra. Y voy a lanzar una teoría de lo que creo, y es que hace 200 años de repente se empezó a pensar que la locura era algo completamente abstracto, esotérico, etéreo, que no se sabía de dónde salía, era casi culpa del paciente. Y hace 200 años fue la industrialización. ¿Qué hizo la primera industrialización? Pues necesitar a la gente muy marcada en cuanto a unos horarios concretos, una mecanización repetitiva. Quitó esa libertad de diferencia que había en tiempos anteriores. Ahí lo dejo porque es algo que se me acaba de ocurrir…

Tiene mucha razón, en tanto usted menciona que los trastornos son inhabilitantes, que no permiten vivir, y sufrirlos sacan a la persona del modelo productivo…

Exacto, pero el modelo productivo moderno, porque antes estaban los artesanos y los gremios y esa era otra forma de producir. Entonces, si no puedes producir, estás fuera de la sociedad.

En el libro cita muchos autores, pero también a científicos que se han dedicado a la neurociencia, ¿el hecho de que se acerque a este tipo de literatura científica, que trata de entender las cosas desde la realidad, sabiendo, como usted dice, que es poco fiable, la ha aterrizado un poco a lo que podemos llamar como realidad?

La ciencia intenta aproximarse a la realidad de una manera sistemática, lo más rigurosamente posible, pero los propios científicos contemporáneos están en la comprensión de la irrealidad. Es el principio de incertidumbre de Heisenberg. No podemos ver la realidad, no la podemos medir. Qué más científico que eso y más claro que la realidad no es fiable. Yo siento que es un continuum.

Usted ha hablado de la soledad patológica de los que tienen trastornos. ¿Los familiares o cercanos que acompañan a estas personas también sienten esa soledad?

El dato de la OMS es muy conservador, que el 25% de la población mundial vivirá en carne propia un trastorno mental o lo vivirá de cerca con un familiar. Aquí vuelvo a repetir algo que ya dije y es que el problema de la salud mental en lo patológico y no patológico solo se puede resolver colectivamente. No es enterrándolo con la familia o con la madre, que suele ser ella la que acompaña porque los padres se abren. Relegarlos a ellos también no es pensar colectivamente. Al contrario, hay que sacarlos de esa soledad, darles trabajo, un entorno seguro habilitado a sus ritmos y no a los de la revolución industrial.

Usted habla del miedo al miedo, el miedo a que vuelva a suceder el trastorno, en su caso, los ataques de pánico que vivió por muchos años. Pero hay quienes hablan de tenerle miedo a no tener miedo, porque el miedo ayuda a reaccionar. ¿Hay que vivir con miedos?

El miedo es un arma. De hecho, hay un síndrome muy raro y que muy poca gente tiene y es el de no sentir nunca miedo. Normalmente esta gente que no tiene miedo se muere muy joven, porque no calcula, no sabe defenderse. El problema es cuando el miedo se enquista, y ya no es una herramienta. Estás con una ansiedad que no entiendes, que te sientes amenazada por algo y no logras saber por qué. Ese miedo se convierte en algo dañino porque genera una descarga hormonal de cortisol, que es una hormona tóxica, y eso te puede terminar matando. Lo del miedo al miedo puede ser una patología limitante. Luego de vivir una crisis, se puede tener una sensación de irrealidad y de que vuelva a pasar. Y te aplasta el miedo a tener miedo. Y es el miedo lo que hace imposible vivir, no la crisis.

«Una cosa a la que tiene que acostumbrarse todo el mundo es a manejar con soltura la maleta de oscuridad»

Cita a muchos inventores o autores muy exitosos, que lo fueron aun sufriendo algún tipo de trastorno. Y quizá la gente desconozca que Isaac Newton tenía delirios psicóticos, o que Marie Curie sufría de fuertes depresiones y pudo ser bipolar. ¿Qué hubiera pasado con sus vidas y descubrimientos e inventos en caso de que la humanidad sí hubiera sabido de sus trastornos?

Se les hubiera hecho la vida mucho más fácil, hubieran sido menos desgraciados. Y en los que nos deberíamos de concentrar no son los que consiguieron y salvaron una vida hábil pese al sufrimiento. Cuántos Newtons, cuántas Marie Curie sucumbieron de lo que no sabemos. Esa es la pregunta. Y creo que han sido muchísimos.

Un gran ejemplo del que habla es el de la neozelandesa Janet Frame, quien afirmó que, a pesar de todo lo que vivió, al fin de cuentas lo que tuvo fue un privilegio. ¿Ha sentido el privilegio de padecer un trastorno mental?

Es un absoluto privilegio tener este juego inmenso entre las manos, esta capacidad de viajar a los otros que es escribir una novela, es maravilloso.

¿Si no hubiese sido por eso, cree que todavía se hubiese fiado de la realidad?

No lo sé, yo no creo en la realidad como un continuum. Una cosa a la que tiene que acostumbrarse todo el mundo es a manejar con soltura la maleta de oscuridad. Todos tenemos una maleta, más grande, más pequeña. A mí me ayudó publicar por primera vez, y también fui haciendo un camino en el sentido de perder el miedo al miedo.

¿Estudió Periodismo para acercarse más a la realidad?

No, primero porque soy tremendamente empática, además es muy parecido ser novelista que periodista, porque son dos viajes al otro. Están en un ámbito humanístico parecido. Esencialmente pensé en dedicarme al periodismo por tres razones. Primero, porque escribía ficción desde muy pequeña, me gustaba mucho escribir, así que cuando pensé en buscar un trabajo pensé en el periodismo escrito porque se escribe. Por otro lado, porque soy una curiosa tremenda, y el periodismo me iba a permitir no especializarme, sino seguir aprendiendo toda la vida. Y el tercero, porque me encantaba la idea de viajar, y sabía que el periodismo me lo permitiría.

Otro de los miedos de los que ha hablado en su obra y en entrevistas es el miedo a la muerte y que por eso empezó también a escribir, para tratar de conjurar un poco ese miedo, ¿qué tanto le ayudó este libro?

Cada libro me va dando un poco más y este creo que me ha ayudado bastante. A veces me preguntan: «¿Por qué tratas tanto de la muerte en tus libros?». Y digo: «¿Es que se puede hablar de otra cosa?». Ese es el tema básico detrás de todo, pero la gente no se da cuenta. Y detrás de todo está el miedo a la muerte, el sin sentido del amor. Yo la verdad es que cada vez he ido surfeando mejor eso. No tiene ninguna gracia morirse, pero bueno, tengo evidentemente bastante menos miedo a la muerte ahora que estoy mucho más cerca que cuando era joven.

¿Ese miedo es por el mismo hecho de la finitud humana, de que no somos eternos?

Creo que hay que valorar la vida y por mí, si se puede firmar en algún lado la eternidad, yo la firmo. Por mí yo viviría toda la vida. Me encanta la vida.

¿Por eso los libros, que sí quedan para la posteridad?

Cuando tú te mueres, los libros se mueren. Es muy raro el escritor que pervive. Lo que pasa es que mientras escribes los libros tú eres eterna.

Usted cuenta que cuando ha entrevistado a autores los ha puesto en una dualidad: escoger entre ser lectores o escritores. Sigo la misma línea, apelando un poco a Virginia Woolf, que defendía una habitación propia en un contexto sin casi derechos para las mujeres. Como autora, ¿qué escoge?

Yo creo que hay que aspirarlo todo. Y que todas las mujeres tengan su habitación propia, empezando por mí.

Fuente de la información e imagen:  https://ethic.es

Fotografía: Ethic. Iván Giménez

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Entrevista a Jane Goodall: “Defender el medio ambiente con rabia es contraproducente”

Por: Noor Mahtani

La reputada primatóloga y etóloga británica reflexiona a sus 90 años sobre la fuerza de la empatía y hace un llamado a los tomadores de decisiones: “Espero que la COP 16 no sea solo hablar y hablar”

Tenía cuatro años cuando llegó de vacaciones con su madre a una granja. Era una gran finca donde vivían vacas, cerdos y caballos, todos juntos. Entonces, una pequeña Jane Goodall (Londres, 90), se obsesionó en averiguar cómo era posible que un huevo saliera de una gallina, así que se escondió en uno de los seis gallineros de la casa y esperó. Aguantó de cuclillas cuatro horas hasta que vio a la ave marrón levantar levemente las alas y dejar caer un huevo blanco sobre la paja. Ese fue, según la etóloga, el nacimiento de una pequeña científica. La paciencia y la curiosidad que acompañaron a esa menuda niña británica siguen dándole la mano a la primatóloga más reconocida del mundo a sus 90 años. Ahora, empecinada en “tocar los corazones” de quienes la escuchan, defiende el activismo ambiental con dos armas únicas: la empatía y una fuente desbordante de esperanza. “Hay aún margen de acción”, dice a EL PAÍS durante su visita a Medellín, Colombia. “Tenemos cuatro motores: el intelecto de los humanos, la resiliencia de la naturaleza, la gente joven y el espíritu indomable”.

Con menos de 30 años ya había sacudido los conceptos básicos de la ciencia, al demostrar lo parecidos que somos con los chimpancés, con los que hoy sabemos que nos une el 98,7% del ADN. Además de revolucionar la definición de ‘ser humano’ al descubrir que los primates también eran capaces de construir herramientas (y no sólo nosotros, como se creía), demostró que compartíamos emociones como la tristeza, la empatía y hasta sentido del humor. “Si los primates tuvieran un lenguaje, también nos asombraríamos con lo similar que sería al nuestro”, cuenta este jueves la mensajera de la paz para la ONU en el conversatorio ‘Razones para la esperanza’, organizado por la Caja de compensación de Antioquia (Comfama) y Elemental.

Sube al escenario con el famoso Señor H., un mono de peluche del que no se separa, y una copa de whisky. No deja que nadie la ayude con las escaleras, pero sonríe amablemente a quien lo intenta. Se sienta en silencio envuelta en un chal de colibríes que tiene hace años -no compra ropa hace dos décadas- y cuenta decenas de recuerdos con la misma pasión y ternura con la que las contó por primera vez. Dice que si cierra los ojos puede volver a vivir sus recuerdos. Regresa al coraje de su madre, con quien entró a las selvas tanzanas hace siete décadas porque no le permitían estar sola; a la primera vez que Barbagris se sentó a su lado y le mostró cómo le daba forma a un artilugio para comer termitas; o a cuando los profesores del doctorado que cursó sin ningún estudio previo le dijeron que lo había hecho todo mal. “Me decían que no podía hablar de emociones de los chimpancés, ni ponerles nombres, ni decir que tenían gestos altruistas o personalidad”, cuenta la ganadora del galardón Templeton. “Pero tuve un profesor antes que ellos que demostró que lo que decían era una absoluta tontería. Ese profesor era mi perro Rusty”.

Es difícil no hacerse la pregunta de cómo esta mujer que lleva años hablando de lo mismo -está de gira mundial 300 días al año- y usando las mismas anécdotas sea capaz de agotar las entradas de este Teatro Metropolitano de Medellín en 12 minutos. Unos segundos de charla son suficientes para entenderlo. Sus palabras son un bálsamo ante un discurso ambientalista a veces catastrofista y abrumador. “Defender el medio ambiente con rabia es contraproducente”. Y ahí es cuando Goodall vuelve a ponerlo todo patas arriba: “Hay que encontrar la historia que pueda tocarle el corazón al que no piensa como nosotros”.

Pregunta. Usted ha dicho que los animales van a terminar reclamando el territorio que les hemos robado. ¿Cómo cree que lo harán?

Respuesta. No pueden hacerlo sin nuestra ayuda. Estamos construyendo maquinaria que está destrozando la naturaleza. ¡Y eso que somos los que tenemos intelecto! Ellos no pueden hacer nada al respecto, solo tratarán de volver si colaboramos. Y vamos a estar fastidiados si no entendemos que destruir la biodiversidad y el cambio climático van de la mano y hacemos algo por evitarlo. Pero hay muchas comunidades en muchos países que saben la importancia de vivir en armonía y con la naturaleza y no son necesariamente parte del sistema educativo. Eso es lo que tiene que cambiar. La gente tiene que entender lo que estamos viviendo genuinamente y después empezarán a cambiar. Mientras a más personas les importe el futuro, más podemos garantizarlo.

P. Hay una gran parte del activismo ambiental que está profundamente enfadado. ¿Es el enfado efectivo?

R. No. Defender el medio ambiente con rabia es contraproducente. Conozco a activistas que van detrás de los empresarios o los políticos, les apuntan con el dedo y están enfadados y les dicen que tienen que cambiar porque son malos. Lo único que vas a conseguir así es que te ataquen de vuelta o que no te escuchen. Antes que atacarlos intelectualmente, es mejor intentar llegar al corazón. ¿Cómo se hace? Descubrir cómo es esa persona hasta encontrar la historia que pueda tocarle el corazón. Y tal vez en ese momento ni te enteras de que algo le cambiaste por dentro. Pero pasará.

P. ¿Está formándose una nueva generación política preocupada con la ecología?

R. Sí, absolutamente. Conocemos a muchas personas en puestos de poder que empezaron en nuestro programa de Roots and Shoots [el programa educativo de la activista presente en 70 países], en 1991. Pero tenemos un gran reto en hacer llegar este tipo de conocimiento donde hay dictaduras o Gobiernos que no quieren esta información. Es un gran desafío. Y no soy la persona que tiene que resolver esos problemas.

P. Hay estudios que hablan de la importancia de la amistad entre chimpancés machos para su reproducción. Nosotros, los humanos, ¿somos también más fuertes juntos?

R. Para mí, el chimpancé macho está inmiscuido en una fuerte competencia por la dominación y tiene tres estrategias para lograrlo. La primera es a través de la fuerza brutal. Esos machos llegan arriba pero no duran mucho ahí, porque consiguen que todos se vuelvan en su contra. Segundo, usando el intelecto. Un buen ejemplo es como cuando vi que un macho sólo se atrevería a atacar a uno superior en la jerarquía si está ahí su hermano para protegerlo. Y la tercera es la perseverancia. Vas y lo intentas una y otra y otra vez. Hasta que los demás se cansan y dicen: ¡ya no puedo más! Y te dejan ascender. Y eso puede ser algo interesante para los humanos que quieran llegar a la cima: hay que usar el intelecto, ser perseverante y no ser agresivo.

Jane Goodall
Goodall en una escena del documental ‘Jane Goodall regresa a Gombe’, que recoge imágenes de la primatóloga con los chimpancés en los años 60.National Geographic

P. ¿Qué podemos esperar de la COP16, que se celebrará en Colombia?

R. Espero que la COP 16 no sea solo hablar y hablar. Y que los políticos lleguen a la conclusión de que la afectación a la biodiversidad y el cambio climático tiene que parar. Esto tienen que entenderlo las personas en el poder. Y también que aún tenemos un espacio de tiempo para trabajar juntos. Primero, para que las personas tengamos una vida decente, para que los nietos y bisnietos tengan una oportunidad de vivir. Y segundo para darle espacio a la naturaleza a sobrevivir.

P. Después de su trayectoria, ¿qué le sigue sorprendiendo hoy en día?

R. Lo estúpidas que son algunas personas. (Risas).

P. Hasta que usted llegó a la ciencia, se decía que para ser un buen científico había que ser objetivo. ¿En qué medida influyó la frialdad de la ciencia en nuestra capacidad para empatizar?

R. Es que así era antes. Ahora ya hay cada vez más científicos que entienden que necesitamos estudiar la empatía y las emociones. Antes solo se estudiaban especies, no individuos. Y había que cambiar esa forma de hacer ciencia. Hasta que no lo entendimos no nos dimos cuenta de que los individuos son capaces de cambiar comunidades. Y pasa lo mismo con los humanos. Un ejemplo son las guerras; son individuos los que hacen que sucedan. Pasó con Hitler y Stalin y ahora con Netanyahu y Putin.

https://elpais.com/america-futura/2024-08-23/jane-goodall-defender-el-medio-ambiente-con-rabia-es-contraproductivo.html

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DOS VISIONES FILOSÓFICAS SOBRE EL PROBLEMA DE LA IA EN LA POLÍTICA

La capacidad para generar vídeos y audios falsos o deepfakes con el uso de la Inteligencia Artificial ya no es una hipótesis futurista. Esto ha aterrizado a Colombia y a América Latina como un factor nuevo en las democracias.

En Colombia, los problemas para verificar la veracidad de un video del 11 de mayo en el que aparecía Iván Márquez, comandante de la Segunda Marquetalia, apoyando las reformas del presidente Petro; o la canción “Fuera Petro”, falsamente atribuida a Karol G y que habría sido creada con IA, muestran que los desafíos de la verificación y la desinformación crecerán con el ingreso de esas tecnologías.

A finales de junio, la Universidad Javeriana organizó el simposio internacional Los límites de lo humano: tecnología y ecología integraldonde se juntaron filósofos y académicos de las ciencias sociales para pensar en los retos que supone la relación de los humanos y las máquinas. Actualmente, la pregunta sobre qué es lo que produce un ser humano y lo que puede ser simulado artificialmente ha ganado una nueva urgencia política.

Dos de los panelistas del simposio hablaron para La Silla Académica sobre estas preguntas. Pablo Manolo Rodríguez, profesor de la Universidad de Buenos Aires y autor de Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas (2019). Y Gustavo Chirolla, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Javeriana y uno de los editores de Umbrales críticos. Aportes a la pregunta por los límites de lo humano (2023).

La Silla Académica: Pablo, su libro Las palabras en las cosas. (2019) hace uso de los conceptos de Michel Foucault para hacer una arqueología del saber cibernético desde la segunda mitad del siglo XX. ¿Por qué es relevante pensar el problema de la emergencia de la cibernética desde la filosofía?

Pablo Manolo Rodríguez: Identifico la cibernética como el puntapié inicial de una transformación general de las ciencias y las técnicas en el siglo XX. No habría computadoras sin cibernética, no habría inteligencia artificial sin cibernética, no habría biología molecular sin cibernética. Es decir, muchas de las cosas que constituyen hoy en día la gran mayoría del panorama de la ciencia y las técnicas contemporáneas tienen que ver con la cibernética.

El de cibernética es un término que tiene que ver con la centralidad de la información como una especie de nueva entidad distinta a la materia y la energía y que tiene una vocación muy tecnológica. Es decir, que busca decididamente crear aplicaciones técnicas de sus principios.

Por ejemplo, en la década de 1940 se empiezan a estudiar los mecanismos neuronales y lo primero que piensan es si se podía hacer una red de neuronas artificiales. Cuando hoy hablamos de inteligencia artificial hablamos de una aplicación de unas discusiones que se estaban teniendo desde los 40 y que, por vía de la computación, hoy regresan pero con aplicaciones prácticas muy concretas.

La filosofía de Foucault sirve a esta comprensión de la emergencia del saber cibernético porque construyó un marco teórico que tenía tres términos: saber, poder y subjetivación. Saber corresponder a los discursos del conocimiento, sobre todo a los científicos. Poder tiene que ver con las relaciones entre el poder y la política. Y subjetivación es una idea muy original de Foucault que es pensar que la relación entre saber y poder no sólo se resuelve en el marco institucional, sino también en el modo en el que nos construimos como sujetos.

En el libro lo que yo hago es inscribir la cibernética en estos conceptos foucaultianos para mostrar cómo la episteme cibernética se manifiesta en relaciones de poder. Es decir, en cambios en las condiciones de vigilancia y la manera en la que las tecnologías de la información inciden en cómo nos constituimos como sujetos. Hoy con las redes sociales tenemos una forma muy patente de dar cuenta de cómo esa relación entre saber y poder termina siendo decidida en el marco de los procesos de subjetivación. Cuando pensamos en cómo funcionan los procesos de perfilización en cualquier plataforma, claramente estos están orientando conductas. Foucault no estudió la cibernética ni el problema de la información, yo lo que hice fue aplicar sus conceptos a ese mundo.

¿Cuáles son el tipo de subjetividades que están apareciendo en las sociedades modernas producto de la cibernética, como las redes sociales o la inteligencia artificial? 

MR: Un primer tipo de subjetividad son las máquinas mismas. Una de las cosas que significó la cibernética es el proyecto de hacer máquinas con condiciones subjetivas. Aquí hay que remitirse al experimento de la máquina de Alan Turing. Lo que él propuso es que no es seguro que una máquina no piense y que, en todo caso, tendríamos que demostrar qué es pensar. A partir de eso, muchos autores cibernéticos empezaron a decir que si una computadora puede pensar, también podría percibir y que, si hace ambas, podría eventualmente sentir.

Es decir, la cibernética como proyecto propuso la idea de generar máquinas que, a diferencia de las máquinas de la revolución industrial y de cualquier otra máquina en la historia de la humanidad, intenten reproducir las condiciones subjetivas de un ser humano. Si esto lo logró o no es algo que podríamos discutir.

El segundo punto son las transformaciones de la subjetividad que no necesariamente tienen que ver con la máquina y que se podrían llamar antropológicas, en el sentido de las maneras de construir una forma de ser humano. Un ejemplo de esto es cómo ha evolucionado la distinción entre privacidad e intimidad y su relación con la publicidad. En las concepciones de sujeto liberales, como las concepciones más de izquierda e incluso marxistas, está la idea de que los sujetos en la vida social tienen una esfera íntima, una esfera privada y una esfera pública. Tengo una imagen pública, una vida en mi hogar y una esfera íntima de mi historia personal. Con las redes sociales esto ya no es tan claro.

Hoy la privacidad y la intimidad no son un bien preciado. Si se desplazan los dos primeros términos, la publicidad también se va a desplazar. Entonces, hoy en día la publicidad consiste en la exhibición de las zonas privadas e incluso íntimas de los sujetos. Es decir, dejan de ser íntimas.

El tercer punto tiene que ver con la inteligencia artificial y es dónde se unen los dos primeros ejes.

La inteligencia artificial es la proyección de lo que proponía Turing. Es decir, es inteligente si entendemos la inteligencia como procesos lógicos –que es una forma muy pobre de ver la inteligencia-. Hoy podemos decir sin problema que las infraestructuras de información y los sistemas algorítmicos hacen eso y mucho más; lo que hacen es construir patrones de conducta o de consumo.

La capacidad de reproducir condiciones subjetivas por parte de máquinas pone de presente el problema de la distinción entre lo humano y la máquina. Gustavo, usted se pregunta por esa distinción en el libro Umbrales críticos. Aportes a la pregunta por los límites de lo humano (2023). ¿Cómo empezar a abordar esa pregunta filosóficamente?

GC: Una idea de partida es no arrancar con las dicotomías entre sujeto y objeto, entre naturaleza y cultura, entre mente y cuerpo, etc. Cuando hablamos del límite de lo humano nos referimos al umbral como un lugar de tránsito. De tránsito poroso en concreto donde caben muchos procesos  de simbiosis y coexistencia. No son dos cosas distintas que de pronto se juntan, sino que como se afectan mutualmente producen algo nuevo.

Si esto tiene sentido, no es que esté por un lado el hombre y por el otro la máquina. Es pensar que no hay límites absolutos definidos entre los sujetos que se relacionan, porque esas entidades se afectan mutuamente y se constituyen en la misma afectación. Esto es, los términos no son anteriores a la relación, sino que la relación constituye a los términos. Tampoco quiere decir que los límites terminen borrándose completamente. Son porosos, pero no hay que confundir todo con todo. Hay diferencias, pero estas no son inmutables sino transitorias.

En el dominio humano, la técnica o el uso de herramientas es algo que transmitimos culturalmente y no genéticamente y que, en la medida que fuimos desarrollándolas, nos hicieron cambiar. A esto se le ha llamado antropogénesis. Nuestro cerebro evolucionó por las presiones del medio ambiente, pero también por las técnicas que inventábamos, pero el ser humano no es la única especie que tiene técnica y aprendizaje. Los animales también aprenden cosas, no todo es innato; incluso por esto se habla desde los 70 de que algunos animales tienen cultura.

Gustavo, ¿ve problemas a que se le asignen a las máquinas propiedades que normalmente eran exclusivas de los humanos, como la inteligencia o la creación?

GC: Yo prefiero pensar con los animales que con las máquinas. Antes de que apareciera la inteligencia artificial, ya le podíamos atribuir creación a otros seres de la naturaleza. Los macacos, por ejemplo, comen un alimento que viene con concha; quitar la concha era demorado y representaba un gran gasto de energía. Unos investigadores observaron que un día, por casualidad, uno de los macacos puso la concha en el agua para pelarla y resultó mucho más fácil. Este mico fue y le enseñó a los demás a hacerlo así. Entonces, aquí hubo creación porque hubo innovación de una técnica.

Yo estoy respondiendo esto hacia atrás, no hacia adelante. Si a la palabra innovación le quitas la intencionalidad –como creo que debe hacerse–, entonces puedes atribuirse a la naturaleza. Y si se puede hacer así, ¿por qué no a la inteligencia artificial? Ahora, si decides que la innovación tiene que ser intencional, solo se la puedes atribuir a los seres humanos, porque la inteligencia artificial no sabe qué hace. Es decir, no es consciente. Pero, hemos visto que no necesita ser consciente para ser inteligente. Es un tipo de tecnología que despliega una inteligencia sin conciencia.

¿De qué manera las nuevas subjetividades configuradas por los sistemas algorítmicos suponen un problema político en nuestro tiempo?

MR: Es 2024 y estas discusiones que pueden ser solamente científicas, tecnológicas o de subjetivación tienen un componente político y social mucho más importante. La escala en la que tenemos que ver el problema no es de la historia de la cibernética pura o de la inteligencia artificial, sino de entender cómo funcionan los mecanismos que emplea la inteligencia artificial en la vida social. Esto porque estamos todo el día en redes sociales y, aun si no estamos, tenemos dispositivos digitales que registran y transforman en datos todas nuestras actividades a nivel social y de investigación científica.

Hoy en día estamos cruzados por la inteligencia artificial y esta no es una máquina que esté afuera o que imite el comportamiento humano. Ese es el imaginario inicial de lo que era. Lo que es la inteligencia artificial supone es Spotify diciendo qué es lo que me gusta, lo que tengo consumir o lo que puedo consumir. Lo mismo con Netflix: me ofrece las series que “yo quiero ver”.

Pero hay ejemplos más políticos que nos vinculan con la inteligencia artificial, como confiar en sus patrones algorítmicos, como ya se ha hecho, para ver a quién se le otorga un crédito o quién tiene una opinión política peligrosa para la nación. Esto ya pasó en Estados Unidos. Tenían un sistema en la Agencia Nacional de Seguridad que asignaba niveles de nacionalidad según su presencia en redes. No es que una persona es colombiana porque nació en Colombia –que es hasta ahora como se ha resuelto el tema de la nacionalidad–, sino que se relacionaba en función de los perfiles de las redes y se asignaba un nivel de peligrosidad.

Es decir, cómo te identificamos como individuo pasa por todo un conjunto de tecnologías que son tecnologías digitales tramadas por inteligencia artificial.

Acá no hay simulación de ningún comportamiento humano individual, lo que hace la inteligencia artificial es procesar la vida social. Esto es más complicado que si una máquina piensa o no. Supone la posibilidad de orientar un proceso de opinión política, que ya ocurrió con el escándalo de Cambridge Analytica, es decir, cómo operan los algoritmos de las redes para instalar opiniones políticas, construir candidatos y armar corrientes de opinión.

¿Qué pasa si la gestión de la acción social de un Estado pasa a estar derivada de la inteligencia artificial? Ya ha habido accidentes sobre esto. De hecho, es una de las tesis que trabajamos en Tecnoceno Lab. Hace cinco años en Holanda, por ejemplo, esto pasó: le confiaron a un sistema de inteligencia artificial que determinara la ayuda social a los inmigrantes y el sistema llegó a la conclusión de que 10 mil o 15 mil personas habían defraudado al Estado de los Países Bajos y que por eso no merecían ayuda social. Aquí hay errores de sesgos en los sistemas algorítmicos, que es cuando metes un dato “neutral”, pero este dato no es neutral, sino que está atravesado por todos los prejuicios sexistas, racistas y de todo tipo que la sociedad tiene.

La solución a este problema no es de me voy al bosque y se acabó. Eso no tiene sentido. Es como si en 1880 alguien hubiera dicho: echemos para atrás la Revolución Industrial. Lo que es interesante de la infraestructura digital, a diferencia de otras infraestructuras modernas como las autopistas o los ferrocarriles, es que es más flexible y fácil de hacer transformaciones porque la estructura reticular de la red todavía existe, así esté monopolizada por Google y otras compañías. Pero es clave pensar esto porque si no van a seguir haciendo lo que están haciendo.

GC: El problema de todo esto es que la inteligencia artificial no sea un bien común. Esto es un problema social serio. La minería de datos que hacen estas organizaciones que lideran esos desarrollos tecnológicos está explotando nuestras mentes. Datifica todo y con esa información gana dinero.

Si la inteligencia artificial fuera una inteligencia colectiva y no tuviera dueños, para mí sería realmente una invención social de la inteligencia. La IA debería ser como nuestro lenguaje: colectiva y un bien común. ¿O tú le pagas a alguien para usar tus palabras? Por supuesto, esto no es posible bajo el capitalismo actual, y ese es el problema político de esas técnicas.

¿Qué se puede hacer para intervenir estos algoritmos y eliminar los sesgos o darles una capacidad de mayor discernimiento o control?

MR: Un primer plano es la regulación, es decir, un sistema algorítmico donde hay que buscar condiciones de fiabilidad, esto es, ponerlo a correr con un dataset que determine cosas y que haga un monitoreo. Este monitoreo puede ser con o sin supervisión humana.

Las estructuras algorítmicas hoy en día son tan complejas –o sea, las machine learning son tontas en comparación con lo que se puede hacer– que se puede hacer que las mismas máquinas se supervisen. Un ejemplo de esto es la moderación de contenidos en redes. Este fue un tema de hace cuatro años en el que se discutió si, por ejemplo, Twitter puede dejar que se publique lo que sea o es responsable de lo que se publica. Aunque argumentaron solo ser mediadores y no responsables, la presión hizo que pusieran moderadores de contenido. Al principio esto lo hicieron humanos, pero en este momento están medio automatizados.

Automatizar este tipo de procesos se hace incorporando criterios humanos, en este sentido es un proceso abierto y siempre se puede incorporar más. El asunto es quién está velando por el tema de los sesgos y quién se pone a pensar en si está mal diseñado el algoritmo. Este es un problema técnico que en la formulación política tradicional se ha enfrentado con la regulación. Esto es lo que está haciendo en este momento la Unión Europea y la razón por la que es la mala de la película para las corporaciones de IA: está metiendo política de privacidad, política de supervisión humana de los algoritmos, política de establecimiento de riesgo y de accidentes posibles, etc. Es decir, cuestiones para vigilar la aplicación de la IA en cada paso.

La segunda forma no viene del Estado, sino de la sociedad civil. Es la resistencia. Esto se conoce como la política de ofuscación de datos. Es que frente a la posibilidad de que una cámara te identifique con ciertos patrones o rasgos, los ocultes para que no te pueda rastrear. También está el hackeo de algoritmos.

El tercer plano, que combina un poco de los anteriores, tiene que ver con generar formas alternativas. Esto se basa en la idea de que el problema no son los datos que nosotros dejamos en las redes, sino su extracción contra de nuestra voluntad y conocimiento, y el uso que le dan las corporaciones, es decir, la política privativa. Hay algoritmos –como los de Facebook, Meta, PageRank de Google– que son abiertos, pero los que están poniendo a funcionar ahora no lo son. Aquí hay una cantidad de preguntas: qué son los datos respecto a nosotros, somos dueños de esos datos o es dueño el que los recoge, dónde están estos datos.

Hay un estudio que muestra que leer los términos y condiciones de las aplicaciones tradicionales que uno usa, que son como cinco o seis, tomo 90 mil horas. Entonces, cuando las firmamos sin leer, estamos vendiendo todo sin decir nada y sin saber mucho. Y eso es, querámoslo o no, es parte hoy nuestro ambiente.

Frente al último plano de acción de las políticas alternativas, hay gente que está hablando de cooperativismo de plataforma, es decir, de hacer plataformas de código abierto y software libre que no apunten al entrenamiento algorítmico de perfilización. Este sistema, como está dirigido por corporaciones capitalistas que quieren ganar dinero a través de los datos, lo que se llama capitalismo de plataforma, solo ve la perfilización como la única arquitectura algorítmica posible y con una preocupación muy escasa por los sesgos.

En Colombia ya empezamos a ver cómo la inteligencia artificial está empezando a crear fake news

La verificación de estos contenidos, como sucedió con un chequeo de La Silla Vacía, fue imposible con total certeza porque aún no tenemos herramientas completamente fiables para determinar si un video había sido hecho o no con IA. Esto abre todo un problema sobre con qué criterios determinar si imágenes, audios y videos son verdaderos o falsos. ¿Qué opinión le merece esa dificultad agreagada a la verificación de la información?

MR: Puede que ustedes como medio definieran el video como verdadero o falso, pero la cuestión es si para mucha gente no era falso y ya. Hasta ahora la idea de que uno podía construir un discurso falso o verdadero estaba relativamente constreñida a los medios masivos de comunicación que construían la realidad. La época de la posverdad y la fake news es un paso más allá de esto. No es que antes no hubiera deformación de la realidad, pero es muy distinto al imperio de la falsedad en el que pasamos a decir que la gente dijo cosas que nunca dijo.

Esto es un problema más político y social que tecnológico. Desde el punto de vista tecnológico, determinar que algo sea falso o verdadero es lo mismo que antes. Ahora el problema está en qué pasa si a la gente no le interesa el valor de la verdad, sino afianzar su propia creencia. Es la famosa cuestión de los filtros burbuja y de las cámaras de eco. En este sentido, el problema de las fake news es doble. El primer problema es la posibilidad de generar falsedades a gran escala en las que es difícil de discernir entre lo verdadero y lo falso y que vuelve virtualmente imposible hacer un chequeo como el que ustedes mencionan. El segundo problema, que me parece más grave, es si la gente está dispuesta a creer. El problema ahí no es técnico.

Ya no nos importa la verdad, no nos importa ninguna generación de la verdad basada en la evidencia, por lo que puedo inventar la evidencia. El desenmascaramiento deja de ser una acción suficiente porque no estás desenmascarando frente a nadie más que ante quienes seguimos creyendo en la idea de un valor de la verdad.

Lo vemos cuando en el avance de la derecha global. Yo soy de Argentina, lo vivo todos los días. Uno puede decir cualquier cosa y nada tienen consecuencias, creo que porque hay una especie de vacío sobre la noción de bien común, de que no todos los valores que pensábamos que valía la pena sostener en la Modernidad siguen existiendo. Esto, por una razón que desconozco, lo está explotando más eficientemente que otros grupos políticos, aunque la inteligencia artificial está en un momento de umbral en el que no sabemos qué cambios va a traer, pero serán enormes y sus consecuencias no pueden ser tan fácilmente instrumentalizadas por un grupo político específico.

Hay algo de esta época que me recuerda a los años 30 y 40. Hitler ascendió al poder porque tenía un Goebbels, es decir, un ministro de propaganda y los medios para distribuirla. Se ha establecido una asociación entre los medios y quién los explota primero, quién entiende primero su lógica para llevar la delantera en la iniciativa política. Estamos en el mismo momento con las redes sociales y la derecha está ganando terreno y con discursos muy parecidos. Uno puede agarrar la analítica del discurso de Milei y de Hitler y tienen muchas coincidencias.

¿Por qué en este contexto de sofisticación de la desinformación cobra relevancia la pregunta filosófica por los límites de lo humano?

GC. De entrada está el caso de Cambridge Analytica que ya se mencionó en el que con los principios básicos de lo que ahora llamamos inteligencia artificial se intervino en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, al dirigir mensajes a los votantes según sus preferencias electorales. Es decir, la inteligencia artificial ya ha funcionado al interior de las democracias y ha inclinado la balanza, porque muchas decisiones que nosotros tomamos dependen de la información que tenemos.

Entonces, la libertad es clave para tomar las decisiones razonadas desde la democracia, pero mi decisión puede ser motivada por una serie de inclinaciones. La decisión misma no es racional, sino que puede tener que ver con los hábitos mentales. Esto afecta la democracia desde hace años: no somos seres racionales y autónomos tomando decisiones, pero esto no significa que solamente seamos irracionales y así tengamos que tomar nuestras decisiones políticas.

Las máquinas seguirán produciendo simulaciones inteligentes de producciones humanas y otras innovaciones con diferentes objetivos políticos o comerciales. Defendiendo una supuesta excepcionalidad humana no vamos a solucionar los usos que se hagan de esas técnicas. Tampoco negando que la IA pueda ser o no inteligente o creadora. Sí es inteligente y puede crear innovaciones. Pero ese no es el problema: el problema es cómo hacemos para que esas innovaciones no sirvan para ahondar la explotación cognitiva que ya hacen en todas partes.

 

Fuente de la información e imagen:  https://www.lasillavacia.com

Fotografía: La silla vacía. Pablo Manolo Rodríguez, profesor de la Universidad de Buenos Aires, y Gustavo Chirolla, profesor de la Universidad Javeriana.

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