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Mar Romera: «En temas de educación no hay que mirar tanto a Finlandia»

Por: Amaya Garcías/06-02-2019

«La escuela debe preparar a los niños para el cambio», explica la profesora

«Normalmente los padres pensamos en sobreprotegerles y en estimularles»

«La calidad de una escuela la hacen las personas no los recursos», defiende

Acaba de publicar ‘La escuela que quiero (Destino), una guía cargada de sentido común

La elección del colegio de los hijos se ha convertido casi en cuestión de estado en muchas casas. Hay incluso quien empieza la búsqueda del ‘centro perfecto’ cuando el retoño aún no ha empezado a gatear. «Todo lo que hacen los padres es con la mejor de las intenciones», explica Mar Romera (Heidenheim, Alemania, 1967) , maestra y pedagoga que acaba de publicar el libro ‘La escuela que quiero’ (Destino), un manual cargado de sentido común sobre este tema. «Normalmente pensamos en sobreproteger y en sobreestimular y quizá deberíamos centrarnos en las potencialidades de ese niño y en la capacidad para que gane autonomía».

A juicio de Romera, «no hay que mirar tanto a Finlandia» -siempre referente en los informes PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos)- en temas educativos. «Hay cosas que podemos aprender de ellos, por ejemplo, en lo que respecta a la formación del profesorado, pero en el método no están tan avanzados. Además, tienen menos horas de clase que nosotros, menos días lectivos y menos asignaturas, algo que quizá debería hacernos reflexionar. Pero aquí sólo oímos hablar de resultados«. Y estos «siempre son relativos». A veces olvidamos que cada niño es un mundo y que la generalización suele salir cara. «En educación no hay una comparativa objetiva en datos».

Los problemas de la educación en nuestro país los centra Romera en dos puntos principalmente: «la burocratización y la politización»: «No se hace escuela de calidad cambiando de modelo cada cuatro años», explica. Defiende que «la calidad de una escuela no la hacen los recursos sino las personas». Y pone en valor la figura del profesor, no siempre valorado como se espera: «Si la familia no confía en el docente, los alumnos tampoco».

La pedagogía del siglo XXI tiene que buscar nuevos enfoques. Se habla mucho de innovación en las aulas, pero conviene acotar un término tan amplio. «La escuela innovadora será aquella capaz de mirar con ojos de niño. No son consumidores de escuela; son protagonistas de lo que pasa en ella». En este sentido, la escuela que pretenda ser innovadora tendrá «que empoderar a los alumnos y también a los profesores».

En ese discurso por hacer una escuela acorde a los tiempos, aboga por centrarse más en el «ser» y no tanto en el «saber». «Hay que ajustar el sistema a los niños; y convendría dejar de meter cosas en él: que si robótica, ajedrez… No tendremos éxito si seguimos cargando el sistema». El ‘cuanto más mejor’ quizá deba dar paso al ‘menos es más’. Muchas veces los niños van «como autómatas: Estamos construyendo TDtodo», concluye. La paciencia y el saber escuchar son herramientas más útiles para construir esa escuela ‘ideal’.

Y aquí la palabra cambio es clave, tal y como explica en el libro. «La escuela debe preparar a los niños para el cambio, debe enseñarles a tomar decisiones, a conquistar esa autonomía mientras deciden». Y dentro de esto hay que enseñar a gestionar el miedo, pero también el amor.

Volviendo de nuevo a los rankigs y las comparativas que tanto gustan, Romera asegura que «probablemente ningún chaval del Norte de Europa aprobaría nuestra Selectividad. Tampoco de EEUU». Insiste en la idea de que un niño es comparable sólo consigo mismo. «Igual que un colegio. No puedo comparar un centro del Pozo del Tío Raimundo y uno de La Moraleja».

El tirón de orejas final lo reserva para la «falta de corresponsabilidad de toda la comunidad para con la infancia». Vivimos una época en la que «una ‘influencer’ tiene más influencia que 50 horas de una asignatura». Frente a esto sólo ve una solución: «Remar en una dirección y ganar conciencia

Fuente: https://www.elmundo.es/vida-sana/familia-y-co/2019/01/24/5c45ade0fc6c83560a8b469e.html

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Rafael Garesse: «Nuestra responsabilidad es cuidar nuestra docencia y la investigación universitaria»

Por: Noelia García.

Rafael Garesse Alarcón, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Facultad de Medicina de la UAM, fue elegido rector de la Universidad Autónoma de Madrid –fundada en 1968– en mayo de 2017. Tras casi año y medio, el rector apuesta por un sistema de ayudas económicas que permitiera acceder a la educación superior a todos los jóvenes. Esta universidad celebra su 50 aniversario «afrontando un importante cambio de época y lo hacemos con entusiasmo, con ambición y con un alto sentido de responsabilidad», indica Garesse.

¿Cuáles son los principales retos futuros de la universidad española?

Nuestro sistema educativo se encuentra en un fuerte proceso de modernización impulsado por las nuevas demandas de la sociedad. La internacionalización de los sistemas de enseñanza superior obliga a las universidades a competir en un mundo global en docencia, en investigación y en transferencia del conocimiento. Es necesario crear un ecosistema en el que convivan una docencia de alta calidad y un elevado dinamismo, una investigación competitiva que afronte tanto la generación de conocimiento básico, guiado por la curiosidad, como los grandes retos sociales, y una transferencia del conocimiento a la sociedad que genere impacto social. La universidad debe asumir además plenamente su papel de liderazgo social en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en la formación de su estudiantado en valores éticos y solidarios. Estamos ante un periodo de retos y desafíos que tenemos que afrontar con exigencia y rigor. Y todo este proceso de cambio conlleva un profundo debate sobre la gobernanza de las universidades y su modelo de financiación.

Uno de los cambios más notables es el que se produce en el mercado laboral. ¿Cómo afronta la UAM el desafío de adaptar sus programas académicos a lo que demanda el mercado?

Este cambio social continuo no puede llevarse a cabo sin abordar la actualización constante de nuestra oferta docente. Somos plenamente conscientes de las necesidades que tienen nuestros estudiantes, jóvenes que viven en un mundo de cambios vertiginosos dominado por la tecnología, los avances de la ciencia y la diversidad social. La Universidad Autónoma de Madrid aborda este gran reto con una oferta creciente de cursos abiertos online, los denominados MOOC’s, mejorando constantemente nuestras herramientas para la innovación docente y ampliando la oferta de dobles grados y de grados más abiertos, que ofrecen mayores posibilidades a los estudiantes para que elaboren su propio itinerario formativo. Además estamos poniendo en marcha una amplia oferta de cursos dirigidos a distintos sectores públicos y privados de nuestra sociedad, porque somos muy conscientes de que la formación a lo largo de toda nuestra vida será esencial en un futuro muy cercano.

En los últimos tiempos hay quienes consideran que el buen hacer de la universidad española está cuestionado. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

En el contexto en el que vivimos, con cambios disruptivos a todos los niveles, creo que las instituciones educativas son cuestionadas en cierto modo, al igual que lo son muchas otras en ámbitos como la economía, la sanidad o la política. Necesitamos definir con claridad qué se espera de la universidad en una sociedad que evoluciona a un ritmo tan acelerado, y teniendo en cuenta que la educación superior está en el centro del triángulo del conocimiento. Somos el motor del desarrollo social. Esta responsabilidad es especialmente notable para las universidades investigadoras públicas de tipo generalista, entre las que se encuentra la UAM, que deben tener un impacto global en todos los ámbitos del conocimiento. Nuestra responsabilidad es cuidar al máximo nuestra docencia, nuestra investigación y nuestro compromiso con la sociedad en unas condiciones de máxima exigencia.

¿Cree que sobran universidades en España?

El número de universidades en España en términos comparativos, por millón de habitantes, es similar o inferior a la que tienen la mayoría de países europeos o un país como Estados Unidos. Por tanto, considero que no sobran universidades. Lo que caracteriza a nuestro sistema universitario es su homogeneidad, particularmente en el sistema público, que está compuesto en su inmensa mayoría por universidades investigadoras y generalistas que comparten objetivos muy similares. La puesta en marcha del Espacio Europeo de Educación Superior a finales de los años 90 y la creación de la ANECA en 2014 fue el sello definitivo para la homogeneización. Las diferencias existentes en la actualidad están en cierta medida condicionadas por las Comunidades Autónomas, de las que depende la financiación. La creatividad, la flexibilidad, y con ella la autonomía, en la práctica han casi desaparecido.

La cuestión no es por tanto el número de universidades, que es adecuado, sino su especialización. En este ecosistema complejo y teniendo en cuenta la reciente convocatoria para la creación de las European Networks como apuesta de futuro del Espacio Europeo de Educación Superior, las universidades deberían diferenciarse más, especializarse, definir su propia identidad.

Las universidades españolas no lideran los principales rankings internacionales. ¿Por qué cree que sucede esto y qué sería necesario para que cambie?

La situación no es mala, sobre todo si tenemos en cuenta las actuales circunstancias en materia de financiación. Sin entrar a valorar otras universidades, la UAM figura décima en el ranking mundial QS top 50 under 50 2018, es tercera a nivel europeo y primera en España. En cuanto al QS World University ranking 2019, hemos subido 28 puestos, ocupando el lugar 159 entre las mejores universidades del mundo y siendo identificada por primera vez como la mejor universidad de España. Por materias, en el Ranking ARWU, la UAM aparece en una excelente posición en Física y Matemáticas, concretamente entre los puestos 51-75, posición en la que lleva ocho años consecutivos, siendo una de las áreas con mejores resultados de la Universidad. Para que la posición de las universidades españolas mejore aún más en los rankings internacionales sería precisa una financiación muy superior a la actual y un mayor grado de autonomía en la gestión de nuestras instituciones.

¿Qué le parece la idea de implementar un sistema universitario gratuito, como ya existe en otros países europeos?

La implementación de un sistema universitario gratuito me parecería muy bien. Pero lo más importante en estos momentos sería que existiera un sistema de ayudas económicas que permitiera acceder a la educación superior a todos los jóvenes, independientemente de su condición socioeconómica. Y no solo a la universidad más cercana a su lugar de residencia, sino a la universidad que eligiera y a la que debería poder acceder en función exclusivamente de sus méritos, no de su renta familiar. Las universidades públicas necesitan disponer de un modelo de financiación que se adapte al sistema que la sociedad demanda. Lo que verdaderamente nos preocupa es el acceso de los jóvenes a la educación superior. En este sentido, la UAM dispone de un fondo social para nuestro estudiantado que complementa las becas y ayudas de los gobiernos central y autonómico. Ningún estudiante debe quedarse excluido del acceso a la universidad por razones económicas. Hay que trabajar por tanto en un modelo de financiación justa para todos.

¿Quién cree que es responsable de la baja empleabilidad de los universitarios españoles?

Según el informe recientemente publicado de la universidad española en cifras, la tasa de empleo de los universitarios españoles es del 79%, frente al 82% de media en la OCDE. Esta diferencia se debe probablemente sobre todo a la debilidad estructural del mercado de trabajo en nuestro país. Sin embargo, es importante que en la formación universitaria se desarrollen un número mayor de competencias transversales cada vez más importantes, que incluyen el multilingüismo, la capacidad emprendedora, el liderazgo, la formación humanística, el enfoque de género, la diversidad y otras muchas. Todo ello es necesario reforzarlo lo antes posible, y en la Universidad Autónoma de Madrid estamos trabajando de un modo decidido en esa dirección.

¿En qué punto estamos con el 3+2?

El futuro va a depender del análisis y de la evolución del Espacio Europeo de Educación Superior en los próximos años. Estamos a las puertas de un proceso de convergencia de las universidades europeas que posiblemente obligue a introducir cambios a corto plazo. Los nuevos grados que se oferten, que no existan en la actualidad, podrán optar por el 3+2, obviamente, siempre y cuando el plan de estudios se justifique acorde a los criterios establecidos. Los tradicionales seguirán como hasta ahora, 4+1, con la excepción de los grados de mayor duración

A título personal, ¿cuál le gustaría que fuese su legado cuando deje de ocupar su puesto en el Rectorado?

Estamos celebrando nuestro cincuenta aniversario y creo que la UAM puede estar muy orgullosa de todo lo realizado, pero afrontamos un importante cambio de época y lo hacemos con entusiasmo, con ambición y con un alto sentido de responsabilidad. Me gustaría que mi legado sea haber puesto en marcha la transformación necesaria para que la Universidad Autónoma de Madrid sea un referente a nivel mundial en generación de conocimiento, en formación de ciudadanos con sólidas capacidades profesionales y elevados valores éticos, y en la creación de sociedades sostenibles. En la UAM trabajamos por impulsar un proyecto colectivo y sólido, una universidad pública de referencia, impulsando proyectos como la European Civic University, en la que participamos ocho universidades punteras de Europa para crear un espacio en el que estudiantes, docentes, investigadores y personal administrativo y de servicios pueda moverse de un país a otro como si estuviesen dentro de su institución de origen. Una alianza que pondrá en valor lo mejor de cada una de estas grandes universidades y que nos permitirá dar un paso decisivo en ese camino hacia la creación de una gran institución europea y global.

Además, nos solicitan que rellenemos una ficha en la que preguntan, entre otras cosas, cuáles son sus principales aficiones…

Soy un gran aficionado a la música y al deporte. Procuro escuchar música siempre que puedo y soy de los que se paran en la calle cuando veo a dos niños jugando con una pelota. Siempre se aprende algo nuevo. Y mi gran afición es la curiosidad, aprender cosas nuevas me apasiona.

Fuente de la entrevista: https://www.eleconomista.es/ecoaula/noticias/9670556/01/19/Rafael-Garesse-Nuestra-responsabilidad-es-cuidar-nuestra-docencia-y-la-investigacion-universitaria.html

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César Bona: “Todos los caminos para cambiar la educación pasan por escuchar a los niños y jóvenes”

Por: Leticia Castro. 

Maestro español ganador del Global Teacher Prize.

Desde que en 2015 quedó seleccionado entre los mejores 50 maestros a nivel mundial en el concurso Global Teacher Prize, la popularidad del español César Bona no ha dejado de crecer. Por el momento, dejó su trabajo en el aula –que, asegura, retomará en un tiempo– para dedicarse a escribir libros que reflexionan sobre la profesión docente. También ha viajado por el mundo, lo que le ha permitido conocer distintas prácticas educativas e impulsar el trabajo colectivo con sus colegas. Estuvo en Uruguay para participar en el ciclo 2018 de conferencias de Plan Ceibal, Repensar la educación para un futuro en construcción, y en esa oportunidad conversó con la diaria sobre su vista a estudiantes de magisterio de Montevideo, su visión del rol docente, su paso por las escuelas rurales y los cambios necesarios para impulsar un nuevo tipo de educación.

En sus conferencias, Bona habla de la situación de muchos de los países que ha visitado en el último tiempo, y hay ciertos nudos que se repiten en todos los lugares por los que pasa: “Muchas veces, el problema es la falta de diálogo entre administraciones y docentes, entre familias y docentes, entre docentes y docentes”, señaló. Por su parte, planteó que “también hay una falta de escucha”. “Hay decisiones que se toman, pero para tomarlas bien es clave entender muy bien a los niños, niñas y adolescentes, para eso hay que escucharlos. Todos los caminos para cambiar la educación pasan por escuchar a los niños y jóvenes. Los chicos son los grandes protagonistas, y en muchos casos son los grandes olvidados”, agregó.

Para recuperar ese diálogo perdido Bona propone “parar y reflexionar”. A su entender, todos los educadores deberían pensar cuál es su fin y remarcó que, muchas veces, la diferencia está entre enseñar contenidos y “darles las herramientas para que tengan una vida lo mejor posible”, cuando en realidad ambos deberían ser objetivos de los docentes.

Para él es importante que los maestros comiencen a reflexionar sobre la práctica antes de llegar a las aulas, por eso insiste en trabajar en la formación docente. En su paso por Montevideo visitó a estudiantes de magisterio en los Institutos Normales. Según contó, fue una “muy linda” experiencia, en la que ellas le preguntaron sobre su trayectoria en distintas escuelas españolas y pudieron conversar sobre la ética de los maestros.

Sobre la formación docente, desde su experiencia en España opinó: “Cuando estudiamos para ser maestros hablamos mucho de contenidos. Sin dudas, eso es importante, el rigor es fundamental, pero también notamos la falta de ciertas herramientas, como la psicología social. Necesitamos más herramientas para gestionar nuestras propias emociones y después poder darles esas herramientas a los niños. Es necesario hacer mayor énfasis en el compromiso social y el compromiso con la naturaleza: la escuela no puede ser una burbuja”.

En suma, Bona aseguró que hubiera querido tener alguna formación sobre las emociones para poder transmitirlas a los niños: “Yo no estoy preparado para dar esas herramientas porque a mí nadie me las dio, nadie me enseñó nada sobre las diferencias, sobre la diversidad ni sobre igualdad de género o el cuidado en las redes sociales, por decir algunos temas de los que deberíamos saber más”. No obstante, destacó que en la actualidad “hay miles de docentes que desean formarse, y la formación va encaminada a darnos esas herramientas que tenemos que darles a los niños”.

Si bien ya no está en las aulas españolas, recuerda que cuando trabajaba todos los días con niños intentaba enseñar tanto sobre el programa como acerca de las emociones. “Tenía muy claro que el centro no es el currículum, y si no terminaba una parte del programa porque me parecía más interesante cultivar las relaciones humanas entre niños y niñas, no me causaba ningún desasosiego, ninguna presión. No podemos intentar que aprendan matemática si ellos no se llevan bien, por ejemplo, ahí algo está fallando”, sentenció.

¿Cómo se evalúa el amor?

Si bien la evaluación en las escuelas es uno de los puntos que más se critican, se mantiene desde hace décadas. Para el maestro español, el problema está en confundir los significados de los verbos: “Pareciera que evaluar pasó a ser examinar, y ahí se pierde calidad educativa”, definió. A su vez, opinó que en la actualidad, con la examinación se desmotiva al estudiante a seguir su curiosidad, cuando en realidad eso es algo innato en todos los seres humanos. El educador considera que todo está conectado y cuestionó que el foco esté puesto en el currículum y de esta forma se le saque tiempo a lo que importa, que es “impulsar la esencia de los niños”. “Así es que la educación se convirtió en lo que es ahora: niños sentados durante horas volcando lo aprendido en el papel, cuando en realidad podría ser algo mucho más bonito, porque por naturaleza el ser humano es curioso y quiere aprender”.

Más allá de los contenidos, que son importantes, Bona invita a los docentes a trabajar la relación del ser humano con otros y con él mismo. “Nuestras relaciones son con los demás, necesitamos trabajar sobre eso, pero [ello] no está en la escuela porque no se puede calificar. ¿Cómo se evalúa la empatía? ¿Cómo se evalúa el amor?, si no tienen un número, ¿significa que no existen? Hay cosas que no llevan evaluación y que tenemos que educar en las escuelas, porque al final todo parece que tienda a un número, pero la educación sirve para mejorar como personas, no para llegar a un número”, reflexionó.

Sobre los currículums, remarcó que “si alguien los toca, debería ser para achicarlos”. El maestro es de la idea de que “no se puede pretender meter un montón de información en las cabezas de niños y niñas cuando es incluso más conveniente dar ciertas herramientas para que busquen y contrasten información; eso es lo fundamental. Como todo evoluciona, se debe también pensar hacia dónde va la educación y qué herramientas son necesarias en el día a día”. Para que el currículo cambie es necesario “preguntar a los principales implicados: niñas, niños, adolescentes, familias y docentes”, destacó.

Por otra parte, comentó que las administraciones de los sistemas educativos pueden trabajar en varios aspectos. Por un lado, en “sacar a la luz las buenas experiencias que ya están haciendo docentes que siguen siendo anónimos”. En esa línea, también dijo que sería tarea de las autoridades tender puentes y crear redes para que los docentes que estén llevando a cabo estas buenas prácticas puedan conectarse para que conozcan, se interesen, compartan y aprendan de otras experiencias.

Según Bona, otro punto que sería interesante debatir con las autoridades es la repetición. “Dos materias hacen que un joven se quede un año en la misma aula mientras todos sus compañeros pasan a la siguiente. Habría que replantearse muy seriamente si esa es la mejor solución, teniendo en cuenta que somos seres sociales y la relación con los demás es muy importante. A su vez, si el niño repite, nosotros como maestros no hagamos lo mismo que hicimos el año anterior. Si un niño repite significa que nosotros como docentes debemos hacer las cosas distintas”, consideró. De todas formas, aclaró que este tema no debería ser el centro de la preocupación de las autoridades: “La repetición, la escuela de tiempo completo, los deberes, son todos debates que tienen los adultos entre sí, cuando el tema principal deberían ser las relaciones humanas y cómo podemos estimularlas”.

Otra educación

Parte de su trayectoria como docente consistió en pasar por escuelas rurales de España. En sus charlas repite que hay varias características de esos centros educativos que deberían replicarse en todas las instituciones. Por ejemplo, marcó que en las escuelas rurales se le presta mucha atención al contexto en el que viven los alumnos y se le saca mucho provecho al multigrado: “En esos momentos se nota lo buena que es la flexibilidad para que niños mayores puedan estar con niños pequeños; eso se hace en algunos centros y sería interesante que se extendiera”, puntualizó.

La flexibilidad es también un tema recurrente en sus charlas, sobre todo en las relacionadas a la idea de inclusividad. Bona es un militante de la educación para todos y apuesta a la integración de los niños en el aula: “El primer paso para entender la sociedad es comprender la diversidad desde que somos niños. Las adaptaciones son un paso, pero no se trata ya de cambiar estructuras, sino también de cambiar cómo se miran los niños entre ellos”.

Otro de los temas que motivan a Bona es la ecología. A su entender, todas las escuelas deberían trabajar con insistencia el tema de la sostenibilidad y el cuidado con el medioambiente; sin embargo, no cree que debería ser algo transversal a todos los contenidos, sino que alienta a trabajarlo como un tema en sí mismo: “Es que cuando decimos que es transversal damos por hecho que está. Creo que debería ser algo fundamental entender que cada acción que llevamos a cabo repercute en algo”.

Los incomprendidos

César Bona dedicó su último libro, La emoción de aprender, a los incomprendidos, en referencia a aquellos que tienen muchas ganas, ilusión y pasión por lo que hacen, a pesar de las circunstancias, pero necesitan “un empujoncito” para animarse. También está dedicado a aquellos que superaron prejuicios de los demás y a quienes lograron superar los propios. Para Bona, hay que animarse a superar “la matriz tradicional” en la educación: “Queremos educar como nosotros fuimos educados, ahí está el problema”, señala.
Fuente de la entrevista: https://educacion.ladiaria.com.uy/articulo/2019/1/cesar-bona-todos-los-caminos-para-cambiar-la-educacion-pasan-por-escuchar-a-los-ninos-y-jovenes/
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El aprendizaje autónomo en educación superior. Entrevista con Joan Rué

Colombia – España / 3 de febrero de 2019 / Autor: Edilson Silva Liévano / Fuente: Magisterio.com

Joan Rué es profesor del Departamento de Pedagogía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, UAB, y presidente de la RED-U, así como delegado de esta red en ICED, (Internacional Consortion for Educational Development). En diálogo con la Revista Internacional del Magisterio, el Doctor Joan Rué hace algunas apreciaciones sobre didáctica, formalización del pensamiento, oportunidades de aprendizaje, aprendizaje autónomo entendido como el trabajo guiado por los maestros pero asumido de forma consciente por los estudiantes, así como de algunas confusiones que se presentan a la hora de abordar las relaciones de enseñanza aprendizaje.   

Edison Silva Liévano: Usted se ha referido puntualmente a tres tipos de estrategias didácticas como el empleo de la “socialización cooperativa”, “el lenguaje formalizado” y las “estrategias de comunicación”. ¿Podría ilustrar a los lectores sobre dichos aspectos?

Joan Rué: Con la primera estrategia mencionada me refiero a que la forma humana de aprender es mediante la interacción con los demás. “Aprender”, entendido no como acopio de información sino como competencia, es decir, como un saber aplicar, saber analizar, saber entender o saber hacer. El resultado del aprendizaje siempre es individual, pero los mejores procesos de aprendizaje son los que se realizan en interacción con los demás. Pero, ello no sucede de cualquier modo. La modalidad de aprendizaje más eficaz es la denominada cooperativa. Las evidencias de las investigaciones y de la práctica profesional muestran cómo es eficaz para todos los alumnos involucrados en ella.

Dicha práctica, sin embargo, requiere algunas reglas fundamentales para dar buenos resultados, básicamente cuatro: que los alumnos se necesiten entre sí para desarrollar un determinado aprendizaje, es decir, que nadie pueda realizar toda la tarea por sí solo; que dicha tarea tenga que resolverse haciendo alguna aplicación de algo o algún tipo de análisis o de elaboración propia entre los integrantes del pequeño grupo y que los grupos tiendan a ser heterogéneos en capacidades, –en unos niveles manejables– y según el sexo. Finalmente, que los grupos pequeños de trabajo no excedan de tres componentes. Luego hay otras reglas, pero los profesores las descubrirán fácilmente si desarrollan procesos de trabajo de este tipo, aplicando los anteriores criterios. Para que los lectores comprendan mejor lo anterior, lo ilustraría con el ejemplo de un trío musical. La cooperación se da al aportar cada uno su propio conocimiento específico, voz, guitarra, percusión, por ejemplo, a la interpretación en común. Porque lo importante para todos es el dominio de “lo musical” y lo secundario es rol de cada cual con su instrumento.

En mis textos también me he referido a la “formalización del pensamiento” en el desarrollo de la educación, un tipo de aprendizaje que luego se traduce en la formalización del lenguaje. Con ello me refiero a poner el énfasis en el hecho de pensar, a que los estudiantes desarrollen una noción clara sobre su propia forma de pensar. Por ejemplo, antes de iniciar cualquier actividad, saber formularse “qué voy a hacer” o “para qué”. O bien, cuando se terminó una tarea saber expresar una idea acerca de “qué aprendí” “para que me sirvió”, o, “con qué otras cosas que sé, lo relaciono”. También me refiero a saber expresar los aprendizajes de una forma propia, la de cada cual, mediante la escritura o la expresión oral.

Ahora bien, para hacerlo, hay que enseñar y aprender estrategias, en cada edad aquellas que les corresponda. Desde aprender a emplear frases simples y cortas, pero expresivas, en edades tempranas, hasta saber sintetizar un informe en una o dos páginas, sin obviar el saber hacer titulares, subtítulos, etc. O saber organizar la información recogida en tablas, cuadros, mapas o según campos de significado. Hay técnicas muy simples y muy funcionales: expresar una idea por escrito, en una frase, en un párrafo… decírselo a los demás, saber buscar palabras clave en un texto, etc. Finalmente, formalizar el pensamiento también es expresar las propias ideas con el apoyo de ciertos referentes. Este aprendizaje enseña al estudiante que “pensar” es un proceso de creación, pero también de acumulación y de fundamentación (¿en qué o quién me apoyo para decir lo que expreso?). El dominio de este tipo de aspectos me parece fundamental para aprender mejor, en cualquier edad y situación de aprendizaje.

E.S.L.: ¿Puede la didáctica asimilarse a la noción de situaciones y oportunidades de aprendizaje o es ella por el contrario la que debe mediar dichos procesos?

J.R.: Mi punto de vista es el segundo que se apunta. Los seres humanos hemos aprendido desde siempre a partir de situaciones, mediante la resolución de problemas. Esto ya lo vio John Dewey y la ciencia neurológica actual lo apoya. Evolutivamente estamos diseñados para resolver situaciones más o menos imprevistas, nuevas o cotidianas, a mejorar lo que sabemos, etc. Así que la Escuela –y cualquier formación– la entiendo como un sistema más o menos organizado de oportunidades de aprendizaje que proponemos a los aprendices, a los cuales deberíamos considerar más como personas que estudian y aprenden, es decir estudiantes, que como sujetos de una institución, o alumnos. En este sentido, el papel de la Didáctica lo veo como el de un campo de reflexión cuyo foco está en aprender a favorecer o a resolver adecuadamente para los aprendices dichos procesos de aprendizaje, entendidos como oportunidades para su desarrollo personal. El aprender haciendo era la propuesta de Dewey. Precisamente, dicha propuesta se ha desarrollado hasta el nivel de que universidades enteras, en Norteamérica y Europa, pero también la formación en determinados lugares de Colombia, Perú o Brasil, se realice mediante problemas organizados secuencialmente.

E.S.L.: Uno de los aspectos más relevantes de sus postulados es la formación autónoma, como una especie de formación a lo largo de la vida. Desde esa perspectiva, ¿cómo puede el maestro incitar a los estudiantes a esforzarse a desarrollar su capacidad de iniciativa?

J.R.: Mi propuesta tiene una formulación sencilla, si bien algo complicada de llevarse a cabo. La planteo considerando que posee dos caras: por una parte, consiste en no hacer por el estudiante, sea infante, niño, adolescente o universitario, lo que él mismo ya sea capaz de hacer. Es decir, no darle “respuestas” a “preguntas” que no se haya hecho. La segunda cara de la propuesta, sería plantearle cualquier aprendizaje como un tipo de reto, que lo vea como tal y que piense que puede realizarlo, contando con el debido apoyo nuestro.

De ahí que frente una situación o ante un aprendizaje nuevo, haya que empezar por enseñar a plantearse interrogantes, como por ejemplo: ¿qué sé acerca de…? ¿Qué me aporta? ¿Qué podría hacer con…? Creo que el profesor debe situarse un poco más allá, en las zonas donde ellos no alcanzan a llegar, de momento. De ahí la necesidad de darles herramientas para que piensen y actúen, para que se autoevalúen, para que sepan gestionarse los propios procesos de aprendizaje, procesos que pueden ir desde cinco minutos hasta donde sea posible, sin dejar jamás a los aprendices sin rumbo. Pero antes de darles la respuesta o la orientación adecuada, sí les podemos pedir que, por ejemplo, piensen un par de buenas respuestas, de acuerdo con lo que piensan o saben, ya sea sobre lo que les pedimos o lo que podrían hacer. En este caso, cuando obtengan nuestra respuesta, estarán “algo más cerca” de lo que hubieran estado si realmente no hubieran pensado nada relevante. Y esto, junto con lo manifestado antes, constituye una muy buena base para que puedan seguir aprendiendo. Ello es una competencia crucial en esta época en la cual la institución escolar se ha vuelto tan limitada, en relación con el conocimiento distribuido o circundante.

E.S.L.: Pareciera que el papel del maestro cambia radicalmente en los contextos actuales, como por ejemplo, el de la sociedad de la información, ¿cuál es el rol más pertinente que debe desempeñar un maestro frente a la relación estudiante-enseñanza-aprendizaje?

J.R.: Naturalmente, mis argumentos requerirían una argumentación e incluso una ejemplificación, algo que no está a nuestro alcance en esta entrevista. Sin embargo, en la línea de lo manifestado anteriormente, el rol del docente debe virar desde el de transmisor, necesario cuando la escuela tenía el compendio del saber transmitido y toda la competencia reconocida para hacerlo, hasta el de mediador entre el conocimiento y el aprendiz. Naturalmente, ello significa otra forma de ser maestro, en el sentido que requiere otra caja de herramientas o una con más variedad de recursos, así como otros modos de “pensar” el oficio docente. En este sentido, es muy importante saber gestionar los grupos y a los grupos pequeños trabajando. Es importante también tener claros los procesos de trabajo de los estudiantes, sus etapas, sus pasos, o saber valorar la importancia de aquellos errores que son indicadores de que el aprendizaje avanza, o saber dar confianza ante la incertidumbre o ansiedad que genera el hecho de aprender, entendido como reto. Pero todo ello no es nada que los profesionales no puedan aprender, si se desarrolla la actitud para hacerlo, y los mismos estudiantes nos pueden enseñar mucho sobre todo ello, mediante el empleo de la observación sobre los mismos. Ahora bien, tenemos que desterrar ideas muy simples como la de que la acumulación de información es aprendizaje, o la de que todo esto se aprende de un día para otro, etc. La docencia es un saber práctico. Ello tiene sus requisitos y los contextos de práctica también cuentan.

E.S.L.: ¿Qué condiciones favorecen el éxito del aprendizaje en autonomía?

J.R.: Sintetizando lo que sabemos del campo de la investigación, podemos intentar hacer una relación de las mejores condiciones. Aunque propongo diez, no debe verse como ningún “decálogo”. El orden en el que las propongo expresa mis propias ideas al respecto.

  1. Generar en los estudiantes confianza en sí mismos. No hay camino hacia el aprendizaje con personas con baja autoestima o niveles bajos de confianza en sí mismos o en lo que hacen.
  2. Intentar generar ambientes estimulantes de aprendizaje. Más allá de lo material, ello se consigue introduciendo en la mente de los estudiantes la noción del “reto”, desde preguntas tan aparentemente simples como: ¿qué haré hoy? ¿qué puedo hacer, qué puedo aportar con lo que hago?, hasta otras más complejas: ¿cómo puedo abordar la propuesta o el problema X?
  3. Desarrollar situaciones de aprendizaje mediante interacción social, cooperando con otros, ayudándoles y haciendo que se ayuden.
  4. Procurar que cualquier situación de aprendizaje se resuelva mediante una produccióndel estudiante, es decir, algo que a sus ojos tenga sentido y pueda ser “enseñado” a los demás, a sus padres por ejemplo, en el caso de los niños pequeños. Un texto puede ser una carta, una carta puede ser para un periódico, de la clase o de la escuela o de la ciudad. Una carta puede resumir un informe, un informe puede manejar datos estadísticos, matemáticos y texto, puede resumirse en cuadros, tablas, etc.
  5. Tener información clara acerca de lo que se debe hacer y cómo.
  6. Aprender a explicar, a contar lo aprendido, con diversas técnicas, desde el dibujo los más pequeños, hasta las presentaciones formales ante un auditorio un universitario.
  7. Los estudiantes deben contar con el apoyo de los profesores en este proceso, en los aspectos procedimentales o de contenido y tener retornos acerca del proceso seguido.
  8. Tener recursos y contar con orientaciones para saber manejarse, hasta cierto punto, con criterio propio y para mejorar o superar lo que necesita ser mejorado.
  9. Obtener la valoración frecuente del trabajo por parte del profesorado, en función del esfuerzo y del logro realizado.
  10. Poder trabajar en un entorno de aula que facilite concentrarse en el trabajo y en las tareas propuestas.

E.S.L.: Usted se refiere a varias confusiones que se presentan en las situaciones de Enseñanza y Aprendizaje, como información y conocimiento, confusión en el plano de la inteligencia y el comportamiento, entre otras, ¿qué incidencia tendrían estos aspectos a la hora de fundamentar una didáctica que abogue por la formación autodidacta?

J.R.: Le agradezco la pregunta porque, ante todo, desearía deshacer un posible malentendido, que a veces se da. Cuando hablo de autonomía en el aprendizaje no me refiero a un hacer autodidacta, aunque podría ser el caso, si bien no es lo habitual. Me refiero, fundamentalmente, a que los estudiantes asuman en primera persona el aprendizaje como un reto personal, como una cuestión propia y que entiendan, ellos y la Escuela o la Universidad, que los docentes están para dar apoyo, un apoyo especializado en los contenidos propuestos y en las estrategias para su logro. Me refiero, por lo tanto, a la enseñanza que ordinariamente se hace de forma orientada y tutorizada, bien mediante la asistencia directa o virtual en las aulas, o bien on line, en educación a distancia. Una enseñanza que, no obstante, podría incrementar la autonomía del estudiante, en el grado que ello fuera posible, en cada situación.

Frente a una concepción de la formación muy extendida, que adopta como referencia la idea de nutrición –alguien cocina y elabora el alimento para dar de comer a alguien– propongo cambiar la metáfora por la de quien se entrena a las órdenes o bajo la supervisión de un entrenador. Ahí, quien se entrena debe tener un mayor control sobre lo que hace, cómo se siente, hasta dónde puede llegar, cuáles son sus propios retos, etc. En consecuencia, el segundo sujeto es mucho más activo y autónomo –auto-regulado– que quien consume lo que se le ha preparado.

En este sentido, debemos deshacer algunos equívocos. La información se recibe o se obtiene desde el exterior, pero el conocimiento tan solo se puede auto-elaborar o generar. Es decir, el hecho de “conocer” sigue un camino inverso, desde dentro hacia el exterior. Un conocimiento externo al sujeto –del tipo que sea– siempre se contempla como información por parte de quien lo recibe. En cambio, lo que un sujeto elabora, en última instancia, depende de sí mismo, de sus herramientas, de sus recursos para la elaboración y la reflexión. Por su parte, la reflexión requiere autonomía para pensar. Y no se puede llamar pensamiento al hecho de seguir un dictado, por elaborado que este sea. Este solo se transformará en verdadero conocimiento cuando el sujeto lo haga suyo. Pero al igual que las digestiones, requiere su tiempo y un proceso personal de elaboración, de transformación o de asimilación que nadie puede hacer por otra persona. De ahí la importancia de los apoyos y de que el sujeto pueda disponer de recursos propios para aquél fin. De ahí la importancia de favorecer la autonomía de quien aprende, entendiéndolo integralmente, desde todas sus inteligencias, emoción incluida, y no verlo tan solo desde una de las dimensiones de la cognición.

Para profundizar más sobre los planteamientos de este autor, los lectores pueden acercarse al texto: Rué, Joan. El aprendizaje Autónomo en Educación superior. Narcea, S.A. De Ediciones, 2009..

Fuente de la Entrevista:

https://www.magisterio.com.co/articulo/el-aprendizaje-autonomo-en-educacion-superior-entrevista-con-joan-rue

ove/mahv

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Jorge Larrosa propone no descartar la vieja escuela

Cauteloso con las nuevas metodologías educativas, el profesor español estuvo en Montevideo.

Se para en la vereda de enfrente de las últimas innovaciones en educación. No las desmerece, pero entiende que la escuela también “estaba bien antes”. Jorge Larrosa, licenciado en Filosofía y doctor en Pedagogía, entre otros muchos títulos, llegó desde Barcelona invitado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República para dar una conferencia que tituló “El oficio del profesor”. En el marco de su paso por Montevideo presentó esta semana dos libros: P de profesor y Elogio de la escuela, y organizó una muestra de cine sobre el tema. Con todas estas actividades espera que sus oyentes “se sientan atraídos por un tipo de palabras que no son la más comunes en estas épocas”, según detalló en diálogo con la diaria.

¿Por qué ser docente es un oficio y no una profesión?

Me gusta lo del oficio porque remite a la artesanía y el trabajo del profesor tiene mucho del artesano; cómo se maneja con los textos, con el aula, con la pizarra, con los artefactos clásicos del profesor. A mí me molesta un poco la ideología de la profesionalización; en cuanto a los profesores tuvo una parte positiva, ya que le dio a un oficio vocacional y en general precario cierta dignidad académica y cierta autonomía, pero su parte negativa es que hizo que entre inmediatamente la cuestión de la evaluación, las competencias, los saberes, provocando que el profesor esté sometido a controles cada vez mayores. La profesionalización me parece que lleva a una concepción más industrial del trabajo, lo limita y le resta autoridad simbólica y libertad.

¿El profesor debería estar más libre en el aula?

Sí, al final un profesor de verdad se acaba convirtiendo en alguien que aplica protocolos y metodologías. Creo que la manera en que se está configurando la escuela, como un lugar de aprendizaje, de aprender a aprender, con la colonización de la psicología cognitiva, convierte el trabajo del profesor en un trabajo industrial, lo convierte en alguien que está a las órdenes de un dispositivo, y lo aleja de esa lógica artesana.

Un término que has trabajado en toda tu obra es la experiencia. ¿Cómo es la experiencia de aula hoy y cómo debería ser?

Con la tendencia dominante de la escuela hoy, o sea trabajar sobre la idea de aprendizaje, hay que intentar volver a recuperar la dimensión de la experiencia. Lo que pasa es que vivimos en una época muy rara, en la que la palabra experiencia ha sido facturada por el mercado: ahora que no hay nada para vender, se venden experiencias. Entonces, la palabra experiencia se vuelve algo un poco narcisista porque lo importante es lo que a mí me pasa y lo que yo siento. La categoría de experiencia es muy antigua y está relacionada con la idea de formación, no de aprendizaje, porque no es lo que pasa sino lo que nos pasa. La relación con la palabra formación es esa: la experiencia es lo que nos pasa y en tanto que nos pasa nos forma, nos transforma, nos deforma o nos conforma. Cuando la escuela está orientada básicamente a la formación la experiencia es fundamental, pero cuando la escuela está orientada al aprendizaje la experiencia es prescindible porque el aprendizaje sólo tiene que ver con saberes, competencias e informaciones.

Sin embargo, en la enseñanza por competencias la experiencia se plantea como algo importante.

Saber hacer no tiene nada que ver con la experiencia. Creo que estamos en una confusión: a veces experiencia se confunde con práctica y no es lo mismo. Se dice: “Usted tiene mucha experiencia de electricista porque tiene cinco años trabajando”, pero eso es práctica, no experiencia.

Es una postura bastante contradictoria con respecto de las últimas tendencias en educación.

Sí, mi manera de pensar la escuela es un poco a contracorriente. Tengo más bien la idea de que lo importante no es tanto pensar cosas nuevas, sino volver a pensar alguna de las viejas, que igual no estaban mal. En el libro P de profesor, que está planteado como un diccionario, está la palabra retrógrado y cascarrabias, por ejemplo. Yo sería, por decirlo en pocas palabras, un pensador de la escuela y del oficio del profesor un poco a contracorriente; a mí el mundo este que viene no me gusta demasiado.

En tu obra también hablás mucho de la relación entre la lectura literaria y la formación. ¿Cómo es esa relación?

La invención de la escuela es paralela a la generalización de la escritura; la escuela no da el mundo sino que da representaciones del mundo, por lo tanto la escuela básicamente enseña a leer y a escribir, pone a los chicos en relación con un mundo escrito. De ahí que la operación fundamental de la escuela sea la lectura. Lo que traté durante cierto tiempo es de que se dejara de entender la lectura como algo que tiene que ver con la comunicación y comprensión, y pensarla más bien como experiencia centrada en la cuestión de la emoción.

Entender la lectura sólo como comunicación, ¿es algo que está pasando o que se está dejando de hacer?

La escuela es una institución muy ambigua y eso la hace muy poderosa, porque continuamente se critica y se renueva a sí misma. Creo que ahora se está produciendo como un doble movimiento, en el que la lectura tiende más a convertirse en comunicación e información. De hecho, la entrada de las tecnologías en la escuela tiene que ver con eso: son tecnologías de la información y la comunicación. Pero, al mismo tiempo, hay cada vez más tendencia a introducir en las escuelas formas artísticas, filosóficas, muchos tipos de lecturas.

¿Qué prácticas o qué formas tiene un docente para llevar esta forma de lectura en el aula?

La escuela ha inventado procedimientos para esto desde hace milenios: leer en voz alta, subrayar, el comentario del texto en formato clásico. La escuela ya ha inventado procedimientos que tienen que ver con la iniciación de los jóvenes en la lectura y en la lengua. Se trata de producir atención, de que los niños no estén distraídos y se concentren en lo que toca concentrarse, se trata de cultivar la escucha. Vivimos en una época narcisista; lo más difícil que tiene como tarea la escuela es hacer que los chicos se interesen por algo que no sea su propio ombligo, porque todas las tecnologías de la distracción dicen siempre que lo más importante es él. Entonces, la escuela está para que se interese por algo que no sea él; durante un ratito el alumno no es lo más importante, lo más importante es la materia de estudio.

Las tecnologías igual están en el entorno de los jóvenes. ¿Cómo deberían incorporarse a la escuela?

Sólo deberían incorporarse con un criterio pedagógico, no con un criterio tecnológico o de eficiencia. Cuando yo digo que la escuela no está para el aprendizaje me refiero a que no se puede medir por su eficiencia, no trabaja como una empresa. El que tiene que decidir en cada caso qué tecnologías usar y cómo usarlas es el docente. De todas formas, yo tengo la idea de que la escuela clásica tiene todas las tecnologías que necesita: la misma sala de aula, la disposición de los bancos, la pizarra, la puerta, la regulación de los silencios y de la voz por parte del profesor, la tecnología de la atención.

La disposición de los bancos es algo que se quiere cambiar.

Qué pena, ¿no? ¡Con lo bien que estaba la escuela! Durante milenios, la escuela fue un lugar de atención compartida: todo el mundo tenía que mirar al mismo sitio y sobre todo no mirarse a sí mismo ni al compañero, sino mirar a alguna cosa. La escuela tiene que ver con la atención, no con mirarse a la cara los unos a los otros. Tampoco estaba mal la separación entre el profesor y los alumnos: el profesor no es igual, no ha dimitido de su posición. De todas formas, creo que el objetivo de la clase es hacer que los chicos se interesen por cosas que no sean su propio ombligo: si el profesor hace eso bien en ronda, que lo haga; si lo hace con todos mirando al mismo sitio, que lo haga.

Fuente: https://educacion.ladiaria.com.uy/articulo/2018/7/a-contracorriente-de-las-ultimas-tendencias-el-especialista-jorge-larrosa-propone-no-descartar-la-vieja-escuela/

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Heike Freire, la educadora ‘verde’: «El eje de todas las asignaturas debe ser el medio ambiente»

Por CARLOS FRESNEDA

Antes que «salvar» el planeta, vamos a «amar» el planeta… Esa es la lección primordial que ha aprendido Heike Freire al cabo de dos largas décadas como pedagoga y comunicadora. La autora de «Educar en verde» recorre infatigable nuestra geografía (ayer en Galicia, hoy en Madrid, mañana en Alicante) intentando transmitir a los profesores esa pasión contagiosa que llevan en su propia naturaleza los niños.

A Heike Freire la conocimos en pleno bosque, poniendo en práctica todo lo leído en una escuela que se llamaba Madreselva, en la Vera cacereña. Los niños dejaban atrás las rigideces del entorno urbano, respiraban a pleno pulmón, aprendían todos los días algo nuevo en su entorno natural. Ellos mismos habían ayudado a construir la casita de madera que hacía las veces de aula. Tenían también un «tipi» indio y una vieja «lechera» que servía de biblioteca rodante.

La magia de aquella escuela emboscada quedó atrás. Pero la experiencia acumulada sobre el terreno le sirvió a Heike Freire para dar un nuevo impulso a su idea de «pedagogía verde», frente a los conceptos caducos de «pedagogía negra» (basada en los castigos) y la «pedagogía blanca» (apoyada en las recompensas).

«La pedagogía verde es un enfoque educativo basado en la confianza en la sabiduría innata con la que cada ser vivo está equipado», sostiene Heike Freire, que fue asesora del Gobierno francés desde el Instituto de Educación Permanente y siguió las enseñanzas de Ivan Illich y Paolo Freire. «Los niños y las niñas tienen dentro de sí todo lo que necesitan para crecer plenamente. Lo que necesitan en todo caso es un acompañamiento consciente de los procesos de naturales de desarrollo, autoconocimiento y aprendizaje».

Habla Heike Freire de la necesidad de una relación «triangular» entre el educador, el niño y el entorno natural… «La naturaleza es un espacio sabio y vivo del que nuestra especie emergió hace cientos de miles de años. Es a la vez madre y maestra. Nos ofrece vivencias y experiencias que se pueden emular, especialmente en la infancia. Integrarla en la educación es de alguna manera un reencuentro con nosotras mismas. Y también una manera de empezar a construir esa transición ecológica que tanto necesitamos».

Más que como una nueva «asignatura», Heike Freire propone que el medio ambiente sea «el eje de todo el edificio curricular, que debería ser mucho más concreto y flexible». «No tenemos mucha idea de cómo será el mercado de trabajo dentro de diez o quince años», advierte. «Lo que está claro es que necesitaremos buenas personas, buenos padres y madres… Y agricultores para producir alimentos de proximidad, no contaminados. Y biólogos capaces de recuperar los ecosistemas que estamos dañando. E ingenieros que puedan desarrollar tecnologías limpias, imitando la sabiduría de la naturaleza. Y artista e intelectuales que puedan crear historias e imágenes para simbolizar una nueva cultura centrada en la vida (no solo la humana) y enraizada en la tierra».

«¿Cómo «enseñar» a los niños el cambio climático?», le preguntamos a la educadora «verde». «Mejor no hacer demasiados discuros y empezar a apoyarnos en sus propias vivencias, que es como se aprende fudamentelmente hasta los 12 o 14 años. Las consecuencias del calientamiento global son tan evidentes que no es difícil encontrar hechos palpables, ya sea el aumento de las temperaturas, las olas de calor o la pérdida de biodiversidad».

«Lo importante en cualquier caso es acompañarles en el desarrollo de sus conciencia ecológica, partiendo de los instintos de amor y cuidado al planeta con los que todo niño y niña vienen al mundo», advierte Freire. «Si cargamos las tintas en la culpa por lo que está haciendo nuestra especie y en el miedo a las desastrosas consecuencias para nosotros, les trasmitiremos esos sentimientos, además de una sensación de impotencia y una tendencia a evitar la cuestión… Hay que favorcer en los niños el amor al planeta, antes de pedirles que lo salven».

Recalca también la pedagoga la necesidad de estrechar el vínculo con «una relación cotidiana y continua con la naturaleza». Las salidas semanales o mensuales al campo son «beneficiosas», pero lo que cuenta al final es el roce diaro con el entorno natural, «para desarrollar la sensorialidad y capacidad de movimiento, para observar, explorar, descubrir, arriesgarse, correr aventuras y vivir experiencias «mágicas»… Con el tiempo, integrarán todos los valores que han vivido y practicado y sentirán la Tierra como una extensión de ellos mismos. La cuidarán y la defenderán».

Habla también de Freire de un movimiento ya imparable para «renaturalizar» las escuelas, para susitituir los patios de hormigón por vergeles y huertos, o por áreas con agua y tierra, y extender eses proceso a las ciudades, y reverdecer los solares vacíos, «y crear espacios para la salud y el bienesta de sus ciudadanos».

«La semilla se ha extendido por todo nuestro territorio en los últimos seis años y son ya cientos, por no decir miles de escuelas, las que están implicadas en el proceso de transformación de los espacios exteriores», asegura Heike Freire, que habla con emoción del trabajo de sensibilización en el que se han embarcado «Carme i Pitu», dos maestros jubilados que han desarrollado el proyecto Safareig y han asesorado a cientos de centros en el proceso inaplazable de «renaturalización».

Heike Freire se siente deudora de dos «maestros» que visitarán próximamente Barcelona y que le ayudaron a forjar su propia visión de la pedagogía verde. De la mano de Qing Li, recorrió en Japón las áreas preparadas para el ritual del «Shinrin-Yoku» o «baños de bosque»: «Nadie trasmite como él hasta qué punto nuestra vida, nuestra salud y nuestro bienestar dependen de los árboles».

El segundo «maestro» es el norteamericano Richar Louv, autor de «Los últimos niños en el bosque», que le ayudó a identificar un mal cada vez más extendido en la infancia: el déficit de naturaleza. De esa reflexión nació su segundo libro -Estate quieto y atiende (Herder)- en el que la autora critica el sobrediagnóstico del TDAH y se pregunta si no estamos ante un reflejo del «estilo de vida acelerado que tenemos» o ante una respuesta de los niños frente a la imposibilidad de satisfacer, por ejemplo «su necesidad natural de movimiento, fundamental para su desarrollo orgánico y neurológico, y también para la regulación emocional».

«Las dificultades de niños, niñas y jóvenes nos están indicando que necesitamos un cambio de rumbo», asevera Heike Freire, que reconoce su ambivalencia ante la tecnología y reclama un «uso consciente» de las pantallas. «Tenemos que construir una sociedad más amable, más humana, más lenta… y más conectada con el mundo natural».

Fuente: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2018/09/28/5bad1b0aca4741c7728b45ed.html

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Eloísa Bordoli: “La escuela sola no puede”

 

Sobre los formatos curriculares homogéneos, la diversidad y la desigualdad, hablamos con la directora del Instituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

En los últimos años, desde la academia y algunas organizaciones sociales se ha empezado a reivindicar y estudiar la construcción de “lo común”. Eloísa Bordoli, maestra, licenciada en Ciencias de la Educación, doctora en Ciencias Sociales y actualmente directora del Instituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, se ha especializado en políticas curriculares, y en particular ha estudiado últimamente las tensiones entre “lo común y los particularismos”. Bordoli considera que la educación debe trascender las demandas del mercado y ser “una apuesta a la posibilidad de construir el futuro”, y plantea que los programas curriculares deben “reconocer la diversidad sin perder de vista que hay un horizonte común que debe garantizarse”. Además, afirma que le “rechina” que se diga que la escuela reproduce la desigualdad, porque esos discursos “sólo dicen parte de la cosa”.

En su trabajo de investigación plantea como hipótesis que los diseños curriculares y las “formas escolares” homogéneas (por formas escolares se entienden los tiempos escolares, los espacios, las formas de enseñanza –en particular la del maestro dando la clase a todo el grupo–) se asociaron a “la manera legítima de comprender la construcción de lo común”. Históricamente, este proceso se ubica en la segunda mitad del siglo XIX y retoma la idea de José Pedro Barrán acerca de cómo la civilización disciplina a la barbarie: “Hay textos de Varela, inspirados en algunos de Sarmiento, en el cual plantea al niño como un bárbaro etario y al gaucho como un bárbaro salvaje, y la escuela tenía, de alguna manera, la misión de inscribirlos”, dice Bordoli, instalando la idea de que la igualdad queda asociada a la homogeneidad. La idea también tiene sus raíces en la “utopía de Comenio”, uno de los pedagogos que instauró las bases de la didáctica, que afirmaba que se puede enseñar todo a todos. “Eso llevó a determinados diseños institucionales y dispositivos de enseñanza iguales para todos. Ahí se construye una equivalencia entre lo que puede ser la ampliación utópica de horizontes integradores para los sectores más desfavorecidos pero en un patrón homogéneo. Lo universal se configura en exactamente lo mismo para todos”, explica la investigadora.

Ahora, ¿qué pasa en la actualidad, cuando emerge un conjunto de reivindicaciones que surgen desde la diversidad y los particularismos? Es entonces cuando surgen las tensiones. Sobre estas tensiones, la confusión entre diversidad y desigualdad, los planes socioeducativos focalizados y las perspectivas que han adoptado las reformas educativas en los últimos años conversamos con Bordoli.

¿Qué pasó con esa idea de homogeneidad asociada a la igualdad cuando irrumpió un conjunto de reivindicaciones a partir de la diversidad?

Eso homogéneo se ha fragmentado y ha fracasado como proyecto, además de no habilitar la posibilidad de desarrollo de las diversidades de los sujetos o de los grupos poblacionales. Entonces, se están buscando caminos de inscribir en un marco de justicia, lo que algunos autores llaman justicia curricular o justicia educativa, que habilite por un lado la distribución de los bienes culturales –que es lo que hace a la especificidad de lo educativo–, conjuntamente con el reconocimiento de las diferencias de los sujetos y de los grupos de pertenencia en los cuales cada uno de ellos se inscribe, con procesos de participación de esos sujetos en las formas de tramitación y de construcción de un lazo de filiación con la cultura. Ese es el desafío en abstracto. En concreto, uno puede pensar que en los años 90, con las reformas educativas que se fueron desarrollando en el conjunto del continente, en nuestro país esto tuvo un sesgo amortiguado o heterodoxo; lo que se buscó fue la modalidad de compensación o de focalización de determinadas políticas para aquellos que no tenían cabida en el sistema o tenían aprendizajes de baja intensidad.

¿En qué sentido fue una reforma amortiguada?

Uno de los problemas que tenemos en educación tiene que ver con determinadas modas o formas de imposición de discursos regionales e internacionales, que buscan resignificar el campo de la propuesta educativa. Como señalan algunos colegas, en nuestro país tenemos una forma amortiguada de tramitar los procesos de transformación, que hizo que las reformas de los 90 no fuesen tan neoliberales como fueron en Chile, Argentina u otros países, sino que hubo un refuerzo presupuestal del Estado, una implementación de políticas particulares para aquellos sectores en desigualdad. No obstante, algunas de estas premisas permearon; por ejemplo, que el otro es el diferente y el culpable de su situación; él o su familia, por ubicarse en un contexto socioeconómico desfavorable o porque la madre tenga un bajo capital cultural, son las variables explicativas para el fracaso escolar del niño. En el esquema de los 90, ante eso hay que aplicar políticas focalizadas para compensar esas situaciones, porque era mejor que el chico estuviera en la escuela.Es lo de la frase famosa, cuando [el ex presidente del Consejo Directivo Central, Germán] Rama defiende el mensaje presupuestal de la ANEP [Administración Nacional de Educación Pública] en el Parlamento: “Va a salir más barato hacer escuelas de tiempo completo ahora que cárceles mañana”. A partir de la asunción de los gobiernos progresistas, en nuestro país en particular, pero también en la región, uno de los aspectos que aparece es que se empieza a problematizar y a visualizar esta dificultad: que es necesario mantener un horizonte universal y atender, además, las desigualdades. Allí, según las investigaciones que hemos hecho, uno podría decir que se configura un discurso híbrido que busca un Estado que se haga cargo de la responsabilidades y ofrezca garantías al derecho de la educación y que, en ese sentido, apunte a la construcción de lo común, conjugándolo con los particularismos. Hay una tensión en esa articulación discursiva. Hay una apuesta a que lo común es posible, porque la educación es un derecho que garantiza distribuciones de los bienes culturales que han sido legitimados por una comunidad particular, y las nuevas generaciones son merecedoras de apropiarse de esos bienes culturales, pero a la vez con una atención o una escucha a las necesidades más de orden particular, buscando no discriminar al otro por su condición diferente. Allí hay una tensión. Las políticas de inclusión educativa o socioeducativas impulsadas en los gobiernos progresistas no han podido resolver plenamente esto, sino que hay una sensibilidad, que es una sensibilidad histórica de inscripción de los sujetos en algo que es común, que tiene que ver con la cultura, con esos patrones de filiación del sujeto, con los otros, a la vez de atender el conjunto de diferencias que se están dando.

¿Cuál es la diferencia entre esas dos etapas?

La construcción de sentido. Las políticas tienen dos componentes: uno es de intervención frente al diagnóstico de un problema, pero el otro tiene que ver con la construcción de sentido de esa política. ¿El sentido es el reconocimiento de la diversidad del otro o la culpabilización de la situación del otro? Ahí hay una diferencia radical entre las políticas de los 90 y las que se han implementado en estos períodos. La otra diferencia sustantiva tiene que ver con los horizontes de inscripción, en clave de buscar las articulaciones que hacen a lo común pero atendiendo la pluralidad de gramáticas o la pluralidad de necesidades de los sujetos. ¿Cómo se resuelve eso en los programas educativos concretos? Es un punto que se pone en tensión, como todas las cosas del orden de lo educativo y de lo humano, no es blanco o negro. Creo que una de las claves, que también es un rasgo diferencial de estas ultimas políticas educativas que se han ido aplicando, tiene que ver con la posición o el lugar que se les otorga a los docentes. Uno podría decir, esquemáticamente, que en el modelo de los 90 el docente era alguien a quien había que capacitar, había que brindarle herramientas, porque no tenía las capacidades suficientes para enfrentarse a las nuevas realidades o no estaba actualizado desde el punto de vista didáctico o disciplinar. En estos períodos una línea estratégica que se ha seguido tiene que ver con el lugar de participación y de construcción colectiva que se le otorga al docente, que se puede analizar por dos vías de entrada. Por un lado, la UNESCO en el año 2000 se dio cuenta –y tiene que ver con lo que decía de las modas educativas– de que para reformar la educación las reformas curriculares (que fueron un patrón común en los 90) no eran suficientes. Vos podés cambiar el diseño curricular, pero después el que trabaja es el docente. Esto no quiere decir que los cambios curriculares no afecten, porque los currículums operan como norma, pero la prescripción tiene un margen, que es la mediación del docente. La UNESCO analizó esto y dijo: “El centro es la cuestión docente, entonces lo que hay que hacer es apuntar a los procesos de capacitación docente”. Ahí hubo un giro. Esa es una de las vertientes del discurso educativo en el cual se revaloriza al docente, que entró a nuestro país. Otra vía de análisis tiene que ver con la propia construcción del cuerpo docente, en su historia pedagógica y sindical, de las reivindicaciones de su figura para transformar lo educativo. Hubo muchísima experimentación pedagógica en la cual los docentes eran protagonistas, y eso es un legado hacia el que los gobiernos progresistas de nuestro país son muy sensibles, porque la mayoría de quienes están o estuvieron en la dirección vienen de allí. Entonces, se pudo implementar el Congreso de la Educación y también los consejos han sacado resoluciones en las que habilitan y estimulan la experimentación pedagógica. Hay muchísimas escuelas, también experiencias a nivel de UTU y secundaria, en las que se están alterando las formas de trabajo, ya sea de todo el dispositivo escolar, ya sea de trabajo con la comunidad, ya sea de la enseñanza en el aula. En esos tres niveles hay cambios que vienen construidos por los docentes. Esta es otra vertiente explicativa de la importancia del rol y de la participación docente en la construcción de las propias propuestas pedagógicas.

Volviendo a la idea del currículum como lo homogéneo, en tu trabajo planteás que en parte estos formatos escolares rígidos explican la dificultad para introducir innovaciones. ¿Por qué es tan difícil implementar cambios en educación?

Hay muchísimos estudios en Estados Unidos, Europa, América, acá, que muestran esto. Hay una pregunta que retoma Graciela Frigerio que es de dos historiadores de la educación norteamericanos: ¿quién reforma las reformas? Los docentes hibridizan las nuevas orientaciones, no sólo porque hay una mediación de un sujeto intérprete, que imprime según su saber profesional específico, su experiencia y su historia profesional, sino también porque la institución escolar muchas veces tiende a mimetizar el cambio, a mediar sobre el cambio. Por ejemplo, el Programa Maestros Comunitarios (PMC), que surge por una ONG, después vive por dos años un proceso de institucionalización. De ese proceso hay dos cosas que son relevantes: una, que los docentes empiezan a visualizar la importancia de ese programa y a transformarse ellos mismos en su práctica. Pero por otro lado, ¿cuál era el riesgo central? La excesiva institucionalización del programa, que se pegara tanto a la institución escolar y a sus formas, que perdiera su rasgo diferencial. El riesgo es que estos programas, que de alguna manera interpelan la gramática dura de lo escolar, no terminen siendo un programa más para aquellos chicos que presentan baja intensidad en los aprendizajes y transformándose, por esa vía, en un programa focalizado para algunos sujetos, en lugar de un programa con una capacidad de interpelar al maestro en su posición de enseñante y a la institución en su conjunto.

El PMC puede ser un ejemplo de cómo la innovación cuesta, porque si bien hay evaluaciones que indican que mejoran los aprendizajes, sigue siendo un programa focalizado que no cambia totalmente la escuela.

La razón explicativa de las autoridades es que es focalizado porque no está la plata suficiente. Pero tiene una vocación universal: el foco del problema no es el niño o su familia, el foco es la escuela y cómo la escuela puede transformarse y hacerse más hospitalaria, renovarse en función de la diversidad a la que se enfrenta. Una de las cosas que me interesa subrayar es que uno puede identificar una diversidad cultural, hay diferencias en las variaciones lingüísticas de los sujetos, y desde el punto de vista de un proyecto político cultural, que de alguna manera es lo que la escuela promueve, se puede reconocer esa diversidad y articular sin perder de vista que hay un nosotros, un horizonte común que debe garantizarse. Pero otra cosa es la desigualdad. En el mundo neoliberal, con esas frases de “hacé la tuya” y “viva la diferencia”, en realidad lo que se está ocultando es la fragmentación y la desigualdad de un neoliberalismo salvaje. Creo en apostar a que la escuela tiene la especificidad de la redistribución de los bienes culturales a todos y también es uno de los vehículos centrales para la inscripción de un nosotros plural, con diversidad, por eso digo que eso es una cuestión en tensión; es bien distinto a que cada un haga la suya, lo que refuerza la fragmentación y la desigualdad. Más allá de que uno pueda interpelar las formas muy homogéneas de lo escolar y la necesidad de que puedan modularse de modo diferente las propuestas educativas y los diseños curriculares, la escuela cumple allí un papel sustantivo, que es la construcción colectiva. Ahí no sólo se pone en juego la distribución de un conjunto de saberes específicos y desarrollo de habilidades de los sujetos, sino también la inscripción de ciertos valores éticos y políticos que hacen a lo común, que es sustantiva, y también es una misión de la escuela, en marcos de convivencia y tolerancia, atender la diversidad, pero eso la escuela lo tiene que seguir afirmando y reafirmando.

¿Cuáles serían los riesgos de los programas focalizados? Uno de los que se mencionan, por ejemplo respecto de Propuesta 2016 en secundaria, es el de la estigmatización de los colectivos a los que están dirigidos.

Esa es una de las críticas centrales sobre el riesgo de construir planes curriculares a medida. ¿La educación tiene que ser funcional a las demandas del mercado, a las demandas de la sociedad, o la educación debe trascender y habilitar las posibilidades de tránsito en lo que el chico quiera? La educación no puede ser medida en un horizonte pequeñito e inmediato, sino que tiene que ser una apuesta a la posibilidad de construir el futuro. Si vos diseñás un currículum a medida, la medida se va a reproducir; vos tenés que apostar a más. Hay algo del saber que es inconmensurable; uno debe apostar a que eso se desarrolle y potencie en el futuro, si no se cae en un funcionalismo y en reproducir los esquemas que ya están establecidos. Cuando uno lo piensa en el diseño concreto de programas, ahí se genera también una tensión. Es bueno pensar cuestiones que sean articulables. Por ejemplo, módulos que apunten al desarrollo cultural amplio del sujeto, ciudadano y político, de convivencia con lo diverso y con los otros, y módulos más particulares, en función de los distintos medios o situaciones en las cuales los sujetos se encuentran. Allí hay una cuestión que tiene una resolución del orden técnico, en la articulación de un diseño curricular particular, pero que trasciende lo técnico, porque implica una toma de decisión política y pedagógica sobre qué es a lo que el sujeto tiene derecho, qué es lo que el Estado debe garantizar como posibilidad de desarrollo y de crecimiento de los otros, y de movilidad. Hay una primera definición que es pedagógica y que es política, en el sentido de qué sociedad nos imaginamos, pero también después va a tener operativamente cuestiones más técnicas de cómo eso se puede articular, qué tiempos, qué espacios comunes puede haber, cuáles diferenciales; eso tiene una traducción después en lo que se llama la nomenclatura y la gramática de lo curricular.

Los porcentajes de deserción en educación media superior interpelan también lo curricular, en el sentido de por qué es que abandonan. Una sensibilidad contra la desigualdad puede también motivar la modificación de esos estándares.

Evidentemente, eso es una alerta. Más que amarilla, es una luz roja sobre lo que nos está pasando. Eso interpela al formato que la propia institución secundaria ofrece y también a los propios docentes en sus formas de enseñar. Uno podría decir: “La responsabilidad es de los ni-ni, que no quieren trabajar ni estudiar”. No, la responsabilidad es de todos nosotros, del Estado, de los docentes, las autoridades, los profesionales que trabajamos en estos temas, de toda la ciudadanía, es un problema de todos. Indudablemente, allí hay un cuello de botella que es bien importante para nuestra educación y en el cual hay que poner especial atención a las formas de los dispositivos institucionales, curriculares y también a la forma de enseñar. Lo que no quiere decir que porque están en determinado lugar yo les tengo que dar otra cosa: ‘Porque son de contexto vulnerable tienen que tener un programa de menor calidad, o menos tiempo, o más lúdico…’. No necesariamente es así. ¿Por qué no buscar los cambios institucionales que habiliten el tránsito de los sujetos por las distintas manifestaciones de la cultura?

El tema es cómo.

Claro. El cómo me parece que pasa, por un lado, en tener claro que son sujetos de derecho y que son sujetos iguales. Hay un filósofo francés, Jacques Rancière, que plantea como premisa que las inteligencias son iguales. Obviamente, esta es una formulación hipotética, que implica cómo me ubico yo ante el otro. Yo, docente, frente a la alteridad del otro; yo, institución educativa, frente a la diversidad de las alteridades de las comunidades en las cuales me inscribo para trabajar. Partiendo de esa premisa, el segundo paso es cómo podemos transformarnos, los dispositivos institucionales, los dispositivos curriculares, para poder albergar y hacer hospitalario el tránsito por las diferentes manifestaciones culturales que la educación tiene la obligación de redistribuir a todos por igual.

¿La escuela acrecienta la desigualdad?

Lo que hace la escuela pública es marcar un horizonte de inscripción de los sujetos, y por lo tanto fomenta e incrementa los procesos igualitarios. Uno puede discutir cómo mejorar o cómo promover mayores horizontes de integración o de igualdad a través de la escuela, pero la institución escolar, en esa utopía decimonónica de “los que han pasado juntos por los bancos de la escuela, no importando raza, sexo, diferenciación de clases sociales”, sigue estando presente en nuestra escuela pública. Quizás aquello de Florencio Sánchez, de “m’hijo el dotor”, la escuela como el vehículo de movilidad social, hoy no se puede visualizar tan claramente como hace unas décadas. Sin duda que hay, sobre todo a nivel de educación media y de enseñanza secundaria, cosas para modificar de forma de lograr que el total de los chiquilines terminen la educación. Lo que sucede es que todo pasa por la escuela. La culpa en este nivel siempre la tienen la madre y la escuela. Me parece que hay circuitos más complejos. Los dispositivos de enseñanza pueden y deben modificarse para que los chiquilines puedan transitar en instituciones más hospitalarias, en las cuales circulen el saber y las formas de convivencia. Es necesario que haya procesos de modificación y de actualización para que se garanticen las formas de distribución de la cultura; eso sí, siempre con participación de los actores y viendo que la escuela sola no puede. La escuela es un componente sustantivo en un entramado social mucho más complejo, que tiene que ver con otras inscripciones del mundo laboral, de los jóvenes en otros ámbitos, en otros circuitos culturales, en otras formas de participación. Me parece que se ha avanzado mucho, pero igualmente queda mucho para seguir haciendo allí. Lo que me rechina es eso de que la escuela reproduce las desigualdades. Es una afirmación muy fuerte. Quizás aquella escuela que se pensaba que era el motor del progreso y que iba a habilitar la movilidad social hoy no se visualiza con tanta fuerza, pero no sólo por la escuela: hay otras cuestiones del tejido social y del tejido cultural que no coadyuvan. Hay que preguntarse más integralmente qué lugar ocupa la escuela, qué posibilidades tiene y qué restricciones. Estos discursos, que se naturalizan, ¿qué habilitan? Habilitan propuestas educativas que son subvencionadas por el Estado, que indirectamente, por exoneraciones, por ley de mecenazgo, invierte en ellas, pero aparecen como de gestión privada. Entonces, crece ese sentido común de que lo privado es mejor que lo público. Sobre eso hay dos cosas que me parecen sustantivas. Una es que el Estado, de alguna manera, somos todos, y todos podemos participar en torno a eso. Y, por otro lado, la forma más transparente de elección de los docentes y los dispositivos las brinda el Estado: es el único que tiene concursos. Donde hay concursos para el ascenso es en el Estado, donde hay carrera docente es en las instituciones público-estatales, donde hay discusiones abiertas en las que pueden participar todos en torno a las formas curriculares es el Estado. Me asusta la instalación de esos discursos que, en definitiva, están ocultando o dicen sólo una parte de la cosa. Cuando uno dice una parte no es la verdad, sino que es una falsedad.

Fuente: https://educacion.ladiaria.com.uy/articulo/2019/1/con-la-investigadora-eloisa-bordoli-la-escuela-sola-no-puede/

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