Por: Ernesto A. Quijada Díaz
Desde hace muchos años, nuestra sociedad se debate y litiga frente a un tema, que por no haberlo consensuado, está generando una serie de traumas en la sociedad que nos afecta en términos generales. Se trata de la actualización sobre Salud Sexual y Reproductiva, que se ha perdido, que no interesa o que no le importa a quienes se oponen a la inclusión de la materia en el pensum de estudios, para mantener el atraso mental, que cada año genera cientos de estudiantes de ambos sexos inmersos en responsabilidades que nos les son propias.
Todos entendemos que hay un alto déficit de atención y seguimiento en los hogares panameños. No es por la apatía de padres y madres. Generalmente se debe a la falta de tiempo de calidad que deben brindarles a sus hijos. Las muchas responsabilidades y limitaciones en las que se debate nuestra sociedad, inciden enormemente en esto.
Casi no existe tiempo para que se estrechen los canales de comunicación en el hogar. La juventud aprende sobre sexo escuchando a neófitos, a depredadores, a personas interesadas en hacer daño o afectar la formación mental en materia sexual de jóvenes adolescentes o por las redes sociales, en donde acecha toda clase de depravados sexuales. Hay variantes diversas en ese sentido. Todos generan traumas en la formación a futuro de nuestra juventud.
Por ello, hace rato como sociedad estamos tratando de conciliar esfuerzos para que se modernicen los estándares que regulan la transmisión de conocimientos en materia de salud sexual y reproductiva en nuestra juventud. Entiendo que deben existir opiniones encontradas, unos por hipocresía, otros por sentido de figuración, otros que dicen defender el género, otros que intentan extraer el tema de la educación sexual en las escuelas, dejándolo solo a los padres de familia y la gran mayoría que basa su oposición en la terminología que debe emplearse para transmitir conocimientos.
En la Asamblea Nacional existe un anteproyecto que presenta por lo menos el inicio de una actualización del tema. Tomando en cuenta los cambios que ha tenido nuestra sociedad que no es la misma de hace 30 o 40 años, cuando existía una mejor formación y se valoraba mucho el ‘qué dirán en nuestra familia o en el entorno social’. Ante lo tétrico de las estadísticas, que se incrementan exponencialmente cada año, generando una población que interrumpe su acceso a la educación por tener que asumir responsabilidad de personas con madurez física y mental.
El caso de la profesora Teresa Argüelles de servicio en la Escuela Profesional, con alto índice de menores embarazadas cada año, que tiene 19 años de docencia y con una gran formación profesional cívica y ciudadana, no puede tildarse de irrespeto, ni ponerse de ejemplo para reivindicar a los que se oponen a que se introduzcan cambios en los cánones que rigen la salud sexual y reproductiva. Ese caso nos debe llevar a pensar que no todo está perdido. Su actuación resulta positiva, dado que enfrenta el problema de transmitir conocimientos de la misma manera que lo hacen los curas o los padres en el hogar. Basta de hipocresías a la hora de conversar con la juventud y decirles que los niños llegan de París, en el pico de una cigüeña. Esas ‘pendejadas’ son las que han generado el desconocimiento de nuestra juventud, que busca y no encuentra respuestas sobre los cambios físicos que experimentan sus cuerpos y su entrada al mundo del sexo responsable.
No creo que exista un padre de familia que se oponga a la posición de la educadora Teresa Argüelles. Ella le está haciendo el trabajo que, por falta de tiempo de calidad, deben brindarles a sus hijos. Su lección, por muy cruda que se le antoje a varios, resulta efectiva. Las cosas en materia de sexo deben enseñarse con los términos que ya esa población entiende. No son infantes, no son niños, son adolescentes que tienen una mínima idea de las cosas, pero no las tienen en secuencia, y allí es donde está el peligro.
No creo que el Meduca deba sancionar a una educadora que abre la vía para que sus colegas que atienden esta población asuman el reto de comunicar diciéndole ‘al pan, pan y al vino, vino’. Dejemos la hipocresía y el miedo a ser honestos con esa juventud ávida de conocimientos en materia de salud sexual y reproductiva.
Es buen síntoma ver el apoyo de los propios estudiantes a su profesora. No se sienten ultrajados ni denigrados en su condición de seres humanos. Espero que también existan padres de familia que se solidaricen con la educadora, así como sus propios colegas. No es justo que una menor aprenda a parir un hijo cuando está en la sala de parto de un hospital, con solo 14 años o menos.
Fuente: http://laestrella.com.pa/opinion/columnistas/hipocresia-sexual-sociedad/23994835