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Las autocríticas de la izquierda latinoamericana

…la autocrítica no es una noria

Mario Benedetti

Por: Emir Sader 

Tiempos de crisis, tiempos de balances,   de autocríticas, de búsqueda de nuevos horizontes. Después de tantos años de éxito del modelo de desarrollo económico con distribución de renta, cuando surgen problemas, graves algunos, con sustitución de gobiernos en Argentina y Brasil, se oye el coro de: ¡balance autocrítico!

A veces da la impresión que el modelo no fue un éxito durante más de una década, antes de entrar en crisis. Que Argentina no fue rescatada de la peor crisis de su historia. Que Brasil no dejó, por primera vez en su historia, el mapa del hambre. Como si se tratara de hacer un balance de un gran error, de un malentendido, de un fracaso. Se unen la derecha y sectores de la ultraizquierda para intentar pasar la versión de que nada de fundamental ha pasado en esos países en este siglo. De que todo es una ilusión pasajera, de que la vida de millones de personas no ha mejorado mucho durante más de una década.

De hecho, quien en la izquierda más se ha equivocado y no ha hecho autocrítica hasta ahora han sido las ultraizquierdas. Esas corrientes han afirmado, allá en los comienzos de los gobiernos progresistas latinoamericanos, que serían una continuación de los gobiernos neoliberales, que habían traicionado a la izquierda, que fracasarían, serían desenmascarados por los pueblos y sustituidos, seguramente, por corrientes de ultraizquierda. Con variantes en cada país, esas posiciones valían para Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, el Frente Amplio de Uruguay, Evo Morales, Rafael Correa.

Pero la realidad quiso otra cosa. Las previsiones macabras no se han realizado, el pueblo ha reconocido las medidas de esos gobiernos, les ha elegido y relegido, consagrándolos como los más grandes líderes populares de la izquierda en este siglo.

El balance de la izquierda que ha comandado esos procesos parte de los avances logrados, de los problemas no resueltos por esos gobiernos, hace autocrítica de los errores cometidos, en la perspectiva retomada del modelo de desarrollo económico con distribución, a partir de las experiencias acumuladas, en las nuevas condiciones nacionales e internacionales. Es, asimismo, un balance concreto, porque son fuerzas que tienen capacidad de pasar de la crítica y la autocrítica a la acción concreta, en lugar de quedar, de forma narcisista, mirándose al espejo.

Dos elementos estructurales no fueron superados por esos gobiernos, afectando directamente su desempeño: el primero, la hegemonía del capital financiero, que canaliza hacia actividades especulativas gran cantidad de recursos que podrían estar dirigidos a actividades productivas, con generación de bienes y de empleos. Es un fenómeno general del capitalismo en su era neoliberal, pero que, en caso de que se aprovecharan los procesos de integración, en particular en el Mercosur, donde hubo más homogeneidad, se hubiera podido formular y poner en práctica un modelo de desarrollo productivo que neutralizara y superara los efectos de la especulación financiera.

El otro factor estructural de desestabilización de los gobiernos progresistas es el monopolio privado de los medios, que influye directamente en la formación de la opinión pública. En todos los países con gobiernos progresistas ese es un factor decisivo en la disputa político-ideológica.

El libro Las vías abiertas de América Latina, recién publicado en Argentina por la editorial Octubre –que tendrá pronto ediciones en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil– reúne balances de los seis países latinoamericanos que han avanzado en la superación del modelo neoliberal, con una análisis general de Álvaro García Linera. El libro contiene balances desde dentro de esos mismos procesos, apuntando hacia sus éxitos y sus errores, que es la única forma de aprender de lo vivido. Son vías abiertas y no fin de ciclo, porque frente a los intentos de la derecha de retomar su viejo modelo neoliberal, el camino de la izquierda latinoamericana es el de profundizar las vías de ruptura de ese modelo, como ha comenzado a hacer en esos países, en el momento más virtuoso de la historia del continente.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/12/20/opinion/014a2pol

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La oportunidad para México de reacercarse a América Latina

Por: Emir Sader
La opción de los gobiernos mexicanos de firmar y dar continuidad al Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá, no solo solo ha perjudicado a México, sino que lo ha alejado de América Latina. Ha sido una opción ideológica, fundada en la falsa creencia de que ser asociado a potencias económicas iba a impulsar a la economía mexicana a los niveles de las economías más desarrolladas, alejándola de la pobreza, la desigualdad, la miseria, la exclusión social.

Los balances de los 20 años de vigencia de ese Tratado han sido evidentes: México ha sido el gran perdedor. Subido a un ring como peso liviano frente a un peso pesado como EEUU, México tenía todas las de perder y de hecho fue así. Aun cuando su economía creciera, México ha sido uno de los pocos países del continente que no ha mejorado la situación social de su población en este siglo.

Asimismo, la opción de hacer depender su economía de un solo gran mercado, ha sido suicida. Tener más del 80% de su comercio exterior con EEUU ha hecho que México oscile conforme oscila la economía norteamericana, una economía que ha dejado hace tiempo de ser la economía dinámica que fue en el pasado. México ha sido una fuente de mano de obra barata para las grandes corporaciones norteamericanas, un mercado seguro de consumo de los productos del vecino del Norte, un proveedor de materias primas a precios favorables para EEUU.

Además de perder en todo ese proceso, ahora México paga un precio aún más caro al haber atado su economía a la de un solo país. El triunfo de Donald Trump amenaza a México con los peores presagios: expulsión de una parte de las docenas de millones de mexicanos que trabajan en EEUU, impuestos que dificulten el envío de remesas a los familiares en México, además de la suspensión del mismo Tratado de Libre Comercio.

El pánico se adueña de México, sin que se recobre la conciencia plena de la nueva realidad y se pueda articular formas de defensa. Hasta ahora solo discursos son la respuesta a las amenazas concretas que Trump promete poner en práctica desde el primer día de su gobierno.

Es la hora de que México deje de mirar hacia arriba – donde incluso le cierran las puertas – y vuelva a mirar hacia abajo, hacia América Latina, de la que México siempre hizo parte, a pesar de gobiernos que solo tenían ojos para el vecino del Norte. Aunque ahora dos de los gobiernos que más promovían la integración regional tienen gobiernos que la niegan, los próximos años serán decisivos para América Latina y México puede ser parte determinante en ese futuro.

Es perfectamente posible, frente a los resultados desastrosos de los intentos de retorno al neoliberalismo en Argentina y en Brasil, que en los próximos años esos países vuelvan a tener gobiernos que privilegien la integración latinoamericana y no los Tratados de Libre Comercio con EEUU. México puede ser parte integrante de ese movimiento, que tan bien ha hecho al continente.

El triunfo de Trump y la eventual ruptura del TLC le permiten a México revisar las opciones equivocadas de sus gobiernos y volver a integrarse plenamente a América Latina. El continente se fortalecerá y México también se volverá más fuerte. Podrá contar con un intercambio económico intenso con los países del continente, así como acercarse a los Brics y su Banco de Desarrollo.

México habrá hecho de los infortunios con que se le amenaza una nueva oportunidad de reinsertarse en el mundo más allá de cualquier fatalidad geográfica. De volver a ser un país plenamente integrado a América Latina.

Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).

Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/182331

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Cristina, Dilma y Lula en Sao Paulo

 Por Emir Sader

Antes eran encuentros normales entre presidentes elegidos y relegidos democráticamente por sus pueblos para profundizar la democracia en Argentina y en Brasil. Reuniones que han hecho regularmente para coordinar acciones comunes y consolidar la solidaridad entre sus pueblos, a lo largo de más de una década, desde que Lula fue a la toma de posesión de Néstor, en 2004.

Desde aquel momento las relaciones entre los dos países se han vuelto las más cordiales en toda su historia. Se terminaron las rencillas, las pequeñas y grandes disputas con que el imperio pretendía alejarnos y contraponernos.

No había abrazos más calurosos y fraternales que los que se acostumbraron a dar Lula, Néstor, Dilma y Cristina. Porque se abrazaban dos pueblos, dos países hermanos, dos historias similares de lucha por la democracia, por la justicia, por la soberanía.

Hoy Dilma es una mandataria sacada de la presidencia de Brasil por un golpe parlamentario-mediático-judicial, cerrando el más largo periodo de vida democrática en un país tan marcado por dictaduras, incluso la anterior, que duró más de dos décadas. Con toda la dignidad de su vida de luchas, Dilma recorre el país y viaja al exterior para seguir, desde otra trinchera, la misma lucha que marca su vida desde su temprana juventud. Confirmando lo que ella siempre expresó: cambia el lugar desde donde pelear, pero no cambia nunca el lado desde donde se pelea.

Cristina es víctima de una feroz persecución política, que intenta descalificar su imagen, en la imposibilidad de descalificar su gobierno, que ha rescatado a Argentina de la peor crisis de su historia, ha retomado el crecimiento económico, esta vez con distribución de renta, ha rescatado la soberanía externa y la autoestima de los argentinos. Eso no le perdonan. Además de que ha sido una mujer quien ha liderado ese proceso, que ha logrado relegirse con una extraordinaria votación, superando las ofensivas golpistas de la derecha argentina.

Lula es igualmente víctima de una brutal persecución, que no logra probar nada en contra de él; al contrario, las dos decenas de testigos que han sido enviados para acusarlo, todos ellos han absuelto al primer presidente obrero de Brasil. El fantasma de Lula asusta a toda la élite golpista brasileña, que intenta sacarlo de la disputa electoral, porque él es el único político brasileño con prestigio popular, cuyo apoyo sólo aumenta, conforme los derechos conquistados en su gobierno van siendo sacados por el gobierno golpista de Michel Temer.

Cristina, Dilma y Lula se abrazan de nuevo, como las referencias fundamentales de sus pueblos, porque no son solamente personas, son la personificación de procesos políticos que han garantizado y extendido los derechos de la gran mayoría de argentinos y de brasileños. Representan a millones y millones de esperanzas de que nuestros países recuperen su dignidad, su capacidad de hacer justicia, de oír y de atender a toda la población.

Son dos mujeres y un hombre, a los que se hubiera juntado Néstor en caso de que estuviera todavía entre nosotros. Líderes latinoamericanos, líderes populares reconocidos por nuestros pueblos y por ello perseguidos. Los amamos, los protegeremos, los llevaremos de vuelta a la dirección de nuestros países, tan necesitados de abrazos, de justicia, de liderazgos con reconocimiento popular y prestigio internacional.

Bienvenida, Cristina, te saludamos una vez más, como la figura de la mujer argentina, como representante de las fuerzas populares de más larga tradición en Argentina. Te abrazamos, como abrazamos a Néstor, como abrazamos a todos los argentinos.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/12/06/opinion/020a1pol

Imagen: www.politicargentina.com/advf/imagenes/2016/03/56ee992b058e9_750x413.jpg

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Fidel, sinónimo de revolución

Por: Emir Sader

Fidel se ha vuelto sinónimo de revolución desde que se publicaron las primeras fotos de aquellos barbudos que derrocaron a un dictador en el ya lejano 1959. Más todavía para nosotros, en América Latina, para quienes ese movimiento era un fenómeno distante en el tiempo y en el espacio –en Rusia, en China, con Lenin, con Mao–. Fue Cuba, con Fidel, quien planteó para nosotros y para tantas generaciones la revolución como actualidad y que era posible en nuestro continente.

Fidel encarnó la revolución en América Latina y en todo el mundo, porque Cuba levantó de nuevo la idea del socialismo, cuando éste se había vuelto algo aparentemente petrificado, postergado.

Empecé mi militancia política en 1959 repartiendo un periódico –Acción Socialista– que tenía estampada la imagen de unos barbudos que habían derribado a un dictador –en aquel momento, de América Central; no se hablaba aún del Caribe–, posando como si fueran jugadores de futbol.

Luego mi generación se volvió la generación de la Revolución Cubana, que sedujo a tantos cuando convocó a los estudiantes a terminar con el analfabetismo en la isla y con las reformas agraria y urbana, la fundación de la Casa de las Américas, la soberanía frente al imperialismo y la proclamación de la revolución socialista, así como con la resistencia contra el intento de invasión en Bahía de Cochinos y frente al plan del cerco naval a la isla; con todo lo que venía de allá, que nos alentaba y señalaba caminos.

Sólo pude ver a Fidel cuando visitó Chile durante el gobierno de Allende, en sus recorridos por el país, hasta su discurso final en el Estadio Nacional.

Después del golpe en Chile pude encontrarme con él por primera vez en La Habana, para discutir las consecuencias de esa acción.

Fue inolvidable verlo entrar, enorme, alto, enérgico, simpático, afectivo, y presenciar su infinita capacidad de escuchar a las personas, de preguntar mucho sobre Chile, el golpe, Allende, Miguel Enríquez y el MIR, así como sobre Brasil.

Tuve el privilegio de convivir con su presencia en la vida cubana durante muchos años. Conocí cómo un dirigente se interesa por todo lo cotidiano de un país y del mundo; pronunciarse sobre todos los problemas, ser el crítico más radical de la revolución, señalando problemas, implacable con los errores, pero siempre proponiendo alternativas y despertando esperanzas.

Verlo hablar en la Plaza de la Revolución tantas y tantas veces fue una de las experiencias más impresionantes que uno pudo tener. En una de esas concentraciones, siempre ante millones de personas, se homenajeaba a las víctimas de un acto terrorista que abatió un avión cubano, en el que murieron, entre otros, jóvenes deportistas isleños. Con todos los cuerpos presentes en la plaza, Fidel pronunció uno de sus discursos más emocionantes, que concluyó diciendo: Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla. Y provocó las lágrimas de aquellos cubanos que se habían desplazado de todas partes de la isla para escucharlo hablar durante horas bajo el sol inclemente.

Fidel siempre sorprendió a todos con su audacia. Desde la primera acción, el asalto al cuartel Moncada, y luego el desembarco del Granma, hasta sus iniciativas posteriores, ya en el poder, valiéndose del factor sorpresa de la guerrilla.

También cuando abrió las puertas de todas las embajadas para que quienes quisieran irse de Cuba lo hicieran, permitiendo que llegaran embarcaciones desde Miami para recogerlos. Un gesto audaz que él supo revertir en favor de la revolución, como todo lo que hacía.

Como cuando proclamó que el niño Elián sería recuperado por Cuba, objetivo que parecía imposible, pero que él, irradiando en todos enorme confianza, logró. Y cuando afirmó que Cuba recuperaría a sus cinco héroes presos en Estados Unidos, lo cual parecía absolutamente inviable, pero él supo construir, una vez más, la estrategia victoriosa para conseguir lo imposible.

Fidel fue sinónimo de revolución durante más de 50 años. Para quien quisiera saber sobre ésta y sobre socialismo, bastaba dirigir su mirada hacia él.

Él y el Che señalaron para muchas generaciones el horizonte del socialismo, de la revolución y del compromiso militante.

Fidel fue la personificación de la revolución y del socialismo. Su vida y sus palabras han sonado siempre como la voz más fuerte, más digna, más vibrante, con más esperanza y más coraje que la historia ha conocido.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/11/27/opinion/014a1pol

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A disputa antiglobalizacion entre la extrema Derecha y la Izquierda

Por: Emir Sader

La globalización neoliberal buscó imponer un nuevo sentido común en el mundo: sería imposible oponerse a la globalización económica, cada país tendría que abrirse inevitablemente hacia el mercado mundial, cada economía tenía que hacer sus adecuaciones correspondientes, con el debilitamiento de los Estados nacionales. Los grandes capitales, a su vez, buscarían desterritorializar sus inversiones, buscando las mejores condiciones de exploración de la fuerza de trabajo, de los recursos naturales, así como de acceso a los nuevos mercados mundiales.

Se pretendía que todos ganarían, salvo los que tardaran en rendirse a esa ola supuestamente inexorable y avasalladora. Los Tratados de Libre Comercio serían los pasaportes hacia ese inmenso mercado mundial, con cada región preparándose para competir con las otras en las mejores condiciones.

La unificación europea, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte serían apenas los primeros pasos hacia esa nueva configuración mundial que, sin darse cuenta, iba dejando atrás contingentes cada vez más grandes de desamparados, de excluidos, de olvidados, de marginalizados, de huérfanos de la globalización. Países enteros, sectores de la economía, contingentes enormes de trabajadores, se fueron sintiendo como victimas impotentes de la globalización, que era la fiesta del capital internacionalizado.

La actitud frente a los inmigrantes en Europa fue definitoria de la nueva configuración política e ideológica del continente. La extrema derecha se ha fortalecido en la crítica a la llegada de los inmigrantes, redespertando con fuerza los sentimientos chovinistas y racistas que alimentan a esa corriente. A la vez critican la renuncia a la soberanía nacional representada por la Unión Europea y por el euro.

Al mismo tiempo que las políticas de austeridad han pasado a desgastar aceleradamente a los partidos tradicionales, dado que tanto los conservadores como los socialdemócratas se unieron en la política suicida asumida como una especie de destino inexorable impuesto por la globalización neoliberal. La extrema derecha pasó a disputar con las nuevas corrientes de la izquierda los espacios que habían quedado vacíos por la asimilación de los partidos tradicionales a la unificación europea y a su moneda común.

El Brexit fue tan solamente la proyección internacional del malestar y del rechazo a la globalización como respuesta de sus víctimas. No por acaso sectores de la clase obrera blanca, víctimas de la desterritorialización de las inversiones hacia países periféricos y, según la propaganda, de la llegada de los inmigrantes, fueron protagonistas del Brexit, al igual que componentes esenciales de la votación de Donald Trump.

Junto a esa crítica, se difundió la crítica a la política tradicional, a la forma de hacer política, cada vez más parecía entre sí, de parte de los partidos tradicionales. La rotación entre la derecha tradicional y la social democracia dejo’ de funcionar como alternancia real, para tan solamente hacer suceder en el gobierno a modalidades cada vez más similares de aplicación de formas de neoliberalismo.

Al Brexit se suma ahora la victoria de Trump en EEUU, que se asemeja a ella no solamente por la sorpresa respecto a las encuestas, sino principalmente por ser un tipo de protesta en contra de la globalización y la política tradicional, de la que Washington y su más legítima representante, Hillary Clinton, son los símbolos.

La izquierda que no se ha rendido al neoliberalismo, sino que lucha por su superación, tiene que participar de esa disputa en los dos frentes: por una parte, no rendirse a la globalización neoliberal y sus Tratados de Libre Comercio, ahora en retracción. Tiene que proponer y promover un nuevo orden mundial, del que los Brics son el eje emergente.

Y debe, a la vez, proponer nuevas formas de hacer política, distanciándose radicalmente de las formas tradicionales, con liderazgos transparentes, con estrechos vínculos populares, con critica a toda forma de desvío de recursos públicos, con formas de rendición de cuentas regulares, con mandatos parlamentarios limitados en el tiempo, con refundación del Estado por medio de la Asamblea Constituyente, que genere un Estado realmente democrático, en su forma y en su contenido, representante de la ciudadanía, al que deben tener acceso en igualdad de condiciones todos los individuos.

Se trata ahora de una fase de la globalización neoliberal que se cierra con nuevos fenómenos, del que el Brexit y la elección de Trump son sus expresiones más claras. Se abre un nuevo campo de disputas sobre la geopolítica mundial y nuevas formas de hacer política. Le toca a la izquierda formular nuevas perspectivas para estar a la altura de esos nuevos desafíos.

Fuente: http://www.albatv.org/La-disputa-antiglobalizacion-entre.html

Fotografía: nodal

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La vuelta de la derecha

Por: Emir Sader

La nueva ola de derecha en América latina no tardó en decir a qué vino. Los gobiernos de Mauricio Macri en Argentina y de Michel Temer en Brasil se dedican, única y exclusivamente, a aplicar el mismo tipo de duro ajuste fiscal que ya había sido aplicado en esos y otros países del continente, con las desastrosas consequencias económicas y sociales que se conocen.

Para ello, tuvieron que reimponer el viejo diagnóstico, según el cual, los problemas de los países son resultado de gastos excesivos del Estado. Un diagnóstico totalmente desmentido por la forma en que en esos mismos países los gobiernos han reaccionado a los duros efectos de la crisis internacional iniciada en 2008. Se podría haber hecho lo que se hace ahora, cortando hondamente los presupuestos de los recursos para políticas sociales. Pero las economías latinoamericanas habrían ingresado en recesiones profundas y prolongadas, de las cuales no habrían salido, como ocurre con las economías europeas.

Sin embargo, los gobiernos de Argentina y de Brasil, con orientaciones distintas de las actuales, no se dejaron llevar por la crisis y reaccionaron en contra de la recesion, con medidas anticíclicas. Con ello pudieron sacar rápidamente a las economías de la recesion, volver a crecer, superar el desempleo y retomar la dinámica de expansión económica con distribución de renta, que permitió el momento más virtuoso de la historia de esos y de otros países del continente en este siglo.

Pero la derecha volvió a los gobiernos de esos países, como si no hubiera pasado nada. Como si no hubieran fracasado y arrojado a los países a las peores crisis recesivas en mucho tiempo, con altos niveles de desempleo y profundas crisis sociales. Como si no se hubieran dado gobiernos que recuperaron esas economías, superaron su crisis social y desarrollaron los programas de inclusión social más amplios de su historia.

La derecha retoma el mismo diagnóstico que había llevado a los ajustes, a las recesiones, a las crisis sociales. Necesita, para ello, borrar o descalificar todos los avances logrados a lo largo de este siglo. Como si Argentina y Brasil no estuvieran mucho mejor, de todos los puntos de vista, gracias a las políticas con las que han enfrentado a la crisis.

Tratan de pasar la idea de que la crisis actual es generada por el modelo que mejor funcionó. Dicen que se habría gastado demasiado. Que los gastos en políticas sociales serían la causa del desequilíbrio de las cuentas públicas. No las altísimas tasas de interés, no el pago de las deudas interna y externa, no la evasión de impuestos, no los paraísos fiscales, no los subsidios a los grandes empresarios, no la especulación financiera.

En realidad, la derecha vuelve para destruir lo que fue construido a lo largo de este siglo en los países donde logra, por una u otra vía, volver al gobierno. Su agenda es estrictamente negativa: privatización de propiedades públicas, menos recursos para politicas sociales, menos derechos para los trabajadores, más recesión, más desempleo. Más Estados Unidos en el continente y menos integración regional.

No pueden decir que son lo nuevo, porque rescatan a los viejos economistas neoliberales. Ni que van a retomar el crecimiento económico, porque ahondan la recesión. Ni que van a controlar las cuentas públicas, porque aumentan la inflación y el déficit público. No tienen nada para prometer, porque lo que hacen no tiene nada de popular, ni de democrático. Sólo pueden sobrevivir, blindados por los medios.

¿Cómo deben reaccionar las fuerzas populares frente a esa ofensiva conservadora?

Antes de todo, buscando el más amplio proceso de toma de conciencia, de movilización y de organización de los sectores populares, víctimas de las políticas de esos gobiernos. Sin eso, no será posible revertir la situación. En segundo lugar, buscar la más amplia unidad de las fuerzas opositoras, tomando como línea divisoria entre los dos campos al modelo neoliberal. Unir a todas las fuerzas antineoliberales. En tercer lugar, hacer un balance del pasado reciente, pero valorando todo lo conquistado como paso previo a la crítica de los errores. En el cuarto, finalmente, reconquistar la hegemonía de los valores que han llevado a los gobiernos progresistas a ser eligidos por la mayoría. Reelaborar los temas de la justicia social, de la democracia política, de la soberanía nacional, entre tantos otros, en los términos actuales, después de los avances de la derecha.

Como cada vez que se da una victoria política de la izquierda o de la derecha ésta es antecedida por una victoria en el plano de las ideas, hay que reimponer como objetivos fundamentales del país el desarrollo económico con distribución de renta, después de desarticular las falsedades con las que la derecha vuelve a los países de América latina.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-313307-2016-11-03.html

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El derecho humano al empleo

Por: Emir Sader

Las constituciones suelen ser, todas o casi todas, de caracter liberal. Empiezan por el tradicional “Todos son iguales frente a la ley”, antes de todos los otros preceptos tradicionales.

Entre estos, el derecho a la propiedad tiene un lugar especial. Si, originariamente, siguiendo a Locke, ese derecho estaba limitada al uso propio de la propiedad, después se ha trasformado en el derecho a la propiedad lisa y llanamente. Ni la limitación del uso social suele estar presente. El derecho a la propiedad se ha vuelto un fetiche, sin que importen las consecuencias de su existencia.

Se trata de un derecho que tiene sus dispositivos concretos de garantia. Si una tierra improductiva es ocupada por trabajadores rurales sin tierra, aunque la vuelven productiva, trabajando en ella, el propietario legal llama a la policia, que rápidamente manda tropas para desalojar a los trabajadores y hacer respetar el derecho a la propiedad privada. Y, en caso de que haya resistencia, se usará de la fuerza, se tomará presos a los trabajadores, para hacer valer el derecho a la propiedad privada. Se someterá a esos trabajadores a procesos y a condenas, garantiza el derecho constitucional.

Un derecho de una ínfima minoria de propietarios privados de medios de produccion importantes, que tiene formas de garantizar sus privilégios. Porque el derecho de pocos no es derecho, es privilegio.

Por otra parte, una actividad desarrollada por a mayoria aplastante de la poblacion, el trabajo y el empleo corespondiente, no tiene destaque, a veces ni siquiera referencias, en las constituciones y, menos todavia, garantias de su respeto. Si alguien pierde el empleo, no tiene a quien apelar. A lo sumo recibirá un seguro desempleo por algún tempo. Pero la sociedad lo condena al abandono.

Si, en la concepcion liberal, el mercado define el valor de cada caso, cuando alguien se queda sin empleo, el mercado le esta diciendo que, aun con los bajos salarios que podría recibir,nadie está dispuesto a contratarlo porque él no vale nada.

Un derecho que corresponde a la gran mayoría o a la casi totalidad de la población, la clase trabajadora, como es el derecho al empleo, para que una persona pueda vivir de manera minimamente digna, manteniéndose y manteniendo a su familia, con un contrato formal de trabajo que le dé garantias básicas, de ninguna manera está garantizado para parte de la sociedad.

Si el trabajador pierde el empleo, tiene que arreglárselas solo, salir tempranito para buscar cualquier actividad, volviendo desmoralizado por la noche cuando no lo logra. Una sociedad justa requiere que el derecho al empleo sea considerado como un derecho humano inalienable, junto a los otros derechos, porque sin él, el ser humano no puede sobrevivir con un mínimo de dignidad.

No se trata de ningun favor que la sociedad le hace al trabajador, porque es él quien produce todas las riquezas de la sociedad, sin poder, tantas veces, siquiera compartir los bienes que produce. El derecho al empleo y al trabajo dede ser incoporado a los derechos humanos esenciales de nuestro tiempo.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-312494-2016-10-24.html

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