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El futuro de América Latina

Por: Emir Sader

En este artículo el autor analiza los factores que pueden determinar el futuro de América Latina durante los próximos años.

América Latina ingresó al siglo XXI dominada por gobiernos neoliberales. Era la región del mundo con los gobiernos más neoliberales y los más radicales. El neoliberalismo llegó a América Latina a través de los Chicago Boys durante la dictadura de Pinochet.

Por ello, fue la región del mundo donde surgieron las mayores manifestaciones de resistencia popular a los efectos de las políticas neoliberales. Desde el caracazo en Venezuela, en 1989, hasta las manifestaciones en Argentina, a principios de este siglo, hasta expresarse en gobiernos antineoliberales.

El continente vivió así la impresionante secuencia de elecciones de gobiernos antineoliberales: Hugo Chávez en 1998, Lula en 2002, Néstor Kirchner en 2003, Tabaré Vázquez en 2004, Evo Morales en 2005, Rafael Correa en 2006. Gobiernos que favorecieron políticas sociales, en lugar de los ajustes fiscales; los procesos de integración regional, en lugar de los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos; y el rescate del papel activo del Estado, en lugar de la centralidad del mercado.

La primera década del siglo XXI estuvo marcada por estos gobiernos, que lograron reducir significativamente las desigualdades, el desempleo y la pobreza en esos seis países. Y se proyectaron los principales líderes políticos de izquierda en el mundo.

En la segunda década hubo crisis de algunos de estos gobiernos, retorno efímero de gobiernos conservadores –algunos vía golpes de Estado–, hasta que los gobiernos antineoliberales se extendieron a México, Honduras, Chile, Perú. Y el continente llega a la tercera década del siglo con la posibilidad de que Colombia y Brasil se sumen a este grupo de gobiernos, constituyendo el mayor bloque de gobiernos progresistas que haya conocido el continente. Lo que, a la vez, representa la situación de mayor aislamiento de Estados Unidos en América Latina.

A partir de la tercera década del siglo, ¿qué futuro podemos imaginar para América Latina?

La primera pregunta es saber, ¿hasta qué punto los gobiernos progresistas podrán superar el neoliberalismo e instalar un nuevo modelo económico? ¿Hasta qué punto podrán pasar de ser antineoliberales a posneoliberales?

Es un obstáculo muy grande, porque el neoliberalismo sigue predominando en el capitalismo a escala mundial. Además, incluso en los países latinoamericanos, el peso del capital financiero sigue siendo muy grande, bloqueando la posibilidad de retomar un nuevo ciclo de crecimiento económico, condición para la generación de empleo y las políticas de distribución del ingreso.

Será un gran desafío para los gobiernos progresistas implementar políticas que puedan pasar la página del neoliberalismo. Esto solo es posible a través de tres factores: el primero es la integración de los gobiernos latinoamericanos y la construcción de políticas económicas coordinadas.

El segundo es la necesidad de superar el aislamiento de América Latina, lo que se puede hacer a través de los BRICS, un espacio que reúne a gobiernos favorables a un mundo multipolar, con países emergentes.

El tercero es la necesidad de construir otro tipo de Estado que pueda democratizar radicalmente nuestras sociedades.

El futuro de América Latina depende de estos factores, pero depende especialmente del futuro de algunos países clave del continente, como Brasil, Argentina, México, Colombia y Bolivia, cuyo peso en el continente es decisivo.

Que en Argentina, aprovechando la crisis de gobierno, la derecha no pueda ganar las próximas elecciones presidenciales. Que el peronismo logre, una vez más, reencontrarse, tener una candidatura consensuada y dar continuidad a la reconstrucción del país.

Que López Obrador, a pesar del sabotaje de las grandes empresas, logre que la economía mexicana vuelva a crecer, para apoyar las políticas sociales del gobierno.

Que Petro triunfe en Colombia y logre pacificar el país, luego de décadas de violencia e inestabilidad.

Que Lula vuelva a ser elegido presidente en Brasil y logre recuperar al país de la peor crisis de su historia, vuelva a ser el gran líder que necesita Brasil, con una destacada actuación internacional, que vuelva a proyectar a América Latina como el epicentro de la democracia.

El futuro de América Latina está abierto. Ya cuenta con varios gobiernos progresistas y un apoyo popular antineoliberal muy fuerte. Pero la supervivencia del neoliberalismo en el continente y en el mundo, y la existencia de una derecha y una ultraderecha que llegaron para quedarse, presentan desafíos que los gobiernos y líderes políticos latinoamericanos tienen que enfrentar.

El destino de América Latina en los próximos años definirá el destino del continente en toda la primera mitad del siglo y, de alguna manera, pesará en el destino del neoliberalismo y del posneoliberalismo en el mundo.

Fuente de la información e imagen: https://rebelion.org

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Cómo no pensar en otro mundo posible

Emir Sader 

En este artículo el autor reflexiona sobre la necesidad de construir otro mundo posible, diferente de este mundo ‘diabólico’.


El mundo está como le gusta al diablo: guerras, epidemias, catástrofe ecológica, miseria campante, amenazas, los peores pronósticos posibles. Se necesita una chispa para que todo se incendie. Alguien o algo puede salirse de control y eso es todo: el tan anunciado fin del mundo.

Todo como le encanta a los pesimistas. La guerra de Ucrania podría extenderse a toda Europa. Rusia podría recurrir a las armas nucleares, Estados Unidos anuncia que Rusia también sería destruida.

Hay especulaciones sobre posibles soluciones para el fin de esta guerra, pero todas parecen imposibles. Que Rusia salga plenamente victoriosa, incorporando a Ucrania a su territorio y avanzando a otros territorios. Una salida que solo remitiría a otras guerras, ya sea por la repuesta de Moscú, o por las respuestas militares de la OTAN, que esta vez intentaría tomar la iniciativa antes que el Kremlin. Posibilidad no favorable a una situación de paz y estabilidad. Antes puede apuntar a la llamada Tercera Guerra Mundial, que liquidaría todo y a todos, por el carácter demoledor que tienen las potencias nucleares para aniquilarse unas a otras, sin capacidad de defenderse de ser aniquiladas.

Una segunda posibilidad para el final de esta guerra sería la situación contraria: Rusia sería derrotada, tendría que retirar todas sus tropas del exterior y tendría un daño económico y social aún más grave, además del daño a su capacidad militar. Supondría que el poder atómico de Rusia sería neutralizado -no se sabe cómo sucedería-, pero no podría evitar que, una vez mas en su historia, Rusia recobrara fuerza y ​​reapareciera como una gran potencia nuclear. Nada alentador para un mundo de paz y estabilidad.

La tercera hipótesis sería la de un acuerdo mágico, en el que cada uno cede un poco y se llega a un tratado de paz que dejaría a todos si no contentos, al menos aliviados. ¿Qué podría ser este acuerdo mágico?

Rusia sacaria sus tropas de Ucrania y de sus fronteras, incorporaría, de una forma u otra, las dos provincias autónomas bajo su influencia, con la garantía de que la OTAN no incorporaría a Ucrania y que, por tanto, no habría tropas en su frontera. Una especie de nuevo Acuerdo de Minsk, esta vez de verdad. Y todos seríamos felices y comeríamos perdices.

¿Quién cree esto?

A continuación, podemos elegir los diferentes tipos de fin del mundo. Sin contar la propagación de una nueva pandemia, sin una vacuna para neutralizarla. O un desastre ecológico, tan anunciado desde hace tanto tiempo, en el que diversas partes del mundo se presentan como candidatas a desatar tales desequilibrios, que nada volvería a ser como antes, quizás ni siquiera la Ley de Newton.

Los programas de televisión incorporarán próximamente la pregunta de sus entrevistados sobre qué tipo de fin del mundo prefieren. Una guerra nuclear, un tsunami universal, una epidemia que se esparce por tocar los celulares o los televisores, o alguna combinación de todos ellos, que ninguna película de catástrofes ha previsto hasta ahora.

O, como suele decirse, dejemos de lado el pesimismo, al menos por un momento. Dejemos el pesimismo para tiempos peores. Estos tiempos no conllevan, más allá de todos los riesgos, un pesimismo generalizado.

¿No habría otro posible fin del mundo? ¿Más suave, más lento, más pacífico? ¿No puedes esperar la posibilidad de que todos nos traslademos a otro de esos planetas a los que llegan los millonarios y ven el fin del mundo -o de la Tierra- desde arriba, como en una película?

Tal vez no. Tal vez nos tengamos que conformar con nosotros mismos, con todos los problemas que creamos o que permitimos que se crearan. Lograr la paz con acuerdos de fin de la guerra. Controlar las pandemias con medicamentos preventivos. Prevenir los desequilibrios ecológicos que llevan todo al infierno a través de políticas y actitudes que también cuiden la Naturaleza.

Al fin y al cabo, nos educaron, de niños, con historias que siempre acababan bien. Luego Hollywood se encargó de acostumbrarnos a los happy ends.

¡Quien sabe! ¡Quién sabe! Podría esperarse, en la expectativa optimista de que ninguna de las amenazas prosperará, son solo eso, amenazas. O intentar un gran pacto entre hombres de buena voluntad, suponiendo que existan y tengan poder sobre todos los riesgos que nos aquejan.

O elegir a Lula y pedirle otro milagro, además de recuperar este país entregado a las cucarachas y los ratones. Que convoque a los grandes agentes de las crisis a una asamblea general, quizás en el Maracaná, para llegar a un acuerdo, en el que todos se comprometan a actuar bien y para bien, a pesar de sus intereses particulares.

No está de más soñar, porque la realidad es irritante, amenazante, nos sorprende cada mañana con nuevos riesgos y declaraciones que nos impiden dormir. Los medios de comunicación, además de ser malos como fuente de información y de interpretaciones, prefieren el fin del mundo -o al menos su inminencia- porque da más audiencia y por tanto más publicidad.

El deseo entonces es no despertar cada mañana e irse a dormir enseguida cada noche, para acabar con el mal día. Los pesimistas dirán que al día siguiente todo será aún peor. Los optimistas, que moriremos mientras dormimos.

¿O no? Cualquier novedad, para bien o para mal, haremos una edición extraordinaria en este mismo espacio. Quizás anunciando que Otro mundo es posible.

Cómo no pensar en otro mundo posible

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Mundo: Cómo no pensar en otro mundo posible

Cómo no pensar en otro mundo posible

En este artículo el autor reflexiona sobre la necesidad de construir otro mundo posible, diferente de este mundo ‘diabólico’.


El mundo está como le gusta al diablo: guerras, epidemias, catástrofe ecológica, miseria campante, amenazas, los peores pronósticos posibles. Se necesita una chispa para que todo se incendie. Alguien o algo puede salirse de control y eso es todo: el tan anunciado fin del mundo.

Todo como le encanta a los pesimistas. La guerra de Ucrania podría extenderse a toda Europa. Rusia podría recurrir a las armas nucleares, Estados Unidos anuncia que Rusia también sería destruida.

Hay especulaciones sobre posibles soluciones para el fin de esta guerra, pero todas parecen imposibles. Que Rusia salga plenamente victoriosa, incorporando a Ucrania a su territorio y avanzando a otros territorios. Una salida que solo remitiría a otras guerras, ya sea por la repuesta de Moscú, o por las respuestas militares de la OTAN, que esta vez intentaría tomar la iniciativa antes que el Kremlin. Posibilidad no favorable a una situación de paz y estabilidad. Antes puede apuntar a la llamada Tercera Guerra Mundial, que liquidaría todo y a todos, por el carácter demoledor que tienen las potencias nucleares para aniquilarse unas a otras, sin capacidad de defenderse de ser aniquiladas.

Una segunda posibilidad para el final de esta guerra sería la situación contraria: Rusia sería derrotada, tendría que retirar todas sus tropas del exterior y tendría un daño económico y social aún más grave, además del daño a su capacidad militar. Supondría que el poder atómico de Rusia sería neutralizado -no se sabe cómo sucedería-, pero no podría evitar que, una vez mas en su historia, Rusia recobrara fuerza y ​​reapareciera como una gran potencia nuclear. Nada alentador para un mundo de paz y estabilidad.

La tercera hipótesis sería la de un acuerdo mágico, en el que cada uno cede un poco y se llega a un tratado de paz que dejaría a todos si no contentos, al menos aliviados. ¿Qué podría ser este acuerdo mágico?

Rusia sacaria sus tropas de Ucrania y de sus fronteras, incorporaría, de una forma u otra, las dos provincias autónomas bajo su influencia, con la garantía de que la OTAN no incorporaría a Ucrania y que, por tanto, no habría tropas en su frontera. Una especie de nuevo Acuerdo de Minsk, esta vez de verdad. Y todos seríamos felices y comeríamos perdices.

¿Quién cree esto?

A continuación, podemos elegir los diferentes tipos de fin del mundo. Sin contar la propagación de una nueva pandemia, sin una vacuna para neutralizarla. O un desastre ecológico, tan anunciado desde hace tanto tiempo, en el que diversas partes del mundo se presentan como candidatas a desatar tales desequilibrios, que nada volvería a ser como antes, quizás ni siquiera la Ley de Newton.

Los programas de televisión incorporarán próximamente la pregunta de sus entrevistados sobre qué tipo de fin del mundo prefieren. Una guerra nuclear, un tsunami universal, una epidemia que se esparce por tocar los celulares o los televisores, o alguna combinación de todos ellos, que ninguna película de catástrofes ha previsto hasta ahora.

O, como suele decirse, dejemos de lado el pesimismo, al menos por un momento. Dejemos el pesimismo para tiempos peores. Estos tiempos no conllevan, más allá de todos los riesgos, un pesimismo generalizado.

¿No habría otro posible fin del mundo? ¿Más suave, más lento, más pacífico? ¿No puedes esperar la posibilidad de que todos nos traslademos a otro de esos planetas a los que llegan los millonarios y ven el fin del mundo -o de la Tierra- desde arriba, como en una película?

Tal vez no. Tal vez nos tengamos que conformar con nosotros mismos, con todos los problemas que creamos o que permitimos que se crearan. Lograr la paz con acuerdos de fin de la guerra. Controlar las pandemias con medicamentos preventivos. Prevenir los desequilibrios ecológicos que llevan todo al infierno a través de políticas y actitudes que también cuiden la Naturaleza.

Al fin y al cabo, nos educaron, de niños, con historias que siempre acababan bien. Luego Hollywood se encargó de acostumbrarnos a los happy ends.

¡Quien sabe! ¡Quién sabe! Podría esperarse, en la expectativa optimista de que ninguna de las amenazas prosperará, son solo eso, amenazas. O intentar un gran pacto entre hombres de buena voluntad, suponiendo que existan y tengan poder sobre todos los riesgos que nos aquejan.

O elegir a Lula y pedirle otro milagro, además de recuperar este país entregado a las cucarachas y los ratones. Que convoque a los grandes agentes de las crisis a una asamblea general, quizás en el Maracaná, para llegar a un acuerdo, en el que todos se comprometan a actuar bien y para bien, a pesar de sus intereses particulares.

No está de más soñar, porque la realidad es irritante, amenazante, nos sorprende cada mañana con nuevos riesgos y declaraciones que nos impiden dormir. Los medios de comunicación, además de ser malos como fuente de información y de interpretaciones, prefieren el fin del mundo -o al menos su inminencia- porque da más audiencia y por tanto más publicidad.

El deseo entonces es no despertar cada mañana e irse a dormir enseguida cada noche, para acabar con el mal día. Los pesimistas dirán que al día siguiente todo será aún peor. Los optimistas, que moriremos mientras dormimos.

¿O no? Cualquier novedad, para bien o para mal, haremos una edición extraordinaria en este mismo espacio. Quizás anunciando que Otro mundo es posible.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/como-no-pensar-en-otro-mundo-posible/

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Pablo González Casanova, cien años de pensamiento crítico

Por: Emir Sader
Fuentes: Rebelión [Imagen: Pablo González Casanova en un acto académico. Créditos: UNAM]

En este artículo el autor hace una semblanza del pensador latinomearicano Pablo González Casanova.

El 8 de noviembre del 2012, hace 10 años, Don Pablo González Casanova recibió el Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales, durante la inauguración de la Asamblea General de Clacso (Consejo Latinoamericana de Ciencias Sociales), en Ciudad de México. Durante la entrega, yo, como Secretario General de Clacso, afirmé que Don Pablo es el intelectual de mayor importancia en América Latina. Este viernes Don Pablo cumple cien años.

Don Pablo dio ese día  de 2012 una conferencia magistral, donde trató tres temas principales: la ciencias hegemónicas, la presente agudización de la crisis y la respuesta social de presión, negociación o conformismo; y las ciencias sociales y el pensamiento crítico alternativo y revolucionario, con tanta riqueza en América Latina.

Don Pablo explicó que las ciencias hegemónicas de la globalización no son solo ideologías, sino también “tecnologías y tecnociencias para la dominación y la acumulación, cuyo desarrollo corresponde al crecimiento de las ciencias de la comunicación y la organización, destinadas a alcanzar los objetivos del capitalismo corporativo y de subsistemas de organización para la maximización de ganancias y la minimización de perdidas.

“En las guerras formales e informales las políticas de desinformación y desconocimiento se complementan con medidas de debilitamiento por eliminación y destrucción física y moral de competidores y opositores, corrupción y colusión de los mismos”, dijo Don Pablo.

Añadió que la ciencia mas avanzada, de acuerdo con los gerentes de la globalización, es la de la toma de decisiones para la maximización de utilidades y la disminución de riesgos, tanto en el campo económico como en el político-militar. Combinada con la política de pan y palo, o con la psicología para la domesticación de animales humanos, o la dominación de los pueblos con bananas y garrotes, más que rigor científico indica cuán fuerte se siente el mundo de la corporaciones y de los complejos militares-empresariales para imponer su política de dominación y acumulación con gobiernos enteros a su servicio.

Para Don Pablo, con la integración de estos complejos empresariales, militares, políticos y mediáticos, el capital corporativo perfeccionó políticas de cooptación y represión. Las nuevas políticas permitieron al capital corporativo quitar las principales facultades soberanas a los estados, hasta disponer de un nuevo tipo de estados privatizados, cuyos jefes de gobierno hacen de la competitividad , la eficacia y la gobernanza su principal tarea. Buscan y se enorgullecen de atraer capitales, con exenciones de impuestos, subsidios, desregulación de los trabajadores o de lavado de dinero que maneja la compraventa de armas y narcóticos y contribuye a la creciente recolonización de países enteros con la creciente cooperación del crimen organizado. Sin embargo, a pesar del panorama, Don Pablo finalizó su intervención recordando que la fuerza de América Latina hace pensar que otra realidad es posible.

Quise reproducir esas palabras de Don Pablo, de exactamente hace 10 años, para certificar la perennidad de su visión del mundo contemporáneo.

Si alguien personifica el pensamiento critico latinoamericano, ése es Pablo González Casanova o Don Pablo, como le llamamos, con reverencia y con cariño. Es quien, como trayectoria y como obra, resume, antológicamente, el pensamiento crítico latinoamericano, uno de los mejores patrimonios que nuestro continente ha producido a lo largo del siglo XX y del siglo XXI.

Don Pablo pertenece a esa generación de oro del pensamiento social de América Latina, que tiene como sus maestros fundadores a José Carlos Mariátegui, a Julio Antonio Mella, a Luis Emilio Recabarren, a Sergio Bagu, a Rodolgo Stavenhagen, entre otros.

Su obra es contemporánea de lo mejor que el pensamiento social latinoamericano ha producido, así, entre los que han convivido con Don Pablo, están Orlando Fals Borda, Edelberto Torres Rivas, Agustin Cueva, Antonio Candido, Caio Prado Jr., Florestan Fernandes, Ruy Mauro Marini, Roger Bartra, Sergio Bagu, Darcy Ribeiro, Ernesto Laclau o Juan Carlos Portantiero entre tantos otros grandes pensadores latinoamericanos.

Don Pablo participó, desde su fundación, de Alas –Asociación Latinoamericana de Sociología-, de la que fue presidente entre los años 1969 y 1971, elegido en el Congreso realizado en México.

El pensamiento de Don Pablo nos llegó, en primer lugar, con la lectura de «La democracia en México«. Por primera vez teníamos una gran explicación histórica del país que había asombrado al mundo con su Revolución y después se había vuelto un enigma difícil de desvendar.

Don Pablo nos presenta un método histórico concreto de comprensión, sin apología ni pesimismo, que nos ha encantado. Finalmente comprendíamos a México con todas las contradicciones concretas que lo articulan y lo explican. Un breve trecho nos recuerda el tono de sus análisis:

“El hecho de que en el desarrollo europeo y norteamericano el motor para el establecimiento del mercado interno haya sido un sistema de partidos y sindicatos cercanos al modelo clásico y que en México el desarrollo clásico logrado hasta ahora se deba a un sistema sui generis de gobierno nos obliga a pensar que la democratización del país al interior del régimen capitalista exige una imaginación política especial, una verdadera creación democrática, evitando imitar las formas de gobierno de la democracia clásica, pero sin detenerse tampoco, en las formas parademocráticas que hasta ahora nos han sido relativamente útiles como nación: la trasformación no exige necesariamente llegar a un régimen parlamentario que, además, se encuentra en decadencia y ya no corresponde a las expectativas de la política neocapitalista; la transformación exige idealizar formas democráticas dentro del partido gubernamental, instituciones parlamentarias que controlen obligadamente al poder económico del sector público, instituciones representativas para la descolonización nacional, instituciones que favorezcan a la manifestación de ideas de los grupos minoritarios políticos y culturales, incluidos los grupos indígenas; instituciones que fomenten los periódicos en los partidos y la representación indígena, instituciones que fomenten la democracia sindical interna y las formas auténticas de conciliación y arbitraje, o sea, formas de gobierno nuevas que se valgan de la experiencia nacional y la lleven adelante en un acto de creación política, cuya responsabilidad quede en las manos de la propia clase gobernante y, sobre todo, de los grupos políticos e ideológicos más representativos de la situación nacional.”

Fuimos acostumbrándonos, desde entonces, a sus obras, sobre el Estado, sobre la explotación, sobre las clases sociales. Las de interpretación propia y las que organizaban el pensamiento de varios autores sobre un tema.

Con sus interpretaciones, que siempre ubicaban los temas latinoamericanos en una óptica política e histórica general, nos abría nuevos horizontes de comprensión. Podemos decir que varias generaciones de intelectuales del pensamiento critico latinoamericano se hayan apoyado en sus análisis. Su presencia fue omnipresencia a lo largo de la trayectoria de tantos de nosotros.

Que estos 100 años se cumplan para Don Pablo con un nuevo marco histórico del pensamiento critico latinoamericano, del cual él es la mejor y más alta expresión.

Pablo González Casanova, cien años de pensamiento crítico

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Rescatar al Estado para rescatar la democracia

Por: Emir Sader 

En este artículo el autor sostiene la necesidad de rescatar el Estado como condición necesaria para rescatar la democracia.


El surgimiento del neoliberalismo fue, al mismo tiempo, el inicio de la campaña frontal de crítica y descalificación del Estado. Las críticas a su incompetencia, su burocracia, por ser fuente de corrupción, por no tener dinamismo económico, por gastar demasiados recursos en servidores públicos, por rechazar erróneamente la competencia del libre mercado, por su carácter autoritario, se concentraron en el Estado.

En definitiva, sin Estado o con un Estado mínimo, la sociedad funcionaría mejor, la economía sería más dinámica, los precios serían más bajos y habría más democracia. Esta promesa neoliberal, de hecho, se traduce en la centralidad del mercado, la supresión de los derechos de la gran mayoría de la población, la mercantilización de la sociedad y la imposición del reino del dinero, donde todo tiene un precio, todo es mercancía, todo se vende, todo se compra.

En el Foro Social Mundial se unieron varias corrientes antineoliberales, que aglutinaron distintas concepciones del Estado: visiones como las de John Holloway, para quien sería posible cambiar el mundo sin tomar el poder, o las concepciones de Toni Negri y otros, entre los que se encontraba en ese momento, Boaventura de Sousa Santos y otros intelectuales europeos, que se sumaron al ataque al Estado.

Desde este punto de vista, el Estado sería una institución conservadora, autoritaria, que se opondría a la sociedad civil, reproduciendo la visión clásica del liberalismo. Se unían, así, en una postura aparentemente común: la oposición al Estado, posiciones liberales y sectores que decían ser antineoliberales.

Cuando surgieron gobiernos antineoliberales en América Latina, el Estado se convirtió en un instrumento fundamental en la lucha por la superación del neoliberalismo, demostrando el papel fundamental del Estado en inducir la reanudación del crecimiento económico, la implementación de políticas sociales y políticas exteriores soberanas.

Había que reciclar las miradas contra el Estado de corrientes presentes en el FSM  o aislarse del proceso real de superación del neoliberalismo en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador.

La posición en relación con el Estado siguió siendo decisiva en la era neoliberal. La descalificación del Estado se restringió cada vez más a posiciones neoliberales. Gobiernos o fuerzas antineoliberales comenzaron a proponer un proceso de democratización del Estado, como condición para que éste tenga una función antineoliberal.

En oposición al Estado mínimo, el Estado empezó a asumir funciones económicas, sociales y políticas renovadas. Pero, a pesar de ese rescate de su rol, no fue posible revertir la descalificación de las empresas estatales, por ejemplo, manteniendo un consenso favorable a la privatización de las empresas públicas. Es una de las disputas ideológicas más importantes de la actualidad.

 Hay quienes defienden una “autonomía de los movimientos sociales”. ¿Autonomía en relación a qué? ¿Al Estado? ¿La política? Representaría una posición corporativa, de reflujo de los movimientos sociales sobre sí mismos, sin articularse con la fuerza política, sin disputar la hegemonía en la sociedad en su conjunto.

Esta postura antiestatal impide que la fuerza social, la fuerza de masas acumulada en la resistencia al neoliberalismo, permita la construcción de una alternativa política al neoliberalismo.

La posición en relación al Estado acaba siendo decisiva para definir cada fuerza política en la era neoliberal. La izquierda, frontalmente antineoliberal, disputa la hegemonía política en la sociedad, lucha por dirigir al Estado y convertirlo en un instrumento de superación del neoliberalismo.

Pero no puede contentarse con el Estado existente. Es un aparato burocrático, que no está diseñado para transformar la sociedad, sino para mantenerla como está. Tiene vínculos promiscuos con grandes intereses privados, tiene fuertes intereses corporativos. Para hacer del Estado un instrumento de democratización de la sociedad, la izquierda debe, ante todo, democratizar el Estado, transformar sus estructuras internas, establecer vínculos estrechos con las fuerzas sociales.

El presupuesto participativo fue un ejemplo de la redefinición de las relaciones del Estado con las fuerzas sociales y políticas de manera concreta. Poner en manos de estas fuerzas las definiciones presupuestarias -quién debe pagar impuestos, qué hacer con estos recursos- es un principio fundamental para la democratización del Estado y la sociedad, que la izquierda tiene que retomar y desarrollar, en base a ello, otros públicos. políticas.

El rescate del Estado y su democratización son condiciones indispensables para el rescate de la democracia.

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Brasil sobrevivirá a Bolsonaro

Por: Emir Sader
Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez

En este artículo el autor manifiesta su convicción sobre un futuro posBolsonaro para Brasil.


Vino a destruir. Así, dicho con todas las letras. Como si todo lo que estaba construido, especialmente durante el gobierno del PT, hubiese sido negativo y tuviese que ser destruido.

Esa es la versión popular de la tesis del Estado mínimo del neoliberalismo, según la cual se trata de reducir todo lo que tenga que ver con el Estado a su mínima expresión, para colocar en el centro al mercado.

La idea del neoliberalismo sostiene que la acción del Estado falsea las condiciones de la libertad del mercado y favorece a los sectores menos competitivos, siendo fuente de incompetencia y de corrupción.

Un proceso puesto en marcha por Fernando Collor y por FHC en los años 1990 que provocó que la economía no volviese a crecer y a generar empleo hasta que esa estrategia neoliberal fue cuestionada y superada por los gobiernos del PT.

Efectivamente, cuando volvió a crecer de nuevo la economía fue gracias a la reanudación de las inversiones estatales, al incremento de los salarios -siempre por encima de la inflación-, a la generación de millones de empleos con contrato laboral. Fue un papel virtuoso, que no se reflejó en los debates públicos, que siguieron criminalizando el papel del Estado, siguiendo los argumentos reiterados por los analistas de los medios de comunicación, apologistas de la economía de mercado.

El golpe de 2016 permitió a la derecha retomar la destrucción, con el gobierno Temer y, ahora, con el gobierno Bolsonaro. Esa destrucción se manifiesta a través de la privatización de patrimonio público, con procesos de privatización que sacan a empresas del ámbito estatal para ponerlas en manos de grandes monopolios internacionales, muchas veces estatales.

Se manifiesta, también, en el recorte austericida de recursos para políticas publicas, especialmente de salud y educación. Igualmente, se manifiesta en la promoción de todo tipo de trabajos precarios; en el abandono de cualquier forma de regulación del mercado por parte del Estado.

Se manifiesta en el fortalecimiento de la centralidad del mercado, típica del neoliberalismo; en la aceleración del proceso de mercantilización de las relaciones sociales, transformando en mercancía lo que era derecho. Según la concepción neoliberal de que todo tiene precio, todo se vende, todo se compra, en que el consumidor es el sujeto central.

Con Bolsonaro, Brasil, no solo el Estado brasileño, pasó por un proceso de mercantilización, de degradación de los derechos de las personas, de precarización de la vida de la mayoría de las personas.

Bolsonaro vino a destruir, no construyó nada. La retirada del Estado permite el máximo deterioro de las condiciones de vida de la gran mayoría de las personas. El país vive la situación de mayor vulnerabilidad y miseria de toda su historia. El Estado dejó abandonada a la mayoría de la población, que lucha para sobrevivir en las condiciones más penosas.

Bolsonaro abandonará la presidencia dejando un Brasil miserable y hambriento. Un país dónde los derechos de las personas están destruidos.

Pero Brasil sobrevivirá a Bolsonaro. Hay fuerzas democráticas suficientes para derrotarlo y empezar la reconstrucción del país.

Existe la plena conciencia de que el país no puede continuar así. Existe una gran mayoría insatisfecha, que rechaza a Bolsonaro y a su gobierno.

La posibilidad de que Lula ganen las próximas elecciones presidenciales, incluso en la primera vuelta, manifiesta plenamente ese deseo popular de reconstrucción del país, de reanudación de la democracia, del crecimiento económico y de la generación de empleo.

Me acuerdo de haber ido a Brasilia para ver a João Figueiredo cuando tuvo que dejar el gobierno al terminar el ciclo de la dictadura militar. Espero volver a Brasilia para, de ver a Bolsonaro abandonar el palacio gubernamental en helicóptero, como hizo Donald Trump, por lo menos ver a un presidente electo por la gran mayoría de los brasileños volver a la presidencia para dirigir la reconstrucción del Estado brasileño y de Brasil como país, como nación y como democracia.

*El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.

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Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad

Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad

Emir Sader

En este artículo el autor sostiene que con Lula tiene una nueva oportunidad histórica que no puede desaprovechar.


La derecha llevó a Brasil a la peor crisis de su historia. Después de perder cuatro elecciones consecutivas, porque los gobiernos de izquierda hicieron los mejores gobiernos de la historia del país, la derecha promovió la ruptura de la democracia y restableció los gobiernos neoliberales.

Desde ese momento -2016- Brasil ha retrocedido en casi todos los indicadores: PIB, empleo, precariedad en el trabajo, hambre, miseria, abandono de la población, salud, educación, vivienda, desigualdad… Desde todos los puntos de vista, el país retrocedió, se volvió más pobre, más desigual, la gente se volvió más abandonada, el país fue ridiculizado en el mundo por un gobierno incompetente.

El país vive la peor crisis humanitaria del mundo, la peor situación social de su historia, tiene la peor imagen del mundo que jamás haya tenido. Eso es lo que la derecha le ofrece a Brasil. Las grandes empresas, los partidos de derecha, los medios de comunicación y el poder judicial, tienen la responsabilidad directa en esta situación, que no solo se refleja en la miseria y el hambre, sino también en miles de muertes evitables.

A pesar de todo eso, Brasil encuentra fuerzas para superar la crisis más grave de su historia. Toda las encuestas muestran que la gran mayoría de los brasileños ya no pueden soportar a este gobierno y quieren que Lula vuelva a ser presidente de Brasil. Los méritos de los gobiernos del PT quedaron en la memoria de los brasileños, quienes manifiestan claramente que prefieren el regreso de estos gobiernos a lo que la derecha propuso con el gobierno de Bolsonaro.

Brasil vivió un período muy grave de su historia con la dictadura militar de más de 20 años. Logró reunir suficiente fuerza democrática para derrotar a la dictadura y restaurar la democracia. Sin embargo, esta fuerza no fue suficiente para imponer la elección directa del primer presidente civil de Brasil después de la dictadura, ni para democratizar el país más allá de su sistema político.

No se democratizó ni la economía, ni las relaciones sociales, ni la educación, ni la salud, ni la propiedad de la tierra, ni los medios de comunicación. Es como si la estructura del país no se hubiera democratizado en absoluto, tanto es así que las desigualdades, la característica más profunda del país, se han mantenido y profundizado.

Brasil vivió otro momento grave cuando los gobiernos neoliberales de los años noventa provocaron una profunda recesión económica y un aumento de las desigualdades. Los brasileños eligieron a Lula y, sucesivamente, a los gobiernos del PT en cuatro elecciones. Brasil salió de la recesión heredada de los gobiernos neoliberales, impulsó el mayor proceso de distribución del ingreso de su historia, elevó los salarios por encima de la inflación como nunca antes, hizo que Brasil viviera, por primera vez, el pleno empleo, proyectó la imagen más prestigiosa en el mundo.

El golpe de 2016 arrojó a Brasil, de la mano de la derecha, a la peor crisis de su historia. Pero el país demuestra que tiene, a través de la posibilidad de tener nuevamente a Lula como presidente, una nueva oportunidad. Una oportunidad para rescatar la democracia, como condición indispensable para que prevalezca la voluntad de la mayoría.

Con Lula como presidente, Brasil tendrá una nueva oportunidad para combatir las desigualdades de todo tipo, combatir el hambre y la miseria, el desempleo, el abandono de la población y el descrédito externo del país. Superar la crisis actual, mediante el regreso de un presidente legítimo, elegido democráticamente por el pueblo, respetado en todo el mundo. Volver a convivir en armonía con todas las posiciones, desarrollando sus argumentos en un debate franco, abierto y democrático.

Brasil puede volver a ser un país del que los brasileños se enorgullecen, en el que otros países se reflejan a sí mismos para aprender a combatir el hambre, la miseria y la desigualdad. Que Brasil vuelva a tener relaciones de amistad y colaboración con todos los países y pueblos del mundo, que ya no sea considerado un país con un gobierno condenado a nivel mundial.

Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad histórica para volver a ser un país en el que el pueblo se identifica con su gobierno, en el que el presidente habla el idioma del pueblo, pone en práctica políticas que atiendan las necesidades del pueblo. Para hacer lo que la catástrofe en la que la derecha jugó el país tras derrocar de un golpe al gobierno del PT, sea un paréntesis, que nunca más podrá romper con la democracia e instalar gobiernos autoritarios a pesar de los brasileños.

Brasil tiene una nueva oportunidad con Lula para reconstruirse como sociedad, como Estado, para reconocer los derechos de todos, reconocidos como ciudadanos. Brasil tiene una nueva oportunidad histórica con Lula y no puede desaprovecharla.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/con-lula-brasil-tiene-una-nueva-oportunidad/

 

 

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