Por: Emir Sader
En este artículo el autor sostiene la necesidad de rescatar el Estado como condición necesaria para rescatar la democracia.
El surgimiento del neoliberalismo fue, al mismo tiempo, el inicio de la campaña frontal de crítica y descalificación del Estado. Las críticas a su incompetencia, su burocracia, por ser fuente de corrupción, por no tener dinamismo económico, por gastar demasiados recursos en servidores públicos, por rechazar erróneamente la competencia del libre mercado, por su carácter autoritario, se concentraron en el Estado.
En definitiva, sin Estado o con un Estado mínimo, la sociedad funcionaría mejor, la economía sería más dinámica, los precios serían más bajos y habría más democracia. Esta promesa neoliberal, de hecho, se traduce en la centralidad del mercado, la supresión de los derechos de la gran mayoría de la población, la mercantilización de la sociedad y la imposición del reino del dinero, donde todo tiene un precio, todo es mercancía, todo se vende, todo se compra.
En el Foro Social Mundial se unieron varias corrientes antineoliberales, que aglutinaron distintas concepciones del Estado: visiones como las de John Holloway, para quien sería posible cambiar el mundo sin tomar el poder, o las concepciones de Toni Negri y otros, entre los que se encontraba en ese momento, Boaventura de Sousa Santos y otros intelectuales europeos, que se sumaron al ataque al Estado.
Desde este punto de vista, el Estado sería una institución conservadora, autoritaria, que se opondría a la sociedad civil, reproduciendo la visión clásica del liberalismo. Se unían, así, en una postura aparentemente común: la oposición al Estado, posiciones liberales y sectores que decían ser antineoliberales.
Cuando surgieron gobiernos antineoliberales en América Latina, el Estado se convirtió en un instrumento fundamental en la lucha por la superación del neoliberalismo, demostrando el papel fundamental del Estado en inducir la reanudación del crecimiento económico, la implementación de políticas sociales y políticas exteriores soberanas.
Había que reciclar las miradas contra el Estado de corrientes presentes en el FSM o aislarse del proceso real de superación del neoliberalismo en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador.
La posición en relación con el Estado siguió siendo decisiva en la era neoliberal. La descalificación del Estado se restringió cada vez más a posiciones neoliberales. Gobiernos o fuerzas antineoliberales comenzaron a proponer un proceso de democratización del Estado, como condición para que éste tenga una función antineoliberal.
En oposición al Estado mínimo, el Estado empezó a asumir funciones económicas, sociales y políticas renovadas. Pero, a pesar de ese rescate de su rol, no fue posible revertir la descalificación de las empresas estatales, por ejemplo, manteniendo un consenso favorable a la privatización de las empresas públicas. Es una de las disputas ideológicas más importantes de la actualidad.
Hay quienes defienden una “autonomía de los movimientos sociales”. ¿Autonomía en relación a qué? ¿Al Estado? ¿La política? Representaría una posición corporativa, de reflujo de los movimientos sociales sobre sí mismos, sin articularse con la fuerza política, sin disputar la hegemonía en la sociedad en su conjunto.
Esta postura antiestatal impide que la fuerza social, la fuerza de masas acumulada en la resistencia al neoliberalismo, permita la construcción de una alternativa política al neoliberalismo.
La posición en relación al Estado acaba siendo decisiva para definir cada fuerza política en la era neoliberal. La izquierda, frontalmente antineoliberal, disputa la hegemonía política en la sociedad, lucha por dirigir al Estado y convertirlo en un instrumento de superación del neoliberalismo.
Pero no puede contentarse con el Estado existente. Es un aparato burocrático, que no está diseñado para transformar la sociedad, sino para mantenerla como está. Tiene vínculos promiscuos con grandes intereses privados, tiene fuertes intereses corporativos. Para hacer del Estado un instrumento de democratización de la sociedad, la izquierda debe, ante todo, democratizar el Estado, transformar sus estructuras internas, establecer vínculos estrechos con las fuerzas sociales.
El presupuesto participativo fue un ejemplo de la redefinición de las relaciones del Estado con las fuerzas sociales y políticas de manera concreta. Poner en manos de estas fuerzas las definiciones presupuestarias -quién debe pagar impuestos, qué hacer con estos recursos- es un principio fundamental para la democratización del Estado y la sociedad, que la izquierda tiene que retomar y desarrollar, en base a ello, otros públicos. políticas.
El rescate del Estado y su democratización son condiciones indispensables para el rescate de la democracia.