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Brasil sobrevivirá a Bolsonaro

Por: Emir Sader
Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez

En este artículo el autor manifiesta su convicción sobre un futuro posBolsonaro para Brasil.


Vino a destruir. Así, dicho con todas las letras. Como si todo lo que estaba construido, especialmente durante el gobierno del PT, hubiese sido negativo y tuviese que ser destruido.

Esa es la versión popular de la tesis del Estado mínimo del neoliberalismo, según la cual se trata de reducir todo lo que tenga que ver con el Estado a su mínima expresión, para colocar en el centro al mercado.

La idea del neoliberalismo sostiene que la acción del Estado falsea las condiciones de la libertad del mercado y favorece a los sectores menos competitivos, siendo fuente de incompetencia y de corrupción.

Un proceso puesto en marcha por Fernando Collor y por FHC en los años 1990 que provocó que la economía no volviese a crecer y a generar empleo hasta que esa estrategia neoliberal fue cuestionada y superada por los gobiernos del PT.

Efectivamente, cuando volvió a crecer de nuevo la economía fue gracias a la reanudación de las inversiones estatales, al incremento de los salarios -siempre por encima de la inflación-, a la generación de millones de empleos con contrato laboral. Fue un papel virtuoso, que no se reflejó en los debates públicos, que siguieron criminalizando el papel del Estado, siguiendo los argumentos reiterados por los analistas de los medios de comunicación, apologistas de la economía de mercado.

El golpe de 2016 permitió a la derecha retomar la destrucción, con el gobierno Temer y, ahora, con el gobierno Bolsonaro. Esa destrucción se manifiesta a través de la privatización de patrimonio público, con procesos de privatización que sacan a empresas del ámbito estatal para ponerlas en manos de grandes monopolios internacionales, muchas veces estatales.

Se manifiesta, también, en el recorte austericida de recursos para políticas publicas, especialmente de salud y educación. Igualmente, se manifiesta en la promoción de todo tipo de trabajos precarios; en el abandono de cualquier forma de regulación del mercado por parte del Estado.

Se manifiesta en el fortalecimiento de la centralidad del mercado, típica del neoliberalismo; en la aceleración del proceso de mercantilización de las relaciones sociales, transformando en mercancía lo que era derecho. Según la concepción neoliberal de que todo tiene precio, todo se vende, todo se compra, en que el consumidor es el sujeto central.

Con Bolsonaro, Brasil, no solo el Estado brasileño, pasó por un proceso de mercantilización, de degradación de los derechos de las personas, de precarización de la vida de la mayoría de las personas.

Bolsonaro vino a destruir, no construyó nada. La retirada del Estado permite el máximo deterioro de las condiciones de vida de la gran mayoría de las personas. El país vive la situación de mayor vulnerabilidad y miseria de toda su historia. El Estado dejó abandonada a la mayoría de la población, que lucha para sobrevivir en las condiciones más penosas.

Bolsonaro abandonará la presidencia dejando un Brasil miserable y hambriento. Un país dónde los derechos de las personas están destruidos.

Pero Brasil sobrevivirá a Bolsonaro. Hay fuerzas democráticas suficientes para derrotarlo y empezar la reconstrucción del país.

Existe la plena conciencia de que el país no puede continuar así. Existe una gran mayoría insatisfecha, que rechaza a Bolsonaro y a su gobierno.

La posibilidad de que Lula ganen las próximas elecciones presidenciales, incluso en la primera vuelta, manifiesta plenamente ese deseo popular de reconstrucción del país, de reanudación de la democracia, del crecimiento económico y de la generación de empleo.

Me acuerdo de haber ido a Brasilia para ver a João Figueiredo cuando tuvo que dejar el gobierno al terminar el ciclo de la dictadura militar. Espero volver a Brasilia para, de ver a Bolsonaro abandonar el palacio gubernamental en helicóptero, como hizo Donald Trump, por lo menos ver a un presidente electo por la gran mayoría de los brasileños volver a la presidencia para dirigir la reconstrucción del Estado brasileño y de Brasil como país, como nación y como democracia.

*El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.

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Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad

Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad

Emir Sader

En este artículo el autor sostiene que con Lula tiene una nueva oportunidad histórica que no puede desaprovechar.


La derecha llevó a Brasil a la peor crisis de su historia. Después de perder cuatro elecciones consecutivas, porque los gobiernos de izquierda hicieron los mejores gobiernos de la historia del país, la derecha promovió la ruptura de la democracia y restableció los gobiernos neoliberales.

Desde ese momento -2016- Brasil ha retrocedido en casi todos los indicadores: PIB, empleo, precariedad en el trabajo, hambre, miseria, abandono de la población, salud, educación, vivienda, desigualdad… Desde todos los puntos de vista, el país retrocedió, se volvió más pobre, más desigual, la gente se volvió más abandonada, el país fue ridiculizado en el mundo por un gobierno incompetente.

El país vive la peor crisis humanitaria del mundo, la peor situación social de su historia, tiene la peor imagen del mundo que jamás haya tenido. Eso es lo que la derecha le ofrece a Brasil. Las grandes empresas, los partidos de derecha, los medios de comunicación y el poder judicial, tienen la responsabilidad directa en esta situación, que no solo se refleja en la miseria y el hambre, sino también en miles de muertes evitables.

A pesar de todo eso, Brasil encuentra fuerzas para superar la crisis más grave de su historia. Toda las encuestas muestran que la gran mayoría de los brasileños ya no pueden soportar a este gobierno y quieren que Lula vuelva a ser presidente de Brasil. Los méritos de los gobiernos del PT quedaron en la memoria de los brasileños, quienes manifiestan claramente que prefieren el regreso de estos gobiernos a lo que la derecha propuso con el gobierno de Bolsonaro.

Brasil vivió un período muy grave de su historia con la dictadura militar de más de 20 años. Logró reunir suficiente fuerza democrática para derrotar a la dictadura y restaurar la democracia. Sin embargo, esta fuerza no fue suficiente para imponer la elección directa del primer presidente civil de Brasil después de la dictadura, ni para democratizar el país más allá de su sistema político.

No se democratizó ni la economía, ni las relaciones sociales, ni la educación, ni la salud, ni la propiedad de la tierra, ni los medios de comunicación. Es como si la estructura del país no se hubiera democratizado en absoluto, tanto es así que las desigualdades, la característica más profunda del país, se han mantenido y profundizado.

Brasil vivió otro momento grave cuando los gobiernos neoliberales de los años noventa provocaron una profunda recesión económica y un aumento de las desigualdades. Los brasileños eligieron a Lula y, sucesivamente, a los gobiernos del PT en cuatro elecciones. Brasil salió de la recesión heredada de los gobiernos neoliberales, impulsó el mayor proceso de distribución del ingreso de su historia, elevó los salarios por encima de la inflación como nunca antes, hizo que Brasil viviera, por primera vez, el pleno empleo, proyectó la imagen más prestigiosa en el mundo.

El golpe de 2016 arrojó a Brasil, de la mano de la derecha, a la peor crisis de su historia. Pero el país demuestra que tiene, a través de la posibilidad de tener nuevamente a Lula como presidente, una nueva oportunidad. Una oportunidad para rescatar la democracia, como condición indispensable para que prevalezca la voluntad de la mayoría.

Con Lula como presidente, Brasil tendrá una nueva oportunidad para combatir las desigualdades de todo tipo, combatir el hambre y la miseria, el desempleo, el abandono de la población y el descrédito externo del país. Superar la crisis actual, mediante el regreso de un presidente legítimo, elegido democráticamente por el pueblo, respetado en todo el mundo. Volver a convivir en armonía con todas las posiciones, desarrollando sus argumentos en un debate franco, abierto y democrático.

Brasil puede volver a ser un país del que los brasileños se enorgullecen, en el que otros países se reflejan a sí mismos para aprender a combatir el hambre, la miseria y la desigualdad. Que Brasil vuelva a tener relaciones de amistad y colaboración con todos los países y pueblos del mundo, que ya no sea considerado un país con un gobierno condenado a nivel mundial.

Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad histórica para volver a ser un país en el que el pueblo se identifica con su gobierno, en el que el presidente habla el idioma del pueblo, pone en práctica políticas que atiendan las necesidades del pueblo. Para hacer lo que la catástrofe en la que la derecha jugó el país tras derrocar de un golpe al gobierno del PT, sea un paréntesis, que nunca más podrá romper con la democracia e instalar gobiernos autoritarios a pesar de los brasileños.

Brasil tiene una nueva oportunidad con Lula para reconstruirse como sociedad, como Estado, para reconocer los derechos de todos, reconocidos como ciudadanos. Brasil tiene una nueva oportunidad histórica con Lula y no puede desaprovecharla.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/con-lula-brasil-tiene-una-nueva-oportunidad/

 

 

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De la muerte de la política a la política de la muerte

Por: Emir Sader
Los orígenes de la catástrofe humanitaria que vive Brasil se pueden rastrear en nuestra historia. Podríamos buscarlos en la marca más profunda de nuestro tipo de sociedad: las desigualdades sociales, de las que somos campeones en América Latina, a su vez el continente más desigual del mundo.

Podrían buscarse más recientemente, cuando el Partido de los Trabajadores (PT) emergió en la política brasileña y, más específicamente, cuando las candidaturas de Luiz Inácio Lula da Silva comenzaron a acechar a las élites brasileñas. O, cuando el PT realizó los mejores gobiernos de la historia de Brasil, atacando, por primera vez de manera frontal y prioritaria, las desigualdades sociales en nuestro país.

O, incluso más recientemente, en la reacción de la derecha al éxito de estos gobiernos. Sin poder condenar al PT y a sus gobiernos, aclamados por la mayoría de los brasileños por sucesivas victorias electorales, tendría que atacar furtivamente al PT, tratando de vincularlo a la corrupción y atacar la política, la misma que, a través de la democracia, había permitido que Brasil tuviera los mejores gobiernos de su historia.

Precisamente los vinculados a la peor política –medios de comunicación, grandes empresarios, partidos tradicionales, líderes autoritarios como Jair Bolsonaro, entre otros– se enfocaron en descalificar la política. Un tema que siempre atrae a los más despolitizados, entre ellos, a los jóvenes de clase media, recién llegados a la política, incluso al condenar el aumento de los boletos de autobús.

¿Qué manera más fácil que decir que todos los políticos y todos los partidos son iguales? Quienes protagonizaron esta pantomima fueron los mejores ejemplos de la peor política y los más corruptos. Baste decir que el paso de Bolsonaro de un político despreciable, a líder de esta ola, se hizo a través del mejor ejemplo del peor político y la familia más corrupta.

Esta supuesta sentencia de muerte de la política terminó, por este sinuoso mecanismo, desembocando en un gobierno que practica la política de muerte. La política no sólo no murió, también se desdobló en el peor tipo de política: la que niega la democracia, la que atenta contra los derechos de todos, la que predica la violencia como forma de enfrentar los conflictos, la que hace la apología de la dictadura militar y la tortura, que pide la desaparición de los enemigos.

Se instaló un gobierno que, de diferentes maneras, es un gobierno de política de muerte. Muerte por la absoluta despreocupación por proteger la vida de las personas frente a la pandemia, con su negatividad en relación con el propio virus. Que, por el contrario, se burla de las formas de aislamiento, el uso de máscaras, la restricción del movimiento de personas.

A quien no le importa ni tiene ningún tipo de solidaridad con las víctimas de la violencia policial, a la que alienta, descalificando a las víctimas ensalzando la heroicidad de los verdugos. Predicar el uso de la policía y, si pudiera, de las propias fuerzas armadas, de todos los órganos que basan su acción en la violencia y la falta de respeto a los derechos de las personas.

Un gobierno que personifica la muerte, la lucha contra la vida, fue el resultado de la lucha contra la política, por la muerte de la política. De tal manera que la lucha por la vida es la lucha contra el gobierno de Bolsonaro. Y la lucha contra el gobierno de Bolsonaro es la lucha por la vida.

La democracia requiere el rescate de la política, como actividad de defensa de los intereses públicos, desde la convivencia de diferentes posiciones y puntos de vista. El final de la política es la dictadura, es la victoria del pensamiento único, es la ausencia total de la diversidad, del debate, de la convivencia de todos. La lucha contra la política resultó en la catástrofe que vivimos hoy en Brasil.

https://www.jornada.com.mx/2021/05/26/opinion/020a2pol

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América Latina con los ojos puestos en Ecuador

Por: Emir Sader
Fuentes: Alainet [Imagen: Andrés Arauz con Evo Morales y el presidente de la CONAIE, Jaime Vargas, en Bolivia]

En caso de que triunfe Arauz, se consolida el segundo ciclo de gobiernos progresistas en la región, si gana Lasso, Ecuador vuelve a estar aislado, dando continuidad al desastroso gobierno de Moreno.

La primera década del siglo XXI estuvo marcada por los gobiernos antineoliberales en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador. Los únicos gobiernos en el mundo que han puesto en práctica programas antineoliberales, disminuyendo las desigualdades en el continente más desigual del mundo.

A lo largo de la segunda década, la derecha ha logrado recuperar fuerza, retomando gobiernos en Argentina –mediante elecciones-, en Brasil y en Bolivia – mediante golpes– y en Ecuador, mediante la adhesión del presidente elegido, Lenin Moreno,  con un  programa antineoliberal, al neoliberalismo.

Moreno ha fracasado, como todos los gobernantes latinoamericanos que han intentado implementar ese modelo.

El neoliberalismo ha revelado que tiene corto aliento, porque responde a los intereses del capital financiero, no tiene políticas sociales y así no logra conquistar bases sociales de apoyo que le permitan estabilizar sus gobiernos. El caso de Argentina fue ejemplar, con una victoria eufórica de Mauricio Macri, que se agotó rápidamente, por que su gobierno retomó el mismo modelo neoliberal que ya había fracasado no solo en Argentina, sino también en Brasil, Uruguay, Bolivia y Ecuador. La victoria reciente de la derecha en Uruguay,  promete tener un destino similar.

La tercera década está marcada por un segundo ciclo de gobiernos antineoliberales en la región, con la victorias de Alberto Fernández en Argentina, de López Obrador en México, de Luis Arce en Bolivia. Victorias con gran apoyo electoral, porque se fundamentan en políticas sociales, en políticas económicas antineoliberales, en la retomada de los procesos de integración latinoamericana.

Los ojos del continente se vuelven ahora sobre Ecuador, donde un presidente elegido por la continuidad del gobierno antineoliberal de Rafael Correa –el gobierno más importante de la historia de Ecuador– lo traicionó e hizo exactamente lo que proponía la derecha, pasando a gobernar con la derecha, retomando el modelo neoliberal. Ha fracasado, como habría fracasado Guillermo Lasso, si hubiera ganado.

La primera vuelta de las elecciones presidenciales ha confirmado el favoritismo de Andrés Arauz, candidato apoyado por Rafael Correa;  el segundo lugar fue para Guillermo Lasso, uno de los más grandes banqueros del país que fue  derrotado ya en las elecciones anteriores. Yaku Pérez, del movimiento Pachakutik, llegó en tercer lugar.

La disputa está cerrada entre los primeros. Yaku mantiene una posición crítica a los dos. Lasso defiende, como siempre, una versión ortodoxa del modelo neoliberal. Desecha todo lo conquistado por el gobierno de Rafael Correa, propone privatizaciones, un Estado mínimo, la centralidad del mercado. Pretende volver a los gobiernos anteriores a Correa, que solamente han multiplicado la crisis entonces permanente de Ecuador.

Mural en una calle de Quito

Andrés Arauz recoge las experiencias positivas del gobierno de Rafael Correa y se presenta como la expresión ecuatoriana como otros gobiernos antineoliberales, como los de Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales, López Obrador y el propio Rafael Correa. En caso de que triunfe Arauz, se consolida el segundo ciclo de gobiernos progresistas, antineoliberales, sumando Ecuador a los gobiernos actuales de Argentina, México y Bolivia. En caso de que gane Lasso, Ecuador vuelve a estar aislado, dando continuidad al desastroso gobierno de Lenin Moreno.

Por ello,  los ojos y el corazón de América Latina están puestos en Ecuador.

Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/211671

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Brasil: Razones y dilemas de Lula

Razones y dilemas de Lula

Emir Sader

En este artículo el autor defiende que el PT presente a Lula o a Haddad como candidato en las elecciones presidenciales de 2022.


Lula da Silva vive una situación similar a la que vivió en 2018. Condenado, espera el desenlace de su situación jurídica, para tomar una decisión definitiva. Pero Brasil está atravesando una situación diferente y esto puede marcar la diferencia en las razones y los dilemas de Lula. Pude conversar con él para entender mejor su posición.

Sabe que las situaciones son similares, pero con varias diferencias significativas. En 2018, a pesar de que fue arrestado y condenado, era el favorito para ganar en la primera ronda, como lo demuestran las encuestas. Extendió el plazo al máximo, esperando que su situación cambiara y fuera candidato. Cuando consideró que se habían agotado los plazos, lanzó a Fernando Haddad como candidato.

Ahora la expectativa es formalmente la misma, pero en un escenario político muy diferente. Con la extinción de la operación Lava Jato que había dirigido el ex ministro de Justicia Sergio Moro y la erosión de la imagen del presidente Jair  Bolsonaro, el clima político y legal es muy distinto. Incluso en sectores  de los que no cabe esperar que sean lulistas hay consenso para reconocer no solo la inocencia de Lula, sino también que hubo un operativo creado expresamente para evitar su elección. Algo que se puede considerar como una forma de reconocer que hubo un golpe de Estado contra el Partido de los Trabajadores (PT) y que la elección de Bolsonaro fue producto de una manipulación gigantesca.

Y que, por lo tanto, Brasil no vive en democracia, hay que restaurarla. Contrariamente a la afirmación del juez del Supremo Tribunal Federal, Luis Roberto Barroso, quién reiteradamente difunde en los medios de comunicación la idea de que “vivimos en una democracia muy consolidada”.  Por supuesto, esta gente todavía necesita atar algunos cabos para que el razonamiento sea completo, pero el consenso es favorable a Lula, independientemente de las decisiones del poder judicial.

Pero la posición de Lula es, en esencia, la misma que terminó adoptando en 2018:  preferiría ser candidato, solo no lo sería si la Justicia se lo impidiera. Sabe que en el año 2022 la disputa será dura y decisiva, pero está dispuesto a afrontarla si cuando llegue el momento ya hubiese recuperado sus derechos políticos.

Lula también saca conclusiones de la experiencia de 2018. No cree que tenga derecho a dejar el PT a la espera de una situación similar. Por eso le dijo a Haddad que ocupara sus espacios, que no se quedara esperando, pendiente de la situación de Lula, que se estiró mucho. Aunque tiene mucho más tiempo, se hace más largo.

Ya ha vivido esa situación y prefiere no repetirla. Está listo para pelear. Cuando le dicen que regrese a las calles lo antes posible, reacciona con entusiasmo. Pero también tiene mucha consideración y confianza en Haddad. Da la impresión de que, si es el candidato y vuelve a ser presidente de Brasil, Haddad tendrá un lugar esencial en su gobierno. Y, de hecho, si no puede ser candidato, apoyará a Haddad.

La diferencia está en la gigantesca presencia de la imagen de Lula, que lo llevó a ser gran favorito en 2018 y las dificultades de la candidatura de Haddad. Por supuesto, Haddad fue víctima de una brutal operación de oposición mediática y de la estrategia de evitar debates electorales por parte de Bolsonaro, quien contaba con la complacencia del poder judicial y de los medios de comunicación.

Bolsonaro ya demostró, en su enfrentamiento con el Parlamento, que utilizó todos los recursos para derrotar a sus oponentes en el campo de la derecha -Joao Doria y Rodrigo Maia, después de haber logrado marginar a Moro-, para demostrar que la batalla de 2022 será la madre de todas las batallas.

La izquierda debe hacer todo lo posible para contar con Lula, el mejor candidato para enfrentar a Bolsonaro. Si la izquierda es consciente de que su principal objetivo es derrotar a Bolsonaro, restaurar la democracia y retomar un modelo de desarrollo con distribución de ingresos, tiene que luchar por la candidatura de Lula como objetivo central.

Todos en la izquierda deben enfrentar los desafíos que definirán el destino de Brasil durante mucho tiempo. No es de extrañar que el PT quiera estar a la altura de sus responsabilidades y que presente su propia candidatura en la primera vuelta, que tendría que ir a la segunda vuelta y que contaría con los votos de los otros candidato de izquierda en la segunda vuelta. El PT debe estar presente en el ballotage, con Lula o Haddad. La victoria depende de la capacidad para unir todas las fuerzas, elegir las mejores alternativas y llegar unidos a la segunda vuelta.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/razones-y-dilemas-de-lula/

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Brasil: ¡Populista tu madre!

¡Populista tu madre!

Fuentes: Rebelión [Imagen: Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Lula y Hugo Chávez en el autobús que les trasladaba a la reunión de UNASUR en Campana (Argentina) el 4 de mayo de 2010. Créditos: RTVE]

En este artículo el autor denuncia el empleo del término populista para identificar tanto a los líderes de la ultraderecha como a los líderes populares de América Latina, estableciendo en la aceptación del neoliberalismo económico la línea divisoria entre ellos.


La influencia del discurso político europeo en América Latina llevó a la descalificación de fenómenos que en Europa tienen un sentido y aquí otro completamente distinto. Empezando por el nacionalismo: en Europa el nacionalismo es un fenómeno conservador debido a su carácter chovinista, que provoca que un país se considere mejor que otro. Al nacionalismo se le atribuye la responsabilidad de las dos guerras mundiales.

Por el contrario aquí, en América Latina -y también en Asia y África, en general en los continentes de la periferia del capitalismo- el nacionalismo tiene un carácter diferente en la medida que tiene un carácter antiimperialista. Europa es aliada de Estados Unidos y su nacionalismo no es antiimperialista. Nosotros nos oponemos a la dominación norteamericana, por eso nuestros nacionalismos son antiimperialistas.

Por eso, líderes como el brasileño Getúlio Vargas y el argentino Juan Domingo Perón nunca fueron entendidos en Europa. En razón de su nacionalismo fueron caracterizados como fascistas, como si fuesen una copia latinoamericana de Mussolini. Incluso algunos partidos comunistas, como el argentino y el brasileño -debido a la fuerte dependencia que tenían con respecto a los partidos comunistas europeos- llegaron a asumir esa caracterización y se unieron a la derecha en contra de esos dirigentes.

Estos líderes fueron, además, los ejemplos clásicos de líderes populistas propuestos por la ciencia política de matriz europea. La raíz del nombre proviene de pueblo y tiene que ver directamente con su extraordinaria expresión de líderes populares, que hacen políticas acordes a los intereses del pueblo.

Para el eurocentrismo, el populismo tiene una connotación siempre negativa, llegando a ser considerado casi como una maldición. Basta calificar de populista a un líder o a un partido para descalificarlo, ni se molestan en explicar el fenómeno. En el mismo paquete ponen a Vargas, Perón, Hugo Chávez, Trump o Bolsonaro, a quienes atribuyen algunos rasgos en común: la demagogia, la manipulación del pueblo, la irresponsabilidad fiscal, que constituyen las características fundamentales del populismo, todas negativas.

La descalificación de las políticas sociales de estos líderes procede del hecho de que establecieron subidas salariales y políticas redistributivas que provocaron inflación y desequilibrios fiscales. Así, aunque la intención era favorecer al pueblo, acabaron castigándolo debido a la inflación y a la caída del poder adquisitivo de los salarios que acarrearía la inflación. Además, esas políticas serían responsables de la crisis nacional provocada por el desequilibrio de las cuentas públicas, lo que requeriría políticas de ajuste fiscal, que recaen directamente sobre las clases populares.

Sin embargo, un análisis concreto de los hechos permite desmitificar estos clichés. Para el neoliberalismo, un gobierno responsable es aquel que favorece el equilibrio fiscal, expresado en estos momentos en el llamado techo de gasto, que recae directamente sobre las políticas sociales y los derechos de los trabajadores.

Al contrario de lo que afirma el discurso establecido, los gobiernos de Vargas y Perón supusieron los períodos de mayores logros para los trabajadores, sin generar crisis económicas. Efectivamente, bajo esos gobiernos se incrementó la capacidad de consumo de la clase trabajadora, lo que impulsó el proceso de industrialización como consecuencia de la expansión del mercado interno.

En fechas más recientemente, los gobiernos del PT, en Brasil, promovieron los derechos de las clases populares como no se había hecho desde hace mucho tiempo; ahí están, entre otros, los siguientes logro: la creación de 22 millones de empleos formales y el aumento del salario mínimo en un 70% por encima de la inflación, logrado sin tope de gasto, sin desequilibrio en las cuentas públicas y sin inflación.

La descalificación del populismo, en el que se mezclan líderes populares y de ultraderecha, es parte del arsenal teórico del neoliberalismo, principalmente el eurocéntrico, que al eliminar de la ecuación el neoliberalismo hace desaparecer la línea divisoria esencial que distancia radicalmente a los líderes latinoamericanos de este siglo de los de la ultraderecha.

Es fundamental no caer en esta trampa, desmantelar sus mecanismos y rescatar a líderes populares históricos, como Vargas y Perón, y situar a los líderes actuales -Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa-, como sus continuadores en el siglo XXI y como los oponentes más importantes de personajes de la ralea de Trump y Bolsonaro.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/populista-tu-madre/

 

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El segundo ciclo antineoliberal en América Latina

El segundo ciclo antineoliberal en América Latina

Emir Sader

Los nuevos gobiernos tendrán que afrontar problemas que, consensualmente, no se pudieron afrontar en el primer ciclo. |

Cada país tiene sus propios caminos, pero, al estar insertado en la dinámica del capitalismo internacional, tiene que seguir formas de lucha y gobierno que se adapten a esta dinámica. Lo que significa que la lucha contra el neoliberalismo sigue como eje central, que sigue siendo la opción predominante de la derecha en el mundo y en nuestros países.

En el libro de ensayos “Las venas abiertas de América Latina”, se anunció que lo ocurrido en la primera década del siglo XXI en el continente había sido el primer ciclo de gobiernos antineoliberales. Que las condiciones para la lucha contra el neoliberalismo seguirían y, de forma similar o no, volverían en un nuevo ciclo.

Cuando regresó al gobierno, la derecha latinoamericana confirmó que no tiene otra alternativa que su modelo neoliberal original, con ajustes fiscales, privatizaciones, recortes de recursos públicos y políticas sociales, alienación de la soberanía nacional y endeudamiento externo. Fue así en Ecuador, en Argentina, en Brasil, en Bolivia. No aprendieron de su fracaso anterior, ni del éxito de los gobiernos antineoliberales.

Estos gobiernos demostraron lo que han prometido: que la lucha contra el principal problema latinoamericano, la desigualdad, solo se puede enfrentar con la prioridad de las políticas sociales, que distribuyan ingresos, generen empleo, promueven la democratización de la educación y la salud públicas, fortalecen al Estado en sus funciones públicas.

Es así como los gobiernos que asumieron programas antiliberales han reducido la desigualdad, la exclusión social, el hambre y la miseria en nuestros países como nunca antes, frente a lo que sigue sucediendo en el resto del continente y en el mundo.

Fue así como estos países lograron retomar el desarrollo económico, desarrollar procesos de integración regional e intercambio Sur-Sur, especialmente con China. Así fue como han logrado aislar, más que nunca, la influencia norteamericana en el continente. Fue un momento muy especial para América Latina, que proyectó a los principales líderes de izquierda en el mundo: Lula, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, Hugo Chávez, Nestor y Cristina Kirchner.

Este primer ciclo cumplió su rol, se agotó y fue reemplazado por gobiernos neoliberales, conservadores, cuando volvieron a aumentar las desigualdades, la miseria, el hambre, el endeudamiento externo y el desprestigio de los gobiernos. Fue un período corto, porque el neoliberalismo no logra un apoyo social duradero, ni la existencia de gobiernos legítimos. En Brasil y Bolivia la derecha regresó al gobierno mediante golpes de Estado, en Ecuador mediante la perversión de la voluntad popular.

Y cuando volvieron a haber elecciones democráticas, como en Argentina y Bolivia, después de que la gente de estos países vivió lo que significa el regreso del neoliberalismo y fue capaz de compararlo con gobiernos antineoliberales, no tuvo dudas y eligió, con amplia mayoría, gobiernos que retoman la dinámica antineoliberal. ¿Qué aprender del camino recorrido por Argentina y Bolivia? ¿En qué medida pueden seguir este camino Ecuador, Brasil, Uruguay y otros países del continente?

Cada país tiene sus propios caminos, pero, al estar insertado en la dinámica del capitalismo internacional, tiene que seguir formas de lucha y gobierno que se adapten a esta dinámica. Lo que significa que la lucha contra el neoliberalismo sigue como eje central, que sigue siendo la opción predominante de la derecha en el mundo y en nuestros países. Por tanto, nuestros gobiernos tienen su orientación fundamental en la lucha contra el neoliberalismo.

Lo que significa, por lo tanto, la reanudación de la centralidad de las políticas sociales como vía para combatir las desigualdades en el continente más desigual del mundo. Significa la reanudación del papel activo del Estado, de la soberanía nacional, de los procesos de integración regional.

Los procesos electorales en Argentina y Bolivia tienen elementos comunes. Los candidatos no fueron los presidentes anteriores, sobre todo porque Cristina y Evo fueron objeto de procesos de judicialización de la política, que buscaban sacarlos de la disputa electoral. Las fuerzas de izquierda fueron capaces de encontrar formas de pelear y ganar la batalla electoral, a través de otros candidatos, con Cristina como vice en un caso, con el apoyo de Evo desde el exterior, en el otro.

Los nuevos gobiernos encuentran un escenario regional distinto, con gobiernos conservadores en Ecuador, Brasil, Uruguay. Uno de sus objetivos es reiniciar los procesos de integración regional, para tener más fuerza a nivel regional e internacional. Sus aliados son la oposición en Ecuador, Brasil, Uruguay. Probablemente tendrán un presidente de Estados Unidos menos hostil, aislando aún más al actual gobierno brasileño, que se verá llevado a menos agresiones y la necesidad de convivir con un entorno más negativo para él.

Los nuevos gobiernos tendrán que afrontar problemas que, consensualmente, no se pudieron afrontar en el primer ciclo, como encontrar la vía de la democratización de los medios, la democratización del Poder Judicial, una reforma fiscal socialmente justa, la prioridad de la lucha de ideas, de elaboración de una política económica de integración regional, la búsqueda de nuevas alianzas a nivel internacional. Es una agenda densa y difícil, pero sin la cual el segundo ciclo enfrentará los mismos obstáculos que el primero.

Las elecciones de febrero en Ecuador y el desenlace de la crisis brasileña, que puede tener lugar solamente en 2022, serán los próximos pasos en este camino, que definirá el carácter de la tercera década del siglo XXI en América Latina.

(*) El autor del texto es un sociólogo y científico político brasileño, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ).

Autor: Emir Sader

Fuente de la Información:

En el libro de ensayos “Las vías abiertas de América Latina”, se anunció que lo ocurrido en la primera década del siglo XXI en el continente había sido el primer ciclo de gobiernos antineoliberales. Que las condiciones para la lucha contra el neoliberalismo seguirían y, de forma similar o no, volverían en un nuevo ciclo.

Cuando regresó al gobierno, la derecha latinoamericana confirmó que no tiene otra alternativa que su modelo neoliberal original, con ajustes fiscales, privatizaciones, recortes de recursos públicos y políticas sociales, alienación de la soberanía nacional y endeudamiento externo. Fue así en Ecuador, en Argentina, en Brasil, en Bolivia. No aprendieron de su fracaso anterior, ni del éxito de los gobiernos antineoliberales.

Estos gobiernos demostraron lo que han prometido: que la lucha contra el principal problema latinoamericano, la desigualdad, solo se puede enfrentar con la prioridad de las políticas sociales, que distribuyan ingresos, generen empleo, promueven la democratización de la educación y la salud públicas, fortalecen al Estado en sus funciones públicas.

Es así como los gobiernos que asumieron programas antiliberales han reducido la desigualdad, la exclusión social, el hambre y la miseria en nuestros países como nunca antes, frente a lo que sigue sucediendo en el resto del continente y en el mundo.

Fue así como estos países lograron retomar el desarrollo económico, desarrollar procesos de integración regional e intercambio Sur-Sur, especialmente con China. Así fue como han logrado aislar, más que nunca, la influencia norteamericana en el continente. Fue un momento muy especial para América Latina, que proyectó a los principales líderes de izquierda en el mundo: Lula, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, Hugo Chávez, Nestor y Cristina Kirchner.

Este primer ciclo cumplió su rol, se agotó y fue reemplazado por gobiernos neoliberales, conservadores, cuando volvieron a aumentar las desigualdades, la miseria, el hambre, el endeudamiento externo y el desprestigio de los gobiernos. Fue un período corto, porque el neoliberalismo no logra un apoyo social duradero, ni la existencia de gobiernos legítimos. En Brasil y Bolivia la derecha regresó al gobierno mediante golpes de Estado, en Ecuador mediante la perversión de la voluntad popular.

Y cuando volvieron a haber elecciones democráticas, como en Argentina y Bolivia, después de que la gente de estos países vivió lo que significa el regreso del neoliberalismo y fue capaz de compararlo con gobiernos antineoliberales, no tuvo dudas y eligió, con amplia mayoría, gobiernos que retoman la dinámica antineoliberal. ¿Qué aprender del camino recorrido por Argentina y Bolivia? ¿En qué medida pueden seguir este camino Ecuador, Brasil, Uruguay y otros países del continente?

Cada país tiene sus propios caminos, pero, al estar insertado en la dinámica del capitalismo internacional, tiene que seguir formas de lucha y gobierno que se adapten a esta dinámica. Lo que significa que la lucha contra el neoliberalismo sigue como eje central, que sigue siendo la opción predominante de la derecha en el mundo y en nuestros países. Por tanto, nuestros gobiernos tienen su orientación fundamental en la lucha contra el neoliberalismo.

Lo que significa, por lo tanto, la reanudación de la centralidad de las políticas sociales como vía para combatir las desigualdades en el continente más desigual del mundo. Significa la reanudación del papel activo del Estado, de la soberanía nacional, de los procesos de integración regional.

Los procesos electorales en Argentina y Bolivia tienen elementos comunes. Los candidatos no fueron los presidentes anteriores, sobre todo porque Cristina y Evo fueron objeto de procesos de judicialización de la política, que buscaban sacarlos de la disputa electoral. Las fuerzas de izquierda fueron capaces de encontrar formas de pelear y ganar la batalla electoral, a través de otros candidatos, con Cristina como vice en un caso, con el apoyo de Evo desde el exterior, en el otro.

Los nuevos gobiernos encuentran un escenario regional distinto, con gobiernos conservadores en Ecuador, Brasil, Uruguay. Uno de sus objetivos es reiniciar los procesos de integración regional, para tener más fuerza a nivel regional e internacional. Sus aliados son la oposición en Ecuador, Brasil, Uruguay. Probablemente tendrán un presidente de Estados Unidos menos hostil, aislando aún más al actual gobierno brasileño, que se verá llevado a menos agresiones y la necesidad de convivir con un entorno más negativo para él.

Los nuevos gobiernos tendrán que afrontar problemas que, consensualmente, no se pudieron afrontar en el primer ciclo, como encontrar la vía de la democratización de los medios, la democratización del Poder Judicial, una reforma fiscal socialmente justa, la prioridad de la lucha de ideas, de elaboración de una política económica de integración regional, la búsqueda de nuevas alianzas a nivel internacional. Es una agenda densa y difícil, pero sin la cual el segundo ciclo enfrentará los mismos obstáculos que el primero.

Las elecciones de febrero en Ecuador y el desenlace de la crisis brasileña, que puede tener lugar solamente en 2022, serán los próximos pasos en este camino, que definirá el carácter de la tercera década del siglo XXI en América Latina.

(*) El autor del texto es un sociólogo y científico político brasileño, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ).

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