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Semiótica de las Noticias Burguesas

Por Fernando Buen Abad

La semiótica no es un campo indemne en la disputa del sentido.

Eso que llaman “noticieros” (en las máquinas de guerra ideológica llamadas “mass media”) son unidades de combate en la disputa semiótica que el capitalismo impone para deformar y manipular la realidad su conocimiento y su enunciación. La garantía de éxito radica en la lógica de los monopolios y en la repetición -hasta la náusea- del canon de estulticia refinado con chatarra ideológica. Silenciar a todos para imponer una sola voz. Formatear cerebros con moldes de mansedumbre. ¿Quiere el enemigo de clase mantenernos bien informados? ¿Para qué? ¿Según quién?

Todavía cuesta trabajo (a no pocos) aceptar que vivimos bajo los proyectiles ideológicos de una guerra mediática, incesante y multifacética, abierta de “par en par” para hacernos aceptar, sin reparos, el mundo como nos los imponen… para obligarnos a financiar sus maquinarias de mentiras y aceptarlos con aplausos y sumisión desde el alma. Aunque es verdad que los destinatarios no son “robot” que acepta linealmente toda basura que le impone, es igualmente cierto que la mentalidad de los pueblos está secuestrada entre jaulas de falacias monopólicas donde el pensamiento crítico se persigue, se sataniza y se ridiculiza. Es, tal cual, una guerra asimétrica. Y desde luego no se ignora que las masas están fermentando, también, su emancipación informativa. No aceptar que se trata de una Guerra nos condena a la ignominia y al silencio.

Dicho de otro modo, la complejidad semiótica de las noticias burguesas radica en la sofisticación ideológica y tecnológica de las mentiras y las calumnias tejidas con protagonistas de ocasión y blindaje de sus (por definición) corruptelas de forma y fondo. Su “maná” es el linchamiento de los líderes sociales y la neutralización de las movilizaciones populares. Es su orgasmo represor consuetudinario. Pagan mucho dinero por lograr eso. Y todo es reductible a la mercancía (las propias noticias lo son) en su mercado de competencias que a fuego abierto, con horarios precisos, disparan contra la población hasta derrumbar todo bastión democratizador del derecho a la información y a la comunicación. Una “tomografía computada” de las noticias deja ver el catálogo completo de las taras con que se fabrica el “equilibrio” informativo que siempre se cae hacia la derecha.

Esa disputa por la producción de sentido en las “noticias” tiene ingredientes que se repiten al antojo de los escenarios en los que se lucha para reprimir u omitir al enemigo de clase que incomode al libre ejercicio del hurto contra el producto del trabajo. Es producto barnizado con alguna fuente de ilusionismo, individualismo y egolatría burguesa; teñido por la moral de la propiedad privada y de su fetiche multiforme en las mercancías. Es un gran ejército para defensa de la propiedad privada.

Si la noticia burguesa sirve para algo eso se reduce a convertirlas en expedientes de canalladas serviles al interés más aberrante y no importa que se trate de “noticias del espectáculo”, “noticias rojas”, “deportivas”… junto a su ser mercantil que se basa en su poder de espejismo distorsivo siempre. Sólo se salva el éxito burgués, sus dueños y sus sirvientes. Todo lo demás es carne del infierno dantesco en el que el proletariado ha de batirse entre detritus de “periodistas”. Cada día todas las horas. Y sentir la satisfacción de “estar bien informado” por el enemigo de clase.

A mañana tarde y noche la disputa (la guerra noticiosa) por dominar las herramientas de producción de sentido se nutre con misiles de táctica y estrategia burguesa. Quede eso bien claro. Ninguna semiótica que se precie, ha de estar al margen de esta guerra y de su alma mater la lucha de clases camuflada como “noticia”. No hay duda. La ética burguesa es rigurosa y no tiene fronteras. Especialmente en el campo de las ganancias. Sus más destacados adalides son los que más pagan por mentir y los que más se aplauden a sí mismos. Incluso con premios y ovaciones académicas de mercado. Cumplen con su deber disciplinadamente, como soldados cuya precisión de ataque y odio de clase se entretejen para mostrarse “ecuánimes”, “informados”, “neutrales” y “profesionales”. En el alma de la noticia, en su estructura interna la mentalidad burguesa sólo aspira a dar un golpe certero, un crimen perfecto, una puñalada ideológica que anule al destinatario. Que esconda la lucha de clases y haga invisible toda fuerza transformadora en manos de los pueblos revolucionarios. La forma y el género son sólo coartadas para desplegar munición y asegurarse territorios de todo tipo.

En esto tenemos mucho por hacer comenzando por reconocer nuestras debilidades revolucionarias en materia de producción de información. Es frente concreto de batalla la batalla de las ideas emancipadoras de las noticias. Es frente concreto desmontar sus diccionarios y sus vocabularios, mayormente tributarios de anglicismos léxicos e ideológicos. Es frente de disputa la sintaxis, el orden de las ideas, los valores y las prioridades para la acción y las formas de enunciar la transformación del mundo y al mundo mismo en todos sus espacios. Contra la sintaxis paupérrima con que la burguesía pregona sus verdades de escuelita bobalicona y contra la pedantería de los dueños del dinero. Tenemos el desafío de romper el cerco monopólico que viola todos los preceptos y leyes del mundo incluidas las leyes de comunicación que creó Ecuador, Venezuela y Argentina, que se atrevieron a soñar la democratización de los medios y la desmonopolización de sus feudos “mediáticos”. Eso sí es noticia.

Fuente: http://www.telesurtv.net/bloggers/Semiotica-de-las-Noticias-Burguesas-20160629-0008.html

Imagen: http://www.resumenlatinoamericano.org/wp-content/uploads/2016/06/unnamed-155-376×400.jpg

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Pie con Bola: Meditaciones desde un partido de fútbol

Por Fernando Buen Abad

El mundo y las patadas. Hay mucho dinero en juego. Esa fascinación estrambótica que ejerce el fútbol sobre las sociedades contemporáneas rebasa voluntariosamente todas las intentonas que creímos suficientes para explicarnos los cómo, los por qué y los cuándo de ciertos magnetismos cancheros.

Sociólogos, antropólogos o politólogos (entre otros muchos interesados) se devanan los sesos pretendiendo establecer límites, categorías, definiciones y estadísticas, capaces de poner en claro el conjunto de factores combinatorios que dan por resultado uno de los fenómenos colectivos más inextricables. Los monopolios mass media se relamen los bigotes. Nadie da pie con bola.

Deporte, espectáculo y arte preñados con performance popular, rito de congregación masiva, manipulación de masas… todo junto amontonado y revuelto. Catarsis de presiones históricas y parafernalia de fe, dogmatismo o fanatismo, que alcanzan extremos entre lo erótico y lo tanático. No hay psicoanálisis de las sociedades modernas, incluso con sus reduccionismos racionalistas, que sea capaz de valorar y redimensionar, en su conjunto, el papel del fútbol en el espíritu de la humanidad contemporánea. Con sus bondades y necedades. ¿Será que es tan complejo?

Cuando una trama de movimientos, estrategias, accidentes o absurdos desencadena en el espectador ese chicotazo emocional que lo castiga o gratifica, por él, para él, y hasta él, se confirman potencias, esperanzas, alegrías, desencantos o ritos profundísimos que habitan ya en el ser de las culturas como condición delirante para muchas de sus expresiones. Alienación al canto. Hay quienes lo ven sólo como negocio.

El fútbol es, también, una coreografía lúdica que se funda en el agón, el azar, el vértigo y la mimesis. Los jugadores danzan un rito del estallido y de la expansión que tiene como pretexto el control del cuerpo humano, del cuerpo esférico y del cuerpo colectivo, asociados para que toda su energía pase por una puerta arquetípica que casi siempre significa renovación donde se reinicia el ciclo. Quien inventó el fútbol, (persona, sociedad o secta) consciente o inconscientemente, puso sobre la rectangularidad del terreno un conjunto de piezas estremecedoramente parecidas a las que contiene la existencia toda. Eso seduce a los pueblos desde siempre. El fútbol pone en juego inteligencias geométricas, que sintetizan fuerza, aceleración, masa, probabilidades y curvas en un ejercicio estético cuyo arte, ritmo, armonía, y composición, manejan repertorios de imágenes abstractas, fijas en la mente del público y el jugador. Potencias resucitadas cíclicamente en la fantasía y maravilla del gol. Y a cobrar se ha dicho.

Por más que la palabra “gol” signifique meta, el fin último del fútbol no es el “gol”. Como en todo fenómeno lúdico siempre es más importante el proceso que el producto, aunque el producto sirva, o no, para cobrar sueldos, entradas, regalías y prestigios de comentaristas, cronistas, futbolistas, sucedáneos y conexos. Quien disfruta el «balón pie» afina su percepción sobre movimientos, acomodos, condición física, logísticas y destrezas de cada jugador y del conjunto. Pero, además, disfruta carismas, desafíos, heroicidades, suerte y destino individual o grupal, divisa-religión que magnetiza a sociedades enteras. Magia inefable que oculta sus secretos en las gavetas culturales más íntimas de los pueblos. Sirve para ocultar muchas cosas.

Los estadios exaltan con su circularidad y concentricidad tradiciones sagradas ancestrales del espacio y el tiempo. El público sobreexcita las redes emocionales de todo su ser, particular o colectivo, y se entrega a una contemplación, no pasiva, (contra lo que afirman algunos) que apetece desatar su lirismo sobre épicas renovadas en dramas conmocionantes. Desde la tragedia griega hasta el campeonato mundial del fútbol. Poco favor hacen, con su mediocridad, las crónicas masmedieras en transmisiones televisivo-radiales o impresas, que preñan con su ideología mercantil y su pobreza estética, el disfrute de aficionados y jugadores que, de cuerpo presente, siguen las acciones futboleras.

Es imposible explicar de dónde surgió esa estética grotesca del alarido artificial y de las voces ampulosas de locutor, narradores o cronistas que pretenden dar cuenta sobre los hechos en la cancha. La sobresaturación prefabricada con que se ponderan o critican los movimientos, el grito frecuentemente falso que canta goles, (grito medido para que alcance hasta la repetición de la jugada) y la moda del “tono solemne” con que se habla de la estupidez más intrascendente para analizar un partido, vuelve fastidiosa hasta el hartazgo la envoltura que manosea lo que a nivel del césped tiene otro sabor. Nadie puede objetar o prohibir las acometidas pasionales, lo reprochable es que mientan con el pretexto de que «así debe ser para que al público le guste». ¿Quién inventaría esos clichés? Y ocurre igual por todas partes.

Incluso esa moda de la exaltación sobreexcitada hace pirámides humanas, rasga vestiduras, produce carreras apocalípticas ante las tribunas y catarsis escénicas desmedidas, teatralizan o farandulizan algo que naturalmente no necesita performances vodevilescos. Payasada histérica. Es verdad que los rituales colectivos no necesitan recetarios ni reglamentos de nadie. Lo ofensivo es que se les tergiverse para que aparezcan como show de vanidades mediocres. El grotesco en pleno.

Ganar o perder son accidentes de una expectativa que siempre tiene imponderables. El fútbol posee variables muy amplias, como juego o como “arte”. Hay designios donde el azar impone sus caprichos. Especulen lo que especulen empresarios, anunciantes, funcionarios y apostadores. ¿Quién es el dueño del fútbol? ¿Quién es el dueño de los goles? Mafias a diestra y siniestra. Nunca la historia de la cultura imaginó que fuese posible concentrar el interés de tantos millones de almas en torno a un juego de pelota. En vivo o a distancia.

¿Avanzamos? ¿Retrocedimos? ¿Las dos cosas? Nunca se reunió bajo el pretexto de un espectáculo deportivo inversiones financieras, tecnológicas, políticas e ideológicas tan descomunales como las que hemos conocido en tiempos recientes. Jamás un acontecimiento cultural derivado del juego entre equipos futboleros ocupó tan desmedidamente espacios en televisión, radio o prensa, todos los días de todas las semanas en todos los meses. No parece haber límite. ¿Cuánto nos cuesta? ¿No hay otra cosa mejor en qué invertir?

El “Poder” del fútbol, de su ser industrial farandulero, que también es extra-futbolístico, ha llegado a conmover la “seguridad nacional”, ha logrado esconder la represión y el asesinato en varios países. Por las afluencias y por las violencias. Poder farandulero de clase que expresa también la degradación de su propia definición y que seduce desde la cancha a la mercadotecnia, de las porterías a las ideologías, de las tribunas a las urnas. Cuentan con un “público” mayoritariamente ignorante, indefenso, acrílico, fanatizado y secuestrado. Poder enamorado en las concentraciones humanas sólo si pagan boletos y transmisores, siempre amenazantes o promisorias, (según la etapa. Los móviles… el programa) concentraciones para dispersar la conciencia, canalizar la violencia… muchos piensa que pueden conquistar al mundo sólo porque juntan a muchas personas. Poder real que vive lujosamente[3] gracias a esa pasión futbolera descomunal e inmarcesible, violenta, salvaje y tragicómica ante la cual, virtualmente ninguna explicación da pie con bola. Porque no es fácil.

Vuelan a Diestra y siniestra los gargajos, los salivazos y los mocos. 90 minutos, más lo que agregue el árbitro. Un “espectáculo” que presenta como “glamour deportivo” la estética de la asquerosidad. Y nadie se lo traga.

No hay cifras exactas, no hay cálculos precisos pero en términos de litros por partido deben ser muchos los que se expiden multiplicado por 22 jugadores, tres árbitros y todo lo que alcance a sumar el público más próximo a las acciones futboleras. No se omitan los periodistas, locutores y camarógrafos que también, de tanto en tanto, avientan su óvolo de gargajos, infecciosos o no, al sacrosanto terreno de las patadas mercantilizadas.

El escupitajo futbolero es, para algunos, una especie de placer de “machos”. Especie de rúbrica babosa para cerrar jugadas intensas. No se ve en otros deportes. Una carrerita tras un balón comprometido, una barrida furibunda para dejar sentir la presencia, un choque de hombros a la altura de las circunstancias y un inefable gargajo. Unas veces acompañado de una peinadita de una miradita de reojo por si las cámaras para confirmar que las cámaras estén atentas. Un gargajo más… en público, en vivo y en directo, con transmisión internacional.

Sobre las camisetas que portan los colores de las identidades más fanatizadas suelen terminar estampados los gargajos de los contrincantes. No sólo porque muchos futbolistas gustan de convertir en gargajo lo que no pueden o quieren decir con palabras, sino porque al pasar muchos minutos tirándose al césped, revolcándose en él, levantan los escupitajos que generosamente lanzan propios y extraños. Es un mar de mocos ensalivados donde se humedece el glamour de las “estrellas” financiadas por monopolios y marcas multimillonarias. Y se les ve tan felices de revolcarse en esa porquería. Se parece tanto al capitalismo…

Parecería que todo el espectáculo de las patadas está pensado para diversión exclusiva de los árbitros. Ellos deciden todo, nos guste o no. El juego depende, no poco, de ellos. La historia del fútbol está inundada con lágrimas de jugadores que arrodillados o enfurecidos, reclaman al árbitro por una jugada mal apreciada o mal sancionada. También hay sonrisas de otros beneficiaros de las pifias arbitrales. Tiros directos e indirectos, saques de banda… y desde luego “penaltis” que jamás existieron o que jamás se marcaron… no hay poder humano que cambie lo que el árbitro pita. Con razón o sin ella.

El personaje del árbitro, algunos de ellos trabajadores honestos, comporta una contradicción añeja que se agrava con el tiempo. Son ejecutores de un esquema autoritario e intransigente. Todo el fútbol se ha modernizado, las técnicas atléticas de los jugadores, las tácticas de ataque y defensa, los sistemas de transmisión radio-televisiva, los uniformes, los estadios… pero los árbitros siguen siendo es institución añeja, autoritaria y desvencijada que deja en la responsabilidad de un criterio único el esfuerzo de un conjunto, la lucha de muchos colgada del hilo frágil de una apreciación particular. Y muchos árbitros corren peligros muy serios por aplicar leyes que ellos (y casi nadie) no pueden modificar bajo las condiciones actuales. Como el capitalismo. Y no hay discusión que valga.

En otros deportes la tarea de juzgar acciones o supervisar reglamentos, ha derivado en cuerpos de evaluación y sanción, que suelen o pueden consensuar decisiones para evitar que sus dudas, o sus certezas, pasen por encima de las de millones de personas. El árbitro del fútbol, joven o no tanto, cumple órdenes de corte fascista puestas ahí para representar, incluso aunque no les guste, uno de los perfiles ideológicos más intolerantes de toda la industria futbolera, al lado de la publicística, claro. Muchos son sospechosos.

Si el fútbol, como tantas cosas, impone leyes, vigilancia y castigos, bien pudieran idear un sistema democrático para que los aficionados, que sostienen con su dinero la industria de las patadas, pudieran elegir a los árbitros, las leyes que supervisan y las sanciones que aplican. Bien pudiera abrirse un espacio al pensamiento y participación para los millones de personas que siguen el fútbol y donde sus criterios tuviesen un lugar consensuado a la hora del partido. Intervención democrática que rompiera el cerco privilegiado de un sector envejecido y autoritario que puede torcer los resultados de cada encuentro al antojo de sus errores, (humanos y todo) o de sus intereses políticos y/o económicos, de equipos, de marcas o de de clase. Ya se ha visto muchas veces. ¿O el público sólo importa a la hora en que paga sus boletos?

Gritan unos y gritan otros, para bien o para mal, en contra o a favor. Alienados. La cosa es gritar hasta ensordecerse, la cosa es gritar hasta enmudecerse. Gritan los aficionados y las aficionadas, gritan los árbitros, los ayudantes, los entrenadores… gritan las luces, los flashes y las imágenes, grita la historia, grita el tiempo, gritan en Wall Street, grita el horror. ¿Quién escucha? La muchedumbre sale sedada, grito hipnótico.

La cantidad de los gritos no implica la calidad del griterío. ¿Da lo mismo? Veamos: un locutor grita a sueldo emociones programadas para la t.v. o la radio. ¿Hay en su grito alguna noción, así sea lejana, de dignidad histórica referida a los pueblos que financian la podofilia? ¿Hay en su grito algún remanente de la lucha de clases o sólo se trata de “adornar” con alaridos la ya sobre-saturada estética de la estridencia mercantil, a fuerza de “pasiones” ocasionales que lo mismo se exaltan con un equipo que con otro, es decir, por una marca que por otra…? ¿no será que a fuerza de gritos entramos al reino de los himnos mercenarios donde da lo mismo cualquier cosa, mientras se pague bien, mientras se venda todo? ¿No será que a fuerza de gritos nos embrutecemos, esmeriladamente, para la pachanga degenerada del capitalismo que acumula riquezas y acumula zombis rentables? ¿Quién escucha el grito de los torturados, de los muertos en las guerras comerciales, de los desaparecidos, de los perseguidos políticos de los encarcelados por pensar libremente?

Griterío sospechoso para que acaso no se escuchen los gritos de rebeldía, los gritos organizados para cambiar al mundo, los gritos del hartazgo, los gritos de la alegría revolucionaria. Que no se escuchen los gritos campesinos y obreros, los gritos de las masas que gritan su futuro con alma de rebeldes hastiados de la esclavitud y de la alienación. Eso no se escucha tan fácilmente. No hagamos simplismos. Eso gusta y gusta por algo, eso no lo hace intocable.

¿Para qué gritar tanto si la gracia es no escuchar? ¿Quién aprecia el griterío de las tribunas, quién dijo que eso es entusiasmo, quién amaestró a las “masas” para hacer la “ola”, para la alharaca circense, para el estruendo vocinglero? El show bussines llena sus pantallas y sus micrófonos con las escenografías acústicas de los aficionados. El show degenerado, que levanta dinero a mansalva, necesita el ruido de las tribunas para que no se escuchen las paladas de dólares y euros depositadas en los bancos suizos. Grita la muchedumbre, grita su alienación, grita y se desgañita para celebrar el triunfo de las marcas cerveceras, deportivas, mass mediáticas… grita el vulgo, grita la oligarquía parecen felices ambos, reconciliados en el fútbol, sólo si deja ganancias para los dueños. Y los pueblos ni se enteran ¿O sí? La miseria y la barbarie… a grito pelado.

Dicen que el campeonato mundial de fútbol es una “fiesta”. Dicen algunos que los aficionados tienen derecho a una “distracción” a un “entretenimiento”… que a nadie se hace daño cuando se mira un partido… que es un “desahogo”… una “fuga”. Ojalá haya partidos magníficos, ojalá que, al menos una, vez se juegue con inspiración y entrega, que participen las mejores habilidades y que luzca lo mejor de un juego colectivo que logra tener destellos maravillosos y registros estéticos extraordinarios. Que se juegue sin especulación mercantil, sin manoseo mafioso, sin lógica de mercado. Que se logre, al menos, un enfrentamiento intenso y creativo. Ojalá que se logre ver la mejor parte del fútbol, porque lo peor está a la vista… y nos cuesta muy caro. ¿Y si gritáramos los goles y eso no impidiera que nos organizáramos para acabar, de una vez por todas, con el capitalismo?

Fuente: http://www.portalalba.org/index.php?option=com_content&view=article&id=9345:pie-con-bola-meditaciones-desde-un-partido-de-futbol&catid=151&Itemid=195

Imagen tomada de: http://www.reasonwhy.es/sites/default/files/styles/noticia_principal/public/futbol-dinero-industria-negocio-ReasonWhy.es_.jpg?itok=pNybFJoI

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Semiótica de los “Locutores” Burgueses

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Todas las patologías del capitalismo se notan, de las maneras más odiosas, en sus “locutores”. Entiéndese aquí, por “locutores”, a todos aquellos que venden su voz como mercancía para vender las mercancías del capitalismo. Algunos de ellos, incluso, contra su voluntad o su conciencia.

El abanico de tonos, inflexiones, acentos, gritos, quejidos, susurros y sentencias, ideados permanentemente para alentar el consumismo, constituye una galería inmensa de creatividad saturada de subordinación y decadencia. Muchos “locutores” lo padecen, paradójicamente, en silencio.

Y así como el concepto “mercancía”, bajo el capitalismo, abarca al trabajo, a las noticias, a los gustos, a las emociones, a las tradiciones… así abarca a las voces, a sus tonos, a sus palabras y a las ideas -explícitas e implícitas- con que insufla cualidades impertinentes a objetos, sujetos y valores burgueses. A eso se le llama “publicidad” y para ella el uso de las voces, manipuladas de mil maneras, es indispensable. El resultado es escalofriante, abrumador y odioso. Veamos.

Junto a la manía publicitaria, insoportable, de exagerarlo todo, se inocula al discurso mercantil de los “locutores”, el repertorio de supuestos fonéticos que emblematizan al “buen gusto”, al confort, al prestigio… al poder del dinero. No se habla con naturalidad, han naturalizado la idea bobalicona de que lo engolado, lo chillón, lo enfático y lo meloso son, entre otros, recursos impecables para fijar en las cabezas de los pueblos un lugar privilegiado para las mercancías de ocasión. El resultado es un pastiche nauseabundo y deprimente, tributario voluntarioso del ridículo. El colmo es que cuando se usan las voces “populares” se las usa para ridiculizar algo o a alguien. Hay millones de ejemplos insufribles e inefables.

No pocos proyectos de comunicación emancipadora, al excluir o al no haber desarrollado una crítica científica al modelo de “locución” burgués, repiten algunos de sus peores vicios. Como, por ejemplo, confundir la seriedad con la solemnidad. Como permitir que la forma reine sobre el contenido. Como imitar el “prestigio” de las formas “exitosas” como gancho para las ideas revolucionarias. Hay una lista larga de ejemplos fallidos impregnados por la lógica de que imitando lo que al capitalismo le da “llegada”, será posible hacer llegar los mensajes emancipadores. Así hemos escuchado a no pocos voceros de la revolución hablando como “locutores” de la contra-revolución. Lo viejo no termina de morir donde lo nuevo no termina de nacer.

No existe un manual mágico para dar voz a la Revolución. Nada en una Revolución nace mágicamente y lo más probable es que nos tome tiempo liberanos, realmente, de los atavismos formales, del imperio de las formas, que la burguesía nos ha inyectado hasta en los rincones más insospechados de nuestras existencias. Las manías burguesas que se nos han infiltrado no son invencibles, es falso que no se pueda cambiar, y nosotros tenemos bien claro que la práctica revolucionaria es nuestra mejor escuela, sin empirismos bobalicones. Necesitamos impulsar la formación de cuadros científicos, cuya habilidad y fortaleza consista en interpretar a la revolución y darle voz a sus mensajes, hay que organizar y movilizar escuelas de formación revolucionaria en comunicación emancipadora. Desde abajo y desde la lucha de clases.

No podemos, ni por chantaje ni por inconciencia, ser vehículo reproductor de miserias burguesas, tan sonoras como las ridiculeces que vomitan, a cada instante, sus “locutores” en nuestras propias casas y narices. Y aunque algunos trabajadores de los medios crean que es muy “nice”, muy “chic”, muy “maquetinero” el modito burgués para la vendimia de su basura, no silenciaremos nuestra denuncia cuando a miles de trabajadores de la “locución” se los usa para drenar con sus voces, hacia los mercados, el veneno de la sobre-producción capitalista que, no sin guerras inter-burguesas, se les pudre en las bodegas.

No silenciemos el daño laboral, ni el daño moral, ni el daño cultural que nos causa el modelo burgués de “locución” mercantil. No aceptemos ninguna de sus payasadas. Impulsemos una semiótica emancipadora y una red internacionalista de escuelas para la formación de cuadros revolucionarios en comunicación que asuman su responsabilidad socialista en la búsqueda de nuevas voces, nuevos vocablos, nueva dicción y nueva locución… hacia la liberación veredera de los caudales expresivos nuevos. La libertad de expresión socialista. Del dicho al hecho.

Tomado de: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=119084

Fuente de la imagen: https://pixabay.com/static/uploads/photo/2015/05/09/11/30/microphone-759587_960_720.jpg

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Linchamiento Mediático

Metástasis de las ignominias: premeditación, alevosía, ventaja y masividad

Fernando Buen Abad Domínguez

Una de las cualidades más perversas del “linchamiento mediático” radica en su impunidad pública masificada. No hay retorno. Las calumnias, las mentiras, los rumores, los chismes… las pruebas falsas y en general todas las agresiones previstas por los códigos civiles y penales, cobran virulencias especiales cuando se producen en público, sin fronteras y ni mesura posible. Nadie puede reparar un daño que hace metástasis fácil en un caldo de cultivo prefabricado, abonado con morbo, impudicia e impunidad sistémicas. Tal como es el capitalismo todo y sus especialistas del linchamiento. Nadie está a salvo.

Algunos creen que la figura jurídica del “linchamiento mediático” es una exageración que no cuenta con sustento legal suficiente. Algunos creen que es imposible sancionar a los linchadores sin rozar, o lesionar, la “libertad de expresión” en alguna de sus variedades liberalistas. No faltan los que rechazan radicalmente el “linchamiento mediático”, con pretextos incluso filológicos, para rechazar íntegramente los cuerpos legales que lo tipifican.

Hay casos a granel, no sólo para demostrar la génesis y las consecuencias de un episodio de “linchamiento mediático”, sino para exigir que se lo estudie y profundice, con deslindes de responsabilidades y sanciones, atándolas siempre a la reparación exhaustiva y pública del daño. Especialmente cuando se lincha a los líderes de movimientos políticos o partidos democráticos. Justicia social, pues. Hoy es imposible cuantificar y cualificar el daño producido por el “linchamiento mediático” a Fidel Castro, Hugo Chávez, Cristina Fernández, Evo Morales, Rafael Correa… e incluso contra países enteros como Cuba Revolucionaria. Si CNN, “El País” de España o “The Guardian”… tuviesen que reparar el daño hecho al prestigio, la obra y las tareas de esos líderes… reparación íntegra en su profundidad y extensión, debido a las falsedades mediáticas, defraudaciones periodísticas, tergiversaciones televisivas… hechas con premeditación, alevosía y ventaja (entre tras muchas decenas de conductas delincuenciales) no alcanzarían los espacios ni los tiempos para “reparar el daño”

Junto a las agravantes de la premeditación, la alevosía y la ventaja, el “linchamiento mediático” contiene el agravante, además, de ser delito cometido en público, con difusión masiva y con profundidad y extensión mayormente incalculables. Daña a la víctima en círculos sociales próximos y lejanos. Sin retorno. Un delito cometido en público, y masificado con herramientas cuya capacidad de propagación puede dañar en calidad y en cantidad los valores, los principios y las conductas de las víctimas; funda una pedagogía criminal que tiende a empeorar por la impunidad efectiva que se deriva de la imposibilidad de reparar el daño.

La asociación de los términos “linchamiento” y “medios” sirve para afianzar una categoría delincuencial nueva que no está exenta de antecedentes. La distinción dura producida por la asociación de los términos no descansa en su fuerza “metafórica” ni “literaria” (como pretenden algunos reduccionismos de alquiler) esos conceptos dejan de ser lo que son de manera separada para, unidos, revelar el territorio nefasto de una forma delincuencial propia de la expansión tecnológica, su multi-presencia y los intereses subyacentes en usarla para fines aviesos, descalificatorios y criminales.

Las víctimas no tienen defensa efectiva ni suficiente. No sabe con exactitud quiénes ni cuántos conspiraron. No sabe con precisión cuántos medios participan ni hasta dónde se expande el daño. No hay políticas de corto, mediano y largo plazo para resarcir ni sancionar. Tampoco se sabe a cuántos debe sancionarse si se hicieron cómplices de una calumnia, por ejemplo. La víctima queda marcada de por vida. Un ejemplo de “linchamiento mediático” es el propio concepto de “linchamiento mediático”.

No menos terrible es el peso de la premeditación especializada que se fabrica en los laboratorios de guerra psicológica profesionales de la siembra de zozobra, miedo, depresión y descrédito a mansalva contra personas, países, decisiones democráticas o proyectos revolucionarios. Basta con ver la portada del diario español “El País” con la imagen que atribuyeron al presidente venezolano en un quirófano. Operaciones golpistas. “…planificado, conociendo las posibles consecuencias del acto y abusando de una posición de ventaja”.

Cuando alguien incita, con algún medio de comunicación, a una masa (incuantificable) a juzgar y dar por verdadero un dicho o hecho del que no hubo debido proceso jurídico, e instala, con ese juicio, expresiones o conductas que dañan la reputación, el estado de ánimo o las relaciones sociales de alguien, el delito que comete el linchador originario se replica en todos aquellos que participan y se convierten en cómplices (y en víctimas de engaño también) con grados diversos.

Pero la escala más dañina del “linchamiento mediático”, por su perversión y volumen, no está en sus tufos golpistas y magnicidas, está en su capacidad de infiltrarse como cultura de la descalificación, como hábito de la marginación impune o como tradición inamovible, reservada para los poderosos cuando se les viene en gana satanizar a una persona, a un movimiento político o una revolución social para anular su pensamiento y encadenarlo a un cepo de mentiras, ridiculizaciones y falacias degradantes. Con ayuda de conglomerados mediáticos burgueses. A “voz en cuello” y a los “cuatro vientos”.

Está claro que en una situación de guerra, también mediática, entre clases sociales, el papel y el valor de un cuerpo jurídico es relativo al nivel de las tensiones de clase y que sólo presta utilidad mientas exista alguna tarea democrática que la burguesía deba agotar antes de su desaparición. Eso no impide que se estudie la categoría “linchamiento mediático” y se la use como camino hacia la demostración palmaria de todas las canalladas que el capitalismo es capaz de idear para atacar a la clase trabajadora, no sólo en el campo objetivo de la plusvalía sino, también en el de la “plusvalía ideológica” y la subjetividad. Objetivamente.

No está de más recordar, cuando uno explora territorios de Justicia Social, que la única fuerza capaz de resarcir a los pueblos (contra toda la parafernalia de los miles de “linchamientos mediáticos” perpetrados cotidianamente), es la Revolución Socialista y Científica que han de impulsar los pueblos para los pueblos, sin concesiones reconciliatorias, sin camaleonismo reformista y sin burocratismo bacteriológico. Mientras tanto podrá ser usada en su contra toda herramienta de lucha que permita derrotar (toda o en partes) la ideología (y las prácticas) de la clase dominante. El “linchamiento mediático” debe ser sancionado legal y políticamente de inmediato. Observen este caso de “linchamiento” del “gobierno” mexicano servil a los intereses oligárquicos y a TELEVISA: “Denuncia campaña de linchamiento del gobierno federal contra los maestros disidentes”… “Los medios, salvo honrosas excepciones, están justificando la represión de manera irresponsable. Es lamentable que conductores de radio, televisión y otros periodistas estén alentado la represión. Yo les diría que se serenen, que se tranquilicen. Los docentes tienen derecho a defenderse, es su legítimo derecho”.

http://www.jornada.unam.mx/2013/08/26/politica/010n1pol

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Nuestra lucha por la Paz


 No podemos aceptar la Paz obligados por las bayonetas

Lo fácil es hablar de Paz si se quiere, como tanto se ha hecho, maquillar con lentejuelas filantrópicas la hipocresía de las maquinarias burguesas para la violencia y la muerte. Es fácil desgarrarse las vestiduras y sacar a pasear frases plañideras, con desplantes de ocasión mediática y “políticamente correctas”. Todos sabemos que el capitalismo es un sistema absolutamente antagónico a la Paz. Todos sabemos que bajo el capitalismo la Paz verdadera es imposible. No es lo mismo conquistar “treguas” que conquistar la Paz. Desde sus púlpitos mediáticos el capitalismo nos relata, a voz en cuello, su amor por la muerte, su pasión por la destrucción y su romance eterno con el belicismo serial. Y lo han convertido en un gran negocio.
Es el capitalismo quien financia millones de películas de guerra, millones de series televisivas empapadas en sangre y crueldad. Es el capitalismo quien “crea” avalanchas de asesinatos y canalladas televisadas con toda impudicia. La Paz no tiene lugar en la mentalidad burguesa porque el capitalismo es la violencia por definición. La andanada criminal que el capitalismo también pone en sus pantallas, disfrazada de películas de “ficción” o de “noticieros”, es tributaria del estereotipo ideológico que tiene su base concreta en una realidad ensangrentada y que supera a toda ficción. Nada tienen de “pacíficos”.

Como ha sido muy “jugoso” el discurso de la Paz a lo largo de la Historia humana, lo han ensayado los poderes hegemónicos con silogismos de todo género, sin faltar los extraterrestres ni losreconciliatorios. Es enorme la lista de los “tratadistas” sobre la Paz y, visto lo visto, el primer paso hacia la Paz debería ser desarmar a quienes atacan a los pueblos con todo tipo de armas, es decir, las armas convencionales, las no convencionales… y las armas de guerra ideológica (universidades, monopolios mass media, iglesias y antivalores burgueses).

Los revolucionarios deben se expertos en definir y construir la Paz socialista, sin entelequias y sin cursilerías. La paz no se merece las traiciones de los hipócritas que, incluso en mesas de negociación, mientras hablan de Paz, siguen saqueando a los pueblos, siguen explotando a los trabajadores, siguen depredando los recursos naturales y siguen financiando operaciones mediáticas golpistas. Los conocemos muy bien porque “por el engaño nos han dominado más que por a fuerza”. Ya basta.

No toda lucha anti-guerra es sinónimo de Paz. Si la Paz implica desarmar a los pueblos o negarles su derecho a “la crítica de las armas” estamos condenándonos a repetir errores terribles. Lo que necesitamos es una lucha verdadera contra la guerra imperialista. La paz por la paz misma es un callejón sin salidas en el que los pueblos avanzan hacia un encierro ideológico con consecuencias objetivas monstruosas.

Toda lucha contra la guerra (sea del tipo que sea) exige entender su naturaleza y sus características. Se trata de una lucha que requiere análisis dialéctico permanente. Nadie debe ignorar que el capitalismo es un serio peligro para la clase trabajadora y, por lo tanto, los trabajadores no pueden bajar la guardia ante ninguna de las ofensivas, objetivas y subjetivas, que padecen diariamente. Caracterizar la guerra como una ofensiva del capitalismo, apenas sirve para ver uno de sus aspectos que siempre son usados por los charlatanes de la Paz burguesa como naipes trucados contra los pueblos.

La construcción del socialismo no es, solamente, “una lucha por la paz”

No son pocos los señores, los señorones y los señoritos de la burguesía que se exhiben como luchadores por “la paz” mientras prosperan los grandes negociados de la guerra que es, ella misma, un gran negociado para sus negocios. Las guerras son el comercio por otros medios. El pacifismo burgués es un tóxico ideológico que se propaga con “facilidad” entre los pueblos gracias a la urgencia que en ellos habita por frenar el agobio, con todo género de violencias, que se despliegan en su contra. Es fundamental el análisis y la acción del proletariado con un programa socialista de paz que sólo tiene sentido si aporta tiempo, espacio y condiciones concretas para profundizar el socialismo.

Todo programa de paz que se desvincule de la lucha de la clase trabajadora, puede ser sólo fraseología burguesa muy perniciosa y sentimentalista para engañar a los pueblos con artimañas cursis útiles para dejar que la burguesía gane tiempo y posiciones. Es necesario protegernos de los juegos de palabras y los espejismos que les encantan a los reformistas y en los que, en apariencia, se abordan temas de “Estado” para justificar “programas de paz” que sólo enmascaran negocios subterráneos y reconciliaciones de ocasión en las luchas inter-burguesas. Nada debe distraernos de la lucha y de nuestro programa socialista científico. Toda palabrería de esperanza de “paz” burguesa es un engaño… la paz verdadera sólo existe cuando cesa la propiedad privada y las relaciones de producción capitalistas.

El gran circo del sentimentalismo pacifista que la burguesía despliega en sus escenarios mediáticos no debe silenciar a los pueblos ni debe anestesiar su capacidad crítica. La única verdadera garantía de Paz es la derrota del capitalismo. No son los pueblos, que construyen el socialismo, quienes ejercen la violencia. El capitalismo es la violencia en sí mismo. Es el proyecto socialista y científico una de las acciones más certeras y contundentes para inquietar la Paz que la humanidad anhela y ese anhelo de paz de debe ser realizado por los pueblos y no por sus enemigos. Los revolucionarios debemos integrarnos a toda iniciativa de Paz, ir a todo movimiento de masas a favor de la paz para defender un programa socialista y señalar el camino hacia su solución con acciones revolucionarias. Porque el problema no es la Paz, el problema sigue siendo la necesidad de terminar con el capitalismo y todas las guerras que despliega para seguir adueñándose de los recursos naturales, la mano de obra y la conciencia de los pueblos. El colmo es que el burocratismo, aliado con la burguesía, trata de engañar a los trabajadores haciendo pasar como “programa de social pacifismo” sus “acuerdos” de negocios. Hay que desarmar al capitalismo, principalmente de su arma suprema que es la “propiedad privada” y todo lo que usa para defenderla.

La defensa de la Paz en abstracto es siempre una manera de engañar a la clase trabajadora. La propaganda burguesa por la Paz que carece de contenido revolucionario, sólo sirve para inocular ilusiones, desmoralizar al proletariado y abonar confianza en la filantropía burguesa que no es más que saliva ornamental para cócteles diplomáticos de los intereses más beligerantes. La idea de la Paz es posible, sin contenido socialista y de espaldas a los pueblos, es una monumental mentira histórica que nos ha costado muchísimo.

No se trata sólo de ideas. Un programa por la Paz socialista debe ser dictado por el curso de la historia y de la lucha de clases; debe reflejar y expresar las necesidades históricas de la clase trabajadora. Debe proporcionar respuestas vivas y concretas. La Paz socialista no se opone, únicamente, a la guerra, no se limita a luchar contra los ataques burgueses y todas las locuras depredadoras de la barbarie imperialista en sus campos mercantiles de guerra. La lucha contra el pacifismo burgués es inseparable de la Batalla de las Ideas que, también debe derrotar a la ideología de la clase dominante y a todas las variedades del engaño con el que nos han derrotado, incluso, más que por la fuerza. Hasta no derrotarlos no estaremos en Paz.

Dr. Fernando Buen Abad Domínguez
Universidad de la Filosofía
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¿Murió la Crítica cinematográfica? Ética y semiótica en pantalla

 Fernando Buen Abad Domínguez 05-03-2016
Rebelión/Universidad de la Filosofía/FILM

Para que la crítica cinematográfica no se trafique como anecdotario de gustos y caprichos, exhibidos con tono erudito y desparpajo de sabiondos y para que no sea catarsis impúdica de petulantes… se rdescargaequiere método y auto-crítica. Cuanto más cerca de la ciencia1 mejor. No es exagerado decir que una de las herramientas más poderosas que el Cine generó al lado de su despliegue semántico, estético, tecnológico e industrial es el campo fértil del filosofar crítico basado en películas. Herramienta poderosa no siempre usada para emancipar cabezas porque no todos los sedicentes “críticos” están a la altura de la crítica que se necesita. Veamos.

Si “críticos” se hacen llamar los que -para cobrar un salario- rinden pleitesía a la lógica del mercado fílmico; si para llamarse “crítico” ha de reducirse el trabajo a sólo hablar de los “logros en taquilla” las productoras y las distribuidoras monopólicas2; si para exhibirse como conocedorhay que recitar el santoral bibliográfico de las “academias” de moda… o si para llamarse “crítico” se ha de pontificar con esnobismo festivalero y pedantería de ignorantes… lo que realmente queda a la vista es la pobreza enorme -y realmente existente- de la ceguera funcional que reina. También la “crítica cinematográfica” fabricó sus mercados y sus mercaditos. Una regla no escrita parece indicar que cuanto más “masivo” es el medio más simplona es la crítica y ha proliferado la, por definición, monstruosa manía de calificar películas con “estrellitas” en lugar de ideas. Y hay quien gana dinero por hacer eso.

Mientras tanto en la realidad los pueblos necesitan de un movimiento numeroso y vigoroso de críticos cinematográficos dispuestos a poner en su lugar el basurero fílmico con que se ha sobresaturado el imaginario colectivo. Es que ese imaginario es uno de los campos de batalla más codiciados por la burguesía. Ahí se disputa (entre mil cosas) la forma del conocimiento del mundo y sus procesos de nominación, incluidas las formas de la nominación al lado de las herramientas de producción de enunciados fílmicos. Ahí se diputan los imaginarios y las conductas que de ellos se derivan. Se disputan los modelos del goce estético, de los placeres y de la subjetividad expuesta a todo género de estímulos. Se disputan para someterlos y para convertirlos en negocio. Impunemente.

Bajo el disfraz de “entretenimiento”, legitimado y legalizado, el aparato ideológico de la industria cinematográfica ha desplegado su batalla alienante casi ni oposición y casi sin regulaciones gubernamentales. Eso no descarta el fardo burocrático parasitario. Con el territorio liberado, “la diversión” fílmica se adueñó de latifundios audiovisuales enormes (salas cinematográficas, centimetraje impreso, comentaristas de radio y T.V.) decorados con los anzuelos del negocio del “espectáculo” y santificados por una estética del nihilismo más a-critico dispuesta a tragarse cualquier película “chatarra” mientras sirva para complacer ilusiones y alucinaciones propias del individualismo burgués, su estética y su lógica consumista. El objetivo ideológico oligarca es que agradezcas que te exploten, que aplaudas cuando te humillan y que aceptes que ellos tienen la razón.

Visto con perspectiva el “tsunami” audiovisual de cada semana, desatado desde la industria cinematográfica y sus monopolios, pone en evidencia una guerra asimétrica en la que no alcanzan las pocas buenas plumas (ni las buenas intenciones) que son capaces de poner orden, (es decir hacer crítica seria) suficientemente rica como para neutralizar los dispositivos alienantes administrados en cada film. (Violencia espuria, belicismo mercantil, padrotismo de soldaditos, policías, detectives y autoritarios adláteres, en una lógica autoritaria, racista sexista y clasista con banderas imperiales desplegadas).

No tenemos ni el 10% de los críticos cinematográficos que necesitamos. No tenemos a los críticos que luchen desde las bases. No tenemos los talleres, las escuelas ni los movimientos sociales suficientes empeñados en fundar núcleos de acción crítica en cada barrio. No tenemos la infraestructura ni tenemos la metodología social de base que se requiere para aspirar, en el plazo medio y largo, a dar una batalla semiótica emancipadora contra ese cine que nos aplasta el imaginario mientras nos roba millones dólares entre palomitas y refrescos.

Tampoco tenemos acceso al otro cine, al que se produce como se puede con lo que se tiene. Al cine que interpela la situación social, las condiciones inhumanas a que nos somete el capitalismo y el arsenal de municiones ideológicas con que nos humillan y acomplejan sistemáticamente. Sálvense todas las excepciones honrosas. No tenemos a la mano ni los medios ni los modos para ver ese cine que nos espeja con honestidad y que nos impulsa a mirar más allá de las apariencias fílmicas. No sabemos quiénes son, dónde están, cómo trabaja ni cómo viven los trabajadores del cine que no están contentos con el mundo que nos impone la burguesía. Y no lo sabemos, entre otras muchas razones, porque no contamos con ese movimiento internacionalista de críticos cinematográficos que podrían salvar a los imaginarios colectivos con ayuda de las herramientas científicas de una semiótica revolucionaria. Que tampoco está a la vista todavía.

Aquí podríamos decir que sólo cundo el capitalismo haya sido superado podremos transformar las superestructuras. Pero eso es relativamente incompleto sin un programa de lucha semiótico capaz de romper las falsas dicotomías entre la forma y el contenido, entre la ética y la estética, entre el trabajo manual y el intelectual. El debate capital-trabajo está vivo en los campos de batalla fílmicos -hacia adentro y hacia afuera- y no podremos hacerlo visible si nos sentamos a esperar a que pase ante nuestra puerta el cadáver de la industria cinematográfica dominante. Hay que darle una ayudada. Esa es, apenas, una parte de la tarea que la crítica cinematográfica emancipadora habrá de librar… otra es animarse a producir índices que marquen rumbos de lucha nuevos hacia un cine liberado del arsenal ideológico predominante, gracias a un método dialéctico afinado en la refriega metodológica diaria de mirar películas, sin concesiones, y de aportar herramientas de análisis en los que, de una vez por todas, la crítica cinematográfica deje de ser tarea de “iluminados” y sea acción social encarnada en el placer de hacer la revolución cinematográfica que la historia nos exige, también. ¿Lo veremos?

Notas

1 Elí de Gortari definió la ciencia como “la explicación objetiva y racional del universo”. Elí de Gortari, El método de las ciencias. Nociones elementales, 12a. ed., México, Editorial Grijalbo, 1996, p. 11. (Tratados y Manuales Grijalbo)

2 How to make a hit Hollywood film: http://www.economist.com/blogs/graphicdetail/2016/02/daily-chart-19?fsrc=scn/tw/te/bl/ed/howtomakeahithollywoodfilm

Fuente de la Fotografía:

  1. https://leefundente.wordpress.com/tag/critica-cinematografica/
  2. http://www.es.lapluma.net/index.php?option=com_content&view=article&id=7752:2016-03-04-21-10-03&catid=58:opinion&Itemid=182
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La Cámara no es la Mirada

Imagen, luego existo.

 

 

Perogrulladas al margen, hay momentos en que viene bien recordar que los modos con que las “cámaras” muestran al mundo, son decisiones y recortes planificados por alguien que, desde su modo de ver, desde sus intereses o sus limitaciones, quiere que veamos. El mundo está infestado por cámaras que sirven a finalidades múltiples. Cámaras de televisión, de cine, de fotografía, de vigilancia, de espionaje… cámaras en estudios de filmación, en “cajeros automáticos”, en avenidas, en corbatas, en lápices… cámaras para el espectáculo y para el control. La realidadrecortada  por el marco de una cámara.

Casi no existe actividad, individual o colectiva, donde las cámaras no estén presentes. Se ha consolidado una cultura de las cámaras, una especie de plaga por su presencia y por lo que “muestran”, que sistemáticamente impone una manera del conocimiento determinada por el “encuadre”, el movimiento, la profundidad, la nitidez o la quietud de una toma de camarógrafo o fotógrafo. Es una dictadura del modo de ver, una imposición que somete a la mirada a un modo de ver, de pensar y decidir qué debe hacerse visible, cómo debe verse y con qué determinaciones de mercado, de clase o de vigilancia. El poder controlando a los ojos.

La mirada, emancipada de las cámaras y de sus “encuadres”, se comporta muy distinto a cómo se comporta cuando contempla a la realidad. Mirar es más ancho, más hondo, más colorido y más directo. Más táctil. Es una experiencia que no necesita intermediarios ni segmentaciones. Mirar es un proceso del conocimiento, de la sobrevivencia, del desarrollo mismo de los individuos y del conjunto de sus relaciones sociales. Es una función fisiológica y es mucho más. Se mira en panorámico y en detalle en una red de funciones complejas que interactúan entre lo objetivo y lo subjetivo.

Esto implica, entre mil cosas, el desarrollo necesario de una ética de la mirada, es decir, fincar la investigación científica sobre el comportamiento de quienes recortan y exhiben los fragmentos de la realidad que eligen y fincar responsabilidades por ello. Exponer lo que la cámara ve no es una dádiva, no es un regalo de la filantropía ni un regalo de los cielos. Salvo casos excepcionales una cámara no registra por sí misma nada de lo que muestra. Se requiere que alguien la maneje, la instale y determine el campo visual que le conviene. Y detrás de cada campo visual elegido con sus “encuadres” y sus “registros” quien toma de la realidad fragmentos asume una responsabilidad que no es inocente, que es siempre ideológica, que tiene carga ética y estética. Y el problema se multiplica según se multiplican los millones de cámaras que se encienden de noche y de día para constituir un universo fragmentado con “encuadres” visuales. Punto especial merece, al menos una mención, sobre la manipulación descarada de “tomas” para que se vean o se invisibilicen las protestas sociales y la situación objetiva de las batallas territoriales.

El alfabeto visual de los “close up” (primeros planos) o las tomas panorámicas con todos sus intermedios y gradaciones, es el alfabeto de un discurso de la imagen que nada tiene de inocente y nada tiene de inocuo. Es el desarrollo de una forma tecnificada de intervenir sobre la realidad y sobre las conciencias no sólo con el poder de la fragmentación sino con el poder de la articulación de fragmentos haciéndolos pasar como el todo. Y eso con frecuencia s parece o se confunde con la mentira. Nada nuevo hasta aquí.

La fase más peligrosa, por la reducción de la mirada a lo visible en una “toma”, es la hipótesis alienante de soñar con enceguecer a los pueblos si se apagan las cámaras. Es la moraleja subterránea que grita, a los cuatro vientos, que sólo existes cuando alguien te hace visible, cuando te encuadra y cuando te separa de la realidad con el recorte de una cámara. ¿Es una exageración? Es el colmo.

También es bueno explicar que no se trata aquí de alentar negaciones, odios ni venganzas contra el desarrollo tecnológico de instrumentos para registro visual. Imposible negar el aporte que ha significado para la ciencia, para las artes, para la política y para educación (por ejemplo). Imposible invisibilizar la contribución que el conocimiento humano ha recibido por el despliegue de cámaras en los terrenos donde nadie o muy pocos llegan, en lo terrestre y lo extra-terrestre.

Lo que habría que someter a debate filosófico, ético, epistemológico y político es esa forma del uso que ha hecho de las cámaras, voluntaria o involuntariamente, una fuente del conocimiento, una didáctica de la realidad, una puente de interacción con recortes que jamás se comportarán como un rompecabezas, que jamás logarán sustituir al todo ni por la dialéctica de un conjunto de interrelaciones que no pueden ser satisfechas sólo con los registros fragmentarios a los que está condenada por definición una cámara. Y es que lo único capaz de completar el paisaje es la inteligencia humana que, por ser social, universaliza y sintetiza su relación con la materia concreta y sus experiencias transformadoras. Eso no está al alcance de cámara alguna. Y menos mal.

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