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La innovación docente en la universidad. ¿Es posible?

Por: Francesc Imbernon

Es verdad que la universidad necesita cambiar su práctica docente e innovar su metodología, pero también la formación pedagógica del profesorado (que tendría que ser obligatoria), la dotación presupuestaria, las estructuras, las relaciones laborales…

En los últimos meses han aparecido algunos análisis y documentos sobre la falta de innovación educativa en la Universidad. No digo que no sea así, pero es mucha casualidad que estas críticas aparezcan en todas partes y no lo hagan en la misma medida la carencia de recursos; la precariedad laboral, con mucho profesorado a tiempo parcial y mal pagado, y la falta de financiación de los últimos años que proletariza la universidad. A pesar de todo (sobre todo de la administración), la universidad sale adelante, con menos presupuesto, con políticas erráticas u orientadas al “salvarse vosotros” y con personal cada vez más precario y desmotivado.

Y sale adelante, también, por el compromiso de mucha gente que es consciente de que hoy ya no es suficiente poseer un razonable caudal de conocimientos. Es fundamental la capacidad de adaptación al cambio y a la incertidumbre porque, actualmente, el cambio es constante y vertiginoso en todas las áreas del conocimiento y de la actividad humana. Por eso, el profesorado universitario tiene que ser capaz de transmitir nuevas capacidades a sus estudiantes, pero ha de empezar por poseerlas él mismo. También porque el alumnado se aburre cada vez más, de tanta palabra y tantas presentaciones audiovisuales leídas.

Ello no justifica que no se haya dejado de lado el tradicional objetivo de transmitir o compartir conocimientos, mediante la sesión expositiva, que no es del todo mala (es malo quien la da y coómo la da). Nadie duda de que es necesario adoptar metodologías didácticas diferentes y eficaces para encarar los nuevos requerimientos.

Es lógico que algunos docentes se sientan muy satisfechos académicamente después de una clase puramente transmisora. Esto es el que han visto y vivido. Y nadie les ha dicho que hay otras maneras. La universidad se ha caracterizado, durante siglos, por la sesión expositiva en sus aulas como procedimiento metodológico, pero hoy día es obligado cuestionarse la pura transmisión expositiva en la que un docente mantiene el protagonismo absoluto de la comunicación obviando a quien le escucha y centrándose únicamente en lo que dice. Pero no hay metodologías de enseñanza puras y milagrosas e, incluso podríamos decir, no hay metodologías buenas y malas, sino buenas y malas prácticas metodológicas que se realizan en el aula.

Existe un ADN “profesoril” cuya concepción de la enseñanza universitaria es que el alumnado aprende asimilando los conocimientos tal como el profesorado los formula, puesto que se piensa que el estudiante no posee ningún conocimiento y que con la transmisión se inferirá automáticamente (y no pasa a la cabeza sino a los apuntes). Por lo tanto, se examinará sobre lo que se ha dicho (no sobre lo que aprende). Ya sabemos que es una falacia pensar que el ser humano aprende por transmisión verbal, al contrario, no aprende por transmisión verbal del conocimiento sino por construcción del conocimiento mediante la actividad. Una enseñanza útil y con sentido es la que utiliza una metodología complementaria que posibilita que se construyan los conocimientos para cambiar las estructuras del conocimiento.

Lo que es importante no es qué metodología se utiliza, sino cuál es la concepción, implícita o explícita, de enseñanza y de aprendizaje que se posee. Este es el problema. No será tan importante la técnica pedagógica como la concepción de la que se parte.

Hablar de innovación en la universidad son palabras mayores, puesto que implica aportar elementos que conduzcan a una actividad intelectual individual o en grupo, y a crear relaciones de retroacción y motivación para comprobar el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Tiene que activar en ellos el proceso de aprendizaje. Es decir, hay que centrar la formación en el aprendizaje y en la adquisición de competencias y destrezas, valorando adecuadamente el esfuerzo requerido y la calidad del aprendizaje de los alumnos.

Esto comporta nuevos retos para el profesorado y el estudiante: en los objetivos y en la metodología docente, en la reformulación de las estrategias de enseñanza-aprendizaje y en modificaciones en el sistema de evaluación y en la organización de los recursos y los espacios. Es una nueva forma de enfocar la enseñanza universitaria. Nada fácil con las condiciones actuales.

Por eso sería necesario que el docente universitario se sensibilice interiorizando su labor como una profesión educativa (no como la de un científico que enseña) y sepa cuáles son las tareas pedagógicas necesarias para llevarla a cabo, cuáles son los aprendizajes relevantes, los medios didácticos de que dispone y qué tiene que hacer para facilitar en el alumnado el desarrollo de la capacidad de comprensión más que la de repetición. Y muchos no lo saben hacer. Nunca han recibido una formación pedagógica. Y esto es responsabilidad de quienes gobiernan las universidades. No es únicamente “culpa” de los docentes.

Es muy bonito y complaciente decir que el profesorado tiene que ayudar a gestionar el proceso de aprendizaje del alumnado innovando, motivándolo y entusiasmándolo en un trabajo más provechoso y una actitud constante de aproximarse a las fuentes de nuevos conocimientos, pero no dando herramientas para hacer esta transformación. A coste cero, dirán.

Es verdad que la universidad necesita cambiar su práctica docente e innovar su metodología, pero también la formación pedagógica del profesorado (que tendría que ser obligatoria), la dotación presupuestaria, las estructuras, las relaciones laborales… Mucho trabajo después de los recortes y de la mala gestión administrativa. Supone un necesario cambio y eso sí que sería innovar. Cuando un alumno entra a la universidad no ve a grandes científicos, a grandes investigadores (como piden las agencias de acreditación); ve a un docente que está ante él intentando enseñarle algo. El cambio tendría que actuar sobre las personas y los contextos (procesos de comunicación, estructurales, políticas, agencias de acreditación, de relaciones de poder y categorías, de toma de decisiones, de relaciones laborales…) para promover innovaciones institucionales desde dentro y con el contexto de cada universidad para una institución de futuro. La miopía se cura con nuevas gafas y no con palabras escritas o de discursos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/10/11/la-innovacion-docente-en-la-universidad-es-posible/

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¿Pedagogías Inútiles en las redes?

Por: Francisco Imbernón

El debate educativo, como otros muchos, se ha convertido, desde la aparición de las redes, en un lugar en el que cualquiera puede decir cualquier cosa sin necesidad de que sea una opinión fundada, contrastada. Habría que establecer algunos criterios para revertir esta situación.

Este verano leyendo un interesante libro del profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, La desfachatez intelectual¹, no paraba de pensar en la educación aunque el autor habla poco de ella. Trata, predominantemente, de las tonterías y la pobreza analítica y empírica del diagnóstico que hacen actualmente algunos intelectuales sobre los asuntos públicos.

No podía evitar pensar que la educación es un importante asunto público en el que pasa lo mismo que analiza el libro. También en educación algunos intelectuales dan respuestas simplistas a problemas complejos y, a veces, se convierten en referencias del debate por su influencia en las redes sociales, los diarios de carácter general o el cargo político o social que ostentan.

Antes de los medios digitales, para conocer aspectos sobre el cambio educativo o cualquier tema pedagógico, uno tenía los artículos y los libros y no todo era publicable. Ahora, cualquiera puede mirar en las redes sociales y encontrar muchas opiniones, experiencias o debates sobre temas educativos, predominantemente relacionados con la innovación. Hay mucha dispersión, muchos temas, panfletos y fragmentación que permiten picotear aleatoriamente. Es posible escribir y opinar sobre cualquier cosa con ideas personalistas, a veces demasiado personalistas o intencionadas, poco analizadas y contrastadas. Y aparece un gran rompecabezas de temas e intuiciones poco validadas y que, por lo tanto, aumentan la confusión.

Es cierto que todo el mundo tiene derecho a participar y dar su opinión, faltaría más. Pero algunos personajes y colectivos (por ejemplo, sindicados, fundaciones, asociaciones, partidos políticos…) lo tendrían que hacer con algo más de rigor sin tener en cuenta el número de seguidores en una red social o en artículos de divulgación en los diarios que los publican por ser quienes son o lo que representan. No todo es válido en educación y menos ciertas ocurrencias, prácticas inviables o intuiciones que pueden aparecer en algunos iluminados espontáneos.

Y esto hace que nos encontramos con algunas propuestas de políticas y prácticas educativas inútiles, poco revisadas o más cercanas a la mercadotecnia que a una verdadera intención de mejora de la educación. Pero el peligro es que crean opinión y credulidad en un determinado sector.

Siempre he pensado que en educación una cuestión es la opinión, legítima e individualista, y otra, el trabajo colectivo pausado, donde existe un compromiso de desarrollo conjunto, con una cierta prudencia en la experiencia y el conocimiento que desarrolla, con argumentos y coherencia. Esta es el que se tendría que pregonar.

Ya sé que es difícil poner orden en el marasmo actual de información educativa, pero tendrían que establecerse ciertos compromisos colectivos sobre qué funciona y qué no con rigurosidad, investigación y experimentación. Y es verdad que ya empiezan a aparecer críticas a esta “opinionities”, pero no es suficiente.

Es fácil que la educación quede abonada de personajes o intelectuales que desde sectores cercanos o no a lo educativo opinan sobre cómo tendrían que ser las cosas. Lo hacen en blogs o vídeos en YouTube. Algunos de los cuales acaban con la marca de su empresa, institución o asociación. ¿Mejora de la educación o aumento de seguidores?

Es una nueva época de información y conocimiento disperso y esto nos tendría que llevar a analizar de otra manera lo que se dice y se hace. Se tendría que analizar, con mucho cuidado, estas posibles pedagogías inútiles, no validadas, ni experimentadas y establecer más criterios de rigor y crítica colectiva. Y no dar privilegios ni oídos a aquellos que no conocen bastante de lo que hablan o emiten una intuición u opinión, a veces de carácter elemental, intencional, imposible y superficial.

  1. Sánchez-Cuenca, I. (2017). La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política. Madrid: Los libros de la catarata. Séptima edición ampliada.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/09/18/pedagogias-inutiles-en-las-redes/

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El debate sobre los móviles en la escuela: ¿Estamos perdiendo la conversación?

Por: Francesc Imbernon

Los dispositivos digitales de comunicación están acabando con las conversaciones, haciendo que sea más sencillo enviar mensajes cortos que hablar con otras personas.

El debate sobre la entrada de los teléfonos móviles en los centros educativos hace tiempo que se está dando con mucha diversidad de opiniones. No soy especialista en el tema y, por lo tanto, no puedo tener una opinión rigurosa sobre esta introducción. Pero a raíz de la lectura del libro de Sherry Turkle, En defensa de la conversación (Ático de los libros, 2017) me ha preocupado el asunto de perder “la conversación”. Sobre todo cuando la autora argumenta que los jóvenes tienen pánico a enfrentarse a una conversación, aunque sea telefónica, puesto que representa más esfuerzo que mandar un mensaje, un whatsapp u otro medio digital.

El libro me ha hecho pensar en algo que me preocupa: siempre hemos defendido que la educación es compartir y esto quiere decir hablar entre nosotros, escuchar con interés y prestar atención mutua; lo que, educativamente, hemos llamado escucha activa y diálogo.

Y me viene a la cabeza que puede ser verdad que el mundo digital (ordenadores, tabletas o teléfonos) nos impide conversar. El libro mencionado va más allá. Argumenta Sherry Turkle que la falta de conversación entre nosotros hace que disminuya la empatía, la emoción de estar con otras personas, traspasar las emociones o aprender a devolverlas. Las palabras escritas de un mensaje no son lo mismo que ver a la persona. Escribir en un soporte digital puede provocar la superficialidad de las palabras, la frialdad hacia otras ideas y desconectar de la vida real. La conversación, hablar con los otros, parece que crea angustia al ser más fácil conectarse y enviar mensajes. Además, da placer.

Y podemos correr el riesgo de que, al disminuir la conversación, aumenten los discursos falsos, no contrapuestos y la vulgarización de la palabra al usar mensajes superficiales. Y, también, aumentar el silencio, la sordera al no sentir las palabras de los otros con sus tonos, ritmos y gestos (en el aula, en el patio, fuera). Perdemos el cara a cara con los otros puesto que todo se soluciona digitalmente. Además, resulta fácil decir cosas que no diríamos al otro si lo tuviéramos delante o, todavía peor, podríamos tener una conversación con emoticonos. Perdemos la relación y, en la educación, esta condiciona el contenido que aprendemos.

¿Qué está pasando? Como dice el libro, la conversación da miedo porque se basa en la inmediatez de las palabras;  puedes equivocarte o no encontrar la palabra más adecuada. No se puede borrar. Muchas palabras, aunque diga el refrán que se las lleva el viento, quedan en la percepción del otro. Y depende de cómo se digan toman un cariz u otro.

Es verdad que se está perdiendo la conversación. Lo comprobamos en las reuniones cuando se está más atento a lo que dice un artefacto digital que a las palabras que nos dirigen otros. Seguramente el cineasta Coppola no haría hoy la premiada película La conversación (1974) con un alegato al mensaje ambiguo. Hoyno grabaríamos las palabras, sino que miramos qué se ha dicho en las redes sociales.

Si fuera verdad que las tecnologías que se usan para comunicarse hacen decaer la conversación, perdemos uno de los recursos más importantes en la educación. En esta es necesaria aquella como sinónimo de diálogo. Es explicar, polemizar, discutir, debatir, disfrutar del placer de sentir a los otros, de admirar el verbo, de soltarse sobre un tema, perder el miedo a equivocarse… Y esto no lo podemos perder en los procesos educativos. Educar es aprender a escuchar. Y, con un aparato digital, se produce más un monólogo, a veces con uno mismo.

No estoy diciendo que eliminamos de la educación los dispositivos digitales. Sería impensable en el mundo actual. Pero ¿qué podemos hacer para que sirvan como oportunidades de aprendizaje? Creo que regular su uso. Y una forma es que las instituciones educativas no olviden crear espacios para la conversación, como siempre se ha hecho, desde una perspectiva educativa (debates, foros, asambleas, discusiones, preguntas…). Y, ¿por qué no? dejar de lado, alguna vez, el aparato en ciertos espacios para estar más atento a las palabras y a la forma en que se usan.

Volviendo al libro, tiene razón la autora cuando dice que no tenemos que prohibir la comunicación digital, pero sí poner límites. Todavía estamos a tiempo, si es posible.

Fuente e imagen:  https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/04/26/el-debate-sobre-los-moviles-en-la-escuela-estamos-perdiendo-la-conversacion/

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La Universidad es noticia

Por: Francesc Imbernon 

La nueva universidad del futuro es un camino que se tiene que ir construyendo constantemente y será largo si no participan todos los agentes sociales

La Universidad es noticia. Universidades españolas destacan en 22 disciplinas según el ranking Quacquarelli Symonds (QS), o sea, están entre 50 de los mejores del mundo en su especialidad. Por ejemplo, en el área de Anatomía y Fisiología, Arqueología, Filosofía y Educación, está la Universidad de Barcelona; Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Politécnica de Catalunya; Biblioteconomía y Documentación y Economía de la Universidad Carlos III de Madrid; Empresariales de ESADE e IESE; Odontología, Ciencias Veterinarias y Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid; Universidad Autónoma de Madrid destaca en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y la Universidad de Navarra aparece en las primeras posiciones en Comunicación y Relaciones Públicas y Filosofía; Y Economía de la Universidad Pompeu Fabra.

Puede ser una paradoja. Por un lado se recortan presupuestos en las universidades públicas y, por otro, suben en rankings gracias al esfuerzo muy grande del profesorado para mejorar la docencia y la investigación. ¿Pero esto nos tiene que contentar? ¿Tenemos que pensar que sin recursos ni apoyo gubernamental la universidad continuará siendo lo que tendría que ser?

A pesar de que nos tenemos que felicitar por estar situados en algunos rankings, la universidad todavía tiene hoy en día muchos problemas. Algunos provenientes del pasado como son los departamentos con sus estructuras jerárquicas; los concursos de acreditación con su perversión para obtener un acceso o promoción basado en la meritocracia académica; la cultura individualizada que se asume como cultura profesional normalizada por parte del profesorado universitario, donde muchos enseñan de forma intuitiva y subjetiva sin darle importancia a cómo hacerlo sin reflexionar sobre la docencia. Y otros problemas que han ido apareciendo en los últimos años.

Y si miramos los rankings, continúa dándose una mayor importancia a la investigación dejando los aspectos docentes en segundo plano, por no decir infravalorados. Pero no pasa únicamente por tradición, sino también como consecuencia de la acreditación y el acceso a la docencia, donde prevalecen los conocimientos y la producción de la investigación más que los aspectos docentes.

Por lo tanto, uno de los componentes importantes en una nueva universidad es, como en otros países, aumentar la inversión ya que ayudaría a modificar estructuras académicas y organizativas y promover el trabajo colaborativo mediante equipos docentes e investigadores, disminuyendo la concepción clásica universitaria, ya obsoleta. Pero para hacer este cambio tienen que participar los diversos agentes que intervienen activamente en la universidad: gestores, profesorado, alumnado y personal de administración y servicios y, por supuesto, la Administración.

La crisis afectó mucho en las universidades. No se implantó lo mejor del Espacio Europeo de Educación Superior, sino lo más formal. Todo esto ha provocado una universidad donde se ha reducido drásticamente el número de docentes y se ha asentado una gran desmotivación que supone un aumento de la individualidad para conseguir los méritos que exigen las agencias externas de acreditación. La precariedad laboral y la baja tasa de reposición han ocasionado un mayor número de contratos de profesores y profesoras a tiempo parcial y con retribuciones escasas.

Si las cosas siguen así, se ocasionará un deterioro importante de la docencia y la investigación, ya sea por la despreocupación de la primera, puesto que sus méritos no son suficientemente valorados, o por la carencia de inversión. Parece que va en aumento este deterioro por las políticas neoliberales de los actuales gobiernos, por la falta de implicación del profesorado en los procesos docentes e investigadores, por su precariedad laboral, la miseria presupuestaria y la docencia a tiempo parcial.

Está bien que se salga en los papeles por las aportaciones en artículos e investigaciones, pero también es necesario replantearse el acceso de nuevo profesorado a la universidad, puesto que las plantillas están envejecidas. Se tiene que modificar la carrera docente universitaria, valorando los méritos tanto en docencia como en investigación. También deberían establecerse figuras de profesorado que permitan iniciarse en la carrera docente y ayudar a que, mediante méritos docentes e investigadores, puedan acreditarse en la universidad como docentes, sin tener que pasar necesariamente por agencias externas que indiquen quiénes sí y quiénes no están capacitados.

Otro aspecto preocupante lo encontramos en la participación del alumnado. Su compromiso con la universidad ha decaído. Y no hay democracia en la institución sin la importante participación del alumnado. Si lo excluimos de las decisiones construiremos una universidad con grandes carencias democráticas.

La participación tiene que ir más allá del puro formalismo en las instancias oficiales, se tiene que potenciar una participación democrática en todos los aspectos que se desarrollan en la universidad. Esto implica tener en cuenta el alumnado en los planes docentes, en el desarrollo de todo tipo de actividades que van más allá del contenido académico, en los procesos de discusión de las políticas universitarias y potenciar su autonomía para generar nuevas miradas sobre la institución.

Se tienen que potenciar mecanismos para promover la implicación del alumnado de tal manera que asuman el protagonismo educativo y social que les corresponde. Se tiene que superar la falta de movilización del alumnado en los asuntos universitarios. Su mirada y compromiso son imprescindibles.

Y, por último, es necesaria una buena formación del profesorado, más allá de enseñar a elaborar planes docentes, rutinas administrativas o estrategias de enseñanza elementales. Lo que ocasiona una fatiga administrativa.

En una Universidad del futuro se ve, cada vez más, que la formación del profesorado es necesaria e imprescindible si se pretende mirar hacia un futuro diferente con una nueva forma de enseñar y aprender. Hace falta que la universidad supere los viejos esquemas y las antiguas ideologías e inercias académicas sobre la docencia predominantes desde hace siglos, y, hoy en día, mayoritariamente obsoletas. ¿No será esto un motivo de la desmotivación del alumnado?

El profesorado necesita adquirir competencias pedagógicas que le ayuden a gestionar el proceso de aprendizaje del alumnado, motivándolo y entusiasmándole en su trabajo, y una actitud constante de aproximarse a las fuentes de nuevos conocimientos. Un aprendizaje diferente en la sociedad actual porque el alumnado de hoy en día está anidado de tecnologías de la información y la comunicación.

La nueva universidad del futuro es un camino que se tiene que ir construyendo constantemente y será largo si no participan todos los agentes sociales. Es necesario continuar analizando y buscando alternativas con más presupuestos, con más profesorado joven, con cambios en la organización en una época de cambios vertiginosos y con una nueva concepción del aprendizaje. No nos podemos contentar con salir en los rankingsy con decir que, con poco presupuesto y poco apoyo gubernamental, las universidades siguen adelante.

Imagen y fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/03/29/la-universidad-es-noticia-2/

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No es innovación todo lo que reluce

Por: Francesc Imbernon

Sería ingenuo pensar que innovar en educación es cambiar herramientas y programas curriculares sin preguntarse por qué este cambio, que se ha hecho qué funciona y qué provocará.

Desde hace un tiempo el abanico de las innovaciones educativas se ha abierto mucho y con intenciones variadas. A veces demasiado; tanto que nos podemos perder en el exceso de hablar de innovación o caer con una retórica que nos haga olvidar qué significa en el campo de la educación.

Parece que si una escuela o instituto no es “innovador”, no pertenece a un colectivo o a una red que tiene la palabra innovación, no tiene prestigio o que es “tradicional”. Y ya se sabe que cuando una cosa, en educación, se pone de moda aparecen muchas consecuencias: vendedores que utilizan procesos mediáticos, filantropía empresarial (recordemos que la educación es un gran negocio), oportunistas que quieren visibilidad, más económica o mediática, que educativa, debates en redes y medios de comunicación, manifiestos, seminarios dudosos en su finalidad, redes de desarrollo de talento, etc. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿Muchas de estas propuestas son verdaderas innovaciones? ¿Cuántas está comprobado que son verdaderos cambios educativos de mejora de la enseñanza-aprendizaje o son cambios cosméticos de lo que se ha hecho siempre? ¿Qué evidencias las sostienen?

Y estas preguntas son consecuencia del hecho de que se hable tanto de innovación y ha traído una nueva tendencia que es analizar críticamente si muchas de estas innovaciones producen un cambio o son procesos de marketing para aumentar un público más cautivo, dar trabajo a algunos “vendedores” o tener un mayor eco en las redes.

Y empieza una modesta crítica a algunas metodologías aplicadas a la educación como el PNL, las inteligencies múltiples, los estilos de aprendizaje, hemisferios cerebrales, el aula inversa (¿deberes para casa?), la gamificación (¿distraer o aprender?), aspectos cerebrales de estimulación, algunas metodologías, etc. ¿Están avaladas por la investigación y la experiencia educativa? ¿Se puede hablar de innovación cuando lo que se hace es adaptar las prácticas educativas a procesos tecnológicos muy novedosos que parece que sean la panacea de la innovación? Es cierto que el debate sobre la tecnología es sobre cómo pasar de una herramienta de comunicación y distracción a herramientas de oportunidades de aprendizaje (de los saber qué y cómo enseñar a saber dónde) y no tanto aplicarlas como siempre, con un mismo modelo de enseñanza repetitiva, instructiva y memorística. No toda tecnología es y trae innovación educativa.

Y no quiero negar que hemos de innovar constantemente y que se está avanzando mucho. También se tiene que revisar el trabajo del profesorado (metodología, relaciones-comunicación, organización, espacios, aulas, virtualidad, tiempo, etc…), y considerar el centro como unidad de cambio. Pero la innovación de todo esto se ha de entender como lo que tiene que ser en cada contexto y no como quienes a veces venden como herramientas más modernas, válidas para todos y todas en la educación. Una innovación tiene que provocar un cambio, pero no todo cambio es una innovación y tampoco la resolución puntual de problemas educativos que son los que algunos piensan que preocupan a la comunidad y a su interés personal. La innovación educativa tiene que mirar más allá de las fronteras que limitan las aulas.

Y no todo tiene que ser nuevo, la innovación educativa siempre ha empleado, en la mayoría de las ocasiones, una recombinación de elementos ya existentes enlazados de una forma nueva, lo cual muestra que el conocimiento del pasado, de la trayectoria seguida por otros profesores y profesoras, es otro de los principales elementos para poner en práctica cualquier innovación. Es cierto que tenemos que cambiar el profesorado y el contexto donde trabaja, pero no a expensas de todo y de eliminar todo. A veces se vende como una cosa nueva y es más de lo mismo, pero con otra cara.

Y una de los hitos más importantes de ese cambio es transformar el ADN inoculado en la educación como la linealidad, la perspectiva industrial y la cultura de la ilustración (homogeneidad, no contexto específico o todo vale para todo el mundo, individualismo, competitividad, desarrollar el talento para ser algo a la vida, preparación para el trabajo, etc.). No es suficiente cambiar prácticas educativas con un maquillaje: estrategias, estructuras, procesos y sistemas, si no se cambia el pensamiento y la actitud de quien las produce y practica y se hace con una mirada más allá de estrategias metodológicas que algunos confunden como métodos de enseñanza. Sería ingenuo pensar que innovar en educación es cambiar herramientas y programas curriculares sin preguntarse por qué este cambio, que se ha hecho que funciona y que provocará.

Creo que toda la comunidad educativa tiene que plantearse en qué consiste todo este desmadre que hoy en día engloba la innovación en educación; que no es suficiente criticar la educación llamada “tradicional” sino eliminar malas prácticas educativas y buscar otras buenas que ayuden a aprender mejor, preparar ciudadanos libres y no trabajadores productivos o emprendedores, “con talento”, eficientes y competitivos. La innovación tiene que permitir resolver problemas más significativos y relevantes que las estrategias metodológicas relacionadas con la transformación educativa con equidad. Y algunas prácticas ya las conocemos hace tiempo y no hay que cambiarlas, otras sí. Y no podemos poner el listón muy alto donde muchas escuelas, sobre todo públicas, no puedan llegar. Y vigilar no creer que lo que dicen algunos es “ciencia comprobada”. Parafraseando el dicho popular tenemos que vigilar no ir con certeza (con la innovación educativa) por el camino equivocado.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/12/10/no-es-innovacion-todo-lo-que-reluce/

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Preocuparse por el trayecto hacia el futuro de la educación: la peligrosa venida de la “dictacracia”

Por: Francesc Imbernon

Nos tenemos que preocupar y mirar más allá de nuestros límites para ir construyendo alternativas de cómo tiene que ser una educación libre y compartida basada en la democracia.

Ya sabemos que vivimos tiempos convulsos. O siempre hemos tenido, más o menos, estos tiempos; el problema no es acostumbrarse a vivir en estas circunstancias sino que pueden empeorar para la educación. No me gusta prever un futuro que es posible que no exista más que en nuestra imaginación. Cuando este llega, ya es presente. Pero sí es importante ir pensando los trayectos que nos llevan hacia adelante y, por eso, nos tenemos que empezar a preocupar por el avance de políticas educativas regresivas, de corte neofascista o neoconservadores. De países que empiezan a tener gobiernos de “dictacracia”, defensores de aspectos tan temidos como la tortura, la xenofobia, el racismo y homofobia. Y, por supuesto, antidemocráticos. Si ganan su batalla de matar lentamente la democracia con una cruzada moralizadora basada en la orden, en la fe y en la disciplina, repercutirá mucho en las políticas sociales y educativas. Un retorno peligroso al pasado que puede desviar ese trayecto hacia el futuro, que será presente un día, repercutiendo en mucha gente, sobre todo, a los más desvalidos.

Ya hace tiempo que se acerca esta retórica sobre una modernización que esconde ideologías muy conservadoras y que aglutina a sectores escorados hacia la extrema derecha, como el populismo autoritario y los viejos principios de los conservadores y neoliberales (que tienen el prefijo “neo” aunque es la misma ideología de siempre). Y, también, una población que escucha su retórica, asustada por la realidad actual, aplicando una “performatividad negativa”i que cae en el catastrofismo de las palabras y se deja engañar por el discurso de la política del miedo. Appel ya lo dijo respecto de EEUU:

Aunque en esta alianza existen claras tensiones y conflictos, su objetivo común es crear las condiciones educativas que consideran necesarias para aumentar la competitividad, las ganancias y la disciplina, y así hacemos volver a un pasado romántico basado en una imagen idealizada de la escuela, la familia y el hogar. Apple, M.W. (202). Educar “como Dios manda”: mercados, niveles, religión y desigualdad. Barcelona: Paidós.

Y no podemos pensar que esto pasa sólo en países tan lejanos como EEUU, Brasil… aunque sean muy potentes y con mucha influencia. Si empezamos a mirar a nuestro entorno, podemos ver cómo crecen estas actitudes neofascistas que pensábamos que estaban derrotadas por la democracia: Hungría, Holanda, Finlandia, Austria y muchos parlamentarios en países europeos y nuevos partidos neofascistas.

Y no pensemos que nos puede salvar la retórica de la innovación educativa. Si no miramos más allá de nuestras fronteras, si no evitamos la ceguera del conocimiento que decía Morin, entonces no veremos que, poco a poco, se aboca a la educación a una mercantilización y a un mercado competitivo (que alguna aplicación de innovación educativa tiene este efectos colaterales) en el que la educación es un gran negocio.

Hace tiempo que algunos de estos movimientos “neo” defienden una cultura común con un desprecio de la diversidad, la vuelta a una disciplina férrea que dé valores sociales -los suyos-, la defensa de las pruebas estandarizadas y la recentralización con un ejecutivo fuerte gobernado por sus partidos dogmáticos, que entre otras cosas utilizan el retrovisor de la historia. ¿Nos suena?

La educación del siglo XXI va ligada al conocimiento y a la libertad. Se ha luchado mucho desde el siglo XIX. Y no podemos permitir que aumente el desprecio por muchas cosas pero, sobre todo, por el pensamiento democrático y libre. Si en lugar de preocuparnos por tantas propuestas de innovación basadas en la pasión metodológica, algunas pseudocientíficas, pero con gran marketing y acogida por algunos sectores privados, y no nos preocupamos, como reto ético y político, de discutir, analizar y consensuar qué es una educación progresista, democrática, solidaria y libre, nos podemos encontrar estas tendencias “neo” y un acercamiento a las “dictacracias”.

Esto será un peligro en muchos países y, de rebote, en nuestros contextos, donde ya están llegando. Aprovechan nuestra debilidad, desunión, desmovilización y la preocupación por otras cosas. Nos tenemos que preocupar y mirar más allá de nuestros límites para ir construyendo alternativas, establecer compromisos sobre el trayecto que podemos hacer hacia el futuro, como ser libres de miedo y hacer resistencia, con rigor, de lo que sabemos, de cómo tiene que ser una educación libre y compartida basada en la democracia.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/11/12/preocuparse-por-el-trayecto-hacia-el-futuro-de-educacion-la-peligrosa-venida-de-la-dictacracia/

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¿Neuropedagogia, neuroeducación? ¿Moda o realidad?

Por: Francesc Imbernon

Bienvenida sea toda disciplina y toda obra que aporte conocimientos para mejorar la educación de la humanidad y no si sólo lo hacen para mejorar las entradas presupuestarias de los autores o de las empresas.

No dudamos de que la neurociencia puede convertirse en una herramienta imprescindible para mejorar el proceso de aprendizaje. Pero tenemos que tener cuidado porque, muchas veces, se intentan banalizar sus propuestas ya sea para aumentar las ventas de textos, como para captar incautos con propuestas no científicas. Lo digo porque va apareciendo una nueva terminología basada en el prefijo neuro. En un rápido análisis de búsqueda de fuentes de información electrónicas y programas de divulgación, encontramos hoy varios términos como neuroeducación, neurodidáctica, neuroformación y neuropedagogía en el campo educativo, pero también neurocultura, neuromarketing, neuroeconomía, neurofilosofía, neurolingüística, neuropolítica, neurohistoria, neurogastronomía, neuroestética, neuroarte, y muchas más neuro.

O sea, poner el prefijo neuro a toda temática para llamar la atención o darle más importancia al que se propone. Por supuesto que por poner el prefijo no cambiará el contenido semántico de la disciplina. Cuando una ciencia avanza tenemos que estar atentos a las modas pasajeras, a las injerencias propagandistas y a los aprovechados que utilizan las palabras sin contenido para obtener, mediante estrategias de seducción, beneficios privados. Y esto puede pasar con la neuroeducación. Y la educación y la formación son siempre un mercado muy goloso y las modas llaman mucho la atención.

No niego que los descubrimientos y aportaciones científicas de la neurociencia pueden tener implicaciones para la teoría y la práctica educativa. Estas aportaciones nos pueden ofrecer explicaciones nuevas que permitan profundizar en el conocimiento sobre las condiciones bajo las cuales el aprendizaje puede ser más efectivo. Esto permitiría fundamentar el diseño de estrategias educativas, no convencionales, dirigidas a atender las diferentes dimensiones educativas y el desarrollo de la personalidad. También confirmaría muchas prácticas pedagógicas que se han ido realizando en aplicación de la investigación pedagógica y, como toda disciplina que trabaja con seres humanos, mediante la observación y la experiencia.

Y puedo ir más allá, diciendo que las aportaciones de las neurociencias pueden constituirse en un futuro en una reestructuración y una nueva perspectiva de las humanidades y las ciencias sociales en general y en las Ciencias de la Educación en particular. Como un revulsivo que haga repensar muchas de las prácticas educativas y sociales que estamos realizando.

Pero sería necesario no descubrir la pólvora o la gaseosa. Está bien que las disciplinas neurocientíficas nos confirmen ciertas prácticas que desde hace tiempos hacemos en la educación y nadie hacía caso de su efectividad, pero ahora necesitamos que estas disciplinas, no únicamente nos reafirmen, sino que tendrían que ofrecer explicaciones nuevas que permitan profundizar en el conocimiento sobre las condiciones bajo las cuales el aprendizaje puede ser más efectivo y evitar el fracaso, producto de procesos educativos equivocados o que no son los más adecuados y que se practican en la educación desde hace siglos. Si estas disciplinas se dedican al aprendizaje cerebral nos tendrían que hacer reflexionar sobre la mejora de la pedagogía y también de la pedagogía equivocada o de la pedagogía inútil, producto más de la intuición y la transmisión que de la investigación.

Y antes hablaba de no descubrir el que ya está descubierto. Cuando uno se introduce en la neurociencia se da cuenta que tampoco los educadores lo han hecho tan mal en muchos aspectos. La Pedagogía hace tiempo que sabe que los posibles efectos de la experiencia educativa sobre el desarrollo personal del alumnado están fuertemente condicionados, entre otros factores, por su competencia cognitiva general o por su nivel de desarrollo operativo. Y que los estadios de desarrollo intelectual, con fluctuaciones en los márgenes de edad, son bastante generalizables en su orden de aparición. A cada uno de los estadios de desarrollo corresponde una forma de organización mental, una estructura intelectual, que se traduce en unas determinadas posibilidades de razonamiento y de aprendizaje a partir de la experiencia.

Y, hoy en día, mediante la neurociencia, se nos dice que el cerebro nace con una herencia genética, pero que se hace con la experiencia epigenética y que es plástico (parece que la plasticidad es una de las características más excelentes del cerebro humano para posibilitar el aprendizaje). Se adapta a las situaciones cambiantes y a los desafíos de la existencia, pero, al mismo tiempo, da forma a nuestra vida a escoger nuevas conductas, experiencias, emociones y vivencias. Y confirma el que siempre hemos ido observando y comprobante en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Hace tiempo sabemos y aplicamos que el que le pasa a la infancia o adolescencia no es únicamente el que se ve de su comportamiento, sino el que le rodea que le provoca este comportamiento. La Pedagogía le ha ido diciendo atención a la diversidad e inclusión, sin dejar de banda la importancia del contexto en la educación de los seres humanos. Cuando en la Pedagogía del siglo XX entró como ideas fuerza la diversidad y el contexto, hubo un cambio paradigmático de la forma de ver los procesos educativos. Y en esto se está todavía actualmente.

Nos dicen que la anatomía del cerebro es inmensamente compleja, y todavía no se conocen bien las estructuras y las interconexiones de sus numerosas partes. Y esto pasa también en los procesos educativos que también son muy complejos y más en la realidad del siglo XXI, donde los cambios sociales han sido vertiginosos. Bienvenida sea toda disciplina y toda obra que aporte conocimientos para mejorar la educación de la humanidad y no si sólo lo hacen para mejorar las entradas presupuestarias de los autores o de las empresas.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/05/30/neuropedagogia-neuroeducacion-moda-o-realidad/

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