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Equidad y educación. Hay vida fuera de las escuelas

El diálogo entre la escuela y sus profesionales y entidades e instituciones ajenas a ellos, es pieza clave para conseguir mayores grados de equidad en la educación.

Francisco Imbernón

Uno de los elementos preocupantes que ha ido apareciendo en el campo educativo, en la actualidad, y lo dicen los informes, es la pérdida de equidad del sistema educativo debido a las políticas y recortes aplicados por los diversos gobiernos. Hemos retrocedido. Y ha provocado que, en ciertos contextos sociales, sea imposible partir del principio de que la enseñanza debe hacer el esfuerzo de extraer de la exclusión social a la totalidad de la población.

Los actuales contextos sociales, familiares y económicos nos muestran claramente que, sin la ayuda de lo que pasa fuera de la escuela y que envuelve a la institución educativa, es difícil enseñar los diversos saberes, valores y ciudadanías necesarios en el futuro que permitan una vida y un mundo mejor. Es difícil que la educación de hoy día, y ya se decía hace tiempo con otros términos, sea capaz de ofrecer esa vieja idea de “vivir felices” con un horizonte de igualdad basada en la diferencia.

Y del mantra de la comunidad, desgastado por tantas interpretaciones, se empieza a dar importancia a la educación expandida y a la ecología del aprendizaje. También se empiezan a entender nuevas formas de relación social, política y tecnológica que se están produciendo. Más allá de los muros de la escuela hay vida y aprendizajes invisibles muy importantes. Hoy, nadie tiene todo el conocimiento. Los saberes son compartidos.

Todo ello nos lleva a conclusiones evidentes con importantes repercusiones educativas: está claro que el aprendizaje no es exclusivo de la escuela pero esta es imprescindible si se abandonan metodologías pasivas que se centran en transmitir conocimientos -palabra o libro de texto-. Sabemos desde hace tiempo que el ser humano no aprende por transmisión sino por construcción, por tanto, necesitamos un cambio metodológico más participativo y colaborativo, con una nueva concepción del espacio y el tiempo en la enseñanza. Se tiene que introducir una mayor sensibilidad hacia la tecnología emergente, convirtiéndola en una oportunidad de aprendizaje, ya que hoy día las tecnologías se transforman en dispositivos importantes de información, además de que favorecen la movilización para la acción política y una nueva participación mediante redes.

Y se ha de vigilar ya que hay mucho gurú que interpreta la nueva forma de innovar. Innovar no es “matar al alumnado a powerpoints” o con PDF en aulas inversas o jugar. No, educar es algo más. Es crear estructuras de participación, colaboración, tolerancia y diálogo donde es importante la comunicación, el compartir saberes, el introducir el placer de aprender y analizar las prácticas sociales y políticas emergentes. El cambio educativo es un camino, no una meta por sí misma como muchos se lo toman.

Ello nos obliga a compartir aprendizajes basados en la reflexión conjunta sobre experiencias relevantes como un proceso de aprendizaje que da importancia al equipo educativo y a los agentes sociales, con la intención de conseguir un compromiso mutuo y un intercambio de información.

Y ello significa que todos los que intervienen en el proceso educativo desarrollan papeles de agente activo en la construcción de normas, en la reelaboración de procesos sociales y educativos, de los valores y en la construcción de reglas de relación social y educativa. Y aquí se estimula el respeto por lo diverso y una organización diferente del aprendizaje.

Pero para ello es necesario salir de las fronteras, ya que muchas innovaciones no salen del esquema mental o de la cultura profesional anquilosada en un determinado concepto de escuela y educación basado en la cultura intelectual de la ilustración. Y se cae en la ceguera del conocimiento que no permite ver más allá de nuestros límites. Romper esquemas y poner imaginación nos puede ayudar a reconstruir un nuevo proyecto educativo, primando la equidad mediante la cooperación, el respeto a la diferencia y la solidaridad y a partir de las fortalezas que tiene la escuela y los agentes sociales que la rodean.

También será imprescindible en la escuela, dentro y fuera, crear redes o espacios emocionales mediante procesos comunicativos, donde las relaciones de compartir información y formación entre el profesorado y el contexto pueden ser más fluidas, potenciando conocimientos y habilidades que den al alumnado una igualdad de oportunidades frente a quienes tienen condiciones más favorables.

Si queremos una equidad educativa deberemos analizar e interactuar con el contexto, primar el diálogo, la participación, la cooperación y la solidaridad entre todos con el objetivo de mejorar la educación del alumnado.

Es necesario una mirada crítica frente al relato de mucha innovación que cae en verdaderos tópicos que ya sabemos como, por ejemplo, que se aprende fuera del sistema educativo a lo largo de la vida y con eso ya se justifican ciertas prácticas; que hay experiencias de comunidades que siguen posturas institucionales y no verdaderamente alternativas y que el profesorado y la escuela no son importantes y sí lo es más la tecnología. Se han de mirar con lupa ciertas prácticas innovadoras. La educación es un caramelo en manos de aprovechados. Y muchas veces esconde segregación escolar y, por tanto, es contraria a la equidad.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/09/12/equidad-y-educacion-hay-vida-fuera-de-las-escuelas/

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1918-2018. Cien años de la metodología de proyectos

Por: Francesc Imbernon

Celebramos este año el centenario de la creación de la metodología de proyectos. Seguro que muchas personas dedicadas a la educación lo saben, pero también otros piensan que es una metodología de hace poco. En los últimos años ha pasado a ser la metodología estrella en muchas escuelas. Y con razón.

La aportación inicial salió de William Heard Kilpatrick que nació en el año 1871 en los Estados Unidos. Fue maestro y director de escuela. Al principio de su carrera como docente, se interesó por las teorías de algunos pedagogos de la educación activa sobre las experiencias significativas de los alumnos. En ellos se inspiró para plantear la teoría de que “el aprendizaje pasa de las manos del profesorado a las del alumnado, de tal manera que estos puedan hacerse cargo de su propio aprendizaje, y, como consecuencia, esto comporta tener experiencias significativas, participando en la planificación, producción y comprensión de una experiencia”.

Trabajando, años más tarde, en la Universidad de Chicago, tuvo a John Dewey como profesor y se unió a su filosofía pragmática y a sus concepciones sobre la experiencia. Pasaría a ser uno de sus mejores discípulos. Bajo la influencia de John Dewey escribió un artículo en 1918 de 18 páginas que tenía como título “El método de proyectos“. Y aquí empezó todo.

En este documento presenta formalmente su teoría sobre la Metodología de Proyectos. El método se fundamenta en la creencia que los intereses de los niños y jóvenes tienen que ser la base para realizar proyectos de investigación, de indagación, y estos tienen que ser el centro de proceso de aprendizaje.

Afirma que el aprendizaje se vuelve más relevante y significativo si parte del interés del estudiante y que hay cuatro fases en la elaboración de un proyecto: la propuesta (ver y explicar el problema) que sale de los intereses personales del alumnado; la planificación (definir y formular el proyecto con sus pasos); la elaboración (ejecutarlo, en el tiempo previsto), y la evaluación (evaluar sus resultados y/o efectos posteriores). Y es el grupo de estudiantes el que tiene que llevar a cabo estas cuatro fases y no el profesorado. El método tiene que respetar la individualidad de sus estudiantes, sin descuidar los intereses del grupo.

Kilpatrick profundiza en la idea de que no tendría que existir separación entre el alumnado y el profesorado, y que el alumnado tiene que saber que el docente defiende sus intereses, porque el profesorado influye en las esperanzas, sueños, actitudes y perspectivas de su alumnado y, por lo tanto, en el futuro de la sociedad en la cual viven todos.

La metodología de proyectos, según este autor de hace cien años, espera lo mejor de sus alumnos, los trata como personas, celebra sus logros y respeta sus intereses, a la vez que trabaja a partir de sus experiencias y las amplía. Y todo esto rodeado de un sólido compromiso con los valores y principios democráticos de la educación. Una democracia que se entiende como una manera de vida, un tipo y una calidad de relaciones en el marco de las cuales unos principios morales sensibles afirman el derecho de controlar la conducta individual y del grupo.

En su artículo, nunca traducido, decía que la metodología de proyectos desarrolla en la educación una mayor socialización, respeto, tolerancia y participación, un más grande interés por el aprendizaje, aumenta la autoestima, la motivación, la cooperación, la reflexión y el conocimiento. Y muchas cosas más como trabajar juntos, presentar ideas y respetar la opinión de los otros.

La metodología desarrolla la cooperación y este proceso permite que los estudiantes modelen su conducta, valoren la búsqueda de consenso y sepan apreciar el trabajo conjunto.

Pero también nos avisa de los peligros como el largo tiempo que se aplica, la búsqueda de información que, a veces, se hace pesada, no tener claros los objetivos y las dificultades que pueden aparecer con actitudes individualistas.
Y también implica un trabajo riguroso del profesorado con guías de trabajo en algunas áreas para respetar el desarrollo individual y grupal de cada alumno, el diseño de materiales y procesos de investigación. Así como la agrupación de varias disciplinas en áreas de trabajo para ser tratadas de forma integrada.

Aunque es verdad que se ha publicado sobre esta metodología y su autor, y se va adaptando necesariamente a nuestra época -hace tiempo que se hacen publicaciones sobre la metodología y su aplicación-, creo que después de cien años bien se merece un homenaje por su primera y gran aportación, a veces olvidada, en la educación actual.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/04/1918-2018-cien-anos-de-la-metodologia-de-proyectos/

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La nueva filantropía estratégica desembarca en la educación

Por: Francesc Imbernon

Me preocupa que estas empresas u organizaciones marquen la agenda educativa o que hagan innecesario el sector público en la educación (aunque sea piscológicamente).

Actualmente, es importante y necesario analizar la situación de la educación escolar y cómo se está introduciendo la iniciativa privada mediante las grandes empresas. Lo que se ha venido en llamar una filantropía estratégica mediante una responsabilidad social corporativa o empresarial que se une en la gestión de los recursos humanos en las grandes empresas. Y que se comprueba con el aumento del presupuesto de esas grandes empresas en ese apartado dentro de la gestión de los recursos humanos. Ello parece evidente en los últimos tiempos y no creo que sea solo por la crisis que han padecido los sectores públicos en España o por la dejadez de la administración educativa con posturas más neoliberales de desconfiar de lo público y evidenciar con sus políticas la validez y rigurosidad de lo privado. Quizá algo tenga todo eso que ver pero hay algo más en ese interés por la educación: el negocio y la legislación tributaria que favorece las inversiones de recursos para este tipo de programas.

Y uno puede pensar que eso solo pasa en nuestro entorno y no es cierto. Pues no. Aunque sea reciente algunas de esas políticas empresariales en educación en nuestro país, es una experiencia largamente conocida en otros países en sectores de ayuda humanitaria, sectores sociales, impacto ambiental, programas de salud y de reducción de la pobreza, etc. Desde hace décadas se ha introducido donde predominan desde hace tiempo políticas neoliberales o neoconservadores en educación, salud, inversión social, etc. y que en muchos de ellos, se han dado cuenta que lo que empezó siendo aplaudido por ser una ayuda a la escasez de recursos o descentralización de éstos, se está convirtiendo en otra cosa. Y salta la alarma internacional. Ver La nouvelle philanthropie : (Ré)invente-t-elle un capitalisme solidaire? de Virginia Seghers de 2009, De Nieuwe Mecenas de Renée Steenbergenen 2008, Venture Philanthropy in practice de Chris Carnie en 2010 o el reciente La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo de William Easterly en 2015.

Si miramos a nuestro alrededor y empezamos a vislumbrar esas políticas de “responsabilidad social corporativa” vemos que lo nuevo en nuestro país es el desembarco en la educación. Podemos comprobar que la gestión privada ya no se hace ofreciendo becas de estudio, visitas, apoyando programas de mejoramiento de la infraestructura escolar, dando equipos, libros y materiales didácticos, que todavía se hace, sino que empiezan en nuestro contexto a implicarse en las políticas y prácticas de la innovación, de la tecnología, en las estructuras de gestión y organización escolares, en la gestión general de las escuelas y en la formación del profesorado del sector público. Se pasa del tradicional concepto de caridad, donación, obsequio o regalo, a un discurso de responsabilidad por conseguir resultados, por ayudar a generar conocimiento, a mejorar la educación aportando valor que no se suministra desde lo público. Para estas empresas se trata de actuar de raíz en vez de aliviar carencias y replantearse la manera en cómo desarrollan su negocio, su modo de trabajar y ayudan a nuestro modus vivendi. En esencia, no solo se trata del qué, sino del cómo. Y, ¿por qué este interés educativo actualmente en España? ¿Se presenta de forma sibilina externalizar la educación pública escolar? ¿El sector público educativo ha de ser igual que el sector privado? ¿Aumenta la despreocupación de los responsables públicos en educación dejando en manos del mercado y las grandes empresas la educación de una determinada población infantil y juvenil? Son interrogantes importantes para ver el rumbo que, en el futuro, puede tomar el sector público de la educación.

Ya sea por los medios de comunicación o por las redes sociales, vemos todos tipos de empresas que se están introduciendo de esta forma en las escuelas o en secotres educativos. No únicamente las cercanas: Educaixa, Banco de Santander, editoriales de libros de texto y otras más generalistas, Fundación telefónica, sino también más lejanas de aquí y en otros países, como Google for Education en España y sur de Europa, Samsung (con proyectos de tabletas), Disney, Banco Mundial, Coca- Cola, Microsoft, Apple, Cisco, Huawei, Nestlé, Ford, e-Bay, Unilever, McDonals, fundaciones, etc., y las que irán viniendo y las que me dejo que hace años actúan en otros países. Y aparecen con ampulosos conceptos de márqueting educativo: escuela inteligente, escuela digital la revolución digital, tecnología avanzada en las escuelas, innovación del futuro, innovar para mejorar, ganar en excelencia… La tecnología (la filantropía ha entrado de lleno en la era digital), y la innovación son las palabras clave de “esa aportación social corporativa a la educación”. Se aplican procesos empresariales en la planificación y ejecución de las actividades educativas.

Se sigue la guía práctica de Rockefeller Philanthropy Advisors que sugiere la siguiente estrategia: Acotar el tema, estrechar el campo de actuación y definir el objetivo a conseguir.

Y la intervención se vende con un buen marqueting social y educativo utilizando todas las formas de las modas educativas al menos en el lenguaje. Han aprendido el lenguaje y las modas. Con la general excusa que las empresas saben qué tipo de habilidades y capacidades que el sistema educativo debería proveer para mejorar la productividad y por tanto prometen desarrollar el trabajo docente y de aprendizaje de forma colaborativa, atención individualizada, innovación necesaria, mejora de la autonomía o aumentar la motivación entre otros conceptos que atraen al posible consumidor escolar (aunque la nueva terminología habla de “coproductores activos” para evitar la mala fama de “consumidor”). Se vende como una Responsabilidad Social Corporativa, con un enfoque más de participación que los típicos acercamientos a los clientes escolares y escuelas (por ejemplo por las ventas o regalos del típico comercial). Se pasa de la donación típicamente benéfica a la inversión social y la filantropía estratégica (recordemos que el concepto filantropía es apoyo y el amor hacia otras personas). Parece ser una nueva participación comercial más sutil de una audiencia futura cautiva o una cierta mercantilización con la finalidad normal y legítima de las empresas de aumentar las ventas y para ello cuanto más conocidos y mejor imagen mejor. Y no quiero negar que hay organizaciones que les mueve un motivo altruista, algo así como un deber moral de contribuir a repartir algo de los muchas ganancia que tiene, también quiere tener una buena reputación por las deducciones fiscales, o para dar a conocer mejor y más “humano” sus productos o servicios o mejorar su imagen haciendo ver su gran preocupación por los problemas educativos.

Y con esto no quiero decir que las aportaciones no sean atractivas, y tampoco que no se ha de acercar la educación al mundo laboral, por supuesto que sí, sobre todo cuando en muchas escuelas carecen de recursos, hay un abandono del sector público y hay desigualdades en el afianzamiento entre las escuelas y los territorios. Diversos organismos internacionales, sobre todo el Banco Mundial (que no entramos a analizar su “filantropía” sobre todo en América Latina), señalan la necesidad de que la educación, no sólo sea tarea del gobierno, sino también de otros sectores, o como se dice de toda la tribu, pero de una buena tribu.

Pero no se puede llegar como salvadores del desastre educativo creando una imagen positiva de la marca o preservar una determinada escuela subvencionada. Y es cierto que el sector privado empresarial puede contribuir con la educación de muchas formas, más cercana a que la mejora de la educación mejora la vida de sus trabajadores (no únicamente su productividad) y que puede ayudar a mejorar el país. Su dinero será bien recibido. Si quieren ayudar a la educación que estimulen la formación permanente de su personal, ofrecer becas de estudio, apoyar programas de mejoramiento de la infraestructura escolar, donando equipos y materiales didácticos, etc. Y si quieren que se desarrollen las competencias de sus trabajadores también pueden crear alianzas con el sistema de educación superior, para impulsar el desarrollo científico, la investigación y la innovación. Que necesitados estamos.

Y también podría ser interesante que las empresas hicieran análisis críticos de la educación, para mejorarla y pero dejando en manos de los profesionales esa mejora. Deberían ser más aliados de las políticas públicas y de la educación en general, que promotores de éstas.

No pido que se retiren y no quiero hacer un discurso anti empresarial ni antifilantrópico visceral, pido una reflexión y un análisis de lo que puede pasar en el futuro (que parece que va a más) ya que ahora estamos a tiempo de evitarlo si perjudica a sectores de la educación escolar. Me preocupa que estas empresas u organizaciones marquen la agenda educativa o que hagan innecesario el sector público en la educación (aunque sea piscológicamente).

No debemos aceptar todo porque nos vendan que estamos desesperados e impotentes con los resultados de la educación o con los errores de los gobernantes del sector público y su falta de implicación organizativa y presupuestaria de todo tipo. Con los nuevos gobiernos llegaron artículos y papeles dirigidos a los gobernantes que piden que las empresas se han de implicar más en la educación y aportar conocimientos y fondos, puesto que son ellos que tienen mucha influencia educadora y los receptores del personal que se ha formado en el sistema educativo. Lo dicen sobre todo gurús con intenciones conocidas de beneficio propio o de aumentar su imagen para aumentar las ventas de sus productos normalmente editoriales y de asesoría. Lo podemos comprobar en la cantidad de jornadas donde esos “gurús” que pueden tener o han tenido una relación con la educación participan en tertulias, convenciones, conferencia plenarias de grupos de empresas que seguramente le pagan bien por decir esas cosas.

Y el discurso cala porque se dice que las empresas son las mejores aliadas y promotoras de las políticas y gestores públicos (y estos responden que está muy bien y que apoyan. ¡Ahorro que tenemos en los presupuestos para dedicarlo a otros cosas no educativas!). También se argumenta que buscan mejorar la equidad en el acceso en una educación de alta calidad (cuando pueden provocar mucha desigualdad entre las escuelas públicas). Todo ello se está diciendo y reciben aplausos cuando, es posible, que detrás haya un cierto olor a desconfiar de la eficacia y la eficiencia del sector público con la paradoja de la avenencia de la administración pública. Se presentan como los salvadores de la nueva calidad educativa, de la equidad e inclusión y de formar mejor al profesorado (contando, por supuesto, con determinados sectores privados o semiprivados y algunos muy unidos a esas empresas).

Mi duda razonable, después de la reflexión anterior, es si se trabaja por las escuelas y la mejora de la educación de un país (que no dudo que algunas sí) o para establecer una imagen social filantrópica o mejor una nueva filantropía o “filantrocapitalismo” o filantropía 3.0. , con una retórica del patrocinio, donde se accede a muchos profesores y profesoras y a miles de niños, niñas y adolescentes. ¿Pero no estamos de acuerdo que la educación ha de estar al servicio de los fines sociales más generales con la ciudadanía y con una misión pública de la escuela más que a intereses privados? ¿O, no y yo soy el confundido o el utópico?

Ya se sabe y se repite constantemente que estamos en una economía del conocimiento globalizado, pero esto no implica que los gestores públicos se desentiendan de ser proveedores del servicio público al que se deben y que se admiren del servicio privado y le encomienden o le permitan tareas educativas. Para ellos, el sector privado hacen las cosas más rápidas, más baratas y mejor. Es posible que no tengamos remedio y que esto sea un futuro del acercamiento a la privatización educativa ya puesta en práctica en algunos países avanzados y mucho en las economías emergentes, pero creo que la gestión pública ha de establecer un límite entre lo público y lo privado. El gestor público está obligado a intervenir para regular la intervención privada y evitar la polarización educativa que repercute en la social (escuelas mejores y escuelas peores, escuelas innovadoras y escuelas que lo son, escuelas esponsorizadas y escuelas que no, escuelas con formación específica y escuelas que no…).

Y los gobiernos no quieren o no pueden afrontar problemas que otros les solucionan. No se puede mirar a otro lado como si no pasara nada, decir que se apoya y colabora y que les parece muy bien (¿será porque le hacen su trabajo aunque con objetivos diferentes o similares?). El gestor público no puede caer en los discursos sobre modernización y eficiencia de que lo hacen otros mejores que ellos. Si es así tenemos un problema de responsabilidad en la administración y las políticas públicas. La pregunta clave es ¿qué tipo de educación queremos y qué sociedad queremos? Y no es una cuestión de ir en contra de las empresas que pueden hacer un servicio interesante pero siempre gestionado, coordinado y controlado por el sector público, ya que es una cuestión de compromiso con lo público, de ética y valores a desarrollar y, que no nos digan que tenemos problemas de eficiencia y rendimiento y que ya se ha encontrado la solución en la filantropía.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/09/15/la-nueva-filantropia-estrategica-desembarca-en-la-educacion/

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