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Continuidad, discontinuidad y la necesaria metamorfosis educativa

Por: Francesc Imbernón

  • La pandemia ha colocado al sistema educativo en una situación muy compleja que obliga a los centros y sus profesionales ha mantener una continuidad de su labor en una discontinuidad constante. Es un buen momento para repensar algunos de los cimientos que sostienen esa continuidad anterior: organización escolar, currículo, papel del profesorado, inversión…

Ya estamos inmersos en un nuevo curso. Y desde que comenzó la pandemia, hace meses, ha habido tiempo de reflexionar sobre lo que pasó y está pasando a la educación en el confinamiento y en el inicio de curso. Hemos leído en artículos y en redes sociales que hay de todo: vivencias del profesorado, angustias, propuestas y preparación del nuevo curso en las escuelas.

Quisiera centrarme, no tanto en los problemas del nuevo curso, de lo que ya se ha escrito y hablado mucho, sino en lo que pasó al final del curso anterior, con una enseñanza virtual de emergencia, no de normalidad, y analizar que la situación puso en evidencia las limitaciones y debilidades del sistema educativo en cuanto a la infraestructura y formación tecnológica, el equipamiento del alumnado y del profesorado en casa, el apoyo familiar necesario, el aumento de las exclusiones y desigualdades por falta de presencialidad y la autonomía del alumnado para realizar tareas virtuales, entre otros. Y destacar un aspecto que ya conocíamos, que las dificultades escolares se agravan cuando los niños y niñas necesitan una metodología más inclusiva con especialistas, materiales y entornos adaptados.

Y no podemos olvidar aspectos que el profesorado sabe, pero que tal vez la sociedad no: que la escuela es muy importante para crear identidades sociales y necesita de espacios físicos y simbólicos: contacto, relaciones y presencialidad para trabajar la transmisión cultural y el desarrollo personal como seres sociales. Que la educación es una actividad social, no hay duda de que es donde se aprende, pero también cuida a la persona de forma individual y grupal. La enseñanza requiere un seguimiento individualizado de cada niño y niña dentro de lo posible, es decir, una guía y una supervisión de qué se hace y cómo se hace con su educación.

Hemos sufrido en la educación lo que el enfoque antropológico de la transmisión cultural (la escuela es cultura por antonomasia), llama el proceso de continuidad y discontinuidad. Antes de la pandemia en la educación se vivía, de una forma tranquila o inquieta. Era una etapa de continuidad, es decir, aquellos momentos experimentados y vividos donde existe una estabilidad en la forma de ser y comportarse, sin cambios destacables que impliquen la adquisición de nuevas interacciones, prácticas o aprendizajes.

Y de golpe, nos llega la pandemia y aparece la discontinuidad. El proceso de discontinuidad se produce cuando hay un cambio abrupto entre un modo de ser, hacer y comportarse y otro muy diferente. Modificaciones en el trabajo, se organizan nuevas interacciones, nuevas prácticas y nuevos aprendizajes. Y cuando hay una falta de cohesión y preparación entre la continuidad y la discontinuidad se produce mucha ansiedad.

Ahora parece que se ha de volver a una continuidad. En un momento en el que se producen una serie de situaciones de emergencia que necesitan cumplir de una determinada manera de hacer escuela con diferencias y discrepancias que hacen modificar el trabajo del profesorado, las relaciones entre los compañeros y con los niños y las prácticas educativas.

Esta nueva continuidad puede desembocar en la aparición de un profesorado disociado puesto que debe repensar y reconfigurar constantemente su identidad personal, profesional y colectiva a partir de experiencias nuevas y viejas vividas tanto dentro como fuera del centro escolar. La pandemia nos ha provocado muchas nuevas experiencias inesperadas y abruptas. Y fruto de estas nuevas experiencias -positivas o negativas- tienen lugar los procesos de nueva continuidad y nueva discontinuidad. A lo que hay que sumar la presión de la administración y del propio profesorado porque ha de mantenerse la estructura educativa (currículo, estructura, organización, normativa, metodología, etc., anterior). Por lo tanto, ¿será como la continuidad de antes? No puede ser.

Podemos ver la nueva continuidad y la discontinuidad educativa actual y pasada como positivas, si permiten la metamorfosis educativa entendida como transformación y regeneración constante. No puede haber soluciones viejas para problemas nuevos. Por lo tanto, deberíamos aprovechar la reflexión y la experiencia vivida para hacer un cambio radical de la forma de enseñar y aprender en esta nueva continuidad y discontinuidad constante.

Y me viene a la cabeza la idea de Edgar Morin sobre la ceguera del conocimiento. Estaremos ciegos de conocimiento si no somos capaces de hacer una metamorfosis para abrirnos a nuevas ideas, a nuevos rumbos, ir mucho más allá de la anterior continuidad, investigar, reflexionar y buscar el cambio colectivamente. Si no somos capaces de perder el miedo a lo desconocido, a lo nuevo, a los cambios y dejar de creer ciegamente en las ideas o proposiciones ya impuestas y aceptadas por otros, no podremos desarrollar las propias en el campo educativo, en el terreno de la organización de nuevas ideas y propuestas.

Y esta metamorfosis debe analizar y transformar aspectos macro y micro. Dentro de lo macro encontramos tantas cosas que cambiar que no sé si serán necesarias varias legislaturas. Por ejemplo, alcanzar un acuerdo social y político sobre educación con el que alcanzar una gran modernización y, así, evitar hacer tantas reformas.

Sin recursos muchas cosas no se pueden hacer. Ha de aumentarse el PIB dedicado a educación que ha ido bajando los últimos años. También para alcanzar la siempre reivindicada mejora laboral y la carrera del profesorado. Se necesitan más recursos en los centros que les permitan asumir una mayor autonomía de gestión, organización y profesionalización para mejorar el aprendizaje del alumnado. Sin olvidar cómo reducir el fracaso, el abandono prematuro y la repetición, así como aumentar la escolarización obligatoria hasta los 18 años; erradicar la segregación y hacer una verdadera inclusión e invertir en la escuela pública como espacio de lucha contra las desigualdades sociales, revisando la doble red de escuelas.

A nivel micro se debe cambiar la estructura, la organización y la metodología de las escuelas, sin demasiados cambios después de siglos. Se debería huir de la estructura rígida, piramidal y gerencial del profesorado para crear estructuras más flexibles y que permitan una mayor implicación de todo el personal que interactúa en el aprendizaje de los niños (profesorado, personal de servicios, familia, comunidad, territorio, etc.). La revisión del currículo es otro de los asuntos destables: qué es lo que hay que enseñar y aprender en el siglo XXI y qué herramientas presenciales y virtuales son necesarias para ello. Tiene que haber un cambio de organización, de estructura, de currículo y del profesorado y su formación. Una metamorfosis total.

Esto que ha pasado y pasa nos obliga a una continuidad dentro de una discontinuidad muy diferente. Hay que luchar por una educación diferente desde los poderes públicos, la sociedad y el profesorado para desarrollar una sociedad mejor con valores democráticos y de responsabilidad colectiva. Freire nos dice que «la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que lo cambiarán». Y en esto debemos poner muchos esfuerzos y no caer en una continuidad (dicen nueva normalidad, pero no lo es) como la que teníamos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/10/08/continuidad-discontinuidad-y-la-necesaria-metamorfosis-educativa/

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¿Se ha abierto la caja de Pandora de la escuela?

Francisco Imbernón

Tras la apertura de la caja de Pandora, queda la esperanza de saber que la escuela es una institución muy importante para crear identidades sociales, luchar contra las desigualdades, cuidar y cuidarse, hacer transmisión cultural y desarrollo personal y social de valores democráticos y de dignidad para todos.

En la mitología griega, cuando se abrió la caja de Pandora, lo único que quedó en ella fue la esperanza, después de salieran todos los males de la humanidad.

Parece que la venida del Covid-19 haya abierto la caja de Pandora de la educación y de la escuela para dejar una esperanza de cambio. Su situación no solo se ha tratado en los diarios específicos de educación, como este, sino que ha traspasado estas fronteras, para llegar a los periódicos de carácter general, a las televisiones y a las redes sociales. Y también a las conversaciones familiares.

Se ha hablado de la importancia de la escuela y de sus de la escuela (algunos las acaban de descubrir durante esta pandemia), de los cambios que hay que realizar en la educación, en relación al profesorado; hay muchas opiniones sobre la enseñanza virtual, mixta o híbrida. Están quienes dan recetas pedagógicas de todo tipo: de la utilización de la tecnología, del cambio curricular… Sin olvidar las empresas que buscan el provecho de todo esto o los problemas de las familias con la conciliación en relación con la apertura de las escuelas y la «nueva normalidad» educativa.

Ha habido una gran cantidad de temáticas y artículos interesantes. Pero también, otros de quienes hablan, muchas veces, con una ignorancia supina.

Y de la «nueva normalidad», de la que seguimos sin saber en qué medida afectará a la educación, más allá de lo que dicen las autoridades sanitarias. No sabemos si se aplicará más el concepto de «nueva» o el de «normalidad» (menos alumnos, pero lo mismo; más profesorado -ya veremos- pero el mismo; el mismo libro, pero en PDF: el mismo currículo, la misma estructura, los mismos excluidos, etc). O será “nueva” de verdad y se modificará el trabajo del profesorado; se invertirá más, mucho más; se modificará el currículo enciclopédico; se desarrollarán políticas de lucha contra la desigualdad; se trabajará con una nueva metodología; se ampliarán las infraestructuras y eliminarán el “barracones”. ¿Se repensará la tarea educativa, como dicen algunos, y habrá la tecnología y los recursos necesarios?

Tal vez se aplique la técnica del «gatopardismo» o del «lampesuiano», querida por no pocas administraciones, es decir, que todo cambie para que todo siga igual. Se desaprovecharía la oportunidad para la reflexión que nos ha traído la Covid-19.

Hay muchos interrogantes y, por parte de quien tiene que decidir, pocas soluciones.

En este tiempo hemos comprobado lo que se venía sufriendo: las limitaciones de sistema educativo en cuanto a la infraestructura, el equipamiento del alumnado, del profesorado y de las escuelas, el necesario apoyo de la comunidad y el desarrollo de la autonomía del alumnado en el aprendizaje.

Sabemos que para cambiar la educación debe cambiar el profesorado y el contexto en el que trabaja. Ya antes de la Covid-19 había mucho trabajo por hacer en ambos sentidos, pero se ignoraba o no se priorizaba. Ahora más que nunca se ha visto que se debe echar mano a un sistema educativo que ya hace tiempo que hace aguas en muchos aspectos importantes. Un sistema que aguanta, a pesar de las críticas, gracias a la dedicación del profesorado como se ha comprobado en estos últimos meses en los que han trabajado más horas de lo habitual, con sus herramientas, para intentar conectarse y que se conecte estudiantes; sin ver al alumnado y sufriendo «su conciliación familiar». Y, dando, la mayoría, su esfuerzo y entusiasmo al alumnado, desbordado con la docencia en línea y los trabajos en este final de curso.

Y de repente, todo el mundo se preocupa de la «gestión emocional». Igual que un minero cuando encuentra un filón. Como si el profesorado no lo estuviera haciendo antes de la pandemia. Una de las finalidades de la educación no es llenar el cerebro de contenidos como algunos piensan, sino en dar a los alumnos recursos y estrategias que les ayuden en su bienestar y en la mejora de la autoestima. Por ello se pide la presencialidad, ya que necesitamos relaciones e interacciones personales para crecer y desarrollarnos personal y colectivamente. Y el profesorado sabe que teniendo esto mejora el rendimiento académico.

El bienestar del profesorado y del alumnado impacta en un mejor aprovechamiento de lo que se aprende. La relación educativa condiciona el aprendizaje. No únicamente del alumnado sino también del profesorado, de ahí la importancia de la colaboración, de hacer proyectos conjuntos, de la tolerancia profesional con los compañeros, de la autonomía compartida. Esto supondrá una mejor educación. No se trata de terapias como reclaman algunos, sino de aplicar lo que sabe hacer el profesorado.

No quiero caer con la incoherencia de mis palabras anteriores, dando soluciones precisas de cómo ir hacia una «nueva» mirada de la educación y del trabajo de la escuela, sino que pienso que esta esperanza que queda, al final, en esta caja de Pandora que se ha destapado, es que la escuela, con todos sus problemas y las críticas que se han hecho, es una institución muy importante para crear identidades sociales, luchar contra las desigualdades, cuidar y cuidarse, hacer transmisión cultural y desarrollo personal y social de valores democráticos y de dignidad para todos. Es la esperanza de la caja después de todos los males.

No sabemos cómo será esta «nueva normalidad» pero, debido a la diversidad de la educación en todos sus componentes, sería necesaria una comunidad de práctica educativa territorial que analizara e hiciera propuestas específicas conjuntas sobre cómo empezar de nuevo en el contexto educativo y, como ya sabemos que no hay soluciones viejas a problemas nuevos, dar nuevas soluciones sin abandonar las que ya funcionan. No se puede caer en el error de la uniformidad, del café para todos tan común en la educación. El café se toma de muchas formas diferentes como debe ser el trabajo de las escuelas. Una mayor autonomía territorial y flexibilidad educativa ayudarán a tener esta «nueva» normalidad con una nueva mirada para mejorar el sistema educativo.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/07/03/se-ha-abierto-la-caja-de-pandora-de-la-escuela/

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Transformar las dificultades en posibilidades ¿Será posible después de todo esto?

Por: Francesc Imbernon

Estos días de confinamiento ando cansado de estar delante del ordenador, de recibir mensajes, de videos, de WhatsApp… con mensajes o imágenes divertidas, canciones, chistes, ocurrencias, artículos, aportaciones de todo tipo y, publicidad encubierta o descarada. Muchos mensajes son sobre educación en casa. Algunos interesantes, otros  repetitivos; los hay que la fibra sensible, que dan herramientas virtuales, de elogio al profesorado, de crítica a los recortes anteriores (esto está un poco más olvidado, pero también aparece). Y, por supuesto, muchos de salud, como se merecen sus profesionales.

Hay un criterio común de hablar mucho de crisis (y de guerra, pero eso ya lo dejo de lado) y, si una crisis, como dicen los cronistas, es una ruptura de una situación y que siempre ha de originar un cambio, ¿Provocará esta consecuencias importantes en el mundo de la educación?

Cuando uno escucha a los gobiernos, a los tertulianos o a las noticias, constata que la crisis divide a las personas y las confronta según sus opiniones sobre salud y política. También, claro, la crisis beneficia a unos pocos, mientras que perjudica a muchos miles que ya antes estaban desamparados. Su situación ahora se agrava

Entre quienes hablan de educación, los hay que se decantan por las evaluaciones, las tareas, los deberes, el aprovechamiento del curso, las más variadas propuestas, etc. Otros lo hacen más del lado del bienestar y el desarrollo del alumnado con formas alternativas que no sean las estrictamente escolares.

Estos días he pensado en Paolo Freire, cuando decía que la cuestión está en cómo transformar las dificultades en posibilidades. ¿Podremos desde la educación transformar las dificultades actuales en las posibilidades de futuro? Ese es el reto.

Y no estoy hablando de la tecnología que ahora se tiene que utilizar. Estoy convencido de que el contacto con el alumnado es mejor que la virtualidad, sobre todo, para ciertos estudiantes que tienen más problemas que otros por diversas circunstancias. No entro en el tema, sobre el que se ha hablado y escrito mucho, de la falta de acceso a internet de algunas familias y que señala directamente a la equidad y a la inclusión educativas que tanto se comentan. Pero ahora no hay más remedio que utilizar herramientas virtuales y el reto está en posibilitar que llegue a todo alumnado. El profesorado lo va consiguiendo.

A todo esto se suma que el virus ha llegado cuando se empezaba a discutir la nueva ley de Educación, la LOMLOE. Espero que todo esto que está pasando suponga que esta ley sea mucho mejor para la mayoría de la población y no un buen preámbulo, cuatro añadidos y algunos cambios de artículos para quedar bien. Recuerdo a la ministra decir que la nueva ley pretendía no dejar a ningún alumno atrás. Pues ahora es el momento de poner remedio a esto de verdad y sacar las barbaridades conservadoras de la anterior ley.

El virus también llega en un momento en el que se habla de la educación 360, de la educación expandida, de la ecología del aprendizaje, de la educación tiempo completo… Continúa el problema endémico de no ponernos de acuerdo en las denominaciones, aunque todos estos conceptos vengan a resaltar la importancia de la educación fuera de la escuela. Ahora más que nunca.

Esta pandemia nos ha llevado a muchas reflexiones. Entre las importantes están que la educación es algo que afecta a todos, no sólo en la escuela, en las aulas y a los docentes; que a puesto a prueba cómo se ama a los hijos e hijas; que la educación no es sinónimo de escolarización, o que esta educación fuera de la escuela impacta en muchos hábitos, comportamientos, formas de ver la realidad y el tiempo de ocio. Es un buen momento para repensar todo esto y ver la implicación externa a la escuela.

Hannah Arendt escribió hace tiempo que la educación es el punto en el que decidimos amar el mundo lo suficiente como para tomar responsabilidad por él. Y también decía que muchos adultos se niegan a asumir la responsabilidad sobre el mundo que han dejado a sus hijos. Ahora sí que es un buen momento para desarrollar este aprecio y repensar la realidad que queremos para los niños y adolescentes. Esto lo podemos hacer si somos capaces de utilizar la educación, dentro y fuera, para mejorar a las personas. Pero conlleva una nueva manera de hacer las cosas por parte de los políticos, del sistema educativo y la comunidad. Es posible que todo esto suponga inventar una nueva manera de hacer e invertir en educación.

A ver si tanta información sobre los problemas educativos (currículum, evaluaciones, nuevos valores, relaciones, tiempo, espacios, participación, medio ambiente…) ayudan a establecer mecanismos de consenso y a crear una educación alternativa para una mejor sociedad.

Después de los grandes recortes de la sanidad y de la educación que se hicieron, hay que volver a pensarlas como una gran prioridad. No como un gasto y en beneficio de algunos. Que cuando pase todo esto no se olviden de lo que han visto y oído, ya que muchos responsables tienen la memoria muy débil cuando les interesa.

Todo el mundo dice que espera que nada vuelva a ser como antes. Yo también. Ni en la escuela ni fuera de ella. Pero no lo digo por la enseñanza online, sino por la mejora de la educación (y de la sanidad) que nos merecemos. La educación sólo se mejora renovándose constantemente. Es el reto más grande que tenemos después de quitarnos el virus de encima. Ya veremos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/27/transformar-las-dificultades-en-posibilidades-sera-posible-despues-de-todo-esto/

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No es solo PISA, ¡es la OCDE!

Por: Francisco Imbernón

Su objetivo es buscar la eficiencia económica a través de modelos de gestión descentralizados dentro del sector público y orientados hacia los rendimientos. Considera a la educación y a las personas instrumentos del desarrollo económico, aunque no tengamos capacidad de pensar críticamente o de respetar la humanidad.

¡Y dale con los informes PISA! Esa obsesión educativa de tantos gobiernos, que se esgrimen siempre como los vaticinios del oráculo o como la voluntad de los dioses del Olimpo. Cada vez que aparecen sus resultados se convierten en un revulsivo para hablar de educación, aunque en muchos países casi siempre sea para mal (la culpa es del profesorado, dicen rápidamente algunos interesados).

Este no es un artículo sobre el negocio de miles de millones de euros que generan las pruebas para las grandes corporaciones como Pearson, McGraw-Hill y Educational Testing. Tampoco es un artículo sobre el impacto en la segregación escolar que supone PISA, porque medir no mejora los resultados y se sobrevaloran los instrumentos que favorecen la competencia entre las escuelas; de hecho, el dato más fuerte obtenido de las mediciones es el determinismo social.

Este es un artículo sobre la alianza de países para convertir a la educación en un instrumento de la economía que está contribuyendo al desarrollo de la desigualdad en educación.

Y se podría preguntar ¿cuál es la influencia de PISA o de tantos otros informes en la tarea del profesorado? Aunque no lo creamos, mucha.

Como pasa tantas veces en educación, no hay acuerdo en si las pruebas externas como PISA benefician o no al sistema educativo, o si benefician a las grandes empresas para saber en qué país invertir sobre seguro a medio plazo. Recordemos que la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) es una institución nacida para favorecer la expansión y el desarrollo económico de sus países miembros, que pregona que, en colaboración con gobiernos, responsables de políticas públicas y ciudadanos, trabaja para establecer estándares internacionales y proponer soluciones basadas en datos empíricos a diversos retos sociales, económicos y medioambientales. Con el fin de enfrentarse mejor a los desafíos económicos, sociales y de buen gobierno para aprovechar de manera más eficiente las nuevas oportunidades que surgen y coordinar políticas locales e internacionales.

Su objetivo es buscar la eficiencia económica a través de modelos de gestión descentralizados dentro del sector público y orientados hacia los rendimientos. Considera a la educación y a las personas como instrumentos para el desarrollo económico, motor de riqueza, para ser técnicamente competentes, aunque no tengamos capacidad de pensar críticamente o de respetar la humanidad.

No podemos permitir que la OCDE se convierta en el Ministerio de Educación del mundo.

La OCDE impone metodologías instrumentales, que se apoyan en políticas basadas en datos, además de modelos de financiación privada y en los que se considera una inversión sostenible basada en los resultados, para satisfacer una ideología de mercado que reproduce las clases sociales y las jerarquías. Hay puntos de vista encontrados y, aunque parezca una paradoja, todos ellos aparecen avalados mediante investigaciones. Y no sólo eso, esos resultados se utilizan también para justificar una determinada forma de pensar la educación, y de legislarla, o sea, como instrumento ideológico y no tanto de mejora colectiva. Es algo a lo que nos tienen acostumbrados algunos partidos políticos, tomando y haciendo público lo que les interesa de los datos.

Las evaluaciones reducen la complejidad educativa a aquello que se puede medir con pruebas externas, con el añadido del neocolonialismo cultural que suponen. Tienen la finalidad de comprobar un determinado rendimiento escolar mediante la evaluación de unas determinadas competencias, y miden sólo parte de lo que queremos que se aprenda, reduciendo y seleccionando el currículum.

¿La realización de las pruebas externas mejora los resultados? Parece que no. El simple hecho de hacer las pruebas no parece suficiente. Pero nos dan datos y estos siempre son interpretables, como se comprueba en el momento en que se publicitan. Hemos de ser conscieldadntes que proporcionan un enfoque superficial del aprendizaje.

Estamos ante un enfoque de colonización del lenguaje educativo por el discurso económico que se ha construido en torno al poder de los datos y las grandes comparaciones, que se han convertido en una auténtica religión. Además, la tecnologización del discurso forma parte de la ingeniería del cambio social, unido a las reformas educativas que se están desarrollando en las últimas décadas por este Ministerio de Educación advenedizo. Las reformas se suceden con un cambio de paradigma en los sistemas educativos, antes orientados por la inversión de recursos (input) y ahora por el rendimiento verificable del alumnado (output), lo que se llamó la “nueva gobernanza”. Supone volver a mecanismos de “caja negra” para la evaluación de los sistemas educativos.

Existe el peligro del “síndrome PISA”, o sea, convertir el sistema educativo en una carrera de obstáculos, mediante un cúmulo de pruebas, en lugar de ahondar en temas más importantes para el aprendizaje del alumnado, de sus motivaciones y sus necesidades. Y esto se parece ya a la plaga educativa del siglo XXI: vamos a invertir menos para conseguir más. Vaya falacia. Ante la falta de financiación se conduce a una educación pública de bajo coste, con escasos recursos humanos y materiales, y a un aumento de la privatización.

Entonces, ¿para qué sé hace? Tenemos la sospecha de que no se lleva a cabo para apoyar al profesorado, sino para tener un ranking de los niveles de los Estados, para ver si hay oportunidades de invertir, ya sea en países con unas competencias determinadas o justo por la carencia de estas. Es un hecho que las pruebas PISA, en lugar de las de la UNESCO u otras organizaciones educativas, las realiza una organización económica.

¿Es esa la educación de las personas? Rotundamente no. Decanta la educación hacia unas áreas instrumentales, con una determinada lógica de ver la educación. Todas las disciplinas son importantes ya que todas pretenden ayudar a desarrollar a una persona más integral, y eso implica un abanico de conocimientos realmente difíciles de medir en una prueba. Pero aquí no se busca la educación sino la instrucción en algunas áreas. Más calcular y saber leer, y menos pensar o reflexionar.

La educación no puede limitarse a unos resultados medibles en algunas áreas, y a un profesorado que se ve obligado a enseñar para superarlas. Y surgen así dos peligros: enseñar para superar las pruebas (y enseñar lo mismo a todos, volviendo la mirada hacia atrás), y la posible clasificación de personas y centros.

Los gobiernos, en su afán por controlar el rendimiento de los sistemas educativos, externalizan los conocimientos y las evaluaciones haciendo que el profesorado sea un autómata para posteriormente responsabilizarlo de los rendimientos del alumnado. Habría que relativizar esas pruebas y confiar más en el profesorado y en los centros, que ya realizan evaluaciones ordinarias y que son los que mejor conocen lo que sucede. En caso contrario, se crea una obsesión por la rendición de cuentas y por imponer, abusar y glorificar los resultados como la verdad que ilumina los caminos para que el país sea mejor. Es obvio que habría que aprovechar más y mejor el conocimiento docente, y se podrían establecer mecanismos de mejora en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Y, por supuesto, evaluar ese conocimiento docente.

Es muy difícil evitar que tengan influencia esos informes evaluativos internacionales de la OCDE y su perspectiva restrictiva e ideológica, su modo de ver de una forma determinada la educación. Ello no impide que tengamos que hacerlo mejor. Siempre hay que procurar hacerlo mejor. Pero no solos, no cada uno aisladamente, sino junto a todos los que están implicados en la educación. El profesorado que está leyendo este texto quiere mejorar, sin duda, y además sabe que la educación hay que cambiarla desde dentro y desde fuera. Es decir, necesitamos cambiar también el contexto, sus valores, sus prioridades y la forma de enseñar y trabajar en las escuelas.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/porotrapoliticaeducativa/2020/02/10/no-es-solo-pisa-es-la-ocde/

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Educación progresista versus educación conservadora

Por: Francisco Imbernón

La educación es hablar de todo, ver diferentes posturas y maneras de entender el mundo. La educación en las escuelas supone transmitir información sobre lo que pasa en la sociedad y no introducir valores discriminatorios.

Durante los últimos años, con los gobiernos que hemos tenido, se ha desarrollado una educación conservadora -algunos dirían moderada-, que ha dejado a la escuela y al profesorado muy dañados. Con la deriva de votos hacia políticas ultraconservadoras y reaccionarias, predominantemente en algunas autonomías, estamos viendo que las políticas conservadoras se radicalizan y empieza una peligrosa regresión en la educación.

Soy consciente de que las denominaciones «progresista» y «conservadora» pueden ser ambiguas, confusas y, sus fronteras, difuminadas y no únicamente se identifican con partidos políticos. Pero hay una diferencia clara: cómo piensan el futuro de la sociedad. Por eso las propuestas sobre la educación son fundamentales.Las diferencias entre políticas educativas progresistas y conservadoras son evidentes, a pesar de algunos partidos que dicen ser progresistas pero en cuyo trasfondo hay una ideología conservadora.

En general, las políticas progresistas se caracterizan, desde hace más de un siglo, por la lucha por una nueva escuela. Confían más en el profesorado, en el desarrollo y la menor intervención del currículum, en una escuela pública y laica donde la participación es fundamental y con una defensa de la igualdad, la libertad, la democracia y la justicia, buscando el progreso y bienestar social mayoritario. Palabra fundamentales son el cambio constante y los derechos colectivos. Y en algunas tendencias, más allá del progresismo más cauto, aparece la emancipación de los seres humanos.

Las políticas conservadoras y, ahora, las ultraconservadoras, no confían en el profesorado. Un ejemplo lo encontramos, desde hace años, en la eliminación de los centros de profesorado o similares. Para ellas, son centros de adoctrinamiento mediante la formación (“adoctrinamiento”, palabra mágica de estas políticas). Además, les horroriza la descentralización; el centralismo es una de sus defensas. También tienen un gran rechazo al cambio y luchan por la aplicación de la moral religiosa, los valores tradicionales y familiares sin intromisión del Estado (se entiende así el mal denominado “pin parental”) amparándose en una determinada concepción de la libertad personal. Y, por supuesto, el orden y el control son elementos fundamentales en su forma de pensar la realidad social.

Al actual ultraconservadurismo educativo le desagrada que se enseñen aspectos de la vida cotidiana con el argumento de las libertades individuales que, para ellos, nunca han estar vinculadas con la cuestión social. No quieren que se traten temas como el aborto, la diversidad sexual, la droga, las pedagogías liberadoras (no es extraño, aunque sí vergonzoso, que Freire sea injuriado ahora por las políticas del actual gobierno ultraconservador brasileño) y, ven las desigualdades sociales y la segregación escolar como algo inevitable de la condición humana, puesto que algunos alumnos están predestinados y no se puede hacer nada (hay elegidos y hay débiles).

John Dewey decía que si enseñamos como se enseñaba antes robamos el futuro de los niños y adolescentes y que esto no tendríamos que permitirlo. Esto lo decía en los años 50 del siglo XX y ahora tenemos que recuperarlo con fuerza. No podemos permitirnos ir hacia atrás como los cangrejos. Ha costado mucho llegar hasta aquí para que ahora unas corrosivas políticas ultraconservadoras nos devuelvan al pasado. La educación progresista tiene que reaccionar defendiendo los valores de una educación democrática que nos lleve hacia la eliminación de las diferencias sociales y educativas, para formar ciudadanos libres, responsables de sus propias vidas y que participen, directa o indirectamente, en la toma de decisiones que les afectan.

La educación es hablar de todo, ver diferentes posturas y maneras de entender el mundo. La educación en las escuelas supone transmitir información sobre lo que pasa en la sociedad y no introducir valores discriminatorios.

No podemos permitir que las políticas ultraconservadoras nos arrastren hacia una educación discriminatoria, ataquen la autonomía docente y de las escuelas. El denominado “pin parental” puede ser el principio de estas políticas y no podemos estar quietos, mudos ni inmóviles ante esos retrocesos.

Fuente:  https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2020/02/05/educacion-progresista-versus-educacion-conservadora/

Imagen: https://pixabay.com/photos/kids-girl-pencil-drawing-notebook-1093758/

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Reflexiones sobre una nueva pedagogía

Por: Francesc Imbernon

Son tiempos de analizar las contradicciones y una determinada visión mercantilista y productiva de la educación que reproducen los discursos, valores y privilegios de los que tienen el poder real o mediático.

Estos días ha habido un congreso en la Universidad de Barcelona (IRED19) en el que han participado reconocidos autores de la pedagogía crítica. Esto y, posiblemente, las situaciones actuales de revuelta en varios contextos (Chile, Bolivia, China, Ecuador, Siria, Turquía, Cataluña, etc.) me ha llevado a hacer algunas reflexiones sobre la situación actual de la educación.

En las conferencias del Congreso se mencionaba la recuperación del pensamiento y el conocimiento crítico, la emancipación como proceso imprescindible que desarrollar en la educación, la lucha contra el colonialismo cognitivo, el patriarcado, la dominación epistémica y ontológica de parte de la humanidad por el poder del capitalismo que no tiene en cuenta la dignidad de las personas. También el retroceso ideológico reaccionario desde la Revolución Francesa con los famosos conceptos de libertad, fraternidad e igualdad. Retroceso que nos trae al regreso de lo que se denominó antiguo régimen. Recordemos que la Revolución Francesa pretendía educar nuevas generaciones en los ideales revolucionarios con una escolarización obligatoria y gratuita y el acceso de todos los ciudadanos a los beneficios de la educación, y no únicamente los que podían pagarse la enseñanza privada. Y el profesorado era seleccionado a través de pruebas basadas en los méritos intelectuales y no en las ventajas del nacimiento o la fortuna. Con una perspectiva laica de la enseñanza.

Y ahora, este retroceso a ideologías neoconservadores y algunas de cariz fascista, están influyendo en la educación, muchas veces, ante un silencio, cuando no una complicidad de algunos que ven la educación como un negocio y un gran mercado en el que, además, pueden ejercer una influencia ideológica de dominación y sumisión ciudadana.

Y pienso en qué podemos hacer para conseguir un rearme moral, ético e intelectual desde posturas educativas críticas pero constructivas, para alcanzar lo que soñamos o recuperar aquello que conseguimos con las luchas y se ha ido perdiendo despacio, pero implacablemente. Cómo recuperar las ganas de cambiar a fondo y potenciar el protagonismo que se merece el colectivo de enseñantes.

No hablo de estrategias innovadoras, de la pasión por el cambio metodológico o de introducir novedades técnicas, sino ser capaces de ver más allá de nuestros límites como educadores. De salir de la frontera, en cuyo interior podemos hacer muchas cosas interesantes pero que se quedan dentro de nuestro círculo.

Hablamos, como se dijo en el congreso, sobre una nueva comprensión del mundo para ayudar a transformarlo; de cómo introducirnos a la escuela y a la sociedad en el análisis de las diversas formas de desigualdad y opresión que cada día van en aumento. También plantearnos la militancia pedagógica y la acción solidaria como un importante reto para desarrollar una nueva cultura profesional alternativa del profesorado, para trabajar por una nueva práctica educativa y social.

El trabajo de Paolo Freire y cómo se lo está persiguiendo en Brasil también tuvo un lugar en el Congreso (después de mucha referencia y empacho anglosajón) Freire siempre será un referente para analizar la falacia de la neutralidad escolar, para construir una noción de la educación más politizada y para desarrollar una pedagogía de la resistencia, de la esperanza o de la posibilidad. La denuncia y la anunciación de alternativas son dos procesos inseparables en la educación según Freire. Superar el miedo -que decía un ponente- y trabajar la esperanza.

Son tiempos de analizar las contradicciones y una determinada visión mercantilista y productiva de la educación que reproducen los discursos, valores y privilegios de los que tienen el poder real o mediático. Y denunciarlas y buscar alternativas hacia una educación más liberadora de ciudadanos libres y comprometidos con el cambio social y no súbditos.

Pero crear una forma diferente de ver la educación supone salir, como mencionaba antes, de las fronteras de la sumisión a ideas de otros, de ir de nuestros límites impuestos (a veces sin querer de forma implícita, por la formación o por el sistema educativo que nos rodea o por nosotros mismos). Sin olvidar la importancia de hacerlo colectivamente. Convertirse, como dijeron varios filósofos, en intelectuales colectivos y no en receptores pasivos de las ideas aceptadas sin rigor ni análisis crítico. Huir de quienes pregonan volver a lo que es básico: «se tiene que enseñar así», «la democracia es culpable», «se han perdido los valores», «tenemos que separar al alumnado», etc., que han vuelto aparecer con más fuerza (políticos e intelectuales educativos orgánicos muy bien situados en ciertos partidos estatales, autonómicos o grandes corporaciones). Se enorgullecen de su elitismo academicista o del poder político y económico que los trae a considerar ciertas cosas mejores que otras: por ejemplo, la Universidad como cumbre del conocimiento formativo, la desconfianza en el profesorado, el desprecio a los movimientos sociales, el discurso teórico no riguroso como parangón del intelectual y la tradición cultural occidental como superior y única, obviando otras identidades y aportaciones culturales.

El congreso proyectó razones y fuerzas para un rearme profesional del profesorado y de la educación que se ha de oponer frontalmente a cualquier manifestación explícita o implícita de la racionalidad de ciertas políticas educativas, de contenidos curriculares o en las formas de gestión y control técnico y burocrático de la educación. Y revisar la legitimación oficial del conocimiento escolar reaccionario hoy en día, tan defendido por la derecha, y tratar de poner en contacto los estudiantes con los diversos campos del conocimiento, de la experiencia y de la realidad. En este sentido, es necesario ser sensible a las tradiciones y valores de las minorías étnicas y culturales.

En fin, el congreso abrió una ventana por donde entraba aire fresco, puesto que revisó la finalidad de la educación y la posibilidad de romper formas de pensar y actuar que llevan a analizar el progreso de una manera lineal y no permiten integrar otras identidades sociales, otras manifestaciones culturales y otras voces secularmente marginadas, provocando la exclusión social y el aumento de la pobreza de grandes capas de la población.

Continuar luchando (la lucha también fue un concepto que fue apareciendo) para buscar alternativas hacia una enseñanza más democrática y participativa, donde se trabaje la dignidad como instrumento fundamental educativo (justicia cognitiva y trato como humanos). Una educación en la que se comparte el conocimiento con otras instancias socializadoras que están fuera del establecimiento escolar. Y nuevas alternativas menos individualistas y funcionalistas, más basadas en el diálogo, en la autoemancipación docente y colectiva entre quienes tienen algo que decir a quienes enseñan y aprenden.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/11/11/reflexiones-sobre-una-nueva-pedagogia/

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