Mochilas para el desarrollo infantil

Por: Carolina Freire

Promover el desarrollo infantil en áreas remotas y pobres es un reto que se exacerba en una pandemia, pero existen iniciativas que salvan los obstáculos para no descuidar a la primera infancia

Con su chaleco, petate y mochila a cuestas, Blasina sube lomas y atraviesa quebradas para visitar a “sus niños”. Si está lloviendo o el río ha crecido, recorrer la comarca de Ngäbe Buglé, el territorio indígena más poblado de Panamá, se vuelve más fatigoso, pero el esfuerzo merece la pena. Semanalmente visita a diez niños de seis a 36 meses, que viven distantes unos de otros, para fomentar prácticas positivas de crianza y mejorar su desarrollo cognitivo y social con el contenido de su mochila.

Blasina es una de las cinco promotoras comunitarias de Cuidarte, un programa del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) que ha adaptado para el contexto panameño los exitosos resultados de la experiencia Reach Up and Learn en Jamaica y otros países latinoamericanos. Este modelo se basa en una guía estructurada con actividades semanales de interacción o aprendizaje diseñadas por edades. Los materiales (rompecabezas, muñecas, maracas o libros) se elaboran a bajo coste con productos reciclados o propios del medio, y mientras la promotora modela las actividades, los padres o cuidadores deben repetirlas y practicarlas con sus hijos durante la semana.

El objetivo de Cuidarte, que cuenta con apoyo técnico y financiero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es expandir servicios de calidad para la atención a la primera infancia en áreas rurales o que tienen difícil acceso a servicios institucionales de educación inicial, en los que el contexto de pobreza puede limitar el pleno desarrollo de los niños. En Panamá, donde menos del 3% de los menores de tres años recibe servicios de educación inicial y existe una gran brecha en el acceso a estos servicios según el nivel de riqueza, la comarca Ngäbe Buglé tiene los mayores índices de pobreza y desnutrición infantil del país.

La versión piloto de este programa se puso en práctica entre los años 2018 y 2019 de la mano de Nutre Hogar, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la promoción de la nutrición y el desarrollo infantil. Tras recibir un entrenamiento de 80 horas, las cinco promotoras visitaron semanalmente y durante un año a las familias de 50 niños en sus hogares, equipadas con una mochila que contiene la guía y los juguetes fabricados a mano, y un petate para realizar las actividades de juego y aprendizaje en el hogar. La calidad de la intervención fue monitoreada a través de la frecuencia y cercanía de las interacciones con las familias y los niños, el conocimiento y desarrollo de la guía por parte de las promotoras, su nivel de preparación de las sesiones semanales y su capacidad para rellenar los formularios de registro de las atenciones. Las supervisoras también debían gestionar sobre el terreno la coordinación con los servicios estatales de identidad, salud y nutrición, asegurando un modelo de atención integral acorde con la Ruta de Atención Integral a la Primera Infancia (RAIPI), adoptada por el país en su Plan de Atención Integral a la Primera Infancia.

Los resultados, medidos conforme una versión adaptada de los Indicadores de Cuidado Familiar (FCI, por sus siglas en inglés) demostraron un claro aumento de la proporción de hogares que contaban con materiales de lectura (del 6% al 36%), y juego o estimulación (del 10% al 23%). Cuidarte aumentó asimismo la frecuencia con la que las familias participan en actividades de juego y estimulación con sus hijos: antes del programa, solamente el 26% de los padres o cuidadores había leído a su hijo un libro con figuras, porcentaje que aumentó al 60% un año más tarde, y mientras al inicio solo una tercera parte de los padres o cuidadores jugaba con sus hijos a nombrar objetos y colores, esta proporción alcanzó el 81% al cabo de 12 meses.

La intervención demostró también resultados prometedores en lo referente a las prácticas de crianza. Los resultados iniciales del FCI reflejaron que tres de cada diez padres o cuidadores habían aplicado algún tipo de castigo corporal al niño en la última semana cuando “se portó mal o hizo cosas que le molestaron o que no estaban bien”. Al final del programa, el 100% de las familias participantes aumentó el empleo de frases o acciones de refuerzo positivo cuando el niño hace algo bien (del estilo de “muy bien”, “felicidades”, “gracias”, “te amo” o prodigarles besos, abrazos, sonrisas o aplausos) con un promedio de cinco a seis veces en la última semana.

A tenor de los resultados de esta experiencia, el MIDES prepara en estos momentos la ampliación de Cuidarte a 1.800 niños de las áreas de mayor pobreza infantil del país. Asimismo, extenderá la Mochila Cuidarte a los hogares de cinco mil niños menores de cuatro años que, a causa de la covid-19, han visto interrumpidos los servicios de cuidado por el cierre de los centros de desarrollo infantil o a los que no recibían ningún tipo de atención al desarrollo infantil antes de la pandemia.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/08/26/planeta_futuro/1598435749_039871.html

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Por qué priorizar la educación preescolar

Por: Carolina Freire. 

Pocos momentos en la vida son tan críticos como los primeros cinco años. La evidencia científica demuestra de manera irrefutable que esta etapa es una auténtica ventana de oportunidad en la que se cimentan el lenguaje y otras habilidades cognitivas, y se establecen las bases del desarrollo social y emocional.

La evidencia también es clara al señalar que la educación preescolar de calidad genera un círculo virtuoso de desarrollo, aprendizaje y productividad que perdura a lo largo de la vida.

Unicef, en su informe Un mundo listo para aprender, publicado el pasado mes de abril, señala que los niños que cursan al menos un año completo de educación preescolar entre 1 y 5 años de edad tienen mayores competencias en lectura y matemáticas y aumentan su permanencia en la primaria. El BID, en su publicación Los primeros años, sustenta con evidencia regional mejoras en las habilidades de participación, disciplina y colaboración entre los niños como resultado de completar un año de preescolar. Los efectos positivos perduran a lo largo del ciclo escolar: en prácticamente todos los países de la OCDE, los niños de 15 años que tuvieron acceso a la educación temprana mostraron un mejor desempeño en la prueba PISA 2015 que sus pares sin educación temprana.

En Panamá, sin embargo, 3 de cada 10 niños en edad preescolar están actualmente fuera del sistema educativo y en riesgo de entrar en el ciclo nocivo de bajo rendimiento y deserción escolar. Entre los niños que sí asisten, un cuarto cursa el preescolar en la modalidad no formal y que no siempre cumple con estándares mínimos de habilitación y calidad pedagógica. Además, la modalidad preescolar no formal tampoco cuenta con recursos del Fondo de Calidad Educativa (FECE) para alimentación y material pedagógico.

Los efectos de esta brecha se evidencian en los bajos niveles de aprendizaje que tienen los niños en primaria. Según la prueba CRECER 2017-18, divulgada hace escasas semanas por el Ministerio de Educación y apoyada por el BID, un tercio de los estudiantes de tercer y sexto grado no tiene los conocimientos básicos en español y matemáticas, una situación que prácticamente no ha variado desde 2015. Aún más preocupante es el hecho de que el 80% de los niños de poblaciones indígenas carecen de las competencias básicas en lenguaje, lo que evidencia la escasa adecuación intercultural de los contenidos curriculares.

Mejorar la calidad de la educación como base del desarrollo sostenible de Panamá requiere poner primero lo primero y redoblar esfuerzos hacia el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible #4 de la ONU, cuya meta es universalizar la educación preescolar de calidad. Llegar a todos los niños con esta oferta educativa generaría varios beneficios: permitiría mejorar su rendimiento escolar, contribuiría a mejorar la eficiencia del sistema educativo al ahorrar esfuerzos y recursos en programas remediales, y elevaría a la competitividad del país, ampliando la base productiva y a la vez brindando la oportunidad a los cuidadores de los niños de integrarse al mercado laboral.

La pregunta es, ¿cómo podemos lograr este objetivo? Alcanzar esta meta en el próximo quinquenio implica una inversión aproximada de 50 millones de dólares en infraestructura para habilitar los más de 45 mil cupos requeridos, más unos 20 millones de dólares anuales adicionales para cubrir los gastos de funcionamiento. Para expandir los servicios con calidad, Panamá puede mirar el ejemplo de Finlandia, Suecia, Noruega, Reino Unido y Bélgica que, según un ranking de la fundación Lien de Singapur, son los líderes en calidad, acceso y disponibilidad de la educación preescolar entre 45 naciones de la OCDE y del mundo, así como a nuestros vecinos en Chile y Uruguay que impulsan políticas de atención integral.

Más allá de proveer infraestructuras seguras, estos países han establecido un marco legal sólido para garantizar la provisión de los servicios universales, priorizando el desarrollo de sistemas de entrenamiento y cualificación docente, el diseño y monitoreo de estándares de calidad, prácticas pedagógicas que fomentan las interacciones frecuentes, positivas y significativas entre niños y adultos, y la participación activa de la familia en el desarrollo infantil.

Lograr que todos los niños y niñas asistan a preescolar de calidad y desarrollen las bases para el aprendizaje que los posicione para el éxito en la escuela y en la vida está a nuestro alcance.

Es, sin duda, la mejor inversión no solo para el futuro de todos los niños panameños, sino para el futuro de Panamá.

Fuente del artículo: https://www.prensa.com/opinion/priorizar-educacion-preescolar_0_5349215064.html

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