El verdadero Portal de Belén

En estos días, en casi todos los rincones del mundo, celebramos la Navidad. Y la Navidad, tal como la vivimos, está llena de luces y colores: calles iluminadas, escaparates repletos, árboles cargados de adornos… Familias que se reúnen, niños que ríen, villancicos que suenan en cada esquina. Es un tiempo de alegría y la alegría, cuando es sincera, siempre es bienvenida.

Pero hoy quiero  mirar más allá de las luces. A escuchar más allá de los villancicos. A dejar que, por unos segundos, la verdad atraviese nuestra comodidad. Porque existe otra Navidad, una que no aparece en postales ni anuncios. Una Navidad desnuda, herida, desgarrada. La verdadera Navidad. El verdadero Portal de Belén.

Ese portal no está hecho de corcho ni de musgo. No tiene figuras bellas, ni pastores sonrientes, ni reyes cargados de oro. El verdadero Portal de Belén está hoy en las ruinas de Palestina, en las calles reducidas a polvo, en los edificios derrumbados donde antes vivían familias enteras, en esos niños santos —y lo digo con toda la solemnidad de la palabra “santos”— que mueren de hambre porque se les niega el alimento. Está en madres que lloran sin lágrimas porque ya no les quedan, en padres que cavan con sus propias manos entre los escombros buscando a sus hijos. Ahí, bajo ese cielo de humo, bajo ese estruendo de bombas, bajo ese silencio de muerte… ahí está naciendo Jesús. Cada día. Una y otra vez. En cada niño que sufre, en cada vida arrebatada, en cada esperanza rota. Ese es el Portal de Belén del siglo XXI: un Belén arrasado por la violencia, el odio y el desamparo, un Belén que vuelve a repetirse como una herida abierta que nadie quiere cerrar.

Pero el Portal de Belén no está solo allí. Está también en los pueblos indígenas del mundo, en esas comunidades olvidadas que luchan por sobrevivir mientras sus territorios son saqueados, sus líderes asesinados, su dignidad pisoteada. Son pueblos que llevan siglos defendiendo la tierra, el agua, el bosque, la vida. Y aun así, se les niega lo más básico: se les niega agua para obligarles a depender; se les arranca la tierra para explotar sus recursos; se les encierra en la pobreza para que no puedan alzar la voz.

Mientras tanto, en el mundo privilegiado, celebramos la Navidad con árboles cortados por millones, con adornos rutilantes, con misas solemnes, con cánticos hermosos… sin recordar que el mensaje de aquel niño nacido en un establo no era un mensaje de consumo, ni de tradición vacía, ni de fiesta sin memoria. Era un mensaje de justicia, de hospitalidad, de amor hacia los más vulnerables.

Hoy, el Belén verdadero está en los pueblos que luchan por su subsistencia, en las hambrunas que no aparecen en los telediarios, en las fronteras donde la vida se convierte en espera y sufrimiento, en los campos de refugiados donde miles de familias viven en tiendas improvisadas, bajo la lluvia, bajo el frío, bajo el miedo. Ahí está María, dando a luz sola, entre latas y lonas. Ahí está José, buscando protección y encontrando rechazo. Ahí está el Niño, tiritando de frío, no sobre un pesebre cálido, sino sobre el suelo húmedo de la desesperación humana.

Esa es la Navidad que nos hemos negado a mirar, la Navidad que preferimos ocultar bajo luces artificiales, la Navidad que nos incomoda porque nos obliga a tomar partido. Porque Jesús no nace en los centros comerciales; nace —siempre ha nacido— donde hay sufrimiento, donde hay injusticia, donde la humanidad necesita despertar.

Quien quiera celebrar la Navidad de verdad, que mire hacia Palestina. Que mire hacia los pueblos indígenas perseguidos. Que mire hacia los migrantes, los hambrientos, los olvidados. Que mire hacia los niños que no reciben regalos, sino miedo; hacia los que no tienen mesa, sino tierra; hacia los que no tienen hogar, sino exilio. Porque ahí, y solo ahí, está hoy el verdadero Portal de Belén.

Y es en ese portal donde todos deberíamos estar. No solo con palabras. No solo con emoción pasajera. Sino con compromiso, con acción, con memoria y con valentía. La Navidad es una luz, pero no una luz para decorar, sino una luz para iluminar lo que está oscuro. La Navidad es una llamada, pero no una llamada al consumo, sino una llamada a la compasión. La Navidad es un nacimiento, pero no de un niño lejano en un cuento antiguo, sino el nacimiento de nuestra responsabilidad como humanidad.

Que esta Navidad, cada uno de nosotros mire hacia ese Portal real, doloroso, injusto, silenciado y decida ponerse del lado de la vida, del lado de la justicia, del lado de quienes hoy siguen siendo crucificados por la indiferencia del mundo. Porque solo entonces y no antes, celebraremos de verdad la Navidad.

Fuente de la información:  https://insurgenciamagisterial.com

Fotografía: PEDRO POZAS TERRADOS

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