Por: Julio César Sánchez Guerra
No recuerdo quién lo dijo, pero debió ser alguien muy prudente: «Si usted tiene una manzana, yo otra, y la intercambiamos, cada uno se queda con una manzana. Pero si usted tiene una idea y yo otra y la intercambiamos, cada uno se queda con dos ideas». La base de ese intercambio es el diálogo y el debate.
Nuestro país necesita con urgencia de un debate franco y plural sobre múltiples asuntos de la realidad. Usted dirá que algunos espacios para ese debate ya existen; otros habrá que crearlos, pero sobre todo, nos falta una cultura para un diálogo lúcido y revolucionario.
Es preciso desmontar la rigidez del pensamiento, la indiferencia de los que no quieren discutir, la desconfianza desmedida ante el criterio diferente; los silencios ante los errores, la falta de transparencia; es preciso desterrar de nuestra cultura la fijeza panglosiana de aquellos que rehúyen el debate porque consideran que todo está bien.
Lo que no debatimos desde el proyecto de un país hecho con todas las manos posibles, se convierte en temas discutidos en otros espacios donde no faltan los que quieren un regreso al capitalismo.
La unidad es resultado de la diversidad en un marco de respeto, autocrítica y participación en decisiones donde el colectivo de un centro laboral, por ejemplo, sienta el poder como algo que no le es ajeno.
Las personas en la calle, en un centro de estudio, de trabajo, el jubilado, el intelectual, el artista, el tabaquero, el hombre sencillo y común que tiene saberes y experiencias, todos, nos formulamos preguntas, tenemos opiniones que no siempre son llevadas al debate público.
Del ensayista cubano Fernando Martínez Heredia, leí una frase que resume nuestro desafío: «Si no hay debate no hay socialismo». No se trata de un debate para desmontar la Revolución, sino para afianzarla en el alma de la gente.
Los temas son diversos y nada debe ser ignorado; se notan cómo se alzan fenómenos complejos, nuevos, diversidad de formas de propiedad que hay que darles un lugar coherente con el proyecto, formalismos y esquemas que ya no cuadran con la comunicación y el mundo de la imagen, la privatización personal al prestar un servicio que es un bien público, entiéndase, «si me das dinero todo será más fácil».
Cuando Fidel dijo a los estudiantes en la Universidad de La Habana que nosotros mismos podíamos destruir a la Revolución, ¿debatimos lo suficiente sobre esa amenaza y las formas en que puede ser destruido un país desde adentro?
¿Los incondicionales que aceptan todo sin discutir son de verdad revolucionarios? Esto es mucho más que aprender de memoria el concepto de Revolución. De ese debate depende la expresión de nuestra libertad.
Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-04-06/cultura-del-debate-06-04-2017-21-04-28
Imagen: https://es.dreamstime.com/imagen-de-archivo-libre-de-regal%C3%ADas-historieta-del-di%C3%A1logo-image10677556