El impacto que genera el Abuso Sexual Infantil (en adelante ASI) en los niños, niñas y adolescentes (en adelante NNA) que lo viven y sus familias, cobra ribetes importantes en torno a las consecuencias de esta grave vulneración que, de no mediar la posibilidad de una intervención especializada, podría dejar huellas indelebles, que marcarán la vida de éstos, para siempre. Como refieren Perrone y Nanini (2010), el fin de la relación abusiva no implica el fin del hechizo, cuando el ASI ha conformado este tipo de extrema relación de violencia, por lo que más sentido cobra el hecho de que las víctimas y sus familias cuenten con la posibilidad y por ende se les garantice el derecho a resignificar el daño.
La intervención centrada en la responsabilización y no en la culpabilización, concepto este último que solo inmoviliza y que por cierto no es lo que los NNA necesitan, es lo que debe primar siempre en la intervención.
La develación de un ASI de un NNA, ya sea que se haya dado de manera premeditada o accidental, trae aparejado una serie de movimientos necesarios de realizar que se esperaría comenzaran al interior de las familias. En nuestro país, quienes mayoritariamente “deben proteger” a los NNA, luego de develado el “secreto” y el comienzo del final de la “la ley del silencio”, son las madres de dichos NNA. Estas, a lo largo de una serie de investigaciones y de relatos de quienes intervienen con dichas mujeres madres, las han situado muchas veces, en el lugar de posibles “culpables” de la ocurrencia y de la mantención de la vulneración, como si el ser parte de dinámicas e interacciones altamente abusivas, fuese lo que cualquier figura materna quisiera experimentar y por ende vivir.
Si bien la teoría y los autores expertos en la temática del ASI y su dinámica específica (léase por ejemplo a Perrone y Nannini, Barudy, Intebi, Ravazzola, Summit, entre otros), han estudiado ampliamente las características particulares de estas familias y de las figuras maternas donde se genera el ASI, no es menos cierto que la responsabilidad de la ocurrencia y mantención de esta dinámica, es de única responsabilidad de quien ejerce la violencia en la esfera sexual de los NNA, por ende, del agresor. Éste, como claramente señalan Perrone y Nannini (2010), “es un adulto, que ha alcanzado completamente el desarrollo sexual, así como la capacidad de discernimiento, de alerta, de discriminación con respecto a la ley, la sociedad y la responsabilidad por lo que los abusos forman parte de una construcción voluntaria y consciente”. Es así que, este agresor sexual adulto, valiéndose de su posición de poder que ha detentado por años, entrampa no solo al NNA víctima, sino que a todos los integrantes del grupo familiar.
La diferencia claramente está en las diversas reacciones que pueden demostrar las madres ante una develación, y como bien refiere Barudy (1998), existirán las que: a) les es imposible creer que algo así haya sucedido al interior de su familia, son ambivalentes; b) otras que sabían de la ocurrencia del ASI pero, estaban imposibilitadas de generar mecanismos protectivos y un tercer grupo que; c) en algún grado actúan como cómplices y privilegiarían al adulto agresor por sobre el NNA víctima. Este último grupo, sería pequeño y por ende estadísticamente no representativo, en palabras del autor referido.
Lo importante en este camino a la re significación de la experiencia traumática, puesto que ningún NNA está preparado como refiere Summit (1983), “para ser molestado por un adulto de confianza, por lo que el niño queda enteramente dependiente del intruso ante cualquier realidad que sea asignada a la experiencia”, es como bien han referido dos psicólogas chilenas Martínez y Sinclair (2006) en cuanto a la necesidad de rescatar a estas figuras (las madres), dado que estaría demostrado que la credibilidad de éstas, el apoyo y protección (todos temas que en los dos primeros grupos de madres definidos por Barudy, es posible de trabajar), conforman el ingrediente trascendental en el proceso de superación de las secuelas del ASI en la vida de cualquier NNA.
Agregan las autoras mencionadas algo que sin duda quienes hemos intervenido en la temática de re significación del daño, sabemos y vemos con claridad en cuanto a que, “una perspectiva culpabilizadora de la madre contribuye a la impunidad del abusador ya que justifica o, al menos minimiza su responsabilidad a su vez que favorece la descalificación a priori de la madre como figura protectora”. Por ende, si bien el proceso sociofamiliar que llevamos a cabo las trabajadoras sociales en los centros especializados con estas importantes figuras, en un inicio busca que éstas puedan “ver” lo que en algún momento se les negó o se negaron a ver por el impacto de la situación y el entrampamiento en el que también las mantenía el adulto agresor, se transforme en la evitación permanente de volver a convertirse como refieren Perrone y Nannini (2010) en madres fantasmales y por ende, madres que, “se caracterizan por estar ausentes, disminuir sus percepciones, escudarse en la auto justificación y darle prioridad a la cohesión familiar formal”.
Por ello, la intervención centrada en como señalan Martínez y Sinclair (2006), en la responsabilización y no en la culpabilizaciòn, concepto este último que solo inmoviliza y que por cierto no es lo que los NNA necesitan, es lo que debe primar siempre en la intervención. Si bien, señalan las autoras es posible reconocer falencias en estas madres, se debe priorizar trabajar desde los recursos y no enfatizar el proceso en dichas falencias, dado que lo que se requiere es garantizar la protección en el presente y el futuro.
Por ende, es necesario comprender que la crisis que conlleva un ASI en la vida de un NNA víctima, también se genera en estas mujeres madres, siendo muchas veces de proporciones, lo que debe quedar plenamente identificado en los diagnósticos especializados que se realicen, de manera que esta situación se vea reflejada a cabalidad en un plan de intervención, con objetivos claros y medibles, como asimismo, con acciones acordes y coherentes a dicha situación valorada. De allí la relevancia de llevar a cabo evaluaciones atingentes, rigurosas, basadas en la teoría al respecto de este tipo de problemáticas, donde la participación no solo del NNA en su proceso terapéutico individual es lo que se requiere, sino que la participación activa y permanente de su progenitora y demás miembros de la familia, de forma tal que todo NNA se sienta respaldado, creído, protegido y cuidado, asegurándonos que una vivencia como la sufrida, no vuelva a formar parte de la dinámica de su familia y por lo tanto no vuelva a repetirse en su vida.
De esta manera estaremos no sólo resignificando el daño de este grupo familiar, sino que además estaremos generando acciones concretas en torno a la prevención de futuras vulneraciones en dicho grupo como en otros, al ser procesos que una vez que las familias lo aprehenden, como refiere el gran pedagogo Freire, es decir les hace sentido y efectivamente logran una internalización de aquello, podrán replicarla en lo cotidiano, a otros adultos de su círculo cercano, lo que sin lugar a dudas puede ser un aporte a la prevención de este tipo de graves vulneraciones de NNA.
Jeannette Hernández Araneda
Trabajadora Social
Gendarmería de Chile
publicado en elquintopoder http://www.elquintopoder.cl/sociedad/crisis-de-la-develacion-del-abuso-sexual-infantil-madre-como-victima-secundaria-e-impacto-familiar/