Por: José Luis Santos Cela.
De entrada, quisiera ser tan claro en la respuesta como lo intento en la pregunta, aunque, seguramente, muchos lectores pensarán, sin faltarles razón, que la formulación en sí es ambigua por su propio contenido y, por ello, difícil de responder. No obstante, me arriesgo a autorresponderme y con ello abrir el debate en el que deberían participar más los actores principales (profesorado, familias y alumnado-según edad-) que los políticos de turno, en muchas ocasiones, hipotecados más por intereses ideológicos o modas que por la calidad educativa.
Inicio mi reflexión referida al Gobierno del Estado, responsable primero y último de la educación en nuestro país (España) a raíz del descontento general que se palpa en los «componentes de la familia educativa» ante los continuos vaivenes que se dan en nuestro sistema educativo. Este descontento se explica en parte por el desmesurado afán de nuestros políticos en dejar su huella en este campo, como también por su tendencia a implantar, sin un análisis riguroso, las corrientes surgidas de investigaciones (en ocasiones pseudoinvestigaciones) que emanan de otros países, obviando el contexto de procedencia con su idiosincrasia. El resultado es la falta de algo estable, algo sobre lo que realmente nos podamos apoyar para construir conjuntamente nuestro edificio bien consolidado y en el que se puedan hacer a lo largo del tiempo las modificaciones que se vayan precisando, pero no derribándolo cada vez que estamos insatisfechos con su funcionalidad.
Dicho lo anterior, se tendría que admitir como premisa, si queremos diseñar un Sistema Educativo para nuestro Estado con «presente» que apunte a un buen «futuro», empezar minimizando, y si es posible eliminando, los discursos ideologizados, sean por tendencias políticas y/o religiosas, y sí buscando con cordura el consenso y el pacto que beneficie al colectivo, que no es otro que el conjunto de la sociedad, impidiendo así que cada vez que se forme un nuevo gobierno suponga poner «la mesa patas arriba». Este diseño debería responder a las inquietudes de los actores a los que anteriormente me referí, con especial atención a la aportación de los órganos representativos del profesorado, como profesionales de la educación/enseñanza.
Con la premisa establecida se abre el camino del «cómo ha de ser nuestra educación» (nuestro modelo educativo), y aquí es donde comienza el verdadero problema, pues aunque todos, o al menos una inmensa mayoría, coincidiríamos en la meta «conseguir una educación de calidad», el camino para llegar se torna plural y, en ocasiones con fuertes contradicciones que es necesario discutir, limar y equilibrar para lograr ese consenso que supere las enormes desigualdades surgidas de las competencias, no siempre bien gestionadas por las distintas comunidades autónomas.
Esta complejidad incluye planteamientos de muy diversa consideración, entre los que cito: línea pedagógica, currículum, diseño de etapas educativas, itinerarios, obligatoriedad, formación del profesorado…
Es obvio que abordar cada planteamiento es materialmente imposible dado el formato de esta publicación, pero sí tomaré postura en esta ocasión, con ideas muy globales, en uno de ellos, la línea pedagógica, dejando para otro momento temas de singular importancia, como son el diseño de las etapas educativas y la formación del profesorado.
Línea pedagógica: A día de hoy está abierto un debate, con el afloramiento a nivel social de la denominada Nueva Pedagogía (representada por la Escuela Comprensiva, aunque tiene otros matices). Su inicio se remonta al siglo XVIII con ideas sobre la educación, aportadas por Rousseau, que más tarde desarrollarían pedagogos como Dewey, Iván Illich, Paulo Freire, Henry Giroux …., aunque fue en la década de los cincuenta del siglo XX cuando tomó forma en los países nórdicos con la finalidad de establecer la unificación de la enseñanza con un currículum común en el periodo obligatorio hasta los 15/16 años, modelo que en España se trató de mimetizar con la Ley General de Educación del 70 —Ley Villar Palasí— que se materializó en la EGB, 6-14 años, modelo que intentó mantener su esencia con la Logse, que se concretó en la EP-ESO, 6/12-12/16, y posteriores leyes de vida efímera (Lopeg, Loce) o no aplicada en su totalidad, Lomce (Ley con relativa vigencia). Todas estas leyes, variadas en cuanto a nombre y paternidad, coincidieron negativamente en su aplicación al no reparar en los pilares básicos para su funcionalidad, como son la previa preparación del profesorado y otros recursos (que no se traducen solo en nuevas tecnologías) si los comparamos con los países anteriormente citados.
Centrándonos en nuestro país y de forma global, este modelo, aplicado con mesura, ha demostrado sus bondades en las etapas infantil-primaria, donde, no por casualidad, están regidas por profesionales de la educación (maestros con amplia formación pedagógica), quienes, en estas edades, ejercen de guía (autoridad) que marca el camino por el que día a día transitan para lograr los objetivos de cada curso. Otra variable que ha contribuido a este relativo éxito es la edad del educando que facilita el aprendizaje de forma natural.
Sin embargo, este modelo de educación, tal como está diseñado, ha tomado una deriva que ha hecho saltar las alarmas en la sociedad cuando nos referimos a la Educación Secundaria Obligatoria, etapa donde hay variables de distinta índole que rompen claramente esa uniformidad. Esto se pone de manifiesto en el alto fracaso escolar que se materializa en abandono prematuro (de hecho), bajo nivel competencial, títulos poco valorados,….Y, no creo que el problema sea la duración de la educación obligatoria, sino la obligatoriedad de que todo el alumnado en esta etapa curse el mismo currículo cuando, con distintos itinerarios se podrían conseguir «metas volantes», que al final, con el esfuerzo adecuado, permitiese a cada alumno alcanzar el nivel correspondiente para seguir, ya estudios académicos (bachillerato), ya académico-profesionales de distintas ramas, aspecto al que me referiré en otro artículo.
Para concluir, si tomamos la parte positiva de este modelo, ya sea basado predominantemente en proyectos, ya en centros de interés, ya en áreas de conocimiento…, aunque su sello de identidad sea la equidad, no se puede renunciar a la diversidad, aspecto sin el que no se podría conseguir lo que es fundamental en estas etapas: desarrollar al máximo en el alumno sus capacidades físicas, intelectuales, emocionales y de aprendizaje, así como el valor del esfuerzo, de la exigencia y la gestión de la frustración, ya que de lo contrario tendremos personas incompletas, frágiles y con escasos recursos para afrontar los retos que se les vayan presentando en lo académico, en lo laboral o en lo afectivo-social. Importante destacar, que esta tarea sería poco efectiva sin el apoyo y el refuerzo de los padres, primeros agentes de la educación.
(Espero que su lectura, con mayor o menor grado de coincidencia, haya servido de reflexión para una posterior toma de postura).
Fuente del artículo: https://www.diariodeleon.es/articulo/opinion/modelo-educativo-tendemos/201912221044281970326.html