Singapur o cómo triunfar sin tener ni idea.

Hace tiempo que se veía venir y ya algunos iniciaron la peregrinación a la Meca de los resultados PISA. Para ver cómo lo hacen, qué saben que nosotros no sepamos y aprender de los mejores, a ver si mejoramos. Por el contrario, yo voy a centrarme aquí en lo que no saben o no hacen»

Por: Jose Manuel Ballester.

En ambientes educativos, Singapur está de moda. Es lo más.

Hace tiempo que se veía venir y ya algunos iniciaron la peregrinación a la Meca de los resultados PISA. Para ver cómo lo hacen, qué saben que nosotros no sepamos y aprender de los mejores, a ver si mejoramos.

Si quieren averiguar cómo una excolonia que alcanza su independencia en 1965, con un nivel educativo propio de pescadores y cabreros, ha logrado ser el número uno del mundo en las últimas pruebas PISA, ya tienen a su disposición estudios, artículos y libros (destacaría Quince cartas desde Singapur, recién traducido al español en México). Si quieren saber qué hacen y cómo lo han logrado, ese es el camino.

 Por el contrario, yo voy a centrarme en lo que no saben o no hacen. No por adoptar un enfoque original sino porque, a lo mejor, ahí hay una clave que podría interesar.

No tienen Educación Infantil. Como suena. No gastan un céntimo en Infantil, ni invierten (que a los puristas no les gusta el verbo gastar cuando se trata de educación). Los chiquillos ingresan en el sistema educativo a los seis años sin saber hacer la O con un canuto malayo.

Podríamos preguntarnos si es que no saben que en el mundo en que vivimos la escuela debe hacer posible la conciliación asumiendo la educación de los chicos desde la cuna a la tumba. Parece que no, que no lo saben. En cambio, impulsan políticas como financiar la compra de vivienda si se realiza cerca del domicilio de los padres. Tienen estas gentes la idea de que si vives cerca de tus padres, les endosarás los chiquillos a los abuelos. Así, lo que se gasta en financiar viviendas, se ahorra en la costosísima Educación infantil que el Estado del Bienestar proporciona desde el destete. Y los niños cuidados con los abuelos resulta que duermen más, juegan más y no llegan a los seis años ya con estrés en varios idiomas y esas cosas.

Total que los niños llegan a Primaria sin saber nada, sólo jugar.

Y empiezan la Primaria donde tienen exámenes de verdad. Exigentes, con publicación de resultados (esto no falla en ninguno de los sistemas que mejoran, en ninguno), y con consecuencias académicas. No saben que esos exámenes aquí los llamaríamos reválidas, les echaríamos agua bendita, pactaríamos el fusilamiento preventivo de quien los defienda, y a otra cosa. Ellos no lo saben: en los primeros cursos de Primaria hacen, incluso, exámenes de 90 minutos.

La séptima de las cartas a Singapur lleva por título Observaciones de la decana de una escuela de educación porque la autora, Christine B. McCormick, de la Universidad de Massachusetts quiere que queden al descubierto las vergüenzas pedagógicas del sistema. ¿No saben ustedes, pregunta la decana, que un niño a estas edades es incapaz de mantener la atención durante 90 minutos? Es que adquieren la capacidad de atender durante 90 minutos precisamente haciendo exámenes como este, le responden los singapurenses. En la misma línea, la decana se escandaliza al descubrir que «usan las pruebas para evaluar el rendimiento de los alumnos y no la efectividad de los profesores». Al parecer no saben lo básico de pedagogía. Por eso hicieron lo que hicieron, los pobres.

Para Singapur la evaluación es clave. Fundamental para los alumnos y esencial para los profesores. El objetivo de la evaluación de los profesores es que ellos mismos sepan cuál es su posición y en qué necesitan mejorar. Lo de la posición tiene que ver con que los profesores disponen de una bien remunerada y clara carrera docente. En dos ámbitos: docente y ‘administrativa’. Hay una carrera clara, como digo, es decir los profesores saben que pueden seguir progresando mediante el aprendizaje (aprendizaje del que pueden rendir cuenta en evaluaciones suyas o de sus alumnos, y supervisados a pie de aula por profesores de nivel superior en la escala docente), pueden tener más mérito y, por tanto, aspirar a puestos mejores y sueldos superiores.

Tampoco tienen Atención a la Diversidad: ni practican la inclusividad ni el igualitarismo o, dicho en palabras ajenas a la jerga pedagógica: no pretenden educar a todos los alumnos por igual sino que procuran que cada uno desarrolle al máximo sus capacidades (no que llegue a la media nacional o al aurea mediocritas, que dicen los clásicos). Como no hay inclusividad, hay centros especializados, con profesores especializados en ayudar a desarrollar sus posibilidades a los alumnos con necesidades educativas especiales (ACNEES). Y en el resto del sistema, muy competitivo, muy exigente, cualquier profesor sabe lidiar perfectamente con alumnos con altas capacidades intelectuales. Como no saben que es contraproducente instruir separadamente a estos alumnos, no sólo el conjunto de los alumnos singapurenses obtiene la primera posición sino que los ACNEES de Singapur están un 70% por encima de los USA que, para no saber pedagogía, no está nada mal.

Otra cosa en la que se muestran escandalosamente ignorantes es en la cuestión de los ‘valores’. Transmiten valores, eso es inevitable, pero no lo hacen directamente, no forman parten de currículo alguno ni son el credo de ninguna religión. No adoctrinan, en definitiva. Los valores que transmiten son, digamos, transversales: competitividad, mérito, esfuerzo, superación, responsabilidad, transparencia. Y cosas así.

Ya lo decía Pennac: ¡Qué bien enseñábamos cuando no sabíamos pedagogía! Los de Singapur todavía no saben pedagogía. Saben lo que es la realidad que les espera a sus alumnos, saben de rendimiento de cuentas por su trabajo. Y los profesores saben su materia y la transmiten con eficacia.

Juegan para ganar. A lo mejor por eso ganan.

Fuente: http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/01/12/singapur-o-triunfar-idea/797059.html

Imagen: http://www.abc.es/Media/201312/08/exito-educativo-singapur–644×362.JPG

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Entre el monopolio y la eficacia.

Por: Manuel Ballester

Una de las características de nuestro mundo es la aspiración a un sistema educativo universal, igualitario, de calidad, progresista y, por supuesto, público y gratuito.

Un sistema así es un logro epocal, planetario. Un mito andante, que dicen los sabios. Y por eso, todas las gentes que se interesan por el asunto educativo al final lo que quieren es lo mejor; lo mejor para los alumnos, para los profesores, para la teoría y para la práctica, para la sociedad, en suma. Desde los que insisten en que hay que centrarse en instruir y dejar los valores para cada quien, hasta los que piensan que educar es hacer que las criaturas se empapen de valores por todos los poros; desde los que salen a manifestarse a la intemperie hasta los que se expresan en el aula; desde los partidarios de los deberes a los defensores de los derechos.

Como digo, todos dicen que quieren mejorar la educación. Ya lo escribió Aristóteles: que todos aspiran a lo bueno y lo mejor, pero no todos tienen la misma idea de qué es lo bueno. Como hoy a Aristóteles sólo lo lee AF y otros sabios, sólo nos queda aludir a una visión parcial, fragmentaria, de qué podría mejorar el sistema

 El sistema educativo en el que estamos se parece mucho a un monopolio. Con las ventajas e inconvenientes que tiene que un servicio sea acaparado por una sola empresa.

Y es que podría ocurrir que las directrices del monopolio educativo se desentiendan de los contenidos y propicien que los centros concentren valores y buenrollismo a granel. Y por eso mismo, podría ocurrir que haya una cierta resistencia a medir resultados (a ver cuánto saben los chiquillos). Claro que cuando a este monopolio le hacen un chequeo desde fuera (llámese PISA, evaluación de diagnóstico o PAU, no digamos ya una ‘reválida’) ahí se acaba el buenismo y no falta quien se pone nervioso y muestra su desazón.

Normal que desde esa perspectiva algunos no estén dispuestos a que un sistema de este tipo arruine la educación de sus hijos y busquen alternativas al sistema público. Y quienes están por la libertad, es decir, contra el monopolio, miran con interés en esa dirección. Porque cuando se rompe un monopolio ocurre que gana la antigua empresa acaparadora, ganan las nuevas empresas y ganan los clientes con mayor y mejor oferta. Lo que, hablando de educación, significa que si se rompiera el monopolio estatal en el ámbito educativo, todos ganamos: la educación pública saldría reforzada, habría una red privada sólida y, por tanto, habría mayor diversidad de centros y más libertad de elección para las familias.

Hasta donde sé, quienes han intentado mejorar el sistema rompiendo el monopolio estatal han transitado dos vías: la (inexistente) enseñanza privada y la llamada homeschooling.

La concertada de hoy no es privada. Financiada con el mismo dinero público y sometida a casi el mismo régimen de calidad, tiene escaso margen de maniobra. Miren si no la trifulca en la que andan un concertado madrileño con la lideresa del ala zapateril del PP: que dice el director que sus chiquitos sabrán hasta el último estándar del currículo pero por un quítame allá esas pajas de la educación en valores, está a un tris de perder el concierto, el dinero. Si le ocurre eso y no cierra, que todo podría pasar, entonces sí que será un centro privado. El resto, ni plantean la batalla por aquello de no morder la mano que les da de comer: el dinero público la mantienen cautiva y desarmada. No llega a ser la marca blanca del monopolio, pero por ahí le anda.

La concertada, no; pero la privada sí que podría romper el monopolio, enriquecer la oferta educativa. Pero esta enseñanza, dicen algunos, es carísima. Y lo es si hay que pagar un puesto en la pública (por lo de los impuestos) y otro en la privada, por cada hijo. Pero si miramos los números, a lo mejor es asequible para todos. ¿Cuánto cuesta un puesto escolar en la pública? A ver cuánto nos cuesta esa enseñanza gratis total ¿Qué pasaría si cada familia dispusiera libremente de esa cantidad para entregarla en el centro que considere que se adecua a sus intereses y expectativas? Esto, el denominado cheque escolar, haría posible un verdadero sistema de enseñanza privada que rompería el monopolio de la enseñanza pública y que, como todo monopolio, hunde el sector. Si la mano que le da de comer al centro fuese la de cada usuario, ¿no espabilaría cada centro para mejorar? Y al mismo coste.

Multiplicar los sistemas, la ley anti trust aplicada a la enseñanza, llevaría a que todos mejoren. Es el monopolio frente a la ley de la competencia.

No obstante hay gente que no confía en ningún sistema, tampoco en uno privado. Y decide asumir la tarea y la responsabilidad de educar e instruir a sus hijos. Algunos lo hacen porque no quieren que el sistema encorsete a sus hijos, porque piensan que es un error afirmar que todos deben empezar a escribir a la misma edad: la experiencia demuestra que no hay dos hermanos iguales y cada uno lleva su velocidad; parecen decir que si el sistema es igualitario, no tendrá calidad porque acelerará a unos y retrasará a otros aburriéndolos mortalmente. Eso sin entrar en los famosos valores, que a lo mejor también habría que tenerlos en cuenta.

El homeschooling aparece así como una apuesta valiente, una afirmación del individuo y la familia frente a un Estado que pretende orientarnos de la cuna a la tumba imponiendo ciertas maneras de ver y sentir el mundo, estableciendo qué es normal en el plano de las costumbres con la excusa de que va a instruir a los niños.

Fuente: http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2016/11/24/monopolio-eficacia/785337.html

Imagen: http://asesoresensoluciones.com/as/images/revista/mayo-junio-2016/monopolies3.jpg

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