Por: Manuel Ballester
Una de las características de nuestro mundo es la aspiración a un sistema educativo universal, igualitario, de calidad, progresista y, por supuesto, público y gratuito.
Un sistema así es un logro epocal, planetario. Un mito andante, que dicen los sabios. Y por eso, todas las gentes que se interesan por el asunto educativo al final lo que quieren es lo mejor; lo mejor para los alumnos, para los profesores, para la teoría y para la práctica, para la sociedad, en suma. Desde los que insisten en que hay que centrarse en instruir y dejar los valores para cada quien, hasta los que piensan que educar es hacer que las criaturas se empapen de valores por todos los poros; desde los que salen a manifestarse a la intemperie hasta los que se expresan en el aula; desde los partidarios de los deberes a los defensores de los derechos.
Como digo, todos dicen que quieren mejorar la educación. Ya lo escribió Aristóteles: que todos aspiran a lo bueno y lo mejor, pero no todos tienen la misma idea de qué es lo bueno. Como hoy a Aristóteles sólo lo lee AF y otros sabios, sólo nos queda aludir a una visión parcial, fragmentaria, de qué podría mejorar el sistema
Y es que podría ocurrir que las directrices del monopolio educativo se desentiendan de los contenidos y propicien que los centros concentren valores y buenrollismo a granel. Y por eso mismo, podría ocurrir que haya una cierta resistencia a medir resultados (a ver cuánto saben los chiquillos). Claro que cuando a este monopolio le hacen un chequeo desde fuera (llámese PISA, evaluación de diagnóstico o PAU, no digamos ya una ‘reválida’) ahí se acaba el buenismo y no falta quien se pone nervioso y muestra su desazón.
Normal que desde esa perspectiva algunos no estén dispuestos a que un sistema de este tipo arruine la educación de sus hijos y busquen alternativas al sistema público. Y quienes están por la libertad, es decir, contra el monopolio, miran con interés en esa dirección. Porque cuando se rompe un monopolio ocurre que gana la antigua empresa acaparadora, ganan las nuevas empresas y ganan los clientes con mayor y mejor oferta. Lo que, hablando de educación, significa que si se rompiera el monopolio estatal en el ámbito educativo, todos ganamos: la educación pública saldría reforzada, habría una red privada sólida y, por tanto, habría mayor diversidad de centros y más libertad de elección para las familias.
Hasta donde sé, quienes han intentado mejorar el sistema rompiendo el monopolio estatal han transitado dos vías: la (inexistente) enseñanza privada y la llamada homeschooling.
La concertada de hoy no es privada. Financiada con el mismo dinero público y sometida a casi el mismo régimen de calidad, tiene escaso margen de maniobra. Miren si no la trifulca en la que andan un concertado madrileño con la lideresa del ala zapateril del PP: que dice el director que sus chiquitos sabrán hasta el último estándar del currículo pero por un quítame allá esas pajas de la educación en valores, está a un tris de perder el concierto, el dinero. Si le ocurre eso y no cierra, que todo podría pasar, entonces sí que será un centro privado. El resto, ni plantean la batalla por aquello de no morder la mano que les da de comer: el dinero público la mantienen cautiva y desarmada. No llega a ser la marca blanca del monopolio, pero por ahí le anda.
La concertada, no; pero la privada sí que podría romper el monopolio, enriquecer la oferta educativa. Pero esta enseñanza, dicen algunos, es carísima. Y lo es si hay que pagar un puesto en la pública (por lo de los impuestos) y otro en la privada, por cada hijo. Pero si miramos los números, a lo mejor es asequible para todos. ¿Cuánto cuesta un puesto escolar en la pública? A ver cuánto nos cuesta esa enseñanza gratis total ¿Qué pasaría si cada familia dispusiera libremente de esa cantidad para entregarla en el centro que considere que se adecua a sus intereses y expectativas? Esto, el denominado cheque escolar, haría posible un verdadero sistema de enseñanza privada que rompería el monopolio de la enseñanza pública y que, como todo monopolio, hunde el sector. Si la mano que le da de comer al centro fuese la de cada usuario, ¿no espabilaría cada centro para mejorar? Y al mismo coste.
Multiplicar los sistemas, la ley anti trust aplicada a la enseñanza, llevaría a que todos mejoren. Es el monopolio frente a la ley de la competencia.
No obstante hay gente que no confía en ningún sistema, tampoco en uno privado. Y decide asumir la tarea y la responsabilidad de educar e instruir a sus hijos. Algunos lo hacen porque no quieren que el sistema encorsete a sus hijos, porque piensan que es un error afirmar que todos deben empezar a escribir a la misma edad: la experiencia demuestra que no hay dos hermanos iguales y cada uno lleva su velocidad; parecen decir que si el sistema es igualitario, no tendrá calidad porque acelerará a unos y retrasará a otros aburriéndolos mortalmente. Eso sin entrar en los famosos valores, que a lo mejor también habría que tenerlos en cuenta.
El homeschooling aparece así como una apuesta valiente, una afirmación del individuo y la familia frente a un Estado que pretende orientarnos de la cuna a la tumba imponiendo ciertas maneras de ver y sentir el mundo, estableciendo qué es normal en el plano de las costumbres con la excusa de que va a instruir a los niños.
Fuente: http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2016/11/24/monopolio-eficacia/785337.html
Imagen: http://asesoresensoluciones.com/as/images/revista/mayo-junio-2016/monopolies3.jpg