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Capitalismo digital, el nuevo rostro del antihumanismo corporativo

Por Javier Tolcachier

Como es sabido, el capitalismo atraviesa una acelerada fase de reconversión tecnológica, cuyo elemento principal es la digitalización.

El uso de grandes cantidades de datos, la inteligencia artificial, la multiplicación de plataformas en todas las áreas de actividad humana, el teletrabajo, el comercio digital, la computación en la nube, el entretenimiento online, la masiva aplicación de robótica en la producción y la internet de las cosas, son algunos de los factores visibles de esta nueva revolución industrial.

Si bien la conectividad a internet, que es el soporte básico de estas transformaciones, no alcanza todavía a toda la población, el crecimiento es rasante. Por ejemplo, en América Latina y el Caribe, una región extensa y de relativo retraso en infraestructura de telecomunicación en relación a Estados Unidos, Europa, Asia-Pacífico y Eurasia, la cantidad de personas conectadas a la red se ha duplicado entre 2010 y 2019, alcanzando a un 67%. También ha crecido la cobertura 4G y la velocidad de conexión. La mayor parte de las empresas ya están conectadas a internet, un alto número utiliza banca electrónica, utiliza la red en la cadena de aprovisionamiento y muchas han comenzado a desplegar canales de venta virtuales.

Esto nos habla de una tendencia irreversible: Estamos en pleno desarrollo de la era digital.1

Todo esto se aceleró en el transcurso de la pandemia. La presencia empresarial en internet, el comercio electrónico, el uso de plataformas de educación, el trabajo a distancia tuvieron un fuerte crecimiento. Con ello se acrecentó el poder concentrado de las corporaciones digitales. Para muestra, algunos datos: en el segundo trimestre de 2021 y en términos interanuales, Apple vendió un 50% más teléfonos Iphone, Amazon y Microsoft incrementaron sus utilidades también en un porcentaje similar, Facebook duplicó sus ganancias y Alphabet (propietaria de google) las multiplicó por 2,6. Lejos de quedar confinadas a sus negocios originales, estas corporaciones con casa matriz en los Estados Unidos han diversificado fuertemente sus intereses, abarcando la producción cinematográfica, medios de prensa, viajes espaciales, automóviles autónomos y realidad aumentada, entre muchos otros.

Muy preocupante, además de la concentración económica es la posición central de este tipo de empresas en el relato dominante, controlando las principales vías de comunicación en internet.

Por el contrario, la pobreza extrema que había mermado a nivel mundial en alrededor de 1% por año entre 1990 a 2015, y que ya venía desacelerando su descenso, vuelve a profundizarse. Uno de cada diez individuos en el planeta padece hambre y millones de personas son arrojados al desempleo y la precarización laboral.

En América Latina, el empleo en el sector de tecnologías de la información y la comunicación, que prometían compensar la pérdida de puestos de trabajo por automatización es proporcionalmente bajo y representa únicamente el 1,6% del empleo masculino. En el caso de las mujeres, una vez más discriminadas, esta participación es mucho menor, y corresponde solo al 0,9%. La diferencia entre los estratos poblacionales condiciona el derecho a la educación y profundiza las desigualdades socioeconómicas.

En síntesis, las supuestas ventajas de la economía digital no han aminorado la preexistente desigualdad sino que la profundizan.

¿Quienes son los beneficiarios?

Pese a que las caras conocidas (Zuckerberg, Bezos, Gates, Page, Brin o los herederos de Jobs) suelen ser socios mayoritarios de cada uno de los emporios digitales, estas empresas tienen como grandes accionistas a los principales fondos de inversión, es decir a la banca especulativa. Para ilustrar, más del 80% de las acciones de facebook están en manos de inversores institucionales, dentro de los cuales se encuentran los principales fondos de inversión (Vanguard Group, Black Rock, FMR, Price (T. Rowe) Associates, State Street Corp., etc.).

En el caso de Alphabet, el porcentaje accionario institucional es de un 67%, similar al paquete de Amazon (alrededor 60%) estando constituido por los mismos actores especulativos.

El contexto económico capitalista

La economía especulativa, lejos de haber disminuido luego de la explosión de la burbuja en 2007-2008, alcanza en la actualidad, aunque de difícil estimación, unas 20 veces el PIB mundial. La sobreacumulación de capital, la continuada emisión de monedas sin respaldo como el dólar, las bajas tasas de interés y como contraparte, la acumulación de deuda privada y pública, atizan el negocio especulativo.

La reinversión productiva continuó su descenso, reduciéndose la oferta de empleo formal para las grandes mayorías. Se calcula que en solo dos años (2017-2019) la inversión externa directa cayó a la mitad (2,7 a 1,4 billones).

En este contexto de parasitismo financiero, la economía digital se ofrece como inversión posible, buscando salir de la crisis de rentabilidad en la que está inmersa el capitalismo industrial desde hace ya varias décadas. Esta rentabilidad del ámbito digital se explica por motivos convergentes: entre ellos, el bajo monto de impuestos que asumen las empresas (localizadas formalmente en guaridas fiscales, sumado a la elusión impositiva de los estados nacionales donde operan), la poca representación sindical en el ámbito digital, la absorción de recursos intelectuales y financieros de investigación públicos, el uso de los datos personales como materia prima gratuita, la destrucción de la competencia o la desregulación de facto del entorno virtual.

Limitaciones físicas de la expansión capitalista

Por otra parte, el capitalismo en su búsqueda de crecimiento ilimitado, ha tocado límites físicos indiscutibles, produciendo fuertes desbalances en los ecosistemas vitales. Así, la digitalización y el extractivismo de bienes no tangibles como los datos, aparecen falsamente como parte de un nuevo ciclo de reconversión “verde” de la economía. Falsamente, porque el consumismo y la acumulación que conllevan sigue teniendo como base material a los recursos naturales finitos del planeta.

El negocio es planetario, la miseria local

Luego del ciclo de instalación neoliberal de la globalización, con la consecuente destrucción de los sistemas públicos y el debilitamiento de los estados nacionales, el mapa comercial ha quedado extendido al planeta entero, promoviendo escalas mundiales para los negocios. De este modo, las corporaciones aprovechan el potencial de un mercado planetario desde su habitual irresponsabilidad social, dejando que los estados se hagan cargo de administrar los problemas que aquellas dejan a su paso.

El panóptico global

El otro recurso fundamental del capitalismo digital es la información. De este modo, las corporaciones transnacionales han establecido un sistema de vigilancia e inteligencia globalizado, que aprovecha la intromisión de las plataformas digitales en la vida personal, obviamente con el fin de mantener ocupadas y controladas a las mayorías, objetivo que pese a todo, no logran.

La dependencia del Sur

Otro propósito en el desarrollo de un capitalismo digitalizado es el de mantener y profundizar las brechas tecnológicas entre el centro y las periferias mundiales y consecuentemente la dependencia del Sur global. Sin embargo, la OTAN digital comandada por Estados Unidos, con sus socios menores Europa y Japón, tiene hoy su contraparte en una Muralla china digital, la que ha logrado superar parcialmente, al igual que varios de sus vecinos asiáticos la situación de subdesarrollo tecnológico predominante anteriormente.

Aún así, las enormes desigualdades continúan subsistiendo. Según la CEPAL, mientras el índice de desarrollo de las industrias digitales (compuesto por factores mixtos2) en Estados Unidos es de un 43%, en Europa Occidental de un 36%, en América Latina y el Caribe, África y Asia Pacífico, este alcanza un 18%.

Por otro lado, la infraestructura continúa teniendo las trazas imperiales de sus inicios. Cuatro de los 13 servidores raíz de la internet (DNS) permanecen en suelo estadounidense y 10 de ellos son controlados por empresas, universidades o instituciones militares o estatales de los Estados Unidos. Además, el inglés continúa siendo el idioma utilizado para sus protocolos, lenguajes de programación y cada una de las partes constitutivas de la internet.

De este modo, el capitalismo digital es la nueva cara del colonialismo, cumpliendo a la perfección la función de penetración no solo económica, sino también cultural y militar, propia del imperialismo.

La captura corporativa del sistema de relaciones internacionales

Desde hace ya un tiempo, las corporaciones y un gran número de ONG’s vienen interviniendo en instancias y organismos multilaterales en aspectos teóricamente reservados a los Estados y sus gobiernos. Esto es particularmente cierto en el ámbito digital, cuya gobernanza está en manos de un sistema multisectorial, o de “múltiples partes interesadas”. Los involucrados son la comunidad técnica, el sector privado conformado por empresas, los gobiernos, la academia, y las así llamadas organizaciones de la sociedad civil (u organizaciones no gubernamentales), en algunos casos financiadas parcial- o totalmente por las mismas transnacionales para operar públicamente a favor de su discurso.

La influencia privada, que carece de toda legitimación democrática, amenaza con cooptar el sistema político de relaciones internacionales a través de una estrategia que responde con precisión a los lineamientos del Foro Económico Mundial (Davos). Bajo el manto del término «cooperación digital», esta iniciativa podría abrir el camino a la elaboración de políticas vinculantes, a través de la conversión de un organismo de consultas de múltiples partes interesadas en uno de «gobernanza multipartita».

Dicho organismo de alto nivel está siendo impulsado a través de un proceso lanzado desde la misma Secretaría General de Naciones Unidas, que recoge como fundamento las recomendaciones de un Panel de Alto Nivel sobre la Cooperación Digital constituido con el mismo sistema multipartito anterior y cuya vicepresidencia es significativamente ostentada por Melinda Gates de la Fundación homónima y Jack Ma, fundador de la corporación china Ali Baba.

Es ostensible que si las corporaciones obtienen influencia decisiva sobre las normas y reglas que rigen los espacios digitales, poco podrá hacerse para regularlos desde el interés de los pueblos. Además, en la medida en que la digitalización avance aun más sobre cada área de actividad humana, la influencia empresarial se proyectará sobre éstas, como hoy ya sucede en los ámbitos de la alimentación, el comercio digital o el conflicto medioambiental, por solo citar algunos ejemplos.

Corolario

Mientras la digitalización y el poder corporativo avanzan, las instituciones estatales y los movimientos sociales reaccionan a estas nuevas realidades con relativa lentitud, sin lograr anticiparse a escenarios futuros. Lo que está claro, es que el poder de una parte sobre el todo, no va a solucionar ninguno de los problemas de las grandes mayorías.

De este modo, es fundamental instalar la problemática digital como bandera de lucha de los pueblos, sensibilizar adecuadamente sobre sus impactos, aclarar posturas políticas colectivas en los movimientos para darle anclaje territorial y exigir nuevos derechos en las políticas públicas acordes al nuevo escenario.

La cuestión ha rebasado ampliamente la esfera del activismo digital. Es imprescindible que la ciudadanía tome cartas en el asunto. Se trata del futuro común.

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza. https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/46766/S2000991_es.pdf

2 El índice de desarrollo de industrias digitales se compone de: 1) el peso económico de las industrias digitales (medido en términos de la suma de ventas brutas de las industrias digitales y de telecomunicaciones y el gasto de la economía en software) en relación al producto interno bruto; 2) la penetración de conexiones del Internet de las Cosas (entendido como indicador del despliegue de aplicaciones verticales); 3) el nivel de exportaciones de productos y servicios de alta tecnología, y 4) la producción local de contenido.

https://rebelion.org/capitalismo-digital-el-nuevo-rostro-del-antihumanismo-corporativo/

 

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Capitalismo digital, el nuevo rostro del antihumanismo corporativo

Por: Javier Tolcachier

Pese a que personas como Zuckerberg, Bezos, Gates, Page, Brin o los herederos de Jobs suelen ser socios mayoritarios de cada uno de los emporios digitales, los grandes accionistas son los principales fondos de inversión.

Como es sabido, el capitalismo atraviesa una acelerada fase de reconversión tecnológica, cuyo elemento principal es la digitalización. El uso de grandes cantidades de datos, la inteligencia artificial, la multiplicación de plataformas en todas las áreas de actividad humana, el teletrabajo, el comercio digital, la computación en la nube, el entretenimiento online, la masiva aplicación de robótica en la producción y la internet de las cosas, son algunos de los factores visibles de esta nueva revolución industrial.

 

Si bien la conectividad a internet, que es el soporte básico de estas transformaciones, no alcanza todavía a toda la población, el crecimiento es rasante. Por ejemplo, en América Latina y el Caribe, una región extensa y de relativo retraso en infraestructura de telecomunicación en relación a Estados Unidos, Europa, Asia-Pacífico y Eurasia, la cantidad de personas conectadas a la red se ha duplicado entre 2010 y 2019, alcanzando a un 67%. También ha crecido la cobertura 4G y la velocidad de conexión. La mayor parte de las empresas ya están conectadas a internet, un alto número utiliza banca electrónica y la red en la cadena de aprovisionamiento y muchas han comenzado a desplegar canales de venta virtuales.

 

Esto nos habla de una tendencia irreversible: estamos en pleno desarrollo de la era digital.1

 

Todo esto se aceleró en el transcurso de la pandemia. La presencia empresarial en internet, el comercio electrónico, el uso de plataformas de educación, el trabajo a distancia tuvieron un fuerte crecimiento. Con ello se acrecentó el poder concentrado de las corporaciones digitales. Para muestra, algunos datos: en el segundo trimestre de 2021 y en términos interanuales, Apple vendió un 50% más teléfonos Iphone, Amazon y Microsoft incrementaron sus utilidades también en un porcentaje similar, Facebook duplicó sus ganancias y Alphabet (propietaria de google) las multiplicó por 2,6. Lejos de quedar confinadas a sus negocios originales, estas corporaciones con casa matriz en los Estados Unidos han diversificado fuertemente sus intereses, abarcando la producción cinematográfica, medios de prensa, viajes espaciales, automóviles autónomos y realidad aumentada, entre muchos otros.

 

Muy preocupante, además de la concentración económica es la posición central de este tipo de empresas en el relato dominante, controlando las principales vías de comunicación en internet.

 

Por el contrario, la pobreza extrema que había mermado a nivel mundial en alrededor de 1% por año entre 1990 a 2015, y que ya venía desacelerando su descenso, vuelve a profundizarse. Uno de cada diez individuos en el planeta padece hambre y millones de personas son arrojados al desempleo y la precarización laboral.

 

En América Latina, el empleo en el sector de tecnologías de la información y la comunicación, que prometían compensar la pérdida de puestos de trabajo por automatización es proporcionalmente bajo y representa únicamente el 1,6% del empleo masculino. En el caso de las mujeres, una vez más discriminadas, esta participación es mucho menor, y corresponde solo al 0,9%. La diferencia entre los estratos poblacionales condiciona el derecho a la educación y profundiza las desigualdades socioeconómicas.

 

En síntesis, las supuestas ventajas de la economía digital no han aminorado la preexistente desigualdad sino que la profundizan.

 

¿Quienes son los beneficiarios?

 

Pese a que las caras conocidas (Zuckerberg, Bezos, Gates, Page, Brin o los herederos de Jobs) suelen ser socios mayoritarios de cada uno de los emporios digitales, estas empresas tienen como grandes accionistas a los principales fondos de inversión, es decir a la banca especulativa. Para ilustrar, más del 80% de las acciones de Facebook están en manos de inversores institucionales, dentro de los cuales se encuentran los principales fondos de inversión (Vanguard Group, Black Rock, FMR, Price -T. Rowe- Associates, State Street Corp., etc).

 

En el caso de Alphabet, el porcentaje accionario institucional es de un 67%, similar al paquete de Amazon (alrededor 60%) estando constituido por los mismos actores especulativos.

 

El contexto económico capitalista

 

La economía especulativa, lejos de haber disminuido luego de la explosión de la burbuja en 2007-2008, alcanza en la actualidad, aunque de difícil estimación, unas 20 veces el PIB mundial. La sobreacumulación de capital, la continuada emisión de monedas sin respaldo como el dólar, las bajas tasas de interés y como contraparte, la acumulación de deuda privada y pública, atizan el negocio especulativo.

 

La reinversión productiva continuó su descenso, reduciéndose la oferta de empleo formal para las grandes mayorías. Se calcula que en solo dos años (2017-2019) la inversión externa directa cayó a la mitad (2,7 a 1,4 billones).

 

En este contexto de parasitismo financiero, la economía digital se ofrece como inversión posible, buscando salir de la crisis de rentabilidad en la que está inmersa el capitalismo industrial desde hace ya varias décadas. Esta rentabilidad del ámbito digital se explica por motivos convergentes: entre ellos, el bajo monto de impuestos que asumen las empresas (localizadas formalmente en guaridas fiscales, sumado a la elusión impositiva de los estados nacionales donde operan), la poca representación sindical en el ámbito digital, la absorción de recursos intelectuales y financieros de investigación públicos, el uso de los datos personales como materia prima gratuita, la destrucción de la competencia o la desregulación de facto del entorno virtual.

 

Limitaciones físicas de la expansión capitalista

 

Por otra parte, el capitalismo en su búsqueda de crecimiento ilimitado, ha tocado límites físicos indiscutibles, produciendo fuertes desbalances en los ecosistemas vitales. Así, la digitalización y el extractivismo de bienes no tangibles como los datos, aparecen falsamente como parte de un nuevo ciclo de reconversión “verde” de la economía. Falsamente, porque el consumismo y la acumulación que conllevan sigue teniendo como base material a los recursos naturales finitos del planeta.

 

El negocio es planetario, la miseria local

 

Luego del ciclo de instalación neoliberal de la globalización, con la consecuente destrucción de los sistemas públicos y el debilitamiento de los estados nacionales, el mapa comercial ha quedado extendido al planeta entero, promoviendo escalas mundiales para los negocios. De este modo, las corporaciones aprovechan el potencial de un mercado planetario desde su habitual irresponsabilidad social, dejando que los estados se hagan cargo de administrar los problemas que aquellas dejan a su paso.

 

El panóptico global

 

El otro recurso fundamental del capitalismo digital es la información. De este modo, las corporaciones transnacionales han establecido un sistema de vigilancia e inteligencia globalizado, que aprovecha la intromisión de las plataformas digitales en la vida personal, obviamente con el fin de mantener ocupadas y controladas a las mayorías, objetivo que pese a todo, no logran.

 

La dependencia del Sur

 

Otro propósito en el desarrollo de un capitalismo digitalizado es el de mantener y profundizar las brechas tecnológicas entre el centro y las periferias mundiales y consecuentemente la dependencia del Sur global. Sin embargo, la OTAN digital comandada por Estados Unidos, con sus socios menores Europa y Japón, tiene hoy su contraparte en una Muralla china digital, la que ha logrado superar parcialmente, al igual que varios de sus vecinos asiáticos, la situación de subdesarrollo tecnológico predominante anteriormente.

 

Aún así, las enormes desigualdades continúan subsistiendo. Según la CEPAL, mientras el índice de desarrollo de las industrias digitales (compuesto por factores mixtos2) en Estados Unidos es de un 43%, en Europa Occidental de un 36%, en América Latina y el Caribe, África y Asia Pacífico, este alcanza un 18%.

 

Por otro lado, la infraestructura continúa teniendo las trazas imperiales de sus inicios. Cuatro de los 13 servidores raíz de la internet (DNS) permanecen en suelo estadounidense y 10 de ellos son controlados por empresas, universidades o instituciones militares o estatales de los Estados Unidos. Además, el inglés continúa siendo el idioma utilizado para sus protocolos, lenguajes de programación y cada una de las partes constitutivas de la internet.

 

De este modo, el capitalismo digital es la nueva cara del colonialismo, cumpliendo a la perfección la función de penetración no solo económica, sino también cultural y militar, propia del imperialismo.

 

La captura corporativa del sistema de relaciones internacionales

 

Desde hace ya un tiempo, las corporaciones y un gran número de ONG’s vienen interviniendo en instancias y organismos multilaterales en aspectos teóricamente reservados a los Estados y sus gobiernos. Esto es particularmente cierto en el ámbito digital, cuya gobernanza está en manos de un sistema multisectorial, o de “múltiples partes interesadas”. Los involucrados son la comunidad técnica, el sector privado conformado por empresas, los gobiernos, la academia, y las así llamadas organizaciones de la sociedad civil (u organizaciones no gubernamentales), en algunos casos financiadas parcial- o totalmente por las mismas transnacionales para operar públicamente a favor de su discurso.

 

La influencia privada, que carece de toda legitimación democrática, amenaza con cooptar el sistema político de relaciones internacionales a través de una estrategia que responde con precisión a los lineamientos del Foro Económico Mundial (Davos). Bajo el manto del término «cooperación digital», esta iniciativa podría abrir el camino a la elaboración de políticas vinculantes, a través de la conversión de un organismo de consultas de múltiples partes interesadas en uno de «gobernanza multipartita».

 

Dicho organismo de alto nivel está siendo impulsado a través de un proceso lanzado desde la misma Secretaría General de Naciones Unidas, que recoge como fundamento las recomendaciones de un Panel de Alto Nivel sobre la Cooperación Digital constituido con el mismo sistema multipartito anterior y cuya vicepresidencia es significativamente ostentada por Melinda Gates de la Fundación homónima y Jack Ma, fundador de la corporación china Ali Baba.

 

Es ostensible que si las corporaciones obtienen influencia decisiva sobre las normas y reglas que rigen los espacios digitales, poco podrá hacerse para regularlos desde el interés de los pueblos. Además, en la medida en que la digitalización avance aun más sobre cada área de actividad humana, la influencia empresarial se proyectará sobre éstas, como hoy ya sucede en los ámbitos de la alimentación, el comercio digital o el conflicto medioambiental, por solo citar algunos ejemplos.

 

Corolario

 

Mientras la digitalización y el poder corporativo avanzan, las instituciones estatales y los movimientos sociales reaccionan a estas nuevas realidades con relativa lentitud, sin lograr anticiparse a escenarios futuros. Lo que está clar, es que el poder de una parte sobre el todo no va a solucionar ninguno de los problemas de las grandes mayorías.

 

De este modo, es fundamental instalar la problemática digital como bandera de lucha de los pueblos, sensibilizar adecuadamente sobre sus impactos, aclarar posturas políticas colectivas en los movimientos para darle anclaje territorial y exigir nuevos derechos en las políticas públicas acordes al nuevo escenario.

 

La cuestión ha rebasado ampliamente la esfera del activismo digital. Es imprescindible que la ciudadanía tome cartas en el asunto. Se trata del futuro común.

 

Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

 

https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/46766/S2000991_es.pdf

 

2 El índice de desarrollo de industrias digitales se compone de: 1) el peso económico de las industrias digitales (medido en términos de la suma de ventas brutas de las industrias digitales y de telecomunicaciones y el gasto de la economía en software) en relación al producto interno bruto; 2) la penetración de conexiones del Internet de las Cosas (entendido como indicador del despliegue de aplicaciones verticales); 3) el nivel de exportaciones de productos y servicios de alta tecnología, y 4) la producción local de contenido.

Fuente de la información e imagen: www.alainet.org/

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Runasur: Un proyecto de cohesión en un mundo fragmentado

Por: Javier Tolcachorritos

Como expresión del signo de los tiempos, parece haber llegado el momento de un proyecto refundacional y revolucionario: el de la América Plurinacional.

«Vivamos como hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación de los españoles, criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen»Túpac Amaru

“No existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo» Víctor Hugo

La idea de la unidad latinoamericana se enarboló reiteradamente en el transcurso de las primeras independencias americanas.

Denominaciones como la Nación Sudamericana de Artigas,  la sanmartiniana Unión de los tres estados independientes,  la Gran Confederación de la América Meridional de O´Higgins, el nuestroamericanismo de Martí, la Confederación desde Tierra del Fuego hasta el Missisipi soñada por Miranda, la Dieta soberana de Sud América del chileno Juan Egaña, la Federación general entre Estados Hispanoaméricanos de Monteagudo, la Confederación colombiana del portorriqueño Eugenio María de Hostos o el proyecto anfictiónico bolivariano de una liga confederada de naciones soberanas, nutrieron el ideario de los patriotas desde los albores de la lucha emancipadora y posterior construcción poscolonial.

Sin embargo, los sectores sometidos, esclavos, indios o mulatos, nunca fueron considerados en paridad de condiciones como parte de esos proyectos, con la excepción de la revolución haitiana, precursora de la liberación de la colonia y su esclavismo connatural.

“La oligarquía americana satisfecha de sí misma, libresca y orgullosa, ociosa y voluble, deseaba una revolución a la girondina, como Miranda, y mientras leía a los hombres de la Enciclopedia y declamaba los Derechos del Hombre, sus esclavos trabajaban en las ricas plantaciones pues «el sudor del esclavo daba para todo», describe Joaquín Posada Gutiérrez en sus “Memorias histórico-políticas con precisión aquella contradicción fundacional de NuestrAmérica” [1]

Jorge Abelardo Ramos relata en su Historia de la Nación Latinoamericana que el mismo Bolívar, durante la Segunda República de Venezuela, sufriría la derrota a manos de las fuerzas llaneras favorables al régimen realista, que estaban mayoritariamente constituidas por los desposeídos, mientras las tropas de la Independencia eran conformadas por criollos y mantuanos blancos.

Recién en 1816, el Libertador engrosaría el Ejército Patriota con negros, pardos e indios mediante un Decreto de Abolición de la Esclavitud, promesa hecha al general haitiano Alexander Petion en virtud del apoyo dado por aquel a la causa independentista. Aún así, la esclavitud y las distintas formas de servidumbre todavía trazarían los destinos de miles de hombres y mujeres en las nacientes naciones americanas durante varias décadas más, cementando la condición de inequidad y la inexistencia de fraternidad en las nacientes repúblicas.

Muy poco cambio hubo para las mayorías durante las plutocracias que luego asentaron su dominio continental, situación que mejoraría recién con el triunfo de gobiernos revolucionarios o nacionalistas. Sin embargo, las contrarrevoluciones capitalistas manejadas por la nueva potencia imperial, los Estados Unidos, se esforzarían una y otra vez en derrumbar los incipientes brotes de ascenso social y lazos de soberanía tejidos al sur del río Bravo.

Para disciplinar la política exterior de la región y dirigir todo intento de integración al alero de sus intereses, surgió en 1948 la Organización de Estados Americanos como brazo diplomático tutelado y financiado por el Águila norteamericana, la que además desde 1963 patrulla y vigila militarmente con su Comando Sur la región, en una política por completo reñida con la retórica de libertad y autodeterminación.

Este imperialismo, por algunas décadas en la cima de su poder, lograría frenar el impulso de liberación de los sectores populares y su influencia efectiva en los acontecimientos mediante múltiples operaciones de intrusión social, política, económica, mediática y judicial.

Ni siquiera en el nuevo milenio, en las más recientes construcciones de integración soberana como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de  Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), animadas sin duda por un carácter progresista, emancipador, cooperativo y solidario, encontraría la base social un espacio de protagonismo decisivo.

Imbuidas del esquema estatocéntrico de relaciones internacionales aun vigente, las orgánicas integradoras continuaron atribuyendo el espacio central a los poderes establecidos del Estado, poniendo el acento en cumbres presidenciales, consejos de ministros o parlamentos interestatales. El impulso militante de la Patria Grande – algo menos “patricia” y un poco más plebeya – permaneció vivo en las organizaciones sociales, haciéndose sentir en cumbres paralelas o en algunos foros de participación ciudadana, aunque desconectado en la práctica del sentir y la vivencia cotidiana de amplias capas de la población.

Aunque creció la calidad popular de los representantes, emergiendo liderazgos hasta entonces excluidos de origen indígena, obrero y de género femenino, el tema de la real inclusión social y política de los sectores subalternos se fue abriendo paso con mucha lentitud y la unidad latinoamericana como horizonte de una nueva y definitiva independencia no llegó sino a permear al conjunto social de manera superficial.

Ahora, como expresión del signo de los tiempos, parece haber llegado el momento de un proyecto refundacional y revolucionario: el de la América Plurinacional, de la unidad incluyente y convergente de las múltiples identidades, con justicia social, sin discriminación, y sobre todo, con la participación protagónica de los sectores sociales, único fundamento posible de una integración trascendente. Su nombre es Runasur.

Runasur

Runasur, conjugación del vocablo quechua runa, ser humano / pueblo con UNASUR o UNASUR de los Pueblos, ha sido definida como un mecanismo de integración plurinacional entre los pueblos indígenas, afrodescendientes, movimientos sociales, territoriales y sindicales, para resolver la deuda histórica con los pueblos de la región.

El naciente conglomerado constituye una construcción eminentemente política de emancipación para reparar la ignominia de la explotación, discriminación y exclusión de siglos con el objetivo de construir una América Plurinacional con igualdad en la diversidad.

Si bien RUNASUR es en esencia un proyecto autoconvocado, éste toma impulso a partir de la decidida iniciativa de Evo Morales Ayma y las organizaciones de pueblos indígena-campesino-originarios de Bolivia, centrales sindicales como la CTA Autónoma y otras organizaciones populares de Argentina, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y movimientos territoriales de Venezuela.

El primer hito fue el “Encuentro de los Pueblos y Organizaciones del Abya Yala hacia la construcción de una América Plurinacional”, que tuvo lugar el 18 y 19 de Diciembre de 2020 en San Benito, Cochabamba, en la sede entonces proyectada para albergar el parlamento de la UNASUR.

A partir de entonces, se mandató a una Comisión Técnica cuya misión fue elaborar una primera propuesta de lineamientos orgánicos a través de sucesivas reuniones virtuales y una primera reunión presencial en Abril de este año.

Posteriormente, el lunes 2 de Agosto, el mismo Evo dio a conocer el Decálogo de RUNASUR, documento que contiene los principios orientadores de la articulación.

El Decálogo de Runasur 

Entre los principales puntos del flamante decálogo se encuentra la lucha contra toda forma de dominación, contra la injerencia y el racismo para defender la autodeterminación de los pueblos, con la proa puesta hacia la descolonización y despatriarcalización.

El fortalecimiento de la democracia en sus diversas formas, el respeto a los Derechos Humanos individuales pero también los colectivos y la refundación constituyente de los Estados republicanos colocando como primario al Ser Humano y la Naturaleza son definiciones de un profundo calado contenidas en el documento.

La integración para la liberación y una libertad de expresión que exprese la voluntad emancipadora de los pueblos constituyen otros principios del texto difundido, que reafirma con fuerza la plurinacionalidad, la pluriculturalidad y el plurilinguismo como bases de la unidad en la diversidad y del reencuentro de originarios milenarios y contemporáneos. “Somos pueblos diversos; los conocimientos, la sabiduría ancestral y la identidad de nuestros pueblos son nuestra riqueza”, expresa.

Garantizar la Paz, rechazar el intervencionismo y el capitalismo como modelo consumista y depredador de la Madre Tierra, desarrollar un nuevo modelo Económico Social y Plural desde el paradigma del Buen Vivir, constituyen referencias claras del profundo carácter transformador y revolucionario de la propuesta.

Ante la desunión y fragmentación, unidad y cohesión en la diversidad

En un entorno de acelerados cambios, han crecido la inestabilidad y la incertidumbre. Los lazos sociales que encontraban asidero en un modo de producción y organización se han tornado volátiles, tendencia acentuada por el creciente desplazamiento de la ruralidad a las urbes con el correlato de fragmentación familiar sumado al azote despiadado de la ideología individualista, que terminó de desgarrar el tejido social.

En este contexto de fragmentación y creciente faccionalismo, la evidente necesidad de unidad de las fuerzas progresistas para dejar atrás la barbarie capitalista se predicó, pero tuvo enormes dificultades para ser practicada.

Ante el fracaso del futuro, resurgieron con fuerza antiguas identidades como signo de comunidad, una suerte de madero de vinculación al cual aferrarse en el naufragio de la soledad y la atomización. Afloraron entonces con toda su potencia hábitos y visiones del mundo que fueron objeto de la opresión de colonizadores violentos e inquisidores del espíritu, que saquearon y pretendieron prolongar el Medioevo y la tiranía absolutista en estas tierras, ante su evidente decadencia en la Europa natal.

Sin embargo, la reafirmación identitaria trajo en muchos lugares también la diferenciación acérrima, la distancia, la ruptura, el secesionimo, la discriminación y el odio al diferente.

De este modo, en un planeta totalmente conectado, en el que todas las culturas de la tierra están ya en contacto, pero en el que priman las corrientes de disgregación, en donde las fuerzas centrífugas y el separatismo dividen, RUNASUR aparece como un claro esfuerzo de articulación y ligazón de la diversidad, como proyecto de nueva comunidad pluricultural e intercultural.

Frente a las absurdas pretensiones neocolonialistas de instalar una cultura imperial única pregonando, una vez más, su supuesta supremacía, se levantan con RUNASUR las culturas oprimidas reclamando su justo lugar en la historia.

En camino hacia una América y un mundo Plurinacional, de iguales derechos y oportunidades para todas y todos, con rumbo hacia una Nación Humana Universal, Runasur representa una clara y novedosa propuesta de cohesión de lo diverso, de participación real, un salto al futuro, una oportunidad de dejar atrás la desigualdad, la destrucción del hogar común y de construir un horizonte humanista.

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en la agencia internacional de noticias Pressenza.


[1] Joaquin Posada Gutierrez, Memorias historico-politicas, T. I, Imprenta Nacional, Bogota, 1929, p. 196. Citado por Jorge Abelardo Ramos en Historia de la Nación Latinoamericana, pág. 151 Attachments area

Runasur: Un proyecto de cohesión en un mundo fragmentado

 

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Plataformas digitales corporativas: La censura como programa

Por: Javier Tolcachier

Es preciso considerar a estas corporaciones digitales como poderes hiperconcentrados que impiden o dificultan la libre circulación de las ideas, sobre todo, aquellas que no promueven el orden capitalista, ni el factor lucro como motivación de vida.

La expansión de internet permitió en pocos años establecer una conexión mundial instantánea,  bajo la premisa de contar con un dispositivo apto y con alguna modalidad de acceso.

Además de alimentar el mercado de la infraestructura y la producción de aparatos, el nuevo universo telemático se llenó rápidamente de mediaciones. Un decadente capitalismo avistó en ello el potencial de nuevas rentabilidades y la reinvención del sistema por vía tecnológica.

La tan mentada (y falaz) “libre competencia” cedió rápidamente el lugar a posiciones monopólicas de grandes emporios tecnológicos.

Lo que prometía ser un modelo de facilitación de la comunicación global, de incentivo a la participación descentralizada, de acceso irrestricto al conocimiento acumulado por la humanidad, derivó en una mercantilización cada vez más veloz de todo resquicio de actividad social pública o privada.

Entre los espacios claves, las plataformas transnacionales autodenominadas ‘redes sociales’ conquistaron un rol preeminente, adquiriendo una centralidad desmedida en la disputa política.

¿Aumentó con ello la libertad de expresión? ¿Se profundizó la democracia? ¿O más bien, en nombre de aquéllas, se instaló un sofisticado aparato de censura global al pensamiento crítico y emancipador?

Censura explícita

Todas las redes hegemónicas tienen políticas de contenido o “normas comunitarias”, que de unas pocas recomendaciones iniciales llegaron en la actualidad a conformar verdaderos corpus de valoración de lo que se publica en ellas.

Si bien la mayor parte de estas disposiciones pueden ser consideradas pilares éticos razonables, como el rechazo a la violencia, al crimen, la discriminación o al abuso y la pornografía infantil, la discrecionalidad absoluta que se arrogan las empresas en su interpretación, convierte a estas normas en censura de hecho.

David Kaye, Relator Especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, señalaba con relación a la moderación sobre contenido en línea en su informe en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (Abril 2018):

La vaguedad de las políticas relativas al acoso y el discurso de odio ha dado lugar a denuncias de una aplicación incoherente de esas políticas que perjudica a las minorías, al tiempo que refuerza la situación de los grupos dominantes o poderosos. Los usuarios y la sociedad civil informan de actos de violencia y abuso contra la mujer, incluidas las amenazas físicas, los comentarios misóginos, la publicación de imágenes íntimas falsas o sin consentimiento y la publicación de información personal confidencial; las amenazas de agresión contra los grupos políticamente marginados, las razas y las castas minoritarias y los grupos étnicos que sufren persecución violenta; y los abusos dirigidos contra los refugiados, los migrantes y los solicitantes de asilo. Al mismo tiempo, las plataformas habrían reprimido el activismo en favor de las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero y asexuadas; la contestación contra los Gobiernos represivos; la denuncia de la depuración étnica; y las críticas de los fenómenos y las estructuras de poder de naturaleza racista”.[1]

Es probable que la presión pública e institucional sobre la arbitrariedad en las suspensiones, cierres de cuentas, reducción de ‘seguidores’ y la opacidad en la eliminación de contenidos haya forzado a las empresas a ampliar y detallar con algo más de precisión sus lineamientos sobre la exclusión de mensajes, páginas o grupos.

Sin embargo, una breve revisión y un análisis más profundo permite comprobar que dichas explicaciones no se ajustan del todo a la realidad.

Censura semi-oculta

A fin de identificar elementos no acordes con su línea editorial en medio de un gran volumen de publicaciones, todas las empresas han recurrido a la automatización. Algunas herramientas utilizadas a este fin son los filtros de palabras, la detección de mensajes basura, los algoritmos de comparación criptográfica y el procesamiento del lenguaje natural.

Estas metodologías se extienden cada día más y son también requeridas por los gobiernos para sus propios fines de prohibición. Sin embargo, el artilugio -que promete resultados con una exactitud cuasi mágica- es en sí limitado y falible, pudiendo facilitar entre otros errores de percepción la censura excesiva de grupos ya marginalizados y la aplicación sesgada de las leyes nacionales y las condiciones de servicio de las mismas plataformas, como indica un documento del Center for Democracy and Technology.[2]

De estas imperfecciones técnicas ha derivado la práctica de contratar cada vez más trabajadores de “moderación de contenido comunitario” (“CCM workers”, por su abreviación en inglés) para acabar la ingrata tarea. La existencia de estos trabajadores y la necesidad de su labor en la cadena de producción de los social media, señala Sarah T. Roberts, “rompe con los mitos confortables sobre el Internet como un espacio de relaciones uno a uno entre el usuario y la plataforma.”

Para la académica, “estas decisiones pueden girar de cara a la base de usuarios, alrededor de la libertad de expresión, pero en medios y plataformas comerciales estos principios son siempre contrabalanceados por un propósito de lucro.” A lo que agrega contundentemente: “En términos simples, la decisión sobre lo que queda y lo que debe bajarse, será a cierto nivel, un asunto monetario”. [3]

Plataformas como Facebook cuentan con unos 15000 revisores de contenido, en su inmensa mayoría tercerizados. Otras fuentes, como el Washington Post, sitúan la cifra en 30000. Unos 10000 trabajadores escrutan Youtube y otros productos de Google (propiedad de Alphabet Inc.). En el caso de Twitter el número de moderadores se reduce a unos 1500.[4] TikTok, por su parte cuenta con unos 10000, muchos de ellos anteriormente activos en Facebook, provenientes de las firmas de outsourcing Accenture, CPL, Hays o Voxpro, según apunta la cadena estadounidense CNBC.

A estas normas de restricción, se suman numerosos pedidos por parte de gobiernos de bloquear geográficamente (“geoblocking”, en la jerga) determinados contenidos o a individuos o grupos específicos, a lo que las plataformas han dado respuestas que tanto gobiernos como organizaciones activistas consideran sumamente insatisfactorias.

Facebook, sobre todo, pero también Google y Twitter han sido objeto de fuertes críticas y gran cantidad de reclamos por entorpecer la labor de activistas, periodistas o defensores de derechos humanos, en varias ocasiones en connivencia con gobiernos represores.

En la segunda Conferencia de Moderación de Contenido a escala, que tuvo lugar en Mayo de 2018  en Washington (EUA), defensores del derecho a la libre expresión en línea sugirieron tres principios básicos como paso inicial para garantizar transparencia, ecuanimidad y respeto a los derechos básicos de los usuarios: la publicación regular de la cifra de posteos eliminados y cuentas suspendidas o canceladas, la notificación al usuario sobre el motivo específico de la remoción de contenido o la suspensión de cuenta y la posibilidad de establecer un proceso de apelación por parte del usuario.[5]

Lógica censora

Sin embargo, más allá de los esfuerzos públicos de todas las plataformas por mostrarse anuentes a las exigencias comentadas, la lógica censora de estas redes digitales se encuentra incrustada en los modelos matemáticos que rigen la alimentación de contenido.

Las sucesivas capas de los respectivos sistemas de aprendizaje automático (‘Machine o Deep Learning’), a través de las cuales se procesa una gran cantidad de datos previamente extraídos de la actividad de cada usuario, son las que definen qué se le muestra y qué se oculta o se coloca en posiciones de ínfima visibilidad.

A pesar de que estos algoritmos van cambiando frecuentemente, es posible establecer algunas generalidades a partir de la propia información que entregan las empresas[6]. Aún así, cierta cuota de escepticismo es aconsejable. La presión investigativa, legal y de la opinión pública va obligando a las plataformas a abrir parte de sus “cajas negras” para no perder toda credibilidad, pero nada asegura que éstas revelen todos sus secretos.

Aún así, es posible ofrecer pistas sobre la lógica sobre la que se construye el corazón del enorme negocio de publicidad y vigilancia de estas redes, edulcorado por el concepto de socialización, acceso o visualización de contenidos.

  1. Para satisfacer el supuesto interés del usuario y sobre todo, para vender publicidad al mejor postor, se acopian todas las interacciones y se programa una secuencia personalizada de lo que cada uno ve. Esta sola afirmación delata el carácter absoluto de vigilancia, intromisión y acopio permanente de información sobre la vida íntima de cada persona y sus contactos bajo la débil y engañosa justificación de mostrar “lo que  más te interesa”
  2. La duración y frecuencia de la actividad en la aplicación es un importante factor de puntuación positiva en los modelos, induciendo de ese modo la permanencia y dependencia, factor clave en la economía de la atención.
  3. La posición del usuario es geolocalizada para segmentar ofertas de consumo, lo que debilita la interacción con temas o personas de otras latitudes.
  4. El contenido pago es promocionado por encima del compartido de manera gratuito (llamado contenido “orgánico” en algunas redes), tanto en los motores de búsqueda como en las plataformas sociales comerciales. La diferencia entre cuentas publicitarias y usuarios comunes establece en la práctica carriles de distinta prelación, afectando el principio de neutralidad de la red. La supuesta no-ideología es la ideología del lucro, con la que automáticamente se favorecen los relatos de los que invierten, es decir, del poder económico.
  5. Se priorizan las imágenes atractivas, que capturen la atención del usuario. De esta manera, se conduce a éstos, en la búsqueda de máxima exposición, al sensacionalismo y a un exhibicionismo que en situaciones de vulnerabilidad, puede resultar riesgoso.
  6. El bucle del supuesto interés del usuario, más allá de la inserción de pequeñas variaciones que introduce la empresa para que el contenido no sea monótono, consolida un sistema cerrado conservador, una “burbuja”. Es obvio que tanto desde una como desde otra variable, la irrupción de perspectivas nuevas es altamente improbable.
  7. Las plataformas presumen poder predecir afectos y comportamientos, ofreciendo lo que ellos creen que el usuario quiere ver. En la práctica, formatean el comportamiento colectivo digital según los modelos matemáticos que elaboran, sugiriendo qué, cómo, dónde, cuando debes publicar, de modo de lograr eco. Al mismo tiempo, tratan de sugerir morales y conductas fuera de la red.
  8. Estimulan la “popularidad”, el acopio de seguidores, la competencia y el ranking para lograr posicionamiento, es decir antivalores individualistas propios del sistema actual.
  9. La abultada presencia de contenido publicitario fatiga y desestimula la comunicación entre las personas.
  10. Las redes corporativas “premian” o “penalizan” comportamientos, convirtiéndose en juez y parte de aquello que puede o debe comunicarse.
  11. Fomentan el contenido corto, las tendencias ficticias, la banalidad, la descontextualización o el vacío de contenido a través de desafíos pueriles.
  12. Favorecen la desinformación, colocando como “guardianes de la información fehaciente” a medios afines al capital o a entidades financiadas por estos.

Alternativas al poder concentrado de las plataformas digitales corporativas

Al intentar poner en marcha acciones y mecanismos que logren desactivar el enorme poder de las corporaciones digitales que hoy afectan las decisiones y la vida de los pueblos, las soluciones aparecen al analizar la dimensión política de la cuestión.

No se trata de fomentar posturas neoluditas[7] -que equivaldrían hoy al hackeo de sistemas, la diseminación de malware u otras formas de destrucción cibernética-, ni de adoptar posturas tecnofóbicas o antitecnológicas, enroladas, quizás inadvertidamente, en corrientes conservadoras y retrógradas que se alimentan de la gran inseguridad que produce la velocidad de las transformaciones en curso.

Es preciso considerar a estas corporaciones digitales como poderes hiperconcentrados que impiden o dificultan la libre circulación de las ideas, sobre todo, aquellas que no promueven el orden capitalista, ni el factor lucro como motivación de vida.

Estas corporaciones se sostienen y sostienen el negocio de los principales actores especulativos -la banca y los fondos de inversión- cuya maquinaria es responsable de la pobreza, el hambre, la degradación medioambiental y la falta de futuro.

Desde el ángulo geopolítico, los megaconglomerados digitales anclados en Silicon Valley, contribuyen a las intenciones del poder imperialista estadounidense de recuperar su decaída posición unipolar y constituyen un vector de penetración cultural de primer orden, fomentando la pretensión supremacista de Occidente.

Del mismo modo, imponen una centralización tecnológica que trata de ahogar no solo potenciales competencias, sino cualquier tipo de acercamiento diferente a la tecnología misma.

Se trata entonces de actuar colectivamente contrarrestando cada uno de los factores anteriormente descritos. Lejos de pretender agotar debates, consignamos a título de estrategia simultánea y convergente, cinco posibles vías de acción concreta.

  • Generar poder colectivo frente al abusivo poder centralizado.

Como en cualquier contienda ideológica, la sensibilización, comprensión, amplificación de la denuncia del sistema opresivo y la proclama de alternativas es esencial. La colaboración entre la diversidad de sectores y la afirmación de propuestas comunes en busca de la unidad en la acción colectiva es fundamental.

  • El proceso revolucionario de sustitución del capitalismo

Las soluciones pragmáticas de coyuntura son equivalentes a la complacencia con situaciones de radical injusticia y violencia. La digitalización de los distintos aspectos de la vida se encuentra íntimamente ligada  a estrategias de reinvención sistémica, por lo que las transformaciones deben adoptar un calibre similar, teniendo como horizonte nuevas formas de organización social y política, alejadas de matrices de acumulación.

  • Anidar la soberanía digital en las luchas por la soberanía geopolítica

Al entrar el planeta en una era digital, la disputa por la soberanía tecnológica es crucial. Por una parte, la penetración alcanzada por las corporaciones que se asumen como gobernantes de facto de la internet, hace necesaria una acción concertada entre Estados y comunidad organizada, una alianza público-comunitaria, para interponer medidas capaces de frenar el absolutismo y la ilegitimidad política de estos conglomerados empresariales.  Por otro lado, la escala global de dominación exige la concertación multilateral entre Estados, en particular entre aquellos no insertos en esquemas de vasallaje neocolonial y también la articulación de organizaciones populares más allá de los límites nacionales.

  • Generar tecnología alternativa, útil al desarrollo humano

A diferencia de otros momentos históricos, no se trata solamente de una redistribución o apropiación de sistemas tecnológicos, una suerte de “medios de producción” de esta época, ya que muchos de ellos, en su propia lógica, son incompatibles con la solidaridad y la libertad. Es preciso desarrollar en paralelo –y es por fortuna un proceso ya plenamente en curso- modalidades tecnológicas de espíritu humanista, que coloquen la dignidad humana en el centro y potencien la solidaridad, la colaboración, la descentralización, la horizontalidad, la federación, la innovación no posesiva, entre otras cualidades.

  • Conducta crítica. Pasar de ser materia prima de las corporaciones a sujetos de la internet

Todo lo enunciado antes no es viable, ni tiene sentido alguno, sin los protagonistas esenciales de esta transformación. La condición necesaria es generar en las personas, los colectivos organizados y los pueblos una actitud crítica frente a las engañosas promesas de las plataformas, que reducen a los seres humanos a materia prima para sus dañinos propósitos de acumulación. Como en cualquier otra esfera, lograr la convicción colectiva para convertirnos en actores centrales de la trama, es ineludible.

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en la agencia internacional de noticias Pressenza. Participa activamente en el Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica y en el espacio latinoamericano-caribeño Internet Ciudadana.

[1] Informe del Relator Especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, Consejo de Derechos Humanos, Naciones Unidas. 6/4/2018  p. 12. Recuperado de https://undocs.org/es/A/HRC/38/35

[2] https://cdt.org/wp-content/uploads/2017/11/Mixed-Messages-Paper.pdf

[3] https://core.ac.uk/download/pdf/61664278.pdf

[4] Barrett P. ¿Who moderates the social media? A call to end outsourcing. Recuperado de https://static1.squarespace.com/static/5b6df958f8370af3217d4178/t/5ed9854bf618c710cb55be98/1591313740497/NYU+Content+Moderation+Report_June+8+2020.pdf

[5] https://santaclaraprinciples.org/

[6] Para la elaboración del sumario se consultaron los siguientes enlaces: https://about.fb.com/news/2018/05/inside-feed-news-feed-ranking/

https://developers.google.com/search/blog/2020/05/evaluating-page-experience

[7] “A inicios del siglo XIX, los trabajadores vieron empeorar sus condiciones laborales y de vida debido al uso de maquinaria en las tareas agrícolas e industriales, lo que implantó jornadas laborales más largas y duras, redujo la demanda de mano de obra e impuso salarios más bajos. La respuesta que dio el movimiento ludita fue la destrucción de la maquinaria de las fábricas.” Luditas, la gran rebelión contra las máquinas del siglo XIX. National Geographic.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/luditas-gran-rebelion-contra-maquinas-siglo-xix_14175

Fuente e imagen: pressenza.com

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¿Redes o telarañas sociales? Un asunto atrapante

Por: Javier Tolcachier

La red internet, como hoy la conocemos, tiene apenas 30 años. Si bien sus orígenes se remontan a un proyecto de carácter militar de la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados (ARPA) del Departamento de Defensa de los EEUU en los años 60, cuyo objetivo era crear un sistema de comunicación capaz de resistir un ataque nuclear, los protocolos HTML, HTTP y URL serían escritos recién en octubre de 1990 por Tim Berners-Lee, por entonces ingeniero de software en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN) de Suiza.

La intención en esa nueva etapa fue la de conectar y facilitar el acceso al conocimiento existente en distintos lugares. El enorme potencial de esta genialidad enciclopedista se desataría a través de la gratuidad de sus códigos base. Como lo señala el mismo Berners-Lee: “Si la tecnología fuera propietaria y estuviera bajo mi control total, probablemente no habría despegado. No se puede proponer que algo sea un espacio universal y al mismo tiempo mantener el control».[1]

En 1997, el abogado Andrew Weinreich lanzaría con su grupo de conjurados, la que sería la primera red social digital, cuyo nombre “Six Degrees” hacía referencia a la tesis de los seis grados de separación, a través de los cuales una persona puede llegar a cualquier otra en el mundo.

Sin embargo, lo que en sus inicios significó construir puentes desde un esquema abierto para facilitar la relación entre cercanos y para acercar lejanías, fue derivando en el actual sistema concentrado, dominado por unas pocas corporaciones.

Contextos tecnológicos, geoeconómicos y geopolíticos

Ningún fenómeno escapa a la estructura contextual que lo rodea. De este modo, es preciso acompañar el análisis con la visibilización de algunos de los distintos vectores que acuñaron la situación presente. El más obvio es el vertiginoso crecimiento de la penetración global de internet que de 1 millón de computadoras conectadas en 1992 llega en la actualidad  a más de 4600 millones de usuarios conectados (2020), alrededor de un 60% de la población global.

Asimismo, influyó en la posibilidad de intercambiar volúmenes de información a gran escala el incremento de las velocidades de conexión, aunque en ello la disparidad mundial se hace presente de manera dramática: mientras la media de 29 países de Europa Occidental muestran una velocidad de 81.19Mbps[2], los Estados Unidos de 71.3, hay varios países de África que apenas bordean 1 Mbps. Aún así, de la mano del reemplazo de los pares de cable de cobre por la fibra óptica y otras mejoras tecnológicas, hay avances en todas las regiones, aunque la brecha de velocidades continúa agrandándose.

Junto a ello, la invención y el relativo abaratamiento de teléfonos celulares con funcionalidades cada vez mayores, las mayores capacidades de almacenamiento de datos, el desarrollo de innumerables aplicaciones y los avances de la inteligencia artificial, han hecho de la red una suerte de universo electrónico que avanza de manera imparable sobre el mundo físico.

Por otra parte, la red internet acompañó y creció a la vera de la premisa de globalización neoliberal, constituyéndose en una herramienta primordial del comercio electrónico y de la especulación financiera. Los inversores de capital de riesgo hicieron crecer el valor de bolsa de las empresas del sector (las punto.com) en base a las expectativas de rédito rápido, lo cual inyectó billonarias sumas de dinero que permitieron que en un lapso no mayor de una década desplazaran de los índices bursátiles a las petroleras, mineras, aseguradoras, compañías fabricantes de aviones, entre otras habitualmente situadas en los primeros puestos de este ranking de dudoso prestigio moral.

El capitalismo en su conjunto encontró así un nuevo nicho expansivo y los jóvenes emprendedores de estilo casual (en realidad competidores tan despiadados como sus antecesores de abultada barriga y sombrero de copa) comenzaron a constituirse en los protagonistas centrales del acaparamiento virtual.

La táctica fue la de cualquier monopolio: hundir o comprar a la competencia. En ambos casos, para hacerse con sus mejores talentos y desarrollos. Así decía Mark Zuckerberg, quizás exagerando un poco, en 2010: “no hemos comprado ni una vez una compañía por la compañía misma. Compramos compañías para obtener personas de excelencia”. Desde la  formalización de su dominio facebook.com en 2005, la corporación hizo 82 adquisiciones, entre las que se destacan en los últimos años redes como Whatsapp e Instagram.

De este modo, la voracidad capitalista engulló cualquier atisbo de sociabilidad humana, salvo en su propaganda.

Otro factor fundamental en la reconversión instrumental de internet y las redes sociales ha sido el aspecto geopolítico. Con la unipolaridad alcanzada por Estados Unidos en el transcurso de una cruzada que parecía definitiva (al menos según sus propios gurúes), internet y sus fenómenos conexos sirvieron (y sirven todavía) no solamente para la captación y mercantilización de nuevos espacios sino también como ariete de penetración cultural de primer orden.

Sin embargo, la emergencia de un multilateralismo opuesto a aquella pretensión imperial, junto a estrictas normas de control, barreras electrónicas y un imponente financiamiento estatal, dio lugar a la aparición de emporios de tecnología digital en China, Rusia e India, entre otros países, que se han constituido en severa competencia a los conglomerados digitales estadounidenses.

La batalla por el predominio tecnológico digital ha trasladado al espacio telemático la lucha por la preeminencia de poder en el espacio internacional. La ciberguerra en curso es expresión menos visible de las tradicionales contiendas armadas y sin embargo, está profundamente imbricada con ellas.

Más allá de la contrapolaridad surgida en las últimas décadas, la estructura de la red de internet conserva todavía las trazas hegemónicas, estando en territorio estadounidense 7 de los 13 servidores DNS raíz que constituyen el centro del sistema. Los otros 6 están divididos físicamente y dispersos geográficamente.

Extractivismo digital

Al entrar el vector productivo del capitalismo en una crisis relativa de rentabilidad, éste ha desplegado una fase de financiarización extrema afectando gravemente no solo cualquier posibilidad de estabilidad social o de vida digna, sino también llegando a desequilibrar de modo cada vez más crítico los límites de los sistemas medioambientales.

Ante esta encrucijada de crisis, la tecnología digital y, en particular, una de sus variantes más vistosas, las llamadas redes sociales, se ofrecen como la posibilidad para el capital usurero y sus adláteres de apropiarse de bienes no tangibles, erigiéndose incluso como benefactores y agentes morales de un salvacionismo ecológico.

Al enorme daño producido por el extractivismo material ilimitado para exclusivo consumo de las minorías primero, y el encadenamiento afiebrado de las mayorías después, se agrega ahora un extractivismo digital, que hace de la información que brinda cada usuario con un consentimiento engañoso, su principal commodity. Esta información, reelaborada a través de matrices de análisis de inteligencia artificial, será vendida luego al mejor postor.  De este modo, el usuario de las redes sociales es transformado en producto.

La calidad predictiva de los datos acumulados, sin embargo, mejora y aumenta por tanto su valor, en la medida en que los hábitos del conjunto escrutado coinciden con la información provista a terceros. Por tanto, las redes sociales no solamente apuntan a mostrar probabilidades, sino a construir persuasivamente aquel modelo que se predice. Así, el usuario se convierte también, idealmente, en arcilla modelable en manos del poder digital.

El modelo de negocios en su esquema primario se completa con el negocio de la publicidad (siempre dirigida a través de la apropiación de los datos del usuario). Las redes son también enormes carteleras publicitarias, que ofrecen espacios de manera dirigida y segmentada, para que los interesados, pago mediante, hagan visible sus mercancías.

De una manera similar a la de los amañados sistemas de “rating” televisivo, el precio de la publicidad aumenta según la permanencia del usuario en la plataforma, por lo que los talentosos informáticos desperdician su ingenio en inventar atracciones y distracciones para que no logres salir de la telaraña.

A estas alturas es preciso separar la paja del trigo. Hay redes sociales corporativas más agresivas que otras, como Facebook, para la que estima en 2020 una ganancia neta de 21 mil millones en publicidad. Instagram, propiedad de aquella, ha crecido fuertemente, llegando ya a los 500 millones de usuarios diarios y proyectando ganancias por 12 mil millones en el mismo rubro. En el caso de Twitter, la compañía ha declarado el año finalizado como muy exitoso, totalizando 1290 millones de ganancia.

De manera global, la publicidad en las redes sociales se ha duplicado en solo cuatro años (2017-2021), pasando de 54604 millones de dólares a una cifra proyectada para 2021 de 110.600 millones.

Las notificaciones, solicitudes de “amistad” no solicitada, la acumulación de seguidores, los recordatorios de cumpleaños, las etiquetas, la elección de diversos tonos de “me gusta”, las historias y muchas otras estratagemas son solamente recursos efectivos para captar la atención. Pero el principal recurso son tus verdaderos amigos, tus familiares y compañeros, los que temes no sepan de ti si no participas de la red. Es por ellos que te dejas atrapar.

Un sistema de inteligencia planetaria

No hay mejor sistema de inteligencia que aquel en el que el propio sujeto vigilado abre el cofre de sus ideas, conductas y recuerdos de modo “voluntario”. Un sistema que además no descansa, sino que acopia, analiza, clasifica segundo a segundo volúmenes de información difícilmente imaginables.

La cercanía efectiva de las plataformas digitales con el estrecho tejido conformado por el sector militar, las agencias de inteligencia y la industria, tanto en Occidente como en Oriente, hace que la filtración de datos no sea la excepción sino la norma.

El dato estadístico se ha transformado en dato individualizado y el número en imagen, pudiendo hoy cada persona en movimiento ser identificada y localizada mediante la tecnología satelital y el crecimiento rasante de las aplicaciones de reconocimiento facial.

Minuto a minuto, el incauto usuario agrega materia prima a los sistemas de aprendizaje automático, que reconocerán luego cada imagen similar en su archivo para trazar el sistema de relaciones de cada individuo.

En su informe Surveillance Giants (“Gigantes de la vigilancia”, 2019) Amnesty International muestra cómo el modelo empresarial, basado en la vigilancia, de Facebook y Google es intrínsecamente incompatible con el derecho a la privacidad y representa un peligro sistémico para diversos derechos más, como la libertad de opinión y de expresión, la libertad de pensamiento y el derecho a la igualdad y a no sufrir discriminación.

A lo que agrega de modo terminante: “Para proteger nuestros valores humanos básicos —dignidad, autonomía y privacidad— en la era digital es necesaria una transformación radical del modo en que las grandes empresas tecnológicas desarrollan sus actividades a fin de dar paso a una Internet basada en los derechos humanos.”

Entretenimiento vs. Conocimiento

En un ensimismamiento difícil de romper, los seres humanos nos entretenemos por la ventana de las redes. Inspeccionamos la vida ajena a través de sus perfiles desarrollando un grado no encomiable de voyeurismo digital, jugamos a los cientos de juegos interconectados que cada red nos ofrece, miramos series, buscamos videos y memes graciosos. La vida pasa y se nos pasa en las redes sociales.

En 2019, según el Global Web Index, las personas entre 16 y 24 años de edad pasaron cerca de tres horas al día en redes. Actuales proyecciones estiman que un ser humano que utiliza redes sociales pasará en promedio 5 años de su tiempo vital total enchufado a este imán virtual.

Según la misma fuente, en general, y en proporción descendente las personas usan las redes para “encontrar contenido divertido”, “pasar el tiempo”, “estar al día con noticias y eventos”, “mantener el contacto con lo que hacen mis amigos”, “compartir fotos o videos con otros”, “trabajar con otros”, “buscar cosas para comprar”, “conocer nuevas personas” y “compartir mi opinión”.

Probablemente la encuesta haya soslayado la opción o quizás figure en la estadística en los márgenes descartables, lo cierto es que los menos parecen buscar conocimiento a través de las redes sociales digitales.

Impacto político

Nada nuevo agregaremos señalando el enorme volumen de información manipulada que circula a través de estos dispositivos y la utilización nefasta que habitualmente las derechas hacen de ello, estimulando el discurso de odio y la violencia. Las “noticias falsificadas”,  bulos, rumores, campañas de desprestigio, la artillería de los ejércitos de troleo, circulan aquí por una ancha avenida.

Sin embargo,  desinformar de manera interesada, sembrar sospechas, descontextualizar expresiones o acciones, no es nada nuevo, ni característica exclusiva de estas redes, sino práctica habitual del género periodístico de nuestros días en los medios manejados por el capital. Incluso y sobre todo, en sus secciones más “serias”, la mentira y el amarillismo son moneda común.

Lo mismo sucede con la interesada censura de ideas que adversan el sistema capitalista y con la promoción descarada de aquellas que lo defienden.

¿Qué cambia entonces con las redes? Nada y todo. Nada, porque la clasificación, discriminación, deformación y censura de la información según sea su tinte político, continúa existiendo, trasladando sus formatos a la arena digital. Todo, porque la manipulación se introduce de manera permanente a través de dispositivos que nunca dejamos a más de un metro de distancia y que, como colmo del cinismo, anuncian de manera sonora o vibrátil su intromisión. Y también, porque el tipo y cantidad de información almacenada sobre cada quien, permite enviar misiles teledirigidos de desinformación perfectamente segmentada, en tiempo real y de manera continuada.

El lado más claro de la luna

Con todas estas lacras, ¿será posible encontrar algo de interés en estos instrumentos, algún atisbo de comunicación creativa y positiva? Por supuesto.

Las personas, a pesar de todos los filtros y desvíos mercantiles, logran conectar con otras a distancia a través de redes de mensajería que consiguen abaratar y estimular el diálogo fluido e instantáneo, aun a costa de la exposición de macrodatos sensibles en aquellas donde la encriptación es apenas una pantalla.

Ante la fragmentación del tejido social agudizada por el individualismo y el debilitamiento de las formas gregarias tradicionales por la transición a un mundo postindustrial, las redes cumplen una función sucedánea, intentando compensar la progresiva desconexión de los conjuntos.

Al mismo tiempo y a sabiendas de la censura intencional que las corporaciones digitales ejercen con sus algoritmos para que nadie escape del redil conservador, la comunicación alternativa, comunitaria, revolucionaria, organiza buena parte de su esfuerzo de difusión a través de ellas, permeando en general al menos franjas contiguas de sensibilidad.

Así, se multiplican las transmisiones, los encuentros virtuales, las convocatorias de eventos y movilizaciones, la difusión periodística, el contrapunto a las pesadas formas unidireccionales.

Lejos de ser ingenua, la efectividad de esta acción despierta las alarmas de la pax romana digital de las plataformas, comenzando éstas su despiadada cacería contra las cuentas herejes, inmolándolas de inmediato con un click. Esta censura procede habitualmente contra las opciones de la izquierda global, aunque más recientemente, después de mucho tiempo de dejar que el odio supremacista las inunde, también han procedido a desmontar algunos canales de la ultraderecha. De este modo, los Torquemadas del Valle Siliconado, exhiben su verdadero rostro censor, abandonando todo vestigio de defensa de la libertad de expresión.

El ciberactivismo ha sido decisivo en la ola de movilización generacional masiva posterior a la crisis bursátil de 2008, movilización que desde Túnez y Egipto, llegó a los indignados del 15 M español, al Occupy estadounidense, al Taksim turco e incluso fue emulado en su metodología en la protesta contra la gobernadora de Hong Kong.

Claro está que en ocasiones, detrás de una legítima dialéctica impulsada generacionalmente a través de las redes, detrás de agitaciones y protestas de carácter justo,  hay móviles reaccionarios que preparan y fogonean levantamientos cuyos objetivos nada tienen que ver con posturas de evolución social. En estos casos, las redes suelen abrir compuertas de manera interesada a las corrientes que mejor pagan y más provechosas son para sus fines y cerrarlas cuando los propósitos de la facción globalista del capitalismo se ve contrariada. Pensar que las corporaciones digitales son neutras es de una ingenuidad absoluta, de graves consecuencias.

Corolario

¿Se puede vivir sin estar en las redes sociales? ¿Se puede prescindir de ellas en la acción ideológica y política? ¿Cómo aprovechar su alcance sin alimentar el monstruo avaro que vive en su interior? ¿Son las redes alternativas, federadas, libres, una ficción de minorías? Estos son interrogantes a los que se enfrentan los movimientos sociales críticos, cuestionamientos que ya han rebasado el círculo de un estricto y algo hermético activismo digital.

En América Latina y el Caribe, viene creciendo desde hace un par de años la iniciativa Internet Ciudadana que exhorta firmemente a articular los distintos sectores para abordar de manera transversal, conjunta y con anclaje territorial real este desafío, hacia la democratización y descolonialización del sistema digital.

Entre sus primeras propuestas, el espacio propone acometer la sensibilización masiva sobre la problemática, efectivizar el acceso a internet como derecho humano implementando al mismo tiempo la alfabetización digital con sentido crítico. Del mismo modo, promueve el uso de tecnologías libres sin abandonar los campos centrales de disputa comunicacional con la producción de contenido informativo contrahegemónico de calidad desde y para los sectores populares.

Por otro lado, como bandera prioritaria de lucha se proclama la necesidad de establecer un régimen de potestad y protección sobre los datos que ilegalice su apropiación. Del mismo modo, es preciso regular el accionar de las plataformas digitales hegemónicas desde los Estados y a través de mecanismos de integración regional, mientras se van creando o fortaleciendo herramientas similares de carácter soberano. De suyo, este accionar debe ser integrado en el marco de proyectos políticos de base amplia, cuyos programas contemplen a las nuevas tecnologías, y en especial, a los canales digitales como vías de emancipación y no de enajenación cultural o económica.

En definitiva, para que la tecnología sirva a la liberación humana y a la evolución de la vida, debe ser reconocida como lo que en realidad es: un bien común, acuñado colectivamente en el proceso histórico de la experiencia humana.

Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza

Fuente:  http://lajiribilla.cu/articulo/redes-o-telaranas-sociales-un-asunto-atrapante

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¿Redes o telarañas sociales? Un asunto atrapante

Por Javier Tolcachier 
Fuentes: La Jiribilla – Ilustración: Michel Moro

La red internet, como hoy la conocemos, tiene apenas 30 años. Si bien sus orígenes se remontan a un proyecto de carácter militar de la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados (ARPA) del Departamento de Defensa de los EEUU en los años 60, cuyo objetivo era crear un sistema de comunicación capaz de resistir un ataque nuclear, los protocolos HTML, HTTP y URL serían escritos recién en octubre de 1990 por Tim Berners-Lee, por entonces ingeniero de software en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN) de Suiza.

La intención en esa nueva etapa fue la de conectar y facilitar el acceso al conocimiento existente en distintos lugares. El enorme potencial de esta genialidad enciclopedista se desataría a través de la gratuidad de sus códigos base. Como lo señala el mismo Berners-Lee: “Si la tecnología fuera propietaria y estuviera bajo mi control total, probablemente no habría despegado. No se puede proponer que algo sea un espacio universal y al mismo tiempo mantener el control».[1]

En 1997, el abogado Andrew Weinreich lanzaría con su grupo de conjurados, la que sería la primera red social digital, cuyo nombre “Six Degrees” hacía referencia a la tesis de los seis grados de separación, a través de los cuales una persona puede llegar a cualquier otra en el mundo.

Sin embargo, lo que en sus inicios significó construir puentes desde un esquema abierto para facilitar la relación entre cercanos y para acercar lejanías, fue derivando en el actual sistema concentrado, dominado por unas pocas corporaciones.

Contextos tecnológicos, geoeconómicos y geopolíticos

Ningún fenómeno escapa a la estructura contextual que lo rodea. De este modo, es preciso acompañar el análisis con la visibilización de algunos de los distintos vectores que acuñaron la situación presente. El más obvio es el vertiginoso crecimiento de la penetración global de internet que de 1 millón de computadoras conectadas en 1992 llega en la actualidad  a más de 4600 millones de usuarios conectados (2020), alrededor de un 60% de la población global.

Asimismo, influyó en la posibilidad de intercambiar volúmenes de información a gran escala el incremento de las velocidades de conexión, aunque en ello la disparidad mundial se hace presente de manera dramática: mientras la media de 29 países de Europa Occidental muestran una velocidad de 81.19Mbps[2], los Estados Unidos de 71.3, hay varios países de África que apenas bordean 1 Mbps. Aún así, de la mano del reemplazo de los pares de cable de cobre por la fibra óptica y otras mejoras tecnológicas, hay avances en todas las regiones, aunque la brecha de velocidades continúa agrandándose.

Junto a ello, la invención y el relativo abaratamiento de teléfonos celulares con funcionalidades cada vez mayores, las mayores capacidades de almacenamiento de datos, el desarrollo de innumerables aplicaciones y los avances de la inteligencia artificial, han hecho de la red una suerte de universo electrónico que avanza de manera imparable sobre el mundo físico.

Por otra parte, la red internet acompañó y creció a la vera de la premisa de globalización neoliberal, constituyéndose en una herramienta primordial del comercio electrónico y de la especulación financiera. Los inversores de capital de riesgo hicieron crecer el valor de bolsa de las empresas del sector (las punto.com) en base a las expectativas de rédito rápido, lo cual inyectó billonarias sumas de dinero que permitieron que en un lapso no mayor de una década desplazaran de los índices bursátiles a las petroleras, mineras, aseguradoras, compañías fabricantes de aviones, entre otras habitualmente situadas en los primeros puestos de este ranking de dudoso prestigio moral.

El capitalismo en su conjunto encontró así un nuevo nicho expansivo y los jóvenes emprendedores de estilo casual (en realidad competidores tan despiadados como sus antecesores de abultada barriga y sombrero de copa) comenzaron a constituirse en los protagonistas centrales del acaparamiento virtual.

La táctica fue la de cualquier monopolio: hundir o comprar a la competencia. En ambos casos, para hacerse con sus mejores talentos y desarrollos. Así decía Mark Zuckerberg, quizás exagerando un poco, en 2010: “no hemos comprado ni una vez una compañía por la compañía misma. Compramos compañías para obtener personas de excelencia”. Desde la  formalización de su dominio facebook.com en 2005, la corporación hizo 82 adquisiciones, entre las que se destacan en los últimos años redes como Whatsapp e Instagram.

De este modo, la voracidad capitalista engulló cualquier atisbo de sociabilidad humana, salvo en su propaganda.

Otro factor fundamental en la reconversión instrumental de internet y las redes sociales ha sido el aspecto geopolítico. Con la unipolaridad alcanzada por Estados Unidos en el transcurso de una cruzada que parecía definitiva (al menos según sus propios gurúes), internet y sus fenómenos conexos sirvieron (y sirven todavía) no solamente para la captación y mercantilización de nuevos espacios sino también como ariete de penetración cultural de primer orden.

Sin embargo, la emergencia de un multilateralismo opuesto a aquella pretensión imperial, junto a estrictas normas de control, barreras electrónicas y un imponente financiamiento estatal, dio lugar a la aparición de emporios de tecnología digital en China, Rusia e India, entre otros países, que se han constituido en severa competencia a los conglomerados digitales estadounidenses.

La batalla por el predominio tecnológico digital ha trasladado al espacio telemático la lucha por la preeminencia de poder en el espacio internacional. La ciberguerra en curso es expresión menos visible de las tradicionales contiendas armadas y sin embargo, está profundamente imbricada con ellas.

Más allá de la contrapolaridad surgida en las últimas décadas, la estructura de la red de internet conserva todavía las trazas hegemónicas, estando en territorio estadounidense 7 de los 13 servidores DNS raíz que constituyen el centro del sistema. Los otros 6 están divididos físicamente y dispersos geográficamente.

Extractivismo digital

Al entrar el vector productivo del capitalismo en una crisis relativa de rentabilidad, éste ha desplegado una fase de financiarización extrema afectando gravemente no solo cualquier posibilidad de estabilidad social o de vida digna, sino también llegando a desequilibrar de modo cada vez más crítico los límites de los sistemas medioambientales.

Ante esta encrucijada de crisis, la tecnología digital y, en particular, una de sus variantes más vistosas, las llamadas redes sociales, se ofrecen como la posibilidad para el capital usurero y sus adláteres de apropiarse de bienes no tangibles, erigiéndose incluso como benefactores y agentes morales de un salvacionismo ecológico.

Al enorme daño producido por el extractivismo material ilimitado para exclusivo consumo de las minorías primero, y el encadenamiento afiebrado de las mayorías después, se agrega ahora un extractivismo digital, que hace de la información que brinda cada usuario con un consentimiento engañoso, su principal commodity. Esta información, reelaborada a través de matrices de análisis de inteligencia artificial, será vendida luego al mejor postor.  De este modo, el usuario de las redes sociales es transformado en producto.

La calidad predictiva de los datos acumulados, sin embargo, mejora y aumenta por tanto su valor, en la medida en que los hábitos del conjunto escrutado coinciden con la información provista a terceros. Por tanto, las redes sociales no solamente apuntan a mostrar probabilidades, sino a construir persuasivamente aquel modelo que se predice. Así, el usuario se convierte también, idealmente, en arcilla modelable en manos del poder digital.

El modelo de negocios en su esquema primario se completa con el negocio de la publicidad (siempre dirigida a través de la apropiación de los datos del usuario). Las redes son también enormes carteleras publicitarias, que ofrecen espacios de manera dirigida y segmentada, para que los interesados, pago mediante, hagan visible sus mercancías.

De una manera similar a la de los amañados sistemas de “rating” televisivo, el precio de la publicidad aumenta según la permanencia del usuario en la plataforma, por lo que los talentosos informáticos desperdician su ingenio en inventar atracciones y distracciones para que no logres salir de la telaraña.

A estas alturas es preciso separar la paja del trigo. Hay redes sociales corporativas más agresivas que otras, como Facebook, para la que estima en 2020 una ganancia neta de 21 mil millones en publicidad. Instagram, propiedad de aquella, ha crecido fuertemente, llegando ya a los 500 millones de usuarios diarios y proyectando ganancias por 12 mil millones en el mismo rubro. En el caso de Twitter, la compañía ha declarado el año finalizado como muy exitoso, totalizando 1290 millones de ganancia.

De manera global, la publicidad en las redes sociales se ha duplicado en solo cuatro años (2017-2021), pasando de 54604 millones de dólares a una cifra proyectada para 2021 de 110.600 millones.

Las notificaciones, solicitudes de “amistad” no solicitada, la acumulación de seguidores, los recordatorios de cumpleaños, las etiquetas, la elección de diversos tonos de “me gusta”, las historias y muchas otras estratagemas son solamente recursos efectivos para captar la atención. Pero el principal recurso son tus verdaderos amigos, tus familiares y compañeros, los que temes no sepan de ti si no participas de la red. Es por ellos que te dejas atrapar.

Un sistema de inteligencia planetaria

No hay mejor sistema de inteligencia que aquel en el que el propio sujeto vigilado abre el cofre de sus ideas, conductas y recuerdos de modo “voluntario”. Un sistema que además no descansa, sino que acopia, analiza, clasifica segundo a segundo volúmenes de información difícilmente imaginables.

La cercanía efectiva de las plataformas digitales con el estrecho tejido conformado por el sector militar, las agencias de inteligencia y la industria, tanto en Occidente como en Oriente, hace que la filtración de datos no sea la excepción sino la norma.

El dato estadístico se ha transformado en dato individualizado y el número en imagen, pudiendo hoy cada persona en movimiento ser identificada y localizada mediante la tecnología satelital y el crecimiento rasante de las aplicaciones de reconocimiento facial.

Minuto a minuto, el incauto usuario agrega materia prima a los sistemas de aprendizaje automático, que reconocerán luego cada imagen similar en su archivo para trazar el sistema de relaciones de cada individuo.

En su informe Surveillance Giants (“Gigantes de la vigilancia”, 2019) Amnesty International muestra cómo el modelo empresarial, basado en la vigilancia, de Facebook y Google es intrínsecamente incompatible con el derecho a la privacidad y representa un peligro sistémico para diversos derechos más, como la libertad de opinión y de expresión, la libertad de pensamiento y el derecho a la igualdad y a no sufrir discriminación.

A lo que agrega de modo terminante: “Para proteger nuestros valores humanos básicos —dignidad, autonomía y privacidad— en la era digital es necesaria una transformación radical del modo en que las grandes empresas tecnológicas desarrollan sus actividades a fin de dar paso a una Internet basada en los derechos humanos.”

Entretenimiento vs. Conocimiento

En un ensimismamiento difícil de romper, los seres humanos nos entretenemos por la ventana de las redes. Inspeccionamos la vida ajena a través de sus perfiles desarrollando un grado no encomiable de voyeurismo digital, jugamos a los cientos de juegos interconectados que cada red nos ofrece, miramos series, buscamos videos y memes graciosos. La vida pasa y se nos pasa en las redes sociales.

En 2019, según el Global Web Index, las personas entre 16 y 24 años de edad pasaron cerca de tres horas al día en redes. Actuales proyecciones estiman que un ser humano que utiliza redes sociales pasará en promedio 5 años de su tiempo vital total enchufado a este imán virtual.

Según la misma fuente, en general, y en proporción descendente las personas usan las redes para “encontrar contenido divertido”, “pasar el tiempo”, “estar al día con noticias y eventos”, “mantener el contacto con lo que hacen mis amigos”, “compartir fotos o videos con otros”, “trabajar con otros”, “buscar cosas para comprar”, “conocer nuevas personas” y “compartir mi opinión”.

Probablemente la encuesta haya soslayado la opción o quizás figure en la estadística en los márgenes descartables, lo cierto es que los menos parecen buscar conocimiento a través de las redes sociales digitales.

Impacto político

Nada nuevo agregaremos señalando el enorme volumen de información manipulada que circula a través de estos dispositivos y la utilización nefasta que habitualmente las derechas hacen de ello, estimulando el discurso de odio y la violencia. Las “noticias falsificadas”,  bulos, rumores, campañas de desprestigio, la artillería de los ejércitos de troleo, circulan aquí por una ancha avenida.

Sin embargo,  desinformar de manera interesada, sembrar sospechas, descontextualizar expresiones o acciones, no es nada nuevo, ni característica exclusiva de estas redes, sino práctica habitual del género periodístico de nuestros días en los medios manejados por el capital. Incluso y sobre todo, en sus secciones más “serias”, la mentira y el amarillismo son moneda común.

Lo mismo sucede con la interesada censura de ideas que adversan el sistema capitalista y con la promoción descarada de aquellas que lo defienden.

¿Qué cambia entonces con las redes? Nada y todo. Nada, porque la clasificación, discriminación, deformación y censura de la información según sea su tinte político, continúa existiendo, trasladando sus formatos a la arena digital. Todo, porque la manipulación se introduce de manera permanente a través de dispositivos que nunca dejamos a más de un metro de distancia y que, como colmo del cinismo, anuncian de manera sonora o vibrátil su intromisión. Y también, porque el tipo y cantidad de información almacenada sobre cada quien, permite enviar misiles teledirigidos de desinformación perfectamente segmentada, en tiempo real y de manera continuada.

El lado más claro de la luna

Con todas estas lacras, ¿será posible encontrar algo de interés en estos instrumentos, algún atisbo de comunicación creativa y positiva? Por supuesto.

Las personas, a pesar de todos los filtros y desvíos mercantiles, logran conectar con otras a distancia a través de redes de mensajería que consiguen abaratar y estimular el diálogo fluido e instantáneo, aun a costa de la exposición de macrodatos sensibles en aquellas donde la encriptación es apenas una pantalla.

Ante la fragmentación del tejido social agudizada por el individualismo y el debilitamiento de las formas gregarias tradicionales por la transición a un mundo postindustrial, las redes cumplen una función sucedánea, intentando compensar la progresiva desconexión de los conjuntos.

Al mismo tiempo y a sabiendas de la censura intencional que las corporaciones digitales ejercen con sus algoritmos para que nadie escape del redil conservador, la comunicación alternativa, comunitaria, revolucionaria, organiza buena parte de su esfuerzo de difusión a través de ellas, permeando en general al menos franjas contiguas de sensibilidad.

Así, se multiplican las transmisiones, los encuentros virtuales, las convocatorias de eventos y movilizaciones, la difusión periodística, el contrapunto a las pesadas formas unidireccionales.

Lejos de ser ingenua, la efectividad de esta acción despierta las alarmas de la pax romana digital de las plataformas, comenzando éstas su despiadada cacería contra las cuentas herejes, inmolándolas de inmediato con un click. Esta censura procede habitualmente contra las opciones de la izquierda global, aunque más recientemente, después de mucho tiempo de dejar que el odio supremacista las inunde, también han procedido a desmontar algunos canales de la ultraderecha. De este modo, los Torquemadas del Valle Siliconado, exhiben su verdadero rostro censor, abandonando todo vestigio de defensa de la libertad de expresión.

El ciberactivismo ha sido decisivo en la ola de movilización generacional masiva posterior a la crisis bursátil de 2008, movilización que desde Túnez y Egipto, llegó a los indignados del 15 M español, al Occupy estadounidense, al Taksim turco e incluso fue emulado en su metodología en la protesta contra la gobernadora de Hong Kong.

Claro está que en ocasiones, detrás de una legítima dialéctica impulsada generacionalmente a través de las redes, detrás de agitaciones y protestas de carácter justo,  hay móviles reaccionarios que preparan y fogonean levantamientos cuyos objetivos nada tienen que ver con posturas de evolución social. En estos casos, las redes suelen abrir compuertas de manera interesada a las corrientes que mejor pagan y más provechosas son para sus fines y cerrarlas cuando los propósitos de la facción globalista del capitalismo se ve contrariada. Pensar que las corporaciones digitales son neutras es de una ingenuidad absoluta, de graves consecuencias.

Corolario

¿Se puede vivir sin estar en las redes sociales? ¿Se puede prescindir de ellas en la acción ideológica y política? ¿Cómo aprovechar su alcance sin alimentar el monstruo avaro que vive en su interior? ¿Son las redes alternativas, federadas, libres, una ficción de minorías? Estos son interrogantes a los que se enfrentan los movimientos sociales críticos, cuestionamientos que ya han rebasado el círculo de un estricto y algo hermético activismo digital.

En América Latina y el Caribe, viene creciendo desde hace un par de años la iniciativa Internet Ciudadana que exhorta firmemente a articular los distintos sectores para abordar de manera transversal, conjunta y con anclaje territorial real este desafío, hacia la democratización y descolonialización del sistema digital.

Entre sus primeras propuestas, el espacio propone acometer la sensibilización masiva sobre la problemática, efectivizar el acceso a internet como derecho humano implementando al mismo tiempo la alfabetización digital con sentido crítico. Del mismo modo, promueve el uso de tecnologías libres sin abandonar los campos centrales de disputa comunicacional con la producción de contenido informativo contrahegemónico de calidad desde y para los sectores populares.

Por otro lado, como bandera prioritaria de lucha se proclama la necesidad de establecer un régimen de potestad y protección sobre los datos que ilegalice su apropiación. Del mismo modo, es preciso regular el accionar de las plataformas digitales hegemónicas desde los Estados y a través de mecanismos de integración regional, mientras se van creando o fortaleciendo herramientas similares de carácter soberano. De suyo, este accionar debe ser integrado en el marco de proyectos políticos de base amplia, cuyos programas contemplen a las nuevas tecnologías, y en especial, a los canales digitales como vías de emancipación y no de enajenación cultural o económica.

En definitiva, para que la tecnología sirva a la liberación humana y a la evolución de la vida, debe ser reconocida como lo que en realidad es: un bien común, acuñado colectivamente en el proceso histórico de la experiencia humana.

Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza

Publicado originalmente en el Dossier El laberinto de las redes sociales –La Jiribilla. Revista de Cultura Cubana http://lajiribilla.cu/articulo/redes-o-telaranas-sociales-un-asunto-atrapante

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Más allá de los imperios, la Nación Humana Universal.

Por: Javier Tolcachier. 

El escenario poselectoral de los Estados Unidos de América muestra un espectáculo indecente. Se confirma, una vez más, la discrepancia entre el discurso que propaga valores democráticos y la real práctica política en aquel país.

Diversos analistas han señalado en no pocas ocasiones la poca relevancia objetiva del resultado electoral, dado que los lineamientos a seguir suelen ser pergeñadas e implementadas por el verdadero poder, el complejo militar-industrial-financiero.

De allí que en un rapto de sinceridad no habitual se denomine “administraciones” a las autoridades electas. Este hecho admite una sencilla explicación histórica. Luego de la crisis especulativa que sumió en la miseria al pueblo estadounidense en los años 30 del siglo pasado, la recuperación económica se produjo mediante una inyección sideral de recursos del Estado en el aparato militar, cuyas partidas para defensa llegaron a ser del 90% del presupuesto total en 1945.

No por nada, en su discurso de despedida de la presidencia en 1961, Eisenhower – él mismo un halcón al comando de las fuerzas aliadas en Europa – advirtió: “Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y [ese riesgo] se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos».

El devenir mostró que no era una advertencia infundada. El militarismo, que ya había mostrado sus garras con anterioridad con numerosas invasiones y anexiones, pasó a ser la columna vertebral de la política estadounidense  y la democracia fue desde entonces secuestrada por ese poder en combinación con el interés corporativo.

Sin embargo, la derrota electoral de Donald Trump – cualesquiera sean las argucias dilatorias con las que se intente ocultar el fiasco – tiene un alto contenido simbólico, por tanto, político y social. Significa el sano rechazo de la mayoría de ese pueblo, hoy ya pluricultural. a la soberbia, al racismo y la misoginia, el repudio a la altanería irracional y al desprecio por la otredad.

El triunfo demócrata refuerza en el imaginario de los pueblos – tal como lo demostraron antes Bolivia y Chile – la posibilidad de que la voluntad de los postergados triunfe frente al cinismo y el ensimismamiento de las minorías, al par que debilita mundialmente la avanzada de extrema derecha.

Pero la victoria de Biden es pírrica. Será presidente de una sociedad fracturada, carcomida por un individualismo hedonista, cuya violencia interna se ha proyectado al mundo con infinita destrucción mediante  invasiones e intrigas, fomentando guerras fratricidas, desarrollando, hasta hoy, una carrera armamentista cuyo único propósito es aumentar las ganancias de las corporaciones de la guerra.

Si Estados Unidos prosigue ese rumbo, Biden quedará probablemente a cargo de un imperio en disolución, por lo que su mandato estará atravesado por numerosas contradicciones y adversidades. De escalar el conflicto actual por la presidencia, incluso podría llegarse a la situación de un quiebre institucional total, ahora o en el transcurso del período de gobierno.

El estertor imperial

Si bien los imperios suelen ser caracterizados en los libros escolares por su superioridad militar, este no es el único elemento determinante de su expansión, quizás ni siquiera el más relevante.

En su período fundacional, el avance imperial es en general bien acogido por pueblos que se encuentran en situación de vasallaje de sátrapas locales o bajo la férula de otro poder extranjero. De este modo, las poblaciones no comprometidas con el poder de turno colaboran o al menos son neutras ante la nueva colonización.

La supremacía tecnológica, cuestión clave en la irrupción del nuevo poder, suele constituir incluso un factor de admiración y hasta de esperanza de mejor vida para los conquistados. En otros casos, las contiendas por la dominación de territorios por una u otra facción son vistas con similar desconsuelo y alejadas del interés propio de los sojuzgados, deseosos de alejar por fin la destrucción y el conflicto de su vecindad.

Pero el aspecto decisivo en la consolidación de un  nuevo imperio es su propuesta civilizatoria, que cimenta una etapa de transformación de los valores, conductas y usos anteriores.

La adhesión, voluntaria o forzada, a este proyecto común marca las etapas de inicio y desarrollo de cualquier imperio, constituyendo la argamasa que relaciona a sus componentes.

De allí que el elemento clave en la caída de los imperios es la implosión interna. Al desgaste y corrupción de los ideales que impulsaron el surgimiento, se suman la descomposición producida por una expansión desmesurada, las luchas de poder intestinas y la imposibilidad de reacomodar en su seno a sus legiones, las que además de vector de batalla sirven como válvula de despresurización social, dando ocupación y cierta cuota de prestigio a los sectores socialmente excluidos.

Al mismo tiempo, los pueblos sometidos comienzan a reclamar derechos y soberanía, asumiéndose como resistencia al imperio de turno. Del mismo modo, la diversidad y la afirmación de valores propios han logrado atravesar ya la barrera de imposición cultural erigida a través del monopolio de comunicación y entretenimiento.

Tal es la situación actual del imperialismo estadounidense.

La cohesión china frente a la fragmentación estadounidense

China ha sido un imperio desde hace unos 22 siglos, con la violenta unificación producida por lo que fue la breve pero mortífera dinastía Qin (o Ch’in, a la cual debe probablemente su nombre).

A partir de su consolidación posterior bajo la dinastía Han, que duró cuatro siglos, el imperio atravesó guerras civiles, rebeliones, fue invadido y conquistado, tuvo períodos de esplendor, desarrollo y decadencias, acumulando una gran experiencia histórica.

Uno de los principales objetivos de la cultura y la política china fue siempre, con mayor o menor éxito, lograr la cohesión interna. Si bien alberga en su seno a cincuenta y cinco minorías étnicas, su mayoría pertenece a la cultura fundacional Han, peso demográfico que ha favorecido aquel propósito.

No es por nada que el gobierno centralista pone en la actualidad el máximo esfuerzo para integrar a las culturas diferentes que residen en la periferia como los tibetanos o los uigures, cuya resistencia es aprovechada por el Occidente para intentar avivar el fuego y el disenso.

El caso de Hong Kong es diferente, ya que sus habitantes son culturalmente homogéneos con el grueso de la población de China, pero su vivencia en el seno del imperio británico, junto a los aires de autonomía y secesionismo alientan su inconformismo frente a las directivas verticalistas de Beijing.

Pese a todo, la sociedad china emerge fortalecida por esa unidad alcanzada en base a un mandato cultural de armonía, pero también a fuerza de reprimir históricamente a lo diferente y divergente.

Esa cohesión es la que le permite hoy descollar en el escenario mundial, frente a la situación de desintegración interna de los Estados Unidos.

¿Habrá de desplazar la potencia emergente a la anterior, como ha sucedido antes? ¿Será el destino del mundo una nueva colonización, esta vez desde el Oriente?

Si bien la actual dependencia crediticia y de inversión de la mayor parte de los países, la multiplicación de institutos Confucio en el mundo, el incremento en el gasto armamentista, el proyecto de infraestructura mundial de la Franja de la Ruta y de la Seda -entre otros indicadores-, podrían ser perfectamente interpretados en esa dirección, hay factores internos que atenúan esa posibilidad. Básicamente la dolorosa experiencia de millones de muertos en conflictos armados y la tendencia milenaria de mirar hacia adentro de sus propios muros, siendo la apertura y las Cuatro Modernizaciones proclamadas por Deng Xiaoping en 1978 apenas un factor táctico propio de esta época.

Por lo demás, si bien también puede darse crédito o desconfiar  de las intenciones del actual gobierno chino de promover como idea central de su política exterior “una Comunidad de Destino compartido para la Humanidad”, es bueno saber que dicha premisa ha quedado anclada en su última reforma constitucional.

Así en el artículo 35 de la misma, se lee: “El futuro de China está íntimamente ligado al futuro del mundo. China lleva adelante una política exterior independiente y adhiere a los cinco principios de respeto mutuo para la soberanía e integridad territorial, no agresión mutua, no interferencia en asuntos internos, igualdad y beneficio mutuo y coexistencia pacífica, la senda del desarrollo y estrategia de apertura recíproca en el desarrollo de relaciones diplomáticas y económicas e intercambios culturales con otros países, impulsando la construcción de una comunidad de destino compartido para la humanidad”.

En todo caso, la principal resistencia a la emergencia de nuevos imperios está, sin duda alguna, en el crecimiento de la conciencia soberana de los pueblos y en su necesidad de emancipación.

Más allá de los imperios, la Nación Humana Universal

Hoy está naciendo una civilización planetaria, en la que pueblos y culturas se van interconectando. La mundialización cultural es un transcurso diferente al de la mezquina globalización económica dirigida por las corporaciones multinacionales. Esta mundialización impulsada por el incremento migratorio y la conectividad, supone el intercambio de información, el aprendizaje mutuo, el contacto entre hábitos y usos diferentes. Está emergiendo lentamente un nuevo sujeto intercultural, que acoge en su interior la experiencia de toda la historia humana.

Además de la lucha contra la imposición imperial occidental, la extrañeza ante este fenómeno inédito sea el motivo de las reacciones nacionalistas y fundamentalistas en curso.

En este nuevo entretejido multicultural, un nuevo imperio difícilmente encuentre eco o adhesión.

Sin embargo, entre tanta fragmentación y disolución de estructuras sociales y políticas, ante tanto enfrentamiento e incomprensión mutua ¿qué proyecto cohesor podría dar una dirección de crecimiento colectivo a la Humanidad en este momento histórico? ¿Cuál es la imagen alrededor de la cual puede surgir ese “otro mundo posible”, cuál la utopía sin regreso, cuál el objetivo hacia nuevos horizontes aún no transitados?

¿Cómo podrían acometerse los problemas globales desde nuevas estructuras que se asienten en un poder popular real, en reemplazo de las caducas instituciones en cuya representatividad hoy ya nadie confía?

En ese sentido, es preciso valorar la idea de construir una Nación Humana Universal, en la que converjan todas las culturas, cada una con sus particularidades, fundando su convergencia en el reconocimiento de su común humanidad.

El concepto, acuñado por el pensador humanista Silo (seudónimo de Mario Luis Rodríguez Cobos), reconoce como pasos de proceso sucesivas integraciones regionales, hasta llegar a una suerte de federación mundial multiétnica paritaria, colaborativa y solidaria, a través de la cual puedan resolverse los problemas a través de la cooperación de las virtudes acuñadas históricamente por los pueblos.

La clave de la propuesta es que los pueblos recuperen su soberanía arrebatada y asuman el rol protagónico en instancias decisorias colocando como prioridad al ser humano.

La utopía del futuro entonces, dará por tierra toda pretensión imperial de encolumnar,  uniformar y poseer.  La civilización humanista será diversa, de poder descentralizado, será fruto de la intención de seres humanos libremente solidarios. Será un mundo “múltiple en las etnias, lenguas y costumbres; múltiple en las localidades, las regiones y las autonomías; múltiple en las ideas y las aspiraciones; múltiple en las creencias, el ateísmo y la religiosidad; múltiple en el trabajo; múltiple en la creatividad.[1]

Sin embargo, entre las aspiraciones humanistas y las realidades del mundo de hoy, se ha levantado un muro. Ha llegado pues, el momento de derribarlo. Para ello es necesaria la unión de todos los humanistas del mundo.”

Notas:

[1] El texto entrecomillado es  un extracto del Documento Humanista, incluido en el libro Cartas a mis Amigos (Silo, 1993).

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

Fotografía: Gaceta Intercultural.

fuente:  https://insurgenciamagisterial.com/mas-alla-de-los-imperios-la-nacion-humana-universal/

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