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Un manifiesto para diseñar el mundo digital que queremos

Queremos que se hable, se debata y reflexione pero, sobre todo, queremos apropiarnos de nuestro presente para construir el futuro de la sociedad digital.

Por Liliana Arroyo y Jordi Jubany

Un manifiesto digital, pero no el primero

Somos conscientes de que no somos los primeros que sueñan el futuro digital en forma de manifiesto y por eso hemos procurado reunir los manifiestos de educación para inspirarnos. En una búsqueda amplia, hemos revisado propuestas de diversos ámbitos. Explicar todas necesitaría otro artículo entero, así que, destacamos las propuestas que más nos han inspirado para crear este Manifiesto por una Cultura Digital.

Nos han gustado el tono inclusivo y transformador de Colectic(antes conocidos como TEB Raval). Sobre todo la capacidad de crear espacios de aprendizaje de las tecnologías vinculadas a un propósito, combinándolas como herramientas de transformación social. En este sentido, es inspirador revisar la Guía de Alfabetización Digital Crítica (Colectivo ondulado) y compartimos la llamada a crear una cultura digital crítica y comprensiva con el contexto que nos rodea. Esto significa aprender a utilizar las nuevas herramientas más allá de su parte instrumental. La tecnología nunca es neutra, y aquí nos encontramos con la gran pregunta: “para qué” o “para qué lo queremos”. Porque como dice el manifiesto digital de Die Spektrum y su manifiesto Contra los Ciudadanos programados, incluso las sociedades pluralistas pueden llegar a ser leviatanes digitales.

De la mano de TricLab hemos visto la importancia de disponer de metodologías para educarnos sobre cómo comunicar en entornos digitales. Y en este sentido, como que la red está inundada de trolls y discursos odio, recuperamos también elManifiesto por la Comunicación no Hostil, donde nos recuerdan que lo virtual también es real, que las discusiones deben ser desde el respeto o que a veces el silencio también es una opción. Y a veces, la mejor forma de comunicar.

Y como no, nos encanta el aprendizaje dinámico y transmedia y que entendemos que debería reflejarse en las escuelas y los sistemas educativos al completo. Así de claro lo ven los firmantes del Manifiesto 15, muy enfocados al aprendizaje en evolución. También queremos destacar la experiencia deWyred, un proyecto con financiación europea en la que los propios niños y jóvenes participan en la redacción de los propios derechos digitales, invitándoles a sentarse en la mesa de los expertos. Nos ha llamado la atención tambiénHeutagogia, presente sobre todo en el APRENDIZAJE online, donde el aprendizaje es el centro y el propio ritmo y la curiosidad son el motor. Combinado con las herramientas para generar contenidos por parte de los propios alumnos permite formar en la adaptabilidad a un futuro incierto más que en los contenidos caducos.

Y por último, queríamos incorporar una mirada más filosófica. Entre el desarrollo tecnológico hemos encontrado buenas trazas de reflexión humanista y de debates éticos. Por ejemplo, de la mano del Instituto ITED nos confirma que ser digitales es pensar más que nunca en las personas y en su potencial. O los amigos de Time Well Spent, donde en lugar de hablar de adicción, lo que quieren es que recuperamos la autonomía y la decisión sobre qué tiempo dedicamos a qué y dónde ponemos nuestra atención. En cierto modo, una vez sabemos que las pantallas están diseñadas para llamarnos la atención constantemente. Como antídoto a esta “crisis de atención” crean un movimiento para alinear la capacidad tecnológica con los intereses y las necesidades humanas.

Con todo esto y siguiendo de cerca la actualidad digital en la prensa, hemos puesto las primeras piedras (ni las únicas ni las mejores) para este debate que encontramos tan urgente como necesario en torno al humanismo digital. Y estamos dispuestos a deconstruir en cualquier momento, al igual que hicieron los de ConventMaker en buena compañía con el Manifiesto Maker. Porque no queremos presentar una solución mágica, lo que queremos es plantar semillas para el debate.

Un manifiesto a tu medida

El manifiesto por una cultura digital es una declaración hecha desde la fascinación por lo que las tecnologías pueden ser, desde una mirada integral, crítica, positiva y propositiva. La perspectiva es ampliamente social, más allá de los entornos estrictamente educativos. Así, presentamos 10 principios o ejes que nos han parecido importantes, abordando temas desde derechos humanos a cultura digital, pasando por datos abiertas y la responsabilidad de las empresas tecnológicas. La voluntad es aportar otra mirada, más amplia, más interrelacionada sobre el fenómeno digital, y los efectos sobre nuestras vidas individuales y colectivas. Por eso, cada punto es en realidad un eje, una preocupación o un tema que creemos importante dentro de este universo de la digitalidad.

Nuestro sueño es que este manifiesto esté vivo, sea dinámico y adaptable. Al igual que internet. Porque este no es el “nuestro” manifiesto. Es la versión 0, una propuesta beta que queremos ofrecerle para que hablemos, porque la debatimos, porque la mejoramos y la refinamos entre todos. Que el hacemos evolucionar según aparecen nuevos retos y necesidades. También nos encantaría ver cómo se lo apropiado y la discuta en sus centros, sus hogares, sus familias o sus clubes deportivos. Insistimos: lo que queremos es que se hable, se debata, se reflexione, pero sobre todo, que nos apropiemos de nuestro presente para construir el futuro.

Aquí está la cuestión: quedarnos como consumidores pasivos o reivindicar la ciudadanía digital, con el derecho a participar y transformar la sociedad, aprovechando las herramientas que tenemos al alcance para aprender y construir juntos un futuro más digital, inclusivo, responsable y donde las oportunidades superen los riesgos. ¿Empezamos?

http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/05/14/un-manifiesto-para-disenar-el-mundo-digital-que-queremos/Fuente:

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¿Por qué tenemos que reinventar la cultura en digital?

Por: Liliana Arroyo

Nos encontramos en mitad de un cambio total en lo social, lo relacional, laboral y educativo. Un nuevo contrato social que tenemos que discutir y consensuar.

De un tiempo a esta parte parece que estemos desorientados, que el mundo avance muy rápido, que no entendamos los cambios y que sea más difícil que nunca educar a nuestras criaturas. La irrupción de internet y especialmente de las pantallas y las redes sociales, nos han situado ante un nuevo reto: la era digital. O lo que es lo mismo, un contexto nuevo en el que en general ni la escuela ni la familia garantizan por sí solas la educación digital, entendida como lugar donde aprender a interpetar el mundo. En el fondo se trata de crear un nuevo contrato social y una nueva cultura: la cultura digital.

Internet nació con la pretensión de ser un espacio absolutamente libre y democrático, pero la evolución de la red no ha ido siempre en este sentido. Ahora podemos encontrar desde los esfuerzos colectivos más ambiciosos y constructivos -como Wikipedia -, los ciberdelitos más indeseables, como el acoso en línea o la pornografía infantil. Pero buena parte de la Red se está convirtiendo en un escaparate infinito de anuncios, sugerencias y cebos permanentes de nuestra atención. Además, los algoritmos deciden qué vemos y cómo, de forma personalizada según quiénes somos, dónde vivimos y qué nos interesa. Y lo más importante de todo: nos cuesta cada vez más diferenciar los anuncios de la información y todos salimos a este “calle”, sin saber demasiado dónde están los semáforos, por donde pasan los coches, ni cuál es la ruta más segura.

Es igual que si hubiéramos estado jugando al parchís hasta ahora y de repente nos colocan en un tablero de ajedrez casi sin avisar. Intentamos jugar con las reglas antiguas y claro, nos perdemos. Si miramos cómo los niños usa los aparatos, nos sentimos más fuera de juego o incluso incapaces de acompañarlos. Encima, nos clasifican en nativos digitales o migrantes digitales, como si fuera sólo una cuestión de edad, cuando se trata sobre todo de capacidades y de actitudes. Mientras, algunos medios de comunicación sólo destacan cierto tipo noticias impactantes -aunque sesgadas: la constante referencia a adicciones patológicas, la proliferación de noticias falsas en las redes o las temáticas sexuales en internet-. Todo ello, nos sobrepasa como un tsunami de incertidumbre y desorientación en medio de la tormenta vamos sacando la cabeza del agua para buscar el faro.

Tres argumentos para situarnos

El primer argumento es que el reto digital, por el que avanzamos a tientas, conlleva un nuevo terreno de juego para todos. Tener un yo digital no es sólo elegir qué foto nos ponemos de perfil, es también ser conscientes de que tenemos una huella digital, un rastro, compuesto por todo lo que decimos, hacemos, subimos, sentimos y buscamos en Internet. Dicen que el historial de Google es como nuestra memoria externa, con la diferencia de que la memoria humana es selectiva y en cambio Google difícilmente olvida. Nuestras rutinas digitales también están transformando la manera de relacionarnos, de exponernos, de informarnos, de compartir, de jugar, de socializar, de comprar y elegir las próximas vacaciones. Hay infinidad de gestos y dinámicas que hemos ido incorporando sin saber demasiado qué hay detrás de aquellos clics. Las aplicaciones, los aparatos y los softwares, a menudo están diseñados por expertos en marketing que nos quieren activos en sus plataformas.

El segundo es que si este debe ser nuestro nuevo mundo, y confiamos en que internet puede ser beneficioso para la humanidad, es necesario que nos formemos, nos eduquemos y nos “actualicemos” en este manual de instrucciones del nuevo tablero de juego. Nos debe permitir participar, transformar y diseñar nuevos escenarios. Porque podemos llegar a jugar partidas inimaginables, descubrir cosas increíbles pero todavía no tenemos el olfato para saber del todo qué nos favorece o qué nos penaliza, ni qué consecuencias puede tener nuestro yo digital de hoy sobre nuestro yo de mañana. Tenemos derecho, pues, a recibir una alfabetización digital adecuada, neutra e informada que no aumente las desigualdades sociales existentes. Y hablamos de educación en sentido amplio: de la misma manera que saber leer y escribir no implica entender un libro. Saber navegar, hacer clic y encontrar la información que buscas no significa hacerlo con espíritu crítico. Y este espíritu cuestionador tampoco es la parada final. Se trata de comprender el mundo y el entorno en su complejidad.

El tercero es que, siendo un reto tan transversal y universal, tiene poco sentido que esta formación o educación debamos reclamar sólo en las escuelas y estrictamente para los menores. Porque no depende sólo del sistema educativo, sino que creemos importante recuperar la idea de la tribu que educa, colectivamente y en todas las direcciones. Y esto, que parece tan fácil de decir, se complica cuando entendemos que significa una transformación sobre cómo pensamos la educación y sobre cómo pensamos la tecnología. En esta nueva partida, la educación es más sinónimo de conciencia del nuevo entorno; y la tecnología la hemos de entender como herramienta pero también como ecosistema. Aún no tenemos un mapa, un marco de referencia definido sobre los límites y las preguntas importantes, necesitamos elaborar una mirada madura sobre el uso y la comprensión de este medio donde estamos inmersos. Por eso seguimos fijándonos en adicciones y tiempo de uso de las pantallas, por ejemplo, en lugar de entender que la importancia no está tanto en el cuánto, sino más bien en el cómo y, sobre todo, el para qué lo hacemos servir.

Y aún hay más: este medio digital tiene implicaciones de fondo y forma, da paso a nuevas definiciones y nuevas realidades. Sin Internet no hubiéramos visto nacer el 15M, no podríamos trabajar en red (de forma deslocalizada y asíncrona), tampoco estaríamos reinventando los medios de comunicación ni asistiendo nuevas formas de producción y consumo cultural. Es también la revolución de las definiciones establecidas de propiedad, producción, identidad o institución. Nuevas definiciones que nos generan nuevas preguntas: ¿Debemos decidir quién gestiona los datos que nosotros generamos? ¿Debemos conocer los algoritmos que toman decisiones por nosotros?


Estas son las reflexiones de una socióloga y un educador que confluimos en el debate digital y que nos topamos en unas jornadas de la Maleta Universo Internet del CCCB. Coincidimos en la urgencia y la necesidad de construir la mejor versión de esta promesa digital, que pasa por mucha investigación y estudio cualitativo para entender los diferentes usos. Sabemos también que esto no será posible hasta que tengamos una ciudadanía -sí, contamos con grandes y pequeños- informada, formada y crítica. Después de muchas conversaciones, opiniones compartidas, tweets y reposteos, hemos decidido que queríamos hacer crecer esta conversación y ofrecerla en abierto. Pensamos y soñamos en voz alta algunas de las cosas que creemos indispensables para una educación digital consciente que aproveche las posibilidades de aprendizaje y de comunicación que nos ofrece la Red. Poco a poco han ido emergiendo ejes que nos parecían importantes y buscábamos la forma de estructurarlo para generar debate.

¡La próxima semana os contamos cómo continúa la historia!

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/05/09/por-que-tenemos-que-reinventar-la-cultura-en-digital/

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Del #MeToo al poder del NO: qué nos dice Kenia sobre educar en la igualdad de género

Kenia / 18 de febrero de 2018 / Autor: Liliana Arroyo / Fuente: El Diario de la Educación

La prevención, mediante la formación de niñas y niños sobre abusos y violencia de género, es una clave que podríamos aprender de lugares como Kenia.

Por suerte, en 2017 las violencias y desigualdades de género se han instalado en el debate social permanente. Casos como la “manada” de los San Fermines o el movimiento #MeToo (yo también) nacido desde el universo hollywoodiense sirven para visibilizar y denunciar. Siendo una cuestión silenciada, menospreciada e infravalorada desde siempre, eso es para celebrarlo. No obstante, esas acciones de reconocimiento y confesión llegan tarde, porque contarlo es lo mejor cuando ya ha sucedido, pero lo ideal es poder evitarlo.

La prevención radica en la educación desde el respeto y la igualdad, así que cualquier pieza del engranaje educativo está invitada a sumarse. El momento de empezar es siempre y, de hecho, cuanto antes, mejor. Los abusos ocurren cuando una parte de la historia se siente más fuerte, más poderosa o con derechos superiores a la otra. La parte que lo recibe se percibe como débil e incapaz de rebelarse. Ambas partes creen que eso tiene sentido: la primera porque se siente impune, lo ve normal. La segunda porque cree que la situación es culpa suya. Después tenemos al entorno, las miradas –cómplices o ciegas– que son las que podrían identificar cuándo se pierde el respeto. Ahí hablamos del resto de alumnos y también del personal docente. Save the Children ya alertó de lo importante que es que los docentes reciban formación para prevenir abusos.

Existen muchos ejemplos y proyectos para educar en el respeto y la igualdad, pero hoy os invito a mirar hacia Kenia, donde se ha desarrollado una metodología llamada No Means No Worldwide (No significa No en todo el mundo). No olvidemos el contexto: en Kenia, los abusos sexuales se cuentan por violaciones.

El programa, desarrollado por un matrimonio estadounidense afincado en Nairiobi, consiste en un conjunto de intervenciones educativas orientadas al empoderamiento, la autodefensa y la generación de relaciones sanas. Son módulos de 12h que tres años después (comenzaron en 2015) han conseguido disminuir la tasa de violaciones a la mitad, las propias chicas han evitado el 50% de las violaciones después de recibir la formación y en 3 de cada 4 casos han sido los propios chicos los que han intervenido para prevenir el asalto. Os podéis imaginar las implicaciones personales y sociales. Sólo diremos que el embarazo no deseado tras el abuso es una de las principales razones para que las chicas abandonen la escuela.

¿Qué podemos aprender de este ejemplo inspirador y respaldado por resultados? El modelo del “No significa No” tiene tres lecciones universales:

  1. Que los módulos de sensibilización tienen que ser para niños y niñas: no tiene ningún sentido abordar sólo a una parte, cuando el acoso no es cosa de mujeres únicamente. Utilizan muchos recursos de habilidades verbales y juegos de rol para generar empatía.
  2. Se trabaja la autodefensa: pero la solución no es enseñar claves de artes marciales. La autodefensa comienza por la asertividad y el reclamo de los límites del propio espacio físico. Antes de llegar al contacto físico hay una invasión de ese terreno propio que nos rodea y reivindicarlo es también un derecho.
  3. Se dan herramientas para romper el silencio: eso pasa por denunciar, pero también se trata de prevenir o intervenir. En el caso de Kenia es muy revelador el hecho de que son los propios chicos y jóvenes los que más asaltos evitan.

Hay una cuarta lección quizá menos evidente pero igualmente necesaria: ofrecer a los chicos referentes de masculinidades positivas. Es decir, a la vez que se rompen los prejuicios, se empodera a las chicas para que el “no” sea rotundo, ellas pasan a tener voz y desencajan la sumisión. Ellos, construidos sobre la superioridad y el poder sobre otras, necesitan otros fundamentos sobre los que forjar su identidad. Y cuanto más masculinidades diferentes existan, más habrá calado el respeto.

Fuente del Artículo:

http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/02/07/del-metoo-al-poder-del-no-nos-dice-kenia-educar-la-igualdad-genero/

Fuente de la Imagen:

https://www.thedailybeast.com/the-metoo-movement-shows-its-more-than-just-a-hashtag

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En Francia los móviles se quedarán sin recreo

Por: Liliana Arroyo

El primer error es pensar en el móvil como pantalla y no como herramienta. Cambiar el punto de vista es un paso indispensable para repensar las medidas desde la inteligencia emocional, el acompañamiento y la maduración del autocontrol.

Hace pocos días el ministro de educación francés anunciaba las nuevas medidas sobre el uso de los móviles en las escuelas francesas para el curso que viene. En las aulas ya estaban prohibidos, pero en septiembre de 2018 se extenderá la restricción de uso a los patios y los pasillos. Más allá de su aplicación en los distintos centros, vale la pena analizar las motivaciones que llevan a esta propuesta. Las medidas, explicó Jean-Michel Blanquer, parten de razones pedagógicas pero también emplazan la preocupación sobre las pantallas por el riesgo que según él conllevan en términos de salud pública.

Ante este escenario, es importante dar un paso atrás y tomar perspectiva. Más que entrar a discutir la conveniencia o no de la prohibición, vale la pena revisar los principios en los que se fundamenta.

  1. Asumir que el uso de las pantallas afecta a la salud pública: el primer error es pensar en el móvil como pantalla y no como herramienta. Digamos que lo piensan des de un uso exagerado, demonizando “las pantallas” y hablando de adicción sin considerar la dimensión patológica del término. Una cosa es mal uso, otra cosa es una dependencia enfermiza. Esto nos lleva a recordar que el móvil no es sólo una pantalla o un dispositivo. Es una herramienta multiusos que puede disrumpir por completo el sistema educativo. Es una ventana al mundo entero y es la posibilidad de alimentar la curiosidad en cualquier momento y lugar. Está claro, eso tiene ventajas e inconvenientes. Pero es como los cuchillos: no los vamos a prohibir en el comedor por los posibles usos violentos, lo que haremos es educar en el cómo, cuándo y para qué usarlos.
  2. Pensar que prohibir el móvil soluciona el ciberacoso: Una de las intenciones es evitar los vídeos grabados en reciento escolar que después se puedan subir a internet para burlarse. Quien quiera hacer un vídeo, lo hará a la salida. Y quien quiera burlarse, no necesita un vídeo para ello. El ciberacoso es justamente una línea roja que hay que trabajar. Pero es una cuestión conductual y no instrumental. Las soluciones contra el bullying pasan por educar el respeto, educar en la identificación de las situaciones del abuso de poder y hacer conscientes de su responsabilidad a los cómplices necesarios. Se puede educar el ciberacoso sin el móvil en la mano, pero irá bien trabajarlo en combinación con ello.
  3. Creer que los centros educativos libres de móviles ganan la guerra “interminable” entre profes y alumnos: algo estamos planteando mal si los móviles son motivo de guerra y discusión en las aulas. Con todo el potencial educativo que tienen que sólo sirvan para generar discusión indica que estamos todavía muy verdes.

A su favor diré que donde menos me preocupa que se prohíba el móvil es en los espacios del recreo. Ahí sí que me parece acertado favorecer la conexión con los niños y niñas que te rodean, el estímulo de la imaginación y sobretodo la interacción y el juego simbólico son fundamentales para el desarrollo. Aunque deberíamos revisar qué perjuicio tiene que vean vídeos de su youtuber de referencia y los comenten. Quizá lo interesante es ayudarles a identificar qué es educativo y qué no, qué conviene ver y qué no. De qué nos podemos reír y qué cosas no hacen ninguna gracia. Y ya de paso, planteemonos si creemos que lo “bueno” o “normal” es algo que se parezca a la socialización que tuvimos en el siglo XX cuando estamos en el XXI y los avances son de vértigo.

En definitiva, la prohibición es una solución cortoplacista que no pretende comprender el fenómeno en su complejidad y que deja los móviles a la altura de un estorbo que hay que apartar, ladear y obviar en lugar de gestionarlo. No estamos ante un problema pedagógico o un riesgo para la salud. Estamos ante un fenómeno social muy relevante que ha venido para quedarse. Queramos o no, cuanto antes lo abordemos pensando en términos de cómo mejoramos los procesos de aprendizaje y cómo los ponemos a nuestro favor para explorar nuevos límites, nuevos temas y trascender las propias paredes de los centros, mejor.

Cambiar el punto de vista es un paso indispensable para repensar las medidas desde la inteligencia emocional, el acompañamiento y la maduración del autocontrol. Los alumnos, y de hecho todos, necesitamos aprender qué nos aportan los móviles y en qué circunstancias está bien usarlos y cuándo no. Esos códigos de relación con o sin móvil o a través de él, forman parte de la experiencia de la socialización. Y hoy, educar en la socialización digital es tan o más importante que en la socialización analógica. Lo que seguro no veo es cómo vamos a educar en ello desde la prohibición. Porque lo que se prohíbe se tacha. Se ladea. Se empuja al margen. Y si educar es una conversación constante sobre la danza entre los límites y las posibilidades, la prohibición coarta el cuestionamiento. Porque lo que se prohíbe, no se puede educar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/12/22/francia-los-moviles-se-quedaran-sin-recreo/

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‘Trapeando’ contra el bullying

Por:  Liliana Arroyo

La música es un canal directo a la emoción al alcance de todos y es importante trasladar el mensaje de que prevenir el acoso está en cada pequeño acto del día a día, aunque sintamos que no nos afecta directamente.

Según datos de Save the Children, prácticamente un 10% de adolescentes han vivido algún episodio de acoso o ciberacoso. O lo que es lo mismo, una media de 2 o 3 por cada clase de 25 estudiantes. Con la llegada de las nuevas tecnologías se multiplican las oportunidades de agredir a distancia y de forma imperceptible.

Sea en el patio, en el aula o por WhatsApp, el acoso siempre remite a una situación de abuso de poder. Tiene que ver con una transgresión de los límites del respeto de alguien dominante (que no fuerte) sobre alguien dominado (que no necesariamente débil). A menudo se utiliza la jerga de acosadores y víctimas, pero ante determinadas carencias emocionales, no está claro hasta qué punto hay víctimas en ambos lados, aunque tengan necesidades y consecuencias diferentes.

Hablamos por tanto de una dinámica de relación, un lenguaje y actitudes determinadas más allá del acto esporádico o puntual. Por eso es imprescindible visibilizar y prevenir el acoso antes de que se instale como rutina. Porque es un síntoma de alguna otra cosa que forja autoestimas minadas y desajustes no resueltos. Ante todo hay que tomar consciencia de las múltiples formas –visibles e invisibles, sutiles o evidentes– que puede tomar el acoso. Para denunciarlo hace falta reconocerlo, y luego es necesario vencer la sensación de vacío y soledad que generan los abusos. En la comunidad educativa existe una gran preocupación por el acoso y por la falta de herramientas para educar en la prevención.

Esta encrucijada llevó a Xiula a crear un trap contra el bullying. El grupo de animación infantil barcelonés cuenta con educadores que ven el acoso en su día a día y con músicos que creen en las melodías como herramientas de transformación social. Rikki González, uno de los componentes nos cuenta de dónde surgió la idea: “Como educadores veíamos que era un tema necesario, cada día aparecen nuevos casos y hay una demanda social para hablar alto y claro. En los centros donde trabajamos vemos a diario casos de niños y niñas afectados”.

La pieza permite visibilizar, sentir y describir qué es el acoso desde el punto de vista de la persona agredida, recorren las sensaciones y emociones de desasosiego a la vez que cantan la incomprensión del entorno y lo que le dirían a la persona que les está generando sufrimiento. Un canto al respeto y de ahí su título RISPECT, jugando con la pronuncia inglesa.

Escogieron el trap, una fusión entre el rap, el hip hop y los ritmos urbanos, por varios motivos: el primero por la trayectoria experimental del grupo creando canciones pedagógicas de estilos muy diversos y escapando de las melodías infantiles tradicionales. El segundo porque es un género “que veíamos que los chavales escuchan muchísimo…”. Pero también para darle un vuelco: “… siempre con letras oscuras, sobre violencia, sexismo o consumismo exagerado. Decidimos darle una vuelta, nos pasamos semanas escuchando trap… es realmente potente, muy directo, te hace mover por dentro y por fuera”.

Nos cuentan que lo genial no es crear la canción y sus miles de visualizaciones, sino que hay docentes que realmente la están usando en clase, trabajan con los alumnos la letra, debaten el sentido e, incluso, han recibido mensajes de agradecimiento de jóvenes que han sufrido este tipo de maltrato diciendo que se sentían muy reflejados.

Este track sigue la estela de otras iniciativas musicales como el rap de Khari, que se volvió viral por ser una canción escrita para explicarle a su propia hija cómo reaccionar ante los insultos. Otro éxito reciente es el del grupo Mediaset y sus 12 causas, aliándose con el rapero Langui para buscar valientes que se enfrentaran al bullying.

La música es un canal directo a la emoción al alcance de todos y es importante trasladar el mensaje de que prevenir el acoso está en cada pequeño acto del día a día, aunque sintamos que no nos afecta directamente. Hay que dejar de pensar en términos de acosadores y acosados, porque un entorno de testigos mudos les convierte en cómplices necesarios. La reflexión y el acompañamiento deben ser la tónica antes y después de la agresión, a poder ser hasta que los implicados comprendan y gestionen la situación. Cualquier protocolo de prevención debe contar con alertas de detección para docentes y adultos pero también con herramientas para la intervención por parte de los iguales: son los que están en la primera línea del conflicto y en ellos reside el poder de reforzar dinámicas abusivas o dejarlas en evidencia. Los raps y los traps están servidos, pueden ser herramientas o simplemente un punto de partida común para el debate. Lo importante es que sirvan como excusa para no darle más cancha al acoso.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/10/31/trapeando-contra-el-bullying/

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¿Cómo gestionar mejor los WhatsApp escolares? 3 efectos secundarios y 7 recomendaciones para evitarlos

Por: Liliana Arroyo

Los grupos de WhatsApp de madres y padres del colegio pueden ser una buena herramienta, pero es importante pactar el qué, el para qué, el cuándo y el cómo del grupo.

Desde hace un tiempo hacia aquí al olor a lápices nuevos, a libros recién forrados y agendas por estrenar les acompaña la versión digital de los corrillos de padres, madres y demás familiares en la puerta del colegio: los grupos de WhatsApp. Los hay de muchos tipos y con dinámicas diferentes, y aunque ya llevan un tiempo con nosotros, nos falta aún aprender un poco de convivencia digital. La mayoría expresan un estado de ánimo general de amor-odio hacia esos grupos que pudiendo ser útiles, a veces pueden llegar a ser molestos o, incluso, contraproducentes. Por ello hoy nos dedicamos a los efectos secundarios no deseados y planteamos algunas recomendaciones para utilizar y convivir en los grupos de forma razonable durante todo el curso.

Vale la pena entender estos grupos como comunidades, espacios de interacción colectiva que, en función de quién esté incluido, la naturaleza que tenga y quién lo lidere, funcionará de una forma u otra. Y, como cualquier comunidad, se necesitan algunas líneas comunes de convivencia. Los grupos escolares de WhatsApp se pueden dividir en dos tipos: los primeros suelen abrirse como canal de comunicación oficial entre el centro y las familias. Suelen liderarlos los educadores (profesores, directores, coordinadores, entrenadores…). Los segundos y los más interesantes para hoy, son aquellos en los que sólo participan familiares. Empiezan como un canal ágil, rápido e informal y pueden terminar en grupos cansinos, sobresaturados y con faltas de respeto.

3 efectos secundarios

  1. El primero de los efectos secundarios es la rumorología y el caldo de cultivo que amplifica los malos entendidos y da vueltas al problema sin terminar de resolverlo. Imaginemos que hay algún problema con algún profesor o alguna asignatura en concreto: ¿tiene sentido que aquellos problemas de la escuela se queden cociendo en los grupos sin que lleguen a dialogarse con las partes implicadas? Probablemente no. Porque además, abre la puerta al segundo efecto colateral.
  2. Interpretaciones y triples lecturas: la comunicación en directo y presencial nos permite comprender el mensaje en su complejidad, esto es, captamos lo que se dice pero también el cómo, en qué contexto y con qué emoción nos hablan. En WhatsApp, por muchos emoticonos o aclaraciones que pongamos, los malos entendidos y el malestar innecesarios acaban siendo más abundantes de lo que desearíamos. Los audios pueden solucionar eso, pero restan agilidad y discreción a los mensajes escritos. Hasta aquí, podríamos decir que son cuestiones comunicativas, pero hay un efecto secundario silencioso y preocupante a la vez:
  3. Es muy común que los adultos se conviertan en agenda y los salvavidas de los hijos. Por ejemplo, cuando la circular de la próxima excursión no ha llegado donde tenía que llegar y por tanto no sabemos si hay que llevar comida o la hora de salida, o bien cuando se dejan el libro en el cajón o la taquilla pero pueden hacer los deberes gracias a las fotos de alta resolución que circulan para los despistados. También existe la versión post-entreno en la que los padres intentan localizar los calcetines perdidos.

Podríamos considerarlo la versión digitalizada de cogerles la mochila para que no la carguen. Ahí estamos evitando que se hagan responsables de mirar su agenda de tareas, de organizarse, de decidir qué deben llevarse y cuándo. En definitiva, les lanzamos un mensaje de “sois peques, no podéis” pero sobre todo, les impedimos que experimenten las consecuencias de sus actos y les arrebatamos la oportunidad de aprender de ello.

7 recomendaciones

A continuación proponemos algunas recomendaciones para cuidar esa convivencia digital en los grupos de WhatsApp escolares, pero extensibles a cualquier grupo de virtual que tenga por objetivo ser un canal de comunicación informativo, práctico y multitudinario.

  1. Comentar previamente la necesidad de crear un grupo, acordando qué personas incluir. Informar antes y pedirles permiso para añadirlos.
  2. Consensuar y explicitar al inicio la finalidad del grupo (p. ej. “avisos cole”, o “Equipo de hockey”), etc. Suele ir bien un mensaje inicial donde conste para qué sirve el grupo.
  3. Usar el canal estrictamente para los temas acordados y no aprovecharlos para volcar informaciones de forma masiva (evitar reenviar cadenas, memes…).
  4. Abrir grupos temáticos cuando surja la necesidad con las personas interesadas únicamente. Por ejemplo para hablar de los regalos a profesores u organizar la salida de familias, o un canal exclusivo para bromistas.
  5. Responder sólo cuando sea necesario, con la máxima brevedad y evitando añadir informaciones superfluas.
  6. Limitar la circulación de fotografías de los menores (a no ser que se tenga consentimiento expreso de todos). Por ejemplo en los festivales de final de curso, excursiones, etc.
  7. Consensuar unos horarios de uso del grupo, para evitar el bombardeo constante de notificaciones.
En definitiva, ¿la clave? Pactar y negociar con los integrantes del grupo el qué, el para qué, el cuándo y el cómo. El consenso es la única manera de favorecer un sentido común compartido y corresponsabilizar a los que forman parte en su mantenimiento.
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Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/09/20/como-gestionar-mejor-los-whatsapp-escolares-3-efectos-secundarios-y-7-recomendaciones-para-evitarlos/
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¡Que viene el robot!

Por: Liliana Arroyo

Últimamente da la sensación de que al volver de vacaciones nos encontraremos un robot ocupando nuestra silla. Día tras día nos llegan mensajes alarmistas sobre la robotización y el futuro del trabajo. Si alguien se planteaba adelantar su operación retorno con tanto revuelo, que no se preocupe, porque todo lleva su tiempo. Humor aparte, es francamente normal que nos inquiete esta transformación, especialmente si nos presentan a los robots como una amenaza inminente, inevitable y directa. ¿Lo sorprendente del caso? Que el debate no es nuevo.

La sombra de la amenaza tecnológica sobre el mundo del trabajo es tan antigua como los ludistas ingleses quemando máquinas hiladoras en el siglo XIX. Y desde ahí las filias y fobias ante la innovación han prosperado en distintas versiones. Hace poco di con una portada de la revista ‘Time’ donde aparecía un robot empujando una carretilla cargada con una fábrica humeante, junto a titulares sobre nueva economía y tendencias de futuro del empleo. Precisamente las preocupaciones que tenemos hoy, pero con la estética de hace tres décadas.

Yuhal Novah Harari, reconocido historiador israelí, proclama que con el auge de la inteligencia artificial, la robotización y la automatización se forja una nueva capa social: la clase inútil.

Capacidad de aprender

Lo que diferencia los robots imaginados en los años 80 y los robots que nos imaginamos hoy es la revolución digital, y particularmente la inteligencia artificial. Es decir, que los nuevos robots poseen la capacidad de aprender. Yuhal Novah Harari, reconocido historiador israelí, proclama que con el auge de la inteligencia artificial, la robotización y la automatización se forja una nueva capa social: la clase inútil o inservible (en inglés, ‘useless class’). Si la clase obrera es propia de la primera revolución industrial –como efecto de la creación de fábricas y el desarrollo urbano–, la clase inservible vendría a ser la secuela de la cuarta. Es un escenario posible, pero no necesariamente el único.

Existen varios intentos de predecir y cuantificar la magnitud de la pérdida de puestos de trabajo. El más divertido es una calculadora publicada por el ‘Financial Times’ que analiza 800 tipos de tareas de cientos de profesiones y acaba determinando qué porcentaje de tu trabajo podrá hacer un robot. En resumen, las tareas más rutinarias, repetitivas y previsibles son las más susceptibles.

Con la calculadora descubrimos dos buenas noticias: una es que lo que se van a automatizar son tareas específicas y no profesiones al completo. La segunda es que la colonización de los robots no es un destino fatal ni es instantáneo. Hay que pensar en los costes de adoptar nuevas tecnologías (inversión económica, pero también inercias y resistencias del personal), también en la regulación y, especialmente, la aceptación social.

Ética y desarrollo tecnológico

Y es que la revolución tecnológica va absolutamente ligada a debates humanistas. Por mucho que parezcan debates alejados, estamos asistiendo a la convergencia entre ética y desarrollo tecnológico, justamente porque grandes capacidades conllevan grandes responsabilidades. Es más, la potencial robotización nos lleva a definir (y casi reivindicar) aquello que nos hace humanos. Intentar competir en productividad con los robots tiene poco sentido: pueden estar 24 horas haciendo lo mismo y con la misma intensidad, mientras nosotros trabajamos una tercera parte, dormimos, tenemos días mejores que otros y necesitamos vacaciones. No hay duda de que en la liga productiva triunfan las máquinas. En cambio, ganamos por goleada en la reacción no planificada, la creatividad, la sensibilidad, la curiosidad y todas las cualidades maravillosamente humanas.

La potencial robotización nos lleva a definir (y casi reivindicar) aquello que nos hace humanos

Quizá nos asuste pensar que todo lo mecanizable será mecanizado, pero ¿quién renunciaría hoy a electrodomésticos que limpian o cocinan solos, liberando nuestro tiempo para otras cosas? El reto no es que vengan los robots, sino que nos obliga a pensar en un mañana con jornadas de trabajo más cortas y donde la profesión tenga otro sentido. Debemos pensar en la empleabilidad más allá de la ocupación y en cómo diseñamos sociedades que palíen esa clase (in)servible. Robotizar tareas debe abrir paso a nuevas actividades y ocupaciones, además de domesticar la tecnología y, con ella a nuestro servicio, poder ser más humanos.

Reinvención urgente

Urge reinventar el sistema económico y asegurar las oportunidades para el desarrollo profesional y personal de todos. Así, en lugar de pensar en ese robot intruso que ansía nuestra silla aprovechemos la desconexión estival para empezar a imaginar ese trabajo al que nos encantaría volver, libres del síndrome posvacacional. Como dijo Alan Kay, la mejor forma de predecir el futuro es inventarlo.

Fuente: http://www.elperiodico.com/es/opinion/20170830/que-viene-el-robot-6254705

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