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Olvidemos eso de no tener tiempo

Liliana Arroyo

No nos equivocaremos mucho si decimos que al menos la mitad de los que estáis leyendo esto vivís con la sensación permanente de correr  y nunca llegar. Ser (y no estar) estresados es la nueva norma, ir cortos de tiempo y siempre con la lengua fuera es lo que se lleva. Confieso que cada vez que pregunto «¿qué tal, cómo estamos?», me preparo para recibir un «uf, sin tiempo de nada». Admito que yo era de estas, hasta que llegué a la absurdidad del ‘burn-out’. Desde entonces, busco maneras de vivir a buen ritmo, pero lejos de la tiranía del «quiero, pero no llego». No hay recetas mágicas pero, con permiso, lanzo tres ideas.

La vida es como una mochila. Si la medimos a peso y nos obsesionamos con el ‘cuánto’, nos acabará doliendo la espalda. Lo importante no es la cantidad, son con qué la llenamos y cómo. Es interesante revisar nuestro día un par de minutos antes de ir a dormir. Poner en una balanza lo que nos llena, lo que no, así como lo que querríamos cambiar y qué podemos hacer. Eso sí, hacen falta ganas. Ganas de entender que la mochila es de quien la lleva, y por tanto tuyo es el derecho de escoger y llenarla. No dejes que nadie ponga ‘piedras’ que no quieres: ni jefes, ni hijos, ni familia, ni amigos.

Estamos atrapados entre lo que tenemos que hacer, lo que querríamos hacer y lo que terminamos haciendo. Vivir corriendo tras el reloj nos acerca cada día al abismo de la ansiedad, la zanahora que no alcanzamos nunca y la insatisfacción permanente. Desde que lo descubrí, llevo reloj por respeto a la puntualidad y el tempo de los otros, pero en lugar de un reloj de agujas me inspiro en el de arena. Es la metáfora del ‘paso a paso’: cada granito pasa, uno tras otro, y al final todos terminan en el otro lado. La cuestión es centrarse en lo que tengas entre manos ahora y aquí. Y si hay demasiadas cosas llamando a la puerta -o en la bandeja de entrada-, toca hacer una lista y decidir de forma realista qué ponemos, qué dejamos y por dónde empezamos.

LA MEJOR EXCUSA

Decir «no tengo tiempo» es la mejor excusa para no encontrarlo. De forma universal, los días tienen 24 horas. O sea, todos disponemos del mismo tiempo, pero no todo el mundo lo aprovecha por igual. Si realmente queremos hacer una cosa, debemos buscarle el espacio. Así que sustituí el «no tengo tiempo» por: no encuentro (o no busco) el momento de hacerlo. Si no hay espacio, no será tan urgente ni importante. Pero si lo es realmente, toca priorizar, una vez descontadas las obligaciones y las restricciones horarias que cada uno se sabe.

Así, llamando a las cosas por su nombre, llegamos a ideas simples -que no fáciles – para que a partir de mañana o del próximo minuto, olvidemos que “no tenemos tiempo” y llenemos esa mochila del día a día a conciencia y con las cosas necesarias, las obligatorias y las que nos hacen vibrar. Para que la próxima vez que te lo pregunten, puedas sonreír y decir “bien, disfrutando del trayecto”.

Fuente del articulo: http://www.elperiodico.com/es/opinion/20170523/olvidemos-eso-de-no-tener-tiempo-6013620

Fuente de la imagen: http://estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/8/9/1492790476298.jpg

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Con el móvil enganchado: ¿adicción o apego?

Liliana Arroyo

Si hay alguna expresión que oigo casi a diario es que «vivimos enganchados al móvil». Hay quien lo califica de adicción, pero ello tiene unas connotaciones patológicas serias. Es cierto que hay casos preocupantes y casos patológicos, pero la mayoría sufrimos más apego que adicción. Lo que está claro es que ahí tenemos un reto social a resolver.

Tal es la preocupación, que medir cuántas veces tocamos el móvil se ha convertido en un campo de estudio. Quizá os haga gracia saber que desbloqueamos la pantalla una media de 80 veces diarias -si os apetece probarlo en primera persona, hay decenas de ‘apps’ creadas para eso-. Cada una de estas sesiones quizá dure tan solo unos minutos e incluso segundos. Si sumamos todos esos microratitos, la media son 145 minutos al día. O lo que es lo mismo, cuatro capítulos de esa serie que tenéis a medias.

Diremos, a nuestro favor, que los móviles son como golosinas. Sus colores, sus sonidos y el alud de notificaciones están justamente para eso, para reclamarnos atención constantemente. La distancia entre el estímulo (‘ping’) y la respuesta (¿a ver qué hay?) suele ser corta y la impaciencia mucha, lo que hace que los móviles se unan cuando quedamos a tomar café, o que aprovechemos un semáforo para comprobar que no nos perdemos nada importante. Sea adicción o apego, es evidente que nos falta una reflexión y un pacto de convivencia con los dispositivos.

DESCONEXIÓN TECNOLÓGICA

Esos números, así en frío y sin contextualizar, en realidad funcionan más como anécdota que como información. Y tanta fijación con la cantidad, nos lleva al otro extremo: la reducción drástica, y en ese sentido ya hay respuestas en forma de plan de desconexión tecnológica. Opciones útiles e interesantes seguro, pero si además de apartar el demonio, lo acompañamos de reflexión sobre cómo lo usamos y cómo nos gustaría usarlo, sería mucho más poderoso.

Y es que los hábitos tienen que ver con el sentido que le damos a lo que hacemos, las rutinas que generamos y las motivaciones que nos impulsan a seguirlo haciendo. Olvidar esto deja de lado otras preguntas de mayor calado sobre cómo usamos los móviles y para qué. El móvil, igual que el martillo o la cuchara, son herramientas y no propósitos en sí mismos.

¿Os imagináis si midiéramos todo lo que aprendemos a través al móvil? O lo que llegamos a leer, cuánto nos hace reír, qué fácil es sentirnos cerca de las personas que nos importan, si estamos transmitiendo un «cuenta conmigo» o si estamos cambiando el mundo desde el ciberactivismo.

Decía Einstein que si tuviera una hora para resolver algo, se pasaría 55 minutos identificando el problema y cinco pensando en la solución. Desde luego no tenemos la solución ideal aquí, pero podríamos empezar a integrar más el cómo y el para qué, en lugar de concentrarnos en el cuánto. ¿Quiere decir eso que no abusamos del móvil? En absoluto. Más bien significa que todavía nos falta madurar esa cultura digital, una higiene 2.0 que, en general, nos iría bien pulir.

Fuente del articulo: http://www.elperiodico.com/es/opinion/20170710/con-el-movil-enganchado-adiccion-o-apego-articulo-liliana-arroyo-6158540

Fuente de la imagen: http://estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/2/7/1491305384072.jpg

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Una iDécada de transformaciones cotidianas

Liliana Arroyo

Seamos de iPhone o no, a la Manzana le debemos la revolución del concepto móvil. La innovación genial respecto a otros teléfonos fue reunir música, teléfono e internet en un solo dispositivo. Eso precipitó la popularización de los smartphones de todas las marcas, presentes hoy en el 90% de bolsillos. Sin duda son una revolución tecnológica, pero también social, ya que han transformado cómo somos, cómo pensamos y cómo nos relacionamos.

Atender el móvil es un hábito: casi lo primero al empezar el día y lo último antes de acostarnos. Sirve de despertador, de agenda y de baúl de los recuerdos, convirtiéndose en una especie de memoria externa. Con las cámaras integradas nos convertimos en retratistas constantes. Parece que inmortalizarlo todo no cueste nada y que lo más importante sea compartirlo en directo y para todos. Hay mucho debate sobre lo que publicamos y la redefinición de la intimidad. Sin los smartphones, esto no habría llegado tan rápido ni a tanta gente. Somos más cotillas y controladores, mientras algunas voces nos recuerdan la importancia de saborear el momento sin pensar en el hashtag que pondremos.

IDENTIDAD FÍSICA Y ‘YO VIRTUAL’

Vamos aprendiendo que tenemos una identidad física y un ‘yo virtual’, aunque son realidades cada vez más fusionadas. Hablamos poco de la cantidad de datos que generamos sin saberlo (recorridos, pasos diarios, historial de navegación, apps que usamos), aunque es primordial porque nutren modelos de negocio, algoritmos o facilitan investigaciones policiales.

La inmediatez alimenta la impaciencia, las respuestas rápidas, los titulares de 140 caracteres o memes resumiendo la actualidad política. Los móviles tienen un punto democratizador, puesto que acortan distancias entre nosotros y el mundo. Apple ideó pantallas táctiles que responden deslizando el dedo, sin necesidad de leer o escribir. Por eso vemos a criaturas jugueteando con móviles buscando sus dibujos preferidos. Esto supone nuevos retos educativos para familias y escuelas, con intensos debates sobre alfabetización digital.

FRONTERAS DIFUSAS

Con el móvil en la mano podemos estar trabajando, entreteniéndonos o reservando las vacaciones. Eso da pistas sobre lo difusas que son las fronteras entre ocio y obligaciones en el momento en que la oficina está allí donde vayamos. A su vez, abre la puerta a la disponibilidad absoluta, y como aún no hemos acordado una higiene digital básica, vivimos hiperconectados y a veces inundados por la multitud de notificaciones y mensajes multicanal. No decidimos activamente a qué prestamos atención y los móviles están diseñados para acapararla.

En definitiva, la tecnología nos encandila con oportunidades fascinantes, pero eso no justifica la invasión. ¿Por qué no celebramos la década con un propósito? El mío es que tomemos consciencia de que los móviles son herramientas tremendamente útiles que por suerte tenemos a nuestro alcance. Pero aún nos falta domesticarlos para que sean mejores aliados. Y difícilmente ocurrirá sin una sociedad que lo exija.

Fuente del articulo: http://www.elperiodico.com/es/opinion/20170628/una-idecada-de-transformaciones-cotidianas-por-liliana-arroyo-6135173

Fuente de la imagen: http://estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/2/3/1441828994732.jpg

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Papás, no quiero ser viral

Por: Liliana Arroyo

Convertir a los menores en ‘influencers’ de internet es muy goloso, pero conviene saber a lo que se les expone.

La mayoría de padres están contentos de mostrar a sus hijos, y las fotografías que antes se llevaban en la cartera ahora se cuelgan en Facebook (el sharenting). La última moda, sin embargo, es hacer negocio subiendo vídeos a Youtube. Estamos hablando de vídeos sencillos, con postales íntimas y familiares, por ejemplo unos niños abriendo regalos la mañana de Reyes. Las grandes marcas de juguetes están dispuestas a pagar hasta tres euros por cada mil visitas para llegar a un público que mira más dibujos por internet que en la televisión. Los padres que han dado con la fórmula pueden sacar sobresueldos de hasta 7.000 euros al mes. Los motivos para compartir la vida de los hijos en Youtube pueden ser variados y legítimos, pero es evidente que convertir a los menores en influencers es muy goloso. Como cualquier promesa, conviene saber también la letra pequeña.

Escaparate digital

En el camino de captar la atención de las marcas estaremos exponiendo las criaturas en un escaparate digital. Las colocamos a pocos clics de millones de usuarios desconocidos, con intenciones que ni siquiera podemos imaginar. Desgraciadamente, los contenidos sobre menores son especialmente sensibles a pederastia y acoso. Y sin llegar a estos extremos, aún hay más peros.

Si enseñamos al vecino un vídeo que tenemos en el móvil, sabemos quién lo ve, cuándo y por qué. Una vez lo subimos al canal de Youtube, es público y dejamos de controlarlo. En la red no sabemos cómo circulará, qué interpretaciones se pueden hacer de él ni qué dobles usos puede tener. Si colgamos en la red a la criatura aprendiendo a tocar un instrumento, tanto podemos recibir la llamada de una orquesta de jóvenes promesas como terminar en un programa de zapeo. Si decidimos jugar a eso, debemos ser conscientes y estar preparados si ocurre, tanto para gestionarlo nosotros como para ayudar a que lo digieran nuestros hijos. Internet es una red que todo lo registra y difícilmente olvida.

Ante la duda, prudencia

Podría muy bien ser que estos chicos, al llegar a la adolescencia, ya no quieran ser recordados por escenas donde aparecían despeinados y en pijama o pronunciando graciosamente una palabra. En el momento de reivindicar quién son, deben poder desmarcarse de lo que eran. Y de momento todavía estamos aprendiendo –todos– cómo funciona esto de la identidad digital. Ante la duda, la prudencia es sabia.

Más allá de los euros que podamos obtener, les estaremos empujando hacia una carrera como youtubers que no han elegido –al menos con plena conciencia– pero que acabará influyendo, en positivo o en negativo, en sus vidas. Y si decidimos intentarlo, es una oportunidad de oro para educar en el uso responsable de la tecnología, lejos de la tiranía de los pulgares arriba. Enseñar los límites entre lo personal y lo público es fundamental, al igual que asegurarles vidas lo bastante interesantes y ricas para que no vivan solo pensando en captar nuevos seguidores. No olvidemos que su vida es suya, su futuro les pertenece y por lo tanto nosotros tenemos que respetar que su opción sea: «Papás, no quiero ser viral».

Fuente: http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/papas-quiero-ser-viral-liliana-arroyo-moliner-5742132

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Abuel@s conectad@s

Por: Liliana Arroyo

Cuando el timbre de las escuelas anuncia el final la jornada de clases, en la puerta hay un montón de abuelos y abuelas esperando con las meriendas a punto para los pequeños hambrientos. Con los datos en la mano, son los grandes canguros de este país, ya que uno de cada cuatro abuelos y abuelas cuida a sus nietos 7 horas diarias, lo equivalente a una jornada laboral. Y especialmente en un país como el nuestro, de estilo mediterráneo y donde el tejido familiar es fundamental para el bienestar de la sociedad. Y los expertos apuntan que ha aumentado tras la crisis: el papel de los abuelos y abuelas abarca mucho más que el mimar y cuidar mientras los progenitores trabajan.

El problema es que aunque son los grandes canguros de este país, todavía cuesta incluirles en el discurso de la comunidad educativa. Generalmente los abuelos y abuelas siguen siendo quienes hacen compañía a los niños, que los vigilan entre el fin de la escuela y el inicio del turno parental. Así que aquí nos proponemos reivindicar su derecho a ser considerados agentes educativos activos, porque a través de su ejemplo son, queriendo o sin querer, referentes. Compartiendo tiempo con ellos los pequeños se empapan de sus puntos de vista, opiniones y actitudes frente al mundo y los demás. De hecho, este cambio de perspectiva es necesario para dejar espacio y reconocimiento a sus capacidades y su empoderamiento. Lo que no quiere decir darles más trabajo, más carga o más responsabilidades, sino que ese tiempo compartido con sus pequeños sea oportunidad de aprendizaje y crecimiento en las dos direcciones.

Y pongamos un ejemplo desde la revolución digital. Si nos plantamos en los debates sobre TIC y educación, ahí sí que los mayores quedan ya absolutamente excluidos por sistema. Solo 1 de cada 10 creen que las nuevas tecnologías sirven para educar. Hasta ahí nos sorprende poco. Para los mayores, las nuevas tecnologías son aquello que entretiene a los nietos, lo que les divierte mientras están físicamente acompañados por los abuelos. Lo mismo que para generaciones anteriores era la tele: encender la caja tonta era desactivar a la criatura. Ahora, algunos viven las tecnologías como una barrera: donde se enciende la tecnología, en el momento de conectar con los dispositivos, es el preciso instante en que se rompe la magia niet@-abuel@. En cierta forma si eligen el cacharro tecnológico, descartan a l@s abuel@s. Porque parece que ambas cosas son irreconciliables o de compatibilidad dudosa. Pero pongámonos un poco de imaginación: ¿y si por un momento situamos a l@s niet@s como alternativa a la brecha digital?

Para los mayores esa grieta entre mundo digital y analógico es un motivo más de desconexión, de separación entre los ritmos del mundo productivo y del que no lo es. Siendo objetivos, biológicamente no hay ninguna barrera para que cambiemos de mayores-canguro a abuel@s conectad@s. Por su simple existencia hoy y aquí son también ciudadanos de la cuarta revolución industrial, tanto como los que han nacido con internet debajo del brazo y un móvil entre sus manos. Dicho de otra forma, tienen el mismo derecho a aprender, a disfrutar y a relacionarse en este nuevo ecosistema que supone internet. Claro está que hay características sociales (como la condición socioeconómica o la clase social) que sitúa a unos más aventajados que otros. Pero en el momento que una mayoría de niños y jóvenes disponen de móvil, hay ahí oportunidades de introducir las nuevas herramientas de comunicación en la vida de los mayores. Y con un pelín más de imaginación, no los ubiquemos sólo como agentes pasivos que se informan o que se comunican con familiares que quizá estén a miles de km. Sinó que también pueden ser productores de contenido, subir cosas, aportar ideas y entrar en conversaciones globales y virtuales.

Porque también existen abuelos youtubers como el malagueño Juan José Cañas, a sus 80. Y poco a poco van apareciendo más casos en todo el mundo. Compartir ideas, batallas, experiencias, recetas o remedios caseros. Sea cual sea el propósito, las nuevas generaciones de abuel@s también pueden estar conectad@s. Y la clave de Juan José Cañas, fueron precisamente sus nietos, los que empezaron a incluirle en sus stories de Instagram (vídeos cortos que desaparecen en un día).

Imaginemos una tarde de juego cualquiera, donde en lugar de coincidir en el espacio tiempo y entretenerse los unos a los otros, cuando se terminan los deberes entran en escena las nuevas tecnologías. Salir a pasear a ritmo de caza de Pokémons, encontrar tesoros escondidos gracias al geocaching o crear una cuenta con fotos de los mejores parques de la ciudad y convertirse en influencers.

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Lo más importante es que en este trabajo en equipo todo el mundo gana. Unos muestran habilidad y atrevimiento sin límites, porque, les decimos, son nativos digitales. Los otros, con años de experiencia a sus espaldas, aunque no sepan con exactitud cómo funciona la economía digital sí cuentan con un buen olfato, un juicio experto y capacidad crítica entrenada durante décadas. Así podemos imaginar las tardes de otra forma, reconocer y abrir un sinfín de posibilidades. Y no hace falta que sea a diario, pero cuando apetezca, dar rienda suelta a que eso también ocurra. Y con aquello de “por los nietos lo que haga falta”, sería fantástico ir achicando cada vez más esa brecha y desmontando la idea de los mayores desconectados con la vitalidad de los youtubers al borde de los 90.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/08/abuels-conectads/

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¿Qué son las analíticas de aprendizaje y por qué pueden revolucionar el mundo educativo?

Liliana Arroyo

Los datos en educación cada vez ganan más terreno, pero hay que deficir el uso y el análisis que haremos con ellos

Una parte de la innovación educativa va muy ligada a la adopción tecnológica. Las pizarras digitales, los dispositivos móviles o los entornos virtuales de aprendizaje, son testigos y facilitadores de la revolución del aula en cuanto a fondo y forma. A la vez que vamos tomando conciencia de los retos del mundo virtual, la punta de un nuevo iceberg aproxima. Esta vez ya no es por el uso de una herramienta digital u otra, sino que es por la conjunción de todas ellas que se alimenta un nuevo paradigma: las analíticas del aprendizaje. El término nace en 2011 de la mano de George Siemens y tiene que ver con la recopilación y el análisis de datos de los estudiantes en el mismo entorno de estudio. Han venido para quedarse y no las podemos obviar en un futuro.

Este nuevo estadio abre paso con una visión cuantitativa y medible de la educación, con la primera semilla ligada a los MOOC, los cursos masivos y en abierto de aprendizaje a distancia. Aulas virtuales con miles de alumnos que ofrecen oportunidades de oro para explotar este nuevo petróleo que son los datos personales. No es nada sorprendente que desde hace unos años lluevan inversiones multimillonarias en tecnologías educativas (las llamadas EdTech). La promesa es mejorar la experiencia de los alumnos, avanzando hacia un aprendizaje personalizado y a medida. El fundamento son los rastros, los datos, la huella digital que alumnos (¡y también docentes!) dejan en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Estos entornos y tecnologías digitales destacan por la ubicuidad y la capacidad de capturar múltiples parámetros en tiempo real. Toda esta información llena enormes y golosas bases de datos sobre comportamiento en línea, rendimiento, avances y dificultades de los alumnos, por citar solo algunos ejemplos.

Pero vayamos por partes: a nadie le parecerá revolucionario eso de tener un registro con informaciones de todos y cada uno de los alumnos: ¿qué son sino las evaluaciones, los informes y las reuniones de claustro? Una serie de indicadores que se recogen sobre cada estudiante que al final del período permiten decidir la nota, la progresión y las necesidades. ¿Dónde está la diferencia? En la escala y el alcance: hasta ahora la fuente de información son los ojos de los maestros, profesores y educadores en horario lectivo (en el aula, el patio o el comedor). En la era del Big Data se añaden los campus virtuales, los libros electrónicos y las apps del móvil. Pasamos del modelo analógico de la libreta de notas en espacios ubicuos de registro automático, detallado y permanente. Se abre un abanico de oportunidades interesante y sin precedentes, pero la moneda siempre tiene dos caras, y en las cuestiones de datos personales e identidad digital apenas empezamos a ver la importancia de entender las normas del nuevo juego.

Las nuevas tecnologías son prácticas, sencillas y con infinitas posibilidades: complementando el trabajo presencial como repositorio de recursos, de ágora de discusión o de sala de examen. Y casi sin querer, a golpe de clic, queda anotado cuántas veces entran en el campus y durante cuánto tiempo se están, qué páginas visitan, qué documentos descargan, qué actividades entregan, cada cuánto participan y cuánto tiempo tardan en responder cada pregunta del test. Así, cada docente puede tener automáticamente y en cualquier momento informes completos con el histórico de un alumno (o de la clase entera), con el nivel de detalle que necesite para valorar si hay demasiados suspendidos, demasiado excelentes y si la nota media es la que esperaba.

Suponiendo que se dispone de capacidad para almacenar y procesar esta información (lo que requiere infraestructura y conocimiento específicos), las analíticas del aprendizaje permiten crear valor en la medida en que facilitan la detección de situaciones anómalas, que se alejan del patrón “normal “. Imaginemos que nos interesa activar una alerta para aquellos alumnos que tengan pocas probabilidades de superar el curso. Justamente el fracaso escolar y el absentismo son una prioridad para el David Pinyol y Miguel Ángel Carreras, miembros del grupo de Learning Analytics del Institut Obert de Cataluña. Les interesa detectarlo a tiempo para intervenir antes de que el alumno abandone. La respuesta se puede adaptar, en cada caso, de acuerdo con el histórico de informaciones que se tiene para ese alumno, pero también aprendiendo de los registros de experiencias anteriores. Parece de cajón, pues, que cuantos más datos se recojan, mejores predicciones se podrán hacer. Pero esto siempre dependerá de la calidad de los datos, la fiabilidad y la precisión de los indicadores.

Los expertos coinciden en que marca una nueva mirada “más allá de ideologías. Permite tomar decisiones con la información en tiempo real”, afirma Teresa Sancho, responsable de LAIKA, el grupo que se encarga de aplicar y hacer investigación sobre analíticas del aprendizaje a la UOC. Y es que todos estos registros también se espera que sean la base de la toma de decisiones tanto para la clase, el ciclo, el centro o la administración territorial. En esta línea la UPC y la Generalitat impulsaron el proyecto Ágora, que combina varios recursos para los centros de Cataluña. Hasta ahora hay poca experiencia, pero los resultados no siempre confirman las proyecciones.

Si esta nueva mirada se basa en las huellas digitales y algoritmos que detectan patrones, la expansión parece no tener límites. Cada vez más aplicaciones y más dispositivos nutrirán el ecosistema educativo, generarán más entradas de datos y permitirán registrar, medir y analizar más aspectos. Esta primavera se dio a conocer un juego que permite identificar alumnos con dislexia. Tan solo 15 minutos de interacción con un programa de inteligencia artificial y diagnóstico hecho. Detectar este y otros trastornos del aprendizaje de forma rápida y simple es prioritario, ya que a menudo son causa y origen del fracaso escolar. La próxima parada podría ser el análisis de sentimientos a partir de las opiniones en foros y otros textos espontáneos.

Ante este tsunami transformador podemos reaccionar de muchas maneras. Las menos aconsejables son dejar que el vértigo nos paralice o que la novedad nos embruje. Como con cualquier innovación, es necesario abrir el debate, hacer preguntas, pensar qué esperamos, qué queremos y qué no de esta nueva forma de entender el aprendizaje y la experiencia educativa. Pensando en la sociedad que queremos compartir mañana ¿nos interesa monitorizar de forma constante y automática? ¿Qué implica convertir las comunidades educativas en escaparates, donde alumnos, docentes e incluso padres conviven bajo la atenta mirada de ojos que todo lo ven y nada olvidan? ¿Qué valor le daremos a la valentía de probar y equivocarse, de encontrar el límite o salirse de la norma? Y, en consecuencia, ¿cómo transmitiremos la importancia de disfrutar y reclamar ese espacio íntimo y personal que todo ser humano necesita para encontrarse y definirse?

¿Cómo podemos condicionar el futuro de unos ciudadanos clasificados, etiquetados según su probabilidad de éxito o fracaso? Y en cuanto a la polític, ¿conviene que sea un modelo algorítmico el que rija las próximas políticas? ¿Cómo procuraremos que los datos se utilicen de forma adecuada y justificada, sin comprometer la reputación ni la confidencialidad de quienes constan en ellos?

Y siguiendo con los algoritmos, si queremos optar por la personalización del currículo, convendría plantearnos las múltiples “normalidades” que existen. Las tallas únicas suelen funcionar solo para unos cuantos, mientras muchos otros caen por los lados. ¿Cómo lo trabajamos para no agravar la brecha digital? Y por último ¿cómo podemos capacitar a los profesionales para que puedan aprovechar todos los beneficios de las analíticas del aprendizaje? ¿Cómo garantizamos que nos centraremos en los alumnos y no en las caricaturas basadas en los datos de los alumnos, como quien mira el dedo en lugar de la luna?

La respuesta a estas y muchas otras preguntas no las encontraremos ahora ni aquí. Tampoco tienen la razón unos u otros. Las respuestas, los límites y las cláusulas del nuevo contrato social las tendremos entre todos a medida que lo conozcamos, lo discutamos y reclamemos nuestro derecho a participar de los procesos de diseño. Porque una cosa sí podemos asegurar: nos irá mucho mejor entendiendo el Big Data como medio, complemento, recurso o, incluso, un aliado, en lugar de convertirse en pizarra, libro, maestro y director.

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/11/07/las-analiticas-aprendizaje-pueden-revolucionar-mundo-educativo/

Fuente de la imagen: http://ticenfid.org/wp-content/uploads/2016/08/students-sharing-data-using-mobile-devices.jpg

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Ante el ciberacoso, cibercriterio

Por: Liliana Arroyo

En materia de prevención del ciberacoso, cada ciudadano digital necesita educar el olfato. Debemos enseñar a los niños a protegerse, pero también cargarlos de criterio para detectar situaciones poco respetuosas.

Hace unos días me contaban un caso de grooming. Lo que más me sorprendió es que aun cuando estamos ante casos “de libro”, aun cuando tenemos nociones para detectarlo, siempre es más sencillo volver la vista a otro lado o restarle importancia cuando no nos afecta de lleno. Nos sirve también el ejemplo para ver cómo enfocamos el problema, donde solo vemos a quien agrede y a quien recibe la agresión, sin reparar en que ambas personas tienen un entorno social, una experiencia vital y que se les ha educado de una forma determinada a relacionarse con los demás. La historia además añade el ingrediente digital, donde a menudo se nos olvida que tomar caramelos de desconocidos es, en cierto modo, mucho más fácil e infinitamente más discreto.

El caso en cuestión afectó a una niña de unos 12 años que, tras mucho insistir, consiguió que le compraran el ansiado móvil. Hicieron un pacto inicial y la madre revisa regularmente los contactos, amigos y seguidores de su hija, mientras comentan quién es quién. Una noche, durante la supervisión habitual, la madre detecta un contacto extraño en Instagram y pregunta quién es. La hija le responde que no lo sabe muy bien, pero que le parece que es el familiar de una compañera de clase. Ahí le saltan las alarmas a la madre: un familiar de una compañera de clase. A muchos eso les traería tranquilidad: “Ah bueno, es alguien del entorno familiar de alguien conocido, no es un extraño del todo”. Y sólo a unos pocos les hace recordar que la mayor parte de abusos de menores son perpetrados por personas del círculo social próximo. No olvidemos que las cifras nos dicen que sólo un 10% de las víctimas han sido atacadas por alguien completamente desconocido. Grosso modo, los abusos son por parte de personas que forman parte del círculo de confianza del menor (60% de casos conocidos y 30% familiares directos). Así pues, no es tranquilizador que el contacto sospechoso sea el tío de una compañera de clase. ¿Con cuántas niñas más habrá intentado contactar a través de la lista de amigas de su sobrina?

Por suerte, esta madre tuvo buen olfato y le comentó a su hija que aquella noche se quedaba el teléfono. La madre se haría pasar por ella hablando con el extraño para calibrar la situación. Las sospechas se cumplieron y cuando ella le dijo que se estaba yendo a dormir, el “contacto” en cuestión le pidió, entre otras cosas, fotografías del momento de irse a la cama. Por suerte hizo capturas de pantalla de todo, antes que el emisor borrara los mensajes para que no fueran usados en su contra. Al día siguiente lo denunció y ahora está la cuestión en manos de la policía. Que el escenario del intento de acoso sea digital, tiene el inconveniente que es mucho más invisible. Pero también tiene la ventaja que el rastro es más difícil de borrar.

Frente a esto, se están tejiendo alianzas de grandes corporaciones digitales para detectar actividades susceptibles de pedofilia. Bien, eso puede ayudar. Se puede poner control parental y eso previene en parte. No se puede (y, según cómo, no se debe) poner vallas al campo, pero se pueden poner semáforos en los cruces. Cualquier estrategia que intervenga y frene las actividades no deseables, es bienvenida. Pero eso es sólo una parte. La reacción sin prevención conduce inevitablemente al juego entre el gato y el ratón. Cambiarán los métodos, cambiarán las plataformas, cambiarán las imágenes que cuelgan, pero el problema de raíz seguirá persistiendo porque está demostrado que penalizar solo funciona en el corto plazo. Es necesario ser reactivos, pero en el fondo acabaremos antes y mejor si nos adelantamos y prevenimos. Si entendemos que eliminar los parques de la calle para evitar aproximaciones inadecuadas para nada es una solución, tampoco planteemos evitar el grooming prohibiendo a los menores que tengan móvil o perfiles en las redes sociales.

Dicho de otro modo: lo más indispensable es que los peques no se encuentren de repente ante el cruce sin nadie que les cuente cómo van los semáforos, qué función tienen y qué diferencia el rojo del verde. Necesitan un entorno social que no rehúya las conversaciones sobre usos y abusos de tecnología. Porque el grooming, el acoso a menores por parte de un adulto, no es de un día para otro. El acoso se cultiva en varias fases, así que lo importante es no crear falsas alarmas a la primera, sino activar la alerta para ver hacia dónde evoluciona la conversación e intervenir a tiempo si corresponde.

Eso se facilita cuando cuentan con un entorno escolar, familiar y social protegido donde pueden hacer preguntas, expresar temores y donde vean normal que sus adultos se preocupen por saber con quién hablan. Eso sí, siempre con respeto y colaboración. Que revisar los contactos forme parte de ese acompañamiento regular que permite tejer vínculos de confianza y espacios seguros lejos del cotilleo o el exceso de autoridad. Del mismo modo, debemos ver el valor a compartir las situaciones que ocurran con otros menores, para aprender colectivamente de ellas y enseñar a no vulnerar a las víctimas. Y así, sin caer en la histeria, podemos ir moldeando la sensibilidad colectiva ante los posibles los signos que podamos encontrar.

En resumen, en materia de prevención del ciberacoso, cada ciudadano digital necesita educar el olfato. Debemos enseñarles a protegerse, pero también cargarles de criterio para detectar situaciones poco respetuosas y abusivas, si llegan a darse. Para construir una cibercultura, comencemos por el cibercriterio. Vayamos inoculando un marco de referencia y herramientas para que sepan cómo actuar en cualquier situación. Una forma más de elegir la red que tejemos día a día para la sociedad que soñamos.

 Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/03/ante-el-ciberacoso-cibercriterio/
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