Por: Liliana Arroyo
Convertir a los menores en ‘influencers’ de internet es muy goloso, pero conviene saber a lo que se les expone.
La mayoría de padres están contentos de mostrar a sus hijos, y las fotografías que antes se llevaban en la cartera ahora se cuelgan en Facebook (el sharenting). La última moda, sin embargo, es hacer negocio subiendo vídeos a Youtube. Estamos hablando de vídeos sencillos, con postales íntimas y familiares, por ejemplo unos niños abriendo regalos la mañana de Reyes. Las grandes marcas de juguetes están dispuestas a pagar hasta tres euros por cada mil visitas para llegar a un público que mira más dibujos por internet que en la televisión. Los padres que han dado con la fórmula pueden sacar sobresueldos de hasta 7.000 euros al mes. Los motivos para compartir la vida de los hijos en Youtube pueden ser variados y legítimos, pero es evidente que convertir a los menores en influencers es muy goloso. Como cualquier promesa, conviene saber también la letra pequeña.
Escaparate digital
En el camino de captar la atención de las marcas estaremos exponiendo las criaturas en un escaparate digital. Las colocamos a pocos clics de millones de usuarios desconocidos, con intenciones que ni siquiera podemos imaginar. Desgraciadamente, los contenidos sobre menores son especialmente sensibles a pederastia y acoso. Y sin llegar a estos extremos, aún hay más peros.
Si enseñamos al vecino un vídeo que tenemos en el móvil, sabemos quién lo ve, cuándo y por qué. Una vez lo subimos al canal de Youtube, es público y dejamos de controlarlo. En la red no sabemos cómo circulará, qué interpretaciones se pueden hacer de él ni qué dobles usos puede tener. Si colgamos en la red a la criatura aprendiendo a tocar un instrumento, tanto podemos recibir la llamada de una orquesta de jóvenes promesas como terminar en un programa de zapeo. Si decidimos jugar a eso, debemos ser conscientes y estar preparados si ocurre, tanto para gestionarlo nosotros como para ayudar a que lo digieran nuestros hijos. Internet es una red que todo lo registra y difícilmente olvida.
Ante la duda, prudencia
Podría muy bien ser que estos chicos, al llegar a la adolescencia, ya no quieran ser recordados por escenas donde aparecían despeinados y en pijama o pronunciando graciosamente una palabra. En el momento de reivindicar quién son, deben poder desmarcarse de lo que eran. Y de momento todavía estamos aprendiendo –todos– cómo funciona esto de la identidad digital. Ante la duda, la prudencia es sabia.
Más allá de los euros que podamos obtener, les estaremos empujando hacia una carrera como youtubers que no han elegido –al menos con plena conciencia– pero que acabará influyendo, en positivo o en negativo, en sus vidas. Y si decidimos intentarlo, es una oportunidad de oro para educar en el uso responsable de la tecnología, lejos de la tiranía de los pulgares arriba. Enseñar los límites entre lo personal y lo público es fundamental, al igual que asegurarles vidas lo bastante interesantes y ricas para que no vivan solo pensando en captar nuevos seguidores. No olvidemos que su vida es suya, su futuro les pertenece y por lo tanto nosotros tenemos que respetar que su opción sea: «Papás, no quiero ser viral».
Fuente: http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/papas-quiero-ser-viral-liliana-arroyo-moliner-5742132