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La cultura, lugar de nacimiento de la utopía Brasil

Leonardo Boff

Prácticamente todos los principales analistas de la nación brasileña, empezando por Joaquim Nabuco y culminando con Darcy Ribeiro tenían sus ojos vueltos hacia el pasado: cómo se formó este tipo de sociedad que tenemos con características indígenas, negras, ibéricas, europeas y asiáticas. Fueron detallistas, como un Gilberto Freyre, pero no dirigían sus ojos hacia delante: qué utopía nos mueve y cómo vamos a hacerla realidad históricamente.

Todos los países que se afirmaron, diseñaron su mayor sueño, y bien o mal lo realizaron, a veces, como los países europeos, penalizando por la colonización a otros pueblos de África, América Latina y Asia. Por lo general, en un contexto de crisis se elabora la utopía como forma de encontrar una salida. Celso Furtado, que además de reconocido economista era un agudo observador de la cultura nos dice en un libro que debe ser meditado por los que están interesados en el futuro del país, Brasil: la construcción interrumpida: «Nos falta la experiencia de pruebas cruciales, como las que conocieron otros pueblos cuya supervivencia llegó a estar amenazada» (1992, p.35). No nos faltan situaciones críticas que serían las oportunidades para elaborar nuestra utopía. Pero las fuerzas conservadoras y reaccionarias «se empeñaron en interrumpir nuestro proceso histórico de formación de un Estado-nación» (p.35) por temor a perder sus privilegios.

Y así nos quedamos solamente con un Brasil imaginario, gentil, fuerte, grande, la provincia más riente del planeta Tierra, pero nos impidió la construcción de un Brasil real que integrase mínimamente a todos, multicultural, tolerante y hasta místico.

Ha llegado el momento, creo, que nos ofrece el reto de construir esta utopía. ¿A partir de qué base vamos a asumir esta tarea? Debe ser a partir de algo típicamente nuestro, que tenga raíces en nuestra historia y represente otro software social. Este nivel básico es nuestra cultura, especialmente nuestra cultura popular. Como dice Celso Furtado: «despreciados por las élites, los valores de la cultura popular proceden de su amalgama con considerable autonomía frente a las culturas dominantes (El largo amanecer, 1999, p.65). Lo que hace a Brasil ser Brasil es la autonomía creativa de la cultura de raíz popular.

La cultura es vista aquí como un sistema de valores y de proyectos del pueblo. La cultura se mueve en la lógica de los fines y de los grandes símbolos y relatos que dan sentido a la vida. Está impregnada de la razón cordial y contrasta con la fría lógica de los medios, inherente a la razón instrumental-analítica que busca la acumulación material. Esta última se impuso y nos hace solo imitadores secundarios de los países más avanzados técnicamente. La cultura siguió otra lógica, vinculada a la vida, que vale más que la acumulación de bienes materiales.

El filósofo y economista Gianetti, en sus obras, vio la fecundidad de nuestra cultura para elaborar el sueño brasileño. Pero nadie mejor que el científico social, Luiz Gonzaga de Souza Lima, en su libro todavía no reconocido: La refundación de Brasil: hacia la sociedad biocentrada (2011), donde sistematiza el eje de la cultura brasileña como articuladora de la utopía Brasil y de nuestra identidad nacional.

Nuestra cultura, admirada ya en todo el mundo, nos permite refundar Brasil, lo que significa «tener la vida como lo más importante del sistema social… construir una organización social que busque y promueva la felicidad, la alegría, la solidaridad , el compartir, la defensa común, la unión en la necesidad, el vínculo, el compromiso con la vida de todos, una organización social que incluya a todos sus miembros, que elimine e impida las exclusiones de todo tipo y a todos los niveles» (p.266).

La solución para Brasil no está en la economía como el sistema dominante nos quiere hacer creer, sino en la vivencia de su forma de ser abierto, cariñoso, alegre, amigo de la vida. La razón instrumental nos ayudó a crear una infraestructura básica siempre indispensable. Pero lo más importante fue poner las bases para una biocivilización que celebra la vida, que convive con la pluralidad de manifestaciones, dotada con una increíble capacidad de integrar, sintetizar y crear espacios donde nos sentimos más humanos.

Por la cultura, no hecha para el mercado, sino para ser vivida y celebrada, podremos anticipar, por lo menos un poco, lo que podrá ser una humanidad globalizada que siente a la Tierra como gran Madre y Casa Común. El mayor sueño, nuestra utopía, es la comensalidad: sentarse juntos a la mesa y disfrutar de la alegría de convivir amigablemente y saborear los buenos frutos de la grande y generosa Madre Tierra.

Fuente del artículo: http://www.redescristianas.net/la-cultura-lugar-de-nacimiento-de-la-utopia-brasilleonardo-boff/

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Miseria en la cultura: decepción y depresión

 En 1930 Sigmund Freud escribió su famoso libro El malestar en la cultura y ya en la primera línea denunciaba: «en lugar de los valores de la vida, se prefiere el poder, el éxito y la riqueza, buscados por sí mismos». Hoy día estos factores han alcanzado tal magnitud que el malestar se transformado en miseria en la cultura. La COP-15 en Copenhague nos dio la demostración más cabal: para salvar el sistema del lucro y de los intereses económicos nacionales no se ha temido poner en peligro el futuro de la vida y del equilibrio del planeta sometido ya a un calentamiento que, si no es encarado rápidamente, podrá exterminar a millones de personas y liquidar gran parte de la biodiversidad.

La miseria en la cultura, o mejor, de la cultura, se revela por medio de dos síntomas verificables en todo el mundo: la decepción generalizada en la sociedad y una profunda depresión en las personas. Ambas tienen su razón de ser. Son consecuencia de la crisis de fe por la que está pasando el sistema mundial.

¿De qué fe se trata? Es la fe en el progreso ilimitado, en la omnipotencia de la tecnociencia, en el sistema económico-financiero, con su mercado, que actuarían como ejes estructuradores de la sociedad. La fe en estos dioses poseía sus credos, sus sumos sacerdotes, sus profetas, un ejército de acólitos y una masa inimaginable de fieles.

Hoy día esos fieles han entrado en una profunda decepción porque tales dioses se han revelado falsos. Ahora están agonizando o simplemente han muerto, y los G-20 tratan en vano de resucitar sus cadáveres. Los que profesan esta religión fetiche constatan ahora que el progreso ilimitado ha devastado peligrosamente la naturaleza y es la principal causa del calentamiento global. La tecnociencia que, por un lado, ha traído tantos beneficios, creó una máquina de muerte que sólo en el siglo XX mató a 200 millones de personas y es hoy capaz de exterminar a toda la especie humana; el sistema-económico-financiero y el mercado quebraron y si no hubiera sido por el dinero de los contribuyentes, a través del Estado, habrían provocado una catástrofe social. La decepción está estampada en los rostros perplejos de los líderes políticos, que no saben ya en quien creer y qué nuevos dioses entronizar. Existe una especie de nihilismo dulce.

Ya Max Weber y Friedrich Nietszche habían previsto tales efectos al anunciar la secularización y la muerte de Dios. No que Dios haya muerto, pues un Dios que muere no es «Dios». Nietszche es claro: Dios no murió, nosotros lo matamos. Es decir, para la sociedad secularizada Dios no cuenta ya para la vida ni para la cohesión social. En su lugar entró el panteón de dioses que hemos mencionado antes. Como son ídolos, un día van a mostrar lo que producen: decepción y muerte.

La solución no estriba simplemente en volver a Dios o a la religión, sino en rescatar lo que significan: la conexión con el todo, la percepción de que la vida y no el lucro debe ocupar el centro, y la afirmación de valores compartidos que pueden proporcionar cohesión a la sociedad.

La decepción viene acompañada por la depresión. Ésta es un fruto tardío de la revolución de los jóvenes de los años 60 del siglo XX. Allí se trataba de impugnar una sociedad de represión, especialmente sexual, y llena de máscaras sociales. Se imponía una liberalización generalizada. Se experimentó de todo. El lema era «vivir sin tiempos muertos; gozar la vida sin trabas». Eso llevó a la supresión de cualquier intervalo entre el deseo y su realización. Todo tenía que ser inmediato y rápido.

De ahí resultó la quiebra de todos los tabúes, la pérdida de la justa medida y la completa permisividad. Surgió una nueva opresión: tener que ser moderno, rebelde, sexy y tener que desnudarse por dentro y por fuera. El mayor castigo es el envejecimiento. Se concibió la salud total, y se crearon modelos de belleza, basados en la delgadez hasta la anorexia. Se abolió la muerte, convertida en un espanto.

Tal proyecto posmoderno también fracasó, pues con la vida no se puede hacer cualquier cosa. Posee una sacralidad intrínseca, y límites. Si se rompen, se instaura la depresión. Decepción y frustración son recetas para la violencia sin objeto, para el consumo elevado de ansiolíticos y hasta para el suicidio, como ocurre en muchos países.

¿Hacia donde vamos? Nadie lo sabe. Solamente sabemos que tenemos que cambiar si queremos continuar. Pero ya se notan por todas partes brotes que representan los valores perennes de la condición humana: casamiento con amor, el sexo con afecto, el cuidado de la naturaleza, el gana-gana en vez del gana-pierde, la búsqueda del «bien vivir», base para la felicidad, que es hoy fruto de la sencillez voluntaria y de querer tener menos para ser más.

Esto es esperanzador. En esta dirección hay que progresar.

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El rescate de la utopía en el contexto actual

Dado el desamparo que se extiende en Brasil y en la humanidad actual es urgente rescatar el sentido liberador de la utopía. De hecho, vivimos en el ojo de una crisis del orden político y del tipo de democracia que tenemos, y aún más: de una crisis de civilización de proporciones planetarias.

Toda crisis ofrece posibilidades de transformación, así como de riesgo de fracaso. En la crisis, el miedo y la esperanza, las expresiones de rabia y de violencia real o simbólica se entremezclan, especialmente en este momento crítico de la sociedad nacional, y en el plano internacional debido a los 40 focos de guerra y al hecho de que ya estamos dentro del calentamiento global.

Necesitamos esperanza. La esperanza se expresa en el lenguaje de las utopías. Estas, por su misma naturaleza, nunca se van a realizar plenamente. Pero nos mantienen caminando. Lo dijo muy bien el escritor irlandés Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad atraca siempre, partiendo de nuevo hacia una tierra aún mejor». Entre nosotros observó acertadamente el poeta Mario Quintana: «Si las cosas son inalcanzables… / no es motivo para no quererlas / Qué tristes los caminos si no fuera por / la mágica presencia de las estrellas».

La utopía no se opone a la realidad, pertenece a ella, porque esta no está hecha solo de lo que es dado, sino de lo que es potencial y que algún día podría transformarse en dado. La utopía nace de este trasfondo de virtualidades presentes en la historia, en la sociedad y en cada persona.

El filósofo Ernst Bloch acuñó la expresión principio-esperanza. Por principio-esperanza, que es más que la virtud de la esperanza, él entiende el potencial inagotable de la existencia humana y de la historia que nos permite decir no a una realidad concreta, a las limitaciones espacio-temporales, a los modelos políticos y a las barreras que limitan el vivir, el saber, el querer y el amar.

El ser humano dice no porque primero dijo sí: sí a la vida, al sentido, a una sociedad con menos corrupción y más justa, a los sueños y a la plenitud ansiada. Aunque siendo realista no entrevea la plenitud total en el horizonte de las concreciones históricas, no por eso deja de desearla con una esperanza que no decae nunca.

Job, casi a las puertas de la muerte, podía gritar a Dios: “aunque Tú me mates, aún así espero en Ti”. El paraíso terrenal narrado en el Génesis 2-3 es un texto de esperanza. No se trata del relato de un pasado perdido que añoramos, sino que es más bien una promesa, la esperanza de un futuro a cuyo encuentro estamos caminando. Como comentaba Bloch: «el verdadero Génesis no está al principio sino al final. Sólo al terminar el proceso evolutivo serán verdaderas las palabras de las Escrituras: “Y vio Dios que todo era bueno”». Mientras evolucionamos todo no es bueno, sólo perfectible.

Lo esencial del cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios, otras religiones también lo han hecho, sino en afirmar que la utopía (lo que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). Hubo alguien en quien no solo fue vencida la muerte, lo que ya sería mucho, sino que ocurrió algo mayor: todas las virtualidades escondidas en el ser humano, se hicieron realidad. Jesús de Nazaret es el “Adán novísimo” en la expresión de san Pablo, el hombre oculto ahora revelado. Él es solo el primero entre muchos hermanos y hermanas; nosotros le seguiremos, completa san Pablo.

Anunciar tal esperanza en el sombrío contexto actual de Brasil y del mundo no es irrelevante. Transforma la eventual tragedia de la política de la Tierra y de la humanidad, debido a la disolución social y a las amenazas sociales y ecológicas, en una crisis purificadora.

Vamos a hacer una travesía peligrosa, pero la vida estará garantizada y Brasil, así como el Planeta, todavía se regenerarán y encontrarán un camino de esperanza que nos abra un futuro esperanzador.

Los grupos portadores de sentido, las filosofías, los partidos con propuestas sociales bien fundadas y principalmente las religiones y las Iglesias cristianas deben proclamar desde lo alto de los tejados esta esperanza.

Para los cristianos, la hierba no creció sobre la sepultura de Jesús. A partir de la crisis del viernes de la crucifixión, la vida triunfó. Por eso la tragedia no puede escribir el último capítulo de la historia ni de Brasil ni de la Madre Tierra. Este lo escribirá la vida en su esplendor solar.

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Amenazas a la Madre Tierra y cómo hacerles frente

12 de Marzo de 2016

Hay cuatro amenazas que pesan sobre nuestra Casa Común y que exigen de nosotros especial cuidado.

La primera es la visión pobre de los tiempos modernos de la Tierra sin vida y sin propósito: objeto de la explotación despiadada con vistas al enriquecimiento. Tal visión, que ha traído beneficios innegables, ha acarreado también un desequilibrio en todos los ecosistemas que ha provocado la actual crisis ecológica generalizada. Con ese afán fueron eliminados pueblos enteros, como en América Latina, se devastó la selva atlántica y, en parte, el cerrado.

En enero de 2015, 18 científicos publicaron en la famosa revista Science un estudio sobre “Los limites planetarios: una guía para un desarrollo humano en un planeta en mutación”. Enumeraron 9 aspectos fundamentales para la continuidad de la vida. Entre ellos estaban el equilibrio de los climas, el mantenimiento de la biodiversidad, la preservación de la capa de ozono, el control de la acidificación de los océanos. Todos estos aspectos se encuentran en estado de erosión. Pero dos, que ellos llaman los “límites fundamentales”, son los más degradados: el cambio climático y la extinción de las especies. La quiebra de estas dos fronteras fundamentales puede llevar a nuestra civilización al colapso.

En este contexto, cuidar la Tierra significa que al paradigma de la conquista, que devasta la naturaleza, debemos oponer el paradigma del cuidado, que protege la naturaleza. Este cura las heridas pasadas y evita las futuras. El cuidado nos lleva a convivir amigablemente con todos los demás seres y a respetar los ritmos de la naturaleza. Debemos producir lo que necesitamos para vivir, pero con cuidado, dentro de los limites soportables de cada región y con la riqueza de cada ecosistema.

La segunda amenaza consiste en la máquina de muerte de las armas de destrucción masiva: armas químicas, biológicas y nucleares. Estas armas, que ya están montadas, pueden destruir toda la vida del planeta de 25 formas diferentes. Como la seguridad nunca es total tenemos que cuidar que no sean usadas en guerras y que los mecanismos de seguridad sean cada vez más estrictos.

A esta amenaza debemos oponer una cultura de paz, de respeto a los derechos de la vida, de la naturaleza y de la Madre Tierra, la distensión y el diálogo entre los pueblos. En vez del gana-pierde, vivir el gana-gana, buscando convergencias en las diversidades. Esto significa crear equilibrio y generar el cuidado.

La tercera amenaza es la falta de agua potable. De toda el agua que existe en la Tierra solo el 3% es agua dulce, el resto es salada. De este 3%, el 70% va a la agricultura, el 20% a la industria y solamente un 10% va al uso humano. Es un volumen irrisorio, lo que explica que más de mil millones de personas vivan con insuficiencia de agua potable.

Tenemos que cuidar el agua de la Tierra y cuidar los bosques y las selvas, pues son las protectoras naturales de todas las aguas. Cuidar del agua exige velar para que las nacientes estén rodeadas de árboles y todos los ríos tengan su vegetación de ribera, pues esta alimenta las nacientes. Sucede que más de la mitad de las selvas húmedas han sido deforestadas, alterando los climas, secando ríos o disminuyendo el agua de los acuíferos. Lo que mejor podemos hacer siempre es reforestar.

La cuarta gran amenaza está representada por el calentamiento creciente de la Tierra. Es propio de la geofísica del planeta que este conozca fases de frío y fases de calor que siempre se alternan. Pero este ritmo natural ha sido alterado por la excesiva intervención humana en todos los frentes de la naturaleza y de la Tierra. El dióxido de carbono, el metano y otros gases del proceso industrialista han creado una nube que rodea toda la Tierra y retiene el calor aquí abajo. Estamos cerca de los 2 grados centígrados. Con esta temperatura todavía se pueden administrar los ciclos de la vida.

La COP21 de Paris a finales del 2015 creó un consenso entre los 192 países con el fin de hacer todo lo posible para no llegar a los 2 grados centígrados, y tender a 1,5 grados centígrados, el nivel de la sociedad preindustrial. Si sobrepasamos este nivel, la especie humana estará peligrosamente amenazada.

No sin razón los científicos han creado una nueva palabra para calificar nuestro tiempo: el antropoceno. Este configuraría una nueva era geológica, en la cual la gran amenaza a la vida, el verdadero Satán de la Tierra, es el propio ser humano con su irresponsabilidad y falta de cuidado.

Otros lanzan la hipótesis según la cual la Madre Tierra no nos querría mas viviendo en su Casa y buscaría la manera de eliminarnos, ya fuera mediante un desastre ecológico de proporciones apocalípticas o por alguna superbacteria poderosísima e inatacable, permitiendo así que las otras especies ya no se sientan amenazadas por nosotros y puedan continuar con el proceso evolutivo.

Contra el calentamiento global debemos buscar fuentes alternativas de energía, como la solar y la eólica, pues la fósil, el petróleo, el motor de nuestra civilización industrial, produce en gran parte dióxido de carbono. Tenemos que poner en páctica las distintas erres (r) de la Carta de la Tierra: reducir, reusar y reciclar, reforestar, respetar y rechazar las llamadas al consumo. Todo lo que pueda contaminar el aire debe ser evitado para impedir el calentamiento global.

* Leonardo Boff es columnista del JB online y escribió Los derechos del corazón, Paulus 2016.

Traducción de MJ Gavito Milano

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Os derrotados nas urnas querem ganhar pelo poder e não pelo direito

No emaranhado das discussões atuais relativas à corrupção importa desocultar o que está oculto e que passa desapercebido aos olhos pouco críticos. O que está oculto? É a vontade persistente dos grupos dominantes que não aceitam a ascensão das massas populares aos bens mínimos da cidadania e que querem mantê-las onde sempre foram mantidas: na margem, como exército de reserva para seu serviço barato.

A investigação jurídico-policial dos crimes na Petrobrás que envolve grandes empreiteiras e o PT envolve também muitos outros partidos, como o PPS, o PMDB e o PSDB, beneficiados com subsídios e propinas para suas campanhas. Por que ela é conduzida de forma a se centrar unicamente nos membros do PT? O objetivo principal parece não ser a condenação dos malfeitos, que obviamente devem ser investigados, julgados e punidos. Mas o PT não está sozinho nesse imbróglio. A maioria dos grandes partidos estão metidos nele. Quem deles não recebeu milhões da Petrobrás e das empreiteiras para suas campanhas? Por que o Ministério Público, a Polícia Federal e o juiz Sergio Moro não os investiga já que pretende limpar o pais? Alguém desses candidatos vendeu sua casa de campo, seu sítio ou algum bem para financiar sua campanha milionária? Financiaram-se pelo caixa 2 ilegal mas tido como prática corrente na nossa democracia de baixíssima intensidade.

É ingênuo e enganador pensar que estas instâncias, inclusive os vários níveis da justiça nos seus mais altos escalões não venham imbuídos de intenções e de ideologia. Que nos digam os clássicos da ideologia como Jürgen Habermas e Michel Foucault que demonstraram não haver nenhum espaço social imune à interesses e por isso à presença da ideologia e que não seja movido por algum propósito. É próprio do discurso ocultador dos golpistas enfatizarem a completa independências destas instâncias e seu caráter de imparcialidade.  A realidade do passado e do presente revela bem outra coisa, especialmente quanto ao juiz Sergio Moro.

Um determinado propósito ideológico dos vários órgãos de poder vinculados ao poder policial, jurídico e de alguns das supremas cortes articulados com meios de comunicação privados de âmbito nacional, de reconhecido caráter conservador, quando não reacionário e antipopular, serviria de laço de ligação entre todos com a intenção de garantirem certo tipo de ordem que sempre os beneficiou e que agora com o PT e aliados foi posta em xeque.

Por que a tentativa sistemática de desmontar a figura de Lula, levado sob vara para depor na PF, depois de tê-lo feito antes por três vezes? É a vontade perversa de destruí-lo como referência para todos aqueles que veem nele o político vindo dos fundões de nosso país, sobrevivente da fome e que, finalmente, com seu carisma, galgou o centro do poder. Ele conferiu a coisa mais importante para uma pessoa: sua dignidade. O povo sempre era tido pelos donos do poder como Jeca-Tatu, plebe ignara e rebotalho. Sofrido, cansou de ver frustrada sua esperança de melhorias mínimas. A conciliação entre as classes, tônica de nossa sociedade política, sempre foi para aplainar o caminho dos grupos poderosos e negar benefícios ao povo. Com o PT houve uma inflexão neste lógica excludente.

Agora vem à tona o mesmo propósito das classes que não aceitaram que, um dia, foram apeadas do poder. Querem voltar a qualquer custo. Dão-se conta de que, pela via eleitoral não o conseguirão, por causa da mediocridade de seus líderes e por falta de qualquer projeto que devolva esperança ao povo, súcubos que são do poder imperial globalizado. Querem consegui-lo manipulando as leis, suscitando ódio e intolerância como nunca houve nesta proporção na nossa história. É a luta de classes, sim. Esse tema não é passado. Não é invenção. É um dado de realidade. Basta ver como se manifesta nas mídias sociais. Parece que a boca do inferno se abriu para o palavrão, para a falta de respeito, pela vontade de satanizar o outro.

A política não é feita de confronto de ideias, de projetos políticos e de leituras diferentes de nossa situação de crise que nã é só nossa mas do mundo. É algo mais perverso: é a vontade de destruir Lula, de liquidar o PT e colocá-lo contra o povo. Temem que Lula volte para completar as políticas que foram boas para as grandes maiorias e que lhe deram consciência e dignidade. O que os donos do poder mais temem é um povo que pensa. Querem-no ignorante para poder dominá-lo ideológica e politicamente e assim se garantir no privilégio.

Mas não o conseguirão. São tão obtusos e faltos de criatividade em sua fome de poder que usam as mesmas táticas de 1954 contra Vargas ou de 1964 contra Jango. Tratava-se sempre de deter os reclamos do povo por mais direitos, o que implicava a redução dos privilégios e uma melhora da democracia. Mas os tempos são outros. Não vão prosperar pois já há um acúmulo de consciência e de pressão popular que os levará à irrisão, não obstante seus porta-vozes mediáticos, verdadeiros “rola-bosta” que recolhem o que acham de ruim para continuarem a mentir, a distorcer, a inventar cenários dramáticos para desfalcar a esperança popular e assim alcançar seu retorno com a força e não com direito democrático. Porém “no, no pasaran”…

Leonardo Boff, não é filiado ao PT mas interessado nos destinos dos mais sofridos de nosso pátria que o PT ajudou a tirar da miséria.

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