Una voz unánime contra la violencia de género

Por: Leidys María Labrador Herrera

Se deshace, mira el espejo y no reconoce la imagen de lo que fue una vez. El significado de la palabra amor se confunde en su cabeza. Está atrapada, el mundo se achica a su alrededor. No hay salida, no hay luz, solo oscuridad la rodea. Acalla los sollozos, llora en silencio, llora sola…

Así de dolorosas son las historias de violencia, las que ocurren en un barrio marginal, en una humilde casa o entre los muros de una espléndida mansión. La verdadera realidad es que, según expone el sitio oficial de la Organización de Naciones Unidas, hasta el 70 % de las mujeres ha sido violentada al menos una vez en su vida, por lo que este fenómeno califica como una pandemia global.

Esta alarmante cifra es la prueba de que los esfuerzos mundiales por frenar el problema aún son insuficientes, sobre todo, porque esta no es una cuestión solo de activismo y voluntad, sino de políticas y leyes que protejan a un sexo, que no es para nada débil, pero sí vulnerable.

Las alarmas encendidas alrededor del mundo sobre la situación de este sector poblacional, dieron lugar a las Conferencias Mundiales sobre la mujer, que tuvieron su primera edición en México (1975). Como reuniones de alto nivel, auspiciadas por la Organización de Naciones Unidas, cuentan con representantes de todas las naciones miembros, y persiguen la reivindicación de los derechos femeninos, sobre la base del compromiso de los estados con el pleno desarrollo de la mujer en la sociedad.

La segunda y tercera conferencias, celebradas en Copenhague 1980 y Nairobi 1985, respectivamente, significaron una continuidad de los esfuerzos por enfrentar no solo la violencia de género, sino limitantes que se evidencian en ámbitos como la salud, el empleo, la economía, o acceso a la educación. Sin embargo, la Declaración y Plataforma aprobadas en la cuarta conferencia, Beijing 1995, constituyeron la expresión más significativa de los empeños por cambiar la realidad de millones de mujeres y niñas.

Según expresa el portal web ONU Mujeres, «el proceso de Beijing desencadenó una voluntad política notable y la visibilidad mundial. Conectó y reforzó el activismo de los movimientos de mujeres a escala mundial. Las personas que participaron en la conferencia volvieron a sus hogares con grandes esperanzas y un claro acuerdo, acerca de cómo lograr la igualdad y el empoderamiento».

Desde entonces hasta hoy han transcurrido poco más de 20 años, y aunque la plataforma de acción de la cuarta conferencia sigue siendo un paradigma para el logro de la equidad de género, resulta imprescindible visibilizar y darle voz a quienes aún no gozan de esos privilegios.

Nuestro país, dado el carácter de equidad entre géneros que defiende la Revolución Cubana, aprobó en 1997, como acuerdo del Consejo de Estado, lo que fuera denominado como Plan de Acción Nacional de la República de Cuba de Seguimiento a la IV Conferencia de la ONU sobre la Mujer, que tuvo a nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz como principal defensor y a la Federación de Mujeres Cubanas como guardiana de su cumplimiento.

Hoy en Cuba, como en el resto del mundo, existe una visión más clara y profunda acerca de los disímiles conceptos y formas de violencia, aunque ha quedado claro que la de género hacia las mujeres, es aquella que se les infringe por el solo hecho de ser mujer.

Desgarradoras son las historias que ilustran este fenómeno, sobre todo porque laceran la voluntad, destruyen psíquicamente a las víctimas y pueden incluso privarlas del derecho más elemental: su propia vida.

Lamentablemente, de acuerdo con cifras publicadas en septiembre de este año por la Organización Mundial de la Salud, un 38 % de los asesinatos de mujeres que se producen en el mundo, son cometidos por su pareja. Ello demuestra que aunque desde 1993 existe, aprobada por la ONU, la Declaración sobre la eliminación de la Violencia contra las Mujeres, la pandemia sigue creciendo.

Fue esta la razón esencial para que el mundo marcara una fecha en la que, de forma unánime, se hiciera patente el rechazo a este flagelo y la historia, puso el dedo sobre el calendario.

El 25 de noviembre de 1960, esbirros del tirano Rafael Leónidas Trujillo ejecutaron la orden. Sin que sus manos temblaran ni un solo instante, cegaron la vida de Patria, Minerva y María Teresa Miraval, quienes se habían enfrentado valientemente a las injusticias de la dictadura. La impunidad de quienes acabaron con sus vidas, es una herida abierta que aún sangra, y por eso las hermanas devinieron símbolo para enfrentar actos violentos que tengan como blanco a las mujeres, y el 25 de noviembre quedó marcado como Día Internacional de la No Violencia

La propuesta, hecha por los entonces representantes de República Dominicana ante la ONU, fue aprobada el 17 de diciembre de 1999, y fue respaldada por 80 países. La jornada que acompaña a la fecha, se extiende hasta el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, precisamente porque, como afirma el informe final de Beijing, «las normas internacionales sobre derechos humanos aún no han sido aplicadas de forma efectiva, para reparar las desventajas e injusticias que experimentan las mujeres».

Esta jornada cuenta cada año con campañas que abarcan diversos sectores sociales, medios de comunicación y otras iniciativas dirigidas no solo a la comprensión del problema, sino a demostrarles a las mujeres violentadas que siempre hay una oportunidad de salir adelante.

En nuestro país, por ejemplo, existen instituciones como la Casa de orientación a la mujer y la familia, que ofrecen consejerías y apoyo a quienes llegan hasta ellas en busca de ayuda. También es destacable el trabajo del Grupo de Reflexión y Solidaridad, Oscar Arnulfo Romero, promotor de las campañas cubanas contra la violencia de género, y de acciones de superación que permiten elevar la cultura popular acerca de este tema tan sensible.

Hechos y cifras publicados por el sitio web Onu Mujeres, demuestran que menos del 40 % de las que sufren violencia busca ayuda. Eso quiere decir que aún son muchas las víctimas silenciadas y, mientras exista una de ellas sobre la faz de la tierra, habrá que seguir luchando.

La violencia no es privativa de mujeres sin estudios o de pocos recursos, puede sufrirla cualquiera y sea cual sea el caso, las consecuencias son igual de dolorosas. Sin embargo, hay miles de historias de superación que demuestran que no todo está perdido, pero la meta verdadera es la completa eliminación de un flagelo que deja marcas imborrables.

El miedo es una barrera, como los estigmas asociados a patrones culturales arcaicos, que determinan la obediencia absoluta y la subordinación de los intereses de una mujer a su pareja del sexo opuesto, pero todas pueden ser franqueadas. Nadie es capaz de probar su valor hasta que no se lo propone. Juntos podemos decir ¡Basta!, no como una súplica, sino como la más firme exigencia.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-11-24/una-voz-unanime-contra-la-violencia-de-genero-24-11-2016-21-11-06

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Un mito destrozado en mil pedazos

Sexo débil, fue ese el calificativo que heredamos de una tradición patriarcal, que durante siglos segregó a la mujer. Un mito que nos encerró en el círculo vicioso de la reproducción y los quehaceres del hogar.

Pero la historia es sabia y su caprichosa espiral determinó que, no sin incontables barreras, las féminas se deshicieran de esa pesada carga, para demostrar su valía, y una fortaleza que na­da tiene que ver con músculos, sino con la sensibilidad y la capacidad de sortear los obstáculos del destino. Creo que a nadie le quepa la me­nor duda de que las cubanas han sido ejemplo en ese arduo bregar.

Mucho camino han transitado las hijas de esta tierra para materializar una Revolución dentro de la Revolución, como brillantemente lo definiera Fidel. El sentimiento patrio y la necesidad de hacerse valer como seres humanos, hicieron que las voces femeninas poco a poco se escucharan en ámbitos dominados por el sexo opuesto como las artes, la política y las ciencias. Las palabras de Ana Be­tancourt de Mora en fecha tan temprana como 1869 demostraron que la mujer cubana no seguiría siendo la sombra oculta tras un protector marido, ni la cálida retaguardia del guerrero, sino abanderada de la nacionalidad que se gestaba, protagonista incólume del futuro de Cuba.

Y escribieron su propio destino. Empuñaron el machete en la manigua y el fusil en la Sierra, burlaron a los esbirros en la lucha clandestina, se lo jugaron todo por una noble causa, la libertad. La grandeza del espíritu, la dignidad a prueba de los más duros golpes, hicieron que del vientre de Mariana no solo nacieran los Maceo, sino Melba, Haydée, Celia, Vilma, y millones más, que decidieron inmortalizar los valores heredados y unirse en un frente que por siempre acompañaría a la obra revolucionaria, la Federación de Mujeres Cubanas.

Razones suficientes para que la Cuba de hoy no se conciba sin el aporte diario e imprescindible de un sexo cuya debilidad ha quedado solo como un mito en pensamientos retrógrados. No ha habido un solo peldaño del desarrollo social que no haya escalado la mujer, dibujando el sello inconfundible de su entereza y de las cualidades físicas y humanas que la distinguen.

Hace mucho dejamos de ser el objeto decorativo circunscrito a la delicadeza, a la bella sonrisa o al andar cadencioso.

Hoy brillamos en el campo, cara a cara con el surco, lucimos nuestras mejores galas en la industria, derrochamos inteligencia en los enredados caminos de la ciencia y mostramos orgullosas nuestra sabiduría en el seno del hogar.

Nos hemos desdoblado en cada una de las facetas que la vida nos impone, sin la hipocresía de fingir lo que no somos, porque la originalidad de nuestro ser radica en ese multifacético carácter, para el que los imposibles son solo vacíos pretextos.

La mujer cubana sueña, pero no con príncipes azules, sino con llevarse a sí misma al límite de sus capacidades, con alcanzar la verdadera realización personal, no para competir con los hombres, no para demostrarle nada a quienes desconfían de ella, sino para crecer como personas, para fundirse con el sexo opuesto en un camino común, el de fortalecer los cimientos de un país donde las diferencias quedan solo para el ámbito biológico.

Retos existen todavía, decir lo contrario sería negar la lógica del desarrollo. Aún debemos aprender a valorarnos más, a vivir también por nosotras y no solo para los demás. Nos toca enfrentar la maternidad en un mun­do cambiante, enfrentar el crecimiento profesional en ámbitos cada vez más competitivos, sobreponernos a los estereotipos que persisten, a las incomprensiones y al machismo que intente cerrarnos puertas, pero, para ello la vo­luntad es el único camino.

A la mujer cubana de hoy, a la que impregna con su aroma el día a día de esta sociedad, ya no le sirven los moldes, hace mucho se desprendió de ellos. Luchadora innata que nada teme, salvo perder las conquistas que la han traído hasta aquí, y si esa amenaza fuera real algún día, con el empuje de su corazón estará dispuesta a entregar hasta la vida.

Tomado de: http://www.granma.cu/opinion/2016-08-18/un-mito-destrozado-en-mil-pedazos-18-08-2016-22-08-41

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La mochila se prepara entre todos.

Centro América/Cuba/Fuente: http://www.granma.cu/

Por:  Leydis Maria Labrador Herrera.

El mes de agosto se despide. Un intenso verano ha transcurrido, sumando alegrías a lo largo y ancho del país; pero se avecina un momento crucial y para él, debemos prepararnos todos.

Aunque en la mayoría de los hogares cubanos donde residen educandos, los preparativos comienzan mucho antes de la llegada de septiembre; casi siempre esos aspectos organizativos se limitan a la compra y arreglo del uniforme, la realización de matrículas o el forrado de la base material de estudio. Sin embargo, el inicio de un nuevo curso representa mucho más, sobre todo en el orden de las subjetividades.

El primer día de clases es solo el paso inaugural de una carrera de diez meses, donde llegar con éxito a la meta depende de la unidad indisoluble de tres factores, comunidad, familia y escuela. Esa trilogía, se sustenta sobre una comunicación constante, un entendimiento mutuo y un acompañamiento que debe romper los límites entre el centro educacional y la casa.

Dicho de esta manera, parece una secuencia muy sencilla, pero en esa concepción simplista radican muchos peligros. Tal vez alguien pudiera pensar, ¿por qué hablar de eso ahora, si el curso aún no comienza?, por una razón impostergable, de un buen comienzo puede depender un buen final y a veces, las pequeñas grietas que aparecen en el camino, si no son selladas a tiempo, pueden convertirse en pozos infranqueables. Ejemplos que respalden esa afirmación existen miles.

En no pocas ocasiones he escuchado a los padres decir, “esa maestra (o) nos tiene locos, quiere que vivamos metidos en la escuela, como si uno no tuviera nada que hacer”. Y qué decir de los que buscan la más mínima justificación para no asistir a las reuniones programadas con la familia, que como objetivo primordial tienen dialogar sobre la situación real de sus hijos. Defiendo la tesis popular de que ningún extremo es bueno, pero algo es seguro, cuando los tutores de un educando se divorcian del proceso docente educativo, las consecuencias pueden ser catastróficas y, al final, de nada sirve ponerse las manos en la cabeza.

Lógicamente, párrafos atrás hablé de trilogía, porque no siempre los escollos en el aprendizaje dependen de la familia.

Aunque sea doloroso decirlo, no existen en nuestras aulas todas las Carmelas (personaje del filme cubano Conducta) que quisiéramos. Eso significa que algunos de los que hoy llevan sobre sus hombros la tarea de educar, olvidan que la vida de un estudiante fuera de la escuela puede determinar en gran medida su rendimiento y actitudes dentro de ella. ¿Cómo es posible que cualquiera de los educadores formados por nuestro sistema social, desconozca la realidad que se esconde tras los rostros que ve cada día en el aula? Ese es un error imperdonable.

Sin embargo, de nada sirve que familia y escuela funcionen al unísono, con líneas y discursos educativos similares, si el entorno en el que se desarrolla el niño, el adolescente o joven le es adverso. Aunque a veces se disminuya su importancia, la comunidad es también un espacio formador de valores, que establece conductas y ejemplos (que en ocasiones no son positivos) para imitar. Lamentablemente, no siempre el miembro más joven del hogar encuentra allí el ambiente propicio, para su pleno crecimiento y desarrollo.

Las reflexiones de estos temas no son nuevas, pero siguen siendo necesarias. La formación plena del ser humano en una sociedad como la nuestra, implica un discurso coherente entre todos los factores que ejercen influencia sobre él. De lo contrario, se genera la contradicción de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”, que generalmente desemboca en el “por aquí que es más derecho”, sin demasiada reflexión implícita.

Mucho se ha logrado en función de que el sistema educacional cubano salga del ámbito escolar y que la escuela se convierta en un centro formador de todos aquellos que la circundan, pero aún son muchas las deudas por saldar al respecto y es enorme la responsabilidad de todos para mantener esa conquista innegable de nuestra sociedad.

Dediquemos entonces un espacio a estas cuestiones, y preparemos juntos la mochila que este 5 de septiembre llevará algo más que libros. Echemos en ella el deber sagrado, que tenemos todos con la formación del futuro, en el que cada nuevo curso es un eslabón imprescindible.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-08-25/la-mochila-se-prepara-entre-todos-25-08-2016-21-08-28

Imagen: http://www.elcomercio.com/files/image_video/uploads/2015/08/14/55ce61270524b.jpeg

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