La mortalidad infantil nos interpela

Por: Miguel Ángel Schiavone.

 

Comparándonos con nuestros vecinos ¿Es posible evitar casi 2.000 muertes infantiles por año en Argentina? La ONU el 1 de enero de 2019 publicó un informe de UNICEF estimando que ese día nacerían 395.072 niños en todo el mundo, y advirtiendo que en muchos países esos recién nacidos no alcanzarán el primer año de vida.

El artículo, que puede leerse en la web, destaca además que la mayor parte de las causas de muerte son prevenibles. Charlotte Petri Gornitzka, Subdirectora Ejecutiva de UNICEF, manifestó “En este día de Año nuevo, hagamos todos el propósito de cumplir todos los derechos de todos los niños, empezando por el derecho de sobrevivir”.

Pero el acceso a este derecho es muy dispar, en Japón solo fallece 1 de cada 1.111 nacidos mientras que en Pakistán muere 1 de cada 22 bebés. Se desprende del informe que el riesgo de muerte y la causa de defunción están condicionados por el lugar en donde se nace.

Estos datos nos obligan a explorar cual es el destino que tienen los niños nacidos en Argentina. La tasa de mortalidad infantil (TMI) durante 2017, recientemente publicada por el Ministerio de Salud, nos informa que por cada 1000 nacidos vivos fallecen durante el primer año de vida 9,3 niños.

En igual periodo el riesgo de muerte en Uruguay es de 6,6 por cada 1000 nacimientos (30% menos que Argentina) mientras que Chile tiene una tasa similar a Uruguay.

Durante 2017 en Argentina fallecieron 6.579 niños menores de un año. Si nuestro país tuviera la misma tasa de mortalidad infantil que Uruguay o Chile evitaríamos 1.973 muertes infantiles por año.

Si bien estos datos oficiales no admiten objeciones, algunos podrán advertir sobre la presencia de inequidades en algunos de los países latinoamericanos, pero Argentina no se queda rezagada en este punto.

Los datos oficiales reflejan tasas dispares entre provincias. La mediana de la TMI de cuatro jurisdicciones (Chubut 6,8; CABA 6,9; Tierra del Fuego 7 y Neuquén 7,1) es de 6,95 mientras que la de otras cuatro (Formosa 16; Corrientes 12,8; Tucumán 11,5 y Salta 11) es de 14,4. Estas últimas cuatro jurisdicciones duplican el riesgo de muerte de las cuatro primeras. Inequidades hay en toda América Latina incluyendo Argentina.

Me sorprendió encontrar en el anuario 2016 de la Dirección de Estadísticas de Salud de Argentina que sobre 8443 muertes de niños menores de 5 años, 310 de ellos no recibieron atención médica durante la enfermedad o lesión que condujo a la muerte. Cifra que impacta no solo por la sinceridad y honestidad del informe sino porque es esperable que toda persona reciba o acceda a la atención de la salud en forma oportuna, integral y de calidad.

Hace 30 años se aprobó la “Convención de los Derechos del Niño”, en la que los gobiernos de todo el mundo, incluyendo Argentina, se comprometieron a proteger la vida de “todos” los niños. Los datos del 2017 son una foto oscura de ese compromiso, pero es necesario ver toda la película para advertir la tendencia. En 1950 Chile tenía una TMI que casi duplicaba a la de Argentina y Uruguay estaba solo un poco por debajo de nuestra tasa. Después de 70 años el riesgo de muerte de nuestros niños es 30% mayor a los que nacen en Uruguay o Chile ¿Cómo se explica? Pobreza económica, social, educativa y sanitaria que se fue incrementando. La solución más fácil son las políticas que controlan la natalidad… Si no nacen, no se mueren… Los indicadores sanitarios mejoran y finalmente habitaremos el mundo feliz de Aldous Huxley. Otra alternativa diametralmente opuesta son las políticas que promueven la vida y el desarrollo integral y sustentable.

¿Un país productivo o uno extractivo? Un país extractivo sufre la expoliación de minerales, petróleo, ganado, riqueza marítima y mentes lúcidas. Es necesario además que tenga poca población reduciendo el consumo local de esos recursos que se trasladarán fuera de sus fronteras.

En un país extractivo se priorizaran políticas de control de la natalidad por sobre las de salud infantil. Un país productivo privilegia la producción, el consumo y el desarrollo integral de sus habitantes incluyendo claras políticas demográficas, de salud, educación y de redistribución de los recursos.

Todos los días se repiten slogans que no superan la retórica dialéctica, entre ellos el famoso “Los niños son la prioridad y el futuro del país”. Pongamos entonces nuestras energías en pensar cómo evitar tantas muertes infantiles injustas, distribuidas tan inequitativamente en nuestro territorio.

Fuente del artículo: https://www.clarin.com/opinion/mortalidad-infantil-interpela_0_cD9YYWTJU.html

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Recrear las «casas de la sabiduría»

Por: Miguel Angel Schiavone

La Universidad es el espacio legitimado por la sociedad para producir y trasformar saberes, pero también para interpretar y transmitir los contenidos de la cultura; entre ellos, los valores. No es posible separar en el proceso de enseñanza el área cognitiva de los aspectos valorativos y actitudinales.

El saber popular abunda fuera del ámbito educativo, el saber científico se puede hallar en las bibliotecas o en Internet, pero la sabiduría se adquiere a partir del maestro, de aquel que lleva de la mano por los caminos de la vida. Platón entendía la educación como un proceso de embellecimiento de la persona, con tres funciones esenciales: preparación para la profesión, formación del ciudadano y desarrollo del ser virtuoso. La educación universitaria está para inquietar las mentes, para estimular una actitud crítica y reflexiva; está para encender los intelectos, despertarles la alegría de estudiar y prepararlos para pensar correctamente; está para abrir los corazones a los valores superiores del ser humano. La formación en valores crea conciencia, convicción y actitud para enfrentar los problemas del entorno y decisión para resolverlos.

En este análisis valorativo de la educación no se puede ignorar la influencia que tienen los medios gráficos, audiovisuales, Internet y redes sociales. Por ejemplo, los grupos antivacunas son muy activos; aportan información no contrastada, carente de fundamento científico sólido. Pero logran afectar las coberturas vacunales en algunos países. Si Sabin o Koch asistieran a estos debates seguramente nos recordarían las epidemias de viruela o de polio. Algo semejante puede ocurrir con la enseñanza universitaria. Una información reciente revela que un tercio de las 100 personas más ricas del mundo no tiene título universitario. ¿Esto debería desanimar a quien quiere formarse? Es innegable que la sabiduría natural, la percepción, la oportunidad, la viveza en las decisiones, pueden impulsar la creatividad para resolver necesidades humanas. Sin embargo, esos mismos “triunfadores” que bebieron de la universidad de la calle, propician el desarrollo de sus hijos a través de la formación integral que ofrece la Universidad.

Al igual que Sabin y Koch con los grupos antivacuna, los grandes académicos de otros tiempos nos recordarían los principios que llevaron a la creación de “las casas de la sabiduría”. La Universidad no sólo entrega una titulación por haber adquirido nociones y destrezas para ingresar al mercado laboral. Debe ser un fermento permanente en la múltiple evolución humana. Pero el “trabajo líquido” es la desestimación de la condición humana. El asunto es que no todos los proyectos educativos son iguales. Algunos se desentienden de los valores, despersonalizan y pierden su razón de ser. Así dan sustento a quienes consideran a la Universidad como un obstáculo para la construcción de la sociedad del futuro.

Fuente: http://www.clarin.com/opinion/Recrear-casas-sabiduria_0_1676232525.html

Foto de archivo

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