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¿Problema o solución?

America del Norte/Mexico/Fuente:http://www.debate.com.mx/

Por:Manuel Gil Antón

“La reforma (educativa) no es el problema, es la solución”. Un conjunto de organizaciones empresariales y de la sociedad civil lo afirman frente a la coyuntura de tensión y conflicto sociales que enfrentamos. El manifiesto, de acuerdo con sus redactores, se basaba en la defensa de la educación de los niños y la evaluación al magisterio con base en el cumplimiento de la ley.

Se pueden usar los mismos términos en sentido contrario: “la reforma es el problema, no la solución”. A mi juicio, en el fondo, así es. ¿Por qué? Varias razones dan sustento a la ubicación de la reforma (ya claramente no educativa, sino de la administración gerencial y centralizada del sistema escolar) como raíz de las dificultades severas que suceden hoy.

1. Las enmiendas a la Constitución, y los mecanismos legales que se derivaron, tienen un vicio de origen: conciben al magisterio como obstáculo, estorbo y causa exclusiva de las fallas educativas. Por tanto, es un insumo a manejar para que llegue la calidad. Cosas, objetos —acusados todos de ignorantes, pendencieros e impresentables—, era preciso, desde arriba, “profesionalizarlos”.

2. Entonces se cometió otro error de gran calado: si hay algo que destroza la posibilidad de la existencia de una profesión, es que no se organice por parte de los que tienen un saber especializado y realizan una labor de relevancia social. Cuando alguien es profesionalizado (sic) por otro, ocurre todo lo contrario: se impide la emergencia de un sector profesional que se haga cargo de regular la calidad de su trabajo. Se consigue la sumisión a reglas ajenas y externas.

3. La reforma se basa en que hay una, y nomás una, solución: evaluar, con consecuencias en la permanencia, a esos que “se dicen” profesores o maestras. Subyace a este proceso de examinación masiva y apresurada un supuesto: al eliminar la estabilidad en el empleo e incluir la inseguridad como un rasgo permanente (pues la precaria condición laboral garantiza esfuerzo constante) se orilló al magisterio a someterse o perder el trabajo. La amenaza amedrenta, sirve para sojuzgar, pero no para poner las bases de un proyecto educativo. El miedo no es el camino para expandir la “cultura” de la evaluación. Reduce la evaluación a mecanismo de control, no de aprendizaje.

4. Por ello, hacer cuentas alegres y suponer que quienes asistían a las evaluaciones aceptaban sus bondades, subestimó la capacidad crítica de los docentes. Es cierto, un sistema de ingreso pautado es mejor que la venta, herencia o condicionamiento político para obtener una plaza, pero de eso no se sigue que se les acepte como herramienta adecuada para hacer mejor el trabajo diario. Tiende a ser un requisito laboral, un muro a saltar, sin ser arado para sembrar la parcela del trabajo en las aulas.

Estas razones son suficientes para entender por qué la reforma es un problema. La ausencia de oficio político complicó las cosas. Se consideró que habría resistencia en ciertos estados, pero que en los demás pasaría como agua en grifo abierto. Falso: Monterrey, Chihuahua, Juárez, Xalapa, Coahuila, por dar cuenta de algunos sitios, han mostrado que el disgusto y el rechazo a la arrogancia son más amplios. La crítica de los expertos en educación, conocedores del magisterio y su diversidad, fue entregada a la SEP en febrero: no ha merecido respuesta.

Sin reformar la reforma no habrá solución al problema que suscitó. Abrir, en el Legislativo, un espacio para ponerla en pausa y discutirla (como debió haberse hecho) es posible y necesario. Si de ello se sigue cambiarla de plano, o ajustarla, será resultado del debate informado. Es preciso.

Fuente: http://www.debate.com.mx/opinion/Problema-o-solucion-20160701-0270.html

Imagen:

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Contingencia Educativa

Por. Manuel Gil Antón

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México

mgil@colmex.mx

@ManuelGilAnton

 

La cantidad de partículas suspendidas (alumnos con resultados bajos) activó la emergencia en el ámbito educativo. Año tras año los IMECAS pedagógicos superaban cualquier norma. Desde el poder, más allá del Congreso, decidieron transformar al país, no administrarlo. Pactaron acciones de gran calado. Una de estas – dieron en llamarla reforma – se dirigió al campo de la educación.

¿Qué hacer frente a la contingencia? Primero, determinar la causa, después, enmendar el entuerto. Con la seguridad que proviene de la ignorancia y el prejuicio, arribaron a una conclusión simple: tal como en el caso de la contaminación en las ciudades, eligieron un factor: la explicación para el desastre ambiental recayó en los automóviles. En el asunto del aprendizaje fueron acusados las y los profesores.

De manera análoga, ante un problema complejo, se redujo la explicación a un elemento del conjunto. No el más importante, sino sobre el que se podía influir con base en amenazas: el “no circula” para todos los autos, y doble si es preciso. ¿No le parece? Habrá de cumplir so pena de multa y corralón. Complementa la estrategia simplificadora mejorar la evaluación de las emisiones de los coches en los verificentros inmunes a la corrupción.

Frente a la densa capa de smog en el campo de la formación, construyeron con todos sus recursos mediáticos la explicación más apegada al análisis superficial del asunto: por su pésima preparación y falta de profesionalismo, el magisterio – todo y nadie ni nada más – es el productor de la catástrofe. Por ende, lo que se requieren son verificentros: imponer procesos de evaluación, como sea, y solo los que consigan el holograma de satisfactorios y buenos podrán circular todos los días. Los destacados también, pero con vales de “gasolina”. Los que no pasen la evaluación, van directo al taller para que aprendan, mecánicamente, a resolver los exámenes. ¿No le parece? Lástima: habrá de someterse (verbo preferido y lleno de significado del secretario Nuño) a la evaluación; de lo contrario, perderá el empleo. En caso de protestar, despido. Y la clásica forma de impartir justicia: selectiva y sesgada. Apresar maestros por presuntos manejos irregulares en los descuentos de préstamos, cuestión a probar, pero no tocar, ni por asomo, a presuntos delincuentes como el diputado del PANAL, Quezada, quien, con una inversión proveniente de sus honrados ahorros, compró, era una ganga, departamentos de lujo en Miami: 7.4 millones de dólares. Y vade retro satanás: ningún gobernador cómplice, para nada un dirigente del SNTE, tan sospechoso de lo mismo pero aliado al Ogro Educativo, y cuantimenos a mandatarios con casas ilegales, presas, bancos o trapacerías mayores. Cuando la justicia es desigual, si se orienta el poder judicial por instrucciones del ejecutivo, no solo advertimos la falta de división de poderes, sino la ausencia ética más rotunda desde la que una reforma educativa, insisto, carece de legitimidad. A los aliados, complacencia en sus delitos y privilegios. Con los enemigos o adversarios, el uso oportunista de acusaciones y sentencias previas.

Así como el lío ambiental es complejo, pues interviene la calidad de los combustibles, la corrupción, las industrias y otras fuentes de contaminación, derivado de un modelo urbano que privilegió al transporte privado, el problema educativo requiere una mirada a los planes y programas, las condiciones desiguales de las escuelas y alumnos, el desajuste entre formación inicial y práctica cotidiana y otros factores, pero, sobre todo, contar con un proyecto de formación de ciudadanos cultos que oriente, de forma integral, una reforma tan necesaria. No lo hay. No lo necesitan: el nombre del juego es sojuzgar y controlar a partir de la afrenta. Propaganda: los IMECAS en el aprendizaje es lo de menos.

 

 

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Paradojas de la Evaluación

Manuel Gil Antón*

Cuando un medio se convierte en fin, se pone fin a la utilidad del medio. Medios y fines. Tema recurrente. Así como una reforma educativa se pone en marcha como instrumento para mejorar el aprendizaje en el país, la evaluación al personal docente, si se le entiende y lleva a cabo bien, es un recurso orientado a mejorar la práctica cotidiana del oficio. Ambas son herramientas para conseguir objetivos. El termómetro es muy útil para indicar fiebre, pero de haberla, la idea es averiguar la causa que la produce. Nadie se cura si se toma la temperatura cada cuarto de hora.

En el momento en que la reforma o la evaluación se confunden, y sus promotores pierden de vista que son medios para algo, y no fines en sí, tanto el intento de transformación de las condiciones para aprender, como la estrategia que procura que se haga de manera más interesante y creativo el trabajo en el aula, pierden sentido. Se vacían y, huecas, ya no median para resolver un problema: son elementos del discurso oficial, estadísticas lucidoras y, sobre todo, fuente de confusión.

Los impulsores machacarán su relevancia: adoran y presumen un (su) martillo no como elemento en la fabricación de una silla por ser idóneo para clavar, sino por el simple hecho de ser martillo y punto. Incluso, extraviadas la evaluación o la reforma de su lugar como mediadores en aras de un cambio necesario, se transforman en armas: los aprendices de brujo, por aferrarse al dogma, a todo le ven cabeza de clavo y arremeten con lo único que tienen. Pegan, rompen huesos y ventanas. Destruyen cuando dicen construir.

¿Y no será que, poco a poco, la evaluación sí va a mejorar la educación en el salón de clase? ¿No es cuestión de tiempo? Eso depende, en buena lógica, de una condición indispensable: que la evaluación tenga que ver, de veras, con lo que ocurre en las aulas. Si los procesos para conocer los alcances y límites del trabajo docente para avanzar (tarea de una evaluación adecuada) están desligados del acontecer pedagógico que efectivamente se realiza, sucederán, sin remedio, dos cosas. Por una parte, la evaluación se convertirá en un requisito laboral. Será, presentarla, el mecanismo para conservar el empleo ante la amenaza tronante de la autoridad y la ley. Y cada cuatro años. Por la otra, con la finalidad de lograr la distinción de los nuevos estratos de calidad en el magisterio, o ganar más dinero, no ocurrirán, en general, esfuerzos formativos a fondo. Dadas las condiciones, no tiene sentido: se “estudiará” para “pasar” los exámenes, y se ajustará a lo que se solicite en ella, sin que implique modificar nada en el espacio del aula. La vida escolar y el proceso de evaluación tienen poco o nada que ver. El medio, evaluar, convertido en fin de alto impacto: contar con, o permanecer en el trabajo, se convertirá en la guía, el manual. Ayuna de sentido transformador, la evaluación genera un comportamiento en serie indiferenciado, vacuo: repetir lo que sea necesario para aprobar a toda costa, y qué mejor con hartos puntos para ser destacado o excelente.

¿Y el aprendizaje? Perdón, no entiendo su pregunta… ¿a qué se refiere? Pues a que los alumnos sepan y disfruten leer, hagan preguntas interesantes y se abran a la maravilla de dudar. No, mire: eso es de larguísimo plazo. Lo que importa es que cada año se evalúen cientos de miles, muchas maestras y maestros. Eso es lo necesario. Basta y sobra.

Convertida en fin, la consecuencia de la examinación a mansalva descansa en un prejuicio perverso: la evaluación, por aplicarse profusamente, produce calidad. La simple acumulación de docentes destacados hace mejor a una escuela. Vaya paradoja: siendo tan importante, valorar el trabajo disminuido a requisito laboral ni apoya al aprendizaje ni fortalecerá al magisterio. Es pasar de la paradoja a la parajoda

 

* Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de

El Colegio de México

mgil@colmex.mx

@manuelgilanton

 

Fuente de la Imagen:

http://www.posta.com.mx/nacional/publican-calendario-de-evaluaciones-escolares-para-2016

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La reforma educativa: el fin de un prejuicio

La reforma tuvo, como eje fundamental en su diseño, un supuesto: la fuente, si no única, sí la más importante de los problemas educativos en México, era el magisterio. Al ser concebidos como causa, la acusación simplificadora fue inmediata: los profesores y las maestras en el país, desde preescolar al nivel medio superior, estaban mal preparados. Inculpados sin miramientos, ni matiz, como un gremio repleto de flojos, violentos, ignorantes y desobligados, el (también) único remedio era evaluarlos: “el corazón de la reforma es la evaluación”. Ha sido de tal manera central este prejuicio, que ha generado lo propio e inevitable: perjuicios. Sobre todo, la estigmatización de las y los docentes y, derivado de ello, su ubicación en el proceso como objetos, cosas a reformar, y no como sujetos, socios indispensables, en la transformación que sin duda requiere el acceso al conocimiento en el país.

Dado que el cimiento de la reforma era la evaluación, su aplicación mostraría que la premisa mayor – la falta de idoneidad e incapacidad del magisterio – quedaría a la luz, y los demás elementos del complejo proceso educativo, tales como una visión renovada de la educación, los planes y programas de estudio, materiales, condiciones escolares, la desigualdad social y el contexto de pobreza en que vive la mayoría de los alumnos, serían aspectos a considerar, sí, pero después: complementarios, no sustanciales. El problema era que “esos”, a través de una propaganda intensa y prolongada, eran unos rufianes iletrados, y las maestras orientaban su trabajo por el estímulo de heredar su plaza y faltar a clases sin consecuencias. Hay harta evidencia de esta percepción, muchas veces racista, casi siempre clasista y siempre descalificadora.

Suponiendo, sin conceder, que así fuera; esto es, de acuerdo a su propia lógica, los resultados dados a conocer ayer por las autoridades quiebran el prejuicio, rompen el eje y ponen en cuestión, cimbran a fondo, la orientación de la reforma educativa “histórica” que tanto se presume. Al establecer, como diagnóstico, que la relación entre capacidad docente y calidad educativa era obvia, y directamente proporcional, la prueba del ácido sería que la medición de los conocimientos y las destrezas pedagógicas fuese muy negativa: a malos maestros, malos resultados. Se requería que los maestros calificados como incapaces fueran la mayoría, para probar la fuerza de su concepción.

En su propia (in)coherencia, los resultados desmienten la expectativa: en términos generales, con ligeros cambios por nivel, solo 15 de cada 100 obtuvieron resultados insuficientes. Fueron ubicados como buenos 42%, y 8% destacados. El resto, un poco más de un tercio, registraron en los exámenes aplicados condiciones suficientes – que son bastantes para ser capaces y aptos, dice el diccionario – al desempeñar su labor.

niños_examenEntonces, si en la prueba PLANEA, o en PISA, son muy pocos los alumnos que consiguen los aprendizajes esperados al final de la formación básica o media, la evaluación aplicada muestra que la falencia en la formación registrada no se origina, no es resultado directo, como se afirmó tantas veces, de la capacidad de los docentes.

Esta crítica a los fundamentos de la reforma, deriva de su propia lógica. Lo propuesto resultó falso de acuerdo a lo que plantean sus promotores. Es una contradicción en los propios términos que la constituyen. El cuestionamiento más fuerte que se le puede hacer a una propuesta es ser falseada en sus propios términos. El prejuicio se muestra como lo que es: ignorancia ignorada, pero sesgada. El pez por su boca muere.

Si se quieren evitar más perjuicios a la educación es menester cambiar el rumbo. Y pronto, pues hay más rasgos en esta política, legales, laborales y administrativos, inaceptables. Varios de ellos, éticos. No más.

*Articulo tomado de: http://www.educacionfutura.org/la-reforma-educativa-el-fin-de-un-prejuicio/

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Escarnio

Por 

Opinión 6 junio, 2016

 agresion-maestros-chiapasFrente a lo que vimos, ante la cara de pavor resignado cuando el ultraje sucedía, nuestro idioma tiene una palabra breve y poderosa: no. Es preciso decirlo con toda la fuerza que implica rechazar lo que esos hechos significan: no, de ninguna manera. Hacer escarnio de las y los profesores en Comitán, arrancándoles con el cabello su integridad, imponiendo el castigo de hacerlos andar descalzos, lastimando sus pies, y marcarlos con leyendas amarradas a sus cuerpos es, sin más, inaceptable. Se impone repetir cuantas veces sea necesario: no, así no y nunca. Escarnio significa “burla cruel cuya [nalidad es humillar o despreciar a alguien”. Otra acepción es “mofa cruel y humillante”. Rechazar que ocurra y advertir el pozo de oprobio del que abreva, y el signo que implica, se impone porque sí, como imperativo: no, a nadie y jamás.

La raíz de la crítica argumentada, de la oposición dentro del marco legal y democrático a una política pública, para ser legítima tiene, como condición inescapable, fincarse en una perspectiva ética que rechace la violencia.

En el caso de la reforma educativa en curso, este compromiso de adhesión a los valores ciudadanos y el respeto por los otros es, si acaso cabe, incluso más necesario, porque la piedra angular que la generó, y sostiene su lógica de fondo, ha sido y es la afrenta: se trata de una política cimentada en el prejuicio generalizado sobre el magisterio y la simplificación del problema educativo.

Al recurrir de nuevo al diccionario, por afrenta se entiende “al hecho o insulto que ofende grandemente a una persona por atentar contra su dignidad, su honor y su credibilidad”. Ese fue el sustrato del que derivaron tanto la orientación como las acciones de la reforma en curso. Se partió de la sospecha y no fue extraño escuchar el despropósito que la evaluación era el corazón de la reforma, no la educación. Con base en la constante erosión de la credibilidad de todo el magisterio, y la reducción de las falencias educativas a su exclusiva o principal responsabilidad, estigmatizados, fueron concebidos como cosas, operadores sin palabra, mudos, carentes de parecer sobre su oficio a los que había que transformar: insumos. Trancazo directo a la dignidad y el honor de más de 1 millón de personas.

enfrentamiento_maestros_Chiapas-evaluacion_maestros_Chiapas-choque_Chiapas_MILIMA20151208_0272_11De ninguna manera, por ello, se sigue la menor justificación de lo ocurrido en Comitán. Al contrario: en rechazo radical a la relación simétrica y estéril de la afrenta y el escarnio, en la lógica polarizada que impide el diálogo, es menester la denuncia a la arbitrariedad y los errores en las leyes impuestas, reclamar el vacío de cualquier propuesta educativa seria, o criticar el recurso a la amenaza para conseguir que miles se sometan a la evaluación, entre otras cosas, se lleve a cabo desde otra catadura ética: la de la discusión fundada aunque sea ríspida, la discrepancia ruda si se quiere, pero no el descalabro ni el desprecio.

Desde la terraza de la Casa Blanca. Sin parar mientes en la elección de un fiscal a modo para el caso. A partir de un sistema de desfalco a la nación sin precedentes. Al ignorar el reclamo de participación del magisterio en la reforma necesaria y declarar que “no hay más ruta que la nuestra” no se cuenta, ni de lejos, con lo indispensable para promover ni conducir una reforma educativa.

Por eso importa rechazar tanto el escarnio en Comitán, sin prejuzgar quién lo cometió (tarea de la autoridad), como el recurso a la fuerza pública y el miedo con el objetivo de simular una victoria hueca sin impacto en el aula. Con base en el valor y el poder de los argumentos hay que abrirnos al diálogo, a la defensa de lo que creemos sin cancelar la posibilidad de que otro punto de vista nos confronte. Eso es el proyecto central de un país educado: el horizonte ausente en la reforma actual. No más.

Twitter: @manuelgilantón

Fuente de la imagen: http://noticias.starmedia.com/imagenes/2016/06/comitand.jpg

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No es así

Manuel Gil Antón

Es muy sencillo despreciar las críticas a la reforma educativa poniendo a todos los que la debaten en el mismo costal impresentable. De ese modo, el poder que no escucha ni dialoga, concibe todo cuestionamiento como insolencia ilegal y se queda, aislado, en su aparente triunfo. Sojuzga, somete y doblega: su instrumento es la fuerza pública. La generalización, las amenazas o el elogio zalamero remedan argumentos.

La inclusión de la diversidad de pareceres en el mismo saco es clara: “No se dejen engañar: todos los que están en desacuerdo con la reforma, en realidad están a favor, o quieren conservar el control de los vicios de antaño, como la venta y herencia de plazas. Atentan contra el valor del mérito como mecanismo para asignar puestos, promociones e ingresos adicionales. Son partidarios de la impunidad”. En su propaganda, recurren sin pudor al lugar común: “Ser maestro no es sólo un empleo, es una vocación de vida”.

Es falso que la orientación de todas las interrogantes esté interesada en volver a despropósitos previos, como el mercado de plazas que (no hay que olvidar) generó y coordinó el gobierno con las cúpulas sindicales durante décadas. Hay objeciones válidas y fundadas. Confundirlas con los malos usos, y peores costumbres del pasado, es un recurso para sostener lo que al poder sin legitimidad sostiene: la demagogia.

Es imprescindible criticar la manera en que se pretende “medir” el desempeño de una maestra o un profesor, durante —pongamos el caso— más de 15 años, y determinar si ha sido insatisfactorio, bueno o destacado. No hay confiabilidad ni validez en lo que se solicita al sustentante para el juicio que se emite: cuatro evidencias, más un examen de opción múltiple al que se añade simular la planeación argumentada de una clase. Derivar de este conjunto de ejercicios un juicio sumario sobre la trayectoria de un profesional de la docencia es aberrante, y el impacto de este yerro es mayor. Es como intentar medir los niveles de colesterol con un calibrador de llantas.

Hay que cuestionar que la reforma partió de señalar como culpable de todas las fallas en la educación a las y los maestros, porque este proceder es inadecuado al simplificar un fenómeno muy complejo, y reducir aún más la solución a un fetiche: evaluar.

No hay que cejar en la objeción a la política educativa actual, por haber concebido al magisterio como insumo a mejorar, no como socio en la transformación que urge: no hay reforma que prospere sin el entusiasmo de un sector muy amplio de docentes.

docentes-suelo-2013-019Si la estabilidad laboral indefinida, pese a no trabajar, o hacerlo sin cumplir los compromisos de la profesión, era un lastre, lo es también que, según la ley actual, nunca (y nunca es nunca, en serio) alguna profesora o maestro tendrá seguridad en el empleo. Este aspecto de inseguridad en el trabajo, pese a muestras del buen hacer cotidiano, supone que el riesgo produce esmero, y la incertidumbre calidad: eso es más falso que un billete de 9 pesos. Señalarlo como falla no es proponer que se vuelvan a vender plazas: es un llamado a pensar las cosas y enmendar los errores que, no por legales, dejan de serlo. La ley no es inmutable.

La evaluación, así planteada, se convertirá en un requisito a superar merced al estudio de las guías que se distribuyan. Pensar que por ello la actividad en el aula se transformará es pedir peras al olmo. ¿Abona a la impunidad afirmar esto? No.

No se vale, no es cierto que la crítica a la reforma sea en contra de México y su futuro. Lo que sí lo será es la obcecación de los gerentes del sistema, sordos y altivos, por hacer cumplir procedimientos no adecuados a toda costa. El Estado de derecho es observar la ley, pero de igual manera que las normas sean idóneas al proceso social al que remiten. No es así: someter no es convencer.

Twitter: @manuelgilanton

Fuente del artículo: http://www.educacionfutura.org/no-es-asi/

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Paradojas de la evaluación

Por: Manuel Gil Antón

Cuando un medio se convierte en fin, se pone fin a la utilidad del medio. Medios y fines. Tema recurrente. Así como una reforma educativa se pone en marcha como instrumento para mejorar el aprendizaje en el país, la evaluación al personal docente, si se le entiende y lleva a cabo bien, es un recurso orientado a mejorar la práctica cotidiana del oficio. Ambas son herramientas para conseguir objetivos. El termómetro es muy útil para indicar fiebre, pero de haberla, la idea es averiguar la causa que la produce. Nadie se cura si se toma la temperatura cada cuarto de hora.

evaluacion-desempeño-docenteEn el momento en que la reforma o la evaluación se confunden, y sus promotores pierden de vista que son medios para algo, y no fines en sí, tanto el intento de transformación de las condiciones para aprender, como la estrategia que procura que se haga de manera más interesante y creativa el trabajo en el aula, pierden sentido. Se vacían y, huecas, ya no median para resolver un problema: son elementos del discurso oficial, estadísticas lucidoras y, sobre todo, fuente de confusión.

Los impulsores machacarán su relevancia: adoran y presumen un (su) martillo no como elemento en la fabricación de una silla por ser idóneo para clavar, sino por el simple hecho de ser martillo y punto. Incluso, extraviadas la evaluación o la reforma de su lugar como mediadores en aras de un cambio necesario, se transforman en armas: los aprendices de brujo, por aferrarse al dogma, a todo le ven cabeza de clavo y arremeten con lo único que tienen. Pegan, rompen huesos y ventanas. Destruyen cuando dicen construir.

¿Y no será que, poco a poco, la evaluación sí va a mejorar la educación en el salón de clase? ¿No es cuestión de tiempo? Eso depende, en buena lógica, de una condición indispensable: que la evaluación tenga que ver, de veras, con lo que ocurre en las aulas. Si los procesos para conocer los alcances y límites del trabajo docente para avanzar (tarea de una evaluación adecuada) están desligados del acontecer pedagógico que efectivamente se realiza, sucederán, sin remedio, dos cosas.

Por una parte, la evaluación se convertirá en un requisito laboral. Será, presentarla, el mecanismo para conservar el empleo ante la amenaza tronante de la autoridad y la ley. Y cada cuatro años. Por la otra, con la finalidad de lograr la distinción de los nuevos estratos de calidad en el magisterio, o ganar más dinero, no ocurrirán, en general, esfuerzos formativos a fondo.

evaluacion-desempeño-28nov2Dadas las condiciones, no tiene sentido: se “estudiará” para “pasar” los exámenes, y se ajustará a lo que se solicite en ellos, sin que implique modificar nada en el espacio del aula. La vida escolar y el proceso de evaluación tienen poco o nada que ver. El medio, evaluar, convertido en fin de alto impacto: contar con, o permanecer en el trabajo, se convertirá en la guía, el manual. Ayuna de sentido transformador, la evaluación genera un comportamiento en serie indiferenciado, vacuo: repetir lo que sea necesario para aprobar a toda costa, y qué mejor, con hartos puntos para ser destacado o excelente.

¿Y el aprendizaje? Perdón, no entiendo su pregunta… ¿a qué se refiere? Pues a que los alumnos sepan y disfruten leer, hagan preguntas interesantes y se abran a la maravilla de dudar. No, mire: eso es de larguísimo plazo. Lo que importa es que cada año se evalúen cientos de miles, muchas maestras y maestros. Eso es lo necesario. Basta y sobra.

Convertida en fin, la consecuencia de la examinación a mansalva descansa en un prejuicio perverso: la evaluación, por aplicarse profusamente, produce calidad. La simple acumulación de docentes destacados hace mejor a una escuela. Vaya paradoja: siendo tan importante valorar el trabajo, disminuido a requisito laboral, ni apoya al aprendizaje ni fortalecerá al magisterio. Es pasar de la paradoja a la parajoda…

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