Por: Manuel Gil Antón
La maestra pregunta: “¿no hubiera sido mejor primero el nuevo modelo educativo y después la evaluación docente?”. El funcionario responde: “¡No estamos en Finlandia! Acá primero se pavimenta y después se mete el drenaje”. Impecable. El cartón de @patriciomonero, del que tomo este diálogo, acierta con la precisión que suelen tener los trazos inteligentes en el pequeño espacio para una ilustración. Implacable crítica, certera analogía y genial fisonomía de los personajes.
Toca ahora a los que saben de pedagogía y desarrollo curricular, a los que han estudiado durante años la experiencia educativa y, sobre todo, a quienes la viven todos los días —las y los maestros— ponderar la coherencia, virtudes y defectos de los documentos que la SEP dio a conocer como propuesta del nuevo modelo educativo para México. Habrá que estar atentos.
En tanto transcurre la consulta, no está por demás señalar que, precisa y paradójicamente, en el momento de enunciar la iniciativa y llamar a la organización de foros para su discusión, la autoridad aportó el argumento más claro que desnuda la ausencia de guía educativa en la reforma que defendió como tal durante años. ¿Cuál fue el parámetro para examinar, calificar y clasificar a los docentes en distintos niveles, si el modelo previo, como dijo el secretario Nuño, ya no es adecuado para nuestros tiempos? ¿Cómo se valoró la planeación argumentada de una sesión de clase, si el proceder pedagógico mismo está siendo revisado al estimarlo inútil en la actualidad? Al parecer, no sólo se pavimentó antes de colocar los ductos subterráneos, sino que el trazo mismo de la vialidad, su orientación, se determinó sin un proyecto que le diese sentido.
Malo si fue así, peor si no: en el primer caso, se trata de una incoherencia en los procedimientos y, como la forma es fondo, el fondo invalida la reforma; pero si el proyecto educativo ya existía y dirigió la pavimentación, entonces la consulta no va en serio. Es apariencia: demagogia con olor a naftalina. Ya veremos.
Sin horizonte educativo o con él, soterrado, los gerentes que mueven a México no tomaron la decisión de deshacer la madeja de beneficios políticos impresentables, acordados entre los gobiernos y los mandamases sindicales. Los mostraría como fueron, han sido y son: cómplices sin más. Montaron la mentira de ser víctimas de poderes fácticos (cuando el gobierno sin ética que padecemos, aunque pida, hipócrita, perdón, es el más poderoso y ruin de ellos), culparon al profesorado y mediante la mascarada de la evaluación, impusieron los ejes centrales de la reforma laboral que el neoliberalismo (como proyecto político, no como adjetivo hueco) requiere: destrozar lo colectivo e individualizar las relaciones de cada persona con su patrón: en este caso, entre la administración escolar y cada profesora y profesor (aislados), pugnando por aprobar “examinaciones” personales para conservar el empleo y, si la suerte está del buen lado, ganarse pesos extra además de una distinción que lo escinde de los otros: “soy destacado o excelente… no como tú, insatisfactorio. Aléjate”.
El barranco entre los procesos de evaluación y la práctica cotidiana es enorme. Avanzar no implica cambiar y mejorar lo que se hace día con día junto con otros, sino el porcentaje de aciertos de cada quien en complicados crucigramas: procesos que ponen a prueba la confluencia con la idea de instrucción de moda, y sus preceptos, que destrozan al hecho educativo nuevo y necesario.
El cambio es administrativo y laboral, sí, pero con fuerte impacto en la educación. La reforma no es educativa pero limita su posibilidad. Esa es, entonces y en el fondo, su orientación y sentido. Tal perversión es la que pavimentaron. Habrá que poner vereda, adoquines o piedra bola educativa para otro lado. Y pronto.
Fuente: http://www.educacionfutura.org/primero-el-pavimento/
Imagen: http://static.animalpolitico.com/wp-content/uploads/2015/06/Acapulco_Evaluacion_Magisterial-1-1.jpg

Entonces, si en la prueba PLANEA, o en PISA, son muy pocos los alumnos que consiguen los aprendizajes esperados al final de la formación básica o media, la evaluación aplicada muestra que la falencia en la formación registrada no se origina, no es resultado directo, como se afirmó tantas veces, de la capacidad de los docentes.
Frente a lo que vimos, ante la cara de pavor resignado cuando el ultraje sucedía, nuestro idioma tiene una palabra breve y poderosa: no. Es preciso decirlo con toda la fuerza que implica rechazar lo que esos hechos significan: no, de ninguna manera. Hacer escarnio de las y los profesores en Comitán, arrancándoles con el cabello su integridad, imponiendo el castigo de hacerlos andar descalzos, lastimando sus pies, y marcarlos con leyendas amarradas a sus cuerpos es, sin más, inaceptable. Se impone repetir cuantas veces sea necesario: no, así no y nunca. Escarnio significa “burla cruel cuya [nalidad es humillar o despreciar a alguien”. Otra acepción es “mofa cruel y humillante”. Rechazar que ocurra y advertir el pozo de oprobio del que abreva, y el signo que implica, se impone porque sí, como imperativo: no, a nadie y jamás.
De ninguna manera, por ello, se sigue la menor justificación de lo ocurrido en Comitán. Al contrario: en rechazo radical a la relación simétrica y estéril de la afrenta y el escarnio, en la lógica polarizada que impide el diálogo, es menester la denuncia a la arbitrariedad y los errores en las leyes impuestas, reclamar el vacío de cualquier propuesta educativa seria, o criticar el recurso a la amenaza para conseguir que miles se sometan a la evaluación, entre otras cosas, se lleve a cabo desde otra catadura ética: la de la discusión fundada aunque sea ríspida, la discrepancia ruda si se quiere, pero no el descalabro ni el desprecio.






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