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No es así

Manuel Gil Antón

Es muy sencillo despreciar las críticas a la reforma educativa poniendo a todos los que la debaten en el mismo costal impresentable. De ese modo, el poder que no escucha ni dialoga, concibe todo cuestionamiento como insolencia ilegal y se queda, aislado, en su aparente triunfo. Sojuzga, somete y doblega: su instrumento es la fuerza pública. La generalización, las amenazas o el elogio zalamero remedan argumentos.

La inclusión de la diversidad de pareceres en el mismo saco es clara: “No se dejen engañar: todos los que están en desacuerdo con la reforma, en realidad están a favor, o quieren conservar el control de los vicios de antaño, como la venta y herencia de plazas. Atentan contra el valor del mérito como mecanismo para asignar puestos, promociones e ingresos adicionales. Son partidarios de la impunidad”. En su propaganda, recurren sin pudor al lugar común: “Ser maestro no es sólo un empleo, es una vocación de vida”.

Es falso que la orientación de todas las interrogantes esté interesada en volver a despropósitos previos, como el mercado de plazas que (no hay que olvidar) generó y coordinó el gobierno con las cúpulas sindicales durante décadas. Hay objeciones válidas y fundadas. Confundirlas con los malos usos, y peores costumbres del pasado, es un recurso para sostener lo que al poder sin legitimidad sostiene: la demagogia.

Es imprescindible criticar la manera en que se pretende “medir” el desempeño de una maestra o un profesor, durante —pongamos el caso— más de 15 años, y determinar si ha sido insatisfactorio, bueno o destacado. No hay confiabilidad ni validez en lo que se solicita al sustentante para el juicio que se emite: cuatro evidencias, más un examen de opción múltiple al que se añade simular la planeación argumentada de una clase. Derivar de este conjunto de ejercicios un juicio sumario sobre la trayectoria de un profesional de la docencia es aberrante, y el impacto de este yerro es mayor. Es como intentar medir los niveles de colesterol con un calibrador de llantas.

Hay que cuestionar que la reforma partió de señalar como culpable de todas las fallas en la educación a las y los maestros, porque este proceder es inadecuado al simplificar un fenómeno muy complejo, y reducir aún más la solución a un fetiche: evaluar.

No hay que cejar en la objeción a la política educativa actual, por haber concebido al magisterio como insumo a mejorar, no como socio en la transformación que urge: no hay reforma que prospere sin el entusiasmo de un sector muy amplio de docentes.

docentes-suelo-2013-019Si la estabilidad laboral indefinida, pese a no trabajar, o hacerlo sin cumplir los compromisos de la profesión, era un lastre, lo es también que, según la ley actual, nunca (y nunca es nunca, en serio) alguna profesora o maestro tendrá seguridad en el empleo. Este aspecto de inseguridad en el trabajo, pese a muestras del buen hacer cotidiano, supone que el riesgo produce esmero, y la incertidumbre calidad: eso es más falso que un billete de 9 pesos. Señalarlo como falla no es proponer que se vuelvan a vender plazas: es un llamado a pensar las cosas y enmendar los errores que, no por legales, dejan de serlo. La ley no es inmutable.

La evaluación, así planteada, se convertirá en un requisito a superar merced al estudio de las guías que se distribuyan. Pensar que por ello la actividad en el aula se transformará es pedir peras al olmo. ¿Abona a la impunidad afirmar esto? No.

No se vale, no es cierto que la crítica a la reforma sea en contra de México y su futuro. Lo que sí lo será es la obcecación de los gerentes del sistema, sordos y altivos, por hacer cumplir procedimientos no adecuados a toda costa. El Estado de derecho es observar la ley, pero de igual manera que las normas sean idóneas al proceso social al que remiten. No es así: someter no es convencer.

Twitter: @manuelgilanton

Fuente del artículo: http://www.educacionfutura.org/no-es-asi/

Fuente de la imagen: https://i.ytimg.com/vi/cLZMdRyhwak/hqdefault.jpg

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Paradojas de la evaluación

Por: Manuel Gil Antón

Cuando un medio se convierte en fin, se pone fin a la utilidad del medio. Medios y fines. Tema recurrente. Así como una reforma educativa se pone en marcha como instrumento para mejorar el aprendizaje en el país, la evaluación al personal docente, si se le entiende y lleva a cabo bien, es un recurso orientado a mejorar la práctica cotidiana del oficio. Ambas son herramientas para conseguir objetivos. El termómetro es muy útil para indicar fiebre, pero de haberla, la idea es averiguar la causa que la produce. Nadie se cura si se toma la temperatura cada cuarto de hora.

evaluacion-desempeño-docenteEn el momento en que la reforma o la evaluación se confunden, y sus promotores pierden de vista que son medios para algo, y no fines en sí, tanto el intento de transformación de las condiciones para aprender, como la estrategia que procura que se haga de manera más interesante y creativa el trabajo en el aula, pierden sentido. Se vacían y, huecas, ya no median para resolver un problema: son elementos del discurso oficial, estadísticas lucidoras y, sobre todo, fuente de confusión.

Los impulsores machacarán su relevancia: adoran y presumen un (su) martillo no como elemento en la fabricación de una silla por ser idóneo para clavar, sino por el simple hecho de ser martillo y punto. Incluso, extraviadas la evaluación o la reforma de su lugar como mediadores en aras de un cambio necesario, se transforman en armas: los aprendices de brujo, por aferrarse al dogma, a todo le ven cabeza de clavo y arremeten con lo único que tienen. Pegan, rompen huesos y ventanas. Destruyen cuando dicen construir.

¿Y no será que, poco a poco, la evaluación sí va a mejorar la educación en el salón de clase? ¿No es cuestión de tiempo? Eso depende, en buena lógica, de una condición indispensable: que la evaluación tenga que ver, de veras, con lo que ocurre en las aulas. Si los procesos para conocer los alcances y límites del trabajo docente para avanzar (tarea de una evaluación adecuada) están desligados del acontecer pedagógico que efectivamente se realiza, sucederán, sin remedio, dos cosas.

Por una parte, la evaluación se convertirá en un requisito laboral. Será, presentarla, el mecanismo para conservar el empleo ante la amenaza tronante de la autoridad y la ley. Y cada cuatro años. Por la otra, con la finalidad de lograr la distinción de los nuevos estratos de calidad en el magisterio, o ganar más dinero, no ocurrirán, en general, esfuerzos formativos a fondo.

evaluacion-desempeño-28nov2Dadas las condiciones, no tiene sentido: se “estudiará” para “pasar” los exámenes, y se ajustará a lo que se solicite en ellos, sin que implique modificar nada en el espacio del aula. La vida escolar y el proceso de evaluación tienen poco o nada que ver. El medio, evaluar, convertido en fin de alto impacto: contar con, o permanecer en el trabajo, se convertirá en la guía, el manual. Ayuna de sentido transformador, la evaluación genera un comportamiento en serie indiferenciado, vacuo: repetir lo que sea necesario para aprobar a toda costa, y qué mejor, con hartos puntos para ser destacado o excelente.

¿Y el aprendizaje? Perdón, no entiendo su pregunta… ¿a qué se refiere? Pues a que los alumnos sepan y disfruten leer, hagan preguntas interesantes y se abran a la maravilla de dudar. No, mire: eso es de larguísimo plazo. Lo que importa es que cada año se evalúen cientos de miles, muchas maestras y maestros. Eso es lo necesario. Basta y sobra.

Convertida en fin, la consecuencia de la examinación a mansalva descansa en un prejuicio perverso: la evaluación, por aplicarse profusamente, produce calidad. La simple acumulación de docentes destacados hace mejor a una escuela. Vaya paradoja: siendo tan importante valorar el trabajo, disminuido a requisito laboral, ni apoya al aprendizaje ni fortalecerá al magisterio. Es pasar de la paradoja a la parajoda…

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¿A mitad del camino?

Por: Manuel Gil Antón

En memoria del doctor Luis Estrada, maestro y amigo

La reforma educativa todavía no es educativa. Esto se sigue de los argumentos del subsecretario de Planeación y Evaluación de Políticas Educativas de la SEP, Otto Granados. Considera que la reforma ha tenido “un horizonte claro y la operación que las condiciones políticas institucionales y legales hicieron posible”. La primera fase consistió en el cambio del marco normativo: se modi]có la Constitución, la Ley General de Educación, la del Servicio Profesional Docente y la correspondiente al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. “Los primeros tres años, la primera parte de la administración estuvo muy bien diseñada para esta primera dimensión”.

otto-granados2Todo lo anterior “se condensa en la recuperación de la rectoría política de la administración educativa”. Lo califica como un logro mayor que dará paso a las siete prioridades, esas sí educativas, que reitera cada día el secretario: escuela al centro, infraestructura, desarrollo profesional docente, revisión de planes y programas, equidad educativa, el vincular educación con el mercado laboral, y la reforma administrativa de la Secretaría. “Creo que ha sido una política en dos tiempos, pero muy coherente y muy sinérgica entre ambos”. (Campus Milenio, 14/04/16).

Hemos pasado —es preciso advertirlo— por dos maneras de enunciar las cosas: de la recuperación por el Estado de la rectoría de la educación, en 2013, a retomar, por parte del gobierno, el mando único de la administración escolar en 2016. No es lo mismo. El manejo político de la gerencia del sistema implica renovar los acuerdos en torno al poder que de ello deriva, el control de sus recursos, hujos y ventajas, y la imposición de una manera de ver las cosas que se satisface a sí misma: con cuánta frecuencia las autoridades olvidan que elogio en boca propia es vituperio. “Muy bien diseñada. Horizonte siempre claro. Acciones muy coherentes. Muy sinérgica.”

El doctor Granados concede razón a los que, al analizar la reforma, dijeron hace años que era un procedimiento administrativo, laboral y político. Las prioridades que dan sustento al segundo tiempo del partido no conforman un proyecto para la nación educada y crítica que requerimos. Pasar de un sistema educativo que premia responder muchos ovalitos, a otro que estimule preguntar y pensar críticamente con coherencia, implica una decisión de largo plazo y no la verificación (te lo firmo y te lo cumplo) de acciones inconexas.

Vivimos tiempos en que la acusación, el diagnóstico sin fundamento, goza de cabal salud. No es menor: sentenciar a un colectivo diluye las diferencias y emerge lo homogéneo como estigma. La recuperación de las añosas herramientas corporativas implicó anular al socio principal, el profesorado, construyendo la imagen de un conjunto indiferente de ignorantes. Desconfiar fue requisito.
El éxito aparente de una reforma sin forma en el fondo, depende de construir un falso dilema: cualquier crítica a lo que se está llevando a cabo implica que se defienden las prácticas de antaño. Tal como se está haciendo, ¿la evaluación permite, con validez y confianza, predicar si la trayectoria de una profesora, durante 16 años, ha sido insatisfactoria o destacada? Considero que no. De tal discrepancia no se sigue que defienda la venta o herencia de plazas (negocio tanto de los sindicatos como del gobierno a lo largo de décadas), pero en la medida en que se instale que no hay más ruta que esa, estaremos frente a una nueva manera de administrar al sistema, no en la construcción de un proyecto y rumbo en la formación de ciudadanos.

Someter a los profesionales de la educación a exámenes, cuantos más mejor, hará prosperar el control: sojuzgar es el verbo adecuado. No suscitará el entusiasmo que sostiene a las reformas que valen la pena. Ese es otro cantar. Otra tarea.

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Mudos e invisibles

Manuel Gil Antón

Las profesoras y los maestros mexicanos han sido concebidos, en la reforma educativa, como infantes. No es baladí: infancia proviene del latín, infans, que por su etimología significa “el que no habla”. Infantia equivale a  la incapacidad de hablar. Los que de esto saben aclaran que no solo se alude a la carencia de elementos para enunciar palabras: implica que no se cuenta con las condiciones para expresarse de una manera inteligible para otros. Es quien no sabe hablar.

Para los antiguos romanos el sentido del término rebasa la referencia literal. Indicaba a los que “no podían expresarse por mandato jurídico”. Dada su precaria condición intelectual, era menester un apoderado: quien ejerciera la patria potestad. Padre o tutor. La ley no daba valor a sus palabras: otros deberían hacerlo en su nombre. Mudos o sin habilidad alguna para que su voz fuera socialmente válida. Sin palabra, o arrebatada su voz: silenciados.

El Ogro Educativo, dueño de la pretendida reforma, decidió que los docentes no sólo fueran apreciados como cosas a transformar (objetos, no sujetos; marionetas, no actores) sino algo más radical si acaso: incapaces de decir algo inteligible. Carentes no de años, pero sí de entendederas. Infantes plenos. Sin ideas propias, mucho menos palabras confiables sobre los entresijos de su quehacer cotidiano, son desvalidos a validar desde las alturas. El Ogro se otorga la potestad de hablar por ellos porque detenta el poder, porque construyó a sabiendas la leyenda del docente como un pequeño torpe a tutelar, ayuno de expresión propia y por ende peligroso. Son infantería: obedecen sin chistar.  Y si opinan, van al calabozo: para eso hay mandos. Los soldados rasos acatan, no deliberan.

Leviatán dizque ilustrado, conformó un berenjenal de normas e instituciones orientadas a la construcción simbólica de los que sí saben de lo que hablan, porque hablan desde el poder sordo  y se apoyan en los que tienen el monopolio del saber que se admira y certifica a sí mismo: son mayores de edad. Adultos, padres y tutores de esos incapaces de articular palabra. Mudos o a enmudecer porque son ignorantes, no saben nada, ni pizca, como se piensa, desde el mundo adulterado por la edad y la soberbia, de los niños. A callar, o bien a hablar en la forma en que las visitas esperan que un niño recite o una niña toque el piano: cual merolico y pianola.

Hurtada la palabra, hablar en su nombre fue preciso. Y el parlamento esgrimido desde arriba, por el poder, el saber y el hacer y deshacer legalizados, se estableció como verdad educativa. Evaluar ha sido eso: sojuzgar al que se le quitó la posibilidad de decir lo que sabe, porque se determinó que ignora. Es más: no sabe ni decir. No tiene voz: entonces que repita y, según lo haga, hará sentir bien al Ogro y sus tentáculos si es satisfactorio, bueno o destacado en el arte de repetir, memorioso,  como eco  lo que señala el Altísimo. De no salir bien librado, si, y solo si se allana y acepta que no tiene nada que decir porque es infante y carece de palabra y de palabras, será salvado. En caso de rebeldía, si desobedece, queda fuera de la paternal relación del Ogro y el infante: con sus bártulos irá a otro lado, al sin sitio. La Patria (potestad) Educativa está en riesgo si el mudo resulta hablante y descubre al monstruo sin oídos.

Si los docentes carecen de voz, hay otros actores, cruciales, que ni siquiera son visto: los alumnos. ¿No tienen nada que decir, desde prescolar hasta la media superior, sobre su experiencia educativa? Si los docentes son acallados, las y los alumnos desaparecen: sin voz ni cuerpo: números para la estadística.

Así, el Ogro va solo acompañado por los sabios. No llegarán lejos. Los profes y alumnos tienen voz: los otros no tienen oídos, se escuchan a sí mismos. Soliloquio altivo, estéril.

 

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¿Dar clases?

Una reforma educativa es tan seria como su comprensión de la complejidad de factores que intervienen en el milagro de aprender a pensar y preguntar con fundamento, y da muestra de la solidez de su proyecto en relación directa con la concepción que tenga del quehacer docente. La emprendida en esta administración, si atendemos a estos dos criterios, reprueba: lejos de la complejidad, simplificó las cosas y endilgó todos los males educativos a un solo actor: el magisterio. Además, percibe a la docencia como el proceso que arranca y termina en una frase que es la antítesis del trabajo educativo: “dar clases”. Te toca tercero B… a ti matemáticas en segundo: a darle.

Los gestores de la reorganización laboral, administrativa y política del sistema escolar en el país tienen discursos largos pero miras cortas: consideran que lo crucial es que ningún niño se quede sin clases, como sean, y quien acceda a una plaza docente a eso se dedique: a impartirlas. ¿Quién no puede dar clases? Es fácil: repartir, repetir, recordar, repasar y reiterar lo que se sabe, y reprender o reprobar al que no atine a reconocerlo y rellenar el ovalito correcto del reactivo. Erre con erre, cigarro…

Esa profesión, oficio en el mejor sentido de la palabra, es lo más remoto al verbo repartir. Enseñar es la forma más alta del conocimiento, porque hay que saber, pero, a su vez, saber cómo propiciar en otros el hambre y la pasión por pensar las razones en las que se funda lo que se conoce. Por eso, ha habido en la historia instituciones dedicadas a la preparación del magisterio. Son escuelas, en nuestro caso las Normales, especializadas en la formación de lo que diferencia al que es erudito en un campo del conocimiento, del que sabe del mismo, sin duda, pero cuenta en su haber, además, con la sapiencia para ejercer el domino pedagógico del contenido a enseñar. Los distingue la perspectiva pedagógica y la capacidad para producir, de manera creativa, diversas  modalidades didácticas orientadas al aprendizaje. ¿Dar? Que den misa los curas y discursos los funcionarios. Las maestras y los profesores producen ambientes de aprendizaje en relación con sus alumnos y colegas.

Hay un programa de estudio inicial para ello, específico, que incluye prácticas docentes dirigidas y, como en las demás profesiones, en el ejercicio cotidiano y los retos que se presentan, ocurre la habilitación más profunda: no es nada más experiencia. Es experiencia reflexionada y discutida. Es lo que sabemos apreciar en la vida diaria cuando decimos: ese señor sabe bien su oficio. El que sea.

No va en este sentido considerar que, con base en la ley, a partir de este año “cualquier persona con un título universitario que obtenga el puntaje adecuado podrá acceder a una plaza docente en Educación Básica” Esta expresión relaciona un diploma y un examen, suponiendo que el diploma avala que se sabe, y el examen mide si se tienen las condiciones para ser docente. No hace referencia a la necesidad ineludible de una especialización en la labor pedagógica.

¿Tiene título y le falta trabajo? No se angustie: con la licenciatura y buen puntaje puede dar clases. ¿Y el examen? Calma: abundan negocios en que le enseñan, en un par de fines de semana, cómo sacar nota de idóneo. Garantizado. ¿Cobran? Sí: nada es gratis. Es una inversión…con lo escaso que está el empleo.

Fortalecer a las Normales y otras modalidades de formación de profesores es crucial. Urge. Suponer que la llegada de “cualquier” persona con algún título mejorará la educación ignora que la evaluación oficial reportó que el 85% de los examinados resultó satisfactorio, bueno o destacado: egresaron de Escuelas Normales. No cualquiera es capaz de llevar a cabo el oficio, salvo que dar clases sea el rumbo y objetivo. Así, la educación no avanzará pues no es idóneo el camino.

 

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¿Lo que parece, es?

Se dice que en política “lo que aparenta ser, es lo que es”, con independencia de lo que sucede. Podrá ser ley en ese campo, no lo sé, pero en educación no vale: ahí lo que pretende ser, sin ser, no es, aunque luzca. La forma, sin fondo, deforma a fondo.

Ha visto usted imágenes en que miles de profesores, hacinados en galerones, con menos espacio entre sí que los ocupantes de un microbús repleto, están ocho horas respondiendo un examen de opción múltiple – la mitad del lapso – y la otra realizando la planeación argumentada de una sesión de clases. Antes “subieron” a una plataforma virtual evidencias de su trabajo, explicando su participación tanto en las exitosas como en las fallidas. Eso parece, sin ser, una evaluación. ¿Sirve para dilucidar si una profesora, con 20 años de trabajo, ha tenido un desempeño insatisfactorio, satisfactorio, bueno o destacado? No: simple apariencia, aunque las autoridades lo celebren como hecho histórico. Así no se valora la trayectoria de ningún profesional, y menos cuando la premura condujo a improvisar revisores y los instrumentos no fueron validados con anterioridad a su aplicación. Aunque las fotos sugieran lo contrario, la evaluación no ha ocurrido. No obstante, el lunes próximo se darán a conocer los resultados de este atropello y tendrá consecuencias no menores. Sin ser, luce. Aluza al Jefe.

Cada lunes, Aurelio Nuño asiste a una escuela. No quiere ser “un funcionario que esté nada más en su despacho”. Lo vemos hablar con profesores y directivos. Al parecer, dialoga, pero previamente ha sido acondicionado el plantel y aseguradas las condiciones para que parezca que, en efecto, le interesa estar cerca de los estudiantes – ¿hicieron la tarea? –  y mostrar apertura a los comentarios, dudas y críticas de los maestros y padres luego de un discurso siempre elogioso de la Reforma… parece un interés genuino, pero se queda en la ficción añeja del partido al que pertenece. Ignora que “elogio en boca propia es vituperio”.

El caso extremo fue su reciente visita a una escuela en Oaxaca, cuyos integrantes pertenecen a la Sección 22: la preparación fue secreta, con Plan B por si no se lograba, y fue posible gracias a la participación del aparato de espionaje para la seguridad nacional: el CISEN. Estrategia policiaca para simular lo que no fue, de ninguna manera, un encuentro con opositores a las acciones emprendidas.

Hubo grandes desaciertos en la evaluación, que, por forma y fondo, conducirían a la anulación del proceso. A los errores se les llamó “ventanas de oportunidad”. Eufemismo puro. Y para “aprovecharlas”, la evaluación de más de 100 mil docentes programada para los meses previos a las elecciones, se posterga al segundo semestre del año, incumpliendo los calendarios que derivan de las reformas legislativas.

El Secretario afirma que, en efecto, la reforma educativa es administrativa, laboral y política, pero “enteramente educativa”. En este caso, ya rebasamos el hacer de cuenta que lo que parece ser ocurre: lo dicho es una incoherencia lógica sin ambages. No hay propuesta educativa, de tal manera que ni entera, ni parcialmente, lo es.

El Presidente va a Iguala. Tarde y mal. ¿Asume su responsabilidad? Para nada. Aparenta apoyo: “Iguala no debe quedar marcada por esa tragedia”. Pero su gobierno sí: no hay vuelta de hoja. La corrupción material y discursiva abunda. Se desmorona la Verdad Histórica.  El espejismo del cambio educativo esconde la realidad: una reorganización política para controlar el contubernio con socios impresentables como antaño. Se colapsará, también, la Reforma Educativa Histórica: sus cimientos son aparentes: no tiene. Se finca en la ambición y el engaño. La ignorancia, preñada de prejuicios y con iniciativa, no es apariencia: es, y tiene solo un camino: el de la amenaza altiva y torpe.

Artículo publicado en el Universal d México http://www.eluniversal.com.mx/

Caricatura: El Roto, España

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de

El Colegio de México

@ManuelGilAnton

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México: País imaginario

Escenografía. Desde muy temprano en la vida, quien esto escribe supo de tal oficio en el teatro. Uno de nuestros mayores – en todos los sentidos de la palabra – lo ha ejercido a lo largo de sus años. Cuando ya tuvimos hijos, le pidieron a David que los llevara a una función para saber cómo era su trabajo. El puñado de niños y nosotros ocupamos casi toda la cuarta fila. Al terminar la obra, nos llevó al escenario para que vieran de cerca su quehacer. El más pequeño, desconcertado, dijo: oigan, no son libros de verdad. Tocaba los lomos de los aparentes volúmenes en la también falsa estantería del salón en el que transcurrió la última escena. Son de cartón duro, nada más están pintados. Parecían tan ciertos, remató. Con paciencia, le explicó al pequeño, y a todos, cómo se hacían esas piezas y los llevó a la parte posterior del proscenio donde estaban otros artilugios empleados esa noche. El caso es que parezcan ser lo que tus ojos miran, decía sonriendo, y veas una biblioteca, o una calle, según se necesite para que ocurra la historia. A eso me dedico.

Lo que en el teatro es un arte, parte sustancial de su existencia, suele imitarse para pésimas artes en la política: simular, fingir y engañar. Es muy claro con la visita de Francisco. Valga, como ejemplo sublime, la foto del gobernador Duarte, de Chihuahua, en el penal de Ciudad Juárez. Su abultada presencia en primer plano no oculta lo que quiere mostrar como realidad sin serlo: instalaciones que poco piden a un hotel con muros altos, recién pintados. Hay, al fondo, una torre de vigilancia, es cierto, pero sobresale en la imagen un campanario moderno pues, afirma, la cárcel tiene una capilla donde los reclusos oran a diario, luego de haber pasado su jornada en los talleres impecables de la prisión. Esperamos al Papa con gran esperanza, declara. ¿De veras son así las prisiones del país? ¿Permanecerá así cuando el visitante se retire? La ficción pretensiosa es aberrante, y no el escenógrafo, sino el demagogo, celebra su mentira. Sonríe. El mismo que inició su gobierno de un modo, y lo terminará como próspero banquero.

Durante décadas, en el siglo pasado, cada informe de gobierno en Chiapas daba cuenta de haber asfaltado la carretera que une a San Cristóbal con Palenque, vía Ocosingo. Y claro, de su costo. Al llegar a la desviación para tomar esa vía, los letreros eran nuevos y, hasta donde alcanzaba a verse el camino,  la obra relucía. En realidad, pasada la curva, se terminaba el simulacro: bienvenido a la terracería con más baches y socavones que metros planos. En esos ayeres, llegaba en helicóptero a una comunidad un grupo que montaba la pequeña clínica, prefabricada. Se amueblaba y luego de la inauguración por parte de alguna autoridad, con la misma celeridad la desmontaban para emplearla en otro sitio.

Hace unas semanas, las profesoras de un prescolar en el norte del país escribieron: fíjense que iba a venir el Secretario de Educación a nuestra escuela. No nos avisaron con tiempo, pero alcanzó para organizarnos y protestar por la evaluación tan mala, y a la mala, que están imponiendo. Seguro se habrá enterado porque siempre no vino. ¿Y saben qué? Luego de más de 10 años pide y pide que pavimentaran la calle de la escuela, en la mañana del día que iba a venir estaba reluciente, con chapopote fresco, y árboles en la banqueta. Les alcanzó con el fin de semana. ¿Cómo la ven?

El Papa verá un penal de relumbrón. Hay carreteras concluidas en el papel y clínicas abandonadas. La tele retrata al secretario de educación en escuelas atildadas con premura, o lucidoras: propaganda.

Millones vivimos en otro país que el de la simulación y el oportunismo. Desde ese lugar, sin maquillaje y además laico, sabemos bien que su México no es tal: es una vil mascarada, remedo del tamaño de su cinismo.

Publicado originalmente en  http://www.eluniversal.com.mx/

Se reproduce con autorización del autor y el periódico

 

 

 

 

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