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El reloj educativo del sexenio

Manuel Gil Antón

Educación Futura

Cuando se presente el nuevo modelo educativo, el lunes 13 de marzo en Palacio Nacional, habrán pasado mil 533 días desde el inicio de la presente administración. Este sexenio cuenta con 2 mil 191 en total, de tal suerte que se dará a conocer una vez trascurrido 70% del tiempo disponible.

Es interesante trasladar el periodo sexenal a una escala de 24 horas: 91 días equivalen a una hora, y 1.52 días a un minuto. Con base en esta conversión, se puede apreciar mejor el ritmo con el que fue conducida la reforma educativa. Arrancaron de prisa: el Presidente envía la iniciativa correspondiente al Congreso a 7 minutos de iniciada su gerencia en Los Pinos. El legislativo aprueba, no discute, la reforma constitucional en el minuto 14.

La modificación obtiene anuencia acrítica de más de la mitad de las legislaturas estatales faltando un cuarto para la primera hora y, al acabalar los primeros 56 minutos, se decreta y aparece en el Diario Oficial de la Federación. No había dado ni la una de la mañana en el reloj. Las leyes secundarias (General de Educación, Instituto de Evaluación Educativa y la del Servicio Profesional Docente) terminan su trámite 275 días después, a las 3 de la madrugada. El andamiaje jurídico, listo, en 180 minutos. A partir de ese momento, habrán trascurrido 14 horas y 21 minutos, más de la mitad del tiempo sexenal, para que, a las 17:21 horas de esta analogía, se dé a conocer el tan anunciado modelo nuevo para la educación en México, mismo que entrará en vigor al iniciar el ciclo escolar 2018-2019, esto es, a un poco más de 15 minutos para las 11 de la noche, muy cerca de las elecciones.

Una hora y cuarto después, en 4 meses, se irán a su casa. No pasará ni la mitad de un ciclo escolar completo bajo su responsabilidad. El que venga atrás, que arree. La RAE dice que este refrán “indica que alguien, que ha salvado ya circunstancias difíciles, se desentiende de los peligros o daños que las mismas circunstancias pueden tener para los demás”.

No se puede enunciar mejor lo que habrá de suceder. En esas largas 14 horas, sin contar con un horizonte pedagógico de referencia (que se anunciará indispensable e inédito), se “evaluó” a mansalva a 800 mil personas. ¿Cómo? Es imposible evaluar sin parámetros válidos, y máxime si se están construyendo, pero eso no fue importante. En realidad, lo que se hizo fue medir lo que es medible, sin contar con elementos para aproximarse a lo valioso.

En palabras del secretario Nuño: se “sometieron”. De eso se trataba: someter al magisterio a pésimos exámenes, malas conclusiones y peores consecuencias. Lo educativo de la reforma se presentará ya bien entrada la noche del sexenio, e iniciará su aplicación cuando estén haciendo las maletas. Es clásico que cada presidente quiera hacer su reforma educativa. Y diga que es necesaria sin hacer un análisis de las normas y procedimientos anteriores. Ahora que egresa la primera generación que estudió bajo la Reforma Integral para la Educación Básica, no se analizan sus avances o límites: se hará pasar, de nuevo y como nuevo, el ritornelo de lo viejo.

¿Cuántos años llevamos diciendo que lo importante es aprender a aprender? Decenas. ¿Es novedoso enunciar que lo que importa es formar ciudadanos? En lo absoluto. El discurso dirá que la consulta fue “sin precedentes”: ¿no lo han dicho siempre? Y que el modelo y sus programas aseguran educación de excelencia para todos. Lo mismo, pero con agravante: ahora se anunciará, además de la retórica antigua como recién parida, un modelo de cuyas consecuencias no se harán cargo: tendrán ya un pie en el estribo. Como decíamos los de mi edad al subirnos al camión sin dinero: el de atrás paga. Y vaya si el costo será alto, al creer que reformar es simularlo, y disfrutar, como legítimo, el aplauso de los súbditos en Palacio.

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El reloj educativo del sexenio

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Nuestra profesora

Por: Manuel Gil Antón

Ahora que hace tanta falta claridad, Estela, hija de Jacinta, nos llama a pelear por que la dignidad sea patrimonio de todos.

Desde la sencillez que no mengua su aplomo, Estela Hernández indicó, en pocas palabras, el rumbo de la transformación educativa que necesitamos con urgencia. Expresó lo que ha sido incapaz, no digamos de enunciar, ni siquiera imaginar, este gobierno: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Vaya claridad y contundencia.

Ese es, sí, un proyecto humano y educativo —político— que nos convoca y une. Lo dijo una profesora, una de tantas acusadas de ser causantes, así, en bola, de todos los males en el sistema escolar mexicano; colega de otros miles, a su vez indiciados, sin distingo, por los magros resultados en las mediciones, tan malas como de moda, de lo que se sabe y se es.

Hija de Jacinta, apresada tres años junto a Teresa y Alberta, es maestra. Lejos de su salón y escuela, en el auditorio del Museo de Antropología, cuando se les reconocía, casi 11 años después, inocentes del delito imputado de secuestrar policías y el vergonzoso “ustedes perdonen”, construyó, con sus palabras, un aula enorme: pupitres para todos.

Fragmentos de su voz: “El caso (de mi madre) es un simple ejemplo de tantas de las muchas arbitrariedades ilegales que cometen las autoridades. Hoy se sabe que en la cárcel no necesariamente están los delincuentes, están los pobres que no tienen dinero, los indefensos de conocimiento, los que los poderosos someten a su voluntad. Los delincuentes de mayor poder, de cuello blanco, no pisan la cárcel. A los que sólo piensan en el dinero de reparación de daños, no se preocupen: no nacimos con él ni moriremos con él.

Nuestra existencia hoy tiene que ver con nuestra solidaridad con los 43 estudiantes normalistas que nos faltan, con los miles de muertos, desaparecidos y perseguidos, con nuestros presos políticos, con mis compañeros maestros caídos, con mis compañeros cazados por defender lo que por derecho nos corresponde. Pido por ellos, porque por buscar mejores condiciones de vida y trabajo, es el trato que recibimos.

La ignorancia, el miedo no puede estar encima de nadie. Hoy queda demostrado que ser pobre, mujer e indígena, no es motivo de vergüenza. Hoy sabemos que no es necesario cometer un delito para ser desaparecido, perseguido o estar en la cárcel. Gracias a los abogados y compañeros del Centro Pro y todos los que metieron el hombro en esta causa. Hoy nos queda solidarizarnos con otras víctimas, nos queda saber que la identidad, la cultura, la conciencia, la sabiduría, la razón, la vida y la libertad, no se venden, no se negocian ni tienen precio”.

Y su discurso termina con esa frase que es, sin paradoja, el principio en que se finca: “Por los que seguimos en pie de lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía de México, para nuestra patria, por la vida, para la humanidad, quedamos de ustedes, por siempre y para siempre, la familia Jacinta. Hasta que la dignidad se haga costumbre. Gracias”.

En nuestros tiempos, cuando un tirano amenaza al mundo y en especial a los otros que resultamos ser nosotros; en estos días, en que a la solidez de las instituciones del país la erosiona el pasmo derivado de la carencia de decoro, legitimidad y visión de Estado de quienes las ocupan; hoy, cuando amanece tan gris y las ofensas no amainan; a unos días que se presente el enésimo modelo educativo, y fluya la consabida cauda de propaganda y discursos engolados que, como salud, ya se preparan en los escritorios del poder; ahora que hace tanta falta claridad en lo que nos puede unir para salir a la calle, ha sido Estela, hija de Jacinta, de ocio profesora, la que nos llama a pelear por un espacio compartido en que la dignidad, en lugar de costar y tardar tanto en ser reconocida, sea patrimonio —costumbre— heredado de todos. No más: moneda abundante de curso común.

Aire y agua, sol de hoy y porvenir.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/nuestra-profesora/

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El ombligo

Por Manuel Gil Anton

Hoy el eje crucial en un proyecto educativo implica ir a las aulas con el magisterio convencido del valor de la diversidad.

Hace años aprendí que, en Tzeltal, la traducción literal —en “castilla”— de las preguntas: ¿dónde naciste? o ¿de dónde eres? es magistral: ¿dónde quedó enterrado tu ombligo? La palabra, el modo de hablar nos descubre si sabemos oír. Y la forma de preguntar a otro nos ubica: nadie ha enterrado su propio ombligo.

Han sido otros, nuestros padres o alguien cercano. Quedó en cierto lugar, en un sitio en que la casualidad nos hizo venir a la vida. No fue elección. A veces seguimos cerca de donde está, otras no. Bien visto, nunca nos quedamos ahí: todos migramos, ya sea a otros parajes cuando nos llevan, nos vamos o expulsan, o porque al ir creciendo, así, en gerundio, vamos cambiando.

Todos mudamos, cerca o lejos de donde está enterrado nuestro ombligo: somos migrantes. Nos encontramos con otros muchas veces a lo largo de la vida. Otros con otros dioses o ninguno, con distintos modos de comer y vestir, que ensayan diferentes formas de quererse para darle sentido a este asunto de estar vivos. Al hacernos amigos de ellos, migramos a sus miradas, nos sentamos en sus mesas y comemos lo que les gusta.

Aprendemos al movernos, somos aprendices de los que se mueven y se acercan a donde hemos llegado. Donde quedó enterrado nuestro ombligo es circunstancial. Hay quienes dicen: soy de Narvarte, o los que arman que de Sevilla son, o de Laos y muchos lares. Y tienen por esos lugares de la infancia, que no coinciden muchas veces con el sitio de nacencia, el cariño de reconocer esquinas, amigos viejos, sabores y el olor de cosas que nunca se va.

Lo que no es casualidad, aunque a veces sea un sin remedio, es a donde vamos: buscando mejores ocasiones de reposo o trabajo, procurando huir de lugares que nos constriñen y aplastan, siguiendo el bies de una falda o el zurcido que da forma a la valenciana de un pantalón.

Migrando va en gerundio, como este texto; vivir es así: siempre en ando y “yendo”. Es proyecto muy reciente, enorme hallazgo, un horizonte humano que en la diferencia y lo distinto encuentra la razón de ser, todos, personas. Que el otro, extraño, cuando se despida de mí me extrañe. Que cuando la otra, tan diversa, se aleje, nos deje un hueco su ausencia y la añoremos.

Perder la superioridad supuesta por el lugar azaroso donde quedó el ombligo, el color de la piel, nuestra historia, el dios de los escritos, nuestro idioma y los sabores sabidos es ganar: romper las fronteras, llevar en el costal nuestras costumbres y saberlas compartir, a veces cambiar y siempre combinar —hacerlas mixtura y argamasa— con las de otros para que sean nuestras las de todos. Menuda utopía, es cierto: sin ella, a su vez, no hay futuro humano. Sólo guerra, muros y miedo: enemigos, bárbaros y rateros.

El eje crucial en un proyecto educativo, en el sol de hoy, implica ir a las aulas con el magisterio convencido del valor de la diversidad. Afincarse en lo nuestro como condición para arribar al otro con nuestra diferencia: los desayunos geniales de México, por ejemplo, para saber apreciar la maravilla del vino y el queso en el otro lado del mar. Llevar mezcal de Oaxaca para intercambiarlo por sotol en Chihuahua. Salud, carnal. Esa es la chamba de educar en serio: contribuir a la generación de los ciudadanos del mundo, que con raíces diversas sepan reconocer a otro como otro yo, y saber armar ese prodigio de un nosotros con ombligos enterrados en cualquier lado.

Con recuerdos diferentes y polvo de varios caminos en los zapatos. Cuando llega al poder un dictador, o un endeble títere, aborrece lo que la educación genera, pues ambos se recargan en los prejuicios de la ignorancia. Simplifican y acusan. Eso está viviendo el mundo. También nuestro país. Ir a las aulas así es marcha necesaria. Migración ineludible: viaje indispensable. Es, sin más, la reforma educativa hoy ausente.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio

Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-ombligo/

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La reforma educativa en el espejo de Trump

Por:

El tema de Trump nos ocupa y preocupa mucho. Con razón. En medio del ambiente de incertidumbre que vivimos, hay preguntas que perduran ante el hecho consumado de ser, ya, presidente de Estados Unidos: ¿por qué tantos millones de estadounidenses votaron por él? ¿Cómo entender que cerca de la mitad de los votantes considerara su discurso adecuado y sus propuestas atinadas? No se pueden eludir.

Al enfrentarlas, llevan razón las conjeturas de expertos que consideran que, en cierta medida y no menor, se debe a que ofreció explicaciones, es un decir, sencillas a problemas complejos, construyendo un discurso en el que había culpables de los problemas que enfrentaban: eran “los otros” y, por tanto, se requerían acciones inmediatas para resolverlos. Entre ellos, sobresalen los inmigrantes, sobre todo mexicanos, que ocupaban los empleos que hacían falta en su país, máxime porque, además, eran personas ignorantes, delincuentes: peligrosos. ¿La solución?

Deportarlos y edificar un muro que impidiera tanto su retorno como el ingreso de más sujetos perniciosos que contribuyen a que “América” ya no sea grande, poderosa y respetada. Ésta, y otras simplificaciones injustas (como la traición a la patria de compañías estadounidenses que se habían establecido en México, hurtando trabajos que allá eran necesarios) encontraron eco en un sector muy amplio de estadounidenses. Esgrimió, desde el racismo y la xenofobia, argumentos que, soterrados, persisten en muchos de sus compatriotas. Conectó con sus prejuicios. Dijo que podría solucionar, pronto y de raíz, las causas de las dificultades.

Superficialidad, sin duda, pero las decisiones que ha tomado están orientadas a fortalecer esas percepciones. Además de discutir, aspecto vital, cuál es la posición que debe adoptar quien representa al Estado en México, misma que debe emanar de los senadores, encargados de indicar las directrices de la política exterior, vale la pena contrastar esta situación con algunos temas de la cuestión pública dentro de nuestras fronteras: la reforma educativa es uno de ellos. ¿Acaso no se partió de una gran simplificación?

Pienso, luego insisto: a la luz de los problemas educativos en nuestra tierra, el gobierno, y los partidos asociados en el Pacto, ofrecieron una explicación simplista: son los profesores los culpables del problema. Esos “otros”, retratados en los medios como ignorantes, concebidos (en una generalización absurda) como incapaces e incluso delincuentes, fueron acusados sin derecho a defensa: les robaron la palabra. Sólo habló, altivo y contundente, el poder.

La simplificación fue inaudita, humillante para el magisterio, pero coincidió con el juicio previo, con esmero cultivado durante años y asumido como evidente, que imputaba a los profesores la razón de los magros resultados en todas las pruebas. Las dosis de desprecio —racista y clasista en numerosos casos— abundaron. La reforma, además, tenía la fórmula mágica para resolver el entuerto: la evaluación a toda costa y sin cesar, como muro al ingreso y la permanencia en el empleo.

Una evaluación apresurada, desconectada de la práctica en las aulas y su diversidad, no confiable y punitiva: pared maciza que, de no saltarse, amenaza deportar a la profesora o al maestro al desempleo, aunque tuviese, antes, derechos que se anularon retroactivamente. Salvando las distancias, evidentes, entre los dos procesos, en la crítica a lo que sucede en el norte se cuela el reflejo, la semejanza, de una modalidad de acción del gobierno en nuestro país, cuyo denominador común es proponer a un chivo expiatorio, sin hacerse cargo de la diversidad de factores que concurren en un problema social, y su propia responsabilidad, para luego ofrecer ladrillos que aíslan, en lugar de puentes para avanzar. Ahí está su semblante.

Fuene: http://www.educacionfutura.org/la-reforma-educativa-en-el-espejo-de-trump/

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La reforma ausente

Manuel Gil Antón

Se dijo que el paquete de reformas estructurales cambiaría el rumbo de México. Lo movería. La madre de todas, se ha reiterado, es la educativa. Su tropiezo de fondo fue confundir a la evaluación con el afán de control: la primera está orientada a mejorar los procesos de aprendizaje, y el segundo a asegurar la sumisión del magisterio al gobierno, con base en el sometimiento que contradice, por ello, lo que proclama: la docencia como profesión.

¿A poco se puede argumentar que un profesional no tiene voz en cuanto a su trabajo? Durante tres años se les ignoró del todo. ¿Es propio de esa condición organizar la consulta del Nuevo Modelo Educativo con cuestionarios a modo? No: cuando se pide su palabra y se indica cómo y de qué han de hablar, surge la farsa. A los agudos problemas de concepción y puesta en práctica de esta reforma, subyace una falla, una grieta, que hace inviable la necesaria transformación de la experiencia escolar en el país.

El piso en el que se intentó cimentar es inadecuado para la edicación sólida de un proyecto: se cavó, para darle basamento, en un terreno repleto de fango. El lodazal es una mezcla de corrupción, impunidad y arrogancia. No hay horizonte de renovación educativa si quien lo propone carece de solvencia ética. Es el caso: al conjunto de reformas de gran calado, lo cuartea la indecencia del gobierno que las impulsó y sus aliados.

Es necesario contar con altas dosis de cinismo para escribir, desde la SEP: “La decisión de liberalizar el precio de la gasolina fue acertada y responsable. El subsidio distraía recursos que sirven más en educación”. Con independencia de la discusión sobre el costo de los combustibles, el argumento es falso: la fuga de los recursos destinados a las escuelas no se relaciona con ese subsidio, sino con una añeja costumbre de malgasto a través de desviar los fondos para actividades políticas de corto plazo, distribuir prebendas a gobernantes y líderes sindicales, y delinquir a secas, apropiándose de los dineros.

México no es el país que más gasta en educación en términos del monto por estudiante, ni de la proporción del PIB asignada a esta función, pero sí es líder en el porcentaje del gasto público destinado a ella. ¿Quién se traga la rueda de molino que asocia la carencia de recursos para la educación con el subsidio a la gasolina, cuando la provisión para el sistema fue siempre enorme, y decitaria en la relación de pesos invertidos y buen uso de los fondos? La fuente de carencias en la inversión educativa se produjo durante décadas, y hoy ocurre, por el peor subsidio que podemos imaginar: la corrupción.

Este “impuesto”, con cargo al erario, no sólo es regresivo, pues daña más a los que menos tienen, sino que es corrosivo: destroza la legitimidad del régimen. ¿Cuánto del dinero robado por los Duarte, por ejemplo, estaba destinado a la educación? ¿Qué proporción del hurto fue distribuido a otros encumbrados actores políticos, hoy impolutos defensores de las reformas? ¿Cuántas campañas políticas se sostuvieron con recursos que deberían ser pizarrones, libros o agua corriente en las escuelas?

Por eso, la decisión responsable de un gobierno serio, sería no subsidiar más la corrupción con impunidad. Ese costo descomunal en monto y significado. Tributo a la indecencia que desmorona todo su discurso. En el terreno de la educación, la reforma ausente, esto es, la construcción social que recompense la orientación de las acciones con arreglo a valores que no toleren la impunidad, cristalizada en instituciones apreciadas, es fatal. ¿Qué es, en lo sustancial, un proyecto educativo?

La propuesta de un horizonte ético, laico, de referencia común. Nadie da lo que no tiene. Y no tienen nada: ni un poco de vergüenza. Sólo “pactos”. La moral sigue siendo, para ellos, un árbol que da moras.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/la-reforma-ausente/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2016/05/nu%C3%B1o-conferencia-mayo3-768×555.jpg

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Lo que se cuela en la escuela

Suponer que sólo en el sistema escolar mexicano se aprende es, sin más, un yerro. Aprendemos en todos lados, cada día. Los puntajes de un examen, por bien hecho que esté, aportan una medida del conocimiento que se tiene de lo que en ese instrumento se indaga: por su propia lógica y construcción, son limitados: nunca debe extrapolarse a lo que, quien lo presenta, sabe.

Cada que se anuncian los resultados de PISA llueve sobre mojado: 80% de los jóvenes de 15 años en el país no rebasan el Nivel 2: ergo, “no son aptos para la vida y el trabajo en la sociedad del conocimiento”. No saben casi nada. Y el sistema educativo, claro, es un desastre. ¿Cómo alguien se atreve a cuestionar la reforma educativa frente a esos incontrovertibles “datos duros”?

La crítica tiene asidero: “PISA evalúa las habilidades intelectuales (razonamiento y solución de problemas) que un joven de 15 años ha desarrollado. Por consiguiente, dichas habilidades son el producto de lo que los estudiantes aprenden tanto dentro como fuera de la escuela. Las investigaciones más optimistas arman que la escuela es responsable de entre 40 y 50% de lo que aprenden los estudiantes. Por lo tanto, los resultados son un indicador del capital intelectual que tiene el país, cuya responsabilidad recae en la sociedad, no sólo en el sistema educativo”.

Esto lo escribió, el 20 de diciembre en EL UNIVERSAL, el doctor Backhoff, integrante de la Junta Directiva del INEE, al que no podemos señalar como adversario de la reforma. Si, en el mejor de los casos, a la escuela se le puede imputar ser la fuente de la mitad de lo que los muchachos de 15 años saben, la otra mitad “del capital intelectual del país” está asociada a las condiciones sociales en que está inmerso el estudiante.

Como este tipo de recurso se distribuye de manera desigual, siguiendo y agudizando la inequidad en el reparto de la riqueza producida y la calidad de vida, aunque todos vayan aún a estudiar — como es el caso de los que presentan PISA— no todos van ni a la misma escuela, ni parten del mismo sitio. Pocos concentran buena parte del capital cultural, ligado casi siempre al dinero, y en sus familias y comunidades hay ambientes intelectuales favorables al desempeño escolar, porque los códigos que imperan en ambas zonas son semejantes. Por su parte, la gran mayoría de los sobrevivientes en las aulas, a los 15 años, no son herederos de las mismas condiciones, de tal suerte que batallan para prosperar en el saber formalizado que predomina en la escuela y averigua PISA.

¿El impacto de la desigualdad en el aprendizaje medido (“las habilidades intelectuales que conducen al razonamiento ordenado y la solución de problemas”) puede ser revertido, o al menos amortiguado, por la escuela hoy? No, o muy poco, mientras la desigualdad social se retrate en la escolar. Quienes requieren una escuela potente para sustituir la frágil estructura de saber formal en su contexto, han estado y están en los ambientes escolares más deteriorados.

Los que necesitan que la escuela aporte más, consiguen menos, y a quienes la requieren menos, se les otorga más. Frente a ésto, hay dos caminos, y pueden ser complementarios: emparejar el origen, modi cando la distribución del ingreso abatiendo su concentración (materia de un proyecto de desarrollo incluyente y honrado) y “desigualar” las oportunidades, dando la mejor educación a quienes más la requieren (materia de una reforma educativa seria).

El régimen actual no apuesta por ninguno de las dos: se satisface a sí mismo con evaluaciones ajenas a la vida en las aulas, y harta propaganda. Por eso la reforma no va, y no irá… Porque lo que se cuela en la escuela, por las grietas de siempre, es la desigualdad. Contra ese trancazo, hay, si acaso, poca defensa. Así acaba 2016. Mucho ruido sin nueces: elogios.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/lo-que-se-cuela-en-la-escuela/

Imagen: www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2016/10/escuelas.jpg

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Desde el histórico despacho

Por Manuel Gil Antón

El escritorio de Vasconcelos está en una oficina en la que no se ocupa casco, como en la escuela de Ahome, Sinaloa, para evitar el descalabro por un trozo de techo que se desprenda. Desde su superficie, plana y tersa, se diseñan planes y emiten instrucciones para que la educación del país prospere, sin hacerse cargo de lo escarpado de nuestra tierra: geografía uncida a los socavones que la desigualdad añeja han generado. Hay decisiones que pintan muy bien en la profusa propaganda: la reforma educativa avanza. “El nuevo modelo educativo es responsabilidad de todos. Involúcrate. Primero el presente. Primero los niños”. ¿De veras? Un profesor que atiende a las escuelas que reciben a los niños que migran con sus padres, siguiendo las diversas temporadas de cosecha, relata: acá en el norte teníamos dos turnos —matutino y vespertino.

Las autoridades decidieron suspender el vespertino para que los menores no trabajen. Sin actividades en las tardes, supusieron, los pequeños asistirían a la escuela por las mañanas respetando el interés superior del niño: no deben trabajar, es ilegal. ¿El resultado? La mayoría dejó la escuela. No se dan cuenta que, para estas familias, hay un interés “más superior”: paliar el hambre incrementando los ingresos con lo que juntan los chavos en sus canastas.

Será poco pero cuenta, y cuenta mucho. Además las niñas, que no van a la pizca, se quedan en el campamento a cuidar a los más chicos. Iban en la tarde a clases. Los que mandan están lejos de comprender esta lógica y creen que su proyecto es impecable. Ese cambio impide que en la tarde, un rato, algo aprendan los chamacos. ¿No debieron preguntarnos primero, para pensar otros caminos? Ni nos ven ni nos oyen. Como siempre.

Otra ocurrencia: habrá “reconcentración” de escuelas. Tres millones 200 mil alumnos de preescolar hasta secundaria, que asisten a cerca de cien mil escuelas localizadas en comunidades rurales pequeñas, serán reubicados en escuelas completas. A partir del estudio de Diego Juárez, las escuelas multigrado (“establecidas en pequeñas comunidades rurales, en las que por el número de alumnos laboran uno o pocos maestros que atienden al mismo tiempo a niños de varios grados escolares”) son importantes.

Requieren, sin duda, un tipo de docente especializado, pues ha de generar procesos de aprendizaje cooperativo entre los estudiantes. En primaria, 43% de las 98 mil escuelas primarias son multigrado. Cerca de 2 millones de niños asisten a ellas, y 11 millones a las que tienen profesores por cada grado escolar. No son la mayoría, pero sí los más pobres. Tienen, hoy, muchos problemas, y hay dificultades para conseguir aprendizajes sólidos. Es cierto. ¿La mejor idea es concentrarlos lejos de sus comunidades? ¿No sería factible formar maestros especializados en esa modalidad? En esos poblados, la escuela es el único espacio cultural y las comunidades la aprecian: muchas veces la construyeron y sostienen. ¿Fortalecer esa modalidad, reorganizarla, con el apoyo ahora ausente o precario del Estado, o descartarla a pesar de ser una opción con grandes posibilidades de innovación pedagógica?

Un dato que aporta Juárez: en Finlandia, tan alabada, 30% de las escuelas son multigrado. Claro, sin que multigrado signifique abandono como en nuestro país. Renovar y enriquecer esta modalidad sería parte central del nuevo modelo educativo. ¿Por qué no averiguar las posibilidades de este modelo, antes de eliminarlo? Quizá encontremos en ese tipo de procesos mucho que aprender para las escuelas “completas”, sobre todo la interacción entre alumnos. Es cosa de preguntar, escuchar e imaginar alternativas antes de actuar: justo lo ausente en esta reforma. El escritorio estorba si es límite. Oculta al país y su áspera diversidad. Luce para la foto, pero apoltrona y marea.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/desde-el-historico-despacho/

Imagen: www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2015/05/sep.jpg

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