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El ombligo

Por Manuel Gil Anton

Hoy el eje crucial en un proyecto educativo implica ir a las aulas con el magisterio convencido del valor de la diversidad.

Hace años aprendí que, en Tzeltal, la traducción literal —en “castilla”— de las preguntas: ¿dónde naciste? o ¿de dónde eres? es magistral: ¿dónde quedó enterrado tu ombligo? La palabra, el modo de hablar nos descubre si sabemos oír. Y la forma de preguntar a otro nos ubica: nadie ha enterrado su propio ombligo.

Han sido otros, nuestros padres o alguien cercano. Quedó en cierto lugar, en un sitio en que la casualidad nos hizo venir a la vida. No fue elección. A veces seguimos cerca de donde está, otras no. Bien visto, nunca nos quedamos ahí: todos migramos, ya sea a otros parajes cuando nos llevan, nos vamos o expulsan, o porque al ir creciendo, así, en gerundio, vamos cambiando.

Todos mudamos, cerca o lejos de donde está enterrado nuestro ombligo: somos migrantes. Nos encontramos con otros muchas veces a lo largo de la vida. Otros con otros dioses o ninguno, con distintos modos de comer y vestir, que ensayan diferentes formas de quererse para darle sentido a este asunto de estar vivos. Al hacernos amigos de ellos, migramos a sus miradas, nos sentamos en sus mesas y comemos lo que les gusta.

Aprendemos al movernos, somos aprendices de los que se mueven y se acercan a donde hemos llegado. Donde quedó enterrado nuestro ombligo es circunstancial. Hay quienes dicen: soy de Narvarte, o los que arman que de Sevilla son, o de Laos y muchos lares. Y tienen por esos lugares de la infancia, que no coinciden muchas veces con el sitio de nacencia, el cariño de reconocer esquinas, amigos viejos, sabores y el olor de cosas que nunca se va.

Lo que no es casualidad, aunque a veces sea un sin remedio, es a donde vamos: buscando mejores ocasiones de reposo o trabajo, procurando huir de lugares que nos constriñen y aplastan, siguiendo el bies de una falda o el zurcido que da forma a la valenciana de un pantalón.

Migrando va en gerundio, como este texto; vivir es así: siempre en ando y “yendo”. Es proyecto muy reciente, enorme hallazgo, un horizonte humano que en la diferencia y lo distinto encuentra la razón de ser, todos, personas. Que el otro, extraño, cuando se despida de mí me extrañe. Que cuando la otra, tan diversa, se aleje, nos deje un hueco su ausencia y la añoremos.

Perder la superioridad supuesta por el lugar azaroso donde quedó el ombligo, el color de la piel, nuestra historia, el dios de los escritos, nuestro idioma y los sabores sabidos es ganar: romper las fronteras, llevar en el costal nuestras costumbres y saberlas compartir, a veces cambiar y siempre combinar —hacerlas mixtura y argamasa— con las de otros para que sean nuestras las de todos. Menuda utopía, es cierto: sin ella, a su vez, no hay futuro humano. Sólo guerra, muros y miedo: enemigos, bárbaros y rateros.

El eje crucial en un proyecto educativo, en el sol de hoy, implica ir a las aulas con el magisterio convencido del valor de la diversidad. Afincarse en lo nuestro como condición para arribar al otro con nuestra diferencia: los desayunos geniales de México, por ejemplo, para saber apreciar la maravilla del vino y el queso en el otro lado del mar. Llevar mezcal de Oaxaca para intercambiarlo por sotol en Chihuahua. Salud, carnal. Esa es la chamba de educar en serio: contribuir a la generación de los ciudadanos del mundo, que con raíces diversas sepan reconocer a otro como otro yo, y saber armar ese prodigio de un nosotros con ombligos enterrados en cualquier lado.

Con recuerdos diferentes y polvo de varios caminos en los zapatos. Cuando llega al poder un dictador, o un endeble títere, aborrece lo que la educación genera, pues ambos se recargan en los prejuicios de la ignorancia. Simplifican y acusan. Eso está viviendo el mundo. También nuestro país. Ir a las aulas así es marcha necesaria. Migración ineludible: viaje indispensable. Es, sin más, la reforma educativa hoy ausente.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio

Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-ombligo/

Imagen: www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2014/04/Escuela_Pobreza-1-e1409702082465.jpg

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La reforma educativa en el espejo de Trump

Por:

El tema de Trump nos ocupa y preocupa mucho. Con razón. En medio del ambiente de incertidumbre que vivimos, hay preguntas que perduran ante el hecho consumado de ser, ya, presidente de Estados Unidos: ¿por qué tantos millones de estadounidenses votaron por él? ¿Cómo entender que cerca de la mitad de los votantes considerara su discurso adecuado y sus propuestas atinadas? No se pueden eludir.

Al enfrentarlas, llevan razón las conjeturas de expertos que consideran que, en cierta medida y no menor, se debe a que ofreció explicaciones, es un decir, sencillas a problemas complejos, construyendo un discurso en el que había culpables de los problemas que enfrentaban: eran “los otros” y, por tanto, se requerían acciones inmediatas para resolverlos. Entre ellos, sobresalen los inmigrantes, sobre todo mexicanos, que ocupaban los empleos que hacían falta en su país, máxime porque, además, eran personas ignorantes, delincuentes: peligrosos. ¿La solución?

Deportarlos y edificar un muro que impidiera tanto su retorno como el ingreso de más sujetos perniciosos que contribuyen a que “América” ya no sea grande, poderosa y respetada. Ésta, y otras simplificaciones injustas (como la traición a la patria de compañías estadounidenses que se habían establecido en México, hurtando trabajos que allá eran necesarios) encontraron eco en un sector muy amplio de estadounidenses. Esgrimió, desde el racismo y la xenofobia, argumentos que, soterrados, persisten en muchos de sus compatriotas. Conectó con sus prejuicios. Dijo que podría solucionar, pronto y de raíz, las causas de las dificultades.

Superficialidad, sin duda, pero las decisiones que ha tomado están orientadas a fortalecer esas percepciones. Además de discutir, aspecto vital, cuál es la posición que debe adoptar quien representa al Estado en México, misma que debe emanar de los senadores, encargados de indicar las directrices de la política exterior, vale la pena contrastar esta situación con algunos temas de la cuestión pública dentro de nuestras fronteras: la reforma educativa es uno de ellos. ¿Acaso no se partió de una gran simplificación?

Pienso, luego insisto: a la luz de los problemas educativos en nuestra tierra, el gobierno, y los partidos asociados en el Pacto, ofrecieron una explicación simplista: son los profesores los culpables del problema. Esos “otros”, retratados en los medios como ignorantes, concebidos (en una generalización absurda) como incapaces e incluso delincuentes, fueron acusados sin derecho a defensa: les robaron la palabra. Sólo habló, altivo y contundente, el poder.

La simplificación fue inaudita, humillante para el magisterio, pero coincidió con el juicio previo, con esmero cultivado durante años y asumido como evidente, que imputaba a los profesores la razón de los magros resultados en todas las pruebas. Las dosis de desprecio —racista y clasista en numerosos casos— abundaron. La reforma, además, tenía la fórmula mágica para resolver el entuerto: la evaluación a toda costa y sin cesar, como muro al ingreso y la permanencia en el empleo.

Una evaluación apresurada, desconectada de la práctica en las aulas y su diversidad, no confiable y punitiva: pared maciza que, de no saltarse, amenaza deportar a la profesora o al maestro al desempleo, aunque tuviese, antes, derechos que se anularon retroactivamente. Salvando las distancias, evidentes, entre los dos procesos, en la crítica a lo que sucede en el norte se cuela el reflejo, la semejanza, de una modalidad de acción del gobierno en nuestro país, cuyo denominador común es proponer a un chivo expiatorio, sin hacerse cargo de la diversidad de factores que concurren en un problema social, y su propia responsabilidad, para luego ofrecer ladrillos que aíslan, en lugar de puentes para avanzar. Ahí está su semblante.

Fuene: http://www.educacionfutura.org/la-reforma-educativa-en-el-espejo-de-trump/

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La reforma ausente

Manuel Gil Antón

Se dijo que el paquete de reformas estructurales cambiaría el rumbo de México. Lo movería. La madre de todas, se ha reiterado, es la educativa. Su tropiezo de fondo fue confundir a la evaluación con el afán de control: la primera está orientada a mejorar los procesos de aprendizaje, y el segundo a asegurar la sumisión del magisterio al gobierno, con base en el sometimiento que contradice, por ello, lo que proclama: la docencia como profesión.

¿A poco se puede argumentar que un profesional no tiene voz en cuanto a su trabajo? Durante tres años se les ignoró del todo. ¿Es propio de esa condición organizar la consulta del Nuevo Modelo Educativo con cuestionarios a modo? No: cuando se pide su palabra y se indica cómo y de qué han de hablar, surge la farsa. A los agudos problemas de concepción y puesta en práctica de esta reforma, subyace una falla, una grieta, que hace inviable la necesaria transformación de la experiencia escolar en el país.

El piso en el que se intentó cimentar es inadecuado para la edicación sólida de un proyecto: se cavó, para darle basamento, en un terreno repleto de fango. El lodazal es una mezcla de corrupción, impunidad y arrogancia. No hay horizonte de renovación educativa si quien lo propone carece de solvencia ética. Es el caso: al conjunto de reformas de gran calado, lo cuartea la indecencia del gobierno que las impulsó y sus aliados.

Es necesario contar con altas dosis de cinismo para escribir, desde la SEP: “La decisión de liberalizar el precio de la gasolina fue acertada y responsable. El subsidio distraía recursos que sirven más en educación”. Con independencia de la discusión sobre el costo de los combustibles, el argumento es falso: la fuga de los recursos destinados a las escuelas no se relaciona con ese subsidio, sino con una añeja costumbre de malgasto a través de desviar los fondos para actividades políticas de corto plazo, distribuir prebendas a gobernantes y líderes sindicales, y delinquir a secas, apropiándose de los dineros.

México no es el país que más gasta en educación en términos del monto por estudiante, ni de la proporción del PIB asignada a esta función, pero sí es líder en el porcentaje del gasto público destinado a ella. ¿Quién se traga la rueda de molino que asocia la carencia de recursos para la educación con el subsidio a la gasolina, cuando la provisión para el sistema fue siempre enorme, y decitaria en la relación de pesos invertidos y buen uso de los fondos? La fuente de carencias en la inversión educativa se produjo durante décadas, y hoy ocurre, por el peor subsidio que podemos imaginar: la corrupción.

Este “impuesto”, con cargo al erario, no sólo es regresivo, pues daña más a los que menos tienen, sino que es corrosivo: destroza la legitimidad del régimen. ¿Cuánto del dinero robado por los Duarte, por ejemplo, estaba destinado a la educación? ¿Qué proporción del hurto fue distribuido a otros encumbrados actores políticos, hoy impolutos defensores de las reformas? ¿Cuántas campañas políticas se sostuvieron con recursos que deberían ser pizarrones, libros o agua corriente en las escuelas?

Por eso, la decisión responsable de un gobierno serio, sería no subsidiar más la corrupción con impunidad. Ese costo descomunal en monto y significado. Tributo a la indecencia que desmorona todo su discurso. En el terreno de la educación, la reforma ausente, esto es, la construcción social que recompense la orientación de las acciones con arreglo a valores que no toleren la impunidad, cristalizada en instituciones apreciadas, es fatal. ¿Qué es, en lo sustancial, un proyecto educativo?

La propuesta de un horizonte ético, laico, de referencia común. Nadie da lo que no tiene. Y no tienen nada: ni un poco de vergüenza. Sólo “pactos”. La moral sigue siendo, para ellos, un árbol que da moras.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/la-reforma-ausente/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2016/05/nu%C3%B1o-conferencia-mayo3-768×555.jpg

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Lo que se cuela en la escuela

Suponer que sólo en el sistema escolar mexicano se aprende es, sin más, un yerro. Aprendemos en todos lados, cada día. Los puntajes de un examen, por bien hecho que esté, aportan una medida del conocimiento que se tiene de lo que en ese instrumento se indaga: por su propia lógica y construcción, son limitados: nunca debe extrapolarse a lo que, quien lo presenta, sabe.

Cada que se anuncian los resultados de PISA llueve sobre mojado: 80% de los jóvenes de 15 años en el país no rebasan el Nivel 2: ergo, “no son aptos para la vida y el trabajo en la sociedad del conocimiento”. No saben casi nada. Y el sistema educativo, claro, es un desastre. ¿Cómo alguien se atreve a cuestionar la reforma educativa frente a esos incontrovertibles “datos duros”?

La crítica tiene asidero: “PISA evalúa las habilidades intelectuales (razonamiento y solución de problemas) que un joven de 15 años ha desarrollado. Por consiguiente, dichas habilidades son el producto de lo que los estudiantes aprenden tanto dentro como fuera de la escuela. Las investigaciones más optimistas arman que la escuela es responsable de entre 40 y 50% de lo que aprenden los estudiantes. Por lo tanto, los resultados son un indicador del capital intelectual que tiene el país, cuya responsabilidad recae en la sociedad, no sólo en el sistema educativo”.

Esto lo escribió, el 20 de diciembre en EL UNIVERSAL, el doctor Backhoff, integrante de la Junta Directiva del INEE, al que no podemos señalar como adversario de la reforma. Si, en el mejor de los casos, a la escuela se le puede imputar ser la fuente de la mitad de lo que los muchachos de 15 años saben, la otra mitad “del capital intelectual del país” está asociada a las condiciones sociales en que está inmerso el estudiante.

Como este tipo de recurso se distribuye de manera desigual, siguiendo y agudizando la inequidad en el reparto de la riqueza producida y la calidad de vida, aunque todos vayan aún a estudiar — como es el caso de los que presentan PISA— no todos van ni a la misma escuela, ni parten del mismo sitio. Pocos concentran buena parte del capital cultural, ligado casi siempre al dinero, y en sus familias y comunidades hay ambientes intelectuales favorables al desempeño escolar, porque los códigos que imperan en ambas zonas son semejantes. Por su parte, la gran mayoría de los sobrevivientes en las aulas, a los 15 años, no son herederos de las mismas condiciones, de tal suerte que batallan para prosperar en el saber formalizado que predomina en la escuela y averigua PISA.

¿El impacto de la desigualdad en el aprendizaje medido (“las habilidades intelectuales que conducen al razonamiento ordenado y la solución de problemas”) puede ser revertido, o al menos amortiguado, por la escuela hoy? No, o muy poco, mientras la desigualdad social se retrate en la escolar. Quienes requieren una escuela potente para sustituir la frágil estructura de saber formal en su contexto, han estado y están en los ambientes escolares más deteriorados.

Los que necesitan que la escuela aporte más, consiguen menos, y a quienes la requieren menos, se les otorga más. Frente a ésto, hay dos caminos, y pueden ser complementarios: emparejar el origen, modi cando la distribución del ingreso abatiendo su concentración (materia de un proyecto de desarrollo incluyente y honrado) y “desigualar” las oportunidades, dando la mejor educación a quienes más la requieren (materia de una reforma educativa seria).

El régimen actual no apuesta por ninguno de las dos: se satisface a sí mismo con evaluaciones ajenas a la vida en las aulas, y harta propaganda. Por eso la reforma no va, y no irá… Porque lo que se cuela en la escuela, por las grietas de siempre, es la desigualdad. Contra ese trancazo, hay, si acaso, poca defensa. Así acaba 2016. Mucho ruido sin nueces: elogios.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/lo-que-se-cuela-en-la-escuela/

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Desde el histórico despacho

Por Manuel Gil Antón

El escritorio de Vasconcelos está en una oficina en la que no se ocupa casco, como en la escuela de Ahome, Sinaloa, para evitar el descalabro por un trozo de techo que se desprenda. Desde su superficie, plana y tersa, se diseñan planes y emiten instrucciones para que la educación del país prospere, sin hacerse cargo de lo escarpado de nuestra tierra: geografía uncida a los socavones que la desigualdad añeja han generado. Hay decisiones que pintan muy bien en la profusa propaganda: la reforma educativa avanza. “El nuevo modelo educativo es responsabilidad de todos. Involúcrate. Primero el presente. Primero los niños”. ¿De veras? Un profesor que atiende a las escuelas que reciben a los niños que migran con sus padres, siguiendo las diversas temporadas de cosecha, relata: acá en el norte teníamos dos turnos —matutino y vespertino.

Las autoridades decidieron suspender el vespertino para que los menores no trabajen. Sin actividades en las tardes, supusieron, los pequeños asistirían a la escuela por las mañanas respetando el interés superior del niño: no deben trabajar, es ilegal. ¿El resultado? La mayoría dejó la escuela. No se dan cuenta que, para estas familias, hay un interés “más superior”: paliar el hambre incrementando los ingresos con lo que juntan los chavos en sus canastas.

Será poco pero cuenta, y cuenta mucho. Además las niñas, que no van a la pizca, se quedan en el campamento a cuidar a los más chicos. Iban en la tarde a clases. Los que mandan están lejos de comprender esta lógica y creen que su proyecto es impecable. Ese cambio impide que en la tarde, un rato, algo aprendan los chamacos. ¿No debieron preguntarnos primero, para pensar otros caminos? Ni nos ven ni nos oyen. Como siempre.

Otra ocurrencia: habrá “reconcentración” de escuelas. Tres millones 200 mil alumnos de preescolar hasta secundaria, que asisten a cerca de cien mil escuelas localizadas en comunidades rurales pequeñas, serán reubicados en escuelas completas. A partir del estudio de Diego Juárez, las escuelas multigrado (“establecidas en pequeñas comunidades rurales, en las que por el número de alumnos laboran uno o pocos maestros que atienden al mismo tiempo a niños de varios grados escolares”) son importantes.

Requieren, sin duda, un tipo de docente especializado, pues ha de generar procesos de aprendizaje cooperativo entre los estudiantes. En primaria, 43% de las 98 mil escuelas primarias son multigrado. Cerca de 2 millones de niños asisten a ellas, y 11 millones a las que tienen profesores por cada grado escolar. No son la mayoría, pero sí los más pobres. Tienen, hoy, muchos problemas, y hay dificultades para conseguir aprendizajes sólidos. Es cierto. ¿La mejor idea es concentrarlos lejos de sus comunidades? ¿No sería factible formar maestros especializados en esa modalidad? En esos poblados, la escuela es el único espacio cultural y las comunidades la aprecian: muchas veces la construyeron y sostienen. ¿Fortalecer esa modalidad, reorganizarla, con el apoyo ahora ausente o precario del Estado, o descartarla a pesar de ser una opción con grandes posibilidades de innovación pedagógica?

Un dato que aporta Juárez: en Finlandia, tan alabada, 30% de las escuelas son multigrado. Claro, sin que multigrado signifique abandono como en nuestro país. Renovar y enriquecer esta modalidad sería parte central del nuevo modelo educativo. ¿Por qué no averiguar las posibilidades de este modelo, antes de eliminarlo? Quizá encontremos en ese tipo de procesos mucho que aprender para las escuelas “completas”, sobre todo la interacción entre alumnos. Es cosa de preguntar, escuchar e imaginar alternativas antes de actuar: justo lo ausente en esta reforma. El escritorio estorba si es límite. Oculta al país y su áspera diversidad. Luce para la foto, pero apoltrona y marea.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/desde-el-historico-despacho/

Imagen: www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2015/05/sep.jpg

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Mal si sí, peor si no

Manuel Gil Antón

Como decía Cantinflas, “vamos, por ejemplo, supongando y, claro, desde luego, puestos en el caso”, que la reforma educativa se lleve a cabo, sin falla, de acuerdo a su propia lógica. Hacerlo así permite advertir desaguisados ocultos tras las recurrentes, y ocurrentes, frases con las que la impulsan artífices y asociados a la madre de todas las reformas. El corazón de la reforma, dicen, es la asignación de los puestos para el trabajo docente con base, exclusivamente, en el mérito.

¿Cómo se advierte el mérito y su distribución diferencial? Fácil: a través de la evaluación, tanto para el ingreso como para la permanencia. Debido a que el mérito es variable, los sustentantes de los diversos procesos de medición de ese rasgo pueden ser ordenados de mayor a menor puntaje, dado que la prelación en cuanto a la calificación asignada se relaciona, de manera certera, con la capacidad de ser docente. Se hace la lista del mejor al no tan mejor, y de ahí al peor.

Con base en ello, los conocedores y técnicos en la materia definen agrupaciones que diferencian a los destacados de los buenos; a los satisfactorios de los insatisfactorios, y a los idóneos de quienes carecen de idoneidad. Incluso, detectan a los excelentes. Si todo es así, y se realiza de modo impecable (recordemos que operamos bajo una serie de supongandos), el listado con base en el mérito queda listo. De manera semejante, se ordenan las plazas de la mejor a la no tan mejor, y de ahí a la peor.

No está claro, para quien esto escribe, el criterio de ordenamiento de los puestos disponibles, pero se puede postular que tal vez tendrán una secuencia de acuerdo a ciertas ventajas, por ejemplo, geográficas: serán colocados, primero, los más cercanos a los sitios urbanos, luego los ubicados en las orillas no pobres de las ciudades, posteriormente los rurales en escuelas “completas” (todos los grados y al menos un profesor por cada uno) y, al  final, los más lejanos, empezando por los que no están lejos en distancia, pero sí en condiciones socioeconómicas en las ciudades y, en orden descendente, los que implican largo trayecto pero tienen carretera, después brecha, vereda y, al  final, a los que están atrás de loslinderos de lo lejano y pobre. Conforme se desciende en la lista, la frecuencia de planteles “multigrado” se acrecienta.

Veamos el resultado ineludible de la reforma basada en el mérito medido por la evaluación: los más destacados irán a las escuelas donde están los puestos más apreciados y, de esta forma, asociado el impecable valor del mérito al ordenamiento de las características de las plazas de más a menos prestigio y condiciones para el trabajo, tendremos una asignación regresiva en sus efectos en cuanto a la equidad: a los que más requieren “mejores” docentes, irán los “peores”, y donde se colocarán los “más meritorios” será en los sitios en que las condiciones socioeconómicas y culturales son favorables o menos adversas, mismas que impactan, mucho y a la alza, los resultados educativos. Ergo, el círculo se cierra por obvio: donde están los primeros lugares de los evaluados, habrá mejores resultados en el aprendizaje.

Reforma tenemos, sin duda, pero desigualdad acrecentada también. Si la reforma es exitosa de acuerdo a su lógica, aceptando sin conceder los supuestos en que descansa y se de ende, tendremos un sistema educativo crecientemente desigual. De todos los supongandos, dudemos de uno: que la prelación está sesgada: la académica corresponda al INEE, y el orden de las plazas a las autoridades y al SNTE. Al mejor “medido”, sin vínculos clientelares, le asignan la plaza 87, y al lugar 54, pariente o socio, le ofrecen la “mejor”: mérito incluido y pacto político reconstruido. Mal sí así es: corrupción. Y peor si no, pues profundiza la desigualdad. Son supongandos, nada más.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/mal-si-si-peor-si-no/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2013/10/Reforma-educativa-y-corrupcion.jpg

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Maestros improvisados

Manuel Gil Antón

Al parecer, echando a perder se aprende. “Le toca ‘dar clases’ los lunes, miércoles y viernes en el salón 508 del edificio H. Aquí tiene el programa, un par de gises y el borrador. Que le vaya bien, colega. Suerte”.

Durante años, y no pocos, en realidad muchas décadas, el proceso de ingreso a un puesto como profesor universitario en nuestro país no ha tenido como requisito mostrar capacidad certificada para desempeñar la función docente. Basta con la tenencia de documentos que acrediten el nivel de estudios estipulado en la convocatoria.

En algún tiempo con la licenciatura fue suficiente, y lo es todavía en ciertas áreas del conocimiento o instituciones. En otras, ya es indispensable haber realizado estudios de posgrado. La condición imprescindible y suficiente para acceder a la enseñanza, en este nivel del sistema educativo, es un diploma que da fe que quien lo obtiene, sabe. Algunos procedimientos de ingreso solicitan a los candidatos que elaboren un programa de estudios: los temas de una asignatura y la bibliografía adecuada; en otros, se pide la representación de una clase ante un grupo, y los sinodales observan si es claro al exponer y domina el conocimiento del segmento seleccionado.

Esta modalidad tiene como propósito calibrar el desempeño del aspirante al explicar el contenido y no pasa por averiguar si, luego del ejercicio, los estudiantes hicieron propio —aprendieron— lo enseñado. Hay una ausencia clara: la constancia de haber estudiado y ser capaz de conducir un proceso en el que la pedagogía y el repertorio didáctico son inexcusables.

Para ser contratado como académico con responsabilidades docentes en el futuro, al certificado de estudios se le debería acompañar con un documento, igualmente oficial, en que conste la destreza en la tarea de generar ambientes de aprendizaje. Esta certificación, obtenida en una institución de educación superior dedicada a esta formación de ninguna manera trivial —no por saber se sabe enseñar—, está ausente en los requisitos obligatorios para concursar por un puesto en que la tarea docente será central. No hay, en síntesis, una preparación centrada en la capacidad pedagógica que, sin dejar de lado el dominio del contenido de una materia, como decía Andoni Garritz, mire con detenimiento si se cuenta con el dominio pedagógico del contenido a enseñar. Eso es lo que caracteriza a un maestro y lo distingue de un conocedor.

Carecemos, pues, de un proceso de habilitación para la docencia como maestros, aunque la mayoría del tiempo, y la mayor cantidad de académicos en esta tarea concentren su trabajo. Somos profesores improvisados. Así como los choferes de un micro aprendieron tantas veces a manejar con el vehículo repleto, los profesores universitarios aprendimos —es un decir— a “dar clases” con el salón lleno.

Los primeros, al chocar, hacen ostensible su daño a la sociedad; los segundos afectan el talento de sus discípulos, sin duda, pero no se nota: si no repites lo que digo, repruebas. El pasajero del aula suele ser el responsable de los errores del mentor amateur. Al pensar en un modelo educativo, sería crucial modificar tal proceder. Se puede organizar un proceso en el que al terminar sus estudios, o en paralelo, sea requisito asistir a una institución de educación superior especializada en el aprendizaje pedagógico: las normales. Una vez lograda la preparación debida, habría condiciones para ser candidato al trabajo en las universidades.

La tarea de estas instituciones, de este modo, cobraría un sentido más profundo y relevante: ser el sistema que otorga la habilitación para la enseñanza en todos los niveles. No es una propuesta vacua. Es indispensable para profesionalizar la actividad docente, tan menospreciada: ¿cualquier egresado de una universidad puede enseñar? No. Es falso.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/maestros-improvisados/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2016/05/regreso-clases-voca9-e1462557461865.jpg

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